21 November 2024
 

La Pastoral Misionera anima e impulsa las misiones en el territorio arquidiocesano, apoyados en las Obras Misionales Pontificias. Actualmente la Infancia y Adolescencia Misionera hacen presencia en un gran número de parroquias, en grupos conformados por niños y jóvenes que viven la misión en sus lugares cotidianos. Las misioneras Siervas del Divino Espíritu tienen a cargo la animación de esta pastoral.

Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación” (Marcos 16,15) con este mandato misionero Jesús invitó a sus Apóstoles, a sus sucesores y a toda la comunidad que no ahorraran esfuerzos para anunciar su palabra. Así pues, la Pastoral Misionera es la acción evangelizadora de la Iglesia, que busca despertar, avivar y sostener en todos los bautizados el espíritu misionero universal, coordinar, impulsar y apoyar la acción evangelizadora de los distintos grupos y comunidades que realizan actividad misionera, y difundir la formación e información misionera en todo el Pueblo de Dios. En nuestra Arquidiócesis la Pastoral Misionera promueve también la Obra Pontificia de la Infancia Misionera que busca despertar en los niños y niñas el ardor misionero.

Contáctenos

Pastoral Misionera.   AÑO    2023  Curia Arzobispal Calle 10 No. 2-58  Ibagué, Colombia.  Tel :2611680  Extensión  119  Email: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.      

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

 

PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES AÑO 2017

La misión en el corazón de la fe cristiana

Queridos hermanos y hermanas:

Este año la Jornada Mundial de las Misiones nos vuelve a convocar entorno a la persona de Jesús, «el primero y el más grande evangelizador» (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 7), que nos llama continuamente a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Esta Jornada nos invita a reflexionar de nuevo sobre la misión en el corazón de la fe cristiana. De hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y desapareciendo. Por ello, se nos invita a hacernos algunas preguntas que tocan nuestra identidad cristiana y nuestras responsabilidades como creyentes, en un mundo confundido por tantas ilusiones, herido por grandes frustraciones y desgarrado por numerosas guerras fratricidas, que afectan de forma injusta sobre todo a los inocentes. ¿Cuál es el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón de la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?

La misión y el poder transformador del Evangelio de Cristo, Camino, Verdad y Vida

1. La misión de la Iglesia, destinada a todas las personas de buena voluntad, está fundada sobre la fuerza transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de vida, se convierte en Camino, Verdad y Vida por nosotros (cf. Jn 14,6). Es Camino que nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.

2. Dios Padre desea esta transformación existencial de sus hijos e hijas; transformación que se expresa como culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24), en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación del Hijo Jesús, para gloria de Dios Padre. «La gloria de Dios es el hombre viviente» (Ireneo, Adversus haereses IV, 20,7). De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama (cf. Is 55,10-11), es decir Jesucristo, el cual continuamente se hace carne en cada situación humana (cf. Jn 1,14).

La misión y el kairos de Cristo

3. La misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer grandes ideales o expresiones éticas sublimes. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa el kairos, el tiempo propicio de la salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276).

4. Recordemos siempre que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1). El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así, por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación, se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad» (Ignacio de Antioquía, Epístola ad Ephesios, 20,2).

5. El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios no faltan experiencias significativas que dan testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio. Pienso en el gesto de aquel estudiante Dinka que, a costa de su propia vida, protegió a un estudiante de la tribu Nuer que iba a ser asesinado. Pienso en aquella celebración eucarística en Kitgum, en el norte de Uganda, por aquel entonces, ensangrentada por la ferocidad de un grupo de rebeldes, cuando un misionero hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», como expresión del grito desesperado de los hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa celebración fue para la gente una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos pensar en muchos, numerosísimos testimonios de cómo el Evangelio ayuda a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir.

La misión inspira una espiritualidad de éxodo continuo, peregrinación y exilio

6. La misión de la Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20). La misión de la Iglesia estimula una actitud de continua peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida, a través de las diferentes experiencias de hambre y sed, de verdad y de justicia. La misión de la Iglesia propone una experiencia de continuo exilio, para hacer sentir al hombre, sediento de infinito, su condición de exiliado en camino hacia la patria final, entre el «ya» y el «todavía no» del Reino de los Cielos.

7. La misión dice a la Iglesia que ella no es un fin en sí misma, sino que es un humilde instrumento y mediación del Reino. Una Iglesia autorreferencial, que se complace en éxitos terrenos, no es la Iglesia de Cristo, no es su cuerpo crucificado y glorioso. Es por eso que debemos preferir «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (ibíd., 49).

Los jóvenes, esperanza de la misión

8. Los jóvenes son la esperanza de la misión. La persona de Jesús y la Buena Nueva proclamada por él siguen fascinando a muchos jóvenes. Ellos buscan caminos en los que poner en práctica el valor y los impulsos del corazón al servicio de la humanidad. «Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado [...]. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!» (ibíd., 106). La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el año 2018 sobre el tema «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», se presenta como una oportunidad providencial para involucrar a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.

El servicio de las Obras Misionales Pontificias

9. Las Obras Misionales Pontificias son un instrumento precioso para suscitar en cada comunidad cristiana el deseo de salir de sus propias fronteras y sus seguridades, y remar mar adentro para anunciar el Evangelio a todos. A través de una profunda espiritualidad misionera, que hay que vivir a diario, de un compromiso constante de formación y animación misionera, muchachos, jóvenes, adultos, familias, sacerdotes, religiosos y obispos se involucran para que crezca en cada uno un corazón misionero. La Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra de la Propagación de la Fe, es una ocasión favorable para que el corazón misionero de las comunidades cristianas participe, a través de la oración, del testimonio de vida y de la comunión de bienes, en la respuesta a las graves y vastas necesidades de la evangelización.

Hacer misión con María, Madre de la evangelización

 

10. Queridos hermanos y hermanas, hagamos misión inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella, movida por el Espíritu, recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su fe humilde. Que la Virgen nos ayude a decir nuestro «sí» en la urgencia de hacer resonar la Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte; que interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.

“Iglesia misionera, testigo de misericordia”, es el lema elegido por el Santo Padre Francisco para la 90 Jornada Misionera Mundial.  Queridos hermanos y hermanas: El Jubileo extraordinario de la Misericordia, que la Iglesia está celebrando, ilumina también de modo especial la Jornada Mundial de las Misiones 2016: nos invita a ver la misión ad gentes como una grande e inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. En efecto, en esta Jornada Mundial de las Misiones, todos estamos invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor. Ella «tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio», y de proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano, joven y niño. 

La misericordia hace que el corazón del Padre sienta una profunda alegría cada vez que encuentra a una criatura humana; desde el principio, él se dirige también con amor a las más frágiles, porque su grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en su capacidad de identificarse con los pequeños, los descartados, los oprimidos. Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los pobres; se implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos. El término usado por la Biblia para referirse a la misericordia remite al seno materno: es decir, al amor de una madre a sus hijos, esos hijos que siempre amará, en cualquier circunstancia y pase lo que pase, porque son el fruto de su vientre. Este es también un aspecto esencial del amor que Dios tiene a todos sus hijos, especialmente a los miembros del pueblo que ha engendrado y que quiere criar y educar: en sus entrañas, se conmueve y se estremece de compasión ante su fragilidad e infidelidad. Y, sin embargo, él es misericordioso con todos, ama a todos los pueblos y es cariñoso con todas las criaturas. 

La manifestación más alta y consumada de la misericordia se encuentra en el Verbo encarnado. Él revela el rostro del Padre rico en misericordia, «no sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica». Con la acción del Espíritu Santo, aceptando y siguiendo a Jesús por medio del Evangelio y de los sacramentos, podemos llegar a ser misericordiosos como nuestro Padre celestial, aprendiendo a amar como él nos ama y haciendo que nuestra vida sea una ofrenda gratuita, un signo de su bondad . La Iglesia es, en medio de la humanidad, la primera comunidad que vive de la misericordia de Cristo: siempre se siente mirada y elegida por él con amor misericordioso, y se inspira en este amor para el estilo de su mandato, vive de él y lo da a conocer a la gente en un diálogo respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas. 

Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición son testigos de este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial. La considerable y creciente presencia de la mujer en el mundo misionero, junto a la masculina, es un signo elocuente del amor materno de Dios. Las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad también muchas familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: desde el anuncio directo del Evangelio al servicio de caridad. Junto a la labor evangelizadora y sacramental de los misioneros, las mujeres y las familias comprenden mejor a menudo los problemas de la gente y saben afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita: en el cuidado de la vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y empleando todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la armonía, las relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo, la colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo especial en la atención a los pobres. 

En muchos lugares, la evangelización comienza con la actividad educativa, a la que el trabajo misionero le dedica esfuerzo y tiempo, como el viñador misericordioso del Evangelio, con la paciencia de esperar el fruto después de años de lenta formación; se forman así personas capaces de evangelizar y de llevar el Evangelio a los lugares más insospechados. La Iglesia puede ser definida «madre», también por los que llegarán un día a la fe en Cristo. Espero, pues, que el pueblo santo de Dios realice el servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a que los pueblos que todavía no conocen al Señor lo encuentren y lo amen. En efecto, la fe es un don de Dios y no fruto del proselitismo; crece gracias a la fe y a la caridad de los evangelizadores que son testigos de Cristo. A los discípulos de Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor que no mide, sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del Señor; anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y su amor. 

Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz. El mandato del Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» no está agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera, como he señalado también en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio». 

En este Año jubilar se cumple precisamente el 90 aniversario de la Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y aprobada por el Papa Pío XI en 1926. Por lo tanto, considero oportuno volver a recordar la sabias indicaciones de mis predecesores, los cuales establecieron que fueran destinadas a esta Obra todas las ofertas que las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones y movimientos eclesiales de todo el mundo pudieran recibir para auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas y para fortalecer el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra. No dejemos de realizar también hoy este gesto de comunión eclesial misionera. No permitamos que nuestras preocupaciones particulares encojan nuestro corazón, sino que lo ensachemos para que abarque a toda la humanidad. Que Santa María, icono sublime de la humanidad redimida, modelo misionero para la Iglesia, enseñe a todos, hombres, mujeres y familias, a generar y custodiar la presencia viva y misteriosa del Señor Resucitado, que renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones entre las personas, las culturas y los pueblos.” Fuente: Zenit. Finalmente, el Santo Padre ha asegurado que “no es posible una verdadera evangelización si no es en la energía santificadora del Espíritu Santo”. Fuente:  Zenit. 

24 de mayo 2015.  Mensaje santo Padre Francisco. Queridos hermanos y hermanas: La Jornada Mundial de las Misiones 2015 tiene lugar en el contexto del Año de la Vida Consagrada, y recibe de ello un estímulo para la oración y la reflexión. De hecho, si todo bautizado está llamado a dar testimonio del Señor Jesús proclamando la fe que ha recibido como un don, esto es particularmente válido para la persona consagrada, porque entre la vida consagrada y la misión subsiste un fuerte vínculo. El seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada a tomar la cruz e ir tras él, a imitar su dedicación al Padre y sus gestos de servicio y de amor, a perder la vida para encontrarla. Y dado que toda la existencia de Cristo tiene un carácter misionero, los hombres y las mujeres que le siguen más de cerca asumen plenamente este mismo carácter.

La dimensión misionera, al pertenecer a la naturaleza misma de la Iglesia, es también intrínseca a toda forma de vida consagrada, y no puede ser descuidada sin que deje un vacío que desfigure el carisma. La misión no es proselitismo o mera estrategia; la misión es parte de la “gramática” de la fe, es algo imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra “ven” y “ve”. Quién sigue a Cristo se convierte necesariamente en misionero, y sabe que Jesús «camina con él, habla con él, respira con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).

La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese mismo momento percibimos que ese amor, que nace de su corazón traspasado, se extiende a todo el pueblo de Dios y a la humanidad entera; Así redescubrimos que él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado (cf. ibid., 268) y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús: “id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia. En ella todos están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de la vida; y de forma especial se pide a los consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado todavía el Evangelio.

El quincuagésimo aniversario del Decreto conciliar Ad gentes nos invita a releer y meditar este documento que suscitó un fuerte impulso misionero en los Institutos de Vida Consagrada. En las comunidades contemplativas retomó luz y elocuencia la figura de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, como inspiradora del vínculo íntimo de la vida contemplativa con la misión. Para muchas congregaciones religiosas de vida activa el anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto: quién, por la gracia de Dios, recibe la misión, está llamado a vivir la misión. Para estas personas, el anuncio de Cristo, en las diversas periferias del mundo, se convierte en la manera de vivir el seguimiento de él y recompensa los muchos esfuerzos y privaciones. Cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea acompañada por nobles motivos relacionados con la muchas necesidades pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio. En los Institutos misioneros los formadores están llamados tanto a indicar clara y honestamente esta perspectiva de vida y de acción como a actuar con autoridad en el discernimiento de las vocaciones misioneras auténticas. Me dirijo especialmente a los jóvenes, que siguen siendo capaces de dar testimonios valientes y de realizar hazañas generosas a veces contra corriente: no dejéis que os roben el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismo. En el secreto de vuestra conciencia, preguntaos cuál es la razón por la que habéis elegido la vida religiosa misionera y medid la disposición a aceptarla por lo que es: un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio, recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro.

Hoy, la misión se enfrenta al reto de respetar la necesidad de todos los pueblos de partir de sus propias raíces y de salvaguardar los valores de las respectivas culturas. Se trata de conocer y respetar otras tradiciones y sistemas filosóficos, y reconocer a cada pueblo y cultura el derecho de hacerse ayudar por su propia tradición en la inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las mismas.

Dentro de esta compleja dinámica, nos preguntamos: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico?” La respuesta es clara y la encontramos en el mismo Evangelio: los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen como pagarte (cf. Lc 14,13-14). La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer: «Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 48). Esto debe estar claro especialmente para las personas que abrazan la vida consagrada misionera: con el voto de pobreza se escoge seguir a Cristo en esta preferencia suya, no ideológicamente, sino como él, identificándose con los pobres, viviendo como ellos en la precariedad de la vida cotidiana y en la renuncia de todo poder para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.


Para vivir el testimonio cristiano y los signos del amor del Padre entre los pequeños y los pobres, las personas consagradas están llamadas a promover, en el servicio de la misión, la presencia de los fieles laicos. Ya el Concilio Ecuménico Vaticano II afirmaba: «Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos» (Ad gentes, 41). Es necesario que los misioneros consagrados se abran cada vez con mayor valentía a aquellos que están dispuestos a colaborar con ellos, aunque sea por un tiempo limitado, para una experiencia sobre el terreno. Son hermanos y hermanas que quieren compartir la vocación misionera inherente al Bautismo. Las casas y las estructuras de las misiones son lugares naturales para su acogida y su apoyo humano, espiritual y apostólico.

Las Instituciones y Obras misioneras de la Iglesia están totalmente al servicio de los que no conocen el Evangelio de Jesús. Para lograr eficazmente este objetivo, estas necesitan los carismas y el compromiso misionero de los consagrados, pero también, los consagrados, necesitan una estructura de servicio, expresión de la preocupación del Obispo de Roma para asegurar la koinonía, de forma que la colaboración y la sinergia sean una parte integral del testimonio misionero. Jesús ha puesto la unidad de los discípulos, como condición para que el mundo crea (cf. Jn 17,21). Esta convergencia no equivale a una sumisión jurídico-organizativa a organizaciones institucionales, o a una mortificación de la fantasía del Espíritu que suscita la diversidad, sino que significa dar más eficacia al mensaje del Evangelio y promover aquella unidad de propósito que es también fruto del Espíritu.

La Obra Misionera del Sucesor de Pedro tiene un horizonte apostólico universal. Por ello también necesita de los múltiples carismas de la vida consagrada, para abordar al vasto horizonte de la evangelización y para poder garantizar una adecuada presencia en las fronteras y territorios alcanzados.

Queridos hermanos y hermanas, la pasión del misionero es el Evangelio. San Pablo podía afirmar: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9,16). El Evangelio es fuente de alegría, de liberación y de salvación para todos los hombres. La Iglesia es consciente de este don, por lo tanto, no se cansa de proclamar sin cesar a todos «lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos» (1 Jn 1,1). La misión de los servidores de la Palabra - obispos, sacerdotes, religiosos y laicos - es la de poner a todos, sin excepción, en una relación personal con Cristo. En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal. Una respuesta generosa a esta vocación universal la pueden ofrecer los consagrados y las consagradas, a través de una intensa vida de oración y de unión con el Señor y con su sacrificio redentor.

Mientras encomiendo a María, Madre de la Iglesia y modelo misionero, a todos aquellos que, ad gentes o en su propio territorio, en todos los estados de vida cooperan al anuncio del Evangelio, os envío de todo corazón mi Bendición Apostólica.   Vaticano, 24 de mayo de 2015, Solemnidad de Pentecostés

LA MISIÓN:  UN PASO DE LA COMODIDAD AL MOVIMIENTO

Autor: Cristian Camilo Cárdenas Aguirre.  Seminarista III año de teología,  Arquidiócesis de Ibagué.  El mes de octubre ha tenido una especial dedicación a la misiones; una de sus razones es por la conmemoración de Santa Teresita del Niño Jesús: una mujer que desde el convento se dedicó a su labor misionera. Ella, no salió del convento, sin embargo, es la patrona de las misiones.

En los orígenes del cristianismo, los Apóstoles fueron conquistando almas para Dios a través de la misión; ejemplo de esto fue San Pedro y San Pablo: Pedro enviado a los judíos y Pablo a los paganos. Cada Apóstol ejerció su misión en distintos lugares, como Santo Tomás en la India. Luego, la Iglesia tomando este modelo apostólico, continuó su labor misionera, aunque esta labor no ha sido nada fácil, debido a las dictaduras de cada tiempo que oprime los procesos evangelizadores; víctimas de estas opresiones, han sido martirizados, torturados, encarcelados; pero no por eso, la misión se anquilosa, sino está en movimiento, como Jesús lo hizo en este mundo, inclusive, hasta dar la vida por Cristo, llegando a convertir todo nuestro sufrimiento en una base de construcción de nuevos cristianos.

Pero, ¿Qué es misión? Para entenderlo hay que unirlo a otro término: “evangelización” en palabras del papa Francisco “es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo”. (Cfr. Evangelii Gaudium N° 23). En otras palabras, Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi afirma que, “la Iglesia existe para evangelizar, esta es la vocación propia de la Iglesia” (N° 14) Esta es su base fundamental, y sin ella, toda su estructura caería al piso.

Hay muchos que le huyen a la misión, tal vez por temor, vergüenza o por que tienen ideas fantasiosas como: ¿yo que voy a decir? ¿Qué tal que quede mal? ¿Y si no me escuchan? ¿Y si no respondo bien? u otras sentencias como: no tengo tiempo, yo no tengo estudio, Me da miedo hablar o, eso solo lo hacen los sacerdotes y religiosos o religiosas. Al examinar estas y otras cuestiones que se hacen, siempre sale a flote el “yo” como si la misión fuera mía. Y resulta que la misión es de Cristo. Es a Él de quien vamos a hablar, y si tenemos esta convicción, todo interrogante se va degradando, ya que el Espíritu Santo hablará por nosotros y dirá lo que tenemos que decir (Cfr. Mc 13,11. Jn 14,26). Los Apóstoles no eran personas versadas, eran sencillos; su fuerza misionera brota del convencimiento que se tenga de Cristo, es ÉL, el centro de la misión. Quien no los atendía, se sacudían el polvo de sus sandalias y continuaban su camino (Cfr. Hechos 13, 14. 43-52), de igual manera, el mensaje que expresaban, no lo hacían con gran elocuencia como lo dice San Pablo, al contrario, manifestaban que sentían temor al dirigirse a la comunidad, pero sabían que todo su ser era movido por Dios (Cfr. 1 Cor. 2, 2-5). Así que la misión compete a todos nosotros; hay que dejar de un lado toda estructura que no nos deja salir de nosotros o prejuicios que se pueden llegar a crear o Porque entonces, cuando hablamos de otra persona, no nos da miedo, y hasta muchas veces lo hacemos con tanta seguridad, como si hubiésemos estado presente en el lugar de los acontecimientos o hasta lo hayamos vivido. Si somos capaces de contar noticias (no necesariamente como chisme o por destruir la vida de la otra persona) cuánto más hacerlo por la obra salvadora de Cristo Jesús.

El mensaje misionero no se trata de teorías o posturas teológicas. El mensaje más convincente es la experiencia personal que hemos tenido con Cristo; un mensaje que evoque y provoque un testimonio personal, arrastra más que una postura teológica. Algunos mensajes se convierten en hablar de los testimonios de otros, pero atrae más el propio.

Otro aspecto valioso para la misión es hacer el OSO por Cristo; ¡es verdad!, no se alarme, hay que hacer el oso al evangelizar. Quien no hace el OSO, la misión se convertirá en una conversación que se pueda tener con el oyente, o quizás, llegar a conseguir un amigo más.


Y ¿qué es hacer el OSO? Es hacer Oración, Sacrificio y Ofrenda; una misión que no vaya acompañada de estos tres elementos, su esfuerzo será en vano, y el hablar de Dios será contar una noticia más de todas las que suceden, pero que con los días, ya nadie se acordará y la vida continuará como antes.

¿Y los que no pueden salir a la misión? ¿Cómo cumplir esa obligación de bautizado? Realmente el visiteo, la atención pastoral es solo una forma de evangelizar. Desde cada condición se puede evangelizar; una sonrisa, una palabra amable, una acogida, un consejo oportuno, un buen saludo, un mensaje sobre Dios; esto es hacer misión también. La mejor evangelización no consiste en protagonizarnos, sino en reflejar a la persona de la que hablamos y vivimos. Así, que no hay excusa para misionar.

De esta manera toda la Iglesia, está llamada a la misión; no se necesita ir a las periferias universales de territorio, solo basta con mirar la periferia de mi familia, del vecino, del amigo cercano, del que sufre, del pobre, del que me pide algo con una lágrima en su rostro; estas periferias que se hacen patente en la cotidianidad de nuestra vida, son a esas, las que en primera medida estamos llamados a evangelizar.

NO DEJEMOS QUE NOS ROBEN LA ALEGRÍA DE LA EVANGELIZACIÓN

Mensaje del Santo Padre Francisco, con motivo de la jornada mundial por las misiónes. “No dejemos que nos roben la alegría de la Evangelización”. Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en día  hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la iglesia están llamados a participar, ya que la iglesia es misionera por naturaleza: la iglesia ha nacido “en salida”. La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera. Precisamente sobre la alegría de Jesús y de los discípulos misioneros quisiera ofrecer una imagen bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas (cf.10,21-23).

1. El evangelista cuenta que el Señor envió a los setenta discípulos, de dos en dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino de Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con Jesús. Después de cumplir con esta misión de anuncio, los discípulos volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema dominante de esta primera e inolvidable experiencia misionera. El Maestro Divino les dijo: «No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. En aquella hora, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra...” (...) Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!”» (Lc 10,20-21.23).

Son tres las escenas que presenta san Lucas. Primero, Jesús habla a sus discípulos, y luego se vuelve hacia el Padre, y de nuevo comienza a hablar con ellos. De esta forma Jesús quiere hacer partícipes de su alegría a los discípulos, que es diferente y superior a la que ellos habían experimentado.

2. Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se le ha concedido experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás.

Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación.

3. «Sí, Padre, porque así te ha parecido bien» (Lc 10,21). Las palabras de Jesús deben entenderse con referencia a su júbilo interior, donde la benevolencia indica un plan salvífico y benevolente del Padre hacia los hombres. En el contexto de esta bondad divina Jesús se regocija, porque el Padre ha decidido amar a los hombres con el mismo amor que Él tiene para el Hijo. Además, Lucas nos recuerda el júbilo similar de María: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador » (Lc 1,47). Se trata de la Buena Noticia que conduce a la salvación. María, llevando en su vientre a Jesús, el Evangelizador por excelencia, encuentra a Isabel y cantando el Magnificat exulta de gozo en el Espíritu Santo. Jesús, al ver el éxito de la misión de sus discípulos y por tanto su alegría, se regocija en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en oración. En ambos casos, se trata de una alegría por la salvación que se realiza, porque el amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros, y por obra del Espíritu Santo, nos envuelve, nos hace entrar en la vida de la Trinidad.

El Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador. Inmediatamente después de alabar al Padre, como dice el evangelista Mateo, Jesús nos invita: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (11,28-30). «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1).

De este encuentro con Jesús, la Virgen María ha tenido una experiencia singular y se ha convertido en “causa nostrae laetitiae”. Y los discípulos a su vez han recibido la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él para predicar el Evangelio (cf. Mc 3,14), y así se ven colmados de alegría. ¿Por qué no entramos también nosotros en este torrente de alegría?


4. «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización. Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio, donde hay más personas pobres que esperan.

En muchas regiones escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe a que en las comunidades no hay un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones. Entre éstas no deben olvidarse las vocaciones laicales a la misión. Hace tiempo que se ha tomado conciencia de la identidad y de la misión de los fieles laicos en la Iglesia, así como del papel cada vez más importante que ellos están llamados a desempeñar en la difusión del Evangelio. Por esta razón, es importante proporcionarles la formación adecuada, con vistas a una acción apostólica eficaz.

5. «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes. La contribución económica personal es el signo de una oblación de sí mismos, en primer lugar al Señor y luego a los hermanos, porque la propia ofrenda material se convierte en un instrumento de evangelización de la humanidad que se construye sobre el amor.

Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de las Misiones mi pensamiento se dirige a todas las Iglesias locales. ¡No dejemos que nos roben la alegría de la evangelización! Os invito a sumergiros en la alegría del Evangelio y a nutrir un amor que ilumine vuestra vocación y misión. Os exhorto a recordar, como en una peregrinación interior, el “primer amor” con el que el Señor Jesucristo ha encendido los corazones de cada uno, no por un sentimiento de nostalgia, sino para perseverar en la alegría. El discípulo del Señor persevera con alegría cuando está con Él, cuando hace su voluntad, cuando comparte la fe, la esperanza y la caridad evangélica.

Dirigimos nuestra oración a María, modelo de evangelización humilde y alegre, para que la Iglesia sea el hogar de muchos, una madre para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un nuevo mundo.  

TENTACIONES DEL DISCÍPULO MISIONERO

El Obispo de Ciudad Rodrigo, (Salamanca), monseñor Raúl Berzosa ha viajado hasta Rímini para compartir y vivir el encuentro de la Renovación Carismática en Italia que celebra su XXXVIII congreso nacional de animadores y responsables del 1 de octubre al 4 de noviembre.  Fuente:  Zenit.

El obispo ha hablado tentaciones que vive el discípulo-misionero, ya que es necesario entender las estrategias que utiliza el espíritu de mal. En primer lugar la ideologización del mensaje del evangelio entre las que están: el reduccionismo social, la ideologización psicológica, la propuesta gnóstica que se da mayormente en grupos de élite donde se tiende a verse como 'católicos iluminados' y la propuesta pelagiana, que busca una solución únicamente disciplinal. Una segunda tentación sobre la que ha advertido el prelado español es el funcionalismo. Su acción en la Iglesia es paralizante, esta concepción no tolera el misterio porque va a la eficacia. Y la tercera tentación que ha explicado es el clericalismo, que según ha indicado monseñor Berzosa, en la mayoría de los casos, se trata de una complicidad pecadora: el párroco clericaliza y el laico que piede por favor que lo clericalice, porque en el fondo le resulta más cómodo.

El prelado español lo ha señalado durante su charla sobre "La misión, programa y paradigma de la Iglesia"  reflexionando sobre el mandato de Jesús "Id y haced discípulos míos".

Ha recordado también que  "no hay Iglesia sin misión" y que el "centro de la Iglesia es la periferia". Asimismo ha señalado que no podemos olvidar que la fuerza de la evangelización viene de Dios. Frente a la tentación de cerrarse, debemos abrirnos a la misión para el crecimiento de la comunidad cristiana, ha indicado. También ha recordado que la evangelización es una labor que debemos asumir, incluso para llegar a los más alejados, se podría hablar de una misión Ad Gentes en Europa, "una misión continental como está Latinoamerica".

Del mismo modo, ha reforzado en varias ocasiones la importancia de que la comunión y la evangelización deben ir unidas. Porque el discípulo no está aislado, vive una misión continental. Así ha invitado a realizar una conversión pastoral, en la que la brújula sea la identidad católica que nos lleve a la evangelización.

Para finalizar ha dado algunos "criterios eclesiales" para la misión. A la luz del Espíritu, comprender el camino que Dios quiere para este nuestro hoy. Dios es real y se manifiesta en el hoy. El hoy es lo más similar a la eternidad y en el hoy se juega la vida eterna.

En un segundo aspecto ha recordado que el discipulado misionero es vocación: llamada e invitación. Es tensión y no estático, el discípulo misionero vive en las periferias, no en el centro. El que está en el centro es Jesús que convoca y envía, ha subrayado monseñor Berzosa.

El tercer criterio a tener en cuenta es el hecho de que si la Iglesia se pone al centro se hace autorreferencial, Cristo quiere una Iglesia esposa, madre, cuerpo de Cristo Sierva, maestra de la fe y no 'controladora de la fe'. Como cuarto ha señalado dos 'categorías personales' que surgen de la originalidad del Evangelio. Dos 'criterios' para valorar el mundo en el que vivimos el discipulado misionero: la cercanía y el encuentro, el modo en el que Dios se ha mostrado al mundo, la Iglesia no es nuestra es de Cristo. En el último criterio ha reflexionado sobre el hecho de que todos somos evangelizadores, y es necesario estar cerca de la gente y los hermanos, con gran mansedumbre, paciencia y  misericordia.  Monseñor Berzosa ha subrayado que el motor de la Evangelización es el Espíritu Santo y de su acción surgen nuevas energías y un nuevo modo de hacerlo.

Mensaje del Santo Padre, Francisco. Con motivo de la 87 Jornada mundial misionera a celebrarse el 20 de Octubre de 2013. “Todo bautizado tiene el deber de anunciar a Cristo, pero con la Iglesia.

 

"Queridos hermanos y hermanas:

Este año celebramos la Jornada Mundial de las Misiones mientras se clausura el Año de la fe, ocasión importante para fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro camino como Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía. En esta prospectiva, quisiera proponer algunas reflexiones.

1. La fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella. Dios nos ama. Pero la fe necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia.

Es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amados por Dios, el gozo de la salvación. Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos.

El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia. «El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es "adulta", cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a las "periferia", especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo.

fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida.

2. El Año de la fe, a cincuenta años de distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las naciones. La misionariedad no es sólo una cuestión de territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos independientes, precisamente porque los "confines" de la fe no sólo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer.

El Concilio Vaticano II destacó de manera especial cómo la tarea misionera, la tarea de ampliar los confines de la fe es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas: «Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Decr. Ad gentes, 37).


Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio.

Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de "dar testimonio de Cristo ante las naciones", ante todos los pueblos. La misionariedad no es sólo una dimensión programática en la vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.

3. A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad.

A este respecto, Pablo VI usa palabras iluminadoras: «Sería... un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer... es un homenaje a esta libertad» (Exhort, Ap. Evangelii nuntiandi, 80).

Siempre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo, de hacernos heraldos de su Evangelio, Jesús ha venido entre nosotros para mostrarnos el camino de la salvación, y nos ha confiado la misión de darlo a conocer a todos, hasta los confines de la tierra. Con frecuencia, vemos que lo que se destaca y se propone es la violencia, la mentira, el error.

Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial.

Pablo VI escribía que «cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia»; no actúa «por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (ibíd., 60). Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.

4. En nuestra época, la movilidad generalizada y la facilidad de comunicación a través de los nuevos medios de comunicación han mezclado entre sí los pueblos, el conocimiento, las experiencias. Por motivos de trabajo, familias enteras se trasladan de un continente a otro; los intercambios profesionales y culturales, así como el turismo y otros fenómenos análogos empujan a un gran movimiento de personas.

A veces es difícil, incluso para las comunidades parroquiales, conocer de forma segura y profunda a quienes están de paso o a quienes viven de forma permanente en el territorio. Además, en áreas cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o animados por otras creencias. Por tanto, no es raro que algunos bautizados escojan estilos de vida que les alejan de la fe, convirtiéndolos en necesitados de una "nueva evangelización".

A esto se suma el hecho de que a una gran parte de la humanidad todavía no le ha llegado la buena noticia de Jesucristo. Y que vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan.

La convivencia humana está marcada por tensiones y conflictos que causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable. En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien.

El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe. La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quién guía a la Iglesia en este camino.

5. Quisiera animar a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo, y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos –cada vez más numerosos– que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas. Pero también me gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad– llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza.

Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19) es una riqueza para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia. Hago un llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor.

Invito también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas las agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta atención debe estar también presente entre las iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren por su escasez.

Al mismo tiempo exhorto a los misioneros y a las misioneras, especialmente los sacerdotes fidei donum y a los laicos, a vivir con alegría su precioso servicio en las iglesias a las que son destinados, y a llevar su alegría y su experiencia a las iglesias de las que proceden, recordando cómo Pablo y Bernabé, al final de su primer viaje misionero «contaron todo lo que Dios había hecho a través de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles» (Hch 14,27). Ellos pueden llegar a ser un camino hacia una especie de "restitución" de la fe, llevando la frescura de las Iglesias jóvenes, de modo que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en un intercambio que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor.

La solicitud por todas las Iglesias, que el Obispo de Roma comparte con sus hermanos en el episcopado, encuentra una actuación importante en el compromiso de las Obras Misionales Pontificias, que tienen como propósito animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, ya sea reclamando la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo.

Por último, me refiero a los cristianos que, en diversas partes del mundo, se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el derecho a vivirla con dignidad. Ellos son nuestros hermanos y hermanas, testigos valientes –aún más numerosos que los mártires de los primeros siglos– que soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución actuales. Muchos también arriesgan su vida por permanecer fieles al Evangelio de Cristo. Deseo asegurarles que me siento cercano en la oración a las personas, a las familias y a las comunidades que sufren violencia e intolerancia, y les repito las palabras consoladoras de Jesús: «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Benedicto XVI exhortaba: «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero» (Carta Ap. Porta fidei, 15). Este es mi deseo para la Jornada Mundial de las Misiones de este año. Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras, y a todos los que acompañan y apoyan este compromiso fundamental de la Iglesia para que el anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la tierra, y nosotros, ministros del Evangelio y misioneros, experimentaremos "la dulce y confortadora alegría de evangelizar" (Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 80).  


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA JORNADA MISIONERA MUNDIAL 2012

“Llamados a hacer resplandecer la Palabra de verdad”

(Carta apostólica Porta fidei, n. 6)

  Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Jornada Misionera Mundial de este año adquiere un significado especial. La celebración del 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II, la apertura del Año de la Fe y el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, contribuyen a reafirmar la voluntad de la Iglesia de comprometerse con más valor y celo en la misión ad gentes, para que el Evangelio llegue hasta los confines de la tierra.

                El Concilio Ecuménico Vaticano II, con la participación de tantos obispos de todos los rincones de la tierra, fue un signo brillante de la universalidad de la Iglesia, reuniendo por primera vez a tantos Padres Conciliares procedentes de Asia, África, Latinoamérica y Oceanía. Obispos misioneros y obispos autóctonos, pastores de comunidades dispersas entre poblaciones no cristianas, que han llevado a las sesiones del Concilio la imagen de una Iglesia presente en todos los continentes, y que eran intérpretes de las complejas realidades del entonces llamado “Tercer Mundo”. Ricos de una experiencia que tenían por ser pastores de Iglesias jóvenes y en vías de formación, animados por la pasión de la difusión del Reino de Dios, ellos contribuyeron significativamente a reafirmar la necesidad y la urgencia de la evangelización ad gentes, y de esta manera llevar al centro de la eclesiología la naturaleza misionera de la Iglesia.

Eclesiología misionera

                Hoy esta visión no ha disminuido, sino que por el contrario, ha experimentado una fructífera reflexión teológica y pastoral, a la vez que vuelve con renovada urgencia, ya que ha aumentado enormemente el número de aquellos que aún no conocen a Cristo: “Los hombres que esperan a Cristo son todavía un número inmenso”, comentó el beato Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris missio sobre la validez del mandato misionero, y agregaba: “No podemos permanecer tranquilos, pensando en los millones de hermanos y hermanas, redimidos también por la Sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios” (n. 86). En la proclamación del Año de la Fe, también yo he dicho que Cristo “hoy como ayer, nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra” (Carta apostólica Porta fidei, 7); una proclamación que, como afirmó también el Siervo de Dios Pablo VI en su Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, “no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo: está de por medio el deber que le incumbe, por mandato del Señor, con vista a que los hombres crean y se salven. Sí, este mensaje es necesario. Es único. De ningún modo podría ser reemplazado” (n. 5). Necesitamos por tanto retomar el mismo fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que, pequeñas e indefensas, fueron capaces de difundir el Evangelio en todo el mundo entonces conocido mediante su anuncio y testimonio.

                Así, no sorprende que el Concilio Vaticano II y el Magisterio posterior de la Iglesia insistan de modo especial en el mandamiento misionero que Cristo ha confiado a sus discípulos y que debe ser un compromiso de todo el Pueblo de Dios, Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos. El encargo de anunciar el Evangelio en todas las partes de la tierra pertenece principalmente a los Obispos, primeros responsables de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del colegio episcopal, o como pastores de las iglesias particulares. Ellos, efectivamente, “han sido consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo” (Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 63), “mensajeros de la fe, que llevan nuevos discípulos a Cristo” (Ad gentes, 20) y hacen “visible el espíritu y el celo misionero del Pueblo de Dios, para que toda la diócesis se haga misionera” (ibíd., 38).

La prioridad de evangelizar

                Para un Pastor, pues, el mandato de predicar el Evangelio no se agota en la atención por la parte del Pueblo de Dios que se le ha confiado a su cuidado pastoral, o en el envío de algún sacerdote, laico o laica Fidei donum. Debe implicar todas las actividades de la iglesia local, todos sus sectores y, en resumidas cuentas, todo su ser y su trabajo. El Concilio Vaticano II lo ha indicado con claridad y el Magisterio posterior lo ha reiterado con vigor. Esto implica adecuar constantemente estilos de vida, planes pastorales y organizaciones diocesanas a esta dimensión fundamental de ser Iglesia, especialmente en nuestro mundo que cambia de continuo. Y esto vale también tanto para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólicas, como para los Movimientos eclesiales: todos los componentes del gran mosaico de la Iglesia deben sentirse fuertemente interpelados por el mandamiento del Señor de predicar el Evangelio, de modo que Cristo sea anunciado por todas partes. Nosotros los Pastores, los religiosos, las religiosas y todos los fieles en Cristo, debemos seguir las huellas del apóstol Pablo, quien, “prisionero de Cristo para los gentiles” (Ef 3,1), ha trabajado, sufrido y luchado para llevar el Evangelio entre los paganos (Col 1,24-29), sin ahorrar energías, tiempo y medios para dar a conocer el Mensaje de Cristo.

También hoy, la misión ad gentes debe ser el horizonte constante y el paradigma en todas las actividades eclesiales, porque la misma identidad de la Iglesia está constituida por la fe en el misterio de Dios, que se ha revelado en Cristo para traernos la salvación, y por la misión de testimoniarlo y anunciarlo al mundo, hasta que Él vuelva. Como Pablo, debemos dirigirnos hacia los que están lejos, aquellos que no conocen todavía a Cristo y no han experimentado aún la paternidad de Dios, con la conciencia de que “la cooperación misionera se debe ampliar hoy con nuevas formas para incluir no sólo la ayuda económica, sino también la participación directa en la evangelización” (Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 82). La celebración del Año de la Fe y el Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización serán ocasiones propicias para un nuevo impulso de la cooperación misionera, sobre todo en esta segunda dimensión.

La fe y el anuncio


                El afán de predicar a Cristo nos lleva a leer la historia para escudriñar los problemas, las aspiraciones y las esperanzas de la humanidad, que Cristo debe curar, purificar y llenar de su presencia. En efecto, su mensaje es siempre actual, se introduce en el corazón de la historia y es capaz de dar una respuesta a las inquietudes más profundas de cada ser humano. Por eso la Iglesia debe ser consciente, en todas sus partes, de que “el inmenso horizonte de la misión de la Iglesia, la complejidad de la situación actual, requieren hoy nuevas formas para poder comunicar eficazmente la Palabra de Dios” (Benedicto XVI, Exhort. apostólica postsinodal Verbum Domini, 97). Esto exige, ante todo, una renovada adhesión de fe personal y comunitaria en el Evangelio de Jesucristo, “en un momento de cambio profundo como el que la humanidad está viviendo” (Carta apostólica Porta fidei, 8).

                En efecto, uno de los obstáculos para el impulso de la evangelización es la crisis de fe, no sólo en el mundo occidental, sino en la mayoría de la humanidad que, no obstante, tiene hambre y sed de Dios y debe ser invitada y conducida al pan de vida y al agua viva, como la samaritana que llega al pozo de Jacob y conversa con Cristo. Como relata el evangelista Juan, la historia de esta mujer es particularmente significativa (cf. Jn 4,1-30): encuentra a Jesús que le pide de beber, luego le habla de una agua nueva, capaz de saciar la sed para siempre. La mujer al principio no entiende, se queda en el nivel material, pero el Señor la guía lentamente a emprender un camino de fe que la lleva a reconocerlo como el Mesías. A este respecto, dice san Agustín: “después de haber acogido en el corazón a Cristo Señor, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer [esta mujer] si no dejar el cántaro y correr a anunciar la buena noticia?” (In Ioannis Ev., 15,30). El encuentro con Cristo como Persona viva, que colma la sed del corazón, no puede dejar de llevar al deseo de compartir con otros el gozo de esta presencia y de hacerla conocer, para que todos la puedan experimentar. Es necesario renovar el entusiasmo de comunicar la fe para promover una nueva evangelización de las comunidades y de los países de antigua tradición cristiana, que están perdiendo la referencia de Dios, de forma que se pueda redescubrir la alegría de creer. La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz.

En este designio de amor realizado en Cristo, la fe en Dios es ante todo un don y un misterio que hemos de acoger en el corazón y en la vida, y del cuál debemos estar siempre agradecidos al Señor. Pero la fe es un don que se nos dado para ser compartido; es un talento recibido para que dé fruto; es una luz que no debe quedar escondida, sino iluminar toda la casa. Es el don más importante que se nos ha dado en nuestra existencia y que no podemos guardarnos para nosotros mismos.

El anuncio se transforma en caridad

                ¡Ay de mí si no evangelizase!, dice el apóstol Pablo (1 Co 9,16). Estas palabras resuenan con fuerza para cada cristiano y para cada comunidad cristiana en todos los continentes. También en las Iglesias en los territorios de misión, iglesias en su mayoría jóvenes, frecuentemente de reciente creación, el carácter misionero se ha hecho una dimensión connatural, incluso cuando ellas mismas aún necesitan misioneros. Muchos sacerdotes, religiosos y religiosas de todas partes del mundo, numerosos laicos y hasta familias enteras dejan sus países, sus comunidades locales y se van a otras iglesias para testimoniar y anunciar el Nombre de Cristo, en el cual la humanidad encuentra la salvación. Se trata de una expresión de profunda comunión, de un compartir y de una caridad entre las Iglesias, para que cada hombre pueda escuchar o volver a escuchar el anuncio que cura y, así, acercarse a los Sacramentos, fuente de la verdadera vida.

Junto a este grande signo de fe que se transforma en caridad, recuerdo y agradezco a las Obras Misionales Pontificias, instrumento de cooperación en la misión universal de la Iglesia en el mundo. Por medio de sus actividades, el anuncio del Evangelio se convierte en una intervención de ayuda al prójimo, de justicia para los más pobres, de posibilidad de instrucción en los pueblos más recónditos, de asistencia médica en lugares remotos, de superación de la miseria, de rehabilitación de los marginados, de apoyo al desarrollo de los pueblos, de superación de las divisiones étnicas, de respeto por la vida en cada una de sus etapas.

                Queridos hermanos y hermanas, invoco la efusión del Espíritu Santo sobre la obra de la evangelización ad gentes, y en particular sobre quienes trabajan en ella, para que la gracia de Dios la haga caminar más decididamente en la historia del mundo. Con el Beato John Henry Newman, quisiera implorar: “Acompaña, oh Señor, a tus misioneros en las tierras por evangelizar; pon las palabras justas en sus labios, haz fructífero su trabajo”. Que la Virgen María, Madre de la Iglesia y Estrella de la Evangelización, acompañe a todos los misioneros del Evangelio.

                               Vaticano, 6 de enero de 2012, Solemnidad de la Epifanía del Señor

PONTIFICIUM OPUS A SANCTA INFANTIA LA PASTORAL MISIONERA

EN LA EVANGELIZACION

1. LA PASTORAL MISIONERA

        Cuál es nuestro puesto y cuál es nuestra misión en la Iglesia ?. Cómo podemos ayudar a que nuestros hermanos se conviertan en verdaderos misioneros ?.

         Esta reflexión nos ayudará a valorar nuestro servicio dentro de la pastoral misionera y a integrarlo en el corazón de la evangelización. Así podremos realizarnos mejor como animadores misioneros.

         Las fuentes que utilizamos son la Palabra de Dios, la Tradición y la vida de la Iglesia, las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, especialmente, el concilio Vaticano II, la exhortación apostólica Evangelli Nuntiandi y la carta Redemptoris Missio. Además, la referencia a la realidad concreta de la evangelización actual. Escuchemos, pues, la enseñanza de Jesús, analicemos, después, la evangelización y profundicemos juntos sobre el puesto, importancia y tareas de la pastoral misionera en el centro de la evangelización.

          Es Jesús mismo quien nos llama "amigos" y nos ha enviado a evangelizar a todas las gentes (Mt 28,19). Es nuestra vocación: ser sus discípulos y a hacer discípulos para El. Discipulado y misión son interdependientes y complementarios : somos discípulos para la misión, realizamos la misión para ser fieles discípulos de Cristo. El Espíritu Santo es quien nos ilumina, fotalece y vivifica para la plena realización de esa misión.

          Como lo presenta la carta encíclica Redemptoris Missio," la fe se fortalece dándola" ( RM 2). Pero para pasar a darla se requiere la animación misionera, la cual conlleva la información misionera, la formación misionera, la cooperación misionera y la promoción de las vocaciones misioneras ( cf. RM 83). La Iglesia declara que a esta animación y formación misionera se ha de dar la prioridad dentro de la pastoral diocesana y parroquial (RM 83). Es en comunidad eclesial en la que se crece y se comparte la fe, mediante el testimonio, el anuncio, la caridad y el diálogo evangelizador ( R M cap. V). O es misionera la comunidad...o no es cristiana, o somos misioneros...o no somos cristianos. De este conjunto de acciones y medios, llamado Pastoral misionera, somos responsables todos en la Iglesia, coordinados por los correspondientes organismos en cada nivel eclesial ( R M cap. VII).

          Dentro de la evangelización, podemos decir, entonces, que la Pastoral Misionera es el servicio evangelizador con el cual se anima y forma misioneramente a los cristianos para que realicen eficazmente su misión local y universal.

2. PUESTO Y SERVICIOS DE LA PASTORAL MISIONERA DENTRO DE LA EVANGELIZACIÓN LOCAL Y UNIVERSAL.

         La evangelización cumple tres tareas al servicio del Reino de Dios: anunciar a Jesucristo único Salvador ; formar y ayudar a madurar comunidades cristianas; y realizar una auténtica promoción humana con la vivencia de los valores evangélicos (cf. RM 30).

         Dentro de estas tareas evangelizadoras, la pastoral misionera anima y forma el espíritu misionero universal de los cristianos para que realicen eficientemente su misión local y universal. Seguramente por ello, se recuerda a cada Iglesia particular que la animación, formación, comunión y cooperación misioneras ( pastoral misionera) han de ocupar el puesto central dentro de la pastoral diocesana (cf. RM 83). Así mismo, deberá ser prioritario para cada persona y para cada comunidad local.

         La evangelización es un proceso dentro del cual se integran varios pasos, medios y actividades. La descripción que nos proporcionan los documentos eclesiales ( sobre todo, Evangelii Nuntiandi y Redemptoris Missio) muestra que este proceso se comienza con el testimonio evangelizador; luego, se hace el anuncio de la Buena Nueva; después, la conversión y crecimiento en la fe; a continuación, la vivencia comunitaria eclesial; y, finalmente, el compromiso evangelizador o misionero.

         La pastoral misionera se propone dinamizar todo este proceso evangelizador para que se llegue al quinto paso, al compromiso misionero. Con ello el cristiano , que ha estado recibiendo el servicio evangelizador, efectivamente se comprometa y dé testimonio evangelizador, haga el anuncio del Evangelio, acompañe a otros en su conversión y crecimiento de su fe; ayude a madurar eclesialmente su familia y su comunidad; y, sobre todo, trabaje para que los demás también asuman su compromiso misionero y se conviertan en activos evangelizadores.

         Los horizontes de la misión son universales (cf. RM, cap. IV). La evangelización ha de llegar a todos los hombres, a todos los pueblos, hasta las raíces de sus culturas, en todos los tiempos, en todas partes. Por ello, ha de atender las diversas situaciones que se le presentan: la de los que no han recibido la primera evangelización (misión Ad gentes), la de los cristianos no católicos (ecumenismo), la de los católicos alejados (nueva evangelización) y la de los buenos católicos (atención pastoral) (cf. RM 33 y 34). Respecto a cada una de estas situaciones, la Iglesia ha de realizar su misión con actividades y medios adecuados.

La pastoral misionera ha de estar activamente presente en todas las situaciones y formas de evangelización:·

en la "atención pastoral" de los católicos para ayudarlos a que realicen su misión local y universal, sobre todo, en favor de los no cristianos; ·

es claro que la pastoral misionera ha de estar especialmente presente en la "primera evangelización" de los no cristianos para ayudarlos, desde el principio, a comprometerse en un cristianismo que dé continuamente testimonio de Jesucristo Salvador, anuncie su Evangelio, acompañe a otros en su camino de conversión, viva y celebre comunitariamente su fe y ayude a que otros también realicen su compromiso misionero de salir a evangelizar a todas las gentes (cf. Mt 28, 19). ·

en la "nueva evangelización": es la misión la que renueva la identidad cristiana e inspira y sostiene la nueva evangelización (cf. RM 2), ayuda a que los católicos no militantes asuman y cumplan su compromiso misionero de vivir y comunicar el Evangelio en su comunidad y en la evangelización universal;

         Las dificultades que encuentra la evangelización son grandes. Unas de ellas son externas, otras son internas de parte de los mismos católicos, sobre todo, por falta de fervor y escaso interés por el compromiso misionero derivado de la mentalidad indeferentista (cf. RM 36). Nuestra esperanza está en el Espíritu Santo, protagonista de la misión, que nos lleva a un compromiso efectivo en la evangelización universal.

         La pastoral misionera ayuda a afrontar esas dificultades internas despertando, avivando y sosteniendo el espíritu misionero universal, dando formación misionera y ayudando a que las personas se unan en comunidades eclesiales vivas y dinámicas para realizar su misión. Con ello, tendremos católicos dóciles al Espíritu y continuamente misioneros.

          La responsabilidad de la misión universal es de todos y de cada uno en la Iglesia. En concreto, una responsabilidad fundamental recae en cada Iglesia particular. Su misión es local y universal, dando prioridad a los no cristianos del mundo entero. Por ello, toda su vida y servicio habrá de tener una proyección misionera universal. Toda la Iglesia es misionera por naturaleza. Esta pastoral misionera es un núcleo dinamizador de todas las comunidades y de las actividades evangelizadoras que se les ofrecen. Es centro, eje, del proceso evangelizador en el que participan los niños, los jóvenes, las familias, los consagrados y diversas Instituciones y comunidades. Ella da sabor "católico" a nuestra vida y a nuestros servicios. Ella ayuda a que cada persona, cada comunidad ( Ver R.M. 2 ) y cada familia sea misionera. Lleva, así, a la parroquia y la diócesis a ser verdaderamente misioneras.

         Así, la pastoral misionera es parte fundamental dentro del proceso general de la evangelización. Es la evangelización orientada a conseguir que todos cumplamos adecuadamente nuestra misión local y universal. En esta pastoral, no solo buscamos ser misioneros sino ayudar a que otros sean misioneros. Logramos "ser" discípulos de Jesús, "hacer discípulos" para Jesús y mover a "que ellos hagan" más discípulos para El.

         Este servicio misionero se realiza con la participación de los niños. Jesús mismo es quien les ha dado una misión en la Iglesia y en el mundo. Ellos mismos han de colaborar evangelizándose y evangelizando a todas las gentes. Ellos, ciertamente, son destinatarios de la pastoral misionera. Pero, ante todo, los niños son sus principales agentes: por tanto, ella solo puede ser pastoral misionera "con" los niños. Este es el tema específico que analizamos ahora.

3. AREAS DE LA PASTORAL MISIONERA:

          Qué servicios concretos podemos realizar para ayudar a que nuestros hermanos, no solo vivan la fe, sino que la defiendan y la difundan ?. Qué pasos dar y con cuáles medios ?.


          La Pastoral Misionera se realiza mediante cuatro servicios y medios que son entre sí complementarios:

ANIMACION MISIONERA: para despertar, avivar y sostener en los niños el espíritu misionero universal. Los medios que generalmente se utilizan para ello son: la oración, la información misionera, la motivación misionera, los Encuentros, la asociación de los niños, el servicio misionero y el acompañamiento misionero.

FORMACION MISIONERA: para ayudar a que los niños hagan la "Escuela de amor con Jesús" y, así, tengan criterios, mentalidad y corazón misionero, como la de su Maestro. Esta formación comprende como contenidos y actividades fundamentales: ·

         * La Catequesis misionera y teología de la misión ·

         * La Espiritualidad misionera, ·

         * La Metodología y práctica misionera .

COMUNION Y ORGANIZACION MISIONERA: para promover la comunión misionera entre los niños , para utilizar adecuadamente los recursos disponibles para su servicio misionero y para ayudar a integrar bien la vida y los servicios tanto de los niños como de sus animadores en la comunidad eclesial. Se forman grupos misioneros y se realizan diversas actividades de integración comunitaria.

COOPERACION MISIONERA: para ayudar a que cada niño realice los aportes misioneros que le corresponden en su comunidad local y en favor de la evangelización universal, especialmente de "la misión ad gentes". Esa cooperación se realiza en varias formas:

Cooperación espiritual: con el ofrecimiento de la propia vida cristiana (testimonio), la continua oración por las misiones y la ofrenda de los propios sacrificios, uniéndolos a los de Jesús por la salvación de los niños y del mundo.

Cooperación material: con la "ofrenda " económica o con otros bienes materiales.

Cooperación con servicios misioneros. Dios no solo necesita nuestras ofrendas sino que necesita nuestras personas, nos necesita a nosotros mismos como misioneros. Además, necesita que promovamos las vocaciones misioneras.

         La pastoral misionera realmente es centro, eje, motor, núcleo, para toda la evangelización. Ella cumple una tarea prioritaria en la pastoral de conjunto de cada Iglesia Particular y por ello reclama el que se le dé una prioridad efectiva ( ver R. M. 83 ).

         La Pastoral Misionera se realiza integralmente cuando se prestan progresiva y armónicamente los cuatro servicios: tanto animar y formar misioneramente como promover la comunión misionera y la cooperación misionera de todos los miembros de la Iglesia. Estos cuatro servicios se complementan y se exigen mutuamente dentro del proceso de la pastoral misionera para coneguir más y mejores misioneros, más y mejor cooperación ( espiritual, material y con servicios) a la evangelización universal.

        ¿Será suficiente hacer Animación Misionera para conseguir cooperación económica ?. El proceso en la persona y en la comunidad eclesial, aunque requiere más tiempo, exige los cuatro servicios realizados de manera armónica.Estos servicios de pastoral misionera se habrían de ofrecer

a cada persona ( niño, joven, adulto) y ·

a cada comunidad ( familia, grupo, parroquia,etc.).

          Es decisivo reconocer a los niños su propia misión. La misión es "cuestión de fe". Tanta fe tenga, tanto creo en la misión, en mi propia misión y en la misión de los niños. El niño, aunque sea pequeño, desde el bautismo es parte viva en la Iglesia, ha sido enviado a evangelizar. El tiene una misión para hoy en la Iglesia y en el mundo.Por eso, hemos de ayudarle a que la cumpla. La misión de los niños es insustituible en la evangelización universal ( ss. Juan Pablo II, 6 de mayo 1993, en el 150 aniversario de la Infancia Misionera). Así, la pastoral misionera, con la animación, formación, comunión y cooperación misioneras, ayuda a cada niño para que sea misionero en su familia, en su escuela, en su comunidad y misionero para el mundo entero.

          Por ello, la pastoral misionera no será solamente un servicio a los niños, sino un servicio con los niños. Es una pastoral misionera con los niños. Así, el niño no solo es destinatario sino agente de la evangelización personal y de la de otros. Se evangeliza y evangeliza con un corazón misionero universal.

          La Pastoral Misionera despierta y forma en los niños su espíritu misionero universal, los ayuda a vivir su comunión misionera , a organizarse y a cooperar ( espiritual, económicamente y con sus propios servicios ) en la evangelización de los niños y del mundo entero.

         Las Obras Misionales Pontificias han de realizar una parte fundamental de esta Pastoral Misionera en favor de cada persona y de cada comunidad eclesial.

         La Infancia Misionera es la gran Obra de la Iglesia universal y de cada Iglesia particular para realizar la pastoral misionera con los niños. Desde ella, millones de niños en todo el mundo están comprometiéndose como pequeños grandes misioneros. Ellos ayudan a que otros niños "hagan discípulos" para Jesús.

PARA PROFUNDIZAR Y APLICAR :

Elabore un dibujo o una descripción con la cual Vd. explique a otra persona lo que es la Pastoral Misionera en la evangelización de la comunidad.

Describa por qué a la Pastoral Misionera se ha de dar el lugar central, la prioridad, dentro de la pastoral diocesana y parroquial ?

Describa qué importancia tiene cada una de las cuatro áreas ( o servicios ) de la pastoral misionera en su comunidad local ?. Por qué ?.

¿Por qué la pastoral misionera ha de ser no sólo "en favor" de los niños sino "con" los niños?

Con otro amigo, analice y describa cuáles son los principales necesidades de pastoral misionera en su comunidad local y los próximos pasos que se deberían dar.