Heredando el Magisterio de Juan Pablo II y siguiendo la línea del pensamiento de Benedicto XVI, la Conferencia de Aparecida anuncia que la Iglesia en América Latina y El Caribe quiere ponerse en estado de misión, para lo cual requiere, no solo de la colaboración de los fieles laicos, sino que en la Iglesia ellos deben ser tenidos muy en cuenta con un espíritu de comunión y participación (Cf. Aparecida, 213; Pastores Gregis, 11). En otras palabras, la Iglesia misionera no pude dejar de lado a ninguno de sus miembros. Todos tienen que participar como discípulos misioneros en el cumplimiento de su tarea fundamental. "Sin duda alguna que, el re lanzar con gran fuerza la convicción de que la Iglesia es y debe ser siempre misionera, como parte esencial de su realidad eclesial, ha sido uno de los grandes logros de Aparecida. Reconocemos que dentro del ser profundo de la Iglesia está su condición misionera. Pero esta realidad hay que renovarla y fortalecerla. Tomar conciencia de esta realidad es caminar por el sendero de la conversión pastoral, ya que una Iglesia misionera es una Iglesia de brazos abiertos, acogedora, que sale al encuentro, que se arraiga profundamente en la Palabra de Dios y vive de la Eucaristía, que celebra el gozo de la presencia y el encuentro permanente de su Señor en medio de Ella" (Pontificio Comisión para América Latina, Aparecida 2007, pp. 56,57).
No podemos olvidar que todos los que hemos tomado conciencia de nuestro ser de cristianos, dentro del seno de la Iglesia, estamos llamados a buscar a todos los alejados del redil del Señor. No nos podemos quedar plantados en une actitud indiferente, o como discípulos mudos. Es urgente que comuniquemos con unción y convencimiento las riquezas insondables de Cristo nuestro Señor y Salvador, a todos los que nos rodean.
Uno de los objetivos que se ha propuesto el Santo Padre, al programar para la Iglesia el Año de la Fe, es precisamente reimpulsar la tarea de la nueva evangelización, dentro de una gran espíritu misionero eclesial: "Caritas Christi urget nos" (2 Co 5)4). Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, Él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (Cf. Mt 28,19). Con su amor Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación; en todo tiempo convoca a la Iglesia y le confía el anuncia del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización, para redescubrir la alegría de creer y de volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe" (Puerta de la Fe, 7).
CONCLUSIÓN
Dios por medio de la Iglesia en la persona del Santo Padre, Benedicto XVI y en comunión con todos los Obispos de América Latina y del Caribe, nos invita a creer y a comunicar la Fe. Nuestro objetivo con estas cortas páginas era el presentar una ruta espiritual breve y fundamental, para iluminar los aspectos básicos de todo lo que significa seguir a Jesucristo, a la luz de Aparecida.
Es fundamental propiciar siempre el encuentro personal y comunitario con Cristo. Sin este paso todo lo que se construya a nivel de espiritualidad cristiana es vacío y pasajero. Además, con el fin de sostener el ritmo espiritual de crecimiento en la fe y teniendo en cuenta los vaivenes de la condición humana y la volubilidad del corazón, es necesario el ejercicio de la conversión, como un proyecto de retorno constante a la fuente de toda espiritualidad, que es Dios. Él nos concede siempre entrar en su presencia mediante el perdón y la misericordia.
El encuentro con El Señor y la conversión permanente nos predisponen a ser discípulos del Maestro supremo y único. Él es para nosotros el camino, la verdad y la vida. Necesitamos sentarnos a sus pies para escuchar y recibir de sus labios la verdad del Evangelio para nuestra salvación y la de nuestros hermanos. La escuela de Jesús es la única escuela en donde no se agotan las clases de vida eterna, porque la materia central es el amor que nunca se acaba. "Señor, ¿A quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna"(Jn 6, 68- 69).
Nuestra relación íntima con Jesús nos una a su Padre y al Espíritu Santo. Es una comunión con la Santísima Trinidad. Tal realidad nos permite hacer efectiva la comunión dentro del seno de nuestra Madre la Iglesia, en los distintos niveles: familiar (comunidad), parroquial, diocesana y de la Iglesia universal. Todo esto brota de la Eucaristía como signo de comunión con la humanidad y la creación entera.
Finalmente, apoyados en el corazón del Señor, sentimos su palpitar continuo en favor de la salvación de todos los hombres. Por lo tanto, brota la misión como efecto del amor de Dios. Si de verdad seguimos a Cristo, debemos anunciar a todos la totalidad de la salvación que Él nos transmite. Cuando un hijo de la Iglesia rechaza la misión, como exigencia fundamental de su Fe, está muy lejos de transitar por la nueva evangelización ya que cuando un bautizado es evangelizado, necesariamente nace un misionero para la Iglesia.
Que la intercesión de María, la primera creatura evangelizada y evangelizadora, la Reina de la nueva evangelización, nos ayude a lograr una profunda espiritualidad que nos haga verdaderos discípulos misioneros del único salvador del mundo, nuestro Señor Jesucristo.
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