25 April 2024
 

 

 

 

Agradecimientos a  Cempafal  "Descubrir la Biblia"

EL CANON DE LOS LIBROS INSPIRADOS

DIOS NOS REVELA LA VERDAD

 

 Los que creen que la Biblia es la Palabra de Dios mencionan con frecuencia el término “canónicos” referido a los libros de la Sagrada Escritura.  Este término poco familiar para nosotros, alude a los libros que han sido seleccionados de muchos con temas similares, porque se les reconoce un carácter especial y una singular autoridad.  Por tanto por canonicidad entendemos el reconocimiento formal y oficial de los libros reconocidos por la Iglesia como inspirados por Dios y revestidos de su autoridad y que, por lo mismo, son regla de fe y norma de vida para quienes los reciben.

 

Antes de iniciar esta lección, conviene conocer algunos conceptos que son fundamentales.  °°°°

1.   Los términos que usaremos[1]:

 

  • Canon: Es un término que se utiliza en el campo del arte y de la literatura religiosa. Su origen es semita, qanu en asirio y qaneh en hebreo. Significan ambos caña, luego pasó al griego canon que correspondería en nuestra lengua a la expresión caña. En la literatura clásica significa: una vara recta que tenía por objeto sostener derecha alguna cosa. Muy pronto esta vara comenzó a servir para medir las cosas o hacerlas rectas y se le denominó regla. De este modo se llegó a su significado metafórico: Todo aquello que sirve de norma o regla para hacer algo; este significado se conserva especialmente en el lenguaje artístico.

En la literatura eclesiástica el término conservó el significado de norma, regla, y se le usó en relación con la norma de fe y de costumbres de la comunidad cristiana, también hacía referencia a la disciplina del clero, a la liturgia y sobre todo a la Sagrada Escritura considerada como regla suprema de fe y de vida.

 

·         Canon Bíblico: Esta expresión indica desde el siglo III el catálogo oficial o lista de libros inspirados, los cuales por su origen divino, constituyen la regla de fe y de las costumbres de una comunidad que los reconoce como autorizados y como norma de vida.

 

  • Cononicidad e inspiración: Inspirado se dice de un libro que tiene por autor principal a Dios; canónico se dice de un libro inspirado que la Iglesia ha reconocido oficialmente como tal y así lo ha presentado a los fieles.

 

  • Libros Protocanónicos y Deuterocanónicos: Con esta distinción no se pretende expresar que unos libros son más dignos o santos que otros, pues todos son inspirados, simplemente la distinción indica el tiempo en que fueron aceptados oficialmente en el canon: los deuterocanónicos fueron reconocidos por la Iglesia universal como inspirados más tarde, por algunas dudas que surgieron en torno a su origen divino en algunas iglesias particulares; mientras, los protocanónicos fueron reconocidos por la Iglesia universal desde el inicio, ya que nunca hubo alguna duda sobre ellos.

 

  • Apócrifos:   Se denomina así a los libros de autores inciertos que por el título o el argumento presentan alguna afinidad con aquellos de la Sagrada Escritura, pero que la Iglesia universal no les reconoce como inspirados.

 

  • Sinagoga:  Se llamaba así al sitio donde los judíos se reunían para escrutar el significado de los libros del Antiguo Testamento.   Jesús acudió también a la Sinagoga y en una de ellas proclamó el inicio de su actividad apostólica.

 

  • Diáspora:  Es una palabra para denominar las comunidades judías que se habían establecido fuera de Palestina.

 

 

2. ¿Cómo se formó el canon del Antiguo Testamento?[2]:

 

Según  Dt 31,9-10, cada siete años se debía leer la Ley - Pentateuco. Moisés  entregó la Thorá  a los sacerdotes hijos de Leví  y a los ancianos de Israel; es así, que podemos considerar que ya en el Antiguo Testamento existía una autoridad  establecida por el mismo Moisés con la responsabilidad de cuidar los Libros Santos. En  2 Re 22,8  nos encontramos que el libro de la ley ha sido hallado, luego de haber sido escondido, perdido u olvidado durante el reinado del malvado rey Manasés. Es hallado por el Sacerdote Jilquías  y presentado al rey Josías (640-609 a. C.) Este libro es ante todo el Deuteronomio, por lo menos en su parte legislativa: Jos 24, 25; 1Sm 10, 25.

 

El prólogo del libro del Eclesiástico (130 a. C), igualmente que Daniel 9,2 (año 165 a.C.); y 2Mac 2,1-15 (año 120 a. C.), aluden a los Escritos Sagrados, lo cual hace suponer la existencia de una colección de “Libros Santos” en el judaísmo. Sí, el Eclesiástico en su prólogo nos habla de una colección de libros santos que es bien precisa:  La Ley;  Los profetas; y  Otros libros de los antepasados.  Por lo tanto, en esta época ya existían 3 grupos de libros sagrados : Cfr. v. 1-2. 8-9. 24. 1Mac 12,9. La expresión “Otros Libros” hace  suponer que el tercer grupo aún no estaba bien determinado o concluido.

 

En el Nuevo Testamento hay infinidad de citas que dan testimonio de la existencia de dicha colección de Libros Sagrados. El Evangelista Lucas, nos hace ver claramente la existencia de los tres grupos de escritos: “Ley, Profetas y Salmos” Lc 24,44

 

2.1.         Canon judío o “canon corto”:

    

Se llama así, al catálogo de libros aceptados por los judíos de Palestina. Consta de 39 libros llamados por Sixto de Siena en 1556 “Protocanónicos” pues  nunca se ha dudado de su inspiración en la Iglesia católica.

Cuatro fueron los criterios que tuvieron los judíos de Palestina, para señalar cuáles libros del Antiguo Testamento podían ser considerados canónicos.

·         Que haga referencia a la ley de Moisés.

·         Escritos antes del siglo V a. C. (durante la época de Esdras y Nehemías ). 

·         Escritos en el perímetro de la tierra de Palestina.

·         Escritos  en lengua hebrea (con tolerancia Aramea).

 

Fue así que fueron rechazados por los judíos de Palestina los siguientes libros:  Baruc, Judith, Tobías,  I y II Macabeos, Eclesiástico y Sabiduría.  A estos libros los llamó Sixto de Siena  deuterocanónicos, es decir que tuvieron  en un primer momento alguna dificultad para entrar en el Canon de la Iglesia.  Los protestantes llaman apócrifos a estos libros. También hay fragmentos del Antiguo Testamento considerados deuterocanónicos:  Esther: 10,4-16. 24; Daniel: 3,24-90; 13. 14. 

 

 

2.2. Canon Alejandrino o “Canon largo”:

 

Es la colección de los Libros Sagrados que aceptaban los judíos que vivían en la ciudad de Alejandría (en Egipto) y que era normalmente aceptada y leída por los judíos de la diáspora. Dicha colección estaba compuesta tanto por lo protocanónicos como por los deuterocanónicos, es decir, todos los libros que han pasado al canon católico.

 

Si bien es cierto que Nuestro Señor citó con frecuencia los Libros Sagrados según el canon judío o palestinense, hoy se afirma que tanto Jesús como los Apóstoles, utilizaron y citaron con mayor frecuencia el canon alejandrino .

 

Carlostadio (1534) fue quien negó la canonicidad de los deuterocanónicos por primera vez,  luego le siguió Martín Lutero (1534) y más tarde Calvino (1540). Esta es la reacción protestante, de allí que las Biblias protestantes no contengan los deutero-canónicos o por lo menos los traigan en cursiva o como anexo.

 

 

 

3. Formación del Canon del Nuevo Testamento:

 

En los orígenes de la Iglesia, el depósito de la fe se encontraba en la enseñanza oral de los Apóstoles y de los primeros predicadores.

 

Muy pronto la Iglesia apostólica se vio en la necesidad  de consignar por escrito las enseñanzas y hechos del Señor y los gestos más significativos de su vida. He aquí el origen del Evangelio escrito en su forma  cuádruple ( Mt, Lc, Mc, Jn ). La formación de los Evangelios fue lenta y gradual, de allí que cronológicamente se pueda hablar de tres grandes períodos en la formación del Nuevo Testamento:

·         El Evangelio Viviente (Jesús)

·         El Evangelio Predicado (por los Apóstoles)

·         El Evangelio Escrito ( por los Evangelistas )

 

Ahora bien, Nuestro Señor no escribió nada (o por lo menos en ninguna parte consta). Lo cierto es que  los Apóstoles, luego del acontecimiento Pascual y de Pentecostés, cumplieron el mandato del Señor de “ir por todo el mundo predicando el Evangelio a todas las criaturas” (Mc 16,19).  Así, Los Apóstoles, fundadores de comunidades cristianas, no las dejaron de alimentar espiritualmente y en múltiples circunstancias respondieron a problemas diversos (teológicos, morales o litúrgicos); éste fue el origen de las Cartas de Pablo, Pedro, Juan, Santiago y Judas. Además entre los cristianos del siglo I se leían ya obras espirituales magníficas de personajes importantes: Las Actas Apostólicas ( S. Lucas)  y el Apocalipsis ( de la escuela de S. Juan ).

 

Todos estos escritos circulaban de comunidad en comunidad y de cristiano a cristiano (Cfr: Col: 4,16; 2P: 3,15-16). Para la época de la Segunda Carta de Pedro  ya se consideraban las cartas de Pablo como Escrituras Santas, de allí es fácil deducir que también los Evangelios y los demás escritos del Nuevo Testamento eran considerados como tales.

 

3.1.  Fijación del canon bíblico del Nuevo Testamento:

 

Ya desde mediados del siglo II, la autoridad eclesiástica luchó arduamente en la determinación definitiva del canon bíblico cristiano, para contrarrestar la literatura errónea y apócrifa.

 

Concilios Particulares como el de Roma en el 381 bajo el pontificado de Dámaso, estableció la lista completa de las Divinas Escrituras, esta lista fue conocida por algún tiempo como  “Decreto de Gelasio”, ya que la reprodujo luego el Papa Gelasio (492 – 496).

 

Dentro de los Concilios Ecuménicos Universales son de destacar:  El Concilio de Florencia (1442) que bajo el pontificado de Eugenio IV definió la canonicidad con relación a la inspiración; la lista que presentó este Concilio, la aprobó más tarde solemnemente el Concilio de  Trento. El Concilio de Trento (1546): este Concilio abordó dicha temática desde el punto de vista dogmático como respuesta a la reforma luterana. Puso el acento, entonces en la continuidad de la historia cristiana armonizando la relación íntima  entre Sagrada Escritura y Tradición. Hizo de la canonicidad bíblica una verdad de fe; ratificó  la lista de los libros que presentaba el Concilio de Florencia; privilegió el uso de la versión latina de la Biblia llamada  Vulgata (la cual primó durante varios siglos).

 

El Concilio Vaticano I (1870) ratificó dogmáticamente la doctrina tridentina sobre la virtualidad “sagrada y canónica” de los libros inspirados y añadió: “la Iglesia considera sagrados y canónicos esos libros del Antiguo y Nuevo Testamento, no porque hayan sido aprobados por ella después de haber sido escritos con sólo trabajo humano; ni únicamente porque contienen sin error la revelación; sino porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tiene por autor a Dios, y como tales fueron entregados a la Iglesia”.

 

3.2. Criterios de canonicidad  para el  Nuevo Testamento:

 

El principal criterio es: Que su origen esté garantizado en la revelación hecha por el Espíritu Santo a la Iglesia y transmitida por la tradición apostólica.

 

Otros criterios que se tuvieron en cuenta son:

·         Que su origen sea apostólico y durante la época apostólica : años 30 – 100; aunque no estrictamente tiene que venir de los Apóstoles, su origen puede estar en la generación apostólica - comunidad cristiana.

·         Que su uso litúrgico sea  antiguo y generalizado entre las comunidades cristianas.

·         Ortodoxia - rectitud en la doctrina cristiana (en plena comunión apostólica).

 

En cierto sentido podemos decir que la Biblia, Palabra de Dios escrita, es fruto de la predicación de la Iglesia. A Ella le pertenece, por tanto,  dar la justa interpretación de lo que escribió y reconoce cuáles son auténticos y cuáles no.

 

Fue así como la Iglesia con la potestad recibida de Jesús y por la  fuerza del mandato de enseñar a los hombres la verdad, llegado el tiempo conveniente, añadió todos los libros sagrados nacidos dentro de ella a los antiguos libros sagrados recibidos en la sinagoga; y dio al conjunto el nombre de Biblia, indicando exactamente en ella los libros contenidos.

 

4. La verdad de la Biblia[3]:

 

Todos nos damos cuenta de que la Biblia, al ser Palabra de Dios, debe contener la verdad en todos sus escritos.  Muchos, sin embargo, quieren hacer aparecer contradicciones o errores en la Sagrada Escritura con respecto a las ciencias, a la historia o a la moral.

 

 

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum (n. 11) afirma la

veracidad bíblica (antes se enunciaba como “inerrancia bíblica”), es decir, la ausencia de todo error en la Sagrada Escritura; tal afirmación implica dos realidades:

 

·       Siendo la Biblia inspirada por Dios, toda su doctrina es también Palabra de Dios.

·       Entre la Biblia y la ciencia no debe haber real oposición. (GS, 36; EN, 78)

 

Por tanto, en razón de la inspiración nada puede ni debe encontrarse en la Sagrada Escritura que repugne a la VERDAD y a la SANTIDAD de Dios.

 

Para entender la verdad de la Biblia, debemos tener en cuenta:

 

 

4.1.   La verdad se percibe en la relación con Dios:

 

En el mundo de la Biblia, la noción de verdad va más allá de la concepción griega o filosófica.  La verdad está fundada en una experiencia religiosa, en la vivencia y contacto con Dios. Así, para el Antiguo Testamento, la verdad es la fidelidad a la alianza (Is, 65,16) Para el  Nuevo  Testamento, la verdad es la plenitud de la revelación en Cristo: (2Cor 1,20).

 

Algunos textos bíblicos nos ayudan a comprenderlo:

 

La Verdad  no es de orden intelectual.

La Verdad  es de orden práctico.

La Verdad  es solidez, fidelidad (2Tim 1,12 ).

La Verdad  es camino que lleva a la meta (Jn 14,6 ).

La Verdad  es la Palabra de Dios (2Sm 7,28; Jn 17,17 ).

La Verdad  es aceptación y liberación (Jn 8,32 ).

La Verdad  es proclamación, compromiso, convicción (2Tim 2,3-6)

La Verdad  es Jesucristo (Jn 18,37-38; 2Cor 1,20).

 

 

4.2.         La Sagrada Escritura es un mensaje de fe:

 

·         La Biblia no es un manual científico o meramente histórico. La Sagrada Escritura es un libro religioso en el que Dios revela aquello que debemos saber y hacer en orden a la salvación.

 

·         No puede haber real contradicción entre la ciencia y la palabra de Dios correctamente interpretada, cada una tiene un objeto propio de estudio y de reflexión (GS, 36). La revelación es gradual y progresiva, nunca en un solo libro lo vamos a encontrar todo de una vez, ya que Dios quiso por condescendencia divina organizar y transmitir la revelación por medio de las palabras de un autor.

 

Por consiguiente, cuando la Biblia dice que “el sol sale... y se pone” (Qo 1,5; Mc 16,2), no intenta dar una noción  científica de astronomía, sino que se acomoda al lenguaje cotidiano, que aun usamos nosotros a  pesar de que sabemos que el sol no se mueve y que la tierra es la que gira al rededor de éste; decimos que “se ocultó”, “que por fin salió el sol”... etc. Observa muy bien y atinadamente San Agustin: “ No se lee en el Evangelio que haya dicho el Señor: Os envío el Espíritu Santo, que os enseñará el curso del sol y de la luna. El Señor quería hacernos cristianos y no astrólogos” .

 

·         La Biblia tampoco intenta satisfacer las curiosidades sobre la historia profana del lejano Oriente, sino relatar la serie de acontecimientos en los que Dios ha intervenido en orden a la salvación del mundo. La inspiración respalda la historicidad de aquellos hechos que tienen relación con el plan de salvación. No es lícito exigirle a la Biblia detalles exactos que no conciernen a la salvación. Aunque, dicha realidad no excluye que la Biblia nos de interesantes informaciones -por añadidura- de acontecimientos históricos que se han ido confirmando por la arqueología ( Jn 17,3 ; 1Jn 5,20 ).

 

 

4.3.         Doctrina del Magisterio eclesiástico:

 

·         Concilio Vaticano I: “Constitución Dei Filius”  (1870)

Declara que no puede  existir contradicción alguna entre la ciencia y la revelación divina, ya que ambas proceden de una misma fuente que es Dios.

 

·         León XIII: “Providentissimus Deus” ( 1893).

No existe desacuerdo real entre teología y ciencia cuando ambas se mantienen en sus límites, ellas son dos páginas de un mismo libro, o mejor, dos libros de un mismo Autor: Dios. Dios sólo reveló al hagiógrafo la verdad salvadora y no nociones de tipo científico. El autor sagrado, se ha fijado solamente en los fenómenos histórico-sensibles, los fenómenos sensibles son vehículos de  la revelación y no la revelación misma

 

·         Pío XII: “Divino Afflante Spiritu” (1943).

“Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios, pues la verdad se presenta y se anuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros  géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado  intenta decir y dice, según su tiempo y su cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor quiere afirmar en su escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar que se usaban en tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces se solían emplear más en la conversación ordinaria”

 

 

·         Concilio Vaticano II: “Constitución Dei Verbum”, 11 (1964)

“Como todo lo que afirman los hagiógrafos o autores inspirados lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente y sin error la verdad que Dios quiso consignar en dichos libros para nuestra salvación”.

 

Concluyamos por tanto, que la Biblia, por estar inspirada por Dios, dice la verdad, a pesar que las apariencias nos hagan creer otra cosa. Basta profundizar su doctrina para que nos convenzamos de ello.

 

5.   La fuerza salvífica de la Palabra de Dios[4]:

 

Después de haber abordado el tema del canon y de la verdad bíblica, podemos dar un paso para descubrir lo que debe significar la Biblia para los creyentes.

 

Dios, a través de la Iglesia, nos brinda la Sagrada Escritura como norma de fe, fuerza salvadora y alimento espiritual.

 

q  Como norma de fe: en cuanto que la Sagrada Escritura,  interpretada por quienes en la Iglesia de Cristo han recibido este encargo del Señor, se nos presenta como guía hacia la verdad.

 

Cuando se contradice o se niega la revelación que los Apóstoles entregaron a la Iglesia, y a la vez, la Iglesia, como Madre y Maestra, nos la transmite a nosotros, se está cometiendo un error.

 

Es norma de fe también para el Magisterio de la Iglesia, que en ningún momento puede contradecir la Palabra de Dios, esto es conocido como analogía de la fe o semejanza con las otras verdades de la fe, ya que ésta tiene las funciones de aclarar, explicitar o hacer manifiesto; pero más aún, la actitud de la Iglesia es la de un respeto creyente, dado que Ella es una servidora de la Palabra.

 

Es importante que tengamos en cuenta que el Papa y los Obispos, al igual que los sacerdotes, no son dueños de la Palabra de Dios, ni mucho menos los teólogos o exégetas (estudiosos de la Biblia), ya que son sólo servidores de la Palabra, teniendo una obligación concreta: interpretarla y anunciarla.

 

Nosotros como cristianos tenemos también la obligación de colaborar con ellos en la transmisión de la Palabra de Dios, teniendo en cuenta nuestras capacidades y posibilidades.

 

La Biblia es una herencia que debe estar al alcance de todos los hombres de todos los lugares y épocas.

 

q  Como fuerza salvadora: Porque tiene el mismo poder que ha demostrado la Palabra divina a lo largo de los siglos. En efecto, en el libro del  Génesis leemos: “En el principio de la creación dijo Dios: ¡Haya luz, y hubo luz” (Gen 1,3); dijo Jesús al mar y al viento: “¡Calla! ¡Enmudece!”, y el mar y el viento obedecieron (Mc 4,39).

 

Al escuchar nosotros la Palabra que Dios nos dirige en la Biblia, participamos en el diálogo entre El y sus hijos, entablado desde el origen.  Ahora bien, como para Dios no hay tiempo (está en un eterno presente), Ël por su Espíritu, inspiró a unos hombres e hizo que su mensaje  nos llegara también a nosotros, a pesar de las distancias en el tiempo.

 

Esta comunicación puede tener forma externa de llamada: “Ven, sígueme”, también de nombramiento para una misión: “Id y predicad el Evangelio”, al mismo tiempo puede ser una manifestación explícita de su voluntad: “Amaos unos a otros como yo os he amado”, y podríamos citar otras formas, a través de las cuales Él nos quiere manifestar su voluntad salvífica.

 

La Palabra de Dios por tanto, se dirige a nosotros de muchos modos que pueden adoptar otras variadas formas en su expresión, con la particularidad de que se trata de un diálogo de parte de Dios hacia el hombre y de respuesta de éste a Dios que lo llama.  Por esto la Palabra de Dios es poderosa ya que produce en nosotros frutos si la escuchamos con fe, un efecto que significa cambio de vida, aumento de fe, consuelo, arrepentimiento, vigilancia, etc.

 

La respuesta del hombre puede ser de diversas maneras dependiendo de cómo reaccionemos ante ella, aunque debería ser una respuesta generosa, abierta, instantánea, es decir, decidida ante Dios que nos habla, pero la verdad es que muchas veces nos quedamos indiferentes, haciéndonos sordos a su mensaje de amor. Deberíamos tener presente siempre la recomendación del Apóstol Santiago: “Despojándoos de toda bajeza y todo desbordamiento de malicia, recibid con mansedumbre la Palabra plantada en vosotros, que tiene poder para salvaros” (Sant 1,21).

 

q  Como alimento espiritual: De todas las páginas de la Sagrada Escritura se puede decir lo que San Juan dice de su Evangelio: “han sido escritas para que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengamos vida en Él” (Jn 20,31). Teniendo en cuenta esto, todas las páginas de la Biblia nos invitan a participar de la vida que Dios nos ofrece.

 

Desde muy antiguo se ha hablado de la Sagrada Escritura como de un alimento. En el mismo Antiguo Testamento encontramos esta explicación del maná: “Dios te ha alimentado con maná que no conocías ni habían conocido tus padres, a fin de hacerte conocer que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahvéh” (Dt 8,3).

 

Juan en su Evangelio tiene un pasaje amplio sobre la Eucaristía, en similitud con la Palabra de Dios, donde ambas son alimento que dan vida al hombre.    Aunque prevalece el aspecto Eucarístico, nos da a entender que sus Palabras  -las de Jesús- son vida, quien las acepta y cree en El,  tiene vida eterna. De hecho, la Eucaristía, sacramento de nuestra fe, es un sacramento para los que creen en la Palabra de Jesús, que poseen ya la vida de la gracia y la aumentan y la robustecen comiendo el cuerpo del Señor y bebiendo su sangre (Jn 6,51-58). Es esta la razón por la cual la Iglesia en la celebración Eucarística, une la proclamación de la Palabra de Dios con el banquete Eucarístico, en que en forma de alimento recibimos a Cristo sacrificado por nosotros.

 

Conozcamos lo que el Catecismo de la Iglesia Católica

nos dice acerca del Canon:

 

Dios es el autor de la Sagrada Escritura.  “Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo”.   La Santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas su partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia (Nro, 105).

 

La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos. Esta lista integral es llamada "Canon" de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jeremías y Lamentaciones como uno solo), y 27 para el Nuevo:

 

Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el Antiguo Testamento.

 

Los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los  Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para el Nuevo Testamento (Nro. 120).



[1] GONZÁLEZ NÚÑEZ, Angel. La Biblia: Los autores, los libros, el mensaje, Paulinas, Madrid, 1989

[2] MORALDI LUIGI, Introduzione alla Bibbia, Marietti, Torino, 1960

[3] MORALDI LUIGI, Introduzione alla Bibbia, Marietti, Torino, 1960

[4] Tomado del Curso Bíblico: Descubrir la Biblia, Editorial católica sin fronteras, Lección 8, páginas 6-7

 

PARA COMPRENDER EL

MENSAJE DE DIOS

 

 

En esta lección vamos a abordar algunas pautas que debemos tener en cuenta en la lectura de los textos bíblicos.   Ellas servirán para sacar mayor provecho en el encuentro con la Palabra y comprender mejor lo que Dios nos quiere transmitir.

 

1.   Los géneros literarios:

 

Comencemos con esta afirmación de la doctrina de la Iglesia:

“Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los "géneros literarios" usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. "Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios" (Catecismo de la Iglesia Católica, 110)

 

Tengamos en cuenta que:

 

ü  La Biblia es un conjunto de libros escritos en lenguaje humano bajo la inspiración del Espíritu Santo.

ü  Todo lenguaje humano tiene unas formas de expresión particulares que varían entre las culturas y las épocas.  Estas formas de transmitir, bien sea orales o escritas, se llaman géneros literarios. En la Biblia son muy variados;: los más comunes son:

 

o    Histórico: Narra la historia del pueblo de Israel a la luz de la fe, como  escenario del actuar salvífico de  Dios.  Es quizá el género más importante de la Sagrada Escritura; su esencia es contar la experiencia de un acontecimiento en el que el creyente percibe la acción de Dios.

o    Poético: Lo mismo que otras literaturas contienen la expresión de vivencias, de sentimientos despertados por la contemplación de la realidad, en lenguaje poético, así también la Biblia.   Pero en este caso, se trata de una poesía religiosa.  Las poesías en la Biblia expresan dolor, amor, alabanza, confianza... todo en clima de oración o en diálogo con Dios.

o    Sapiencial: Son escritos en forma de consejos, dichos, comparaciones y reflexiones sobre los grandes problemas de la vida.  En los libros escritos en este género se recoge la experiencia de los sabios, expresada de ordinario, en forma de sentencia.   Su intención es la de reflexionar sobre la realidad para buscarle su sentido más profundo.

o    Profético: Es un género que contiene mensajes de Dios al pueblo de Israel por medio de los profetas.   Su intención es la de denunciar, llamar a la conversión y anunciar castigos o salvación.

o    Epistolar:   Este género literario es muy específico y generalmente contenido en las cartas.  En ellas se contienen exposiciones doctrinales y exhortaciones dirigidas a colectividades o individuos.  Su intención es adoctrinar, exhortar, corregir;  en una palabra, evangelizar a distancia.

o    Jurídico: Contiene colecciones de preceptos, normas o costumbres.  Su intención es la de regular la Alianza con Dios y las relaciones mutuas.

o    Apocalíptico: Es una forma profética de escribir, presenta su mensaje en forma de visiones, signos, comparaciones y donde todo es simbólico.   Su intención es la de interpretar el sentido global de la historia y, más concretamente, levantar los ánimos decaídos en tiempos de desgracia o persecución.

 

2.  Sentidos del Texto Bíblico:

 

Los textos bíblicos pueden ser interpretados de diversas maneras, a estos modos se le llaman “sentidos del texto bíblico”.   También el Catecismo de la Iglesia nos lo explica:

 

Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia.

 

El sentido literal: Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. "Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super litteralem". ("Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido literal").

 

El sentido espiritual: Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.

 

1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo.

 

2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos "para nuestra instrucción" (1 Co 10,11).

 

3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en griego: "anagoge") hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste (Nros., 115-117).

 

 

Podemos darnos cuenta que toda lectura de la Biblia supone ponernos en actitud de fe, de contemplación, de experiencia de vida y diálogo con Dios que nos habla allí. No debemos olvidar que una excesiva racionalización, es decir, intentar entender todo intelectualmente o tomar sólo la Palabra tal cual ella está, sería privarnos de degustar las riquezas contenidas en ella, y ésta no haría su efecto en nosotros. Muchas de las herejías o errores, surgen precisamente después de una lectura “racionalizada” de la Sagrada Escritura.

 

En la actualidad no podemos negar la gran afluencia de sectas y grupos religiosos que nos acechan. Tengamos muy presente en nuestra mente y en nuestro corazón que  Dios es el que garantiza nuestra fe desde que estemos en comunión con Él y con la Iglesia.   Es a Él a quien encontramos sobre todo en la Biblia, y es Él quien nos abre el sentido de las Escrituras.

 

3.            Y tengamos en cuenta que...

 

q  Toda la Biblia forma una unidad, donde ella se esclarece a sí misma, dando sentido y coherencia a su interior.  Decía los santos padres: “La Biblia se interpreta con la Biblia”.

q  No podemos separar la Sagrada Escritura de la Tradición viva de la Iglesia, es decir, de la enseñanza e interpretación que la Iglesia y sus pastores han hecho de la misma Sagrada Escritura.

q  Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, Nuestro Salvador y Señor, es el centro de la Biblia, pues Él es la Palabra hecha carne, y por ello debemos descubrirlo en toda ella.

 

4.   La lectura creyente de la Palabra de Dios:

 

Aunque tendremos una lección entera para tratar el tema de la lectura creyente de la Palabra de Dios, dejemos desde allá algunas pistas que nos enseñan a escuchar con fe a Dios que habla en su Palabra:

 

Todo lo que hemos mencionado más arriba nos ayuda a comprender rectamente lo que Dios nos transmite en el texto bíblico.  Sin embargo, no podemos olvidar que para llegar al mensaje de Dios es absolutamente necesaria una actitud de fe de parte de quien se acerca a la Biblia. 

 

Por eso, tengamos en cuenta estas disposiciones en la lectura de la Palabra:

 

  • Procuremos tener el alma vacía, abierta, tranquila, sin ansiedad, serenamente expectante.
  • Dispongamos el corazón para amar a Dios, quien viene en su Palabra a nuestro encuentro.
  • Hacer oración previa e invocar al Espíritu Santo, para pedir que nos dé su luz y  fuerza y nos permita hacer vida  esa Palabra (Hb 4,12).
  • Hacer una lectura lenta, con pausas frecuentes, pensando que Dios nos está hablando en este momento con estas palabras que estamos leyendo. Lo que se pretende es saborear más que saber; admirar y no echarle cabeza o cuestionar. Es una experiencia de Dios, pues en ella se verifica una comunicación de vida y de comunión.
  • Hacer la lectura de forma que verdaderamente escuchemos a Dios.  El Señor se manifestará libremente según sus designios y proyectos para nuestra vida.
  • Es posible que algunas expresiones nos conmuevan despertando resonancias profundas y desconocidas. Detengámonos ahí mismo. Demos vueltas en nuestra mente y en nuestro corazón rumiando, ponderando y saboreando tales expresiones. Es cuando Dios nos abre su corazón y nos invita a penetrar en él, a escudriñarlo, a conocerlo.
  • Si la lectura no “dice” nada, quedémonos tranquilos y en paz, podría suceder que ese mismo pasaje leído otro día nos diga mucho. Por encima de nuestra actividad humana está el misterio de la gracia que por esencia es imprevisible. La hora de Dios no es nuestra hora, en las cosas de Dios hay que tener mucha paciencia.
  • Procuremos meditar gozosamente en el corazón como María, dándole vueltas en la mente,  dejándonos inundar internamente por los sentimientos que se desprenden de la proximidad de Dios. Y “conservemos la Palabra”, es decir, que sigan vibrando en nuestro interior a lo largo del día.
  • Si en cualquier momento de la lectura escuchamos en nuestro corazón o siente nuestro corazón el deseo de orar, dejémoslo libremente dirigirse con el Señor.

 

Coloquémonos imaginariamente en el Corazón de Jesucristo, y tratemos de sentir lo que él sentía al pronunciar estas mismas palabras con la ayuda del Espíritu Santo.

 

 

5.            En resumen... leamos la Palabra de Dios…

 

Ø  Con fe, porque sabemos que el mensaje es de Dios y va dirigido a cada uno de nosotros (1P 1,20-21; 1Tes 2,13).

Ø  Con alegría, porque la Palabra de Dios es una “Buena Noticia” que nosotros proclamamos con palabras y hechos (Filp. 4,4).

Ø  Con espíritu de servicio, porque somos servidores de Dios, y el servidor debe aprender de su Señor (2Cor 4,5).

Ø  Con ilusión, poniendo todo nuestro empeño en que la palabra penetre en nuestro corazón (Sant 1,22-24).

Ø  Con humildad, pues es el Señor quien nos habla, y una actitud de orgullo no permite que ésta nos ilumine y cambie nuestra vida (1Jn 1,5-6).

 

6.            La Biblia, un mensaje de Dios para todos los tiempos

y para todos los creyentes:

 

Las grandes obras de la literatura han llegado a ser inmortales precisamente porque son universales;  es decir, porque han llegado a interesar lo más profundo del hombre, eso en lo que coincidimos los hombres de todos los tiempos.

 

Si decimos que la Biblia es una obra maestra de la literatura universal, debemos reconocer que será también porque en muchos de sus libros encontramos personas, vivencias, actitudes, sentencias válidas para el hombre creyente de siempre:

 

El Job inocente que sufre y se pregunta por qué,  el Qohelet que señala el carácter absurdo de la condición humana, el frescor del amor de dos enamorados en el Cantar de los Cantares, los gritos de sufrimiento o de admiración de muchos salmos, todo eso es en parte nuestra vida que se nos ofrece como en un espejo para que podamos reflexionar en ella...  A través de la epopeya del Éxodo se indica nuestra sed de liberación;  los gritos de los profetas que reclaman justicia y el respeto a los pobres coinciden con nuestras reivindicaciones sociales.

 

Esto que es válido para cualquier hombre lo es de manera particular para el creyente.  San Pablo, refiriéndose al A.T dirá: “Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos” (1 Co 10, 11).  La Biblia, pues, no sólo tuvo algo que decir a los hombres de su tiempo, también tiene algo que decir a los hombres de todos los tiempos (Cfr. Curso Bíblico: “Descubrir la Biblia”, Editorial Católica “Sin Fronteras”, Lección 6).

 

7.            Compromiso de vida:

 

Procuremos cuestionar nuestra vida a la luz de la Palabra escuchada, aplicándola permanentemente a la situación concreta de mi vida, preguntándome qué me está diciendo Dios en este momento en esta frase; en qué sentido los criterios de Dios encerrados en esta Palabra cuestionan mi modo de pensar y actuar; en qué aspectos debo cambiar;  qué haría Jesús en mi lugar.

 

La Palabra por sí misma tiene fuerza para mover nuestra vida al cambio (lo veíamos en la lección anterior) y cuando Dios habla no es con respecto a cosas superficiales o intrascendentes, sino para llegar hasta lo más íntimo de nuestra vida.

 

La parábola del sembrador, tan conocida por todos nosotros, nos dice que es al final de cuentas en nuestro corazón, es decir, en la disposición que cada uno tenga para recibir la semilla de la Palabra, donde se produce el fruto de las buenas obras que Dios nos pide.  Un corazón dispuesto es el terreno bueno donde la Palabra de Dios produce fruto (cfr. Mc 4; Mt 13).

 

8.   Otros consejos que pueden ayudar:

 

Estos son otros consejos que serán útiles no para tener más ciencia bíblica sino para entender mejor el mensaje que Dios nos transmite en los textos Bíblicos:

 

·        La Sagrada Escritura tiene un hilo conductor sobre todo en los textos narrativos.   Esto quiere decir que el orden de los libros bíblicos respeta, en términos generales, el orden de sucesión de los acontecimientos.   Por eso es bueno abordar la lectura de la Biblia desde el inicio, desde el primer libro.  Hacerlo de otro modo es perdernos parte de la historia y someternos a pasajes que no entenderemos porque ya han sido asignados previamente.

 

·        En la Biblia hay muchas referencias geográficas e históricas; se encuentran nombres de personajes, fechas, alusiones a otros pueblos distintos de Israel.  Por eso es bueno poner empeño en conocer más de estos aspectos.  Por ejemplo, investigar un libro acerca de la Historia de Israel o una geografía de la tierra Santa nos ayudará mucho para entender buena parte del texto. 

 

 

EN RESUMEN

·         Leamos la Palabra lentamente.

·         Saboreémosla gozosamente.

·         Meditémosla cordialmente.

·         Apliquémosla diligentemente.

 

 

QUE LA PALABRA SEA PARA CADA UNO DE NOSOTROS:

 

·         Lámpara que ilumine el camino.

·         Pan que alimente.

·         Fuego que encienda el fervor.

·         Ruta que conduzca a la salvación.

·         Latido que aliente nuestro espíritu.

·         Vida que nunca se acabe.

 


Lectura complementaria:

 

 

¿Cómo habla Dios?

 

 

·         Su Palabra es creadora, siempre tiene efectos de vida, siempre produce lo “bueno”, lo que sirve.  Es una palabra omnipotente.  

 

Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz.

Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero (Gen 1,3-5).

 

 

·         Su Palabra penetra hasta el fondo, hasta lo más íntimo de mi persona.   Su palabra llega hasta la interioridad.   Cuando Dios habla no es superficial, siempre va hasta lo más íntimo.

 

Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.

No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta (Heb 4,12-13).

 

 

·         La Palabra de Dios es fecunda, cumple una misión.   La Palabra en este sentido es como una semilla, que espera ser planta en el corazón de la persona.

 

Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié (Isa 55,10-11).

 

 

La Palabra de Dios da felicidad.   Escuchar la Palabra es encontrar luz en el sendero, es tener un camino recto para seguir.   Escuchar la Palabra da vida.