24 April 2024
 

 

 

 

CONSAGRACION MEDIANTE TRES VOTOS

Para conseguir la perfección de la caridad, se consagran a Dios con los tres votos canónicos de pobreza, castidad y obediencia, el mayor de todos es la obediencia, porque inmola la libertad de la voluntad en manos del superior, signo del Señor. Pero, ninguno de los tres votos tiene por objeto la caridad, pues no se puede consagrar a Dios algo que no se tiene, y no se tiene lo que es don de Dios, como la caridad, que es don infuso. A Dios sólo se puede consagrar lo que se tiene: los bienes terrenos, para sofocar la concupiscencia de los ojos por la virtud de la pobreza; la sexualidad, para mortificar la concupiscencia de la carne, por la castidad; y la libertad, para sacrificar la soberbia de la vida (1 Jn 2, 16), por la obediencia. San Juan de la Cruz formulará este despojo con el símbolo de las “Noches”, la del sentido y la del espíritu, que tienen por fin liberar a la persona de la esclavitud de lo que puede sofocar el desarrollo de la caridad. Y porque esas pasiones son las que puede esclavizar, precisamente por eso se ofrecen. Por tanto, el fin de los votos es hacer estallar el sepulcro del corazón humano; °°°

°°°  liberar y dejar abierta el alma para que el Espíritu pueda encender la caridad de Dios hasta llegar a su consumación y perfección, a la medida de Cristo. "Si mortificáis las obras de la carne por el Espíritu, viviréis" (Rm 8, 13). Teniendo en cuenta que las “Noches”, son patrimonio de todo cristiano.

EL BAUTISMO, LA RAIZ PARA SEGUIR A CRISTO

"El estado religioso aparece como una de las maneras de vivir una consagración más íntima que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro" expone el Catecismo de la Iglesia (CIC 916). La consagración a Dios se hace mediante el seguimiento de Cristo, lo que da al estado religioso cristiano una nota peculiar y específica que lo diferencia claramente de cualquier otra institución análoga que exista o pueda existir en religiones no cristianas, que tienen también sus “monjes”. Vivir para Dios siguiendo a Cristo es común a todos los cristianos. Pero el seguimiento practicado por los religiosos consiste en seguir a Cristo mediante la práctica permanente y visible y eclesial, de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.

EL CONCILIO VATICANO II BASADO EN SANTO TOMAS

“El Sacrosanto Concilio ha enseñado ya en la Constitución "Lumen gentium", que la prosecución de la caridad perfecta por la práctica de los consejos evangélicos tiene su origen en la doctrina y en los ejemplos del Divino Maestro y se presenta como preclaro signo del Reino de los cielos. Los miembros de las Instituciones religiosas profesan castidad, pobreza y obediencia, en conformidad con las exigencias de nuestro tiempo. Ya desde los orígenes de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y llevaron una vida dedicada a Dios. Muchos de ellos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, erigieron familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó de buen grado. De ahí, por designios divinos, floreció la admirable variedad de familias religiosas que contribuyó a que la Iglesia, no sólo estuviera equipada para toda obra buena (Tim., 3,17) y preparada para la edificación del Cuerpo de Cristo, sino también para que, hermoseada con los diversos dones de sus hijos, se presente como esposa que se engalana para su Esposo, y poner de manifiesto la multiforme sabiduría de Dios. En medio de tanta diversidad de dones, todos los que son llamados por Dios a la práctica de los consejos evangélicos y los profesan, se consagran de modo particular al Señor, siguiendo a Cristo, quien, virgen y pobre, redimió y santificó a los hombres por su obediencia hasta la muerte de Cruz. Así, impulsados por la caridad que el Espíritu Santo difunde en sus corazones, viven más y más para Cristo y para su Cuerpo, que es la Iglesia. Porque cuanto más fervientemente se unan a Cristo por medio de esta donación de sí mismos, que abarca la vida entera, más exuberante resultará la vida de la Iglesia y más intensamente fecundo su apostolado”.

ORDEN EN LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS

El Concilio Vaticano II trata de los consejos evangélicos guardando siempre este orden: castidad consagrada, pobreza, obediencia. La verdad es que la Sagrada Escritura habla más claramente sobre la virginidad que sobre la pobreza y la obediencia, tal como son practicadas en la vida religiosa. Pero sería un error creer que el Concilio acepta la opinión de quienes piensan que la Sagrada Escritura no dice nada sobre la pobreza y obediencia que se practica en la vida religiosa. Santo Tomás ve todos y cada uno de los consejos expresados en la Sagrada Escritura, y sobre todo la vida personal de Cristo (q.186 a.3-5). Para él no es más bíblica la castidad que la pobreza o que la obediencia y dispone los consejos en este orden: pobreza, castidad, obediencia. Empieza por lo mínimo y termina con lo máximo. La pobreza es el consejo de menor contenido vital, porque recae sobre bienes externos a la persona. Hoy, se da a la pobreza una primacía indiscutible y casi absorbente, porque otros temas, o no son valorados, o se los presenta desde la perspectiva de la pobreza y subordinados a ella. Cuando Santo Tomás dice que para alcanzar la perfección de la caridad el primer fundamento es la pobreza voluntaria, renunciando la persona a toda propiedad (q.186 a.3), considera que la pobreza es el primer fundamento, no como elemento principal en torno al cual giran subordinados todos los demás, sino como punto de partida e inicial en la vida religiosa. “Las palabras del Señor muestran que la pobreza no es ella misma la perfección, sino un instrumento puesto al servicio de la perfección... y, el mínimo entre los tres principales” (q.188 a.7 ad 1). Después sigue la castidad consagrada y la obediencia, que es el consejo de máxima perfección. Tampoco hoy faltan quienes pretenden que la primacía corresponde a la castidad. Pero el razonamiento de Santo Tomás es luminoso e irrebatible. Por la obediencia se ofrece a Dios lo supremo del hombre, la libertad de poder organizar la propia vida de modo autónomo, que vale más que la castidad, por la que se consagra a Dios el cuerpo, y que la pobreza, que ofrece los bienes exteriores. Santo Tomás afirma que la obediencia es el más esencial al estado religioso (q.186 a.8). Y así lo repite en las cuestiones (q.186 a.5 ad 5; a.6 ad 3; q.188 a.7 ad 1).

LA PRIMACIA DE LA CARIDAD

Pero los tres consejos, no son la perfección misma, sino sólo instrumentos para alcanzar la caridad, que es la plenitud y reclama el cumplimiento de todos los otros preceptos. Las ponderaciones de la obediencia en la vida religiosa llegaron al extremo de decir: cristiano es el que ama, religioso es el que obedece, lo cual coloca la vida religiosa fuera de la vida cristiana, que equivale a darle muerte. El cristiano es el que ama, porque Cristo mismo puso la caridad como señal de sus discípulos y religioso es quien por amor abraza la obediencia para permitir que el amor se exprese con mayor facilidad y libertad la vida de Cristo, quien, sufriendo la muerte, cumplió el supremo acto de obediencia por amor y realizó el supremo acto de libertad dentro del amor al Padre y a todos los hombres, con la unción y bajo la guía del Espíritu Santo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

LA OBEDIENCIA DEL RELIGIOSO Y DEL CRISTIANO

Es un deber común a todos obedecer a los prelados en las cosas necesarias para una vida virtuosa, dice Santo Tomás. Es propio de los religiosos obedecer en lo que pertenece a la consecución de la perfección. Quienes viven en el mundo se reservan para sí algo y entregan a Dios algo, y en esto se someten por obediencia a los prelados. Los religiosos, en cambio, se entregan totalmente ellos con todas sus cosas a Dios, por lo cual su obediencia es universal (q.186 a.5 ad 1). El religioso pone su vida entera, en la duración y en sus trabajos (q.186 a.5 ad 4), bajo la obediencia; los laicos, en cambio, no tienen el deber de practicar este modo de obediencia. Santo Tomás habla de esta obediencia como ordenada al logro de la perfección; él presupone que los consejos, incluida la obediencia, sólo son instrumentos que facilitan el camino hacia una perfección obligatoria para todos en cuanto término de aspiración.

DIMENSIONES DE LA VIDA CONSAGRADA

1. Varias veces, en las catequesis anteriores, he hablado de los «consejos evangélicos», que en la vida consagrada se traducen en los «votos» -o al menos compromisos de castidad, pobreza y obediencia. Adquieren su pleno significado en el contexto de una vida totalmente dedicada a Dios, en comunión con Cristo. El adverbio «totalmente» (totaliter), que utiliza santo Tomás de Aquino para especificar el valor esencial de la vida religiosa, es muy expresivo. «La religión es la virtud por la cual se ofrece algo para el culto y el servicio de Dios. Por eso se llaman religiosos por antonomasia aquellos que se consagran totalmente al servicio divino, ofreciéndose a Dios como holocausto» (Summa Theol., II-II, q. 186, a. 1). Es un concepto tomado de la tradición de los Padres, especialmente de san Jerónimo (cf. Epist. 125. ad Rusticum), y de san Gregorio Magno (cf. Super Ezech., hom. 20). El Concilio Vaticano II, que cita a santo Tomás de Aquino, hace suya esta doctrina y habla de la «consagración a Dios», íntima y perfecta, que como desarrollo de la consagración bautismal se realiza en el estado religioso mediante los vínculos de los consejos evangélicos (cf. Lumen gentium, 44).

2. Adviértase que en esta consagración no es el compromiso humano lo que tiene la prioridad. La iniciativa viene de Cristo, que pide un pacto de libre consentimiento cuando se le sigue. Es él quien, tomando posesión de la persona humana, la «consagra».

Según el Antiguo Testamento, Dios mismo consagraba a las personas o las cosas, comunicándoles de algún modo su propia santidad. Esto no hay que entenderlo en el sentido de que Dios santificase internamente a las personas, y mucho menos las cosas, sino en el sentido de que tomaba posesión de ellas y las reservaba para su servicio directo. Los objetos «sagrados» estaban destinados al culto del Señor, y por eso podían servir sólo en el ámbito del templo y del culto, no para lo que era profano. Este era el carácter sagrado atribuido a las cosas, que no podían tocar manos profanas (por ejemplo, el Arca de la Alianza, o los cálices del templo de Jerusalén, profanados -como se lee en 1 M 1, 22 -por Antíoco Epífanes). A su vez, el pueblo de Israel fue «santo» como «propiedad del Señor» (segullah = el tesoro personal del soberano), y por eso tenía un carácter sagrado (cf. Ex 19, 5: Dt 7, 6; Sal 135, 4, etc.). Para dirigir su palabra a esta «segullah», Dios se elegía «portavoces», «hombres de Dios», «profetas», que debían hablar en su nombre. Él los santificaba (moralmente) mediante la relación de confianza y especial amistad que les reservaba, hasta el punto de que algunos de esos personajes eran calificados como «amigos de Dios» (cf. Sb 7, 27; Is 41, 8; St 2, 23).

Pero no existía persona o medio o instrumento institucional que pudiese transmitir por fuerza intrínseca a los hombres, aun a los más disponibles, la santidad de Dios. Ésta sería la gran novedad del bautismo cristiano, por medio del cual los creyentes tienen «el corazón purificado» (Hb 10, 22), y están interiormente «lavados... santificados... justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co 6, 1 l).

3. Elemento esencial de la Ley evangélica es la gracia, que es una fuerza de vida justificante y salvífica, como explica santo Tomás (cf. Summa Theol., I-II, q. 106, a. 2), siguiendo a san Agustín (cf. De spiritu et littera, c. 17). Cristo toma posesión de la persona desde dentro ya con el bautismo, en el que comienza su acción santíficadora, «consagrándola» y suscitando en ella la exigencia de una respuesta que él mismo hace posible con su gracia en la medida de la capacidad físico-psíquica, espiritual y moral de] sujeto. El dominio soberano que ejerce la gracia de Cristo en la consagración no disminuye en absoluto la libertad de la respuesta a la llamada ni el valor y la importancia del compromiso humano. Eso resulta especialmente evidente en la llamada a la práctica de los consejos evangélicos. La invitación de Cristo va acompañada de una gracia que eleva a la persona humana, dotándola de capacidades de orden superior para seguir esos consejos. Esto significa que en la vida consagrada existe un desarrollo de la misma personalidad humana, no frustrada sino elevada y valorizada por el don divino.

4. El hombre que acepta el llamamiento y sigue los consejos evangélicos cumple un acto fundamental de amor a Dios, como se lee en la constitución Lumen gentium (n, 44) del Concilio Vaticano II. Los votos religiosos tienen la finalidad de realizar un vértice de amor: de un amor completo, dedicado a Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo y ofrecido al Padre por medio de Cristo. De ahí el valor de oblación y de consagración de la profesión religiosa, que en la tradición cristiana oriental y occidental es considerada como un baptismus flaminis, en cuanto que «el corazón de un hombre es impulsado por el Espíritu Santo a creer en Dios, a amarlo y a arrepentírse de sus pecados» (Summa Theol., III, q. 66, a. 11).

He expuesto esta idea de un bautismo casi nuevo en la carta Redemptionis donum: «La profesión refigiosa -escribí allí-, sobre la base sacramental del bautismo en la que está fundamentada, es una nueva "sepultura en la muerte de Cristo"; nueva, mediante la conciencia y la opción; nueva, mediante el amor y la vocación; nueva, mediante la incesante "conversión". Tal "sepultura en la muerte" hace que el hombre, "sepultado con Cristo", viva como Cristo en una "vida nueva". En Cristo crucificado encuentran su fundamento último tanto la consagración bautismal como la profesión de los consejos evangélicos, la cual -según las palabras del Vaticano II- "constituye una especial consagración". Esta es a la vez muerte y liberación. San Pablo escribe: "consideraos muertos al pecado"; al mismo tiempo, sin embargo, llama a esta muerte "liberación de la esclavitud del pecado". Pero sobre todo la consagración religiosa constituye, sobre la base sacramental del bautismo, una nueva vida "por Dios en Jesucristo"» (n. 7).

5. Esta vida es tanto más perfecta y recoge más abundantes los frutos de la gracia bautismal (cf. Lumen gentium, 44), en cuanto que la íntima unión con Cristo, adquirida en el bautismo, se desarrolla en una unión más completa. En efecto, el mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, que se impone a los bautizados, se observa en plenitud con el amor dedicado a Dios mediante los consejos evangélicos. Es una peculiar consagración, (Perfectae caritatis, 5); una consagración más íntima al servicio divino «por un título nuevo y especial» (Lumen gentium, 44); una consagración nueva, que no se puede considerar una implicación o una consecuencia lógica del bautismo. El bautismo no implica necesariamente una orientación hacia el celibato y la renuncia a la posesión de los bienes en la forma de los consejos evangélicos. En la consagración religiosa, en cambio, se trata de la llamada a una vida que conlleva el don de un carisma original no concedido a todos, como afirma Jesús cuando habla del celibato voluntario (cf. Mt 19, 10-12). Es, un acto soberano de Dios, que libremente elige, llama, abre un camino, vinculado sin duda a la consagración bautismal, pero distinto de ella.

6. De modo análogo, se puede decir que la profesión de los consejos evangélicos desarrolla ulteriormente la consagración realizada en el sacramento de la confirmación. Es un nuevo don del Espíritu Santo, conferido para una vida cristiana activa en un compromiso más íntimo de colaboración y servicio a la Iglesia para producir, con los consejos evangélicos, nuevos frutos de santidad y de apostolado, más allá de las exigencias de la consagración de la confirmación. También el sacramento de la confirmación -y el carácter de la militancia cristiana y del apostolado cristiano que conlleva- está en la raíz de la vida consagrada.

En este sentido es justo ver los efectos del bautismo y de la confirmación en la consagración que implica la aceptación de los consejos evangélicos y encuadrar la vida religiosa, que por su naturaleza es carismática, en la economía sacramental. En esta línea, se puede también observar que, para los religiosos sacerdotes, también el sacramento del orden produce sus frutos en la práctica de los consejos evangélicos, incluyendo la exigencia de una pertenencia más íntima al Señor. Los votos de castidad, pobreza y obediencia tienden a realizar concretamente esta pertenencia.

7. El vínculo de los consejos evangélicos con los sacramentos del bautismo, de la confirmación y del orden, sirve para mostrar el valor esencial que representa la vida consagrada para el desarrollo de la santidad de la Iglesia. Y por eso deseo concluir con la invitación a orar -orar mucho- para obtener que el Señor conceda cada vez más el don de la vida consagrada a la Iglesia que él mismo ha querido e instituido como «santa».