Otra causa que agranda la dificultad de definir al mundo rural se encuentra en que éste, tradicionalmente cerrado y desconfiado de lo ajeno, es ahora un mundo abierto a los aires coloreados de la urbe. Es más, esta apertura se hace extraprovincial y transnacional a través de los viajes y medios de comunicación social, que invaden también al hombre y mujer del pequeño pueblo con noticias e interpretaciones polivalentes y a veces contradictorias acerca de la realidad. Ello provoca en este sufrido morador de nuestros núcleos rurales sentimientos de desorientación, frustración y miedo ante el futuro del campo y del pueblo.
Admitida esta novedad sociológica y psíquica que afecta a nuestras gentes del agro, queremos dejar constancia de la necesidad de una pastoral concreta y diferenciada para ser aplicada en este sector. Los orígenes y el fundamento de esta tarea eclesial no son otros que las palabras y hechos del Maestro Jesucristo de Nazaret: "Id al mundo entero y proclamad la Buena Nueva a todas las gentes" (Mt. 28, 18-20). En el siglo XXI sigue sonando dulce e imperativa a la vez esta misión, como sonó en los oídos de los discípulos al comienzo del tiempo cristiano. El escenario donde por vez primera el Hijo de Dios encomendó esta labor a los suyos fue un escenario eminentemente rural: el monte, el lago, el desierto, el huerto o el camino acogieron mil veces su presencia y su palabra salvadora. Y los destinatarios de este mensaje nuevo y original, propio del pensamiento y del corazón de Dios, eran en aquel tiempo gentes de la ruralidad de la Palestina del siglo I: el pescador, el pastor, el jornalero y el labrador constituían el grupo de oyentes más asiduos de Jesús.
La lectura del Evangelio nos facilita la conclusión de que el Cristianismo nace en un marco campesino. Dios así lo quiso y realizó a través de su Hijo. Había otras posibilidades. Podía haber estado en la gran ciudad su cuna y su casa. Y la plaza mayor, el sitio donde culminara su vida de entrega al Padre y a los hermanos. Podía haber llamado a los ilustres y eminentes señores para constituir con ellos su primer colegio apostólico. Pero el estilo de Dios fue, es y será hacerse presente en lo humilde y encarnarse en los últimos del escalafón social. Para que estos sean los primeros en la escala de Dios (Lc. 14, 7-13).
El objetivo liberador de Jesús hacia aquel pueblo campesino y pastor es el mismo objetivo que la Iglesia rural de todos los tiempos ha heredado de su fundador: Liberar a unas gentes que sufren desprecios y son tratados como seres de inferior categoría por las fuerzas del poder. Esta tarea liberadora aceptada por la Iglesia de Jesús no tiene exclusivamente una faceta espiritual. El Concilio Vaticano II proclama sin ningún complejo "la liberación de toda esclavitud, sea económica, cultural o política" (Ad Gentes, N° 11 y 12). La salvación o es integral o no es salvación. Es la persona en su unidad indivisible el fin de toda acción salvífica.
En un fuerte proceso de desruralización, en el que la tierra y el pueblo están dirigidos por la ciudad y subordinados a ella, se pide al teólogo y pastoralista la profundización y divulgación de una teología del campo.
Las líneas sobre las que debe asentarse esta teología y pastoral rural son líneas fuertemente experimentadas en los últimos decenios por parte de agentes pastorales, que individualmente o en equipo han optado generosamente por vivir y evangelizar el campo. Y para puntualizar lo que es esta pastoral contamos con una rica gama de acciones, testimonios y publicaciones, que nos presentan la amplia labor de campo y no de gabinete teórico. De todas estas experiencias subrayamos algunas notas características que siempre y especialmente hoy han de acompañar a dicha pastoral.
Pastoral de presencia. Una presencia encarnada en el pueblo campesino. Los promotores de esa pastoral deben conocer la historia, la cultura y el carácter de esos hombres y mujeres. Pues mal se puede amar y salvar aquello que no se conoce. El nuevo rostro de la Iglesia aquí ha de definirse no como "estar en el campo", sino "estar con el campo".
Pastoral de maduración de las personas. Estas han de ser sujetos de su vida y sus proyectos. Nunca, seres pasivos que aceptan resignadamente las ofertas que vienen de fuera. Es el propio campesino quien ha de construir con garantías de constancia el futuro de su pueblo y de su vocación labriega.
Pastoral de transformación. La realidad campesina es dura. Se impone un cambio a base de estudiar y buscar solución a los problemas de fondo. Constituye una traición a este sector el trabajo de los agentes pastorales si estos se limitan a cumplir como meros funcionarios o a entretener al personal con asuntos secundarios o juegos de pasatiempo. Hay que apostar fuerte por el cambio radical de situación en el mundo rural.
Pastoral de Comunidad. Se acusa al campesino de poseer un carácter marcadamente individualista, de practicar permanentemente el lema de "sálvese quien pueda" y de estar siempre "arrimando el ascua a su sardina". Aún sin aceptar al cien por cien estas acusaciones, sí que es preciso insistir incansablemente en la necesidad de que el rural tome conciencia de ser pueblo, comunidad. Y se solidarice y comprometa con todo lo que ello supone. La acción pastoral debe consistir primordialmente en arrancar del campo el individualismo, la soledad, el aislamiento, el recelo, la sospecha, el separatismo, la envidia, la crítica y otras plagas dañinas que por aquí se han dado. Y por el contrario, fomentar el cultivo de la unión, la cooperación, la solidaridad, la fraternidad y otros frutos imprescindibles para construir la comunidad del Pueblo de Dios en el campo. Un Pueblo abierto a la comarca, a la Diócesis, a la Iglesia regional, del país y del mundo. Así se cumplirá una de las notas esenciales de toda la Iglesia: la catolicidad.
Pastoral de selección. No todo es igualmente válido entre las acciones que se llevan a cabo en los programas pastorales y en los actos parroquiales. Es tan variada la lista de ritos, ceremonias y celebraciones existentes en nuestros pueblos, que se impone un análisis detallado y una valiente decisión para distinguir la paja almacenada en muchos ritos catalogados como "religiosidad popular" del trigo limpio de una religión pura e intachable a los ojos de Dios (Sant. 1,27). Esta pastoral, sin hacer discriminación en contra de nadie, se fijará especialmente en aquellas personas que manifiesten inquietud por la liberación integral del campo. Y seleccionará actividades que respondan a un proyecto evangelizador de un pueblo o comarca, siguiendo el proyecto de Jesús, que va a la dignificación y salvación del hombre en su integridad. Ese proyecto consecuentemente relegará a posiciones secundarias los intentos de un mero asistencialísmo, los parcheos momentáneos y los llamados escarceos pastorales, que no ayudan a que la comunidad crezca y camine.
Pastoral del hombre nuevo. Que se despoje de los vestidos raídos de tiempos viejos y se vista de justicia y santidad verdadera. Hay que despertar la semilla bautismal en los nuevos campos de los nuevos tiempos. Esa semilla ya está depositada desde antaño en el corazón de los pueblos. Pero está dormida y por ende, resulta infecunda. La novedad de vida y de método que está reclamando la pastoral rural es condición indispensable para que el campesinado no deserte ni de la fe ni de la Iglesia, sino que produzca el fruto, que esa semilla despertada por un estilo nuevo de hacer Evangelio, puede dar.