24 April 2024
 

 

 

 

PREPARACIÓN PASTORAL   ANTE EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

                Autor:  Pedro María Reyes Vizcaíno.   Iuscanonicum

En el sacramento del matrimonio, como es común en los demás sacramentos, hay un deber que recae sobre los pastores de preparar adecuadamente a los fieles para su recepción. En el caso de este sacramento se suele concretar mediante una catequesis previa (que en muchas diócesis está organizada en cursos de preparación matrimonia) y una investigación previa que intenta dar cumplimiento al contenido del canon 1066: «antes de que se celebre el matrimonio debe constar que nada se opone a su celebración válida y lícita».

                Para ayudar a los pastores en esta tarea previa el Código de Derecho Canónico delega en las Conferencias Episcopales el modo de realizar la investigación previa:

             Canon 1067: La Conferencia Episcopal establecerá normas sobre el examen de los contrayentes, así como sobre las proclamas matrimoniales u otros medios oportunos para realizar las investigaciones que deben necesariamente preceder al matrimonio, de manera que, diligentemente observadas, pueda el párroco asistir al matrimonio.

En muchas ocasiones las Conferencias Episcopales han aprobado un formulario que el párroco de uno de los contrayentes debe rellenar, delante de los interesados y dos testigos, haciéndoles a ellos diversas preguntas sobre su conocimiento del matrimonio, su estado de libertad y otras cuestiones. Es lo que se llama el expediente matrimonial. Se trata de un documento que –además de cumplir la obligación de realizar una investigación previa del canon 1066– incluye el permiso que, según el canon 1115, debe dar el párroco de uno de los contrayentes para que se celebre el matrimonio fuera de los términos de la parroquia, lo cual actualmente suele suceder  con bastante frecuencia.

Estos medios de investigación cumplen no solo con una función pastoral, sino que también tienen una clara utilidad jurídica

EL PAPA BENEDICTO XVI

PROPONE UNA ATENCIÓN PASTORAL

A QUIENES VAN A CONTRAER MATRIMONIO

Alocución a la Rota Romana de Benedicto XVI de 22 de enero de 2011

¡Queridos componentes del Tribunal de la Rota Romana!

                Estoy contento de encontraros para esta cita anual con ocasión de la inauguración del año judicial. Dirijo un cordial saludo al Colegio de los Prelados auditores, comenzando por el decano, monseñor Antoni Stankiewicz, a quien agradezco por sus corteses palabras. Saludo a los oficiales, los abogados y los demás colaboradores de este Tribunal, como también a todos los presentes. Este momento me ofrece la oportunidad de renovar mi estima por la obra que lleváis a cabo al servicio de la Iglesia, y de animaros a un compromiso cada vez mayor, en un sector tan delicado e importante para la pastoral y para la salus animarum.

La relación entre el derecho y la pastoral estuvo en el centro del debate postconciliar sobre el derecho canónico. La bien conocida afirmación del Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, según la cual “no es cierto que para ser más pastoral, el derecho deba hacerse menos jurídico” (Alocución a la Rota Romana, 18 de enero de 1990, n. 4: AAS 82 [1990], p. 874) expresa la superación radical de una aparente contraposición. “La dimensión jurídica y la pastoral –decía– están inseparablemente unidas en la Iglesia peregrina sobre esta tierra. Ante todo, hay en ellas una armonía que deriva de su finalidad común: la salvación de las almas” (onsor). En el primer encuentro, que tuve con vosotros en el 2006, intenté evidenciar el auténtico sentido pastoral de los procesos de nulidad del matrimonio, fundado sobre el amor por la verdad (cfr. Alocución a la Rota Romana, 28 de enero de 2006: AAS 98 [2006], pp. 135-138). Hoy quisiera detenerme a considerar la dimensión jurídica que está inscrita en la actividad pastoral de preparación y admisión al matrimonio, para intentar sacar a la luz el nexo que existe entre esta actividad y los procesos judiciales matrimoniales.

La dimensión canónica de la preparación al matrimonio quizás no sea un elemento de percepción inmediata. En efecto, por una parte se observa cómo en los cursos de preparación al matrimonio, las cuestiones canónicas ocupan un lugar muy modesto, si no insignificante, en cuanto que se tiende a pensar que los futuros esposos tienen un interés muy reducido en problemáticas reservadas a los especialistas. Por la otra, aunque a nadie se le escapa la necesidad de las actividades jurídicas que preceden al matrimonio, dirigidas a comprobar que “nada se opone a su celebración válida y lícita” (CIC, can. 1066), está difundida la mentalidad según la cual el examen de los esposos, las publicaciones matrimoniales y los demás medios oportunos para llevar a cabo las necesarias investigaciones prematrimoniales (cfr. Ibid., can. 1067), entre los que se colocan los cursos de preparación al matrimonio, constituirían trámites de naturaleza exclusivamente formal. De hecho, se considera a menudo que, al admitir a las parejas al matrimonio, los pastores deberían proceder con largueza, estando en juego el derecho natural de las personas a casarse.

Es bueno, al respecto, reflexionar sobre la dimensión jurídica del propio matrimonio. Es un argumento al que hice alusión en el contexto de una reflexión sobre la verdad del matrimonio, en la que afirmé, entre otras cosas: “Ante la relativización subjetivista y libertaria de la experiencia sexual, la tradición de la Iglesia afirma con claridad la índole naturalmente jurídica del matrimonio, es decir, su pertenencia por naturaleza al ámbito de la justicia en las relaciones interpersonales. Desde este punto de vista, el derecho se entrelaza de verdad con la vida y con el amor como su intrínseco deber ser” (Alocución a la Rota Romana, 27 de enero de 2007, AAS 99 [2007], p. 90). No existe, por tanto, un matrimonio de la vida y otro del derecho: no hay más que un solo matrimonio, el cual es constitutivamente un vínculo jurídico real entre el hombre y la mujer, un vínculo sobre el que se apoya la auténtica dinámica conyugal de vida y de amor. El matrimonio celebrado por los esposos, aquel del que se ocupa la pastoral y aquel regulado por la doctrina canónica, son una sola realidad natural y salvífica, cuya riqueza da ciertamente lugar a una variedad de aproximaciones, aunque sin que disminuya su identidad esencial. El aspecto jurídico está intrínsecamente ligado a la esencia del matrimonio. Esto se comprende a la luz de una noción no positivista del derecho, sino considerándola en la óptica de la relacionalidad según justicia.

El derecho a casarse, o ius connubii, debe ser visto en esta perspectiva. Es decir, no se trata de una pretensión subjetiva que deba ser satisfecha por los pastores mediante un mero reconocimiento formal, independientemente del contenido efectivo de la unión. El derecho a contraer matrimonio presupone que se pueda y se pretenda celebrarlo de verdad, y por tanto en la verdad de su esencia así como la enseña la Iglesia. Nadie puede exaltar el derecho a una ceremonia nupcial. El ius connubii, de hecho, se refiere al derecho de celebrar un auténtico matrimonio. No se negaría por tanto, el ius connubii allí donde fuese evidente que no se dan las premisas para su ejercicio, es decir, si faltase gravemente la capacidad requerida para casarse, o bien la voluntad se plantease un objetivo que está en contraste con la realidad natural del matrimonio.

A propósito de esto, quisiera reafirmar cuanto escribí tras el Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía: “Dada la complejidad del contexto cultural en el que vive la Iglesia en muchos países, el Sínodo ha recomendado, además, tener el máximo cuidado pastoral en la formación de los contrayentes y en la verificación previa de sus convicciones sobre los compromisos irrenunciables para la validez del sacramento del Matrimonio. Un serio discernimiento a este respecto podrá evitar que impulsos emotivos o razones superficiales induzcan a dos jóvenes a asumir responsabilidades que después no sabrán honrar (cfr. Propositio 40). Demasiado grande es el bien que la Iglesia y toda la sociedad esperan del matrimonio y de la familia fundada sobre él, para no comprometerse a fondo en este ámbito pastoral específico. Matrimonio y familia son instituciones que deben ser promovidas y defendidas de cualquier posible equívoco sobre su verdad, porque todo daño acarreado a estas constituye de hecho una herida que se produce a la convivencia humana como tal” (Exhort. Ap. Postsinodal Sacramentum caritatis, 22 de febrero de 2007, n. 29: AAS 99 [2007], p. 130).

La preparación al matrimonio, en sus varias fases descritas por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Familiaris onsortio, tiene ciertamente finalidades que trascienden la dimensión jurídica, pues su horizonte está constituido por el bien integral, humano y cristiano, de los cónyuges y de sus futuros hijos (cfr. N. 66: AAS 73 [1981], pp. 159-162), dirigido en definitiva a la santidad de su vida (cfr. CIC, can. 1063, n. 2). No hay que olvidar nunca, con todo, que el objetivo inmediato de esta preparación es el de promover la libre celebración de un verdadero matrimonio, es decir, la constitución de un vínculo de justicia y de amor entre los cónyuges, con las características de la unidad y de la indisolubilidad, ordenado al bien de los cónyuges y a la procreación y educación de la prole, y que entre los bautizados constituye uno de los sacramentos de la Nueva Alianza. Con ello no se dirige a la pareja un mensaje ideológico extrínseco, ni mucho menos se le impone un modelo cultural; al contrario, los novios son puesto en grado de descubrir la verdad de una inclinación natural y de una capacidad de comprometerse que ellos llevan inscritos en su ser relacional hombre-mujer. Es de allí de donde brota el derecho como componente esencial de la relación matrimonial, arraigado en una potencialidad natural de los cónyuges que la donación consensuada actualiza. Razón y fe contribuyen a iluminar esta verdad de vida, debiendo con todo quedar claro que, como enseñó también el Venerable Juan Pablo II, “La Iglesia no rechaza la celebración del matrimonio a quien está bien dispuesto, aunque esté imperfectamente preparado desde el punto de vista sobrenatural, con tal de que tenga la recta intención de casarse según la realidad natural del matrimonio” (Alocución a la Rota Romana, 30 de enero de 2003, n. 8: AAS 95 [2003], p. 397). En esta perspectiva debe ponerse un cuidado particular al acompañamiento del matrimonio tanto remoto, como próximo y como inmediato (cfr Juan Pablo II, Exhort. Ap. Familiaris onsortio, 22 de noviembre de 1981, n. 66: AAS 73 [1981], pp. 159-162)

 

Entre los medios para asegurar que el proyecto de los contrayentes sea realmente conyugal, destaca el examen prematrimonial. Tal examen tiene un objetivo principalmente jurídico: comprobar que nada se oponga a la celebración válida y lícita de las bodas. Jurídico no quiere decir, sin embargo, formalista, como si fuese un trámite burocrático consistente en rellenar un módulo sobre la base de preguntas rituales. Se trata en cambio de una ocasión pastoral única –que se debe valorar con toda la seriedad y la atención que requiere– en la que, a través de un diálogo lleno de respeto y de cordialidad, el pastor intenta ayudar a la persona a ponerse seriamente ante la verdad sobre sí misma y sobre su propia vocación humana y cristiana al matrimonio. En este sentido, el diálogo, siempre llevado de forma separada con cada uno de los dos contrayentes –sin disminuir la conveniencia de otros coloquios con la pareja– requiere un clima de plena sinceridad, en el que se debería subrayar el hecho de que los propios contrayentes son los primeros interesados y los primeros obligados en conciencia a celebrar un matrimonio válido.

De esta forma, con los diversos medios a disposición para una cuidadosa preparación y verificación, se puede llevar a cabo una eficaz acción pastoral dirigida a la prevención de las nulidades matrimoniales. Es necesario trabajar para que se rompa, en la medida de lo posible, el círculo vicioso que a menudo se verifica entre una admisión por descontado al matrimonio, sin una preparación adecuada y un examen serio de los requisitos previstos para su celebración, y una declaración judicial también fácil, pero de signo inverso, en la que el mismo matrimonio es considerado nulo solamente en base a la constatación de su fracaso. Es verdad que no todos los motivos de una eventual declaración de nulidad pueden ser identificados o incluso manifestados en la preparación al matrimonio, pero, igualmente, no sería justo obstaculizar el acceso a las bodas sobre la base de presunciones infundadas, como la de considerar que, a día de hoy, las personas serían generalmente incapaces o tendrían una voluntad sólo aparentemente matrimonial. En esta perspectiva, parece importante que haya una toma de conciencia aún más incisiva sobre la responsabilidad en esta materia de aquellos que tienen cuidado de almas, El derecho canónico en general, y especialmente el matrimonial y procesal, requieren ciertamente una preparación particular, pero el conocimiento de los aspectos básicos y de los inmediatamente prácticos del derecho canónico, relativos a las propias funciones, constituye una exigencia formativa de relevancia primordial para todos los agentes pastorales, en particular para aquellos que actúan en la pastoral familiar.

Todo ello requiere, además, que la actuación de los tribunales eclesiásticos trasmita un mensaje unívoco sobre lo que es esencial en el matrimonio, en sintonía con el Magisterio y la ley canónica, hablando a una sola voz. Ante la necesidad de la unidad de la jurisprudencia, confiada al cuidado de este Tribunal, los demás tribunales eclesiásticos deben adecuarse a la jurisprudencia rotal (cfr. Juan Pablo II, Alocución a la Rota Romana, 17 de enero de 1998, n. 4: AAS 90 [1998], p. 783). Recientemente insistí en la necesidad de juzgar rectamente las causas relativas a la incapacidad consensual (cfr. Alocución a la Rota Romana, 29 de enero de 2009: AAS 101 [2009], pp. 124-128). La cuestión sigue siendo muy actual, y por desgracia aún permanecen posiciones incorrectas, como la de identificar la discreción de juicio requerida para el matrimonio (cfr. CIC, can. 1095, n. 2) con la augurada prudencia en la decisión de casarse, confundiendo así una cuestión de capacidad con otra que no afecta a la validez, pues concierne al grado de sabiduría práctica con la que se ha tomado una decisión que es, con todo, verdaderamente matrimonial. Más grave aún sería el malentendido si se quisiera atribuir eficacia invalidante a las decisiones imprudentes realizadas durante la vida matrimonial.

En el ámbito de las nulidades por la exclusión de los bienes esenciales del matrimonio (cfr. Ibid., can. 1101, § 2) es necesario también un serio compromiso para que los pronunciamientos judiciales reflejen la verdad sobre el matrimonio, la misma que debe iluminar el momento de la admisión a las bodas. Pienso, de modo particular, en la cuestión de la exclusión del bonum coniugum. En relación a tal exclusión parece repetirse el mismo peligro que amenaza la recta aplicación de las normas sobre la incapacidad, es decir, el de buscar motivos de nulidad en comportamientos que no tienen que ver con la constitución del vínculo conyugal sino con su realización en la vida. Es necesario resistir a la tentación de transformar las simples faltas de los esposos en su existencia conyugal en defectos de consenso. La verdadera exclusión puede comprobarse de hecho sólo cuando es afectada la ordenación al bien de los cónyuges (cfr. Ibid., can. 1055, § 1), excluida con un acto positivo de voluntad. Por otro lado son del todo excepcionales los casos en los que falta el reconocimiento del otro como cónyuge, o bien se excluye la ordenación esencial de la comunidad conyugal al bien del otro. La precisión de estas hipótesis de exclusión del bonum coniugum deberá ser atentamente examinada por la jurisprudencia de la Rota Romana.

Al concluir estas reflexiones mías, vuelvo a considerar la relación entre derecho y pastoral. Este es a menudo objeto de malentendidos, a costa del derecho, pero también de la pastoral. Es necesario en cambio favorecer en todos los sectores, y de modo particular en el campo del matrimonio y de la familia, una dinámica de signo opuesto, de armonía profunda entre pastoralidad y juridicidad, que ciertamente se revelará fecunda en el servicio dado a quien se acerca al matrimonio.

Queridos componentes del Tribunal de la Rota Romana, os confío a todos vosotros a la poderosa intercesión de la Beata Virgen María, para que nunca os falte la asistencia divina al llevar a cabo con fidelidad, espíritu de servicio y fruto vuestro trabajo cotidiano, y de buen grado os imparto a todos una especial Bendición Apostólica.

CÓMO LOGRAR QUE NUESTRA PASTORAL MATRIMONIAL   VAYA DE LA MANO CON EL CAMPO JURÍDICO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Existe, en efecto, la mentalidad de que la vida pastoral de la Iglesia debe ir por distintos caminos de la jurídica, y en no pocos casos se considera el derecho de la Iglesia como un obstáculo para la atención pastoral de los fieles.  Contra esta mentalidad alertaba Juan Pablo II en 1990 en su alocución a la Rota Romana, en la que afirmaba: “no es cierto que para ser más pastoral, el derecho deba hacerse menos jurídico”. En el caso de la preparación al matrimonio, esta mentalidad antijuricista se manifiesta en la falta de atención a  las cuestiones canónicas durante los cursos de preparación y en las entrevistas que se suelen tener con los novios. Para otros la preparación al matrimonio (la publicación de las proclamas matrimoniales, el expediente y el curso prematrimonial) serían simples trámites por los que se debe pasar a la ligera para no afectar al ius connubii o derecho natural de los novios a contraer matrimonio.

En contra de esta mentalidad el papa Benedicto XVI ha recordado que el ius connubii no es un derecho formal, como si fuera un derecho a la ceremonia matrimonial. «El ius connubii, de hecho, se refiere al derecho de celebrar un auténtico matrimonio. No se negaría por tanto, el ius connubii allí donde fuese evidente que no se dan las premisas para su ejercicio» (Alocución a la Rota Romana de 2011). Por ello los pastores han de realizar las investigaciones necesarias para asegurar la validez del matrimonio que pretenden celebrar los contrayentes.

Por eso los beneficiarios reales de un sistema eficaz de preparación al matrimonio son los propios contrayentes, los cuales desean contraer un verdadero matrimonio –esa es su petición a la Iglesia– y quedarían defraudados en sus expectativas si se produce una nulidad que se podría haber evitado con una investigación prematrimonial adecuada: si se conoce a tiempo que hay una causa de nulidad muchas veces se puede solucionar el problema antes de la celebración, o si no es posible no llega a celebrarse el matrimonio proyectado. En cualquiera de los dos casos es evidente que los beneficios son para los contrayentes. Como dice Benedicto XVI en la Alocución citada de 2011, «con los diversos medios a disposición para una cuidadosa preparación y verificación, se puede llevar a cabo una eficaz acción pastoral dirigida a la prevención de las nulidades matrimoniales».

Naturalmente estas recomendaciones se deben practicar sin obstaculizar el acceso al matrimonio de aquellos que estén debidamente preparados. El matrimonio es –lo hemos recordado ya­– un derecho de los fieles, el ius connubii, y es misión de los pastores facilitar su actuación, no poner dificultades. No está de más recordar que el canon 1075 § 2 indica que solo la autoridad suprema tiene el derecho de establecer nuevos impedimentos matrimoniales. No sería correcto que se establecieran en la práctica impedimentos distintos de los aprobados, como la asistencia a un consultorio psicológico.

A esta misma conclusión se debe llegar de la falta del expediente matrimonial. No olvidemos que el Código de Derecho Canónico no impone que se realice la investigación previa del matrimonio bajo pena de nulidad, ni autoriza a las Conferencias Episcopales a ordenar que se haga el expediente matrimonial bajo la misma sanción. Por lo tanto si no se realiza el expediente matrimonial o se hace defectuosamente, no tiene mayores consecuencias. No se quiere decir que se debe menospreciar el expediente matrimonial: este tiene un papel clave para la preparación inmediata del matrimonio, y además sería erróneo llegar a esa idea  a la luz de la doctrina del Papa en la Alocución a  la Rota de 2011 que ya hemos comentado. Lo cual por otro lado es consecuencia del principio de seguridad jurídica: ¿qué párroco puede asegurar que ha realizado bien la investigación previa?

Como se comprende, estas recomendaciones del Papa se dirigen más a los párrocos y pastores que a los operadores de los tribunales de la Iglesia. Son los agentes de pastoral los que se dedican directamente a la preparación de los novios, la cual se realiza a través de un plan pastoral más organizado: desde la preparación remota, que comienza incluso en la primera catequesis de los fieles, como en la preparación próxima, durante la edad del noviazgo, como en la preparación inmediata, que es la que hemos tratado hasta ahora. En todas esas etapas los fieles han de aprender los aspectos esenciales del matrimonio a través de charlas y pláticas, de la predicación en homilías, de los consejos en la confesión o en la dirección espiritual.

Para ello es necesario cuidar la formación de los agentes de pastoral en esta materia. Como dijo Benedicto XVI, «el derecho canónico en general, y especialmente el matrimonial y procesal, requieren ciertamente una preparación particular, pero el conocimiento de los aspectos básicos y de los inmediatamente prácticos del derecho canónico, relativos a las propias funciones, constituye una exigencia formativa de relevancia primordial para todos los agentes pastorales, en particular para aquellos que actúan en la pastoral familiar» (Alocución a la Rota Romana de 2011).

Sin embargo, también los operadores de los tribunales tienen cierta responsabilidad en preparación al matrimonio en el cumplimiento de sus funciones, transmitiendo «un mensaje unívoco sobre lo que es esencial en el matrimonio, en sintonía con el Magisterio y la ley canónica, hablando a una sola voz» (Alocución a la Rota Romana de 2011), para lo cual cumple un papel relevante la jurisprudencia de la Rota Romana.

Como se ve, es una tarea que afecta a todos los fieles, pues la verdad sobre la familia y sobre el matrimonio es esencial en la vida de la Iglesia

CÓMO PLANTEAR UNA PASTORAL   QUE DISPONGA PARA EL MATRIMONIO

                “La evangelización, en el futuro, depende en gran parte de la familia doméstica” (JUAN PABLO II, Familiaris bídemio, n. 65, en adelante=FC, repitiendo unas palabras del Discurso a la 111 Asamblea General de los Obispos de América Latina, IV a, 28 de enero de 1979, “ASS” 71 (1979) 204). Estas palabras de la Familiaris bídemio, recogidas en otros documentos magisteriales posteriores (cf. CIC, c. 1063; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1632; Ritual del Matrimonio, 8-34), son suficientes para destacar la importancia y trascendencia de la pastoral del Matrimonio. Una pastoral que se articula en torno a tres ejes: la preparación prematrimonial, la celebración del sacramento y la pastoral postmatrimonial.

  1. Pastoral prematrimonial

b.2.    Casos normales

La pastoral prematrimonial es el conjunto de acciones que se realizan para que un hombre y una mujer se preparen al Matrimonio desde sus primeros balbuceos humanos y cristianos hasta el momento en que se casan en el Señor. Esta preparación –exigida por la naturaleza del sacramento- es hoy más necesaria que nunca, por los profundos cambios socio-culturales y religiosos que han sobrevenido en casi todas las sociedades modernas y que han tenido grandes consecuencias en los comportamientos y en la vida matrimonial, hasta el extremo de haber nacido un nuevo sistema de relación prematrimonial y de conyugalidad.

Según es unánimemente admitido, en la base de muchos fenómenos negativos que caracterizan la actual vida familiar, está la ausencia de dicha preparación; pues los jóvenes, “al no poseer ya los criterios seguros de comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las dificultades” (FC 66) que comporta vivir en Alianza durante un arco tan amplio y complejo como el que forma una existencia compartida desde la juventud hasta la ancianidad. Al contrario, la experiencia confirma que los jóvenes que se han preparado bien para la vida familiar, suelen vivirla mejor que quienes no lo han hecho.

El largo itinerario que conduce al matrimonio comprende tres etapas: una preparación remota, una preparación próxima y una preparación inmediata (este esquema es el que presentan la Familiaris corsortio, n. 66, el Código de Derecho Canónico, c.1063, el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1632, y la segunda edición de Ritual del Matrimonio, de 1990, nn. 12-22). Las tres se articulan e interrelacionan como partes de un todo, pues la preparación al Matrimonio ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y continuo.

b)       Preparación remota. Esta etapa se inicia en la infancia y se prolonga hasta el noviazgo. Tiende al crecimiento humano y cristiano en general, imparte una instrucción básica sobre el significado del matrimonio y las funciones de los esposos y padres, y trasmite la identidad y los valores fundamentales del matrimonio y de la familia cristiana. Un aspecto nuclear de este momento consiste en presentar y hacer descubrir el Matrimonio como una verdadera vocación a la santidad y al apostolado, que son inseparables de la donación de sí mismos a los demás. No obstante, el Matrimonio no debe ser presentado como la única vocación cristiana, sino en el marco de las demás vocaciones, con el fin de que el niño-adolescente contemple “la posibilidad del don total de sí mismo a Dios en la vocación sacerdotal y religiosa” (FC 66). De hecho, la familia cristiana ha sido el semillero más fecundo en el que han nacido, crecido y madurado incontables vocaciones sacerdotales y religiosas y otras formas de entrega a Dios en medio del mundo.

Esta preparación se realiza “con la predicación, con la catequesis adaptada a los pequeños, a los jóvenes y a los adultos, e incluso con los medios de comunicación social” (Ordo celebrandi matrimonium, Editio typica altera, Typis Polyglottis Vaticanis 1990, n. 14) (RM 14-1), con el ejemplo y la educación de los padres y hermanos, y con la vida y ayuda cristiana de la comunidad parroquial y de otras instancias eclesiales. Los responsables de esta preparación son, sobre todo, los padres, los pastores, la parroquia y los educadores cristianos.

b) Preparación próxima. Esta etapa marca el inicio de la preparación específica del Matrimonio y se desarrolla a lo largo del noviazgo, “como un camino catecumenal” (FC 66-5), en el que los novios conocen, con progresiva extensión y hondura, las grandes coordenadas doctrinales del sacramento que va a unir de modo total y para siempre sus vidas, y realizan el correlativo aprendizaje humano y cristiano de las virtudes matrimoniales. Esta preparación ha de posibilitar que los novios tomen conciencia del significado y valor profundo del matrimonio y familia cristianos, renueven su fe y vida cristiana, y descubran si Dios les llama a unirse entre sí en Matrimonio.

La catequesis juega en este momento un papel relevante, pues sin ella sería impensable una celebración y vivencia del sacramento en consonancia con las exigencias morales y espirituales que postula su naturaleza.

El noviazgo constituye el momento fundamental de una preparación matrimonial que sea verdadera y eficaz. Es urgente que la pastoral descubra esta realidad y haga de ella el centro de su programación y acción, aunque la dificultad sea notable, dado el masivo alejamiento de los jóvenes de la práctica religiosa, su cuasicrasa formación religiosa y la muy extendida aceptación, teórica y práctica, de principios y valores opuestos al matrimonio y a la familia. La parroquia debería ofertar a los novios una “escuela catecumenal”, en la que, de modo estable y permanente, se celebrasen reuniones formales e informales, charlas de formación humana y cristiana sobre el matrimonio y la familia, momentos de oración, celebraciones penitenciales, etc., de modo que el noviazgo representase una etapa de verdadera conversión y maduración cristiana en vistas al Matrimonio.

El noviazgo así concebido aparece como un momento fuerte de evangelización, de conversión, de oración y de vida cristiana, enmarcados en un ámbito semejante al catecumenado bautismal, en el que sean leyes importantes las de la gradualidad, progresividad y duración. Visto en esta perspectiva, el noviazgo aparece como una realidad que tiene valor en sí misma, y como un tiempo de crecimiento, responsabilidad y gracia, como un momento privilegiado y prolongado de formación, catequesis, diálogo, oración y caridad. Estas dos últimas dimensiones revisten una importancia especial, dado que la del Matrimonio es una vocación al don permanente y total de sí, imposible de realizar al margen de una vida profunda de oración individual y comunitaria, iluminada por la lectura y meditación de la Palabra de Dios. Más en concreto, los novios han de ser ayudados a que profundicen conjuntamente la experiencia de la Eucaristía.

El crecimiento del amor, en efecto, está indisolublemente unido al misterio de unidad y amor de la Eucaristía, cuyo dinamismo opera la trasformación progresiva de los novios: el Cuerpo y la Sangre de Cristo les cristifica cada vez más y les une con progresiva intimidad, al unirlos a El y, en consecuencia, insertarles en el amor que le llevó a dejarse enclavar en la Cruz. En la mesa del sacrificio descubrirán los novios la culminación de su vida actual y de la vida conyugal que brotará del Matrimonio. De este modo, madurando cada día en su mutuo amor, percibirán la tensión de unirse con Cristo en la Eucaristía, para encontrar en ella el modelo y la fuente de una auténtica comunión, que les dispondrá a la plena donación sacrificial en el Matrimonio.

En este contexto se comprende que el Bendicional contemple el noviazgo de los cristianos como “un acontecimiento singular” que es oportuno “celebrar con algún rito especial y con la oración común, para invocar la bendición divina y llevar a feliz término lo que felizmente comienza” (BENDICIONAL, Bendición de los prometidos, Coeditores litúrgicos 1986, n. 197). Esta bendición no comporta, ciertamente, la santificación automática del noviazgo, pero asume un verdadero valor pedagógico si logra traducir en el signo litúrgico la experiencia de fe y de oración que anima el itinerario de los novios. Esta experiencia sólo es posible si la bendición de los novios da paso a una verdadera liturgia del noviazgo, atenta a los valores del Matrimonio cristiano y a ciertos aspectos típicos de este período.

c) Preparación inmediata. Es la que corresponde a los últimos meses o semanas que preceden a la boda. Durante ella tiene lugar una catequesis más directamente litúrgico-sacramental sobre el Bautismo, la Confirmación, la Penitencia, la Eucaristía y sobre todo el Matrimonio. Este es, en efecto, el momento en el que, realizado el propósito serio de casarse, los novios preparan la celebración del sacramento con el fin de participar en él de modo consciente, activo y fructuoso. La preparación inmediata, necesaria para todos los futuros contrayentes, tiene especial vigencia para quienes, llegado este momento, presentan todavía carencias y dificultades en la doctrina y en la práctica cristiana.

Los contenidos de la catequesis variarán en cada circunstancia, pues dependen de la situación de los contrayentes. Sin embargo, dada la actual ignorancia religiosa, conviene que la catequesis verse sobre los elementos básicos de la doctrina cristiana (símbolo de la fe, mandamientos, sacramentos, oración) y la doctrina fundamental sobre el matrimonio y la familia (El Ritual del Matrimonio, nn. 1-11, y el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1602-1166, son puntos de obligada referencia), haciendo mención expresa de la procreación y educación de los hijos, las propiedades del matrimonio, la castidad conyugal, y la importancia de la familia en la vida eclesial y social. La catequesis debe explicar también todos y cada una de las partes y ritos del sacramento, sobre todo el consentimiento y la bendición nupcial.

Los medios para realizar la preparación inmediata son muy variados. Durante los últimos decenios se han afianzado los “cursillos prematrimoniales” y las “convivencias para novios”. Los cursillos prematrimoniales suelen durar una o dos semanas, en los que sacerdotes, médicos y matrimonios desarrollan varios temas básicos sobre el matrimonio y la familia, en la propia parroquia o de modo interparroquial. No son pocos sus aspectos positivos, pero estos cursillos son insuficientes y, en no pocas ocasiones, se convierten en mero trámite y carecen de realismo y adaptación. Las convivencias de novios consisten en reunir a los ya próximos contrayentes en un determinado lugar, durante varios fines de semana a lo largo de algunos meses, para vivir en común la experiencia de la fe y la preparación al sacramento.

Existe un medio que debería encontrar mucha mayor acogida y que en no pocas ocasiones es casi el único posible. Se trata del encuentro y trato personal con los contrayentes, propiciado por el momento en que los novios entran en contacto con la parroquia para anunciar su boda y el de la realización del llamado “expediente matrimonial”. A pesar de que nuestra época sufra una inflación asamblearia y una llamativa insuficiencia interpersonal, es indudable que sin el trato personal y personalizado, todas las reuniones quedan esclerotizadas y sin alma. Por eso, el párroco —mejor que ninguno de sus colaboradores laicos— ha de entrar en diálogo cordial y verdadero con los novios, huyendo del “compromiso” y la rutina. Este diálogo amistoso facilita el conocimiento de la situación real de los contrayentes, ayuda a superar posibles prejuicios y distancias, tiende puentes para el futuro y cumple una función que no por menos clasificable deja de ser muy eficaz.

Finalmente, el Ritual del Matrimonio pone especial énfasis en esta preparación litúrgica del sacramento. Un aspecto destacado de la misma es la elección de los elementos más acordes con las peculiaridades de los novios y el tenor de la asamblea participante. En concreto, hay que determinar si el matrimonio se celebra dentro o fuera de la misa, cuáles serán las lecturas que se proclamen, cuáles las fórmulas del consentimiento, de la bendición de los anillos, la bendición nupcial, la posibilidad de rito de las arras y otros pormenores. El Ritual prevé la posibilidad de hacerlo junto con los novios. También hay que establecer con ellos el día y hora más adecuados, pero teniendo en cuenta que “en ningún caso se celebrará el Matrimonio el Viernes Santo en la Pasión del Señor ni el Sábado Santo” (RM 32) y que si el elegido es un día “de carácter penitencial, sobre todo en tiempo de Cuaresma” (RM 32), hay que tener en cuenta esa naturaleza peculiar a la hora de expresar el carácter festivo de la celebración (cf. RM 31-32).

1.2. Casos especiales

Además de los que pueden considerarse “casos normales”, la pastoral prematrimonial se encuentra hoy con no pocas situaciones especiales. Tales son, por ejemplo, el de los bautizados no creyentes, el de los bautizados divorciados vueltos a casar civilmente, el de los bautiza-dos divorciados de un matrimonio civil que desean contraer un matrimonio canónico con la misma persona, y el de los católicos que quieren contraer matrimonio canónico con parte no católica o incluso no bautizada.

b)       Bautizados no creyentes. El con-texto secularizado de la sociedad actual ha dado lugar al caso cada día más frecuente de personas que recibieron el Bautismo a los pocos días de su nacimiento, pero que se profesan no creyentes y, no obstante, desean contraer matrimonio en la Iglesia. Este supuesto plantea una notable dificultad pastoral. El matrimonio, en efecto, mientras por una parte exige una situación de fe para su celebración por ser sacramento, por otra es sacramento de una realidad ya existente en la economía de la creación: la misma alianza conyugal instituida al principio por el Creador.

Por este motivo, “la decisión del hombre y de la mujer de casarse según este proyecto divino, es decir, la decisión de comprometer en su respectivo consentimiento conyugal toda su vida en un amor indisoluble y en una fidelidad incondicional, implica realmente –aunque no sea de forma plenamente consciente- una actitud de obediencia profunda a la voluntad de Dios, que no puede darse sin su gracia. Ellos quedan ya insertados en un verdadero camino de salvación, que la celebración del sacramento y la inmediata preparación a la misma pueden completar y llevar a cabo, dada su rectitud de intención” (FC 68,2).

Además, estos novios están ya injertados en la Alianza esponsal de Cristo con la Iglesia gracias al bautismo, por lo que, dada su recta intención, han aceptado el proyecto de Dios sobre el matrimonio y –al menos de modo implícito- acatan todo lo que la Iglesia tiene intención de hacer cuando celebra el matrimonio. Por este motivo, aunque en su petición se mezclen también motivaciones sociales, no hay justificación para un eventual rechazo por parte de los pastores.

La pretensión de introducir ulteriores criterios para admitir al matrimonio eclesial según el grado de fe de quienes están próximos a contraerlo, comporta, entre otros, los riesgos de emitir juicios infundados y discriminatorios, suscitar dudas sobre la validez de matrimonios ya celebrados –con el consiguiente grave daño para la comunidad cristiana e inquietudes in-justificadas para la conciencia de los es-posos-, y contestar o poner en duda la sacramentalidad de muchos matrimonios de hermanos separados, contraviniendo la tradición eclesial.

Sin embargo, puede suceder que los contrayentes rechacen de manera expresa y formal lo que la Iglesia realiza cuando celebra el matrimonio entre bautizados. En tal supuesto, la responsabilidad del pastor de almas exige “no admitirlos a la celebración” (FC 68,5) y “hacer comprender a los interesados que, en tales circunstancias, no es la Iglesia sino ellos mismos quienes impiden la celebración que a pesar de todo piden” (bídem).

b) Varios supuestos. Otros casos especiales son los Matrimonios mixtos –de éstos hablaremos más adelante-, las segundas nupcias y los matrimonios entre personas mayores, sobre todo si ambos ya han estado casados y tienen descendencia.

PREPARACIÓN AL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

Y SU CELEBRACIÓN

Pontificio Consejo Para la Familia

Antecedentes

                Concilio Vaticano II   Gaudium et Spes

                Familiaris Consortio. Juan Pablo II  66

                CIC.  1071, 1072, 1125

                Mateo 19, 4-5

                Evangelium Viate  91

IMPORTANCIA DE LA PREPARACION

AL MATRIMONIO CRISTIANO

9. Punto de partida de un itinerario de preparación al matrimonio ha de ser la convicción de que el pacto conyugal ha sido asumido y elevado por el Señor Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo, a sacramento de la Nueva Alianza. Asocia a los cónyuges al amor oblacional de Cristo Esposo a la Iglesia, su Esposa (cfr. Ef 5, 25-32), haciéndolos imagen y participación de este amor, los convierte en alabanza del Señor y santifica la unión conyugal y la vida de los cristianos que lo celebran, dando origen a la familia cristiana, iglesia doméstica y « primera y vital célula de la sociedad » (Apostolicam Actuositatem, 11) y « santuario de la vida » (EV 92 y también n. 6, 88, 94). Por tanto, el sacramento se celebra y vive en el corazón de la Nueva Alianza, es decir, en el misterio pascual. Es Cristo, Esposo en medio de los suyos (cfr. Gratissimam Sane, 18; Mt 9,15) la verdadera fuente de todas las energías. Los matrimonios y las familias cristianas por tanto no están aislados ni abandonados.

Para los cristianos el matrimonio, que tiene su origen en Dios creador, implica además una verdadera vocación a un estado y vida de gracia particulares. Para llevar a su madurez esta vocación, se requiere una preparación adecuada y especial, y un camino de fe y amor específico, tanto más que dicha vocación se otorga a la pareja para bien de la Iglesia y de la sociedad. Y ello, con todo el significado y la fuerza de un compromiso público, hecho ante Dios y ante la sociedad, que va más allá de los límites individuales.

10. En cuanto comunidad de vida y amor, sea como institución divina natural o como sacramento, el matrimonio no obstante las dificultades presentes, sigue conservando en sí una fuente de energías formidables (cfr. FC 43), y con el testimonio de los esposos puede ser Buena Nueva y contribuir eficazmente a la nueva evangelización y asegurar el futuro de la sociedad. Pero es preciso descubrir estas energías, apreciarlas y valorarlas por parte de los mismos esposos y de la comunidad eclesial en la fase precedente a la celebración del matrimonio; y en esto consiste su preparación.

Hay gran número de diócesis en el mundo dedicadas a descubrir formas de preparación al matrimonio cada vez más adecuadas. Muchas son las experiencias positivas transmitidas a este Pontificio Consejo para la Familia, que se van consolidando y constituirán una valiosa ayuda, si son conocidas y valoradas por las Conferencias Episcopales y por cada Obispo en la pastoral de las Iglesias locales.

Lo que aquí se llama Preparación abarca un proceso amplio y exigente de educación a la vida conyugal que ha de ser considerada en el conjunto de sus valores. Por ello, si se tiene en cuenta el momento psicológico y cultural actual, la preparación al matrimonio es una necesidad apremiante. De hecho, consiste en educar al respeto y custodia de la vida que en el Santuario de las familias debe convertirse en auténtica y propia cultura de la vida humana en todas sus manifestaciones y fases para quienes forman parte del pueblo de la vida y para la vida (cfr. EV 6, 78, 105). La misma realidad del matrimonio es tan rica que requiere un proceso de sensibilización en primer lugar para que los novios sientan necesidad de prepararse. Por tanto, oriente la pastoral familiar sus mejores esfuerzos a cualificar dicha preparación recurriendo también a las aportaciones de la pedagogía y psicología de sana orientación.

En otro documento publicado hace poco (8 de diciembre, 1995) por el Pontificio Consejo para la Familia y titulado Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia, el mismo Consejo sale al encuentro de las familias en su tarea de formación de los hijos a la sexualidad.

11. Y, en fin, la preocupación de la Iglesia por este tema se ha hecho más insistente por las actuales circunstancias (a que se ha aludido más arriba) en las que, por una parte, se constata una cierta recuperación de los valores y aspectos más importantes del matrimonio y la familia, y se reconoce que están floreciendo testimonios gozosos de innumerables cónyuges y familias cristianas. Por otro lado, aumenta el número de los que ignoran o rechazan las riquezas del matrimonio con un tipo de desconfianza que llega a dudar o rechazar sus bienes y valores (cfr. GS 48). Alarmados, observamos que hoy se difunde una « cultura » o mentalidad de desconfianza respecto de la familia como valor necesario para los esposos, los hijos y la sociedad. Hay comportamientos y disposiciones contemplados en las legislaciones, que no ayudan a la familia fundada sobre el matrimonio y hasta le niegan sus derechos. En efecto, se va extendiendo una atmósfera de secularización en distintas partes del mundo que afecta especialmente a los jóvenes y los somete a un ambiente de secularismo en el que terminan por perder el sentido de Dios y, en consecuencia, se pierde asimismo el significado profundo del amor esponsal y de la familia. ?Acaso no es negar la verdad de Dios cerrar la misma fuente y manantial de este misterio íntimo? (cfr. GS 22). En sus diversas formas, la negación de Dios lleva con frecuencia el rechazo de las instituciones y estructuras que forman parte del designio de

Dios que comenzó a concretarse ya desde la Creación (cfr. Mt 19, 3ss). Así, todo es considerado como fruto de la voluntad humana yo de acuerdos que pueden variar.

12. En los países donde el proceso de descristianización está más extendido, se evidencia una preocupante crisis de valores morales y, en particular, la pérdida de identidad del matrimonio y de la familia cristiana y por tanto del mismo significado del noviazgo. A estas pérdidas se añade la crisis de valores en el seno de la familia, a la que contribuye un clima de permisividad difundida, incluso legal. Esto lo incentivan no poco los medios de comunicación social que exhiben modelos contrarios como si fueran verdaderos valores. Se teje así un entramado aparentemente cultural que se ofrece a las nuevas generaciones como alternativo del concepto de vida conyugal y matrimonio, de su valor sacramental y de sus vinculaciones con la Iglesia.

Fenómenos que confirman estas realidades y refuerzan dicha cultura se unen a nuevos estilos de vida que quitan valor a las dimensiones humanas de los contrayentes con desastrosas consecuencias para la familia. Entre ellos se recuerdan aquí el permisivismo sexual, la disminución del número de matrimonios o el atrasarse éstos continuamente, el aumento de los divorcios, la mentalidad contraceptiva, la difusión del aborto voluntario, el vacío espiritual y la insatisfacción profunda que contribuyen a la propagación de la droga, el alcoholismo, la violencia y el suicidio entre los mismos jóvenes y adolescentes.

En otras partes del mundo, las situaciones de subdesarrollo hasta la extrema pobreza y la miseria, así como la presencia de elementos culturales adversos o extraños a la óptica cristiana, hacen difícil y precaria la estabilidad misma de la familia y la formación de una educación profunda al amor cristiano.

13. A agravar la situación contribuyen las leyes permisivas que con gran fuerza forjan una mentalidad que hiere a las familias (cfr. EV 59) en cuestiones como el divorcio, aborto y libertad sexual. Muchos medios de comunicación1 difunden, y colaboran en su arraigo, un clima de permisividad formando un entramado que impide a los jóvenes el crecimiento normal en la fe cristiana, la vinculación con la Iglesia y el descubrimiento del valor sacramental del matrimonio y de las exigencias que derivan de su celebración. Es verdad que siempre ha sido necesaria la educación al matrimonio, pero antes la cultura cristiana consentía una orientación y asimilación más fáciles. Hoy esto es con frecuencia más laborioso y urgente.

14. Por todas estas razones, en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, que recoge los frutos del Sínodo sobre la Familia de 1980, Su Santidad Juan Pablo II indica que « es más necesaria que nunca la preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar » (FC 66) y urge a « promover programas mejores y más intensos de preparación al matrimonio, para eliminar lo más posible las dificultades en que se debaten tantos matrimonios y, más aún, para favorecer positivamente el nacimiento y maduración de matrimonios logrados » (Ibíd.).

En la misma dirección y a fin de responder de modo orgánico a las amenazas y exigencias del momento presente, resulta oportuno que las Conferencias Episcopales se apresuren a publicar « un Directorio para la pastoral de la familia » (ibíd.). En esto Directorio se descubren e indican los elementos considerados necesarios para una pastoral más incisiva que tienda a recuperar la identidad cristiana del matrimonio y de la familia, para que ésta llegue a ser comunidad de personas al servicio de la vida humana y de la fe, célula primera y vital de la sociedad, comunidad creyente y evangelizadora, verdadera « Iglesia doméstica, centro de comunión y servicio eclesial » (ibíd.), « llamada a anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida » (EV 92 y también 28, 78, 79, 105).

15. Dada la importancia del tema y habiendo tomado en consideración las iniciativas varias en esta dirección de tantas Conferencias Episcopales y muchos Obispos diocesanos, el Pontificio Consejo para la Familia invita a proseguir con especial empeño en este servicio pastoral. Ellos han aportado un material útil para contribuir a la preparación del matrimonio y al acompañamiento de la vida familiar. En continuidad con las indicaciones de la Sede Apostólica, el Pontificio Consejo ofrece estas notas de reflexión relativas exclusivamente a una parte del Directorio ya citado, la parte referente a la preparación al sacramento del Matrimonio. Dichas notas pueden servir para delinear mejor y desarrollar los aspectos necesarios de la preparación al matrimonio y a la vida de la familia cristiana.

16. La Palabra de Dios, viva en la tradición de la Iglesia y profundizada por el Magisterio, subraya que para los esposos cristianos el matrimonio supone la respuesta a la vocación de Dios y la aceptación de la misión de ser signo del amor de Dios para con todos los miembros de la familia humana, por ser participación en la alianza definitiva de Cristo con su Iglesia. Por esto los esposos llegan a ser cooperadores del Creador y Salvador en el don del amor y de la vida. De modo que la preparación al matrimonio cristiano puede calificarse de itinerario de fe que no termina con la celebración del matrimonio sino que continua en toda la vida familiar; así que nuestra prospectiva no se cierra en el matrimonio como acto, en el momento de la celebración sino como estado permanente. También por esto la preparación es « ocasión privilegiada para que los novios vuelvan a describrir y profundicen la fe recibida en el Bautismo y alimentada con la educación cristiana. De esta manera reconocen y acogen libremente la vocación a vivir el seguimiento de Cristo y el servicio al Reino de Dios en el estado matrimonial » (FC 51).

Los Obispos conocen la necesidad urgente e indispensable de proponer y estructurar itinerarios de formación específica en el cuadro de un proceso de formación cristiana gradual y continuo (cfr. OCM 15). Por tanto, no será inútil recordar que la verdadera preparación está orientada a la celebración consciente y libre del sacramento del Matrimonio. Pero esta celebración es fuente y expresión de implicaciones más comprometidas y permanentes.

17. De la experiencia de muchos pastores y educadores resulta que el tiempo del noviazgo puede ser momento de descubrimiento recíproco, pero también de profundización en la fe y consiguientemente de dones sobrenaturales especiales para la espiritualidad personal e interpersonal; por desgracia, para muchos esta etapa destinada a la maduración humana y cristiana, puede verse alterada por el uso irresponsable de la sexualidad, el cual no ayuda a la maduración del amor esponsal. De hecho, algunos llegan hasta una especie de apología de las relaciones prematrimoniales.

El feliz éxito de la profundización en la fe de los novios está condicionado también por su formación anterior. Por otra parte, el modo en que se vive este periodo influirá ciertamente en la vida futura de los cónyuges y de la familia. De aquí la importancia decisiva de la ayuda que las familias respectivas y toda la comunidad eclesial presten a los novios. Es también fruto de oración; a este propósito es significativa la bendición de los novios incluida en el De benedictionibus (n. 195-214), donde se recuerdan los símbolos de este compromiso inicial: el anillo, el intercambio de dones y otros usos (n. 209-210). En todo caso es preciso reconocer el espesor humano del noviazgo y así rescatarlo de cualquier enfoque banal.

Por consiguiente, tanto la riqueza del matrimonio y del sacramento del Matrimonio, como el decisivo relieve que asume el período del noviazgo (frecuentemente prolongado hoy varios años, con las dificultades de vario género que tal situación acarrea), son razones que reclaman solidez particular en esta formación.

18. De ello se sigue que la programación diocesana y la parroquial (con planes pastorales que privilegien la pastoral familiar enriquecedora del conjunto de la vida eclesial) supone que la tarea formativa encuentre un espacio adecuado para su desarrollo y que entre las diócesis y en los ámbitos de las Conferencias Episcopales, las mejores experiencias se puedan comprobar e intercambiar pastoralmente. Por eso resulta importante también conocer las formas de catequesis y educación ofrecidas a los adolescentes sobre los distintos tipos de vocaciones y el amor cristiano, los itinerarios elaborados para los novios, las modalidades con que se insertan en dicha formación las parejas de esposos más maduros en la fe y las experiencias mejores encaminadas a crear un clima espiritual y cultural idóneo para los jóvenes que se preparan al matrimonio.

19. Según cuanto se recuerda también en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, en el proceso de formación hay que distinguir tres etapas o momentos principales de la preparación al matrimonio: remota, próxima e inmediata.

Se alcanzarán las metas particulares de cada etapa si los novios llegan a conocer los contenidos teológico-litúrgicos principales que jalonan las varias fases de la preparación, además de las cualidades humanas fundamentales y las verdades básicas de la fe. Y así con su esfuerzo por adecuar la vida a estos valores, los novios conseguirán la auténtica formación que les disponga a la vida de cónyuges.

20. La preparación al matrimonio ha de encuadrarse en la urgencia de evangelizar la cultura — impregnándola en sus raíces (cfr. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 19) — en todo lo referente a la institución del matrimonio: hacer penetrar el espíritu cristiano en las mentes y en los comportamientos, en las leyes y en las estructuras de la comunidad donde viven los cristianos (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2105). Dicha preparación, implícita o explícita, constituye un aspecto de la evangelización, hasta el punto de poder penetrar la fuerza de la afirmación del Santo Padre: « La familia es el corazón de la Nueva Evangelización » (...) La misma preparación « es tarea que corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir la vida, siendo cada vez más conscientes del significado de la procreación, como acontecimiento privilegiado en el cual se manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser a su vez dado » (EV 92).

Como fundamento de la familia, el matrimonio derrama sobre la sociedad, además de los valores religiosos, abundantes bienes y valores que aseguran la solidaridad, el respeto, la justicia y el perdón en las relaciones personales y colectivas. A su vez, la familia fundada sobre el matrimonio, espera de la sociedad que « sea reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social » (Gratissimam Sane, 17) y así llegar a ser « corazón de la civilización del amor » (ibíd. 13).

Toda la diócesis debe estar comprometida en esta tarea y ofrecer el apoyo debido. El ideal sería crear una Comisión diocesana para la preparación al matrimonio, integrada por un grupo para la pastoral familiar de parejas de esposos con experiencia parroquial, por movimientos, por expertos.

Sería misión de esta Comisión diocesana la formación, acompañamiento y coordinación, en colaboración con otros centros dedicados a este servicio a distintos niveles. A su vez la Comisión debería comprender una red de equipos de laicos elegidos que colaboren en la preparación en sentido amplio y no sólo en los cursos. Debería servirse de la ayuda de un coordinador, normalmente sacerdote, en nombre del Obispo. Si la coordinación se confía a un laico o a un matrimonio, sería oportuna la asesoría de un sacerdote.

Todo ello ha de entrar en el ámbito organizativo de la diócesis, con sus estructuras correspondientes, como zonas a cuyo frente esté un Vicario Episcopal y los vicarios foráneos.

II

ETAPAS O PERIODOS DE LA PREPARACIÓN

21. Las etapas o momentos en cuestión no están definidas rígidamente. De hecho no pueden fijarse ni en relación con la edad del destinatario, ni respecto de la duración. Pero es útil conocerlas en cuanto itinerarios e instrumentos de trabajo, sobre todo por los contenidos que hay que transmitir. Se estructuran en preparación remota, próxima e inmediata.

A. Preparación remota

22. La preparación remota abarca la infancia, la niñez y la adolescencia, y tiene lugar sobre todo en la familia y también en la escuela y grupos de formación, valiosas ayudas de aquélla. Es el período en el que se transmite y como que se graba la estima de todo valor humano auténtico, tanto en las relaciones interpersonales como en las sociales, con cuanto comporta para la formación del carácter, el dominio propio y la estima de sí mismo, el uso recto de las inclinaciones y el respeto a las personas también del otro sexo. Se requiere, además, sobre todo para el cristiano, una sólida formación espiritual y catequética (cfr. FC 66).

23. En la Carta a las Familias Gratissimam Sane, Juan Pablo II recuerda dos verdades fundamentales de la tarea educativa: « la primera es que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo » (n. 16). Por tanto, la educación de los niños comienza antes del nacimiento en el ambiente en que la nueva vida del que va a nacer es esperada y acogida, especialmente con el diálogo de amor de la madre con su criatura (cfr. ibíd., 16); y prosigue durante la infancia, dado que la educación es « ante todo una "dádiva" de humanidad por parte de ambos padres: ellos comunican juntos su humanidad madura al recién nacido » (ibíd.). « En la procreación de una nueva vida los padres descubren que el hijo, si es fruto de su recíproca donación de amor, es a su vez un don para ambos: un don que brota del don » (EV 92).

En su significado integral, la educación cristiana, que implica la transmisión y enraizamiento de los valores humanos y cristianos — como afirma el Concilio Vaticano II — « no persigue solamente la madurez de la persona humana, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don recibido de la fe, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación... formándose para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad » (Gravissimum Educationis, 2).

24. Tampoco puede faltar en este período la educación leal y valiente a la castidad, al amor como don de sí. La castidad no es mortificación del amor, sino condición de amor auténtico. En efecto, si la vocación al amor conyugal es vocación a la entrega de sí en el matrimonio, es preciso llegar a poseerse a si mismos para poderse entregar de verdad.

A este respecto es importante la educación sexual recibida de los padres en los primeros años de la niñez y la adolescencia, como lo indica el documento de este Pontificio Consejo para la Familia ya citado en el n. 10.

25. En esta etapa o momento de preparación remota hay que lograr objetivos específicos. Sin pretender hacer un elenco exhaustivo, a modo de indicación, se recuerda que dicha preparación deberá llegar a la meta, de que cada fiel llamado al matrimonio, comprenda a fondo que a la luz del amor de Dios, el amor humano asume un papel central en la ética cristiana. De hecho, la vida humana como vocación-misión está llamada al amor, el cual tiene su fuente y su fin en Dios, « sin excluir la posibilidad del don total de sí mismo a Dios en la vocación a la vida sacerdotal o religiosa » (FC 66). En este sentido es preciso recordar que la preparación remota, aún cuando se centra en contenidos doctrinales de carácter antropológico, va colocada en la prospectiva del matrimonio donde el amor humano llega a ser participación, además de signo, del amor entre Cristo y la Iglesia. Por consiguiente, el amor conyugal hace presente entre los hombres el mismo amor divino hecho visible en la redención. El paso o conversión desde un nivel de fe más bien exterior y vago, propio de muchos jóvenes, al descubrimiento del « misterio cristiano », es un paso esencial y decisivo: una fe que implica la comunión de Gracia y amor con Cristo Resucitado.

26. La preparación remota habrá alcanzado sus metas principales si ha permitido a asimilar los fundamentos para adquirir, gradualmente, los parámetros de un recto juicio sobre la jerarquía de los valores necesaria para elegir lo mejor que ofrece la sociedad, según el consejo de San Pablo: « Examinadlo todo y quedaos con lo bueno » (1 Tes 5, 21). No hay que olvidar tampoco que con la gracia de Dios, el amor se sana, refuerza e intensifica a través también de los necesarios valores unidos a la donación, al sacrificio, a la renuncia y a la abnegación. Ya desde esta fase de la formación, la ayuda pastoral ha de encaminarse a que la fe dirija el comportamiento moral. Un tal estilo de vida cristiana encuentra estímulo, apoyo y consistencia en el ejemplo de los padres, que se transforma así en verdadero testimonio para los futuros esposos.

27. Esta preparación no perderá de vista el hecho importantísimo de ayudar a los jóvenes a adquirir capacidad crítica ante el ambiente y a tener la valentía cristiana de quien sabe que está en el mundo sin ser del mundo. En este sentido leemos en la Carta a Diogneto, venerable documento de la primera época cristiana y de reconocida autenticidad: « Los cristianos no se diferencian de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres... pero dan muestras de peculiar conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente... Se casan como todos, como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne » (V, 1, 4, 6, 7). La formación habrá de conseguir una mentalidad y una personalidad capaces de no dejarse arrastrar por ideas contrarias a la unidad y estabilidad del matrimonio, y así poder reaccionar contra las estructuras del llamado pecado social que « repercute con mayor o menor vehemencia, con mayor o menor daño, en toda la urdimbre eclesial y en la entera familia humana » (Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia, 16). Precisamente por estos influjos de pecado y ante las muchas presiones sociales, debe fortalecerse la conciencia crítica.

28. El estilo cristiano de vida de que dan testimonio los hogares cristianos, es ya una evangelización, es la base de la preparación remota. En efecto, otra meta consiste en la presentación de la misión educativa de los propios padres. Pues en la familia, iglesia doméstica, los padres cristianos son los primeros testimonios y formadores de los hijos, tanto en el crecimiento de la « fe-esperanza-caridad » como en la configuración de la vocación propia de cada uno. « Los padres son los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres » (Gratissimam Sane, 16). A este propósito también los padres necesitan ayudas oportunas y adecuadas.

29. Entre estas ayudas se ha de incluir, ante todo, la parroquia como lugar de formación eclesial cristiana; en ella se aprende el estilo de convivencia comunitaria (cfr. Sacrosanctum Concilium, 42). No hay que olvidar tampoco la escuela, las otras instituciones educativas, los movimientos, los grupos, las asociaciones católicas y, claro está, aquellas de las mismas familias cristianas.

Tienen incidencia particular en el proceso educativ de los jóvenes, los medios de comunicación de masas, que deberían colaborar positivamente en la misión de la familia en la sociedad, en lugar de obstaculizarla.

30. Por este proceso educativo deben interesarse a fondo los catequistas, los animadores de pastoral juvenil y vocacional, y en especial los pastores, que aprovecharán la ocasión de las homilías en las celebraciones litúrgicas, y en otras formas de evangelización, de encuentros personales, de itinerarios de compromiso cristiano, para subrayar y evidenciar los puntos que contribuyen a la preparación orientada a un posible matrimonio (cfr. OCM 14).

31. Por tanto, es preciso « inventar » modalidades de formación permanente de los adolescentes en el período anterior al noviazgo como continuación de las etapas de la iniciación cristiana; aquí es sumamente útil el intercambio de las experiencias más pertinentes. Unidas en las parroquias, en las instituciones, en diversas formas de asociación, las familias contribuyen a crear una atmósfera social donde el amor responsable sea sano; y donde esté contaminado por la pornografía, por ejemplo, sean capaces de reaccionar en fuerza del derecho de la familia. Todo ello forma parte de una « ecología humana » (cfr. Centesimus Annus, 38).

B. Preparación próxima

32. La preparación próxima tiene lugar en el tiempo del noviazgo. Se estructura en cursos específicos y se la distingue de la inmediata que, habitualmente, se concentra en los últimos encuentros entre los novios y agentes pastorales, antes de la celebración del sacramento. Es oportuno que, durante la preparación próxima, se ofrezca la posibilidad de verificar la madurez de los valores humanos propios de la relación de amistad y diálogo que caracterizan el noviazgo. En vista del nuevo estado de vida que tendrán como matrimonio, ofrézcaseles la oportunidad de profundizar la vida de fe, en especial en lo referente al conocimiento de la sacramentalidad de la Iglesia. Esta es una importante etapa de evangelización, en la que, la fe ha de incidir en la dimensión personal y comunitaria, tanto de los novios personalmente cuanto de sus familias. En esta profundización se podrán también percibir las posibles dificultades para vivir una auténtica vida cristiana.

33. El período de esta preparación coincidie, en general, con la época de la juventud; por tanto, se presupone cuanto es propio de la pastoral juvenil propiamente dicha, que se ocupa del crecimiento integral del fiel cristiano. La pastoral juvenil no es separable del ámbito de la familia como si los jóvenes formasen una especie de « clase social » disgregada e independiente. Dicha pastoral debe reforzar el sentido social de los jóvenes, primeramente con los miembros de la propia familia, orientando sus valores hacia la futura familia que habrán de formar. Previamente se les habrá ayudado a discernir su vocación con su esfuerzo personal y con la ayuda de la comunidad, en especial de los pastores. Y esto ha de iniciarse incluso antes del noviazgo. Cuando la vocación se concreta en el matrimonio, estará sostenida por la gracia, en primer lugar, y también por una adecuada preparación. Dicha pastoral juvenil tendrá presente asimismo que, por dificultades de distinto tipo como la « adolescencia prolongada » y una más larga permanencia en la familia de origen (fenómeno nuevo y preocupante), el compromiso matrimonial de los jóvenes de hoy se retrasa excesivamente en no pocos casos.

34. La preparación próxima habrá de apoyarse ante todo en una catequesis alimentada por la escucha de la Palabra de Dios e interpretada con la guía del Magisterio de la Iglesia, para que comprendan la fe con mayor plenitud y la testimonien en la vida concreta. La enseñanza deberá ofrecerse en el contexto de una comunidad de fe entre familias que según sus carismas y funciones toman parte y colaboran — sobre todo en el ámbito de la parroquia — en la formación de los jóvenes, extendiendo su influjo a otros grupos sociales.

35. Se habrá de instruir a los novios acerca de las exigencias naturales vinculadas a la relación interpersonal hombre-mujer en el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia: el conocimiento consciente de la libertad del consentimiento como fundamento de su unión, la unidad e indisolubilidad del matrimonio, la recta concepción de la paternidad-maternidad responsable, los aspectos humanos de la sexualidad conyugal, el acto conyugal con sus exigencias y finalidades, la sana educación de los hijos. Todo ello dirigido al conocimiento de la verdad moral y a la formación de la conciencia personal.

La preparación próxima deberá cerciorarse de si los novios poseen los elementos básicos de carácter psicológico, pedagógico, legal y médico relacionados con el matrimonio y la familia. Sin embargo, sobre todo por lo que respecta a la donación total y la procreación responsable, la formación teológica y moral deberá ser objeto de profundización especial. Y es que el amor conyugal es un amor total, exclusivo, fiel y fecundo (cfr. Humanae Vitae, 9).

Hoy en día está plenamente reconocida la base científica2 de los métodos naturales de regulación de la fecundidad. Es útil conocerlos; cuando hay causas justas, su empleo no debe reducirse a una mera técnica de comportamiento, sino que ha de encuadrarse en la pedagogía y en el proceso de crecimiento del amor (cfr. EV 97). De este modo la virtud de la castidad entre los cónyuges lleva a vivir la continencia periódica (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2366-2371).

Esta preparación deberá también garantizar que los novios cristianos tengan ideas claras y un sincero « sentire cum Ecclesia » sobre el mismo matrimonio, las funciones proprias de hombre y mujer en la pareja, en la familia y en la sociedad, sobre la sexualidad y la apertura hacia los otros.

36. Es obvio, asimismo, que se habrá de ayudar a los jóvenes a tomar conciencia de posibles carencias psicológicas yo afectivas, sobre todo de la incapacidad de abrirse a los demás y de formas de egoísmo que pueden vanalizar el compromiso total de su donación. Dicha ayuda conducirá también a descubrir las potencialidades y exigencias de crecimiento humano y cristiano de su existencia. Por ello, los responsables se preocuparán igualmente de formar sólidamente la conciencia moral de los novios, a fin de que estén preparados a la elección libre y definitiva del matrimonio que se expresará en el consentimiento intercambiado mutuamente ante la Iglesia con el pacto conyugal

37. Durante este momento del itinerario serán convenientes frecuentes encuentros en un clima de diálogo, amistad y oración, con la participación de pastores y catequistas. Estos deberán subrayar que « la familia celebra el Evangelio de la vida con la oración cotidiana, individual y familiar: con ella alaba y da gracias al Señor por el don de la vida e implora luz y fuerza para afrontar los momentos de dificultad y de sufrimiento, sin perder nunca la esperanza » (EV 93). Además, las parejas de esposos cristianos comprometidas apostólicamente, con una óptica de sano optimismo cristiano, pueden contribuir a realzar cada vez más la vida cristiana en el contexto de la vocación al matrimonio y en la complementariedad de todas las vocaciones. Por consiguiente, no será éste un tiempo sólo de profundización teórica, sino tambien un camino de formación en el que, con la ayuda de la gracia y la huida de toda forma de pecado, los novios se preparen a donarse como pareja a Cristo que sostiene, purifica y ennoblece el noviazgo y la vida conyugal. Así adquiere pleno sentido la castidad prematrimonial y descalifica las convivencias previas, las relaciones prematrimoniales y otras expresiones como el mariage coutumier en el proceso del crecimiento del amor.

38. Según los sanos principios pedagógicos de la gradualidad y globalidad del crecimiento de la persona, la preparación próxima no debe descuidar la formación para las tareas sociales y eclesiales propias de aquellos que deberán dar con su matrimonio comienzo a nuevas familias. No se ha de concebir la intimidad familiar como intimismo cerrado en sí mismo, sino como capacidad de interiorizar las riquezas humanas y cristianas insertadas en la vida matrimonial, con vistas a una donación cada vez mayor a los otros. Por tanto, la vida conyugal y familiar exige de los cónyuges, según un concepto abierto de la familia, que se reconozcan como sujetos con derechos y también con deberes respecto de la sociedad y de la Iglesia. En relación con esto será muy útil invitar a leer y a reflexionar sobre los siguientes documentos de la Iglesia que son una fuente densa y alentadora de sabiduría humana y cristiana: la Familiaris Consortio, la Carta a las Familias Gratissimam Sane, la Carta de los Derechos de la Familia, la Evangelium Vitae y otros.

39. De este modo la preparación próxima de los jóvenes dará a conocer que el compromiso que asumirán con el intercambio del consentimiento « ante a la Iglesia », exige ya en el tiempo del noviazgo que inicien un camino de fidelidad mutua, abandonando eventuales prácticas contrarias. Este compromiso humano será enriquecido por los dones específicos que el Espíritu Santo concede a los novios que le invocan.

40. Como el amor cristiano es purificado, perfeccionado y elevado por el amor de Cristo a la Iglesia (cfr. GS 49), los novios han de imitar este modelo creciendo en la conciencia de la donación, relacionada siempre con el respeto mutuo y la renuncia propia que ayudan a crecer en aquel. La entrega recíproca, por tanto, comprende cada vez más el intercambio de dones espirituales y de apoyo moral para un crecimiento en el amor y la responsabilidad. « La entrega de la persona exige por su naturaleza, que sea duradera e irrevocable. La indisolubilidad del matrimonio deriva primariamente de la esencia de esa entrega: entrega de la persona a la persona. En este entregarse recíproco se manifiesta el carácter esponsal del amor » (Gratissimam Sane, 11).

41. La espiritualidad esponsal, incluyendo la experiencia humana, nunca separada de la vida moral, tiene su raíz en el Bautismo y en la Confirmación. Por consiguiente, el itinerario de preparación de los novios deberá procurar la recuperación de los dinamismos sacramentales con un particular papel de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. El sacramento de la Reconciliación ensalza la misericordia divina hacia la miseria humana y acrece la vitalidad bautismal y los dinamismos propios de la confirmación. De aquí el potenciamiento de la pedagogía del amor redimido que lleva a descubrir con estupor la grandeza de la misericordia de Dios ante el drama del hombre, creado por Dios y redimido de modo todavía más admirable. Celebrando el memorial de la donación de Cristo a la Iglesia, la Eucaristía desarrolla el amor afectivo propio del matrimonio en la donación cotidiana al cónyuge y a los hijos, sin olvidar ni desatender que « la celebración que da significado a cualquier otra forma de oración y de culto es la que se expresa en la vida cotidiana de la familia, si es una vida hecha de amor y entrega » (EV 93).

42. Para esta preparación tan variada y armónica, es preciso encontrar y formar debidamente encargados « ad hoc ». Por tanto será oportuno crear un grupo, con niveles diferentes, de agentes conscientes de esta misión de la Iglesia, constituído especialmente por parejas de esposos cristianos entre los que no han de faltar, si es posible, expertos en medicina, derecho y psicología, con un sacerdote, a fin de que estén debidamente preparados para realizar dicha misión.

43. Por todo ello, los colaboradores y responsables han de ser personas de doctrina segura y de fidelidad indiscutible al Magisterio de la Iglesia de modo que con conocimiento suficiente y profundo y con el testimonio de la vida, puedan transmitir las verdades de la fe y las responsabilidades vinculadas al matrimonio. Es evidente que estos agentes pastorales, en cuanto educadores, deberán poseer también capacidad de acogida de los novios sea cual fuere su origen socio-cultural, su formación intelectual y sus capacidades concretas. Además su testimonio de vida fiel y de gozosa donación, es condición indispensable para cumplir su misión. A partir de estas experiencias de vida y de sus problemas humanos comenzarán a iluminar a los futuros esposos con la sabiduría cristiana.

44. Ello implica un adecuado programa de formación de agentes. Dicha preparación, dirigida a los formadores, los capacitará para exponer, con clara adhesión al Magisterio de la Iglesia, con idónea metodología y con sensibilidad pastoral, las líneas fundamentales de la preparación al matrimonio de que hemos hablado, y a aportar también su contribución específica, según su competencia, a la preparación inmediata citada en los números 50-59. Los agentes deberían recibir su formación en apropriados Institutos Pastorales y ser elegidos cuidadosamente por el Obispo.

45. El resultado final de este período de preparación próxima consistirá en el conocimiento claro de las notas esenciales del matrimonio cristiano: unidad, fidelidad, indisolubilidad, fecundidad; la conciencia de fe sobre la prioridad de la Gracia sacramental, que asocia a los esposos como sujetos y ministros del sacramento al Amor de Cristo Esposo de la Iglesia; la disponibilidad para vivir la misión propia de las familias en el campo educativo social y eclesial.

46. Como recuerda la Familiaris Consortio, el itinerario formativo de los jóvenes novios deberá incluir: la profundización de la fe personal y el descubrimiento de los valores de los sacramentos y la experiencia de oración; la preparación específica a la vida en pareja « que, presentando el matrimonio como una relación interpersonal del hombre y de la mujer a desarrollarse continuamente, estimule a profundizar en los problemas de la sexualidad conyugal y de la paternidad responsable, con los conocimientos médico-biológicos esenciales que están en conexión con ella y los encamine a la familiaridad con rectos métodos de educación de los hijos, favoreciendo la adquisición de los elementos de base para una ordenada conducción de la familia » (FC 66); la « preparación al apostolado familiar, a la fraternidad y colaboración con las demás familias, a la inserción activa en grupos, asociaciones, movimientos e iniciativas que tienen como finalidad el bien humano y cristiano de la familia » (ibíd.).

Además, ayúdese previamente a los futuros esposos de modo que luego puedan mantener y cultivar el amor conyugal, la comunicación interpersonal-conyugal, las virtudes y dificultades de la vida conyugal y cómo superar las inevitables « crisis » conyugales.

47. Pero el centro de dicha preparación estará en la reflexión de fe por medio de la Palabra de Dios y la guía del Magisterio sobre el sacramento del Matrimonio. Los novios serán conscientes que, ser « una carne » (Mt 19, 6) en Cristo, por fuerza del Espíritu en el matrimonio cristiano, significa imprimir en la propia existencia una nueva conformación de la vida bautismal. Con el sacramento, su amor se transformará en expresión concreta del amor de Cristo a su Iglesia (cfr. LG 11). A la luz de la sacramentalidad, los mismos actos conyugales, la procreación responsable, la acción educadora, la comunión de vida, la apostolicidad y la misionariedad vinculadas a la vida de los cónyuges cristianos, han de considerarse momentos privilegiados de experiencia cristiana. Aunque todavía no modo de un sacramental, Cristo sostiene y acompaña el itinerario de gracia y crecimiento de los novios hacia la participación en su misterio de unión con la Iglesia.

48. A propósito de un posible directorio que recoja las mejores experiencias para la preparación al matrimonio, parece oportuno recordar cuanto el Santo Padre Juan Pablo II expresó en el discurso de clausura de la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia celebrada del 30 de septiembre al 5 de octubre del año 1991: « Es indispensable que se reserven tiempo y atención especial a la preparación doctrinal. La seguridad sobre el contenido ha de ser el centro y objetivo esenciales de los cursos con la perspectiva de hacer más consciente la celebración del sacramento del Matrimonio y cuanto de él se deriva para la responsabilidad de la familia. Las cuestiones relativas a la unidad e indisolubilidad del matrimonio y lo referente a los significados de la unión y procreación de la vida conyugal y de su acto específico deben tratarse con fidelidad y atención, según la clara enseñanza de la Encíclica Humanae Vitae (cfr. 11-12). Igualmente todo lo concerniente al don de la vida que los padres deben acoger responsablemente con gozo, como colaboradores del Señor. Conviene que en los cursos se privilegie no sólo cuanto se refiere a la libertad madura y vigilante de los que desean contraer matrimonio, sino también a la misión propia de los padres, primeros educadores de los hijos y primeros evangelizadores ».

Este Pontificio Consejo constata con profunda satisfacción, que crece la corriente encaminada a un mayor afán y conocimiento de la importancia y dignidad del noviazgo. Asimismo exhorta a que la duración de los cursos específicos no sea tan breve que se reduzca a mera formalidad. En cambio deberán dedicar el tiempo suficiente para conseguir una presentación buena y nítida de los temas fundamentales indicados más arriba.3

Puede realizarse el curso en cada parroquia si el número de novios es suficiente y si hay colaboradores preparados, o en las Vicarías episcopales o Vicarías foráneas, formas o estructuras de coordinación parroquial. A veces los pueden llevar a cabo los encargados de Movimientos familiares, Asociaciones o grupos apostólicos orientados por un sacerdote competente. Es un campo éste que debería ser coordinado por un organismo diocesano que actúe en nombre del Obispo. Sin descuidar los aspectos varios de la psicología, medicina y otras ciencias humanas, los contenidos deben centrarse en la doctrina natural y cristiana del matrimonio.

49. En esta preparación sobre todo hoy, conviene formar y afianzar, a los novios en los valores referentes a la defensa de la vida. De modo especial, dado que convirtiéndose en iglesia doméstica y « Santuario de la vida » (EV 92-94), formarán parte, con un nuevo título, del « pueblo de la vida y para la vida » (EV 6, 101). La mentalidad contraceptiva que hoy impera en tantos lugares y las legislaciones permisivas tan extendidas con todo lo que comportan de desprecio a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte, constituyen un conjunto de abundantes ataques a que está expuesta la familia, que queda herida en lo más íntimo de su misión y se le impide desarrollarse según las exigencias del crecimiento humano auténtico (cfr. Centesimus Annus, 39). Por tanto, hoy más que nunca es necesaria la formación de la mente y el corazón de los miembros de los nuevos hogares domésticos para que no se asimilen a las mentalidades imperantes. Un día podrán así contribuir, con su vida de nuevas familias, a crear y desarrollar la cultura de la vida, con el respeto y la acogida en el interior de su amor de las nuevas vidas, como testimonio y expresión del anuncio, celebración y servicio a toda vida (cfr. EV 83-84, 86, 93).

C. Preparación inmediata

50. Donde se haya recorrido y asumido un itinerario adecuado o cursos específicos en el tiempo de la preparación próxima (cfr. n. 32 y ss.), los fines de la preparación inmediata podrán consistir en los siguientes:

a) Sintetizar el recorrido del itinerario anterior sobre todo en los contenidos doctrinales, morales y espirituales, para colmar así posibles carencias de formación básica;

b) Efectuar experiencias de oración (retiros espirituales, ejercicios para novios) donde el encuentro con el Señor haga descubrir la profundidad y la belleza de la vida sobrenatural;

c) Llevar a cabo una preparación litúrgica apropiada que incluya la participación activa de los novios, con especial cuidado del sacramento de la Reconciliación;

d) Incentivar para un mayor conocimiento de cada uno, los coloquios con el párroco canónicamente previstos.

Se conseguirán estos fines con encuentros especiales intensificados.

51. La utilidad pastoral y la experiencia positiva de los cursos de preparación al matrimonio hace que se dispense de ellos solamente por causas proporcionalmente graves. Por tanto, cuando con estas causas se presenten parejas con urgente inminencia de celebrar el matrimonio sin la preparación próxima, el párroco y los colaboradores ofrecerán ocasiones para recuperar los conocimientos necesarios de los aspectos doctrinales, morales y sacramentales que han sido expuestos, como específicos de la preparación próxima, e inserirlos en la fase de preparación inmediata.

Lo pide así la necesidad de personalizar concretamente los itinerarios formativos a fin de aprovechar toda ocasión orientada a profundizar en el significado de cuanto se realiza en el sacramento, sin rechazar, por faltarles algunas etapas de la preparación, a aquellos que presentan una disposición adecuada a la fe y al sacramento.

52. La preparación inmediata al sacramento del Matrimonio debe encontrar ocasiones aptas para iniciar a los novios en el rito matrimonial. En dicha preparación, además de profundizar en la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia, con especial mención de los deberes morales, los novios han de ser guiados a tomar parte consciente y activa en la celebración nupcial, para entender también el significado de los gestos y textos litúrgicos.

53. Esta preparación al sacramento del Matrimonio debería coronar una catequesis que ayude a los novios cristianos a recorrer conscientemente su itinerario sacramental. Es importante que sepan que se unen en matrimonio como bautizados en Cristo y habrán de comportarse en su vida familiar en sintonía con el Espíritu Santo. Conviene, pues, que los futuros esposos se dispongan a la celebración del matrimonio para que sea válida, digna y fructuosa, recibiendo el sacramento de la Penitencia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1622). La preparación litúrgica al sacramento del Matrimonio debe resaltar el valor de los elementos rituales actualmente disponibles. Normalmente la celebración del matrimonio se inserta en la celebración eucarística, a fin de establecer una relación más clara entre el sacramento nupcial y el misterio pascual.

54. Como la Iglesia se hace visible en la diócesis y ésta se articula en parroquias, se comprende que toda la preparación canónico-pastoral al matrimonio deba realizarse en el ámbito parroquial y diocesano. Por tanto, está más conforme con el significado eclesial del sacramento que éste se celebre siguiendo la norma (CIC can. 1115) en la comunidad parroquial a la que pertenecen los esposos.

Es de desear que la entera comunidad parroquial tome parte en la celebración, en torno a las familias y amigos de los novios. Haya disposiciones sobre ello en las diócesis, teniendo en cuenta las situaciones locales y procurando también una acción pastoral verdaderamente eclesial.

55. Quienes tomen parte activa en la acción litúrgica sean invitados a prepararse debidamente también a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. Explíquese bien a los testigos que no sólo son garantes de un acto jurídico, sino también representantes de la comunidad cristiana, que por su medio, participa en un acto sacramental que le afecta, porque toda familia nueva es una célula de la Iglesia. Por su esencial carácter social, el matrimonio exige una participación de la sociedad y ésta se expresa en la presencia de los testigos.

56. La familia es el lugar más adecuado para que los padres en virtud del sacerdocio común, realicen acciones sagradas y administren algunos sacramentales según el juicio del Ordinario del lugar, como por ejemplo en ocasión de la iniciación cristiana, en sucesos alegres o dolorosos de la vida diaria, en la Bendición de la mesa. Se ha de reservar puesto particular a la oración en familia. Esta creará un clima de fe en el seno del hogar y será un medio para vivir más plenamente la paternidad-maternidad respecto de los hijos, educándolos a la oración e introduciéndolos en el descubrimiento gradual del misterio de Dios y en el trato personal con El. Recuerden los padres que cumplen su misión de anunciar el Evangelio de la vida (cfr. EV 92) a través de la educación de los hijos.

57. La preparación inmediata ofrece ocasión propicia para iniciar una pastoral matrimonial y familiar ininterrumpida. Desde este punto de vista es preciso conseguir que los esposos conozcan su misión en la Iglesia. En ello pueden ser ayudados por la riqueza que ofrecen los diversos movimientos familiares, a fin de cultivar la espiritualidad conyugal y familiar y el modo de cumplir sus deberes en la familia, la Iglesia y la sociedad.

58. Se acompañe la preparación de los novios con una devoción sincera y honda a María, Madre de la Iglesia, Reina de la Familia; se forme a los futuros esposos para que capten cómo la presencia de María está activa en la familia, Iglesia Doméstica, como lo está en la Iglesia Grande; se les eduque también a imitar las virtudes de María. De este modo la Sagrada Familia, es decir, el hogar de María, José y Jesús, llevará a los novios a descubrir « cuan dulce e insustituible es la educación en familia » (Pablo VI, Discurso en Nazaret, 5.1.1964).

59. Señalar cuanto ha sido propuesto creativamente en las distintas comunidades para hacer más profundas y apropriadas estas fases de preparación próxima e inmediata será un don y un enriquecimiento para toda la Iglesia.

III

CELEBRACION DEL MATRIMONIO

60. La preparación al matrimonio desemboca en la vida conyugal a través de la celebración del sacramento. Es cumbre del camino de preparación realizado por los novios y fuente y origen de la vida conyugal. Por tanto, la celebración no puede quedar reducida solamente a la ceremonia, fruto de culturas y condicionamientos sociológicos. Mas bien, pueden introducir, en la celebración laudables costumbres propias de los varios pueblos y etnias (cfr. Sacrosanctum Concilium, 77; FC 67), a condición de que expresen sobre todo la congregación de la asamblea eclesial como signo de la fe de la Iglesia, que reconoce en el sacramento la presencia del Señor Resucitado que incorpora a los esposos al Amor Trinitario.

61. Corresponde a los Obispos dar disposiciones concretas y velar por su puesta en práctica, por medio de las Comisiones litúrgicas diocesanas, a fin de que en la celebración del matrimonio se actúe la indicación del artículo 32 de la Constitución sobre la Liturgia, de modo que, incluso externamente, se manifieste la igualdad de los fieles, evitando toda apariencia de lujo. Fomentese de todos los modos posibles la participación activa de las personas presentes en la celebración nupcial. Ofréscanse toda clase de ayudas para que capten y gusten la riqueza del rito.

62. Recordando que donde hay dos o tres reunidos en nombre de Cristo (cfr. Mt 18, 20) está presente El, el estilo sobrio de la celebración (estilo que debe mantenerse también en los festejos) no sólo debe ser expresión de la comunidad de fe, sino también ha de ser motivo de alabanza al Señor. Celebrar la boda en el Señor y ante la Iglesia, significa afirmar que el don de la gracia hecho a los cónyuges por la presencia y amor de Cristo y de su Espíritu, exige una coherente respuesta con una vida de culto en espíritu y verdad, en la familia cristiana, « iglesia doméstica ». Y justamente para que la celebración se entienda no sólo como acto legal sino también como momento de la historia de la salvación para los cónyuges, y a través de su sacerdocio común, para el bien de la Iglesia y la sociedad, será oportuno ayudar a todos los presentes a que participen activamente en dicha celebración.

63. Por tanto, el que presida se preocupará de aprovechar las posibilidades que ofrece el mismo ritual, sobre todo en su segunda edición típica promulgada en 1991 por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a fin de poner en evidencia el papel de ministros del sacramento del Matrimonio, que para los cristianos de Rito latino es propio de los esposos, y también el valor sacramental de la celebración comunitaria. Con la fórmula del mutuo consentimento, los esposos podrán recordar siempre el aspecto personal, eclesial y social que de ella deriva para toda la vida, como entrega de uno a otro hasta la muerte.4

El Rito oriental reserva al sacerdote celebrante el papel de ministro del matrimonio. En todo caso, según la ley de la Iglesia la presencia del sacerdote o del ministro delegado para ello, es necesaria para la validez de la unión matrimonial; dicha presencia manifiesta claramente el significado público y social de la alianza esponsal para la Iglesia y la entera sociedad.

64. Teniendo en cuenta que ordinariamente el matrimonio se celebra durante la Misa (cfr. Sacrosanctum Concilium, 78; FC 57), cuando se trate de una boda entre parte católica y parte bautizada no católica, la celebración se desarrollará siguiendo disposiciones litúrgico-canónicas especiales (cfr. OCM 79-117).

65. La celebración resultará más participada si se utilizan moniciones adecuadas que introduzcan en el significado de los textos litúrgicos y en el contenido de las oraciones. La sobriedad de dichas moniciones contribuirá al recogimiento y comprensión de la importancia de la celebración (cfr. OCM 52, 59, 65, 87, 93, 99) y evitará que la celebración se transforme en momento didáctico.

66. El celebrante que preside5 y pone de manifiesto ante la asamblea el significado eclesial del compromiso conyugal, procurará introducir activamente a los novios y a sus familiares y testigos, en la comprensión de la estructura del rito, sobre todo de las partes que lo caracterizan: palabra de Dios, consentimiento mutuo ratificado, bendición de los signos que representan el matrimonio (anillos, etc.), bendición solemne de los esposos, mención de los esposos en el corazón de la Oración Eucarística. « Las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendición y de epíclesis pidiendo a Dios su gracia y la bendición sobre la nueva pareja, especialmente sobre la esposa » (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1624). Además, convendrá explicar el gesto de la imposición de las manos sobre los « sujetos-ministros » del sacramento. A todos los presentes se recuerde que deben de estar de pie, intercambiarse la paz y otras indicaciones determinadas por las autoridades competentes.

67. Para que el estilo de la celebración sea sobrio y digno al mismo tiempo, acompañarán al presidente de la ceremonia acólitos y otras personas que animen y refuercen el canto de los fieles, guíen las respuestas y proclamen la Palabra de Dios. Procurando una atención particular y concreta hacia los novios y su situación en ese momento, y evitando toda acepción de personas, el celebrante deberá él también adecuarse a la verdad de los signos que utiliza la acción litúrgica. De modo que al recibir y saludar a los novios, a sus padres si están presentes, a los testigos y a los demás asistentes, será intérprete vivo de la comunidad que acoge a los futuros esposos.

68. Lectores aptos y preparados proclamen la Palabra de Dios. Pueden elegirse también de entre los presentes, especialmente testigos, familiares, amigos; no parece oportuno que la proclamen los mismos novios, ya que son ellos los primeros destinatarios de la Palabra de Dios proclamada. La selección de las lecturas puede hacerse de acuerdo con los novios en la fase de preparación inmediata. De este modo apreciarán más la Palabra de Dios y la traducirán en la práctica.

69. Siempre ha de haber homilía y se centrará en la presentación del « misterio grande » que se está celebrando ante Dios, ante la Iglesia y ante la sociedad. « San Pablo sintetiza el tema de la vida familiar con la expresión: "gran misterio" » (cfr. Ef 5, 32; Gratissimam Sane, 19). A partir de los textos de la Palabra de Dios proclamados yo de las oraciones litúrgicas, se iluminará el sacramento y se indicarán sus consecuencias en la vida de los esposos y de las familias. Evítense alusiones superfluas a la persona de los esposos.

70. Los mismos novios pueden llevar las ofrendas al altar, si la ceremonia se desarrolla con la celebración de la Misa. En todos los casos, la oración de los fieles bien preparada, no ha de ser prolija ni dispersa. Según la oportunidad pastoral, la Santa Comunión podrá hacerse bajo las dos especies.

71. Cuídese que los particulares de la celebración matrimonial se caractericen por la sobriedad, sencillez y autenticidad. De ningún modo se alterará el tono de la fiesta por el derroche excesivo.

72. La bendición solemne de los esposos quiere recordar que en el sacramento del Matrimonio se invoca también el don del Espíritu, por cuyo medio se hacen más constantes en la concordia recíproca y están espiritualmente sostenidos en el cumplimiento de su misión especialmente en las dificultades de su futura vida. En el marco de esta celebración, será muy conveniente proponer a los esposos cristianos el modelo de vida de la Sagrada Familia de Nazaret.

73. En lo referente a los períodos de preparación remota, próxima e inmediata, será conveniente recoger las experiencias que se están haciendo para conseguir un fuerte cambio de mentalidad y praxis sobre la celebración; en cambio, el cuidado de los agentes pastorales deberá proponerse seguir y hacer comprender cuanto ha sido fijado y establecido ya por el ritual litúrgico. Es obvio que dicha comprensión dependerá de todo el proceso de preparación y del nivel de madurez cristiana de la comunidad.

* * *

Cualquiera se puede dar cuenta de que aquí se presentan algunos elementos para una organica preparación de los fieles llamados al sacramento del Matrimonio. Es de desear que las parejas, sobre todo en los primeros cinco años de vida conyugal, sean acompañadas con cursos post-matrimoniales que se tengan en las parroquias o en vicarías foráneas, de acuerdo con la norma del Directorio de Pastoral de la Familia, mencionado más arriba en los números 14 y 15, según la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 66.

El Pontificio Consejo para la Familia confía a las Conferencias Episcopales estas líneas-guía para sus directorios propios.

El interés de las Conferencias Episcopales y de cada Obispo las harán operativas en las comunidades eclesiales. Así cada fiel tendrá más presente que el sacramento del Matrimonio, grande misterio (Ef 5, 21 ss.), es la vocación de la mayoría del Pueblo de Dios.

Ciudad del Vaticano, 13 de mayo 1996

Alfonso Card. López Trujillo

Presidente del Pontificio Consejo para la Familia

+ Excmo. Mons. Francisco Gil Hellín

Secretario