31 October 2024
 

 CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO EN EL AÑO DE LA FE  Año 2013

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!  En el Credo profesamos que Jesús "de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos". La historia humana comienza con la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios

y concluye con el juicio final de Cristo. A menudo nos olvidamos de estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el regreso de Cristo y en el juicio final a veces no está tan clara y sólida en el corazón de los cristianos. Jesús durante su vida pública, a menudo ha reflexionado sobre la realidad de su venida final.

Sobre todo recordamos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios ha llevado al Padre nuestra humanidad que Él asumió y quiere atraernos a todos hacia Sí mismo, llamar a todo el mundo para que sea recibido en los brazos abiertos de Dios, para que, al final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre. Hay, sin embargo, este "tiempo intermedio" entre la primera venida de Cristo y la última, que es precisamente el momento que estamos viviendo. En este contexto se coloca la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt 25,1-13). Se trata de diez muchachas que esperan la llegada del Esposo, pero tarda y ellas se duermen. Ante el repentino anuncio de que el Esposo está llegando, todas se preparan para recibirlo. Pero mientras cinco de ellas, prudentes, tienen el aceite para alimentar sus lámparas, las otras, necias, se quedan con las lámparas apagadas, porque no lo tienen; y mientras lo buscan, el Esposo llega y las vírgenes necias encuentran cerrada la puerta que conduce a la fiesta de bodas. Llaman con insistencia, pero es demasiado tarde, el Esposo responde: no os conozco

El Esposo es el Señor, y el tiempo de espera de su llegada es el tiempo que Él se nos da, con misericordia y paciencia, antes de su llegada final, tiempo de la vigilancia; tiempo en que tenemos que mantener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad, tiempo de mantener abierto nuestro corazón a la bondad, a la belleza y a la verdad; tiempo que hay que vivir de acuerdo con Dios, porque no conocemos ni el día, ni la hora del regreso de Cristo. Lo que se nos pide es estar preparados para el encuentro: preparados a un encuentro, a un hermoso encuentro, el encuentro con Jesús. Esto significa ser capaz de ver los signos de su presencia, mantener viva nuestra fe con la oración, con los Sacramentos, estar atentos para no caer dormidos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, ¿eh?, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, con la alegría de Jesús... ¡No se duerman

La segunda parábola, la de los talentos, nos hacen reflexionar sobre la relación entre la forma en que usamos los dones recibidos de Dios y su regreso, cuando nos pedirá cómo los hemos utilizado (cf. Mt 25,14-30). Conocemos bien la historia: antes de salir de viaje, el dueño da a cada siervo algunos talentos para que sean bien utilizados durante su ausencia. Al primero le entrega cinco, dos al segundo y uno al tercero. Durante su ausencia, los dos primeros siervos multiplican sus talentos -se trata de monedas antiguas, ¿verdad?-, Mientras que el tercero prefiere enterrar su propio talento y entregarlo intacto a su dueño. A su regreso, el dueño juzga su trabajo: alaba a los dos primeros, mientras que el tercero viene expulsado fuera de la casa, porque ha mantenido oculto por temor el talento, cerrándose sobre sí mismo. Un cristiano que se encierra dentro de sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha dado... ¿es un cristiano?... ¡no es un cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios todo lo que le ha dado!

Esto nos dice que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción. Nosotros somos el tiempo de la acción, tiempo para sacar provecho de los dones de Dios, no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los otros, tiempo para tratar siempre de hacer crecer el bien en el mundo. Y sobre todo hoy, en este tiempo de crisis, es importante no encerrarse en sí mismos, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, tener cuidado de los demás. En la plaza, he visto que hay muchos jóvenes. ¿Es verdad esto? ¿Hay muchos jóvenes? ¿Dónde están? A ustedes, que están en el comienzo del camino de la vida, pregunto: ¿Han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en cómo se pueden poner al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos! Apuesten por grandes ideales, los ideales que agrandan el corazón, aquellos ideales de servicio que harán fructíferos sus talentos. La vida no se nos ha dado para que la conservemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos ha dado, para que la donemos. ¡Queridos jóvenes, tengan un corazón grande! ¡No tengan miedo de soñar cosas grandes

Por último, una palabra sobre el párrafo del juicio final donde viene descrita la segunda venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los seres humanos, vivos y muertos (cf. Mt 25,31-46). La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que separa las ovejas de las cabras. A la derecha se sitúan los que han actuado de acuerdo a la voluntad de Dios, que han ayudado al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado, al extranjero. Pienso en los muchos extranjeros que hay aquí en la diócesis de Roma. ¿Qué hacemos con ellos? Mientras que a la izquierda están los que no han socorrido al prójimo. Esto nos indica que seremos juzgados por Dios en la caridad, en cómo lo hemos amado en los hermanos, especialmente en los más vulnerables y necesitados. Por supuesto, siempre hay que tener en cuenta que somos justificados, que somos salvados por la gracia, por un acto de amor gratuito de Dios que siempre nos precede. Solos no podemos hacer nada. La fe es ante todo un don que hemos recibido, pero para dar fruto, la gracia de Dios siempre requiere de nuestra apertura a Él, de nuestra respuesta libre y concreta. Cristo viene para traernos la misericordia de Dios que salva. Se nos pide que confiemos en Él, de responder al don de su amor con una vida buena, hecha de acciones animadas por la fe y el amor.

Queridos hermanos y hermanas, no tengamos nunca miedo de mirar el juicio final; que ello nos empuje en cambio a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerlo en los pobres y en los pequeños, para que nos comprometamos con el bien y estemos vigilantes en la oración y en el amor. Que el Señor, al final de nuestra existencia y de la historia, pueda reconocernos como siervos buenos y fieles. Gracias. (Traducción de Eduardo Rubió- Radio Vaticana)

 10 Abril 2013.  Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo, encontramos la afirmación de que Jesús "subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre". La vida terrenal de Jesús culmina en el evento de la Ascensión, que es cuando Él pasa de este mundo al Padre, y se levanta a su derecha. ¿Cuál es el significado de este evento? ¿Cuáles son las consecuencias para nuestra vida? ¿Qué significa contemplar a Jesús sentado a la diestra del Padre? Sobre esto,  dejémonos guiar por el evangelista Lucas.

¿Qué significa contemplar a Jesús sentado a la diestra del Padre

Partimos en el momento en que Jesús decide emprender su última peregrinación a Jerusalén. San Lucas anota: "Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén" (Lc 9,51). Mientras "asciende" a la Ciudad santa, donde se llevará a cabo su "éxodo" de esta vida, Jesús ve ya la meta, el Cielo, pero sabe que el camino que lo lleva de nuevo a la gloria del Padre pasa a través de la Cruz, a través de la obediencia al designio divino de amor por la humanidad. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que "la elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación de la ascensión al cielo" (n. 661). También nosotros tenemos que tener claro en nuestra vida cristiana, que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a su voluntad, incluso cuando requiere sacrificio, y requiere a veces cambiar nuestros planes. La Ascensión de Jesús ocurre concretamente en el Monte de los Olivos, cerca del lugar donde se había retirado en oración antes de lau pasión para permanecer en profunda unión con el Padre: una vez más, vemos que la oración nos da la gracia de vivir fieles al proyecto Dios.

Al final de su Evangelio, San Lucas narra el acontecimiento de la Ascensión de una manera muy sintética. Jesús llevó a los discípulos "hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios "(24,50-53).

Jesús es nuestro abogado

Me gustaría destacar dos elementos de la narración. En primer lugar, durante la Ascensión Jesús cumple el gesto sacerdotal de la bendición y los discípulos seguramente expresan su fe con la postración, se arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer punto importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote, que con su pasión atravesó la muerte y el sepulcro y resucitó y ascendió a los cielos; está con Dios Padre, donde intercede por siempre en nuestro favor (Cf. Heb 9:24). Como afirma San Juan en su primera epístola Él es nuestro abogado.

¡Qué lindo escuchar esto! Cuando uno ha sido convocado por el juez o tiene un juicio, lo primero que hace es buscar a un abogado para que lo defienda. Nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, nos defiende de las insidias del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados. Queridísimo hermanos y hermanas, tenemos a este abogado, no tengamos miedo de acudir a él para pedir perdón, pedir la bendición, pedir misericordia. Él nos perdona siempre, es nuestro abogado, nos defiende siempre ¡No olviden esto! (cf. 2:1-2). La Ascensión de Jesús al Cielo nos da a conocer esta realidad tan reconfortante para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada a Dios; Él nos ha abierto el paso; es como un guía en la escalada a una montaña, que llegado a la cima, nos tira de nosotros y nos lleva a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él estamos seguros de estar en buenas manos, en las manos de nuestro Salvador, de nuestro abogado.

La profunda alegría de los Apóstoles

Un segundo elemento: San Lucas menciona que los Apóstoles, después de ver a Jesús ascender al cielo, regresaron a Jerusalén "con gran alegría". Esto parece un poco extraño. Normalmente cuando nos separados de nuestros familiares, de nuestros amigos, de una manera definitiva, principalmente debido a la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no vamos a ver nunca más su rostro, no vamos escuchar su voz, no podremos disfrutar más de su afecto, de su presencia. En cambio, el evangelista pone de relieve la profunda alegría de los Apóstoles. ¿Por qué? Porque, con la mirada de la fe, entienden que, aunque nos está ante sus ojos, Jesús permanece con ellos para siempre, no los abandona y, en la gloria del Padre, los soporta, los guía e intercede por ellos.

El Evangelio en la vida cotidiana: contemplar y actuar

San Lucas narra el hecho de la Ascensión también al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, para enfatizar que este evento es como el anillo que engancha y conecta la vida terrenal de Jesús con la de la Iglesia. Aquí, San Lucas también menciona la nube que saca a Jesús de la vista de los discípulos, los cuales permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía hacia Dios (cf. Hch 1,9-10). Entonces aparecieron dos hombres vestidos de blanco, instándoles a no quedarse inmóviles. “Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir” (Cf. Hechos 1:10-11). Es precisamente la invitación a la contemplación del Señorío de Jesús, para recibir de Él la fuerza para seguir y dar testimonio del Evangelio en la vida cotidiana: contemplar y actuar, ora et labora, nos enseña San Benito, ambas son necesarias en nuestra vida de cristianos.

Queridos hermanos y hermanas, la Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él está vivo entre nosotros de una manera nueva; ya no está en un preciso lugar del mundo tal como era antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, junto a cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: tenemos este abogado que nos espera, que nos defiende, No estamos nunca solos. El Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros hay muchos hermanos y hermanas que en el silencio y la oscuridad, en la vida familiar y laboral, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto con nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, ascendido al Cielo, nuestro abogado. Gracias.

PAPA FRANCISCO  AUDIENCIA GENERA

Plaza de San Pedro  Miércoles 3 de abril de 2013

Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días!

Hoy continuamos con las catequesis del Año de la fe. En el Credo repetimos esta expresión: «El tercer día resucitó según las Escrituras». Es precisamente el evento que estamos celebrando: la Resurrección de Jesús, el centro del mensaje cristiano, que resonó desde el principio y ha sido transmitió para llegara hasta nosotros. San Pablo escribe a los cristianos de Corinto: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce». (1 Corintios 15:3-5)

Esta breve confesión de fe anuncia precisamente el Misterio Pascual, con las primeras apariciones del Resucitado a Pedro y a los Doce: la Muerte y la Resurrección de Jesús son justo el corazón de nuestra esperanza. Sin esta fe en la muerte y en la Resurrección de Jesús nuestra esperanza será débil, ya no será ni siquiera esperanza. Y precisamente la muerte y la Resurrección de Jesús son el corazón de nuestra esperanza. El Apóstol afirma: «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es inútil y vuestros pecados no han sido perdonados». (1Cor 15, 17)

Por desgracia, a menudo se ha tratado de opacar la fe de la Resurrección de Jesús, e incluso entre los propios creyentes se han insinuado dudas. Un poco una fe de «agua de rosas», como decimos nosotros. No es una fe fuerte. Y a veces por superficialidad, otras por indiferencia, ocupados por miles de cosas que se consideran más importantes que la fe, o por una visión puramente horizontal de la vida.

Pero es precisamente la Resurrección la que nos abre a la esperanza más grande, porque abre nuestra vida y la vida del mundo al futuro eterno de Dios, a la felicidad plena, a la certeza de que el mal, el pecado y la muerte pueden ser derrotados. Esto nos lleva a vivir con mayor confianza las realidades cotidianas, a afrontarlas con valentía y con empeño. La Resurrección de Cristo ilumina con una luz nueva estas realidades cotidianas ¡la Resurrección de Cristo es nuestra fuerza!

¿Pero cómo se nos ha transmitido la verdad de la fe de la Resurrección de Cristo? Hay dos tipos de testimonios en el Nuevo Testamento: algunos son en forma de profesión de fe, es decir, son fórmulas sintéticas que indican el centro de la fe; mientras que otros están en forma de relato del evento de la Resurrección y de los hechos relacionados con ella. La primera: la forma de la profesión de la fe, por ejemplo, es la que acabamos de escuchar, o la de la Carta a los Romanos en la que San Pablo escribe: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado».(10:09). Desde los primeros pasos de la Iglesia es clara y firme la fe en el Misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús. Hoy, sin embargo, quisiera centrarme en la segunda, en los testimonios que toman la forma de un relato, que encontramos en los Evangelios. Sobre todo observamos que los primeros testigos de este evento fueron mujeres. Al amanecer, ellas van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encontraron el primer signo: el sepulcro vacío (cf. Mc 16:01). Sigue después el encuentro con un Mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf. vv 5-6). Las mujeres son llevadas por el amor y saben acoger este anuncio con fe: creen, y de inmediato lo transmiten, no lo tiene para sí mismas. Lo transmiten.

La alegría de saber que Jesús está vivo y la esperanza que llena el corazón no se pueden contener. Esto debería suceder también en nuestra vida ¡Sintamos la alegría de ser cristianos! ¡Nosotros creemos en un Resucitado que venció el mal y la muerte! ¡Tengamos la valentía de ´salir´ para llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida! ¡La Resurrección de Cristo es nuestra mayor certeza; es el tesoro más precioso! ¡Cómo no compartir con los demás este tesoro, esta certeza. No es sólo para nosotros, es para transmitirla, para darla a los demás, compartirla con los demás. Es nuestro testimonio.

Otro elemento. En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección vienen recordados sólo los hombres, los Apóstoles, pero no las mujeres. Esto se debe a que, de acuerdo con la Ley judaica de aquel tiempo, las mujeres y los niños no podían dar un testimonio fiable, creíble. En los Evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a favor de la historicidad de la Resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el contexto de aquel tiempo no hubiera estado relacionado al testimonio de las mujeres. Los evangelistas, en cambio, simplemente se limitan a narrar lo que sucedió: las mujeres son los primeros testigos

Esto nos dice que Dios no elige según los criterios humanos: los primeros testimonios del nacimiento de Jesús son los pastores, gente sencilla y humilde. Y las primeras en ser testimonios de la Resurrección son las mujeres. Y ello es bello, es un poco la misión de las mujeres, de las mamás, de las abuelitas. Dar testimonio a sus hijos y nietos de que Jesús está vivo, vive ha resucitado. Mamás y mujeres ¡adelante con este testimonio!

Lo que cuenta para Dios es el corazón, cuán abiertos estamos para Él, si somos como niños que se fían. Pero esto nos hace reflexionar también sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y en el camino de la fe, hayan tenido y sigan teniendo aún hoy un papel especial en el abrir las puertas al Señor, en seguirlo y en comunicar su Rostro, porque la mirada de fe necesita siempre la mirada sencilla y profunda del amor. A los Apóstoles y a los discípulos les cuesta más creer, a las mujeres no. Pedro corre al sepulcro, pero se detiene ante la tumba vacía; Tomás debe tocar con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También en nuestro camino de fe es importante saber y percibir que Dios nos ama, no tener miedo de amarlo: la fe se profesa con la boca y con el corazón, con las palabras y con el amor.

Después de las apariciones a las mujeres, siguen otras: Jesús se hace presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero su cuerpo es glorioso; no ha vuelto a la vida terrenal, sino en una nueva condición. Al principio no lo reconocen, y sólo a través de sus palabras y sus gestos los ojos se abren: el encuentro con el Resucitado transforma, da un nuevo vigor a la fe, un fundamento inquebrantable. También para nosotros, hay muchos signos con los que el Resucitado se da a conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía y los demás Sacramentos, la caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del Resucitado.

¡Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos transformar por su fuerza, para que, también a través de nosotros en el mundo, los signos de muerte dejen lugar a los signos de la vida! He visto que hay muchos jóvenes en la plaza, chicos y chicas, aquí están. Les digo: lleven siempre esta certeza, el Señor está vivo y camina a nuestro lado en la vida. Ésta es vuestra misión. Lleven adelante esta esperanza. Estén anclados a esta esperanza, esta ancla que está en el cielo. Sujétense fuerte a la cuerda, queden anclados y lleven adelante la esperanza. Vosotros, testimonio de Jesús, testimonien que Jesús está vivo y eso nos dará esperanza y dará esperanza a este mundo algo envejecido por las guerras, por el mal y por el pecado ¡Adelante jóvenes!

Propuesta del Papa Benedicto XVI

1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida.  °°°°

Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación. 

UNA RELACIÓN ENTRE LA FE Y LA CARIDAD

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI   PARA LA CUARESMA 2013

 Creer en la caridad suscita caridad

«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16)

 Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

 1. La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.  

PEDRO Y PABLO EN ROMA.  HERALDOS DE FE

I. MISIÓN APOSTÓLICA

2 Febrero 2013.  Decía el historiador protestante Robert Maclauner que "los inicios del cristianismo apuntan hacia Roma". Del mismo modo, agregaba San Ambrosio en el siglo IV, que "allí donde está Pedro está la Iglesia Católica". Según la tradición antigua el apóstol Pedro fue siete años obispo de Antioquía, luego al ser liberado de la cárcel en Jerusalén en el año 42, se dirigió a la capital del imperio romano, y se puso al frente de aquella comunidad cristiana que había sido escogida por Dios (1Pedro 5,13). Eusebio y San Jerónimo sugieren que fueron veinticinco años; sin embargo, no fueron continuos, pues Pedro estuvo de nuevo en la Ciudad Santa en el año 49 o 50. Quiere decir que Roma era su sede principal, pero los apóstoles eran considerados como pertenecientes a toda la Iglesia Católica. Cuenta una leyenda piadosa que hacia el año 60 Pedro se encontraba de camino a la misma ciudad, y se le apareció Jesús que le dijo que iba para ser crucificado otra vez. El mismo Señor había anunciado que Pedro moriría por su fe, glorificando con su muerte a Dios (Juan 21,19).  Autor: Catholic.

II. PEDRO EN ROMA

Loraine Boettner, escritor protestante, dice en el más conocido de sus libros, Catolicismo Romano (p. 117): "Lo reseñable, sin embargo, sobre el supuesto obispado de Pedro en Roma es que el Nuevo Testamento no dice una sola palabra sobre ello. La palabra Roma aparece sólo nueve veces en la Biblia [en realidad aparece diez veces en el Antiguo Testamento y diez veces en el Nuevo], y Pedro jamás es mencionado en conexión con ella. No hay ninguna alusión a Roma en cualquiera de sus dos epístolas. El viaje de Pablo a la ciudad es narrado con gran detalle (Hechos 27 y 28). Lo cierto es que no hay base en el Nuevo Testamento ni pruebas históricas de ningún tipo de que Pedro estuviese alguna vez en Roma. Todo se basa en la leyenda".

Bien, ¿qué hay que decir sobre ello? Cierto, la Biblia no dice explícitamente en ningún sitio que Pedro estuviera en Roma; pero por otra parte no dice que no estuviera. Del mismo modo que el Nuevo Testamento nunca dice: "Pedro fue entonces a Roma", tampoco dice: "Pedro no fue a Roma". De hecho, se dice muy poco acerca de adónde fueron él o cualquiera de los otros apóstoles aparte de Pablo en los años posteriores a la Ascensión. En su mayor parte tenemos que apoyarnos en libros distintos del Nuevo Testamento para informarnos sobre lo que les pasó a los apóstoles, Pedro incluido, en los años siguientes (aunque Boettner está bastante equivocado al descalificarlos como "leyenda": los documentos históricos tempranos no pueden ser descalificados de buenas a primeras como simples portadores de "leyendas": son pruebas históricas genuinas, como reconoce cualquier historiador profesional).

Boettner está también equivocado cuando afirma: "no hay alusión alguna a Roma en ninguna de las epístolas [de Pedro]". Sí que las hay, en el saludo al final de la primera epístola: "Os saluda la Iglesia que está en Babilonia, elegida como vosotros, y mi hijo Marcos" (1 Pe 5,13). Babilonia es una palabra para designar secretamente a Roma. Se usa de esta forma seis veces en el último libro de la Biblia y en fuentes extra-bíblicas como los Oráculos Sibilinos (5,159f), el Apocalipsis de Baruc (2,1) y 4 Esdras (3,1). Eusebius Pamphilius, en La Crónica, compuesta hacia el 303 D.C., advirtió que "Se dice que la primera epístola de Pedro, en la cual hace mención a Marcos, fue compuesta en la misma Roma; y que él mismo indica esto, refiriéndose figurativamente a la ciudad como Babilonia".

El saludo desde Babilonia (designando simbólicamente a Roma) y la presencia de San Marcos quien está con San Pedro y de quien sabemos que estuvo en Roma (Colosenses 4,10). A pesar de esto, los hermanos protestantes suelen mantener la tesis de que la Babilonia a la que hace referencia Pedro es la Babilonia (sobre el Eufrates), la Nueva Babilonia (Seleucida) sobre el Tigres, o la Babilonia Egipcia (cerca de Menfis), en última instancia a Jerusalén. Sin embargo esta tesis no puede sostenerse y solo demuestra un desconocimiento absoluto de la literatura cristiana antigua. Los cristianos primitivos asociaban a la nación Romana pagana como la nueva opresora de su pueblo (que en otros tiempos fue literalmente Babilonia pero que ya para ese entonces no era ninguna amenaza para nadie, y sí el Imperio Romano, potencia de la época, con emperadores como Nerón, Calígula y posteriormente Vespasiano entre otros).

"Pero no hay ninguna razón convincente para decir que ´Babilonia´ signifique ´Roma´", insiste Boettner. Ah, pero sí que la hay, y es la persecución. Pedro era conocido por las autoridades como un jefe de la Iglesia, y la Iglesia, según la ley romana, era considerada ateísmo organizado (el culto de cualesquier dioses distintos de los romanos se consideraba ateísmo). Pedro no se haría ningún favor, eso por no mencionar a aquellos que estuvieran con él, haciendo pública su presencia en la capital: a fin de cuentas, el servicio de correo de Roma era incluso peor que hoy, y las cartas eran leídas habitualmente por los funcionarios romanos. Pedro era un hombre buscado, como todos los jefes cristianos. ¿Por qué alentar una caza del hombre? También sabemos que los apóstoles se referían a veces a las ciudades con nombres simbólicos (cf. Ap. 11,8).

En cualquier caso, seamos generosos y admitamos que es fácil para un oponente del catolicismo pensar de buena fe que Pedro nunca estuvo en Roma, al menos si basa su conclusión solo en la Biblia. Pero restringir su investigación a la Biblia es cosa que no debiera hacer: las pruebas externas también han de tenerse en cuenta.

III. MARTIRIO DE PEDRO

Cuando el primer Vicario de Cristo llegó a Roma, los cristianos la identificaban como la otra "Babilonia la grande", la ciudad construida sobre siete colinas (Apocalipsis 17,9); era la capital de los nuevos opresores idólatras, metrópoli grande, lujosa y pecadora (14,8; 17,5; 18,1ss), con un gran poder político, militar y económico. No menos corrompido era su emperador Nerón César (54-68), nombrado por San Juan en el libro de las revelaciones como la Bestia, el 666, que es un número de hombre (13,18). Ahora bien, en el año 64 el maniático monarca mandó a incendiar la ciudad, metiéndole la culpa a los cristianos, que eran considerados como una secta judía, hostiles a la sociedad pagana, y acusados de rendirle tributo a Jesucristo en vez que al emperador y a sus ídolos. El historiador romano Tácito narra como a los cristianos se les colocaba pieles de animales para ser devorados por los leones y los mastines en el circo, o untándoles grasa de cerdo para ser luego amarrados a los postes en los jardines imperiales o en la Vía Apia, como antorchas humanas en la noche, cumpliendo así la célebre frase de Tertuliano: "la sangre de los mártires es semilla para nuevos cristianos" (comparar con Apocalipsis 18,24).

En esta misma persecución fue hecho prisionero el apóstol Pedro en la cárcel mamertina, y luego crucificado boca abajo en un acto de humildad, cerca al circo romano, en la colina vaticana. Aquí fue enterrado por sus seguidores en un cementerio contiguo; se decía que una pared de color rojo marcaba el lugar.

IV. PRUEBAS HISTÓRICAS

Treinta años después del martirio del apóstol, el Papa San Anacleto construyó un oratorio donde los fieles se reunían. También se encuentra el testimonio del Papa San Clemente Romano, quien escribió una carta contemporánea del evangelio de San Juan (90 d.C.), en la que narra la muerte gloriosa del pescador de Galilea. En el siglo II, San Ignacio de Antioquía, San Papías, San Clemente de Alejandría, Tertuliano, el obispo Dionisio de Corintio y el llamado canon moratoriano; confirman el martirio de los príncipes de la iglesia "Pedro y Pablo" en Roma. De los relatos no cristianos resalta la crónica de Celso al emperador Adriano (117-38), quien asegura que el nombre de Pedro gozaba de popularidad en la capital del imperio. A principios del siglo III San Ireneo, obispo de Lyon, escribe la lista de los obispos de la Ciudad Eterna, en la que dice que "después de los santos apóstoles (Pedro y Pablo) hubieran fundado la iglesia, pasó a ocupar el episcopado romano Lino (mencionado por San Pablo en 2Timoteo 4,21), y después le sucedió Anacleto y tras éste Clemente (Romano), quien conoció en persona a Pedro". En el año 251, San Cipriano llama a la iglesia romana como "la silla de Pedro y la iglesia principal". Igual opinión tiene en el siglo IV el historiador eclesiástico, Eusebio de Cesarea, basado en documentos del siglo II.

V. EL CAMPO DE LA ARQUEOLOGÍA

En cuanto a las pruebas arqueológicas del sepulcro de Pedro, se tienen noticias antes que se construyera la basílica que lleva su nombre, por el emperador Constantino en el siglo IV, exactamente encima de la tumba del santo apóstol, en donde los primeros cristianos celebraban la eucaristía y enterraban en las paredes y en el suelo de las galerías a los mártires, incluyendo varios Papas (siglos I-IV). A principios del siglo XIX, las catacumbas del Vaticano fueron identificadas en su totalidad, y a finales del mismo siglo se descubrió la cripta de los Papas con los epitafios del siglo III, de Ponciano, Fabiano, Cornelio y otros. En el Vaticano se encuentran además los restos de muchos Papas de los tiempos modernos, como los cuerpos incorruptos de San Pío X y del Beato Juan XXIII, que están expuestos a la veneración pública. Asimismo, en las excavaciones efectuadas en 1915 en la gruta de la basílica de San Sebastián, se halló un muro cubierto con invocaciones a los apóstoles Pedro y Pablo, donde sus reliquias fueron llevadas por un tiempo, debido a las persecuciones del emperador Valeriano (253-60).

Desde el año 1941 se realizaron nuevas investigaciones en las catacumbas del Vaticano por orden del Papa Pío XII, el grupo estaba conformado por cuatro expertos del instituto pontificio de arqueología cristiana. Encontraron pinturas, mosaicos con símbolos de los inicios de la iglesia como el pez, la paloma, el ancla y el cordero; figuras de Cristo y escenas bíblicas, imágenes religiosas, monedas, tumbas de cristianos y paganos. En el año 1958 bajo el pontificado de Juan XXIII se dio la noticia que los arqueólogos habían dejado al descubierto un grueso muro de color rojo, al lado hallaron varias cajas de plomo llenas de restos de diferentes personas y animales domésticos. En una de las cajas se verificó por pruebas de laboratorio los huesos de un hombre robusto entre los 60 y 70 años de edad, del siglo Primero de nuestra era; los mismos fueron identificados plenamente por Pablo VI en 1968, como las "reliquias de San Pedro", que ya habían sido mencionadas en el año 200, por el clérigo romano Cayo, como el "trofeo" del Vaticano. Los huesos del apóstol fueron depositados en una capilla debajo del altar mayor de la basílica de San Pedro, y permanecen visibles en una urna con un cristal.

En otra basílica romana "San Pedro in Vincoli", se conservan según se cree las Cadenas con que ataron al santo apóstol en Jerusalén, y que fueron encontradas en una peregrinación por Eudoxia, esposa del emperador Teodosio II. Una parte de dichas Cadenas quedaron en Constantinopla, y algunos eslabones fueron enviados a Roma. Posteriormente, el Papa San León el Grande, unió milagrosamente estos eslabones con otros que se conservaban de la preciada cadena.

VI. MARTIRIO DE PABLO

De la permanencia del apóstol de lo gentiles en la Ciudad Eterna, aparece constatada al final del libro de los hechos de los apóstoles, en la epístola a los romanos, y en la segunda carta a Timoteo; cuando estaba preso en la misma cárcel mamertina, aquí en una de sus celdas se puede observar la columna en la que se dice que fueron atados los dos santos. San Pablo por ser ciudadano romano fue decapitado en la periferia de la ciudad. La tradición cristiana asegura que la cabeza del mártir dio tres vueltas sobre la tierra, y en cada punto brotó una fuente; es por eso que este lugar es conocido como "tre fontane". La tumba de este otro príncipe de los apóstoles está en la basílica de San Pablo Extramuros, edificada también por Constantino el Grande. La iglesia se mantuvo en su forma original hasta 1823, fecha del incendio que la destruyó, siendo consagrada nuevamente en 1854. En las paredes de su interior se exhiben los Retratos de los 263 Papas sucesores de San Pedro. Igualmente, en la basílica de San Juan de Letrán, construida por el mismo emperador, es la catedral oficial del romano pontífice, y recibe el título de "iglesia madre de la cristiandad". Aquí reposa desde hace mil años las cabezas de los santos apóstoles, en dos relicarios de oro en una urna debajo del altar mayor. Hay otra reliquia de San Pedro, la mesa donde se cree celebraba la misa en las catacumbas. Esta basílica a lo largo de su historia ha estado expuesta a terremotos, saqueos e incendios; y por eso ha sido restaurada en varias ocasiones.

VII. LA FIESTA LITÚRGICA

La Iglesia Católica celebra el martirio de San Pedro y San Pablo el 29 de junio del año 67, esta es una de las conmemoraciones religiosas más antiguas y solemnes del calendario litúrgico. En el siglo IV se acostumbraba oficiar tres misas el mismo día; una en la basílica de San Pedro, la segunda en San Pablo Extramuros, y la tercera en las catacumbas de San Sebastián. 

DIOS ES TOPODEROSO

30 Enero  2013.  Autor:  Santo Padre, Benedicto XVI.  En la catequesis del miércoles pasado, hemos reflexionado sobre las palabras del Credo: "Creo en Dios". Pero la profesión de fe especifica esta afirmación: Dios es el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Me gustaría reflexionar con ustedes ahora sobre la primera y fundamental definición de Dios, que el Credo nos presenta: Él es Padre.

            No siempre es fácil hoy en día hablar de paternidad. Sobre todo en el mundo occidental. Las familias disgregadas, los compromisos de trabajo cada vez más apretados, las preocupaciones y, a menudo, la fatiga de equilibrar el presupuesto familiar, así como la invasiva distracción de los medios de comunicación en la vida diaria son algunos de los muchos factores que pueden impedir una relación serena y constructiva entre padres e hijos.

A veces, la comunicación se hace difícil, se pierde la confianza y la relación con la figura del padre puede llegar a ser problemática. Por lo que, no teniendo modelos adecuados como referencia, se vuelve problemático incluso imaginar a Dios como padre. Para aquellos que han tenido la experiencia de un padre demasiado autoritario e inflexible, o indiferente y poco afectuoso, o incluso ausente, no es fácil pensar con serenidad en Dios como Padre y abandonarse a Él con confianza

Pero la revelación bíblica ayuda a superar estas dificultades hablándonos de un Dios que nos muestra qué significa ser verdaderamente "padre", y es sobre todo el Evangelio el que nos revela este rostro de Dios como Padre, que ama hasta el don de su propio Hijo para la salvación de la humanidad.

La referencia a la figura paterna ayuda por lo tanto a comprender algo del amor de Dios, que sin embargo es infinitamente más grande, fiel y total que el de cualquier hombre. "¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! "(Mt 7,9 - 11; cfr Lc 11,11 a 13).

Dios es nuestro Padre porque Él nos ha bendecido y elegido antes de la creación del mundo (cfr. Ef 1,3-6), nos hizo realmente sus hijos en Jesús (cfr. 1 Jn 3,1). Y, como Padre, Dios acompaña con amor nuestra vida, nos da su Palabra, sus enseñanzas, su gracia y su Espíritu.

Él –como revela Jesús– es el Padre que alimenta a las aves del cielo, sin que deban sembrar y cosechar, y reviste de colores maravillosos las flores del campo, con trajes más bellos que los del rey Salomón (cfr. Mt 6,26 - a 32; Lucas 12,24-28), y –añade Jesús– ¡nosotros valemos mucho más que las flores y las aves del cielo!

Y si Él es tan bueno que hace "salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos " (Mt 5, 45), siempre podremos, sin miedo y con total confianza, encomendarnos a su perdón cuando nos equivocamos de camino. Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido (cfr. Lc 15, 11), da gratuitamente a los que piden (cfr. Mt 18,19; Mc 11, 24, Jn 16, 23) y ofrece el pan del cielo y el agua viva que da vida para siempre (cfr. Jn 6, 32, 51,58).

Por lo tanto, el orante del Salmo 27, rodeado de enemigos, asediado por los malvados y calumniadores, mientras busca la ayuda del Señor y lo invoca, puede dar su testimonio lleno de fe, afirmando: "Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá "(v. 10). Dios es un Padre que nunca abandona a sus hijos, un Padre amoroso que sostiene, ayuda, acoge, perdona y salva, con una fidelidad que supera inmensamente la de los hombres, para abrirse a las dimensiones de la eternidad. "Porque es eterno su amor", como repite en una letanía, en cada versículo, el Salmo 136 evocando la historia de la salvación.

El amor de Dios Padre nunca falla, no se cansa de nosotros, es amor que se da sin límites, hasta el sacrificio de su Hijo. La fe nos dona esta certeza que se convierte en una roca segura en la construcción de nuestras vidas: podemos afrontar todos los momentos de dificultad y de peligro, la experiencia de la oscuridad de la crisis y del tiempo de dolor, sostenidos por la fe en que Dios no nos deja solos y siempre está cerca, para salvarnos y llevarnos a la vida eterna.

Es en el Señor Jesús donde se muestra plenamente el rostro benévolo del Padre que está en los cielos. Conociéndolo a Él, podemos conocer también al Padre (cfr. Jn 8,19, 14,7), viéndolo a Él, podemos ver al Padre, porque Él está en el Padre y el Padre está en Él (cfr. Jn 14,9,11). Él es la "Imagen del Dios invisible", como lo define el himno de la Carta a los Colosenses, "el Primogénito de toda la creación... el Primero que resucitó de entre los muertos", "en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados " y la reconciliación de todas las cosas, "habiendo restablecido la paz por la sangre de su cruz y reconciliando todo lo que existe en la tierra y en el cielo, " (cfr. Col 1,13-20).

La fe en Dios Padre pide creer en el Hijo, bajo la acción del Espíritu, reconociendo en la Cruz que salva la revelación definitiva del amor divino. Dios es nuestro Padre al darnos a su Hijo por nosotros; Dios es nuestro Padre perdonando nuestros pecados y llevándonos a la alegría de la vida resucitada; Dios es nuestro Padre al ofrecernos el Espíritu que nos hace hijos y que nos permite llamarlo, en verdad, "Abba, Padre "(cf. Rom 8:15). Por eso Jesús, enseñándonos a orar, nos invita a decir "Padre Nuestro" (Mt 6,9 a 13;. Cf Lc 11:2-4).

La paternidad de Dios es, pues, amor infinito, ternura que se inclina sobre nosotros, hijos débiles, necesitados de todo. El Salmo 103, el gran himno de la misericordia divina, proclama: "«Como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles; él conoce de qué estamos hechos, sabe muy bien que no somos más que polvo." (vv. 13-14). Es sólo nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra fragilidad que se convierte en llamamiento a la misericordia del Señor para que manifieste su grandeza y ternura de Padre que nos ayuda, nos perdona y nos salva.

Y Dios responde a nuestra llamada, enviando a su Hijo, que muere y resucita por nosotros; entra en nuestra fragilidad, haciendo lo que el hombre solo nunca hubiera podido hacer: él toma sobre Sí el pecado del mundo, como cordero inocente y nos abre el camino a la comunión con Dios, nos hace verdaderos hijos de Dios. Está ahí, en el Misterio pascual, que se revela en todo su esplendor, el rostro definitivo del Padre. Y es aquí, en la Cruz gloriosa, que se realiza la plena manifestación de la grandeza de Dios como "Padre omnipotente".

Pero podemos preguntarnos: ¿cómo es posible imaginar un Dios todopoderoso mirando la cruz de Cristo? ¿Este poder del mal que lleva a matar al hijo de Dios? Nos gustaría una omnipotencia divina de acuerdo con nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un Dios "omnipotente" que resuelva los problemas, que intervenga para evitarnos las dificultades, que venza a los poderes adversos, cambie el curso de los acontecimientos y anule el dolor.

Por eso, hoy en día muchos teólogos dicen que Dios no es omnipotente, porque de lo contrario no existiría tanto sufrimiento, y tanta maldad en el mundo. De hecho, ante el mal y el sufrimiento, para muchos de nosotros, es problemático, difícil creer en un Dios Padre y creerlo todopoderoso; algunos buscan refugio en los ídolos, cediendo a la tentación de encontrar una respuesta en una omnipotencia supuesta "magia" y sus promesas ilusorias

Pero la fe en Dios Todopoderoso nos lleva por caminos muy diferentes. A aprender a conocer que el pensamiento de Dios es diferente del nuestro, que los caminos de Dios son diferentes de los nuestros, y también su omnipotencia es diferente: no se expresa como una fuerza automática o arbitraria, sino que se caracteriza por una libertad amorosa y paternal.

De hecho, Dios al crear criaturas libres, dándoles libertad ha renunciado a una parte de su poder, dejando el poder de nuestra libertad. Así ama y respeta la libre respuesta de amor a su llamada. Como Padre, Dios quiere que seamos sus hijos de su corazón y vivamos como tal, en su Hijo, en comunión, en plena familiaridad con Él.

Su omnipotencia no se expresa en la violencia, no se expresa en la destrucción de un poder adverso como nosotros quisiéramos, sino que se expresa en el amor, la misericordia, el perdón, en la aceptación de nuestra libertad y en la incansable llamada a la conversión del corazón, en una actitud, sólo aparentemente débil.

Dios parece débil si vemos a Jesucristo que ora, que invita, que se hace matar, pero es la actitud aparentemente débil hecha de paciencia, mansedumbre y amor que demuestra que éste es el verdadero camino de la potencia y de poder.

Este es el poder de Dios y esto vencerá. El sabio del libro de la Sabiduría se dirige a Dios de esta manera: "Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe…Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida "(11:23-24a .26).

Sólo el que es realmente poderoso puede soportar el dolor y tener a la vez compasión, solo quien es de verdad potente puede ejercer plenamente la fuerza del amor.

Y Dios, a quien pertenecen todas las cosas, porque todas las cosas fueron hechas por Él, revela su fuerza amando a todos y a todo, en una paciente espera de la conversión de nosotros los hombres, a los que quiere tener como hijos. Dios espera nuestra conversión. El amor todopoderoso de Dios no tiene límites, hasta el punto que "no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Romanos 8:32).

La omnipotencia del amor no es la del poder del mundo, sino la del don total, y Jesús, el Hijo de Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando su vida por nosotros pecadores. He aquí la verdadera, auténtica y perfecta potencia divina: responder al mal no con el mal sino con el bien, a los insultos con el perdón, al odio homicida con el amor que da la vida

Así pues, el mal viene vencido realmente, porque viene lavado por el amor de Dios; y la muerte viene derrotada definitivamente, porque es transformada en don de vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, la gran enemiga (cf. 1 Cor 15:26), viene tragada y privada de su veneno (cf. 1 Cor 15,54-55), y nosotros, liberados del pecado, podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios.

Por lo tanto, cuando decimos "Yo creo en Dios Padre omnipotente" expresamos nuestra fe en el poder del amor de Dios que, en su Hijo muerto y resucitado vence el odio, la maldad, el pecado y nos da vida eterna, aquella de hijos que quieren estar siempre en la "Casa del Padre". Decir Creo en Dios Padre omnipotente, en su poder, en su manera de ser padre, es siempre un acto de fe, de conversión, de transformación de nuestro pensamiento, de todo nuestro afecto, de todo nuestro modo de vivir.

Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que sostenga nuestra fe, que nos ayude a encontrar realmente la fe, y nos de la fuerza para anunciar a Cristo crucificado y resucitado Cristo y darle testimonio en el amor a Dios y al prójimo. Y Dios nos conceda recibir el don de nuestra filiación, para vivir plenamente la realidad del Credo, confiando en el amor del Padre y de su omnipotencia misericordiosa, la verdadera omnipotencia que salva. Gracias. 

QUÉ ESPERA DIOS DE MÍ?

29 Enero 2013.  Esta era una de las preguntas más profundas y urgentes que me planteé en mi juventud. Quería elegir bien, quería asegurarme de tomar un camino que fuera conforme al Plan de Dios sobre mi vida. Él como Padre tendría un sueño para su hijo, como Creador un plan para su criatura; y yo quería darle gusto y acertar en el uso de mi libertad y poder escuchar al final de mi vida: "Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor." (Mt 25,21).   Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la oración.

            Independientemente de la vocación específica de cada uno, hay un llamado que tenemos todos en común: ser conforme a la imagen de Cristo (Rom 8,29). Eso es lo que Dios espera de nosotros: que seamos como su Hijo Primogénito: Jesucristo.

Al ver San Juan de la Cruz cómo teniendo vocación tan sublime nos ocupamos muchas veces de otras cosas, dice: "¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿Qué hacéis, en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos!" (Cántico espiritual, 39,7)

¿Hacia dónde?

Así es, a veces andamos como ciegos caminando fuera del camino o como sordos sin escuchar la Palabra de Dios que nos llama a vivir a su lado. Cristo es la Palabra y es el Camino y vino al mundo para mostrarnos cómo andar y por dónde avanzar. Así lo explica el Papa Juan Pablo II: "La única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo." (Redemptor Hominis, 7) "El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo." (Redemptor Hominis, 10)

Como una semilla destinada a germinar y crecer

¿Maravilla de sí mismo? Sí, maravilla, pues llevamos a Cristo dentro de nosotros, ha establecido allí su casa y quiere instaurar y extender su reino. Participamos de la misma vida de Dios. La gracia de Dios en nosotros es como una semilla plantada en nuestro interior el día de nuestro bautismo. Y esta semilla está destinada a crecer. San Basilio Magno explica que: "....desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección."

De lo que se trata es de avivar la chispa del amor que llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Cristo nos participa de su vida, como la vid al sarmiento (Jn 15), de manera que sea Él quien viva y se manifieste en nosotros: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (cfr. Gal 2, 20).

¿De quién depende?

Nuestra unión con Dios y nuestra transformación en Cristo se lleva a cabo dentro de nosotros, pero sólo si nosotros lo permitimos y lo queremos. Una semilla de limón se siembra, se cultiva y da un limonero. En nuestro caso, la semilla de la gracia está destinada a convertirnos en un hijo como el Hijo, pero no se da por descontado, Dios nos hizo libres para ir hacia Él o no. En este cometido no estamos solos; el proyecto de Dios es obra conjunta de cada uno y del Espíritu Santo: artífice de nuestra unión y transformación en Cristo.

¿De qué tipo de crecimiento estamos hablando?

De un doble crecimiento:

El crecimiento de la raíz: Que consiste en profundizar en el conocimiento personal de Cristo, cultivar la vida de gracia, crecer en intimidad con Dios, permitir que el reino de Cristo triunfe en nuestras vidas. Esto comporta también un trabajo de purificación de todo aquello que no sea Dios y de aquellos amores y aficiones que no sean conformes a Su querer, pues debido al pecado original arrastramos unas tendencias negativas a la que llamamos concupiscencia y debido al propio pecado encontramos también basura, piedras y espinas que limpiar.

El crecimiento del árbol: Es decir, nuestra transformación en Cristo, que seamos más semejantes a Él, por su imitación en el ejercicio de las virtudes cristianas y la vivencia de las virtudes teologales.

Sin oración no hay crecimiento

Este doble crecimiento es arduo y fatigoso, como el cuidado de todo campo de cultivo. Entre otras cosas se requiere oración. Sin oración no hay crecimiento espiritual. La semilla crece cuando ponemos en acto las virtudes teologales. La fe: en la oración conocemos a Dios. Orar es poner la fe en acto. Esperanza: orar es ejercitar el deseo de Dios, es abandonarnos en Sus manos, es entrega confiada en Sus brazos. Amor: orar es acoger el amor de Dios y corresponderle amando. En esto consiste el quehacer del hombre en su camino al cielo. ¡Buen viaje! 

EL APÓSTOL PEDRO Y LA FE

 26 Enero 2013.  Su nombre era Simón Bar-Jona hijo de Jonás, era un rudo y sencillo pescador del lago de Genesaret, que vivía con su mujer y su suegra en la aldea de Betsaida en la región de Galilea. Pedro junto con su hermano Andrés seguidor de Juan el Bautista, y sus amigos y compañeros de trabajo Santiago el mayor y Juan el discípulo amado, se encontraron entre los primeros apóstoles de Cristo Jesús, quien le cambió su nombre por Pedro, Kefa en arameo o Cefas en griego, que quiere decir "piedra" o "roca" (Juan 1,40-42); invitándolo a hacer desde entonces "pescador de hombres" (Lucas 5,10).  Fuente: Catholic.

Pedro siempre encabeza la lista de los doce amigos del Señor (Mateo 10,2; Marcos 3,16; Lucas 6,14; Hechos 1,13), él mismo se nombra como "siervo y apóstol de Jesucristo" (2Pedro 1,1) "testigo de los sufrimientos de Cristo"(1Pedro 5,1), aparece a veces como el portavoz de los apóstoles ( Mateo 18,21-22; Marcos 10,28), A él lo interrogan los que cobraban impuestos para el templo (Mateo 17,24-27); además Pedro, al lado de Santiago y Juan, fueron los tres discípulos más cercanos al Salvador, y estuvieron presentes en la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5,37), en la transfiguración en el monte Tabor (9,2); ellos tres con Andrés lo interrogan en el monte de los Olivos, sobre las señales antes del fin (13,3-4). Son también Pedro y Juan los encargados de preparar la "Ultima Cena" (Lucas 22,7-8), y nuevamente los tres son llamados por el Mesías a permanecer vigilantes, mientras él hace oración en el Getsemaní (Marcos 14,32-33). "Por eso, Santiago, Pedro y Juan...eran tenidos como columnas de la iglesia" (Gálatas 2,9).

El amor y la confianza de Pedro a su Divino Maestro, se vio probado cuando empieza a caminar sobre las agua para salir a su encuentro (Mateo 14,25-31); ante el abandono de los judíos que no creían que Cristo era el verdadero "pan bajado del cielo", es Pedro quien reconoce que solo él tiene "palabras de vida eterna"(Juan 6,68); en un acto de valor momentáneo tiene el coraje de decir que iría por su Señor a la cárcel y hasta la muerte (Lucas 22,33); el arrojo al cortarle la oreja a Malco, cuando lo van a apresar en la noche del Jueves Santo (Juan 18,10). Asimismo, después de la resurrección se encontraba pescando en el lago de Tiberias, en compañía de otros apóstoles, y aparece Jesús en la orilla, entonces "Apenas oyó Simón Pedro que era el Señor, se vistió, porque estaba sin ropa, y se tiró al agua" (Juan 21,7).

El pasaje bíblico más contundente que demuestra la importancia de Pedro, lo encontramos en Mateo 16,13-19; cuando el Unigénito de Dios en la región de Cesarea de Filipo, les pregunta a sus discípulos: "-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" (13); ante la confusión de los demás, Pedro contesta acertadamente "- Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente" (16; comparar con Marcos 8,27-29; Lucas 9,18-20). No obstante, no era la primera vez que uno de los doce reconocía la naturaleza y misión divina de Jesucristo; pues al principio de su ministerio, Natanael (o Bartolomé) también le dijo: "- Maestro ¡tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!" (Juan 1,49). Igual respuesta encontramos en otra ocasión de los demás discípulos: "¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!" (Mateo14, 33). Pero solamente a Simón Pedro, Cristo Jesús le dice que su declaración no viene de los hombres sino de Dios Padre que está en el cielo (Mateo 16,17). Seguidamente Jesús agrega: "Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla" (18). En este punto hay que aclarar que la Iglesia Católica no es la Iglesia de Pedro, sino de Cristo representado en el apóstol, ya que el Santo de Dios es el "pastor principal" (1Pedro 5,4). Por último, el Mesías le da plena autoridad, bajo el símbolo de las "llaves del reino de los cielos" (Mateo 16,19; Apocalipsis 3,7), de "atar y desatar en la tierra y en el cielo". Es decir, que Dios da por bueno y aprobado lo que Pedro haga con su iglesia en el mundo.

Del mismo modo, hay otros dos momentos en que el Verbo de Dios vuelve a mencionar la autoridad de Pedro:

1.         "Dijo también el Señor: - Simón, Simón, mira que Satanás los ha pedido a ustedes para sacudirlos como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes" (Lucas 22,31-32).

2.         Pedro quien es el único del grupo que niega "tres veces" a su Maestro, en el patio de la casa del sumo sacerdote (Lucas 22,34. 54-62); sigue siendo su elegido, y a pesar de que el Señor conocía de antemano su debilidad humana (Lucas 5,8), al confirmarle por "tres veces" que él será el "pastor de sus corderos y de sus ovejas" (Juan 21,15-17).

Por otra parte, los apóstoles reconocen la primacía de Pedro, así por ejemplo Juan lo deja entrar de primero al sepulcro vació el domingo de resurrección (Juan 20,3-8); igualmente, Pablo manifiesta que Cristo se apareció a Pedro, y luego a los doce (1Corintios 15,5; véase también Lucas 24,34). El mismo apóstol de los gentiles viaja a Jerusalén para conocerlo (Gálatas 1,18). Fue Pedro quien toma la palabra ante los ciento veinte creyentes, en la escogencia de Matías en remplazo de Judas (Hechos 1,15); en el día de Pentecostés con la llegada del Espíritu Santo, es el primero que empieza a proclamar a Cristo resucitado (2,14.32), "Así pues, los que hicieron caso de su mensaje fueron bautizados; y aquel día se agregaron a los creyentes unas tres mil personas" (41). Es también el primero en hacer un milagro público al curar al cojo de nacimiento en el templo de la Ciudad Santa (3,6), después se dedica a predicar el evangelio en el pórtico de Salomón (3,12ss), y ante el consejo del Sanedrín, anuncia a las principales autoridades religiosas del pueblo judío, la salvación traída con Jesucristo (4,8ss). Pedro y los demás apóstoles, responden a la prohibición de enseñar en el nombre de Jesús, "- Es nuestro deber obedecer a Dios antes que a los hombres" (5,29). Pedro pone al descubierto la mentira del trágico caso de Ananías y Safira (5,1-10); y reprende a Simón, el mago, que había ofrecido dinero a los apóstoles para obtener el Espíritu Santo con la imposición de las manos (8,18-23). La predicación de Pedro en la casa del capitán romano Cornelio, trae como resultado el bautismo y la aceptación del mensaje de Dios de una familia no judía (10,44-48). Este hecho generó en algunos creyentes de Jerusalén un gran malestar (11,1-2); pero ante la explicación de Pedro de sus actos, "todos se callaron y alabaron a Dios" (18). Además cuando el rey Herodes lo manda a prisión, se eleva en toda la iglesia una oración por él (12,5), lo que provoca la intervención milagrosa de un ángel del Señor que lo saca de la cárcel (6-10).

En el incidente ocurrido en la iglesia de Antioquía sobre la cuestión de imponer la circuncisión a los cristianos procedentes del paganismo, Pablo le llama la atención a Pedro por tomar partido en este punto (Gálatas 2,11-14). Sin embargo, Pablo lo que le reprocha es su forma de actuar, pero no pone en tela de juicio su misión de jefe del colegio apostólico y de la iglesia de Cristo. Incluso, es el mismo Pedro quien pone fin a la discusión (Hechos 15, 6-11); lo que contó además con las palabras de Santiago a favor suyo (13-14). Por todo esto, Pedro aparece como el primer apóstol de los paganos (7), y también de los judíos (Gálatas 2,7-8). 

 

CREO EN TI SEÑOR

24 Enero 2013.  Jesucristo, creo que eres la piedra angular de la Iglesia

Los constructores te despreciaron y el edificio no se mantuvo en pie. De hecho el templo de Jerusalén no existe, queda sólo un muro de lamentaciones. Pero el templo de tu Iglesia sigue en pie, porque te ha elegido a ti como piedra angular.

 

Todas las vidas que se construyen sobre Ti, resisten el paso del tiempo. Las demás se destruyen. Hoy los hombres te han vuelto a arrancar del edificio de este mundo y el mundo se tambalea, hasta que se derrumbe del todo. Oh Jesús necesario e imprescindible, pero rechazado por los hombres insensatos y pésimos constructores, ten compasión de ellos.

Cuantas veces han hecho el experimento de prescindir de Ti y se han ido por el precipicio. ¿Necesitan más experiencias? Millones de hombres han jugado a ser ateos, a vivir sin Dios. Siempre les ha ido muy mal. Y siempre les irá mal. "Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta descansar en Ti". Lo interesante de esta frase es que la dijo un antiguo y terco ateo.

Eres la piedra angular en la vida de cada hombre. Felices los que edifican sobre Ti y pobres, miserables los que te arrojan fuera de sus vidas: se convierten en eternamente miserables. Yo no quiero ser uno de esos miserables.

Hombres y mujeres locos que, sin saber o sabiéndolo, van por el camino de su perdición, cambien a tiempo su ruta, antes de que sea demasiado tarde. Muchos que, como Uds. erraron el camino, tuvieron tiempo y sensatez para cambiar de ruta. Fueron ateos como tantos, pero ahora son cristianos como pocos. Jesús es la roca que puede y que quiere llevarnos a la salvación eterna. Hagámosle caso. Él perdona, Él comprende, Él espera.

9. Jesucristo, creo que te has quedado realmente con nosotros en la Eucaristía

Este acto de fe llena mi vida de fuerza, seguridad y alegría. Porque Tú, que eres el fuerte, estás con nosotros. Tú que eres el amor, estás aquí. Tú que eres nuestro Hermano mayor, quieres estar con nosotros.

Tú que eres el Pan de Vida saciarás nuestra hambre. Tú que eres el agua viva, saciarás para siempre nuestra sed. La Eucaristía es el cumplimiento formal de una promesa: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". La Eucaristía es una promesa cumplida.

Se ha quedado para todos los hombres, y como yo soy uno de esos hombres, se ha quedado para mí. Si Él es mi Dos y se ha quedado para mí, yo su creatura debiera estar con Él frecuentemente. Mis misas y comuniones, visitas. adoraciones manifiestan mi gratitud y mi amor y la fe de que ahí está para mí. Yo tengo la llave del sagrario y te saco y te introduzco en él y te reparto a los fieles que vienen a buscarte.

Yo soy el pregonero de tu presencia amorosa, debo hablar, debo gritar que estás ahí; debo probar con mi fe y mi respeto que alguien muy importante está presente. Tengo que decirles: "Venid a Él todos los que andáis fatigados y agobiados por la carga y Él os aliviara". Tengo que gritar a los hambrientos y sedientos: Venid a Él, y se saciará vuestra hambre y vuestra sed.

Hombres que pasáis por el camino de la vida con el fardo de penas y trabajos a cuestas, deteneos un momento ante la fuente de aguas vivas.

10. Jesucristo, creo que eres el Señor de la vida y de la historia

El hombre se cree dueño de la vida y actúa como si lo fuera. Te está robando tu trabajo. Y se cree dueño de la historia. ¡Qué equivocado está! Una furia infernal lo está ensoberbeciendo y va derecho a la ruina.

Yo creo, en cambio, y con toda la fuerza de mi fe, que el único dueño de la Vida eres Tú, mi Dios. Y que el único señor de la historia eres Tú, mi Señor. Por ello te adoro y te alabo por todos los ladrones de tu honra.

Señor de la vida, vivifícame. Resucita todo lo que está muerto en mí y cura todas las partes enfermas de mi cuerpo y de mi alma, pues viniste para qua tuviéramos vida y vida en abundancia.

¿Vivir? Se puede decir que todos vivimos, pero hay vidas que se parecen mucho a la muerte. Vivir o semi-morir, vivir o semi-vivir. Yo quiero vivir, ayuda mi vida.

Y conviérteme en resucitador de muertos, sobre todo de almas muertas. Abundan, sufren, tienen boleto para el infierno. No permitas que tanto amor y tanto dolor tuyos y de tu madre no logren resucitar esos muertos.

Señor de la historia. Los hombres van haciendo historia de muerte y de perversión, pero Tú eres el protagonista de esa historia que, respetando libertades, la diriges siempre hacia donde Tú deseas.

Historia de guerras, de aborto, de eutanasia, de divorcio, de narcotráfico, y violencia ¡Qué triste historia están haciendo los hombres! Construyen la civilización de la muerte, y Tú quieres construir la civilización de la vida, de la justicia y del amor.

Nosotros estamos contigo, queremos colaborar en la civilización del amor que es la civilización cristiana.

11. Jesucristo, creo que eres el camino, la verdad y la vida.

Camino:

Una senda que lleva al cielo. Tiene piedras y es estrecha pero Tú nos acompañas, y tu compañía transforma lo duro y amargo en suave y dulce. Es la diferencia de seguir un camino en solitario o en tu compañía. El cielo es cielo porque estás Tú y el infierno es infierno porque Tú no estás.

Caminar sin tu compañía vuelve dura la vida. Muchos se hacen dura la existencia porque no quieren saber de Ti. Yo quiero caminar contigo porque Tú quieres acompañarme y porque Tú solo tienes palabras de vida eterna.

Verdad:

Creo en Ti, Dios mío, porque eres la verdad misma. En un mundo de mentira, Tú eres el refugio y la brújula. En la dictadura del relativismo que equivale a viajar por un mar inestable, Tú eres la roca que resiste el embravecido oleaje.

Necesito creer en algo, en Alguien que dé sentido y seguridad a mi existencia. Tú eres mi roca y rompeolas. Tú eres la verdad de mi vida, eres luz que ilumina mi senda, mi camino seguro.

Vida:

Yo soy la vida, la vida del cuerpo y la vida del alma. Por lo tanto, Él ha dado y sigue dando la existencia a todos los seres, a mí también. Tú eres mi vida y yo soy parte de tu ida.

Salí de Ti, en Ti existo y hacia Ti voy, Dios de mi vida. Mi Dios y mi todo: Mi Dios y mi vida. Sin Ti no existí y sin Ti no existiría ahora y sin Ti no existiré mañana.

Vida de las almas, mantén siempre viva mi alma y ayúdame con tu gracia a resucitar las almas muertas de mis hermanos. La confesión es un sacramento de resurrección; debo ejercerlo con frecuencia y con amor. Decir a un alma: Tus pecados no existen ya y que sea cierto. Camino, Verdad y Vida de las almas, bendito seas hoy y por siempre.

12. Jesucristo, creo que me has llamado a tu Iglesia para luchar incansablemente por la instauración de tu Reino entre los hombres.

He sido llamado, invitado. Pertenezco a tu maravilloso ejército de los hombres más felices del mundo y de los más humildes, de los que se esfuerzan por entrar por la puerta estrecha y de aceptar como santo y seña las bienaventuranzas: Pobres de espíritu, mansos, puros de corazón...

Cuentas realmente conmigo, a pesar de mis limitaciones y miserias, quieres verme luchar y obtener victorias, pescar almas en el mar del mundo, como en el caso de los apóstoles. También a mí me has dicho: No temas, haré de ti un pescador de hombres.

Quiero sentir, como Pedro, la nada de mis esfuerzos en el mar de las almas: "Toda la vida, días y noches tirando las redes y nada..." Y sobre todo sentir la seguridad y confianza en tu poder divino que llena las redes hasta reventar. Quiero echar mis pobres redes en tu nombre y en el nombre de tu Madre bendita. Y sé que se llenarán de almas.

Las echo a través de mis retiros, programas de radio y de mis materiales impresos que son una manera muy particular y moderna de tirar las redes. Tú quieres que hable, que escriba, que edite libros y CDS, quieres que dé conferencias y que siga tirando las redes en tu nombre. Me da tanta alegría y confianza el que te complaces en llenar mis viejas redes y que compartes conmigo la felicidad de la pesca.

13. Jesucristo, creo que contigo todo lo puedo.

Porque creo en tus promesas. Si Tú has dicho: "Todo lo que orando pidiereis, lo obtendréis", es porque dices la verdad. Los que se atreven a creer son los hombres y mujeres que logran todo en el mundo. Quiero ser uno le ellos.

En realidad nos has dado la clave para obtener todo, la fe, pero no la usamos sino medianamente. En nuestra oración, en nuestro trato contigo, no nos fiamos plenamente de Ti. Por eso no somos más ricos, más santos, más apóstoles. Hombres y mujeres de poca fe. Ese reproche nos cae como un saco de piedras en la cabeza.

Tan cierto es que nada puedo sin Ti como que contigo lo puedo todo. Estar seguro de esta verdad es honrarte, pues te agrada mucho que confiemos en Ti y es al mismo tiempo disponer de la omnipotencia de Dios.

Dios se complace en prestar su omnipotencia en los que confían en Él. Tú puedes ser uno de ellos.

Somos más peritos en usar la inteligencia que en utilizar la fe. La inteligencia ve, mide, pesa, cuenta y saca las conclusiones de su estudio. La fe no mide, no cuenta, simplemente se agarra de la mano de Dios omnipotente y realiza los milagros. 

EL CREDO SEGÚN LA BIBLIA

21 Enero 2013.  CREO EN DIOS. "Nuestro Dios es el único Señor" (Deuteronomio 6,4).

PADRE TODO PODEROSO. "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (Lucas 18,27).

CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA. "En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra" (Génesis 1,1).

CREO EN JESUCRISTO. "El es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que Dios es" (Hebreos 1,3).

SU ÚNICO HIJO. "Pues Dios amo tanto al mundo, que dio a su Hijo Único, para que todo aquel que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Juan 3,16).

NUESTRO SEÑOR. "Dios lo ha hecho Señor y Mesías" (Hechos 2,36).

QUE FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo descansará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios" (Lucas 1,35).

NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN. "Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: la Virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel (que significa "Dios con nosotros")" (Mateo 1,22-23).

PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO. "Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas, la pusieron en la cabeza de Jesús, y lo vistieron con una capa de color rojo oscuro" (Juan 19,1-2).

FUE CRUCIFICADO. "Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado lugar de la Calavera (o que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo Crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado. Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero, que decía: Jesús de Nazaret, Rey de los judíos" (Juan 19,17-19).

MUERTO Y SEPULTADO. "Jesús gritó con fuerza y dijo: -¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, murió (Lucas 23,46). Después de bajarlo de la cruz, lo envolvieron en una sábana de lino y lo pusieron en un sepulcro abierto en una peña, donde todavía no habían sepultado a nadie (Lucas 23,53).

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS. "Como hombre, murió; pero como ser espiritual que era, volvió a la vida. Y como ser espiritual, fue y predicó a los espíritus que estaban presos" (1Pedro 3,18-19).

AL TERCER DÍA RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS, "Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras, que lo sepultaron y que resucitó al tercer día" (1Corintios 15, 3-4).

SUBIÓ A LOS CIELOS, Y ESTA SENTADO A LA DERECHA DE DIOS, PADRE TODO PODEROSO. "El Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios" (Marcos 16,19).

DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS. "El nos envió a anunciarle al pueblo que Dios lo ha puesto como juez de los vivos y de los muertos" (Hechos 10,42).

CREO EN EL ESPÍRITU SANTO. "Porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado" (Romanos 5,5).

LA SANTA IGLESIA CATÓLICA. "Y yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mateo 16,18).

LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS. "Después de esto, miré y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos" (Apocalipsis 7,9).

EL PERDÓN DE LOS PECADOS. "A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados" (Juan 20,23).

LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE. "Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales" (Romanos 8,11).

Y LA VIDA ETERNA. "Allí no habrá noche, y los que allí vivan no necesitarán luz de lámpara ni luz del sol, porque Dios el Señor les dará su luz, y ellos reinarán por todos los siglos" (Apocalipsis 22,5).

AMEN. "Así sea. ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22,20).

LA FE Y LA CARIDAD VAN ENTRELAZADAS

VATICANO, 19 Enero. 2013 / Aci,ewtn).- Durante su audiencia con los participantes de la asamblea plenaria del Pontificio Consejo Cor Unum, el Papa Benedicto XVI subrayó el fuerte enlace entre “fe y caridad", y pidió una "vigilancia cristiana" para rechazar colaboraciones con proyectos sociales que contrasten con la antropología cristiana.

 El Santo Padre indicó que “el amor cristiano encuentra su fundamento en la forma de la fe. Al encontrar a Dios y experimentar Su amor, aprendemos a ‘vivir ya no más para nosotros, sino para él, y con él, para los otros’”.

 Este Año de la Fe, el Pontificio Consejo Cor Unum eligió como tema para su plenaria “Caridad, nueva ética y antropología cristiana”.

 El Papa indicó que “con el reciente Motu Propio Intima Ecclesiae natura, quise subrayar el sentido eclesial de vuestro trabajo. Vuestro testimonio puede abrir la puerta de la fe a tanta gente que está buscando el amor de Cristo”.

“Los cristianos, especialmente quienes trabajan en organizaciones caritativas, necesitan ser dirigidos por los principios de la fe, por los que se adhieren al ‘punto de vista de Dios’, a su proyecto para nosotros. Esta nueva visión del mundo y de la humanidad ofrecidas por la fe, también proveen la prueba correcta para la expresión de amor, en el contexto actual”.

El Santo Padre señaló que cada vez que el hombre se ha alejado del proyecto de amor de Dios “era víctima de las atracciones culturales que han terminado esclavizándolo”.

“En los siglos recientes, las ideologías que celebraron el culto de la nación, la raza, la clase política, probaron ser verdadera idolatría, y así lo es el desenfrenado capitalismo con su culto del lucro, del que es resultado la crisis, la desigualdad y la pobreza”.

Benedicto XVI remarcó que actualmente “compartimos un sentimiento común sobre la inalienable dignidad del ser humano, y una mutua interdependencia y responsabilidad hacia ella, y para el beneficio de la verdadera civilización, la civilización del amor. Por otro lado, desafortunadamente, nuestra época conoce sombras que oscurecen el plan de Dios”.

“Me refiero particularmente a una trágica reducción antropológica que propone el antiguo materialismo hedonista”.

El Papa denunció que de la unión entre la visión materialista y el gran desarrollo de la tecnología emerge un trasfondo antropológico ateo. Ese presupone que el hombre es reducido a funciones autónomas, la mente al cerebro, la historia humana destinada a la auto-realización”.

“Todo lejos de Dios, del tamaño y el horizonte propiamente especial de la vida futura”

El Santo Padre señaló que en una perspectiva “de un hombre privado de su alma, y por tanto sin una relación personal con el Creador, lo que es técnicamente posible se vuelve lícito, todo experimento es aceptable, toda política poblacional es permitida, cualquier manipulación legitimada”.

“La trampa más peligrosa de esta línea de pensamiento es de hecho el bien absoluto del hombre: el hombre quiere ser absoluto, liberado de toda atadura y toda constitución natural. Él clama ser independiente y piensa sólo en lograr la felicidad para sí mismo”.

“La fe y el sano discernimiento cristiano nos lleva a prestar atención a este problema”.

El Santo Padre advirtió que, en el marco de una recta colaboración con las organizaciones internacionales humanitarias en las áreas del desarrollo social y humano, “no debemos cerrar nuestros ojos a estas serias ideologías, y los pastores de la Iglesia, que es ‘el pilar y el baluarte de la verdad’, tienen un deber de advertir contra estos abusos a los fieles católicos y a toda persona de buena voluntad y recta razón”.

“Es de hecho un desvío negativo para el hombre, incluso si se disfraza de buenos sentimientos en el nombre de un supuesto progreso, o supuestos derechos, o un supuesto humanismo”

El Papa subrayó la importancia de prestar particular atención a esto para todos los cristianos, y “especialmente para ustedes que están comprometidos en actividades caritativas, y por ello directamente relacionados a otros muchos actores sociales”.

“Ciertamente debemos ejercer una vigilancia cristiana y a veces rechazar financiamientos y colaboraciones que, directa o indirectamente, favorecen acciones o proyectos en contraste con la antropología cristiana”

El Santo Padre subrayó que “la Iglesia está siempre comprometida en promover al hombre según el diseño de Dios, en su dignidad integral, en el respeto de su doble dimensión vertical y horizontal”.

“A ello tiende también la acción de un desarrollo de los organismos eclesiales. La visión cristiana del hombre, en efecto es un gran ‘sí’ a la dignidad de la persona llamada a la íntima comunión con Dios, una comunión filial, humilde y confiada. El ser humano no es ni un individuo absoluto, ni un elemento anónimo de la colectividad, sino una persona singular e irrepetible, intrínsecamente ordenada a la relación y a la socialización”.

Por ello, señaló el Papa, “la Iglesia reitera también su gran ‘sí’ a la dignidad y a la belleza del matrimonio como expresión de fiel y fecunda alianza entre el hombre y la mujer y su ‘no’ a filosofías como la de género se motiva con el hecho de que la reciprocidad masculina y femenina es expresión de la belleza de la naturaleza querida por el Creador”.

“Queridos amigos, gracias a todos ustedes por su compromiso con el hombre, fieles a su verdadera dignidad. De cara a estos desafíos de la época sabemos que la respuesta es el encuentro con Cristo. Con él, la humanidad puede realizar plenamente su bien personal y el bien común. Los animo a continuar con alegría y generosidad, y les imparto cordialmente mi Bendición Apostólica”, concluyó. 

Creo que puedes, creo que quieres

18 Enero 2013.  La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración. Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe.

Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net Comentabamos el miercoles anterior sobre la fe que debemos tener sobre las cosas "que no se pueden"

A cada idea negativa, -y son tantas las que diariamente nos golpean- hay que saber enfrentar una positiva, a modo de martillazo. Una idea positiva, una idea de que va a salir, una idea de que creo en el poder de Dios. Una idea positiva de fe. A veces hacer un verdadero acto de fe, cuesta mucho trabajo porque existe una idea anti-fe; muy arraigada. Todos o casi todos, dicen: "que no se puede". Algunos sienten la obligación moral de aconsejar a los pobres incautos, idealistas; y demás de que no se puede, "que ellos ya lo han intentado, que está todo bien calculado y medido; no se puede".

Yo creo que esa expresión es demasiado fea, y demasiado mala. Si yo, por ejemplo, no he logrado algo, no tengo ningún derecho a decir a los que vienen detrás, "que eso no se puede". Una cosa es que yo no pude y otra cosa es que ellos no van a poder hacerlo. Yo les puedo decir yo no lo logré quizás porque me equivoqué, me faltó fe, pero al mismo tiempo decirles: "!Ánimo, es probable que ustedes sí lo logren!" Eso es más caritativo y más humano.

Hablo de martillazos de fe, esa sería la expresión, porque cada vez que llega una idea negativa de no puedo, martillazo, golpe, sí puedo. Habrá que luchar a veces contra todo y contra todos: contra los propios pensamientos que a veces son los más difíciles de expulsar. Luchar además contra otras personas que sin mala intención concluyen que no se puede; y a veces, los encontramos demasiado cerca de nosotros, en la propia familia, en algunos de nuestros amigos que, además, van con la sana idea de ayudar y te repiten; y te dicen, y hasta se enojan sí tu pretendes decirles que tal vez sí se pueda. Se enojan y te retan: "ya verás", "te lo dije".

Para ser eficaz en lograr un meta apoyada por la fe, hay que buscar que esas metas sean concretas, precisas, aferrables, que se puedan contar, medir; porque si es una meta genérica, medio nebulosa, no se puede.

Hay que decir, además, que la fe funciona de distinta manera a la razón, como en zigzag. La razón usa la evidencia, mide, calcula; y en base a eso, saca sus conclusiones. La fe en cambio, se agarra, se aferra a una certeza de lograr una meta aunque parezca muy difícil. Y no duda un segundo, aunque la evidencia le diga que no lo va a lograr. Sigue luchando y sin saber cómo, atrapa la meta.

Por eso, los que no tienen fe, al final preguntan, ¿cómo le hizo? Yo varias veces he tenido que decir: Fe y saliva. No basta creer por un rato, hay que seguir creyendo sin darse jamás por vencido. Mucha gente es capaz de hacer un acto de fe al inicio un poco a prueba casi para luego convencerse de que "ya ve", "no sale", "se lo dije", "lo teníamos ya calculado, no sale". El hombre de fe no reacciona de esa manera, él sabe que va a lograr la meta. Sigue creyendo, cuando casi evidentemente se ve que no. Y de pronto, sin que otros lo crean, salió el resultado. ¿Cómo le hizo? Así preguntan los que no tienen fe, porque ante la evidencia de que salió, los pobres no pueden decir, "no sale".

Preguntan "¿cómo le hizo?" La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración: "Todo lo que pidiereis sin dudar, creed que ya lo habéis recibido, y se os dará".

Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe. Entre todas esas palabras, y llanto y lágrimas; digamos: Creo que puedes, creo que quieres. Hay en el evangelio oraciones de este tipo que a Cristo le fascinaron, que le arrancaron los milagros a la primera. Un leproso que se le acerca de rodillas y le dice esta oración tan breve y tan profunda: "Señor, sí quieres puedes curarme". Respuesta: "Quiero, queda limpio".

Incluso aquella mujer que ni le dijo una palabra, tenía una grave enfermedad, unas hemorragias, había gastado todo su dinero y no había servido de nada. Ella hizo este acto de fe: "Basta que toque su manto y quedaré curada". Efectivamente, tocó su manto y quedó curada en el acto.

Un centurión romano es decir, una persona que era pagana, tuvo más fe que ninguno. Le pidió a través de unos amigos a Jesús que curara a su siervo que estaba muy enfermo. Y Jesús dijo: "Cómo no, voy a su casa y lo curaré". Cuando él se dio cuenta que venía a su casa, mandó a decirle: "no, no, por favor, no vengas a mi casa, no necesitas venir". Fíjense la fe cómo es: "no necesitas venir, basta con que lo mandes tú".

De la misma manera, así se argumentaba así mismo, "que yo que soy un centurión tengo cien soldados a mis órdenes, le digo a éste: Haz esto; y lo hace, y a mi siervo: tráeme tal cosa, y me la trae".

Y Jesús públicamente no se aguantó las ganas de decir estas palabras: "No he encontrado una fe tan grande en todo Israel". Eso es tan hermoso, que incluso en la misa a la hora de la comunión, se pronuncia la frase que dijo el centurión: "No soy digno de que vengas a mi casa". Esas palabras fueron dichas por un pagano que tenía fe.

En cambio, pongamos otro caso, el de un hombre muy educadito, muy modosito que tenía un hijo enfermo, y había ido con los apóstoles a que le curaran, y no pudieron. Se ve que también les faltó fe a los mismos apóstoles. Y entonces medio desesperado va con Jesús. "Mi pobre hijo enfermo... fui con tus apóstoles y no pudieron". Subrayando: "no pudieron", "sí tú puedes hacer algo", no le dijo: "tú puedes", sino "si tú puedes". La duda. Muy educadito pero sin fe. Y Jesús, como que severamente le dice, "¿Puedes tu creer?" El otro entendió la indirecta y dijo: "Sí, señor, ayuda mi incredulidad". Lo curó como a regañadientes, no muy a gusto. Porque cuando había fe, Cristo muy a gusto curaba.

Y hoy día, cuando hay un hombre o una mujer de fe, muy a gusto le presta su omnipotencia para que realice las cosas. A los hombres de fe, Dios les presta, repito, su omnipotencia. Por eso no se explica humanamente hablando, cómo es que una persona que tiene fe saca las cosas adelante. La gente no se lo explica, no lo entiende. En cambio Él sí sabe por qué suceden las cosas, porque se fía de esas palabras de Jesús.

Alguien dijo, refiriéndose solo a la fe humana, esto de lo que estoy totalmente persuadido: "Todo lo que la mente de un hombre llegue a creer, esa misma mente lo realizará." ¿Será una ley espiritual? Creo que sí.

Quiero recordar una poesía, creo que es del Dr. Bernard, que a mí realmente me inspira mucho; y que no cabe duda que la siguen los hombres de fe, sean atletas, sean realizadores, en el campo profesional, en el campo espiritual, el que sea. La poesía dice así:

Sí piensas que estas vencido, lo estás.

Sí piensas que no te atreves, no lo harás;

sí piensas que te gustaría ganar, pero que no puedes, no lo lograrás.

Sí piensas que perderás, ya estás perdido,

Porque en el mundo encontrarás

que el éxito comienza con la voluntad del hombre,

todo está en el estado mental, es decir, en la fe.

Porque muchas carreras se han perdido

antes de haberse corrido

y muchos cobardes han fracasado

antes de haber su trabajo empezado.

Piensa en grande y tus hechos crecerán,

piensa en pequeño, y quedarás atrás,

piensa que puedes; y podrás.

Todo está en el estado mental, EN TU FE.

Sí piensas que estas aventajado, los estás.

Tienes que pensar bien para elevarte.

(Y termina de esta manera, que es como el resumen.)

Tienes que estar seguro de ti mismo

antes de intentar ganar un premio.

La batalla de la vida no siempre la gana

el hombre más fuerte o el más ligero,

porque tarde o temprano el hombre que gana

es aquél que CREE QUE PUEDE HACERLO.

Quisiera repetir al final lo más importante y es, el reto que nos lanza Jesús, en Marcos 11, 22-24. Tened fe en Dios, yo os aseguro que quien diga a este monte, quítate y arrójate al mar; y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo, todo cuanto pidáis en la oración creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis.

En la relación a esto, la frase más hermosa que alguien me pudo decir en la vida fue ésta: "Usted me enseñó a creer".

Ojalá que no solo sea una persona, sino muchas las que puedan decir, tú entre ellas: "Usted me enseñó a creer", porque de esa manera te enseñaré también a triunfar en la vida. 

¿Qué tiene que ver el origen de Jesús con la fe?

14 Enero 2013.  ¿Qué podemos aprender de la actitud de María en ese origen? ¿De qué nos puede servir esto ante las dificultades? Al comienzo del año, y en la "cuesta" de Enero, nos conviene plantearnos cómo nos ayuda la fe. Autor, Ramiro Pellitero. Fuente: Iglesia y Nueva Evangelización.  

De esto se ocupó Benedicto XVI en su audiencia general del 2 de enero, con el título: "Fue concebido por obra del Espíritu Santo". Ante la gruta de Belén surge la pregunta de cómo pudo aquel Niño cambiar radicalmente el curso de la historia. Y aún otra pregunta más profunda, que hizo Pilatos: "¿De dónde eres tú?" (Jn. 19, 9).

Jesús había dicho "Yo soy el pan bajado del cielo" (Jn. 6, 41), pero muchos no le habían querido escuchar, pensando que conocían bien a su padre y a su madre (cf. Jn. 6, 42). Y luego les había insistido: "Yo no he venido de mí mismo, pero el que me ha enviado, a quien vosotros no conocéis, es veraz" (Jn. 7, 28).

El Papa se detiene mostrando cómo el origen de Jesús está claro en los Evangelios, sobre todo en las palabras del ángel Gabriel a María. Al mismo tiempo, todo ello nos enseña acerca de lo que supone la fe cristiana.

El verdadero origen de Jesús

Los cuatro Evangelios, señala Benedicto XVI, responden con claridad a la pregunta de dónde viene Jesús: su verdadero origen es Dios Padre, pero de una manera muy distinta a cualquier otro profeta o enviado por Dios. "El Espíritu Santo -se lee en el Evangelio según San Lucas- vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 35). Y en el de San Mateo, las palabras dirigidas a San José: "Lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 20).

De hecho, apunta el Papa, al rezar el Credo en estos días navideños, y llegar a la expresión "por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen", la liturgia nos pide que nos arrodillemos. Y muchas grandes obras de música sacra (como la Misa de la Coronación, de Mozart) se detienen de modo especial en esa frase, "casi queriendo expresar con el lenguaje universal de la música aquello que las palabras no pueden manifestar: el misterio grande de Dios que se encarna, que se hace hombre"

Observa también Benedicto XVI que en la expresión "por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen", se incluyen cuatro sujetos: además del Espíritu Santo y María, se sobreentiende Jesús, que se hizo carne en el seno de la Virgen. Y si miramos cómo define el Credo a Jesús (unigénito Hijo de Dios, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, de la misma naturaleza del Padre), descubrimos que Jesús remite a la persona del Padre, que es, en realidad, el primer sujeto de esa frase: el Padre, que con el Hijo y el Espíritu Santo, es el único Dios.

El papel de María

A continuación el Papa profundiza en el papel de María en la encarnación del Hijo de Dios. Gracias a ella, tenemos a Dios con nosotros. "Así, María pertenece en modo irrenunciable a nuestra fe en el Dios que obra, que entra en la historia. Ella pone a disposición toda su persona, ´acepta´ convertirse en lugar en el que habita Dios. (...) Dios ha elegido precisamente a una humilde mujer, en una aldea desconocida, en una de las provincias más lejanas del gran Imperio romano". Por eso no debemos temer ante nuestra pobreza o inadecuación para dar testimonio de Jesucristo.

La explicación del ángel a María: "El Espíritu vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra» (1, 35), remite en primer lugar al comienzo de la creación cuando "el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (Gn. 1, 2); Él es el Espíritu creador que está en el origen de todas las cosas y del ser humano. Por eso "lo que acontece en María -observa el Papa-, a través de la acción del mismo Espíritu divino, es una nueva creación: Dios, que ha llamado al ser de la nada, con la Encarnación da vida a un nuevo inicio de la humanidad". Por eso los Padres de la Iglesia hablan de Cristo como "el nuevo Adán".

Nacer de nuevo como hijos de Dios

Y en el Año de la Fe, añade Benedicto XVI: "Esto nos hace reflexionar sobre cómo la fe trae también a nosotros una novedad tan fuerte capaz de producir un segundo nacimiento". En efecto -agrega-, "en el comienzo del ser cristianos está el Bautismo que nos hace renacer como hijos de Dios, nos hace participar en la relación filial que Jesús tiene con el Padre". Hace notar que el Bautismo no es algo que nosotros hacemos sino que recibimos, y al recibirlo nos hace hijos de Dios (cf. cf. Rm. 8, 14-16).

Cabría preguntar cómo se concreta, en nuestro caso, ese "nacer de nuevo". Así lo dice el Papa, explicando que no se trata de algo que sucede sólo cuando nos bautizamos, sin que tomemos parte "activa" en ello, como es el caso del bautismo de los niños pequeños. Ahora sigue sucediendo, pero solo si nos abrimos a Dios por la fe:

"Solo si nos abrimos a la acción de Dios, como María, sólo si confiamos nuestra vida al Señor como a un amigo de quien nos fiamos totalmente, todo cambia, nuestra vida adquiere un sentido nuevo y un rostro nuevo: el de hijos de un Padre que nos ama y nunca nos abandona"

Ser morada de de Dios entre los hombres

En segundo lugar, el ángel le dice a María: "la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra". Alude así a la nube que, durante el camino del éxodo del pueblo de Israel por el desierto, se detenía sobre la tienda que guardaba el arca de la Alianza, indicando la presencia de Dios (cf. Ez 40, 34-38). Aquí se quiere indicar -señala Benedicto XVI- que "María, por lo tanto, es la nueva tienda santa, la nueva arca de la alianza: con su ´sí´ a las palabras del arcángel, Dios recibe una morada en este mundo, Aquel que el universo no puede contener establece su morada en el seno de una virgen".

Y esto también se nos aplica. También Dios puede hacerse presente en el mundo por medio de nosotros: "Aunque a menudo nos sintamos débiles, pobres, incapaces ante las dificultades y el mal del mundo, el poder de Dios actúa siempre y obra maravillas precisamente en la debilidad. Su gracia es nuestra fuerza (cf. 2 Co 12, 9-10)".  

LA FE:  ES UN RENACER CON LA FUERZA DE DIOS.   °°°°

9 Enero 2013  Audiencia del Santo Padre Benedicto XVI  en el Aula Pablo VI, ciudad del Vaticano.

Queridos hermanos y hermanas:

En este tiempo de Navidad nos detenemos otra vez, en el gran misterio de Dios que bajó del cielo para tomar nuestra carne. En Jesús, Dios se encarnó, se hizo hombre como nosotros, y así se nos abrió la puerta de su Cielo, a la plena comunión con Él.

 En estos días, en nuestras iglesias ha sonado varias veces la palabra "Encarnación" de Dios, para expresar la realidad que celebramos en Navidad: el Hijo de Dios se hizo hombre, como decimos en el Credo. 

¿Pero qué significa esta palabra central para la fe cristiana? Encarnación viene del latín "incarnatio". San Ignacio de Antioquía --a fines del siglo primero--, y, especialmente, san Ireneo, han utilizado este término reflexionando en el prólogo del evangelio de san Juan, en particular sobre la expresión: "la Palabra se hizo carne" (Jn. 1,14) . Aquí la palabra "carne", en el lenguaje hebreo, indica a la persona como un todo, el hombre entero, pero solo desde el aspecto de su transitoriedad y temporalidad, de su pobreza y contingencia. Esto quiere decir que la salvación realizada por Dios hecho carne en Jesús de Nazaret, toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en la que esté. Dios tomó la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para que podemos llamarlo, en su Hijo unigénito, con el nombre de "Abbà, Padre" y ser verdaderamente hijos de Dios. Dice san Ireneo: "Este es el motivo por el cual el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (Adversus haereses, 3,19,1: PG 7,939; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 460).

"La Palabra se hizo carne" es una de esas verdades a las que nos hemos acostumbrado tanto, que apenas nos afecta la magnitud del evento que ella expresa. Y de hecho, en este tiempo de Navidad, en la que la expresión aparece a menudo en la liturgia, a veces se está más preocupado por las apariencias exteriores, en los "colores" de la fiesta, que al corazón de la gran novedad cristiana que celebramos: algo absolutamente impensable, que solo Dios podía hacer y que solo se puede entrar con la fe. El Logos que está con Dios, el Logos que es Dios, el Creador del mundo (cf. Jn 1,1), para el cual fueron creadas todas las cosas (cf. 1,3), que ha acompañado y acompaña a los hombres en la historia con su luz (cf. 1,4-5; 1,9), se convierte en uno en medio de los otros, puso su morada entre nosotros, se hizo uno de nosotros (cf. 1,14). El Concilio Vaticano II dice: "El Hijo de Dios ... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Gaudium et Spes, 22).

Es importante, entonces, recuperar el asombro ante este misterio, dejarnos envolver por la magnitud de este acontecimiento: Dios, el verdadero Dios, el Creador de todo, ha recorrido como un hombre nuestras calles, entrando en el tiempo del hombre para comunicarnos su propia vida (cf. 1 Jn. 1,1-4). Y no lo hizo con el esplendor de un soberano, que somete con su poder el mundo, sino con la humildad de un niño.

Me gustaría subrayar un segundo elemento. En Navidad solemos intercambiar algunos regalos con las personas más cercanas. A veces puede ser un acto realizado por costumbre, pero en general expresa afecto, es un signo de amor y de estima. En la oración de las ofrendas de la Misa de la Aurora en la Solemnidad de la Natividad del Señor, la Iglesia reza: "Acepta, Señor, nuestra oferta en esta noche de luz, y por este misterioso intercambio de dones, transfórmanos en Cristo, tu Hijo, que ha elevado al hombre hasta ti en la gloria". La idea del regalo, entonces, está en el centro de la liturgia y nos hace conscientes del regalo original de la Navidad: en esa noche santa Dios, haciéndose carne, ha querido convertirse en un regalo para los hombres, se entregó por nosotros; Dios ha hecho de su Hijo único un don para nosotros, tomó nuestra humanidad para donarnos su divinidad. Este es el gran regalo. Incluso en nuestro dar no es importante que un regalo sea caro o no; los que no pueden dar un poco de sí mismo, siempre dan muy poco; de hecho, a veces se intenta reemplazar el corazón y el compromiso de donarse, a través del dinero, con cosas que son materiales. El misterio de la Encarnación significa que Dios no lo ha hecho de este modo: no ha donado cualquier cosa, sino que se entregó a sí mismo en su Hijo Unigénito. Aquí encontramos el modelo de nuestro dar, porque nuestras relaciones, sobre todo las más importantes, son impulsadas por el don gratuito del amor.

Me gustaría ofrecer una tercera reflexión: el hecho de la Encarnación, del Dios que se hace hombre como nosotros, nos muestra el realismo sin precedentes del amor divino. La acción de Dios, de hecho, no se limita a las palabras, incluso podríamos decir que Él no se contenta con hablar, sino que se sumerge en nuestra historia y asume sobre sí la fatiga y el peso de la vida humana. El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, nacido de la Virgen María, en un tiempo y en un lugar específico, en Belén durante el reinado del emperador Augusto, bajo el gobernador Quirino (cf. Lc. 2,1-2); creció en una familia, tuvo amigos, formó un grupo de discípulos, dio instrucciones a los apóstoles para continuar su misión, completó el curso de su vida terrena en la cruz.

Este modo de actuar de Dios es un poderoso estímulo para cuestionarnos sobre el realismo de nuestra fe, que no debe limitarse a la esfera de los sentimientos, de las emociones, sino que debe entrar en la realidad, en lo concreto de nuestra existencia, es decir, debe tocar cada día de nuestras vidas y dirigirla también de una manera práctica. Dios no se detuvo en las palabras, sino que nos mostró cómo vivir, compartiendo nuestra propia experiencia, excepto en el pecado. El Catecismo de san Pío X, que algunos de nosotros hemos estudiado de niños, con su sencillez, y ante la pregunta: "¿Para vivir según Dios, ¿qué debemos hacer", da esta respuesta: "Para vivir según Dios debemos creer la verdad revelada por Él y guardar sus mandamientos con la ayuda de su gracia, que se obtiene mediante los sacramentos y la oración." La fe tiene un aspecto fundamental que afecta no solo la mente y el corazón, sino toda nuestra vida.

Les propongo un último elemento a su consideración. San Juan dice que la Palabra, el Logos estaba junto a Dios desde el principio, y que todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra, y nada de lo que existe fue hecho sin Ella (cf. Jn 1,1-3). El evangelista claramente alude al relato de la creación que se encuentra en los primeros capítulos del Génesis, y lo relee a la luz de Cristo. Este es un criterio fundamental en la lectura cristiana de la Biblia: el Antiguo y el Nuevo Testamento siempre son leídos en conjunto y a partir del Nuevo se revela el sentido más profundo del Antiguo.

Esa misma Palabra que siempre ha estado con Dios, que es Dios mismo y por el cual y en vista del cual todas las cosas fueron creadas (cf. Col. 1,16-17), se ha hecho hombre: el Dios eterno e infinito se sumergió en la finitud humana, en su criatura, para conducir al hombre y a la entera creación a Él. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera" (n. 349).

Los Padres de la Iglesia han acercado Jesús a Adán, hasta llamarlo "segundo Adán" o el Adán definitivo, la imagen perfecta de Dios. Con la Encarnación del Hijo de Dios se da una nueva creación, que nos da la respuesta completa a la pregunta "¿Quién es el hombre?". Sólo en Jesús se revela plenamente el proyecto de Dios sobre el ser humano: Él es el hombre definitivo según Dios. El Concilio Vaticano II lo reitera firmemente: "En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (Gaudium et spes, 22; Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 359). En ese niño, el Hijo de Dios contemplado en Navidad, podemos reconocer el verdadero rostro, no solo de Dios, sino el verdadero rostro del ser humano; y solo abriéndonos a la acción de su gracia y tratando todos los días de seguirle, realizamos el plan de Dios en nosotros, en cada uno de nosotros.  Queridos amigos, en este periodo meditemos en la gran y maravillosa riqueza del Misterio de la Encarnación, para permitir que el Señor nos ilumine y nos transforme cada vez más a imagen de su Hijo hecho hombre por nosotros. 

LA FE SE TEJE EN LA HISTORIA

24 Diciembre 2012.  La fe bíblica es tan rica que no se define en frases, pero se teje en la historia de manera extraordinaria. El Dios de Moisés y de Mirian fue siendo acogido por el pueblo.

El pueblo esclavo acoge al Dios de la liberación. Autor: Hna. Ángela Cabrera, O.P. (Religiosa Dominica). Fuente: Periódico Kerygma, Arquidiócesis de Ibagué. 

                El Papa Benedicto XVI ha convocado al “Año de la Fe” mediante una Carta Apostólica, llamada Porta Fidei, “Puerta de la Fe”. El propósito de la convocatoria es conocer y profundizar los contenidos de la fe, profesarla, anunciarla, celebrarla, y testimoniarla en la caridad. La llamada va despertando una inquietud necesaria: las personas quieren saber sobre la fe que profesan y buscan entenderla.

Este artículo desea apoyarse en las Sagradas Escrituras, para sumarse a todas las iniciativas que provocan reflexiones en torno a la temática que toca nuestra sensibilidad existencial-espiritual.

Para hablar de “fe”, el Antiguo Testamento utiliza la palabra hebrea: “amanah”, que también significa: “verdadero”. Si buscamos la raíz verbal del concepto, localizamos el término: aman “sustentar”, “establecer”, transmitiendo la idea básica de “firmeza”. El mundo bíblico compara la fe con lo “seguro”, lo digno de confianza. Podemos ver, por ejemplo, la imagen del Salmo 131, donde una mujer, con su niño, se convierte en modelo teológico, cotidiano, para hablar de complejidad con un lenguaje sencillo. El gesto es un recurso pedagógico para invitar al pueblo a confiar en Dios de la misma manera que el infante en los brazos maternos. De forma curiosa, el verbo “aman, “sustentar”, se presenta en el universo del Antiguo Testamento en tiempo participio. Cuando un verbo está en participio significa que su acción es continua. En el aspecto teológico transmite que el acto de ser “sustentado” mediante la fe, no tiene límite conclusivo. Es una acción sistemática según Deuteronomio 7,9, es “segura”:

“el Señor, tu Dios fiel…, guarda su alianza y su misericordia”. Firmeza y seguridad Lo firme da seguridad a quien se siente débil. Para conquistar tal soporte, según el profeta Isaías, es necesario “creer”, pues quien no “cree” no permanece (Isaías 7,9). Sólo se puede ser firme aceptando a Dios como fuerza y tesoro (Isaías 33,6). En este sentido, la fe renuncia a los recursos materiales como garantía, para abandonarse totalmente a una riqueza ilimitada. En la literatura profética el único camino para no vacilar es procurar tal Tesoro intensamente (Isaías 28,16).

                El Antiguo Testamento, para hablar de fe, también utiliza la expresión “conocer a Dios”, que es lo mismo que “experimentar a Dios” mediante su palabra y sus actos. “Fe”, “conocimiento” y “práctica” son actos simultáneos, no conglomerados de forma independiente. Varios ejemplos ayudan a concretizar, de forma sencilla, lo que acabamos de decir. Los padres y las madres de la fe iluminan nuestra fragilidad: ante las dudas, los miedos, las incredulidades, y el convencimiento de lo “imposible”, se pusieron en camino, y es en ese trayecto donde conocen y reconocen la autoridad de Dios para cumplir sus promesas. (Génesis 15,1).

                Expresiones importantes

La fe bíblica es tan rica que no se define en frases, pero se teje en la historia de manera extraordinaria. El Dios de Moisés y de Mirian fue siendo acogido por el pueblo. El pueblo esclavo acoge al Dios de la liberación. Ante tantos dioses ciegos, sordos, indiferentes y distantes, abrazan al Dios que “ve”, “escucha”, “conoce”, y “baja” para comprometerse con la vida (Éxodo 3,7). Al creer en ese Dios de la liberación también otorgan autoridad a la persona intermediaria (Éxodo 14,31; 15,20). Mujeres y hombres sensibles bordan en complicidad un proyecto de liberación, empeñados-as en comunicar las verdades justas que le son reveladas. Leamos, por ejemplo, como las parteras egipcias, con astucia, socorren a las mujeres hebreas (Éxodo 1). Aun siendo extranjeras, utilizan las estrategias mentirosas del propio faraón para salvar a los pequeñitos. Ellas descubren y comunican al Dios de la vida aconteciendo en un sistema que promueve la muerte. Las parteras se convierten en testimonio de lo inesperado: un faraón poderoso, nervioso y temeroso de infantes recién nacidos (Éxodo

                1). Puedo interpretar que la fe es eficaz y poderosa, conspira con la justicia. Ella se desborda en lo frágil e inocente que busca vivir. La fe acude revistiendo de fuerza lo que se reconoce débil; no está condicionada por estratificación social, ni por relaciones de género o nacionalidad. Ella se deja encontrar por quien la procura de corazón sincero. Según la teología bíblica, la fe está disponible para toda persona dispuesta a “oír” y “estar atenta” a las señales de “justicia” que Dios inspira en el corazón, fuente de raciocinio y entendimiento.

                EN LA NUEVA ALIANZA

La referencia a la “fe” también se encuentra en el Nuevo Testamento. Algunas veces, la palabra es sustituida por “amen”, que puede significar “certeza” y “seguridad” en lo comunicado. La tradición coloca en boca de Jesús la sugerencia: “Ten fe en Dios” (Marcos 11,22). Analizo que se trata de “contar con Dios”, “estar en actitud de apertura” a sus posibilidades. Jesús habla de una fe ilimitada, enfocada en la realidad y al servicio de la vida. Se localizan varios ejemplos femeninos que permiten definir la fe. La fe es el abrazo de Isabel y María celebrando el misterio de la encarnación (Lucas 1,39-45). Es la mujer con el flujo de sangre corriendo tras el “manto” de Jesús, o sea, tras su persona, su proyecto y sus exigencias, cuando siente la vida desperdiciándose de forma insignificante (Marcos 5,25-29). Fe es exigir de Jesús, como la siro-fenicia, los privilegios que Dios concede a la humanidad (Marcos 7,24-30). Fe es darlo todo, como la viuda, y quedar en paz (Marcos 12, 41-44). Es quebrar y derramar el perfume, como la mujer a los pies del Maestro, sin miedo a gastarlo (Marcos 14, 3-9). La fe es permanecer al pie de la cruz, como las que lo acompañan de cerca, sin querer salir huyendo del sufrimiento necesario (Marcos 15,40-41).

LA FE UNA GRACIA

                La teología del NT deja claro que la fe es un don precioso (2ª Pedro 1,1). Es una gracia. Pero, ¿qué es gracia? En hebreo, hen y en griego, charis, la gracia está íntimamente relacionada con el favor de Dios. No propia. Hay que pedirla y, una vez recibida, es necesario rogar para que sea aumentada, por su esencia inagotable. El crecimiento en la fe busca firmeza (2ª Corintios 10,15; 1ª Corintios 15,58), lo que incluye un autoexamen para verificar si nuestras prácticas poseen actitudes que brotan de la fe (Romanos 14,13).

LA FE UNA LUZ

                Oscuridad: ella concede certeza y confianza, mas no permite la totalidad del conocimiento. De ahí que, caminar por fe tiene un matiz diferente a caminar por la visión (2ª Corintios 5,7). En asuntos de fe no se satisfacen todas las inquietudes a la luz del día, pues qué mérito tendrían nuestros pasos si no se apuesta por aquello que existe, aunque no lo palpemos. Confiar, cuando Dios hace silencio, habla de una fe madura. Así lo entiende el salmista cuando se anima a sí mismo para perseverar en su vigor teológico: “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez” (Salmo 42,12).  La fe permite acreditar en Dios aunque la realidad de turbulencia lo oculte. Esto recuerda una imagen: la neblina cubriendo la montaña. Nuestros ojos miopes no la identifican, pero ella se mantiene. En Juan 20,29 encontramos palabras apropiadas para iluminarnos: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron”.

LA FE Y LA ESPERANZA

                La carta a los Romanos 8,24-26 relaciona la fe con la esperanza. Pablo asegura que la “esperanza” que se ve no es “esperanza”, e interroga: “¿por qué esperar lo que uno ve?” Para el apóstol esperar lo que no vemos, supone aguardar con paciencia. Como somos desesperados-as, él asegura que la fuerza del Espíritu viene en nuestro rescate, intercediendo por nosotros-as con gemidos indecibles. Este sentido también se encuentra en Hebreos 11,1: “la fe es la garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”.

LA FE, ESPERANZA Y AMOR

                Al mismo tiempo, la teología paulina une “fe, esperanza y amor” (1ª Corintios 13,13). Observo que el amor integra las relaciones interpersonales, la convivencia ético-comunitaria en la esfera social. Pues bien, una fe sin obras solidarias es semejante a una guitarra sin cuerdas. Pero, ¿cómo se concretiza todo esto? Hay un medio muy eficaz para poder desarrollar líneas de acciones que ayuden a aterrizar la teoría: la Palabra. Para el apóstol, la Palabra está cerca, en la boca, y en el corazón del ser humano. El contenido de esta Palabra es que Jesús viene de Dios (Juan 16,30), es el bendito de Dios (Juan 6,69), por Dios resucitado para hacernos partícipes y comprometidos-as con la vida plena (Romanos 10,8-9).

LA FE Y DONACIÓN DE DIOS

                Hablar sobre la fe, me aparte de su fundamento. Porque, me atrevo a decir que la dificultad de reflexionar sobre ella está en su extraordinaria simplicidad. Por ejemplo: si vemos una madre quitarse el pan de la boca para darlo a sus hijos-as, convencida de que así quedará satisfecha, estamos próximos-as al misterio de la fe. La fe es Dios donándose enteramente. Permite leer la historia y sus acontecimientos de forma saludable. Nos introduce en las entrañas divinas para aproximar a la humanidad de Dios. Se contagia en comunidad, y luego se divulga, no queda estática, es itinerante. En resumen: no hay discursos teológicos que exploren su profundo significado. Es, sencillamente, experiencia agradecida.

La fe es permanecer al pie de la cruz, como las que lo acompañan de cerca, sin querer salir huyendo del sufrimiento necesario (Marcos 15,40-41).  

MARÍA SANTÍSIMA ABRE SU PUERTA AL CREADOR

19 Diciembre   2012.  Queridos hermanos y hermanas:

En el camino del Adviento, la Virgen María tiene un lugar especial, como aquella que de un modo único ha esperado el cumplimiento de las promesas de Dios, acogiendo en la fe y en la carne a Jesús, el Hijo de Dios, en obediencia total a la voluntad divina. Hoy quisiera reflexionar con ustedes brevemente sobre la fe de María a partir del gran misterio de la Anunciación.  Autor:  Audiencia General del Santo Padre, Benedicto XVI.  En el Vaticano.

“Chaîre kecharitomene, ho Kyrios meta sou”,“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1,28). Estas son las palabras --relatadas por el evangelista Lucas--, con las que el arcángel Gabriel saluda a María. A primera vista el término chaîre, “alégrate”, parece un saludo normal, usual en la costumbre griega, pero esta palabra, cuando se lee en el contexto de la tradición bíblica, adquiere un significado mucho más profundo. Este mismo término está presente cuatro veces en la versión griega del Antiguo Testamento y siempre como un anuncio de alegría para la venida del Mesías (cf. Sof. 3,14; Joel 2,21; Zac 9,9; Lam 4,21). El saludo del ángel a María es entonces una invitación a la alegría, a una alegría profunda, anuncia el fin de la tristeza que hay en el mundo frente al final de la vida, al sufrimiento, a la muerte, al mal, a la oscuridad del mal que parece oscurecer la luz de la bondad divina. Es un saludo que marca el comienzo del Evangelio, la Buena Nueva.

¿Pero por qué María es invitada a alegrarse de esta manera? La respuesta está en la segunda parte del saludo: “El Señor está contigo”. También aquí, con el fin de comprender bien el significado de la expresión debemos recurrir al Antiguo Testamento. En el libro de Sofonías encontramos esta expresión“: ¡Grita de alegría, hija de Sión!... El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti… ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso!” (3,14-17). En estas palabras hay una doble promesa hecha a Israel, a la hija de Sión: Dios vendrá como un salvador y habitará en medio de su pueblo, en el vientre de la hija de Sión. En el diálogo entre el ángel y María se realiza exactamente esta promesa: María se identifica con el pueblo desposado con Dios, es en realidad la hija de Sión en persona; en ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios, en ella habita el Dios vivo.

En el saludo del ángel, María es llamada “llena de gracia”; en griego el término “gracia”, charis, tiene la misma raíz lingüística de la palabra “alegría”. Incluso en esta expresión se aclara aún más la fuente de la alegría de María: la alegría proviene de la gracia, que viene de la comunión con Dios, de tener una relación tan vital con Él, de ser morada del Espíritu Santo, totalmente modelada por la acción de Dios. María es la criatura que de una manera única ha abierto la puerta a su Creador, se ha puesto en sus manos, sin límites. Ella vive totalmente de la y en la relación con el Señor; es una actitud de escucha, atenta a reconocer los signos de Dios en el camino de su pueblo; se inserta en una historia de fe y de esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia. Y se somete libremente a la palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe.

El evangelista Lucas narra la historia de María a través de un buen paralelismo con la historia de Abraham. Así como el gran patriarca fue el padre de los creyentes, que ha respondido al llamado de Dios a salir de la tierra en la que vivía, de su seguridad, para iniciar el viaje hacia una tierra desconocida y poseída solo por la promesa divina, así María confía plenamente en la palabra que le anuncia el mensajero de Dios y se convierte en un modelo y madre de todos los creyentes.

Me gustaría hacer hincapié en otro aspecto importante: la apertura del alma a Dios y a su acción en la fe, también incluye el elemento de la oscuridad. La relación del ser humano con Dios no anula la distancia entre el Creador y la criatura, no elimina lo que el apóstol Pablo dijo ante la profundidad de la sabiduría de Dios, “¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!” (Rm. 11, 33). Pero así aquel –que como María--, está abierto de modo total a Dios, llega a aceptar la voluntad de Dios, aún si es misteriosa, a pesar de que a menudo no corresponde a la propia voluntad y es una espada que atraviesa el alma, como proféticamente lo dirá el viejo Simeón a María, en el momento en que Jesús es presentado en el Templo (cf. Lc. 2,35). El camino de fe de Abraham incluye el momento de la alegría por el don de su hijo Isaac, pero también un momento de oscuridad, cuando tiene que subir al monte Moria para cumplir con un gesto paradójico: Dios le pidió que sacrificara al hijo que le acababa de dar. En el monte el ángel le dice: “No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu único hijo” (Gen. 22,12); la plena confianza de Abraham en el Dios fiel a su promesa existe incluso cuando su palabra es misteriosa y difícil, casi imposible de aceptar. Lo mismo sucede con María, su fe vive la alegría de la Anunciación, pero también pasa a través de la oscuridad de la crucifixión del Hijo, a fin de llegar hasta la luz de la Resurrección.

No es diferente para el camino de fe de cada uno de nosotros: encontramos momentos de luz, pero también encontramos pasajes en los que Dios parece ausente, su silencio pesa sobre nuestro corazón y su voluntad no se corresponde con la nuestra, con aquello que nos gustaría. Pero cuanto más nos abrimos a Dios, recibimos el don de la fe, ponemos nuestra confianza en Él por completo --como Abraham y como María--, tanto más Él nos hace capaces, con su presencia, de vivir cada situación de la vida en paz y garantía de su lealtad y de su amor. Pero esto significa salir de sí mismos y de los propios proyectos, porque la Palabra de Dios es lámpara que guía nuestros pensamientos y nuestras acciones.

Quiero volver a centrarme en un aspecto que surge en las historias sobre la infancia de Jesús narradas por san Lucas. María y José traen a su hijo a Jerusalén, al Templo, para presentarlo y consagrarlo al Señor como es requerido por la ley de Moisés: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor” (Lc. 2, 22-24). Este gesto de la Sagrada Familia adquiere un sentido más profundo si lo leemos a la luz de la ciencia evangélica del Jesús de doce años que, después de tres días de búsqueda, se le encuentra en el templo discutiendo entre los maestros. A las palabras llenas de preocupación de María y José: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”, corresponde la misteriosa respuesta de Jesús: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc. 2,48-49). Es decir, en la propiedad del Padre, en la casa del Padre, como lo está un hijo. María debe renovar la fe profunda con la que dijo "sí" en la Anunciación; debe aceptar que la precedencia la tiene el verdadero Padre de Jesús; debe ser capaz de dejar libre a ese Hijo que ha concebido para que siga con su misión. Y el "sí" de María a la voluntad de Dios, en la obediencia de la fe, se repite a lo largo de toda su vida, hasta el momento más difícil, el de la Cruz.

Frente a todo esto, podemos preguntarnos: ¿cómo ha podido vivir de esta manera María junto a su Hijo, con una fe tan fuerte, incluso en la oscuridad, sin perder la confianza plena en la acción de Dios? Hay una actitud de fondo que María asume frente a lo que le está sucediendo en su vida. En la Anunciación, ella se siente turbada al oír las palabras del ángel --es el temor que siente el hombre cuando es tocado por la cercanía de Dios--, pero no es la actitud de quien tiene temor ante lo que Dios puede pedir. María reflexiona, se interroga sobre el significado de tal saludo (cf. Lc. 1,29). La palabra griega que se usa en el Evangelio para definir este “reflexionar”, “dielogizeto”, se refiere a la raíz de la palabra “diálogo”. Esto significa que María entra en un diálogo íntimo con la Palabra de Dios que le ha sido anunciada, no la tiene por superficial, sino la profundiza, la deja penetrar en su mente y en su corazón para entender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio. Otra referencia sobre la actitud interior de María frente a la acción de Dios la encontramos, siempre en el evangelio de san Lucas, en el momento del nacimiento de Jesús, después de la adoración de los pastores. Se dice que María “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc, 2,19); el término griego es symballon, podríamos decir que Ella “unía”, “juntaba” en su corazón todos los eventos que le iban sucediendo; ponía cada elemento, cada palabra, cada hecho dentro del todo y lo comparaba, los conservaba, reconociendo que todo proviene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que sucede en su vida, sino que sabe mirar en lo profundo, se deja interrrogar por los acontecimientos, los procesa, los discierne, y adquiere aquella comprensión que solo la fe puede garantizarle. Y la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge dentro de sí misma incluso aquello que no comprende de la acción de Dios, dejando que sea Dios quien abra su mente y su corazón. “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc. 1,45), exclama la pariente Isabel. Es por su fe que todas las generaciones la llamarán bienaventurada.

Queridos amigos, la solemnidad de la Natividad del Señor, que pronto celebraremos, nos invita a vivir esta misma humildad y obediencia de la fe. La gloria de Dios se manifiesta en el triunfo y en el poder de un rey, no brilla en una ciudad famosa, en un palacio suntuoso, sino que vive en el vientre de una virgen, se revela en la pobreza de un niño.

La omnipotencia de Dios, también en nuestras vidas, actúa con la fuerza, a menudo silenciosa, de la verdad y del amor. La fe nos dice, por lo tanto, que el poder inerme de aquel Niño, al final gana al ruido de los poderes del mundo.  Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.   

 

SOMOS TESTIGOS DE QUE EL PUEBLO DE DIOS EN AMÉRICA DICE ''SÍ''

A LA LLAMADA DE ESTE AÑO DE LA FE

            Homilía del cardenal Marc Ouellet en la clausura del congreso 'Ecclesia in América'

            ROMA, Jueves 13 diciembre 2012 (zenit).- Homilía del cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Comisión Pontificia para América Latina, en la Eucaristía de clausura del congreso internacional Ecclesia in America, por los quince años de la citada exhortación Papal.

Misa de clausura del Congreso Internacional  Santa Maria in Traspontina

“Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu seno! ¿Y cómo es que se viene a mí la madre de mi Señor?”

Queridos amigos,

El día en que María de Nazaret, recibió el anuncio del ángel Gabriel y consintió a su maternidad divina, la historia del mundo se volcó hacia el abismo de la gracia divina, mientras siguió desarrollándose como un tejido cotidiano de pequeños y grandes eventos.

El Evangelio nos dice que María fue deprisa a un pueblo de las montañas de Judea para visitar a su prima Isabel que, como sabía por revelación, estaba esperando un hijo. Desde el primer momento de su encuentro, el Espíritu Santo hizo estremecer de alegría a los niños y a sus madres. Isabel exclamó   “¡Bendita tú que has creído las palabras que te fueron dichas por el Señor!”María respondió con su canto de acción de gracias  que se ha convertido en el canto de fe cotidiano de la Iglesia: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava”.

Cuando Dios quiso abrir América al Evangelio, puso su mirada sobre un campesino pobre y humilde, Juan Diego, quien recibió, él también, una visitación y un mensaje del cielo. Atraído hacia la montaña por un canto celestial del cual ignoraba la fuente, vio una Dama noble, radiante, de inimaginable perfección, vestida de sol, según el relato del Nican Mopohua. Ella se presentó como la Madre del Dios verdadero y le pidió que fuera donde el Obispo para decirle que construyera una Capilla sobre el monte Tepeyac. Fueron necesarios tres intentos y tres milagros para convencer al Obispo: el milagro de las rosas de Castilla, que florecieron en invierno sobre la montaña, completamente fuera de temporada; el milagro de la tilma; y la curación milagrosa de Juan Bernardino, el tío de Juan Diego. Finalmente la gracia prevaleció sobre la prudencia episcopal y sobre la incredulidad humana, y la capilla fue construida con los resultados que conocemos.

Queridos amigos, los días benditos que hemos vivido se han desarrollado entre los dos misterios de la Anunciación y de la Visitación. Somos testigos de que elPueblo de Dios que camina en América está diciendo “sí” a la llamada de este Año de la Fe. Hemos venido a toda prisa a este encuentro para reavivar el don de la fe que hemos recibido hace 500 años, y queremos ser testigos de ello en la unidad, ya queeste don es la herencia más preciosa que une el Sur y el Norte de América desde sus orígenes.

 Hemos venido guiados por la Estrella de la primera y de la nueva evangelización: Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de las Américas, cuya fiesta litúrgica celebramos hoy. Como unos “Magos del Occidente”, creíamos conocer bien a esta noble Señora, pero los acontecimientos de este Congreso, las conferencias, las oraciones y los testimonios, nos han ayudado a redescubrirla. Por eso nuestra alma glorifica al Señor con Ella, porque Él ha mirado a los pobres, que somos nosotros, y por su intercesión materna nos ha tocado y renovado. Estamos listos para llevar el mensaje del Evangelio con nuevo ardor, con nuevos métodos y en un nuevo lenguaje.

Nunca repetiremos suficientemente que la aparición de la Virgen María a Juan Diego fue determinante para la transmisión de la fe a los pueblos de América. Esto marcó el momento de despegue de la evangelización. Esto permitió la reconciliación de los opositores y la penetración del Evangelio en el corazón y en la cultura de los nativos. También frenó el apetito de los conquistadores y aventureros. Bendito sea Dios por ese rostro de ternura y de misericordia que llevó a la gente de América a la adoración del único Salvador Jesucristo.

El canto de alabanza y acción de gracias que se eleva desde nuestros corazones al final de este Congreso es una muestra deque el Espíritu Santo nos ha tocado y nos insta a reemprender el camino tras la Madre del Amor Hermoso y de la santa Esperanza. Hemos recibido gracias insignes al lado de la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo en este Año de la Fe; nos vamos más conscientes de nuestra dignidad de hijos de Dios, que nos hace gritar: “¡Abba! ¡Padre! ¡Venga tu reino!”

Fortificados y confirmados por la bendición del Sucesor de Pedro, vayamos hacia nuestros hermanos y hermanas; en el poder del Espíritu demos testimonio de la verdad del Evangelio y de la unidad de la Iglesia Católica que trasciende las fronteras de toda raza, cultura y condición social. El continente que ha crecido bajo el signo de Cristo Rey y bajo el cayado de Pedro debe transmitir y difundir su fe para ser fiel a sí mismo. Los pobres esperan ansiosamente este testimonio que debe pasar por la caridad sincera, la fraternidad y la solidaridad efectiva con los más desfavorecidos.

Que los bautizados de América se conviertan así en “discípulos misioneros” en el poder del Espíritu, Quien les envía hacia una Misión Continental que debe abrazar todo el continente. Que todos los bautizados se levanten y proclamen su fe con orgullo, en el respeto de la libertad de los demás, pero conscientes de que tienen que pasar la antorcha de la fe a las nuevas generaciones de la cultura digital. Que surja sobre todo un nuevo florecimiento de hombres santos y de mujeres santas para la Nueva Evangelización. La vocación a la santidad es para toda la Iglesia y no existe ningún obstáculo insuperable para la santidad, sea cual sea nuestro estado de vida. Basta un acto de fe del tamaño de un grano de mostaza para mover una montaña, nos dice el Evangelio.

 A finales del siglo XVII,la Iglesia canonizó a Santa Rosa de Lima, la primera americana indígena en subir a los altares. Cuenta la leyenda que cuando se le propuso al Papa beatificarla, él respondió que, aunque cayera una lluvia de rosas sobre el Vaticano, no creería en la santidad de una india. En seguida llovieron pétalos de rosa sobre Roma. En 1671, la canonización de Rosa de Lima, proclamada patrona de Perú, después de toda América del Sur, de la India y de las Filipinas, dio lugar a muy grandes solemnidades, no sólo en Lima y Roma, sino también en París (Véase la historia de los santos y de la santidad cristiana, Volumen 8, p. 251).

A mediados de octubre de este Año de la Fe, en pleno Sínodo sobre la Nueva Evangelización, celebramos con gran alegría la canonización de Kateri Tekakwhita, una joven nativa de América del Norte, que murió a los 24 años de edad y que tuvo que huir de su familia y de su tribu para mantener su pasión virginal por Cristo. Amada igualmente en Canadá y Estados Unidos, Santa Kateri ahora pertenece a la Iglesia universal y por lo tanto se convierte en una figura mediadora para la reconciliación de los pueblos y la recepción del Evangelio.

Que estas dos hijas privilegiadas de Nuestra Señora de Guadalupe se den la mano desde lo alto del cielo, no sólo para unir el Norte y el Sur del continente americano, sino para irradiar la fe católica en el mundo entero. Una muchedumbre de otros santos y santas nos precede en el camino del Evangelio en América; invoquémosles de un solo corazón para que su pasión de amor, la pasión por Cristo, siga conquistando a las almas sedientas de esperanza y de liberación.

Los muchos males sociales que aquejan a América reclaman de parte de los discípulos de Cristo un tratamiento que elimine el virus mortal del egoísmo, de la envidia y del odio. Hay que luchar contra la explotación de los pobres, el comercio ilícito, las leyes injustas en cuanto a la inmigración, la violencia urbana, la desintegración familiar, y muchas otras dolencias. Cristo Redentor responde a estos desafíos mediante nuestro compromiso por la justicia y la solidaridad fundado en la gracia de la conversión y de la penitencia. Que los cristianos de América estemos, pues, en las primeras líneas de combate, para que el testimonio de nuestra fe no sea desmentido por nuestra indiferencia y por la falta de coherencia en nuestras vidas.

Queridos amigos, pongamos en las manos de Santa María de Guadalupe, Nuestra Madre, las esperanzas y los proyectos que nacen de este encuentro en Roma, 15 años después del Sínodo sobre América. Ante las inmensas necesidades de la Nueva Evangelización, nuestras posibilidades son pobres, pero nuestra fe es grande. Que esa fe aumente aún más hoy y en cada comunión con el Cuerpo de Cristo resucitado que nos hace partícipes de su victoria.

“Y oí una gran voz en el cielo: “Ahora se estableció la victoria, y el poder y el reino de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo”¡Amén! 

EL AÑO DE LA FE Y EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Primera Prédica de Adviento 2012.   P. Raniero Cantalamessa, OFM Cap

ROMA, viernes 7 diciembre 2012 (ZENIT.).- *****

1. El libro "comido"

En la predicación a la Casa Pontificia, trato de dejarme guiar, en la elección de temas, por las gracias o los eventos especiales que la Iglesia vive en un momento dado de su historia. Recientemente tuvimos la inauguración del Año de la Fe, el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, y el Sínodo sobre la nueva evangelización y la transmisión de la fe cristiana. Pensé, por lo tanto, desarrollar en el Adviento una reflexión sobre cada uno de estos tres eventos.

Empiezo con el Año de la Fe. Para no perderme en un tema, la fe, que es tan vasto como el mar, me centro en un punto de la Carta Porta Fidei del santo padre, precisamente allí donde insta a hacer del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) (en el vigésimo aniversario de su publicación), el instrumento privilegiado para vivir fructuosamente la gracia de este año.

El papa escribe en su Carta:

"El Año de la Fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los maestros de teología a los santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe." 1

No hablaré ciertamente sobre el contenido del CEC, de sus divisiones, de sus criterios informativos; sería como tratar de explicar la Divina Comedia a Dante Alighieri. Prefiero hacer un esfuerzo por mostrar cómo hacer para que este libro, de instrumento tan silencioso, como un violín bien apoyado sobre un paño de terciopelo, se transforme en un instrumento que suene y sacuda los corazones. La Pasión de San Mateo de Bach, permaneció durante un siglo como una partitura escrita, conservada en los archivos de la música, hasta que en 1829 Felix Mendelssohn en Berlín hizo de ella una ejecución magistral, y desde ese día el mundo se enteró de qué melodías y coros sublimes, estaban contenidos en aquellas páginas que hasta entonces permanecian mudas.

Son realidades muy diferentes, es cierto, pero algo así pasa con cada libro que habla de la fe, como es el CEC: se debe pasar de la partitura a la ejecución, de la página muda a algo vivo que sacuda el alma. La visión de Ezequiel de la mano extendida sosteniendo un rollo, nos ayuda a entender lo que se requiere para que esto suceda:

"Yo miré: vi una mano tendida hacia mí, que sostenía un libro enrollado. Lo desenrolló ante mí: estaba escrito por el anverso y por el reverso; había escrito “Lamentaciones, gemidos y ayes”. Y me dijo: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo, y ve luego a hablar a la casa de Israel.” Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo, y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.”Lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel" (Ez. 2,9-3,3).

El Sumo Pontífice es la mano que, en este año, ofrece de nuevo a la Iglesia el CEC, diciendo a cada su miembro: "Toma este libro, cómetelo, llénate el estómago". ¿Qué significa comerse un libro? No es solo estudiarlo, analizarlo, memorizarlo, sino hacerlo carne de la propia carne y sangre de la propia sangre, "asimilarlo", como se hace con los alimentos que comemos. Transformarlo de fe estudiada, a fe vivida.

Esto no se puede hacer con toda la dimensión del libro, y con todas y cada una de las cosas en ella contenidas. No se puede hacer analíticamente, sino solo sintéticamente. Me explico. Debemos comprender el principio que informa y une todo, en suma, el corazón del CEC. ¿Y cuál es ese corazón? No es un dogma, o una verdad, una doctrina o un principio ético; es una persona: ¡Jesucristo! "Página tras página --escribe el santo padre a propósito del CEC, en la misma carta apostólica--, resulta que lo que se presenta no es una teoría, sino un encuentro con una persona que vive en la Iglesia."

Si toda la Escritura, como dice Jesús mismo, habla de él (cf. Jn. 5,39), si está preñada de Cristo y si todo se resume en él, ¿podría ser de otro modo para el CEC, que, de las Escrituras mismas, quiere ser una exposición sistemática, elaborada a partir de la Tradición, bajo la guía del Magisterio?

En la Primera parte, dedicada a la fe, el CEC recuerda el gran principio de santo Tomás de Aquino según el cual "el acto de fe del creyente no se detiene ante el enunciado, sino que alcanza la realidad" (Fides non terminatur ad enunciabile sed ad rem)2. Ahora, ¿cuál es la realidad, la "cosa" última de la fe? ¡Dios, por supuesto! Pero no un dios cualquiera que cada uno se retrata a su gusto y voluntad, sino el Dios que se ha revelado en Cristo, que se "identifica" con él hasta el punto de poder decir: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" y "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn. 1,18).

Cuando hablamos de fe "en Jesucristo" no separamos el Nuevo del Antiguo Testamento, no comenzamos la verdadera fe con la llegada de Cristo a la tierra. Si fuera así, sería como excluir del número de creyentes al mismo Abraham, a quien llamamos “nuestro padre en la fe” (cf. Rm. 4,16). Al identificar a su Padre con "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" (Mt. 22, 32) y con el Dios "de la ley y los profetas" (Mt. 22, 40), Jesús autentificó la fe judía, mostró su carácter profético, diciendo que ellos hablaban de él (cf. Lc. 24, 27.44; Jn. 5, 46). Esto es lo que hace a la fe judía diferente a los ojos de los cristianos, de cualquier otra fe, y que justifica la condición especial de que goza, después del Concilio Vaticano II, el diálogo con los judíos respecto a otras religiones.

2. Kerigma y Didaché

Al inicio de la Iglesia era clara la distinción entre kerigma y didaché. El kerigma, que Pablo llama también "el evangelio", se refería a la obra de Dios en Cristo Jesús, el misterio pascual de la muerte y resurrección, y consistía en fórmulas breves de fe, como la que se puede deducir del discurso de Pedro en el día de Pentecostés: "Ustedes lo mataron clavándole en la cruz, Dios le resucitó y lo ha constituído Señor" (cf. Hch. 2, 23-36), o también: "Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rm. 10,9).

La didaché indicaba, en cambio, la enseñanza sucesiva a la llegada de la fe, el desarrollo y la formación completa del creyente. Estaban convencidos (especialmente Pablo) que la fe, como tal, germinaba solo en presencia del kerigma. Este no era un resumen de la fe o una parte de la misma, sino la semilla de la cual nace todo lo demás. También los cuatro evangelios fueron escritos más tarde, precisamente con el fin de explicar el kerigma.

Incluso el más antiguo núcleo del credo hacía referencia a Cristo, de quien metía en luz el doble componente: humano y divino. Un ejemplo de ello es considerado el verso de la Carta a los Romanos que habla de Cristo "nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos" (Rm. 1,3-4 ). Pronto este núcleo primitivo, o credo cristológico, fue incluido en un contexto más amplio como el segundo artículo del símbolo de la fe. Nacen, incluso por exigencias relativas al bautismo, los símbolos trinitarios llegados hasta nosotros.

Este proceso es parte de lo que Newman llama "el desarrollo de la doctrina cristiana"; es una riqueza, no un alejamiento de la fe original. Nos corresponde a nosotros hoy en día --y en primer lugar a los obispos, a los predicadores, a los catequistas--, distinguir el carácter "aparte" del kerigma como momento germinal de la fe.

En una ópera, para retomar la metáfora musical, está el recitado y el cantado; y en el cantado están los "agudos" que conmueven a la audiencia y provocan emociones fuertes, a veces incluso escalofríos. Ahora sabemos cuál es el agudo de cada catequesis.

Nuestra situación ha vuelto a ser la misma que en el tiempo de los apóstoles. Ellos tenían ante sí un mundo precristiano para predicar el evangelio; nosotros tenemos ante nosotros, al menos en cierta medida y en algunos sectores, un mundo poscristiano para reevangelizar. Tenemos que regresar a su método, sacar a la luz "la espada del Espíritu", que es el anuncio, en Espíritu y poder, de Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm. 4,25).

El kerigma no es solo el anuncio de algunos hechos o verdades de fe claramente definidas; es también una atmósfera espiritual que se puede crear según lo que se diga, un contexto en el que todo se dispone. Está en el que anuncia, mediante su fe, permitirle al Espíritu Santo crear esta atmósfera.

Entonces, nos preguntamos, ¿cuál es el sentido del CEC? Lo mismo que en la Iglesia apostólica fue la didaché: formar la fe, dándole un contenido, mostrando sus exigencias éticas y prácticas, volviéndola una fe que "actúa por la caridad" (cf. Ga. 5,6). Lo clarifica bien un párrafo del mismo CEC. Después de recordar el principio tomista de que "la fe no termina en las formulaciones, sino en la realidad", añade:

"Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más"3.

Esta es la importancia del adjetivo "católico" en el título del libro. La fuerza de algunas iglesias no católicas es poner todo el énfasis en el momento inicial, en la llegada a la fe, en la adhesión al kerigma y en la aceptación de Jesús como Señor, visto, todo esto, como un "nacer de nuevo", o como "una segunda conversión". Sin embargo, esto puede convertirse en una limitación, si se detiene en eso y todo sigue girando en torno a eso.

Nosotros los católicos tenemos algo que aprender de estas iglesias, pero también tenemos mucho que dar. En la Iglesia católica esto es el comienzo, no el final de la vida cristiana. Después de esa decisión, se abre el camino hacia el crecimiento y la plenitud de la vida cristiana y, gracias a su riqueza sacramental, al magisterio, al ejemplo de muchos santos, la Iglesia católica se encuentra en una posición privilegiada para llevar a los creyentes a la perfección de la vida de fe.

El papa escribe en la citada carta Porta Fidei:

"A partir de la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los maestros de la teología a los santos que han pasado a través de los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de las muchas maneras en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina para dar certeza a los creyentes en su vida de fe."

3. LA UNCIÓN DE LA FE

He hablado del kerigma como del "agudo" de la catequesis. Pero para producir este agudo no es suficiente levantar el tono de la voz, se necesita más. "Nadie puede decir '¡Jesús es Señor!' [¡esto es, por excelencia, el agudo!] sino en el Espíritu Santo" (1 Co. 15,3). El evangelista Juan hace una aplicación del tema de la unción, que se presenta particularmente actual en este Año de la fe. Él escribe:

"Ustedes tienen la unción del Santo, y todos ustedes lo saben [...] La unción que de él han recibido permanece en ustedes, y no necesitan que nadie se lo enseñe. Pero como su unción les enseña acerca de todas las cosas --y es verdadera y no es mentirosa--, como les ha enseñado, permanezcan en él" (1 Jn. 2, 20.27).

El autor de esta unción es el Espíritu Santo, como se deduce del hecho de que en otra parte, la función de "enseñar todas las cosas" es atribuida al Paráclito como "Espíritu de verdad" (Jn. 14, 26). Se trata, como escriben diferentes Padres, de una "unción de la fe": "La unción que viene del Santo –escribe Clemente de Alejandría--, se realiza en la fe"; "La unción es la fe en Cristo", dice otro escritor de la misma escuela4.

En su comentario, Agustín dirige en este sentido, una pregunta al evangelista. ¿Por qué, dice, has escrito tu carta, si aquellos a los que te dirigías habían recibido la unción que enseña acerca de todo, y no tenían necesidad de que nadie les instruyese? ¿Por qué este nuestro mismo hablar e instruir a los fieles? Y he aquí su respuesta, basada en el tema del maestro interior:

"El sonido de nuestras palabras golpea el oído, pero el verdadero maestro está dentro [...] Yo he hablado a todos, pero aquellos a los que no habla esa unción, a aquellos que el Espíritu no instruye internamente, se van sin haber aprendido nada [...] Por tanto, es el maestro interior el que realmente enseña; es Cristo, es su inspiración la que enseña."5

Hay una necesidad de instrucción desde fuera, necesitamos maestros; pero sus voces penetran en el corazón solo si se le añade aquella interior del Espíritu. "Y nosotros somos testigos de estos hechos, y también el Espíritu Santo que ha dado a los que le obedecen" (Hch. 5,32). Con estas palabras, pronunciadas ante el Sanedrín, el apóstol Pedro no solo afirma la necesidad del testimonio interno del Espíritu, sino también indica cuál es la condición para recibirlo: la voluntad de obedecer, de someterse a la Palabra.

Es la unción del Espíritu Santo que hace pasar de los enunciados de la fe a su realidad. El evangelista Juan habla de un creer que es también conocer: "Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene" (1 Jn. 4,16). "Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn. 6, 69). "Conocer", en este caso, como en general en toda la Escritura, no significa lo que hoy significa para nosotros, es decir, tener la idea o el concepto de una cosa. Significa experimentar, entrar en relación con la cosa o con la persona. La afirmación de la Virgen: "Yo no conozco varón", no quería decir que no sé lo que es un hombre...

Fue un caso de evidente unción de fe lo que Pascal experimentó en la noche del 23 de noviembre de 1654 y que fijó con cortas frases exclamativas en un texto encontrado después de su muerte, cosido en el interior de su chaqueta:

"Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni eruditos. Certeza. Certeza. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo [...] Se le encuentra solamente en los caminos del Evangelio. [...] Alegría, alegría. Alegría, lágrimas de alegría. [...] Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y aquel a quien tú has enviado: Jesucristo".6

La unción de la fe se da generalmente cuando, sobre una palabra de Dios o sobre una declaración de fe, cae repentinamente la iluminación del Espíritu Santo, por lo general acompañado por una fuerte emoción. Me acuerdo que un año, en la fiesta de Cristo Rey, escuchaba en la primera lectura de la misa la profecía de Daniel sobre el Hijo del Hombre:

"Yo seguía mirando, y en la visión nocturna, vi venir sobre las nubes del cielo alguien parecido al Hijo del hombre, que se dirigió hacia el anciano y fue presentado ante él. Le dieron poder, honor y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido" (Dn. 7,13-14).

El Nuevo Testamento, se sabe, ha visto realizada la profecía de Daniel en Jesús; él mismo ante el Sanedrín, la hace suya (cf. Mt. 26, 64); una frase del texto ha entrado incluso en el Credo: “y su reino no tendrá fin”, ("cuius regnum non erit finis").

Yo sabía, por mis estudios, todo esto, pero en ese momento era otra cosa. Era como si la escena tuviera lugar allí, ante mis ojos. Sí, el Hijo del hombre que avanzaba era él, Jesús. Todas las dudas y las explicaciones alternativas de los eruditos, que también conocía, me parecían, en ese momento, excusas para no creer. Experimentaba, sin saberlo, la unción de la fe.

En otra ocasión (creo que he compartido ya esta experiencia en el pasado, pero ayuda a entender el asunto presente), asistía a la Misa de Gallo presidida por Juan Pablo II en San Pedro. Llegó el momento del canto de la Calenda, es decir, la proclamación solemne del nacimiento del Salvador, presente en el Martirologio antiguo y reintroducida en la liturgia de Navidad después del Concilio Vaticano II:

"Muchos siglos después de la creación del mundo... Trece siglos después del Éxodo de Egipto... En la centésima nonagésima quinta Olimpiada, en el año 752 de la fundación de Roma... En el quadragésimo segundo año del imperio de César Augusto, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo, después de nueve meses, nació en Belén de Judea, de la Virgen María, hecho hombre".

Al llegar a estas últimas palabras sentí una repentina claridad interior, por lo que recuerdo haber dicho a mí mismo: "¡Es cierto! ¡Es verdad todo esto que se canta! No son solo palabras. El Eterno entra en el tiempo. El último evento de la serie rompió la serie; ha creado un "antes" y un "después" irreversibles; el cómputo del tiempo que antes tenía lugar en relación a diferentes eventos (los Juegos Olímpicos tales, el reino de aquel), ahora se lleva a cabo en relación con un evento único": antes de él, después de él. Una conmoción repentina me atravesó totalmente, y sólo pude decir: "¡Gracias, Santísima Trinidad, y también gracias a ti, Santa Madre de Dios!".

La unción del Espíritu Santo también produce un efecto, por así decirlo, "colateral" en el que anuncia: le hace experimentar la alegría de anunciar a Cristo y su Evangelio. Transforma la tarea de la evangelización de solo incumbencia y deber, a un honor y un motivo de gozo. Es la alegría que conoce bien el mensajero que lleva a una ciudad sitiada, el anuncio de que el asedio fue levantado; o el heraldo que en la antigüedad corría por delante, para llevarle a la gente el anuncio de una victoria decisiva obtenida en el campo de su propio ejército. La "buena noticia", incluso antes de que al destinatario que la recibe, hace feliz al que la porta.

La visión de Ezequiel del rollo que se come, ha sucedido una vez en la historia en el sentido literal y no solo metafóricamente. Fue cuando el libro de la palabra de Dios ha resumido en una sola Palabra, el Verbo. El Padre lo ha portado a María; María lo ha acogido, ha llenado de él, incluso físicamente, su vientre, y luego se lo dio al mundo. Ella es el modelo de todo evangelizador y de todo catequista. Nos enseña a llenarnos con Jesús para darlo a los otros. María concibió a Jesús "por obra del Espíritu Santo", y así debe ser en cada predicador.

El santo padre concluye su carta de convocatoria al Año de la fe con una referencia a la Virgen: "Confiamos, escribe, a la Madre de Dios, proclamada "bendita" porque" ha creído" (Lc. 1,45), este tiempo de gracia"7. Le pedimos que nos obtenga la gracia de experimentar, en este año, muchos momentos de unción de la fe. "Virgo Fidelis, ora pro nobis." Virgen creyente, ruega por nosotros.  Traducción del original italiano por José Antonio Varela V. 

ES RAZONABLE CREER

VATICANO, 21 Noviembre. 2012 / 10:27 am (ACI).- Queridos hermanos y hermanas:

Avanzamos en este Año de la fe, llevando en nuestros corazones la esperanza de redescubrir cuánta alegría hay en creer y encontrar el entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no son un simple mensaje de Dios, una particular información sobre Él. Sino que expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los hombres, encuentro salvífico y liberador, que realiza que las aspiraciones más profundas del hombre, sus anhelos de paz, de fraternidad y de amor.

La fe lleva a descubrir que el encuentro con Dios valoriza, perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno y bello en el hombre. De este modo, se da la circunstancia de que, mientras Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a saber quién es Dios y, conociéndolo, se descubre a sí mismo, su origen y su destino, así como la grandeza y la dignidad de la vida humana.

La fe permite un conocimiento auténtico sobre Dios, que implica a toda la persona humana: se trata de un "saber", un conocimiento que le da sabor a la vida, un nuevo sabor a la existencia, una forma alegre de estar en el mundo. La fe se expresa en el don de sí mismo a los demás, en la fraternidad que nos hace solidarios, capaces de amar, derrotando la soledad que nos hace tristes.

Este conocimiento de Dios mediante la fe, por lo tanto, no es sólo intelectual, sino vital. Es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a su mismo amor. Además, el amor de Dios hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del subjetivismo, que desorientan las conciencias. El conocimiento de Dios es, por tanto, la experiencia de la fe, e implica, al mismo tiempo, un camino intelectual y moral: marcados en lo profundo por la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, podemos superar los horizontes de nuestros egoísmos y nos abrimos a los verdaderos valores de la vida.

Hoy, en esta catequesis, quisiera detenerme sobre lo razonable de la fe en Dios. La tradición católica ha rechazado desde el principio el denominado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) es la fórmula que interpreta la fe católica. De hecho, Dios no es absurdo, en todo caso es misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado y de verdad.

Si contemplando el misterio, la razón ve oscuro, no es porque en el misterio no haya luz, sino más bien porque hay demasiada luz. Al igual que cuando los ojos del hombre se dirigen a mirar directamente al sol y sólo ven tinieblas ¿quién podría decir que el sol no es brillante? Aún más, es la fuente de la luz. La fe le permite ver el "sol" de Dios, porque es acogida de su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe verdaderamente toda la luminosidad del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre y se ha ofrecido a su conocimiento, condescendiendo al límite de la criatura de la razón humana (cf. CONC. CE. IVA. II, Constitución Dogmática. Dei Verbum, 13).

Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, le abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos. Por este motivo, la fe es un fuerte incentivo para buscar siempre, sin parar nunca y sin desfallecer, el descubrimiento de la verdad y la realidad inagotable. Es falso el prejuicio de algunos pensadores modernos, que aseveran que la razón humana quedaría como bloqueada por los dogmas de la fe. En realidad, es todo lo contrario, como han demostrado los grandes maestros de la tradición católica.

San Agustín, antes de su conversión, busca con tanta inquietud la verdad, a través de todas las filosofías disponibles y las encuentra todas insatisfactorias. Su fatigosa búsqueda racional es para él una pedagogía significativa para el encuentro con la Verdad de Cristo. Cuando dice, "comprende para creer y cree para comprender" (Discurso 43, 9: PL 38, 258), es como si estuviera contando su propia experiencia de vida.

Ante la revelación divina, el intelecto y la fe no son extraños o antagonistas, sino que ambas son condiciones para comprender su sentido, para recibir su mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio. San Agustín, junto con muchos otros autores cristianos, es testigo de una fe que se ejerce con la razón, que piensa e invita a pensar.

Sobre esta huella, san Anselmo en su Proslogion dice que la fe católica es fides quaerens intellectum, donde la búsqueda de la inteligencia es un acto interior al creer. Será especialmente Santo Tomás de Aquino –afianzado en esta sólida tradición de lo razonable de la fe– el que se confronta con la razón de los filósofos, mostrando cuánta vitalidad racional nueva y fecunda enriquece el pensamiento humano cuando se insertan los principios y las verdades de la fe cristiana.

La fe católica es, pues, razonable y nutre también confianza en la razón humana. El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Dei Filius, afirma que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de Dios por medio del camino de la creación, mientras que sólo pertenece a la fe la posibilidad de conocer "fácilmente, con absoluta certeza y sin error "(DS 3005) la verdad acerca de Dios, a la luz de la gracia. El conocimiento de la fe, además, no va en contra de la recta razón.

El beato Papa Juan Pablo II, de hecho, en la encíclica Fides et ratio, sintetiza así: "La razón humana no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe; éstos en todo caso se alcanzan mediante libre y consciente elección "(n. 43). En el irresistible deseo por la verdad, sólo una relación armoniosa entre la fe y la razón es el camino que conduce a Dios y a la plenitud de sí mismo.

Esta doctrina es fácilmente reconocible en todo el Nuevo Testamento. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto sostiene: "Mientras los Judíos piden señales y los Griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los Judíos, necedad para los gentiles" (1 Cor 1:22-23).

De hecho, Dios ha salvado al mundo no por un acto de fuerza, sino a través de la humillación de su Hijo único: de acuerdo a los parámetros humanos, el modo inusual dado por Dios contrasta con las exigencias de la sabiduría griega. Y sin embargo, la cruz de Cristo es una razón, que San Pablo llama: ho logos tou staurou, "la palabra de la cruz" (1 Corintios 1:18). Aquí, el término lògos significa tanto razón como palabra y, si alude a la palabra, es porque expresa verbalmente lo que elabora la razón.

Por lo tanto, Pablo ve en la Cruz no un evento irracional, sino un hecho de salvación que tiene su propia racionalidad reconocible a la luz de la fe. Al mismo tiempo, tiene tal confianza en la razón humana, hasta el punto de asombrarse por el hecho de que muchos, incluso viendo la obras realizadas por Dios, se obstinan en no creer en Él: "En efecto –escribe en su carta a los Romanos– las perfecciones invisibles [de Dios], es decir, su eterno poder y divinidad, vienen contemplados y comprendidos por la creación del mundo a través de las obras realizadas por Él "(1,20).

También San Pedro exhorta a los cristianos de la diáspora a adorar "al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a responder a todo el que os pida la razón de la esperanza que hay en vosotros" (1 Pedro 3:15). En un clima de persecución y de fuerte necesidad de dar testimonio de la fe, a los creyentes se les pide que justifiquen con motivaciones fundadas su adhesión a la palabra del Evangelio, de dar la razón de nuestra esperanza.

Sobre esta base, acerca del nexo fecundo entre entender y creer, se funda también la relación virtuosa entre ciencia y fe. La investigación científica conduce al conocimiento de verdades siempre nuevas sobre el hombre y el cosmos. El verdadero bien de la humanidad, accesible en la fe, abre el horizonte en el que se debe mover su camino de descubrimiento.

Por lo tanto, deben fomentarse, por ejemplo, las investigaciones puestas al servicio de la vida y que tienen como objetivo erradicar las enfermedades. También son importantes las investigaciones para descubrir los secretos de nuestro planeta y del universo, a sabiendas de que el hombre está en la cima de la creación, no para explotarla de manera insensata, sino para custodiarla y hacerla habitable.

Así, la fe, vivida realmente, no está en conflicto con la ciencia, más bien coopera con ella, ofreciendo criterios básicos que promuevan el bien de todos, pidiéndole que renuncie sólo a los intentos que –oponiéndose al plan original de Dios– pueden producir efectos que se vuelvan contra el mismo hombre. También por ello es razonable creer: si la ciencia es un aliado valioso de la fe para la comprensión del plan de Dios en el universo, la fe permite al progreso científico realizarse siempre por el bien y la verdad del hombre, fiel a este mismo diseño.

Por eso es crucial para el hombre abrirse a la fe y conocer a Dios y su proyecto de salvación en Jesucristo. En el Evangelio, se inaugura un nuevo humanismo, una verdadera "gramática" del hombre y de toda la realidad. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "La verdad de Dios es su sabiduría que sostiene el orden de la creación y el gobierno del mundo. Dios, que "hizo Él solo, el cielo y la tierra" (Sal 115,15), puede dar, Él sólo, el verdadero conocimiento de todo lo creado en la relación con Él "(n. 216).

Confiemos que nuestro compromiso en la evangelización ayude a dar nueva centralidad al Evangelio en la vida de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Oremos para que todos vuelvan a encontrar en Cristo el sentido de la vida y el fundamento de la verdadera libertad: sin Dios, de hecho, el hombre se pierde. Los testimonios de los que nos han precedido y han dedicado su vida al Evangelio, lo confirma para siempre.

Es razonable creer, está en juego nuestra existencia. Vale la pena darse por Cristo, sólo Cristo satisface los deseos de verdad y de bien arraigados en el alma de cada hombre: ahora, en el tiempo que pasa, y en el día sin fin de la bendita eternidad. 

NATURALEZA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

(INTRODUCCIÓN Y PRIMERA PARTE)

CIUDAD DEL VATICANO, Lunes 12 noviembre 2012 (ZENIT.) - El Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana, concluyó con la entrega al papa Benedicto XVI de una lista de 58 Propositionum (Propuestas), previamente votadas por los padres sinodales.

En el texto, los obispos abordaron la naturaleza de la nueva evangelización, su contexto, las respuestas pastorales a las circunstancias contemporáneas y los agentes de esta misión. De las 58 propuestas, escritas en latín, solo hay una versión "oficiosa" en inglés, 

He aquí las doce primeras, traducidas al castellano.   Introducción

Propuesta 1: DOCUMENTACIÓN PRESENTADA AL SANTO PADRE

Además de toda la documentación sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” referida a este Sínodo, presentada a la consideración del santo padre, es decir, los Lineamenta, el Instrumentum laboris, la Relatio ante disceptationem, la Relatio post disceptationem, las intervenciones, sean aquellas realizadas en el aula del sínodo, como aquellas in scriptis, el Mensaje al Pueblo de Dios, las Relaciones de los Círculos menores y sus discusiones, los padres sinodales han dado una cierta importancia a las proposiciones siguientes.

Los Padres sinodales solicitan humildemente al Santo Padre que considere la posibilidad de publicar un documento sobre la transmisión de la fe cristiana a través de una nueva evangelización.

Propuesta 2: EL SÍNODO EXPRESA SU GRATITUD

Los padres sinodales reconocen con gratitud el legado de las enseñanzas de los papas, que a menudo han enriquecido los frutos de las asambleas sinodales anteriores al sínodo, y que ha sido fundamental para el trabajo durante estas sesiones del sínodo sobre la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Las reflexiones del sínodo se basan en documentos como Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, Catechesi Tradendae, Redemptoris Missio y Novo Millenio Ineunte del beato Juan Pablo II, así como Deus Caritas Est, Sacramentum Caritatis y Verbum Domini del papa Benedicto XVI. El ejemplo más reciente de esta enseñanza es el Año de la Fe, proclamado por nuestro Santo Padre a principios de este sínodo. Estamos muy agradecidos por este ministerio profético

Propuesta 3: LAS IGLESIAS ORIENTALES CATÓLICAS

Las Iglesias católicas orientales sui iuris, iluminadas por la tradición, que se ha transmitido desde los apóstoles por los Padres, son el patrimonio de toda la Iglesia de Cristo (cf. Orientalium Ecclesiarum, 2, Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium, 39). Estas iglesias son parte de la herencia apostólica mediante la cual la Buena Nueva ha sido llevada a tierras lejanas (cf. Ecclesia in Medio Oriente, 88).

Todos ellos están agradecidos por la oportunidad que se les ha ofrecido para llevar a cabo tareas pastorales entre los fieles migrantes en los países de tradición latina. Esperan también que su tradición puede ser mejor conocida y respetada entre los fieles y el clero de las Iglesias particulares esparcidas por el mundo.

1) La naturaleza de la nueva evangelización

Propuesta 4: LA SANTÍSIMA TRINIDAD, FUENTE DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

La Iglesia y su misión evangelizadora tienen su origen y fuente en la Santísima Trinidad según el plan del Padre, la obra del Hijo, que culminó con su muerte y gloriosa Resurrección, y la misión del Espíritu Santo. La Iglesia continúa esta misión del amor de Dios en nuestro mundo.

La evangelización debe ser entendida en un amplio y profundo contexto teológico-doctrinal, como una actividad de palabra y de sacramento que, especialmente a través de la Eucaristía, nos admite a la participación en la vida de la Trinidad, y por lo tanto suscita, con la gracia del Espíritu Santo, el poder de evangelizar y dar testimonio de la Palabra de Dios con valentía y entusiasmo.

La nueva evangelización reconoce la primacía de la gracia de Dios y cómo en el bautismo se renace a la vida en Cristo. Este énfasis sobre la filiación divina debe conducir a los bautizados a una vida de fe que muestra claramente la identidad cristiana, en todos los aspectos de su actividad personal.

Propuesta 5: NUEVA EVANGELIZACIÓN E INCULTURACIÓN

Jesús nos ofrece el don del Espíritu Santo y nos revela el amor del Padre.

La nueva evangelización es el momento del despertar, de un entusiasmo renovado y de un nuevo testimonio de que Jesucristo es el centro de nuestra fe y de nuestra vida cotidiana. Él es el centro de nuestra fe y de nuestra vida cotidiana. Invita a cada miembro de la Iglesia a una renovación de la fe y a un esfuerzo real por compartirla.

También requiere discernir en el mundo los signos de los tiempos que inciden en el ministerio de la Iglesia y de las Iglesias particulares en sus propios territorios. Entre los signos, ciertamente se debe reconocer una creciente toma de conciencia de las circunstancias cambiantes de la vida actual.

Asimismo, esta llama a la Iglesia a tender una mano a aquellos que están lejos de Dios y de la comunidad cristiana, para invitarlos a escuchar de nuevo la palabra de Dios con el fin de encontrar al Jesucristo de una manera nueva y profunda.

La nueva evangelización exige una atención especial a la inculturación de la fe que pretende transmitir el Evangelio desde la capacidad de valorizar lo positivo de todas las culturas, purificándolas al mismo tiempo de los elementos que en estas fuese contrarias a la plena realización de la persona, según el plan de Dios revelado en Cristo. La inculturación implica un esfuerzo por hacer "encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos" (Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), 854).

Propuesta 6: LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO

Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tm. 2, 4). Debido a que la Iglesia cree en este plan divino de la salvación universal, debe ella ser misionera (cf. Evangelii Nuntiandi, 14, CIC, 851). Ella también sabe que "quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación" (Lumen Gentium, 16). El Evangelio de Jesucristo es la proclamación de su vida y del misterio pascual de su pasión, muerte, resurrección y glorificación.

El Concilio nos recuerda, sin embargo, que la evangelización es necesaria para la salvación de todos, porque "Pero con mucha frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador (cf. Rm. 1,21 y 25), o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema. Por lo cual la Iglesia, acordándose del mandato del Señor, que dijo: «Predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15), procura con gran solicitud fomentar las misiones" (Lumen Gentium, 16).

Propuesta 7: LA NUEVA EVANGELIZACIÓN COMO UNA PERMANENTE DIMENSIÓN MISIONERA DE LA IGLESIA

Se propone que la Iglesia proclame la permanente dimensión global de su misión con el objetivo de animar a todas las Iglesias locales a evangelizar.

Evangelización puede entenderse de tres maneras. En primer lugar, la evangelización ad gentes es el anuncio del Evangelio a aquellos que no conocen a Jesucristo. En segundo lugar, esta también incluye el continuo crecimiento de la fe que es la vida ordinaria de la Iglesia. Por último, la nueva evangelización está dirigida principalmente a aquellos que se han alejado de la Iglesia.

De este modo, todas las Iglesias particulares serán animadas a valorizar e integrar a todos sus distintos agentes y sus capacidades. Al mismo tiempo, cada Iglesia particular debe tener la libertad para evangelizar en función de sus características y tradiciones, siempre en unidad con su Conferencia Episcopal o con el Sínodo de la Iglesia católica oriental.

Tal misión general responderá a la acción del Espíritu Santo, como en un nuevo Pentecostés, a través de una convocatoria lanzada por el Romano Pontífice, invitando a todos los fieles a visitar a todas las familias y a traer la vida de Cristo a todas las situaciones humanas.

Propuesta 8: DAR TESTIMONIO EN UN MUNDO SECULARIZADO

Somos cristianos que vivimos en un mundo secularizado. Mientras que el mundo es y siga siendo la creación de Dios, la secularización entra en la esfera de la cultura humana. Como cristianos no podemos permanecer indiferentes ante el proceso de secularización. De hecho, nos encontramos en una situación similar a aquella en la que estaban los primeros cristianos, y como tal debemos percibir esta situación como un desafío y una oportunidad. Vivimos en este mundo, pero no somos de este mundo (cf. Jn. 15,19; 17,11, 16). El mundo es creación de Dios, y expresa su amor. En Jesucristo, y por Él, recibimos la salvación de Dios y somos capaces de discernir la evolución de su creación. Jesús nos abre de nuevo la puerta, de modo que, sin miedo, abracemos con amor las heridas de la Iglesia y del mundo (cf. Benedicto XVI).

En nuestra época actual, que muestra aspectos más difíciles que en el pasado, a pesar de que somos el "pequeño rebaño" (Lc. 12,32), damos testimonio del mensaje evangélico de la salvación y que estamos llamados a ser sal y luz en un mundo nuevo (cf. Mt. 5,13-16).

Propuesta 9: LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Y LA PRIMERA PROCLAMACIÓN

La base de cualquier anuncio, la dimensión kerigmática, la Buena Nueva, destaca el anuncio explícito de la salvación. "Les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y luego a los Doce" (1 Cor. 15, 3-5).

El "primer anuncio" es el lugar donde el kerigma, el mensaje de la salvación del misterio pascual de Jesucristo, es proclamado con gran poder espiritual, capaz de provocar el arrepentimiento del pecado, la conversión del corazón y la decisión de la fe.

Al mismo tiempo, debe haber continuidad entre el primer anuncio y la catequesis que nos instruye en el depósito de la fe. Consideramos que es necesario contar con un Plan Pastoral para el primer anuncio, que muestra un encuentro vivo con Jesucristo. Este documento pastoral proporcionaría los primeros elementos de un proceso catequético, permitiendo su integración en la vida de la comunidad parroquial. Los padres sinodales han propuesto que se redacten líneas guías para el primer anuncio del kerigma.

Este compendio incluiría:

--La enseñanza sistemática sobre el kerigma en la Escritura y en la Tradición de la Iglesia católica;

--Enseñanzas y citas de santos misioneros y mártires en nuestra historia católica, que nos ayudaría en nuestros desafíos pastorales de hoy;

--Cualidad y directrices para la formación de evangelizadores católicos hoy.

Propuesta 10: DERECHO A ANUNCIAR EL EVANGELIO Y ESCUCHAR

Proclamar la Buena Nueva y la persona de Jesús es una obligación para todo cristiano, fundado en el Evangelio: "Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28, 19).

Al mismo tiempo, es un derecho inalienable de toda persona, cualquiera que sea su religión o ausencia de religión, de ser capaz de conocer a Jesucristo y el Evangelio. Esta proclamación, dada con integridad, debe ser propuesta con un respeto total de cada persona, sin ningún tipo de proselitismo.

Propuesta 11: LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Y LA LECTURA ORANTE DE LA SAGRADA ESCRITURA

Dios mismo se ha comunicado en el Verbo encarnándose. Esta Palabra divina, escuchada y celebrada en la Liturgia de la Iglesia, en particular en la Eucaristía, fortalece interiormente a los fieles y los hace capaces de un auténtico testimonio evangélico en su vida cotidiana. Los Padres sinodales quieren que la palabra de Dios "sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial" (Verbum Domini, 1).

La puerta a la Sagrada Escritura debe estar abierta a todos los creyentes. En el contexto de la nueva evangelización, todas las oportunidades para el estudio de la Sagrada Escritura deben ser puestas a disposición. La Escritura debe impregnar las homilías, la catequesis y todos los esfuerzos para transmitir la fe.

Dada la necesidad de la familiaridad con la Palabra de Dios para la nueva evangelización y para el crecimiento espiritual de los fieles, el Sínodo anima a las diócesis, parroquias y pequeñas comunidades cristianas a continuar un estudio serio de la Biblia y de la Lectio divina, que es la lectura orante de las Escrituras (cf. Dei Verbum, 21-22).

Propuesta 12: DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II

Los padres sinodales han reconocido las enseñanzas del Vaticano II como una herramienta vital para transmitir la fe en el contexto de la nueva evangelización. Al mismo tiempo, creen que los documentos del Concilio deben ser leídos e interpretados correctamente. Por lo tanto, quieren mostrar su apoyo al pensamiento de nuestro santo padre, el papa Benedicto XVI, quien indicó el principio hermenéutico de la reforma en la continuidad, para estar en grado de descubrir en estos textos el verdadero espíritu del Concilio.

"Está la 'hermenéutica de la reforma', de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino.[...] Mas allí, donde esta interpretación ha sido la pauta que ha guiado la recepción del Concilio, ha crecido una nueva vida y han madurado nuevos frutos" (Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2005). De esta manera, se puede responder a la necesidad de renovación requerido por el mundo moderno y, al mismo tiempo, preservar fielmente la naturaleza de la Iglesia y de su misión. Traducido de la versión italiana de ZENIT por José Antonio Varela V. 

NATURALEZA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

(SEGUNDA PARTE)

Las propuestas del reciente Sínodo de los Obispos SEGUNDA PARTE

CIUDAD DEL VATICANO, martes 13 noviembre 2012 (ZENIT.).- El Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana concluyó con la entrega al papa Benedicto XVI de una lista de 58 Propositionum, previamente votadas por los padres sinodales.

He aquí las propuestas de la 13 a la 25)        2) El contexto del ministerio de la Iglesia hoy

Proposición 13: LOS DESAFÍOS DE NUESTRO TIEMPO

La proclamación de la Buena Nueva en contextos diferentes del mundo --marcados por procesos de globalización y secularización--, plantea varios desafíos a la Iglesia: a veces por una persecución religiosa abierta, otras veces por una indiferencia generalizada, injerencia, restricción o acoso.

El Evangelio ofrece una visión de la vida y del mundo no se puede imponer, sino solo propuesta, como la Buena Noticia del amor gratuito de Dios y de la paz. Su mensaje de verdad y de belleza puede ayudar a las personas a salir de la soledad y de la falta de sentido, a las cuales las condiciones de la sociedad postmoderna a menudo la relegan.

Por lo tanto, los creyentes deben esforzarse por mostrar al mundo el esplendor de una humanidad basada sobre el misterio de Cristo. La religiosidad popular es importante, pero no es suficiente: se debe hacer más para ayudar a reconocer el deber de anunciar al mundo la razón de la esperanza cristiana y de proclamarla a los católicos alojados de la Iglesia, a aquellos que no siguen a Cristo, a las sectas y a quienes vienen experimentando con diferentes tipos de espiritualidad.

Propuesta 14: NUEVA EVANGELIZACIÓN Y RECONCILIACIÓN

En un mundo destrozado por la guerra y la violencia, un mundo herido por un individualismo generalizado que separa a los humanos y los pone a unos contra los otros, la Iglesia debe ejercer su ministerio de reconciliación con serenidad y firmeza. La Iglesia en el espíritu de la Nueva Evangelización asume esta tarea de la reconciliación. Fiel al mensaje de Jesús ("romper el muro de separación", Ef. 2,14), la Iglesia debe hacer un esfuerzo para derribar los muros que separan a los seres humanos.

Con el mensaje de amor, ella debe predicar la novedad del Evangelio salvífico de nuestro Señor, que vino a liberarnos de nuestros pecados, y nos invita a construir la armonía, la paz y la justicia entre todos los pueblos.

Propuesta 15: NUEVA EVANGELIZACIÓN Y DERECHOS HUMANOS

En consonancia con el énfasis puesto sobre la dignidad humana de la Nueva Evangelización, este Sínodo exhorta a los legisladores, maestros y otras personas que trabajan en el campo de las ciencias humanas a garantizar el pleno respeto de la persona humana, tanto en la política como en la práctica pública.

Al mismo tiempo, cada oportunidad debe ser encaminada en las diferentes situaciones locales y en las asociaciones, para articular, defender y proteger, tanto en la teoría como en la práctica, estos derechos que derivan de una comprensión adecuada de la persona humana, tal como se establece en la ley natural.

Propuesta 16: LIBERTAD RELIGIOSA

Los Padres sinodales reafirmaron que la libertad religiosa es un derecho humano fundamental. Este derecho comprende la libertad de conciencia y también la libertad de elegir libremente su propia religión. Estamos en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo que sufren de falta de libertad religiosa e incluso de persecución.

A la luz del reconocimiento del Concilio Vaticano II como una herramienta para la Nueva Evangelización, y la creciente necesidad de proteger la libertad religiosa de los cristianos en el mundo, los padres sinodales han propuesto un compromiso renovado y una mayor difusión de las enseñanzas de la Dignitatis Humanae. Esta renovación se propone afirmar y promover la libertad en materia religiosa para los individuos, las familias y las instituciones a fin de proteger el bien común de todos. Esta libertad comprende el derecho de enseñar la fe cristiana --sin compromiso sobre sus principios--, a los niños en la familia y/o la escuela.

Los Padres sinodales proponen que el Santo Padre considere la posibilidad de crear un comité de autoridades de la Iglesia, en representación de las diferentes regiones del mundo, o encomendar esta tarea al Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, para responder a los ataques a la libertad religiosa y de obtener información precisa para el testimonio público al derecho fundamental a la libertad religiosa y a la libertad de conciencia.

Propuesta 17: PREÁMBULOS DE LA FE Y LA TEOLOGÍA DE CREDIBILIDAD

En el contexto actual de una cultura global, muchas dudas y obstáculos causan escepticismo extenso e introducen nuevos paradigmas de pensamiento y de vida. Es de suma importancia, para una Nueva evangelización, destacar el papel de los preámbulos de la fe. Es necesario no solo mostrar que la fe no se opone a la razón, sino también el poner de relieve una serie de verdades y realidades que pertenecen a una antropología adecuada, iluminada por la razón natural. Entre estos, está el valor de la Ley natural y las consecuencias para la sociedad en su conjunto. Las nociones de "ley natural" y de "naturaleza humana", son capaces de demostraciones racionales, tanto a nivel académico como popular.

Este hecho y el esfuerzo intelectual ayudarán al diálogo entre fieles cristianos y personas de buena voluntad, abriendo un camino para reconocer la existencia de un Dios Creador y el mensaje de Jesucristo Redentor. Los padres sinodales piden a los teólogos desarrollar una nueva apologética del pensamiento cristiano, es decir, una teología de la credibilidad adecuada para una nueva evangelización.

El Sínodo lanza un llamado a los teólogos a aceptar y responder a los desafíos intelctuales de la Nueva evangelización, participando en la misión de la Iglesia de anunciar a todos el Evangelio de Cristo.

Propuesta 18: NUEVA EVANGELIZACIÓN Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL

El uso de los medios de comunicación social tienen un papel importante que desempeñar para alcanzar a cada persona con el mensaje de salvación. En este campo, especialmente en el mundo de las comunicaciones electrónicas, es necesario que los cristianos convencidos sean formados, preparados y capacitados para transmitir fielmente el contenido de la fe y de la moral cristiana. Deben tener la capacidad de hacer un buen uso de las lenguas y las herramientas actuales que están disponibles para la comunicación en la aldea global.

La forma más eficaz de esta comunicación de la fe es el intercambio del testimonio de vida, sin el cual los esfuerzos de los medios no serán capaces de una transmisión eficaz del Evangelio.

La educación para el uso racional y constructivo de los medios de comunicación social, son una herramienta importante para la nueva evangelización.

Propuesta 19: NUEVA EVANGELIZACIÓN Y DESARROLLO HUMANO

El magisterio papal, en su doctrina social, ha demostrado los vínculos teológicos, antropológicos y pedagógicos entre la evangelización, el desarrollo y la libertad, sea de la persona como de la sociedad.

Hoy ya no es posible pensar en la Nueva Evangelización sin la proclamación de la plena libertad de todo lo que oprime al ser humano, es decir, el pecado y sus consecuencias. Sin un compromiso serio con la vida y la justicia, y sin un cambio de las situaciones que generan la pobreza y la exclusión (Cf. Sollicitudo rei socialis, 36), no puede haber progreso. Esto es especialmente cierto en vista de los desafíos reales de la globalización.

Propuesta 20: LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Y EL CAMINO DE LA BELLEZA

En la Nueva Evangelización, se debe prestar una especial atención al camino de la belleza: Cristo, el "buen pastor" (cf. Jn. 10,11), es la verdad en persona, signo de la belleza revelada, que se da a sí mismo sin medida. Es importante dar testimonio a los jóvenes que siguen a Cristo, no solo de su bondad y verdad, sino también de la plenitud de su belleza. Como dijo san Agustín: "No se puede amar lo que no es bello" (Confesiones, IV, 13,20). La belleza nos lleva hacia el amor, donde Dios nos revela su rostro en el que creemos. En este sentido, los artistas se sienten interpelados por la Nueva Evangelización y, al mismo tiempo, se sienten comunicadores privilegiados de esta.

En la educación de los seminaristas no debe pasarse por alto ni la educación a la belleza, ni la educación a las artes sagradas, como nos lo recuerdan las enseñanzas del Concilio Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 129). La belleza debe ser siempre una dimensión especial de la Nueva Evangelización.

Es necesario que la Iglesia preste atención al cuidado y a la promoción de la calidad del arte, permitido en los espacios sagrados reservados a las celebraciones litúrgicas, preservando la belleza y la verdad de su expresión.

Es importante para la Nueva Evangelización que la Iglesia esté presente en todos los ámbitos del arte para apoyar, con su presencia espiritual y pastoral, a los artistas en su búsqueda de la creatividad y promover una viva y verdadera experiencia espiritual de la salvación que se hace presente en su trabajo.

Propuesta 21: LOS MIGRANTES

Así como muchos países se han beneficiado enormemente de la presencia de personas llegadas de otras partes, también la Iglesia se ha nutrido significativamente del testimonio y de la acción evangelizadora de muchos de ellos, comprometidos en el mandato misionero: "Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación" (Mc. 16,15).

Dados los riesgos y amenazas a la fe de los pueblos migrantes, es importante que la Iglesia les de su apoyo a través de un plan pastoral que los incluya –y con ellos a sus familias--, y les recuerde la importancia de dicho lugar como célula viva de la sociedad y de la Iglesia doméstica. Las parroquias deben ayudar a los migrantes a integrarse en la sociedad y en la comunidad cristiana.

El plan pastoral de la Iglesia para los migrantes no solo debe acoger a los migrantes y promover su dignidad humana, sino sobre todo, debe ayudarles a integrarse en la vida de la Iglesia, respetando su propia tradición ritual; este plan debería también ayudar a prevenir que la Iglesia católica los pierda.

Los migrantes no son solo receptores, sino también protagonistas de la proclamación del Evangelio en el mundo moderno.

Frente a los grandes movimientos migratorios, es importante insistir en la centralidad y dignidad de la persona, en particular a la luz de graves fenómenos como la nueva esclavitud ligada al tráfico vergonzoso de personas, especialmente de niños, y la compraventa de órganos. Esta toma de conciencia debe aumentar cuando se trata de refugiados, personas desplazadas, migrantes por mar, viajeros y gente sin hogar.

Propuesta 22: LA CONVERSIÓN

El drama y la intensidad del choque de siempre entre el bien y nunca el mal, entre la fe y el miedo, deben ser presentados como la base esencial, como parte integrante de la llamada a la conversión a Cristo. Esta lucha continúa a un nivel natural y sobrenatural. "Mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran" (Mt 7, 14). Muchos obispos han hablado de la necesidad de una renovación en la santidad de sus propias vidas, si quieren ser agentes verdaderos y efectivos de la Nueva Evangelización.

La Nueva Evangelización exige una conversión personal y comunitaria, nuevos métodos de evangelización y una renovación de las estructuras pastorales, para ser capaces de pasar de una estrategia pastoral de mantenimiento a una posición pastoral que sea verdaderamente misionera.

La Nueva Evangelización nos guía hacia una auténtica conversión pastoral, que nos empuja a actitudes y acciones que conduzcan a la vez a evaluaciones y cambios en la dinámica de las estructuras pastorales, que ya no cumplen con las exigencias del Evangelio en la era actual.

Propuesta 23: SANTIDAD Y NUEVOS EVANGELIZADORES

La llamada universal a la santidad es constitutiva de la Nueva Evangelización, que ve a los santos como modelos eficaces de las variadas formas en la que se puede alcanzar esta vocación. Lo que es común en las diferentes historias de la santidad, es el seguimiento de Cristo que se expresa en una vida de fe activa en la caridad, que es una proclamación privilegiada del Evangelio.

Reconocemos en María un modelo de santidad que se manifiesta en los actos de amor, que van hasta el don supremo de sí mismo. La santidad es una parte importante de todo trabajo evangelizador para aquel que evangeliza, y para el bien de los que son evangelizados.

Propuesta 24: DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Para promover una nueva evangelización en la sociedad, se debe prestar más atención a la doctrina social de la Iglesia, entendiendo que se trata de un anuncio y un testimonio de la fe, un medio indispensable de la educación a la fe (cf. Caritas in veritate, 15). Esta adhesión a la doctrina social de la Iglesia debe estar presente en el contenido de la catequesis, en la educación cristiana, en la formación de los seminaristas, de religiosos y religiosas, en la formación permanente de los obispos y sacerdotes, así como de modo particular en la formación de los laicos.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia es un recurso valioso en el desarrollo de esta formación permanente.

Propuesta 25: ESCENARIOS URBANOS DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

La Iglesia reconoce que las ciudades humanas y la cultura que expresan, así como las transformaciones que tienen lugar en ellas, son un lugar privilegiado para la Nueva Evangelización. Insertándose a sí misma en el designio salvífico de Dios, la Iglesia reconoce que la "Ciudad santa, la nueva Jerusalén" (cf. Ap. 21, 2-4) está en cierta medida ya presente en las realidades humanas.

Mediante la implementación de un plan de pastoral urbana, la Iglesia quiere identificar y comprender estas experiencias, lenguajes y estilos de vida que son típicos de las sociedades urbanas. Tiene la intención de hacer sus celebraciones litúrgicas, sus experiencias de vida comunitaria y el ejercicio de la caridad, relevantes para el contexto urbano, para encarnar el Evangelio en la vida de todos los ciudadanos. La Iglesia también sabe que en muchas ciudades, la ausencia de Dios se verifica en constantes ataques a la dignidad humana.

Estos incluyen: la violencia relacionada con el narcotráfico, la corrupción en sus diversas formas y muchos otros crímenes. Creemos que el anuncio del Evangelio puede ser la base para la restauración de la dignidad de la vida humana en estas zonas urbanas. Es el Evangelio de Jesús, que ha "venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn. 10, 10). 

NATURALEZA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

CUARTA PARTE 

CIUDAD DEL VATICANO, Jueves 15 noviembre 2012 (ZENIT.).- propuestas hechas por el Sínodo de la Nueva Evangelización para la Transmisión de la fe a Benedicto XVI para la posterior redacción del documento que el santo padre entregará en fecha no determinada. Siguen las Propuestas 36 a 40.

 

Proposición 36: DIMENSIÓN ESPIRITUAL DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

 

El agente principal de la evangelización es el Espíritu Santo, que abre los corazones y los convierte a Dios. La experiencia de encontrar al Jesucristo, se hace posible por el Espíritu Santo que nos introduce en la vida de la Trinidad, acogida en un espíritu de adoración, de oración y de alabanza, debe ser fundamental en todos los aspectos de la Nueva Evangelización. Es la dimensión "contemplativa" de la Nueva Evangelización, que se alimenta continuamente a través de la oración, comenzando con la liturgia, especialmente la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia.

 

En consecuencia, se propone que la oración deba ser alentada y enseñada desde la infancia. Los niños y los jóvenes deben ser educados en la familia y en las escuelas a reconocer la presencia de Dios en sus vidas, para alabarlo, darle gracias por los dones recibidos de El, y pedir al Espíritu Santo que los guíe.

Proposición 37: EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN EN EL CONTEXTO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Todos los fieles cristianos reciben la misión de evangelizar, en nombre de los sacramentos del bautismo y de la confirmación que han recibido. En estos, los fieles son sellados por la unción del Espíritu Santo y están llamados a participar en el misterio de Pentecostés. A través de la confirmación, los bautizados reciben la plenitud del Espíritu Santo, sus dones, y la fuerza para testimoniar el Evangelio abiertamente y con valentía.

Es importante que una catequesis mistagógica acompañe la gracia de la adopción filial recibida en el bautismo, haciendo hincapié en la importancia del don del Espíritu Santo, el cual permite participar plenamente en el testimonio eucarístico de la Iglesia y de su influencia en todos los ámbitos de la vida y de la actividad humana.

Por lo tanto, una catequesis adecuada y sistemática antes de recibir estos sacramentos, es de una importancia primordial.

Proposición 38: LA INICIACIÓN CRISTIANA Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

El Sínodo quiere afirmar que la iniciación cristiana es un elemento crucial en la nueva evangelización y es el medio por el cual la Iglesia, como madre, genera sus hijos y se regenera. Por lo tanto, proponemos que el proceso tradicional de la iniciación cristiana, que a menudo se ha convertido simplemente en una preparación aproximativa para los sacramentos, sea vista en todo lugar, desde una perspectiva catecumenal, dando más importancia a una mistagogía permanente, y convirtiéndose así en una verdadera iniciación a la vida cristiana a través de los sacramentos (cf. Directorio General para la Catequesis, 91).

En esta perspectiva, no es irrelevante que la situación actual con respecto a los tres sacramentos de la iniciación cristiana, a pesar de su unidad en la teología, sea pastoralmente diferente. Estas diferencias en las comunidades eclesiales no son de carácter doctrinal, sino diferencias de criterio pastoral. Sin embargo, este Sínodo pide que aquello que el santo padre dijo en ‘Sacramentum Caritatis’, se convierta en un estímulo para las diócesis y las conferencias episcopales para revisar su práctica de iniciación cristiana: "Concretamente, es necesario verificar qué praxis puede efectivamente ayudar mejor a los fieles a poner de relieve el sacramento de la Eucaristía como aquello a lo que tiende toda la iniciación". (Sacramentum Caritatis, 18).

Proposición 39: PIEDAD POPULAR Y NUEVA EVANGELIZACIÓN

La piedad popular es un verdadero lugar de encuentro con Cristo y también expresa la fe del pueblo cristiano en la Santísima Virgen y los santos. La Nueva Evangelización reconoce el valor de estas experiencias de fe y las alienta como caminos para crecer en la virtud cristiana.

Las peregrinaciones a lugares sagrados y santuarios son un aspecto importante de la Nueva Evangelización. No solo por los millones de personas que siguen haciendo estas peregrinaciones, sino porque esta forma de piedad popular es en este momento una oportunidad especialmente prometedora para la conversión y el crecimiento en la fe. Por tanto, es importante que se desarrolle un plan pastoral que acoja adecuadamente a los peregrinos y que, en respuesta a su deseo profundo, se les brinde la posibilidad de que el tiempo de la peregrinación pueda ser visto como un momento de gracia.

Proposición 40: EL PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

El Sínodo da las gracias al santo padre por la creación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, como una herramienta al servicio de las Iglesias particulares, y pide que este dicasterio lleve adelante las discusiones sinodales con un posterior estudio y a través del desarrollo y la promoción la Nueva Evangelización.

También invita a considerar el establecimiento por cada conferencia episcopal, de una comisión, a fin de promover el estudio y la difusión del magisterio pontificio relativo a los temas que forman parte de la Nueva Evangelización. De esta manera, se podrá crear una fuerte colaboración entre las Iglesias particulares, y por lo tanto, una mayor eficacia en la implementación de la Nueva Evangelización. 

FAMILIA, PRESBÍTEROS Y VIDA CONSAGRADA, JÓVENES, CIENCIA Y CULTURA

Los grandes retos de la Nueva Evangelización (Propuestas finales del Sínodo)

                CIUDAD DEL VATICANO, lunes 19 noviembre 2012 (ZENIT.).- Propuestas hechas por los participantes en el reciente Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización y la Transmisión de la Fe.

Dichas propuestas, elevadas a Benedicto XVI por los padres sinodales, son la base sobre la que el papa redactará y entregará, en fecha no especificada, un documento sobre el argumento.

A continuación, las Propuestas de la 47 a la 58.

Propuesta 47: FORMACIÓN PARA LOS EVANGELIZADORES

Este Sínodo considera que es necesaria la creación de centros de formación para la Nueva Evangelización, donde los laicos aprendan a hablar acerca de la persona de Cristo de manera persuasiva, adaptada a nuestro tiempo y a grupos específicos de personas (jóvenes, agnósticos, ancianos, etcétera).

El cristocentrismo trinitario (cf. Directorio General para la Catequesis, 98-100) es el criterio más esencial y fundamental para la presentación del mensaje del Evangelio en los tres momentos de la evangelización, sea por la proclamación inicial, la catequesis o la formación continua ( cf. DGC, 60-72). Toda la enseñanza y los recursos deben ser evaluados bajo esta luz.

Propuesta 48: LA FAMILIA CRISTIANA

Instituida por el sacramento del matrimonio, la familia cristiana como Iglesia doméstica es el lugar y el primer agente del don de la vida y del amor, de la transmisión de la fe y de la formación de la persona humana según los valores del Evangelio. Imitando a Cristo, toda la Iglesia debe dedicarse a apoyar a las familias en la catequesis de los niños y los jóvenes. En muchos casos, los abuelos tendrán un papel muy importante.

Al mismo tiempo, la Nueva Evangelización debe hacer esfuerzos para abordar los problemas importantes en relación con el matrimonio, en el caso de los divorciados y vueltos a casar, en la situación de sus hijos, el destino de los cónyuges abandonados, en las parejas que viven juntas sin casarse, y en la tendencia de la sociedad a redefinir el matrimonio. La Iglesia, con atención materna y espíritu evangélico, debe buscar las respuestas adecuadas a estas situaciones, siendo un aspecto importante de la Nueva Evangelización. Cada plan pastoral de evangelización también debe incluir una invitación respetuosa a todos los que viven solos, para que experimenten a Dios en la familia de la Iglesia.

Es necesario educar a la gente sobre la manera de vivir la sexualidad humana de acuerdo con la antropología cristiana, tanto antes del matrimonio, como durante el matrimonio mismo.

El Sínodo mira con aprecio a las familias que dejan sus hogares para ser evangelizadores de Cristo en otros países y culturas.

Propuesta 49: DIMENSIÓN PASTORAL DEL MINISTERIO ORDENADO

Los Padres sinodales alientan a los obispos y a los presbíteros a conocer la vida de las personas a las que sirven, de una manera más personal. Las personas buscan testigos auténticos y creíbles en sus obispos y presbíteros que viven y dan forma a la fe y a la Nueva Evangelización. El obispo es un evangelizador que predica con el ejemplo y comparte con todos los bautizados, la bendición de ser llamado a evangelizar.

La formación permanente del clero sobre la Nueva Evangelización y los métodos de la evangelización en la diócesis y la parroquia, son necesarios para aprender modos eficaces que movilicen a los laicos en el compromiso de la Nueva Evangelización.

Invitamos a los obispos, como principales responsables de todo el trabajo pastoral de la Iglesia, a desarrollar un plan que anime y acompañe en modo directo y personal, el trabajo pastoral del presbiterado, el núcleo del liderazgo decisivo de la Nueva Evangelización.

En comparación con los escándalos relacionados con la vida y el ministerio sacerdotal, que deploramos profundamente, proponemos no obstante, que se manifieste gratitud y aliento al fiel servicio de muchos presbíteros. Y que se den orientaciones pastorales a las Iglesias particulares sobre un plan pastoral sistemático y organizado, que sostenga la auténtica renovación de la vida y del ministerio de los presbíteros, que son los principales agentes de la Nueva Evangelización (cf. Pastores dabo vobis, 2).

Para que los presbíteros estén adecuadamente preparados para la obra de la Nueva Evangelización, el Sínodo confía en que se cuide de formarlos en una espiritualidad profunda, en una doctrina sólida, en la capacidad de comunicar la catequesis y en una toma de conciencia de los modernos fenómenos culturales.

Los seminarios deben tener la Nueva Evangelización como un objetivo, de modo que se convierta en el hilo conductor y unificador de los programas de formación humana, espiritual, intelectual y pastoral en el ars celebrandi, en la homilética y en la celebración del sacramento de la Reconciliación, que son todos elementos muy importantes de la Nueva Evangelización.

El Sínodo reconoce y alienta la labor de los diáconos, con cuyo ministerio brindan un gran servicio a la Iglesia. Los programas de formación continuada de las diócesis, también deben estar disponibles para los diáconos.

Propuesta 50: LA VIDA CONSAGRADA

La vida consagrada, de hombres y mujeres, ha dado una contribución muy importante a la obra de evangelización de la Iglesia en la historia.

En este momento de la Nueva Evangelización, el Sínodo exhorta a todos los religiosos, hombres y mujeres, y a los miembros de institutos seculares, a vivir radicalmente y con alegría su identidad de consagrados. El testimonio de una vida que expresa la primacía de Dios y que, por medio de la vida colectiva, expresa la fuerza humanizadora del Evangelio, es una poderosa proclamación del Reino de Dios.

La vida consagrada, plenamente evangélica y evangelizadora, en profunda comunión con los pastores de la Iglesia y con la colaboración de los laicos, fieles a sus respectivos carismas, proporcionará una contribución significativa a la Nueva Evangelización. El Sínodo pide a las órdenes y congregaciones religiosas de estar totalmente disponibles para ir a las fronteras geográficas, sociales y culturales de la evangelización. El Sínodo invita a los religiosos a acercarse a los nuevos areópagos de la misión.

Dado que la Nueva Evangelización es ante todo una cuestión espiritual, el Sínodo insiste también en la importancia de la vida contemplativa en la transmisión de la fe. La antigua tradición de la vida consagrada contemplativa, en sus anteriores formas de vida comunitaria estables de oración y de trabajo, sigue siendo una poderosa fuente de gracia en la vida y misión de la Iglesia. El Sínodo confía en que la Nueva Evangelización atraerá a muchos otros fieles a optar por esta forma de vida.

Propuesta 51: LOS JÓVENES Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

En la Nueva Evangelización, los jóvenes no solo son el futuro sino también el presente (y regalo) en la Iglesia. No son solo destinatarios sino también agentes de evangelización, especialmente con sus coetáneos. Los jóvenes están en el proceso de búsqueda de la verdad y del sentido de la vida que Jesús, que es la Verdad, y su amigo, puede proporcionar.

A través de cristianos adultos ejemplares, de los santos, especialmente los santos jóvenes, y a través de los ministros comprometidos con jóvenes, la Iglesia es visible y creíble para los jóvenes.

Donde quiera que estén, en casa, en la escuela o en la comunidad cristiana, es necesario que los evangelizadores encuentren a los jóvenes y pasen tiempo con ellos, que les propongan y los acompañen en el seguimiento de Jesús, les guíen a descubrir su vocación en la vida y en la Iglesia. Mientras que los medios de comunicación influyen mucho en la salud física, emocional, mental y espiritual de los jóvenes, la Iglesia, a través de la catequesis y de la pastoral juvenil, se esfuerza en capacitarles y equiparles para discernir entre el bien y el mal, para elegir los valores del Evangelio en lugar de los valores del mundo y a formar sólidas convicciones de fe.

Las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud y el YouCat, son herramientas especiales de la Nueva Evangelización.

Propuesta 52: DIÁLOGO ECUMÉNICO

La dimensión ecuménica en el compromiso de la Nueva Evangelización es algo que destaca. Esto corresponde a la oración de Jesucristo "que todos sean uno" (Jn. 17,21). La credibilidad de nuestro servicio al Evangelio será mucho mayor si somos capaces de superar nuestras divisiones. Además de confirmar la identidad católica y la comunión, la Nueva Evangelización promueve la colaboración ecuménica, que muestra cómo la fe dada en el Bautismo nos une.

Los padres sinodales aprecian el progreso en el diálogo ecuménico desde el Concilio Vaticano II. A pesar de las dificultades del pasado, este diálogo se ha demostrado sobre todo en este Sínodo, con la participación del patriarca ecuménico Bartolomé I, el arzobispo de Canterbury, doctor Rowan Williams, y de los delegados fraternos. Los padres sinodales han manifestado su deseo de que la Iglesia continúe su compromiso en este camino de unidad y de caridad.

Propuesta 53: DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

El diálogo con todos los creyentes forma parte de la Nueva Evangelización. En particular, la Iglesia invita a los cristianos a perseverar y a intensificar las relaciones con los musulmanes, de acuerdo con las enseñanzas de la Declaración Nostra Aetate. A pesar de las dificultades, este diálogo debe continuar. Esto siempre depende de la adecuada formación de los interlocutores, de su fundamento eclesial auténtico como cristianos y de la actitud de respeto por la conciencia de las personas y por la libertad religiosa de todos.

Fiel a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, la Iglesia respeta a las otras religiones y a sus seguidores, y está feliz de trabajar con ellos en la defensa y promoción de la dignidad inviolable de cada persona.

Propuesta 54: DIÁLOGO ENTRE FE Y CIENCIA

El diálogo entre la ciencia y la fe es un campo vital para la Nueva Evangelización. Por un lado, el diálogo requiere la apertura de la razón al misterio que la trasciende, y la conciencia de los límites fundamentales del conocimiento científico. Por otro lado, también se requiere una fe que esté abierta a la razón y a los resultados de la investigación científica.

Propuesta 55: EL ATRIO DE LOS GENTILES

Las comunidades eclesiales abran una especie de Atrio de los Gentiles, donde creyentes y no creyentes puedan dialogar sobre cuestiones clave: los grandes valores de la ética, el arte y la ciencia, y la búsqueda de lo trascendente. Este diálogo se dirige en particular a "aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido" (Benedicto XVI, Discurso a los miembros de la Curia romana, 21 de diciembre de 2009).

De manera particular, las instituciones educativas católicas podrían promover un diálogo que nunca se separe del "primer anuncio".

Propuesta 56: MANEJO RESPONSABLE DE LA CREACIÓN

La gestión responsable de la creación también sirve para la evangelización de muchas maneras. Es un testimonio de nuestra fe en la bondad de la creación de Dios. Demuestra un sentido de solidaridad con todos los que dependen de ella para sus vidas, y para su sostenimiento, de los bienes de la creación.

Demuestra la solidaridad intergeneracional con los que vienen después de nosotros, y es un testimonio claro del uso responsable y equitativo de la tierra, nuestro hogar común.

Conclusión

Propuesta 57: LA TRANSMISIÓN DE LA FE CRISTIANA

"Serán mis testigos" (Hechos 1,8). Desde el principio, la Iglesia ha entendido su responsabilidad de transmitir la Buena Nueva. La tarea de la Nueva Evangelización, siguiendo en esto la tradición apostólica, es la transmisión de la fe. El Concilio Vaticano II nos recuerda que esta tarea es un proceso complejo que involucra la fe y la vida de todo cristiano. Esta fe no se puede transmitir en una vida que no se forma de acuerdo con el Evangelio o en una vida que no encuentra su significado, verdad y futuro en el Evangelio.

Por esta razón, la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana llama a todos los creyentes a renovar su fe y su encuentro personal con Jesús en la Iglesia, a profundizar su comprensión de la verdad de la fe y a compartirla con alegría.

Propuesta 58: MARÍA, ESTRELLA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

El Concilio Vaticano II presentó a María en el contexto del misterio de Cristo y de la Iglesia (cfr. Lumen gentium, 52-68). El papa Pablo VI la declaró "Estrella de la Evangelización".

Ella es por lo tanto el modelo de la fe, de la esperanza y del amor. Ella es el primer apoyo que lleva a los discípulos al Maestro (cf. Jn. 2). En el Cenáculo, es la madre de los creyentes (cf. Hch. 1,14).

En cuanto Madre del Redentor, María se convierte en testigo del amor de Dios: Ella cumple libremente la voluntad de Dios. Ella es la mujer fuerte, que junto con Juan, permanece al pie de la Cruz. Ella intercede siempre por nosotros y acompaña a los fieles en su camino hacia la cruz del Señor.

Como Madre y Reina, es un signo de esperanza para los pueblos que sufren y los necesitados. Hoy ella es el "misionero" que nos ayudará en las dificultades de nuestros tiempos, y con su cercanía abrirá los corazones de los hombres y de las mujeres a la fe.

Fijemos nuestra mirada en María. Ella nos ayudará a proclamar el mensaje de salvación a todos los hombres y mujeres, para que ellos también puedan convertirse en agentes de evangelización. María es la Madre de la Iglesia. A través de su presencia, la Iglesia puede convertirse en un hogar para muchos y Madre de todos los pueblos. Traducido de la versión italiana de ZENIT por José Antonio Varela V. 

La fe nace en la Iglesia,

conduce a ella y vive en ella

Continúa la catequesis de Benedicto XVI por el Año de la Fe

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 31 octubre 2012 (ZENIT.org).- Esta mañana, en la acostumbrada Audiencia General, el santo padre Benedicto XVI se encontró con los fieles y peregrinos venidos de diversas partes del mundo para escuchar sus enseñanzas por el Año de la Fe.

En esta oportunidad, el papa abordó el tema siempre actual de “La fe de la Iglesia”, asegurando a los oyentes que el lugar privilegiado --sustentado por la Biblia y la Tradición--, para desarrollar y madurar en la creencia de Jesucristo muerto y resucitado por la salvación del mundo, es la Iglesia.

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos en nuestro camino de meditación sobre la fe católica. La semana pasada he mostrado cómo la fe es un don, porque es Dios quien toma la iniciativa y viene a nuestro encuentro; y así la fe es una respuesta con la que lo recibimos, como un fundamento estable de nuestra vida. Es un don que transforma nuestras vidas, porque nos hace entrar en la misma visión de Jesús, quien obra en nosotros y nos abre al amor hacia Dios y hacia los demás.

Hoy me gustaría dar un paso más en nuestra reflexión, partiendo de nuevo de algunas preguntas: ¿la fe tiene solo un carácter personal, individual? ¿Solo me interesa a mi como persona? ¿Vivo mi fe yo solo? Por supuesto, el acto de fe es un acto eminentemente personal, que tiene lugar en lo más profundo y que marca un cambio de dirección, una conversión personal: es mi vida que da un giro, una nueva orientación. En la liturgia del Bautismo, en el momento de las promesas, el celebrante pide manifiestar la fe católica y formula tres preguntas: ¿Crees en Dios Padre Todopoderoso? ¿Crees en Jesucristo su único Hijo? ¿Crees en el Espíritu Santo? En la antigüedad, estas preguntas eran dirigidas personalmente al que iba a ser bautizado, antes que se sumergiese tres veces en el agua. Y aún hoy, la respuesta es en singular: “Yo creo”.

Pero este creer no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es el producto de mi pensamiento, sino que es el resultado de una relación, de un diálogo en el que hay un escuchar, un recibir, y un responder; es el comunicarse con Jesús, el que me hace salir de mi "yo", encerrado en mí mismo, para abrirme al amor de Dios Padre. Es como un renacimiento en el que me descubro unido no solo a Jesús, sino también a todos aquellos que han caminado y caminan por el mismo camino; y este nuevo nacimiento, que comienza con el Bautismo, continúa a lo largo del curso de la vida. No puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me ha sido dada por Dios a través de una comunidad de creyentes que es la Iglesia, y por lo tanto me inserta en la multitud de creyentes, en una comunidad que no solo es sociológica, sino que está enraizada en el amor eterno de Dios, que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Amor trinitario. Nuestra fe es verdaderamente personal, solo si es a la vez comunitaria: puede ser “mi fe”, solo si vive y se mueve en el “nosotros” de la Iglesia, solo si es nuestra fe, nuestra fe común en la única Iglesia.

El domingo en la misa, rezando el “Credo”, nos expresamos en primera persona, pero confesamos comunitariamente la única fe de la Iglesia. Ese “creo” pronunciado individualmente, se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, en el que todos contribuyen, por así decirlo, a una polifonía armoniosa de la fe. El Catecismo de la Iglesia Católica lo resume de forma clara:“"Creer" es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes. "Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre"[San Cipriano]” (n. 181). Por lo tanto, la fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella. Esto es importante para recordarlo.

A principios de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo desciende con poder sobre los discípulos, en el día de Pentecostés --como se relata en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,1-13)--, la Iglesia primitiva recibe la fuerza para llevar a cabo la misión que le ha confiado el Señor Resucitado: difundir por todos los rincones de la tierra el Evangelio, la buena noticia del Reino de Dios, y guiar así a cada hombre al encuentro con Él, a la fe que salva. Los Apóstoles superan todos los miedos en la proclamación de lo que habían oído, visto, experimentado en persona con Jesús. Por el poder del Espíritu Santo, comienzan a hablar en nuevas lenguas, anunciando abiertamente el misterio del que fueron testigos. En los Hechos de los Apóstoles, se nos relata el gran discurso que Pedro pronuncia en el día de Pentecostés. Comienza él con un pasaje del profeta Joel (3,1-5), refiriéndose a Jesús, y proclamando el núcleo central de la fe cristiana: Aquel que había sido acreditado ante ustedes por Dios con milagros y grandes señales, fue clavado y muerto en la cruz, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, constituyéndolo Señor y Cristo.

Con él entramos en la salvación final anunciada por los profetas, y quien invoque su nombre será salvo (cf. Hch. 2,17-24). Al oír estas palabras de Pedro, muchos se sienten desafiados personalmente, interpelados, se arrepienten de sus pecados y se hacen bautizar recibiendo el don del Espíritu Santo (cf. Hch. 2, 37-41). Así comienza el camino de la Iglesia, comunidad que lleva este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios basado sobre la nueva alianza gracias a la sangre de Cristo, y cuyos miembros no pertenecen a un determinado grupo social o étnico, sino que son hombres y mujeres provenientes de cada nación y cultura. Es un pueblo “católico”, que habla lenguas nuevas, universalmente abierto a acoger a todos, más allá de toda frontera, haciendo caer todas las barreras. Dice san Pablo: "Donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos" (Col. 3,11).

La Iglesia, por tanto, desde el principio, es el lugar de la fe, el lugar de transmisión de la fe, el lugar en el que, mediante el Bautismo, estamos inmersos en el Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo, que nos libera de la esclavitud del pecado, nos da la libertad de hijos y nos introduce a la comunión con el Dios Trino. Al mismo tiempo, estamos inmersos en comunión con los demás hermanos y hermanas en la fe, con todo el Cuerpo de Cristo, sacándonos fuera de nuestro aislamiento. El Concilio Vaticano II nos lo recuerda: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (Const. Dogm. Lumen Gentium, 9).

Al recordar la liturgia del bautismo, nos damos cuenta de que, al concluir las promesas en las que expresamos la renuncia al mal y repetimos “creo” a las verdades de la fe, el celebrante dice: “Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús Nuestro Señor”. La fe es una virtud teologal, dada por Dios, pero transmitida por la Iglesia a lo largo de la historia. El mismo san Pablo, escribiendo a los Corintios, afirma haberles comunicado el Evangelio que a su vez él había recibido (cf. 1 Cor. 15,3).

Hay una cadena ininterrumpida de la vida de la Iglesia, de la proclamación de la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos, que llega hasta nosotros y que llamamos Tradición. Esta nos da la seguridad de que lo que creemos es el mensaje original de Cristo, predicado por los Apóstoles. El núcleo del anuncio primordial es el acontecimiento de la Muerte y Resurrección del Señor, de donde brota toda la herencia de la fe. El Concilio dice: “La predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua” (Const. Dogm. Dei Verbum, 8).

Por lo tanto, si la Biblia contiene la Palabra de Dios, la Tradición de la Iglesia la conserva y la transmite fielmente, para que las personas de todos los tiempos puedan acceder a sus inmensos recursos y enriquecerse con sus tesoros de gracia. Por eso la Iglesia, “en su doctrina, en su vida y en su culto transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que ella cree” (ibid.).

Por último, quiero destacar que es en la comunidad eclesial donde la fe personal crece y madura. Es interesante notar cómo en el Nuevo Testamento, la palabra “santos” se refiere a los cristianos como un todo, y por cierto no todos tenían las cualidades para ser declarados santos por la Iglesia. ¿Qué se quería indicar, pues, con este término? El hecho es que los que tenían y habían vivido la fe en Cristo resucitado, fueron llamados a convertirse en un punto de referencia para todos los demás, poniéndolos así en contacto con la Persona y con el Mensaje de Jesús, que revela el rostro del Dios vivo.

Y esto también vale para nosotros: un cristiano que se deja guiar y formar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se vuelve como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo. El beato Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio afirmó que “la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!” (n. 2).

La tendencia, hoy generalizada, a relegar la fe al ámbito privado, contradice por tanto su propia naturaleza. Tenemos necesidad de la Iglesia para confirmar nuestra fe y para experimentar los dones de Dios: su Palabra, los sacramentos, el sostenimiento de la gracia y el testimonio del amor. Así, nuestro “yo” en el “nosotros” de la Iglesia, podrá percibirse, al mismo tiempo, como destinatario y protagonista de un acontecimiento que lo sobrepasa: la experiencia de la comunión con Dios, que establece la comunión entre las personas. En un mundo donde el individualismo parece regular las relaciones entre las personas, haciéndolas más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para toda la humanidad (Cf. Const. Dogm. Gaudium et Spes, 1). Gracias por su atención. Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

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EN LA NUEVA EVANGELIZACIÓN,

"LA CARIDAD ES MÁS EFICAZ QUE LAS REFLEXIONES TEOLÓGICAS"

 

6 Octubre 2012 Monseñor Nikola Eterovic ilustra espíritu y contenidos del próximo Sínodo de los Obispos

Por Luca Marcolivio   La XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos está ya a punto de iniciarse. El tema, sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, tiene relación directa con la exhortación de Jesús Resucitado: "Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura" (Mc16,15).

Lo explicó esta mañana, durante un encuentro con los periodistas acreditados en la Sala de Prensa de la Santa Sede, monseñor Nikola Eterovic, secretario general del Sínodo de los Obispos. El prelado comentó el programa del Sínodo (7-28 octubre 2012), especificando que el mandato a evangelizar "sigue siendo el mismo" en toda época, cualesquiera que sean los destinatarios, las condiciones sociales, culturales, políticas y religiosas.

Monseñor Eterovic expresó su agradecimiento por las oraciones que están llegando de parte de las comunidades eclesiales de todo el mundo por el inminente Sínodo. Tal apoyo espiritual, comentó el prelado, "reforzará los lazos de comunión no sólo entre los obispos reunidos con el santo padre en la Asamblea sinodal, sino con todos los miembros del Pueblo de Dios que siguen los trabajos sinodales".

En diálogo con los periodistas, el secretario general del Sínodo puso de relieve algunos puntos fuertes de la Nueva Evangelización. Entre ellos, la "caridad", "lenguaje universal que todos comprenden" y que es "un discurso más convincente que muchas, aunque necesarias, reflexiones teológicas".

Precisamente a través de la caridad una gran cristiana contemporánea, la beata madre Teresa de Calcuta, supo responder concretamente a la llamada a la Nueva Evamgelización.

La santidad es por tanto un extraordinario vehículo para cristianizar la sociedad. "Si tuviéramos más santos, la Iglesia sería más atrayente", observó Eterovic, puntualizando sin embargo que esto no debe inducir al pesimismo porque los santos están realmente presentes en nuestra vida cotidiana. Lo demuestran las siempre numerosas canonizaciones y también las muchas personas que, con gran discreción, llevan a Cristo a la sociedad, si bien quizá "nunca sean canonizadas".

Tanto en las tierras de primera evangelización como en las de evangelización más reciente, la Iglesia debe reencontrar un "nuevo dinamismo", añadió monseñor Eterovic, dotándose de "nuevos métodos" y "nuevas expresiones" para anunciar la "perenne novedad de Jesucristo". En la búsqueda de estas nuevas modalidades, "debemos ser muy humildes y muy realistas", precisó.

Cambiar el paso en los métodos misioneros y de evangelización, añadió el prelado, es necesario en todas partes, tanto en la vieja y secularizada Europa como en continentes donde la secularización está menos marcada.

En Asia y en África, por ejemplo, a menudo muchos bautizados "no están adecuadamente educados en la fe y se alejan de la vida sacramental". También sucede en las áreas geográficas de reciente evangelización, por tanto "la transmisión de la fe no es algo ya que se da por descontado, se detecta un cierto cansancio y hay que encontrar el dinamismo de los primeros tiempos" para un "arraigo" del Evangelio y la "inculturación" de la fe cristiana.

En cuanto a las personalidades presentes en el Sínodo, monseñor Eterovic explicó que la ausencia de intelectuales declaradamente agnósticos se debe ensecialmente a la organización de las sesiones sinodales que, por su naturaleza, privilegian una interlocución interna de la Iglesia católica (con un alargamiento no desdeñable al diálogo ecuménico con los acatólicos), mientras que las relaciones con los no creyentes tienen como lugar privilegiado el Atrio de los Gentiles, promovido por el Consejo Pontificio para la Cultura.

Respondiendo a una pregunta de ZENIT, sobre el papel de los laicos y los movimientos eclesiales y carismáticos, el secretario general del Sínodo de los Obispos definió su presencia en el Sínodo especialmente "interesante", porque los laicos "aportarán una viva experiencia de fe vivida", haciendo una "gran aportación tanto a la evangelización de todos los días como a la nueva evangelización".

Monseñor Eterovic subrayó la "dificultad" para elegir a los representantes de los movimientos a convocar, visto el enorme número de carismas en la Iglesia. El dato interesante es sin embargo su constante alusión al Espíritu Santo, imprescindible en la práctica evangelizadora: sin El "no podría haber cristianos, ni mucho menos los movimientos".

Interpelado por ZENIT sobre las motivaciones profundas de la secularización, sobre todo en el mundo occidental, el secretario general del Sínodo de los Obispos señaló como causa principal el eclipse de la fe, y el secularismo entendido en su versión más agresiva e ideológica, que "pretende educar a los hombres como si Dios no existiera".

El revés de la medalla es, en positivo, un "deseo de sagrado" y una "búsqueda de trascendencia" que no parecen declinar y a los que la Nueva Evangelización debe dar una respuesta.

El Año de la Fe, convocado por Benedicto XVI a partir del 11 de octubre, se propone ser una respuesta tanto a la secularización como al poco evidente pero siempre vivo deseo de Dios, subrayó monseñor Eterovic.

Es un "momento de gracia en el que todos los cristianos están invitados a reflexionar sobre el gran don de la fe que viene de Dios", añadió el prelado. "Fue Dios, en efecto, quien dio el primer paso creándonos a su imagen y semejanza. En todo hombre, incluso en el alejado de la fe, existe esta luz de Dios, aunque a menudo esté orcurecida por el interés hacia las cosas terrenas. Corresponde al hombre dar el segundo paso, respondiendo a la llamada de Dios".

El Año de la Fe es por tanto "un momento propicio para renovar la fe y reforzarla, para estar más diligentes en el anuncio del evangelio". Para hacerlo no es necesario "hacer grandes cosas sino sencillamente ser buenos cristianos, tanto personalmente como en familia".

La familia misma, subrayó Eterovic, desempeña un papel muy importante en la evangelización, especialmente en una cultura como la nuestra, donde ha sido puesta en crisis por los diversos proyectos de "sucedáneos de familia".

"Una familia cristiana anuncia el Evangelio ya con su misma presencia, alegre, a pesar de las dificultades que cada una vive --añadió el prelado--. Así auguramos que también nuestras comunidades, reforzadas en la fe, puedan ser una respuesta auténtica al gran deseo y sed de Dios que se encuentra también en el hombre contemporáneo.   Traducido del italiano por N.S.M.

8 Septiembre 2012.   La Fe y la Palabra

Fray Nelson Medina O.P.

1. Fundamentos

1.1 Fe, Esperanza y Amor

● Despertar del sentido del pecado: sensación de suciedad, incoherencia, abuso, engaño

Pero hay “almohadones” que quieren asfixiar ese despertar; son ellos: el cinismo, el vitalismo ateo de Nietzsche, la cauterización de la conciencia y también el espejismo politeísta, hoy con rostro de relativismo

● Si uno no cae en esa cuádruple trampa, empieza el itinerario de la formación de la conciencia. Interiormente, el pecado que se reconoce por la conciencia formada; exteriormente, por la Ley, en particular, por los mandamientos de Dios.

● El Antiguo Testamento es el largo camino necesario para descubrir el yo y sus enfermedades. El pueblo de Dios tuvo que aprender que lo malo no es una cosa externa, sino una realidad que nos acecha desde dentro. Tuvieron que decepcionarse de todas sus instituciones, de modo que sólo un puñado de profetas supieron denunciar a tiempo y a la vez cultivar la esperanza.

● Jesús de Nazareth enlaza con la predicación de profetas como Jeremías y Ezequiel, que ya mostraron que es el corazón el que debe renovarse y que la Ley no puede permanecer como palabra externa: De dentro, del corazón, vienen las injusticias, adulterios, maldades, enseña Jesús.

● Pero lo decisivo de la misión de Cristo viene de su sacrificio en la Cruz, en la que la verdad horrorosa del pecado queda patente, y la inesperada oferta del amor divino se hace presente: esta es la PROPUESTA que Dios hace, y nuestra RESPUESTA es la acogida de ese amor de regalo, esa “gracia.”

● De este modo la fe abre la puerta al amor. Y como ese amor es irrevocable, por ser amor de alianza “nueva y eterna,” de ahí brota la esperanza: ¿qué dificultad será grande para el Dios que ha hecho tanto, y que además se declara a nuestro favor, y viene a permanecer con nosotros?

1.2 La fe viene de la escucha

● La PROPUESTA de Dios llegó de modo inmediato a aquellos que, como Matías y los demás apóstoles, conocieron a Cristo desde el bautismo hasta la Cruz, y luego le vieron y reconocieron resucitado. Para todos los demás, esa propuesta llega de modo indirecto, como “noticia,” es decir, como mensaje, testimonio, predicación.

● Por eso dice san Pablo que “la fe viene de la predicación” (Romanos 10). Sin la predicación no hay conocimiento de la noticia, la propuesta de amor divino; y sin ella, no hay respuesta posible de obediencia y de fe.

● Si la fe es respuesta, la fe depende de la calidad y profundidad de nuestro responder, y por eso depende de la calidad y profundidad de nuestra escucha.

● La escucha renuente, tardía, perezosa, fragmentaria da frutos pobres. La escucha asidua, oportuna, diligente, perseverante da frutos abundantes.

● Así vemos que los primeros cristianos eran asiduos a la enseñanza de los apóstoles. Ya conocían el kerigma pero necesitaban seguir escuchando su eco en cada dimensión de la vida humana.

● ¿Qué oían? En la línea de la predicación rabínica, más que explicaciones teóricas o esquemas conceptuales, su palabra se movía en espiral ascendente a través de tres puntos: Narración, Comentario, Aplicación.

2. Desafíos

2.1 Gnosis y Magia

● Para los antiguos griegos la filosofía era una “saber vivir.” En ese sentido, la filosofía era más cercana al papel que entre nosotros cumple la religión, si la comparamos con lo que hacía y significaba la religión de ese tiempo.

● En tal contexto el conocimiento (gnosis) tiene una connotación de salvación y de trascendencia muy grande: la vida está resuelta felizmente para quienes conocen sus enigmas y respuestas.

● Llegar al conocimiento es ser “iluminado.” Lo que importan son las respuestas. Interesa el mensaje, no el mensajero. Esto trae dos consecuencias: (1) Todas las propuestas religiosas son equivalentes; (2) La encarnación y la pasión de Cristo son irrelevantes, y por lo mismo, no interesan los sacramentos.

● La gran respuesta a la gnosis antigua o moderna la dio San Ireneo: Caro cardo salutis, la afirmación de la carne de Cristo, que verdaderamente sufrió y verdaderamente resucitó, es eje fundamental de la salvación.

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● La magia es un modo alternativo de pretender acceso a un saber oculto, al que sólo se supone que llegan unos privilegiados. Mientras que en la fe buscamos hacer la voluntad de Dios, la magia quiere medios para que uno logre su propia voluntad.

● Lo mágico se diferencia de lo religioso también en otro sentido: la solución mágica no implica nada en cuanto a la conducta; no requiere de conversión; de hecho, no toca el corazón como tal.

● El pensamiento mágico está más extendido de lo que parece: abarca supersticiones, terapias, pretensiones científicas, incluso la economía: es la “mano invisible” de Adam Smith.

● Es importante darse cuenta de que la verdadera fe denuncia y se libra de las pretensiones gnósticas y mágicas.

2.2 Pelagianismo

● Pelagio (siglo IV) fue un monje que creyó con enorme optimismo en el control de la voluntad sobre la vida humana. Según él, a través de la educación y la ascesis se puede llevar al ser humano a un grado de perfección sin límites, de modo que una persona educada siempre hacía lo bueno ni siquiera tendría que ser bautizada.

● Gran adversario de las ideas pelagianas fue San Agustín, que precisamente refinó bastante la enseñanza de la Iglesia sobre el pecado original a partir de las discusiones con este monje y sus sucesores. La postura del santo de Hipona le valió el título de “Doctor de la Gracia.”

● En general, lo que hable de auto-redención, es decir, de una mejora esencial de la vida humana a través de las solas fuerzas humanas, puede verse como una reedición del pelagianismo, y por lo mismo, un oscurecimiento de la enseñanza centralísima de la gracia.

2.3 Cientificismo y Laicismo

● El espacio intelectual más importante en la Edad Media fue la Iglesia Católica. Nicolás Copérnico, Alberto Magno, Galileo Galilei e Isaac Newton, entre muchos otros, representan un conjunto amplio de mentes originales, de gran penetración en los misterios de la ciencia y las riquezas del mundo natural. Todos eran profundamente religiosos.

● Con el nacimiento de la Royal Society en Inglaterra, con la consolidación de la masonería, y con el fondo oscuro de las guerras de religión en Europa (s. XVII) el panorama cambia. Una nueva clase social, ávida de poder y de independencia académica, quiere separarse de la tutela de la nobleza y del régimen eclesiástico.

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● Las antipatías extra-científicas que desierta una Iglesia poderosa y latifundista se trasvasan al ámbito del conocimiento, ahora visto como un instrumento de ascenso social y político. Es lo que sucede en la Ilustración (s. XVIII).

● Para erigirse como “árbitros” por encima de las disputas religiosas, los “ilustrados” deifican una razón objetiva, aséptica, neutra, que sólo existe en sus discursos. La estrategia funciona por una combinación de factores políticos y la hábil manipulación de las masas.

● Surgió así el librepensamiento. La respuesta de la Iglesia a menudo supuso aliarse con partidos y facciones políticas, quizás para protegerse. El efecto fue desastroso. Mucho más eficaz, en cambio, ha sido la expresión viva y comprometida de la solidaridad y la misericordia.

● APÉNDICE sobre la presencia pública de la religión: (1) Nótese que cuando se trata de religión se quiere aplicar un criterio distinto al que se aplica en otras áreas de la sociedad: en todos los demás aspectos el parecer de la mayoría implica el descontento pero la obediencia de la minoría; en asunto de religión se quiere que aunque haya una mayoría cristiana, su parecer no será respetado. (2) Cuando se habla de que los signos religiosos de una confesión “ofenden” a los demás, se está extrapolando el término ofender. Una cosa es manifestar una diferencia y otra reprimir, insultar o burlarse de las creencias de otro. (3) Prohibir una expresión pública también es coartar un derecho. Alguien que pretendiera impedirme mostrar mi gratitud o afecto por mi madre con una foto, me estaría ofendiendo, ciertamente. Es preciso instruir a los fieles sobre sus derechos en materia de manifestación pública de la fe.

3. Perspectivas

3.1 Novedad de la Nueva Evangelización

● “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar.” (Pablo VI)

Tres novedades para el Año de la Fe:

a. Iglesia en Estado de Misión. Integración del kerigma en el conjunto de la vida de la Iglesia. “Cualquier hora puede ser la hora de Dios para algún hermano.” Recordar el ejemplo de Jesús y la Samaritana: a pesar del cansancio, el calor, la sed y los prejuicios, el corazón de esa mujer estaba en hora de cosecha para el anuncio de la Buena Nueva.

b. La evangeliza hace a la Iglesia, y la Iglesia hace evangelización. El fruto propio de la evangelización es la constitución y fortalecimiento de la Iglesia; la Iglesia es fiel a sí misma en el acto de transmitir y afianzar la fe. Como el viento no existe si no comunica su fuerza y su frescura, así la Iglesia languidece tan pronto como deja de ofrecer el Evangelio. O la Iglesia es misionera o no es.

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c. La respuesta a los múltiples desafíos de una sociedad pluralista requiere de un presbítero que quiera y sepa ser “líder de líderes.” Lo suyo no es reemplazar al científico, al literato, al filósofo o al político, sino ser testigo de la fe con tal intensidad que de despierte en ellos y en todos la fascinación por la fe en cristo y en su Evangelio, de modo que todos puedan ser testigos de la gracia en sus lugares de vida y de trabajo.

d. A su vez, esos desafíos piden un laicado afianzado en la Palabra. No basta hoy con saber de la Biblia; hay que haberla saboreado. No basta estar informado; hay que haber sido formado por la Palabra. No basta con poder citar textos; es preciso reconocerlos cuando van escritos en las páginas de la vida.

● Desde el Concilio Vaticano II hasta el presente, la nueva evangelización ha sido siempre presentada, cada vez con más claridad, como el instrumento gracias al cual es posible enfrentar a los desafíos de un mundo en acelerada transformación, y como el camino para vivir el don de ser congregados por el Espíritu Santo para realizar la experiencia del Dios, que es para nosotros Padre, dando testimonio y proclamando a todos la Buena Noticia –el Evangelio– de Jesucristo.

● “Nueva evangelización” es sinónimo: de renovación espiritual de la vida de fe de las Iglesias locales, de puesta en marcha de caminos de discernimiento de los cambios que están afectando la vida cristiana en varios contextos culturales y sociales, de relectura de la memoria de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías en vista de una proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo.

● Importante destacar el aspecto de historia y de memoria: sólo la fe valorada, de la que uno se sabe y siente agradecido, es luego transmitida con gozo y convicción.

3.2 Para entrar en la Nueva Evangelización

● 1. Un examen de conciencia. El problema de la infecundidad de la evangelización hoy, de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema eclesiológico, que se refiere a la capacidad o a la incapacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una máquina o una empresa.

● 2. Una revisión de vida. La pregunta acerca de la transmisión de la fe... no debe orientar las respuestas en el sentido de la búsqueda de estrategias comunicativas eficaces y ni siquiera debe centrar la atención analíticamente en los destinatarios, por ejemplo los jóvenes, sino que debe ser formulada como una pregunta que se refiere al sujeto encargado de esta operación espiritual. Debe transformarse en una pregunta de la Iglesia sobre sí misma.

● 3. Un deber. “Los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza... o por ideas falsas omitimos anunciarlo?” (Pablo VI)

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● 4. Una nueva actitud. La nueva evangelización es una actitud, un estilo audaz. Es la capacidad de parte del cristianismo de saber leer y descifrar los nuevos escenarios, que en estas últimas décadas han surgido dentro de la historia humana, para habitarlos y transformarlos en lugares de testimonio y de anuncio del Evangelio.

● 5. Un fruto natural. La Iglesia sabe que ella es el fruto visible de esa ininterrumpida obra de evangelización que el Espíritu guía a través de la historia, para que el pueblo de los redimidos dé testimonio de la memoria viviente del Dios de Jesucristo.

● 6. Un anhelo infinito. Como afirmaba el Papa Juan Pablo II, “nueva evangelización” significa hacer de nuevo el tejido cristiano de la sociedad humana, haciendo nuevamente el tejido de las mismas comunidades cristianas.

● 7. Una vida de oración. Sólo da a Cristo el que vive en Cristo. hay que ablandar el corazón para que él pueda escribir palabras de gracia en él.

Deseo de todo corazón a los sacerdotes,

Religiosas y Religiosos, Diáconos Seminaristas y

Fieles Laicos de la Arquidiócesis de Ibagué una felices

Pascuas de Resurrección. Me permito enviarles las siguientes  Reflexiones escritas para la Revista del Seminario Mayor sobre “La Puerta

De la Fe”, Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI para convocar el Año de la FE.

Excelentísimo Señor Arzobispo, Flavio Calle Zapata

Arquidiócesis de Ibagué. Colombia.  6 Abril.  2012.

LA PUERTA DE LA FE

                El Santo Padre Benedicto XVI, en ejercicio de su “función pretina” y como experto defensor  y  apóstol de la fe, ha convocado a la Iglesia Católica para que realice un “Año de la Fe”. Su Carta apostólica es un llamado a la siembra y consolidación del don divino de la fé, el gran regalo de Dios a los hombres, que debe plantearse con la cooperación humana y que es indispensable para que los hombres podamos alcanzar la salvación.  Reflexiono dando una mirada breve a los diversos números de la carta.

1. La fe ante la teología y la pastoral

                La invitación del Santo y padre convierte el tema de la fe en centro de la reflexión teológica y en campo de la acción pastoral. Por este motivo la congregación para la Doctrina de la fe ha dado abundantes sugerencias en orden práctico para su aplicación en las circunstancias de cada iglesia particular. Los planes pastorales tendrán en cuneta la orden del Supremo Pastor, con el fin de llegar a una auténtica profesión de fe renovada y confesada con la alegría.

2. Puerta de la fe y fuentes bíblicas

                Para titular su Carta Apostólica el Papa se inspira en Hch 14,27 en donde San Pablo, después de ser lapidado, arrastrado y dado por muerto en Icono, regresa a Antioquia para confortar los ánimos de los discípulos y exhortarlos a perseverar en la fe:

Se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles para la puerta de la fe”. San pablo no se detiene ante la persecución, sino que encuentra en ella una fuerza nueva y un impulso en su ardor misionero.

En l Cor 16,9 Pablo emplea términos semejantes: “… Se me ha abierto una puerta grande y prometedora”. En 2 Cor 2,12 se dice: “Llegué pues a tróade para predicar el Evangelio de Cristo, pero aunque se me había abierto una gran puerta para anunciar al Señor…”. En Col 4, 3-4 dice: “Orad también por nosotros para que Dios abra la puerta a nuestra palabra y podamos anunciar el misterio de Cristo…”.

Como se ve en los textos anteriores, la figura de la puerta en san Pablo va ligada al “anuncio de evangelio”, al “anuncio de señor”, al misterio del Evangelio” (cf Ef 6,19).

En Ap 3,8 el Angel dice a la iglesia de Filadelfia: “Mira, he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar…” “Puerta abierta” no ha de entenderse como simples ocasiones favorables, más bien se trata de puertas que se abren con la llave de la predicación y la  perseverancia misionera. Son puertas abiertas también los corazones de buena voluntad. Estos como tierra buena y fecunda ya tenía “Semillas del Verbo”, pero acogen ahora las nuevas semillas del Evangelio”.

El Papa Benedicto XVI, al emplear como Pablo la figura “Puerta de la fe”, está reclamando de la iglesia una evangelización más valiente y perseverante, con la esperanza de lograr un nuevo florecer de la fe en el corazón de los hombres y en la cultura de nuestro tiempo.

3.       Año de la fe y aniversarios importantes

                La misión de la iglesia es permanente, como lo recuerda Aparecida, pero recibe un impulso con motivo de los aniversarios cargados de gracia: los cincuenta años del Concilio Vaticano II y los veinte años del Catecismo de la iglesia Católica, fruto postconciliar entregado por el Beato Juan Pablo II como ayuda segura y completa en una evangelización integral. Una excelente manera de aprovechar este año de gracia es el retorno a la rica doctrina del Concilio Vaticano  II, que no pierde su valor y actualidad, que conserva gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la iglesia, que fue llamado por el Beato Juan Pablo II “brújula para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (NMI, 57 Enero 6 de 2001).

4. Abriendo la puerta de la fe

                La puerta de la fe, que está siempre abierta a nosotros, introduce en la iglesia y nos lleva a la vida de comunión con Dios . Se cruza ese umbral cuando se anuncia la Palabra de Dios y se recibe la gracia de Dios en el corazón. Entrar por esta puerta significa emprender un camino que dura hasta la vida eterna, un camino que empieza en el bautismo, que nos permite llamar a Dios con el nombre de “Padre” y une a los hermanos pro la fuerza del Espíritu Santo. Un momento maravillosos de ese camino es el arribo de la profesión a la fe en la Trinidad Santísima, Padre-Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios que es amor.

5. Jesucristo sacia al hambriento de fe

                El papa nos hace ver que afrontamos una crisis profunda de fe. Que hace indispensable ponernos en camino hasta redescubrir esa fe y llegar de nuevo al encuentro con Cristo, a la amistad con el Hijo de Dios que nos da la vida en plenitud. Jesús es el pozo y manantial de agua viva, es el pan de Vida y Alimento perfecto que perdura hasta la vida eterna. La obra de Dios consiste en que lleguemos a creer en Jesús a quien El ha enviado. En Cristo y solo en El podemos alcanzar la salvación.

En este año tendremos la mirada fija en Jesucristo quien “inicio y completa  nuestra  fe” (Heb 2,12). En El se sacia toda esperanza y todo anhelo del hombre. En su encarnación  se esclarece la alegría del amor, la respuesta al sufrimiento y al dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida, la victoria ante la muerte                 por medio de la Resurrección.

 6. Año de la Fe y conversión

                El año de la Fe es un llamado a la auténtica y renovada conversión. La Iglesia que abraza en su seno a los pecadores es a la vez santa y siempre necesitada de purificación. El pensamiento, la mentalidad, el comportamiento del hombre se han de purificar lentamente en un proceso que no termina de cumplirse plenamente en un proceso que no termina de cumplirse plenamente en esta tierra. La “Fe actúa en el amor” (Gálatas 5,6) influye sobre el pensamiento y los actos humanos cambiando su vida (Romanos 12,2, Colosenses 3, 1-10)

7. Año de la Fe y de la Evangelización

                El año de la Fe nos envía por los caminos del mundo a evangelizar. “La caridad de Cristo nos apremia” (2 Corintios 5,14). Con su amor Cristo atrae hacia si a los hombres de cada generación. Es necesaria una nueva evangelización para descubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la Fe.  La Fe crece cuando se vive como experiencia de amor que se recibe y se transmite, se fortalece dándola. San Agustín dice que los creyentes se fortalecen en la medida en que creen, es decir, que la Fe se autoalimenta. El Papa Benedicto XVI habla de un “In crescendo” continuo de la Fe y el amor que tienen su origen en Dios.

8. Año de la Fe y la Caridad.

                El año de la Fe nos reclama el testimonio de la caridad. La Fe sin obras está muerta (Cfr. Corintios 13,13; Santiago 2,14-18). Sin la caridad la Fe es un árbol seco. La Fe y el amor se reclaman mutuamente, cuando van juntas llegan lejos por el mismo camino. La caridad verdadera nos alcanza el premio de descubrir a Cristo en el hermano a quien servimos. “Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mateo 25,40).  Es decir, Jesús se esconde en el prójimo que aparece en nuestro camino.

9. Los santos, modelo de creyentes

                El Papa canta a los grandes de la historia que supieron vivir de la Fe. María de Nazareth es proclamada por su prima Isabel “Dichosa  porque ha creído, por la Fe creyó al Ángel y aceptó su mensaje, por la Fe dio a luz a su Hijo permaneciendo Virgen, por la Fe huyó con José a Egipto para salvar al Niño, por la fe siguió a Jesús en la predicación y hasta el Calvario, por la Fe saboreó la resurrección de su Hijo y por la Fe acompañó a los apóstoles y a la Iglesia naciente. San José vivió de la Fe, le creyó a los mensajes de Dios traídos por el Ángel, a pesar de las sombras del sueño.

                Los apóstoles fueron confirmados en la Gracia y en la Fe por el Espíritu Santo derramado en ellos. Gracias a su Fe los mártires dieron su vida por la verdad. Por la Fe hombres y mujeres han consagrado su vida y han vivido los Consejos Evangélicos. Por la Fe muchos cristianos se han regalado como misioneros y otros en gran número ejercer ministerios al servicio de sus hermanos. Por la Fe nosotros mismos reconocemos vivo y presente al Señor en nuestros corazones y en nuestra manera de actuar en la Iglesia y en el mundo. Por la Fe aguardamos las promesas de actuar en la Iglesia y en el mundo. Por la Fe aguardamos las promesas de “unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habita la justicia” (Apocalipsis 21,1;  Cfr. 2 Pedro 3,13).

10. El Seminario Mayor siembre la Fe

                Para el Seminario Mayor de Ibagué el Año de la Fe ha de ser una gracia singular. El Seminario por sí mismo es ya una casa de Fe, de esperanza y de amor, pero nos queda la tarea de hacer visible esta definición. El Seminario es el Semillero en donde se siembra la Fe, que los seminaristas una vez ordenados llevarán hasta el corazón de las almas que les  serán encomendada. Los seminaristas afianzarán la Fe en su corazón pero a la vez aprenderán a dar razón de ella, con argumentación racional y lógica. Los estudios del Seminario están todos dirigidos a capacitar a los alumnos para que defiendan la Fe, argumentando con la razón y con la divina revelación.

                El Seminario Mayor es una alfarería en donde se van moldeando y puliendo los hombres de Fe, los profesionales de los valores trascendentes, los testigos del amor de Dios, los modelos de la comunidad cristiana. San Pablo recomienda a Timoteo que  “Busque la Fe” ( II Timoteo 2,22) con la misma constancia de cuando era niño. De igual manera los seminaristas, profesores y formadores cada día busquen la Fe, aliméntense de ella para que la lleven consigo a los lugares de sus apostolados presentes y futuros.

                San Pedro nos dice: “La autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro… merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo… alcanzando así la meta de vuestra fe, la salvación de vuestras almas”. (1 Pedro 1,6-9)

                Ibagué, Abril  02 del 2012

†  Flavio Calle Zapata      Arzobispo de Ibagué

San Atanasio y la fe en la divinidad de Cristo

Primera prédica de Cuaresma 2012 del Padre Cantalamessa

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 9 marzo 2012 (ZENIT.).- primera prédica de Cuaresma del Padre Raniero Cantalamessa OFM cap, pronunciada hoy 9 de marzo en la capilla Redemptoris Mater, en el Vaticano, en presencia del Papa Benedicto XVI.

P. Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

                En preparación al año de la fe proclamado por el Santo Padre Benedicto XVI (12 de octubre 2012-24 noviembre 2013), las cuatro predicas de Cuaresma tienen la intención de dar un impulso y devolverle frescura a nuestro creer, a través de un renovado contacto con los “gigantes de la fe" del pasado. De ahí el título, tomado de la carta a los Hebreos, dado a todo el ciclo: "Acuérdense de sus guías. Imiten su fe" (Hb 13,7).

Iremos cada vez a la escuela de uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia oriental, como son Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio Niceno, para ver lo que cada uno nos dice hoy acerca del dogma del cual ha sido campeón; es decir, respectivamente, la divinidad de Cristo, el Espíritu Santo, la Trinidad y el conocimiento de Dios. En otro momento, si Dios quiere, haremos lo mismo con los grandes doctores de la Iglesia occidental: Agustín, Ambrosio y León Magno.

Lo que nos gustaría aprender de los padres no es tanto cómo proclamar la fe al mundo, es decir la evangelización, ni cómo defender la fe contra los errores, es decir la ortodoxia; es más bien la profundización de la propia fe, redescubrir, detrás de ellos, la riqueza, la belleza y la felicidad de creer, de pasar, como dice Pablo, "de fe en fe" (Rm 1,17), de una fe creída a una fe vivida. Será un mayor "volumen" de la fe dentro de la Iglesia, lo que se constituya después en la fuerza mayor del anuncio de esta al mundo, y la mejor defensa de su ortodoxia.

El padre de Lubac sostuvo que nunca ha habido una renovación en la historia de la Iglesia que no haya sido también un retorno a los padres. No es una excepción el Concilio Vaticano II, del cual nos estamos preparando a conmemorar el 50 aniversario. Este está entrelazado con citas de los Padres, y muchos de sus protagonistas fueron patrólogos. Después de la escritura, los padres son la segunda "capa" del suelo sobre el que descansa y del cual extrae su savia, la teología, la liturgia, la exégesis bíblica y la espiritualidad de toda la Iglesia.

En algunas catedrales góticas de la edad media vemos algunas estatuas curiosas: personajes de estatura imponente que sostienen, sentados sobre los hombros , a hombres muy pequeños. Se trata de la representación en piedra de una creencia que los teólogos de la época formulaban con estas palabras: "Somos como enanos sentados sobre los hombros de gigantes, de modo que podemos ver más allà y más cosas que ellos, no por la agudeza de nuestra mirada o por la altura del cuerpo, sino porque somos levantados muy en alto y somos elevados a alturas gigantescas"i. Los gigantes eran, por supuesto, los padres de la Iglesia. Así es hoy también para nosotros.

1. Atanasio, el campeón de la divinidad de Cristo

Comenzamos nuestra revisión con san Atanasio, obispo de Alejandría, nacido en el año 295 y muerto en el 373. Pocos padres como él han dejado una huella tan profunda en la historia de la Iglesia. Es recordado por muchas cosas: por la influencia que tuvo en la difusión del monaquismo, gracias a su "Vida de Antonio", por haber sido el primero en reclamar la libertad de la Iglesia incluso en un Estado cristianoii, por su amistad con los obispos occidentales, favorecida por los contactos realizados durante el exilio, que marca un fortalecimiento de los vínculos entre Alejandría y Roma...

Pero no es de esto de lo que queremos ocuparnos. Kierkegaard, en su Diario, tiene un curioso pensamiento: "La terminología del dogma de la Iglesia primitiva es como un castillo encantado, donde descansan en un sueño profundo los príncipes y las princesas más hermosos. Basta solamente despertarlos, para que salten en pie con toda su gloria"iii. El dogma que Atanasio nos ayuda a "despertar" y hacer brillar en todo su esplendor, es el de la divinidad de Cristo; por este padeció siete veces el exilio.

El obispo de Alejandría estaba convencido de no ser el descubridor de esta verdad. Todo su trabajo consistirá, por el contrario, en demostrar que esta ha sido siempre la fe de la Iglesia; que la verdad no es nueva, sino la herejía contraria. Su mérito, en este campo, fue más bien eliminar los obstáculos que hasta entonces habían impedido el pleno reconocimiento --y sin reticencias--, de la divinidad de Cristo en el contexto cultural griego.

Uno de estos obstáculos, quizás el principal, era la costumbre griega de definir la esencia divina con el término agennetos, no engendrado. ¿Cómo proclamar que el Hijo es el Dios verdadero, desde el momento que él es Hijo, es decir, engendrado del Padre? Era fácil para Arrio establecer la equivalencia: generado= hecho, o sea, pasar gennetos a genetos, y concluir con la famosa frase que desató el caso: "¡Hubo un tiempo en el que él no existía!" Esto equivalía a hacer de Cristo una criatura, aunque no "como las otras criaturas." Atanasio defendió a capa y espada el genitus non factus de Nicea, "engendrado, no creado". Él resuelve la disputa con la simple observación: "El término agenetos fue inventado por los griegos, que no conocían al Hijo".iv

Otro obstáculo cultural para el pleno reconocimiento de la divinidad de Cristo, menos advertido en el momento, pero no menos activo, era la doctrina de un dios intermedio, el deuteros theos, ligado a la creación del mundo material. Desde Platón en adelante, esta se había convertido en un lugar común para muchos sistemas religiosos y filosóficos de la antigüedad. La tentación de asimilar al Hijo "por medio del cual todas las cosas fueron creadas", a esta entidad intermedia había ido deslizándose en la especulación teológica cristiana. Resultaba un sistema tripartito del ser: a la cima de todo, el Padre no engendrado ; después de él, el Hijo (y más tarde el Espíritu Santo), y en tercer lugar las criaturas.

La definición del homoousios, del genitus non factus, elimina para siempre el principal obstáculo del helenismo para el reconocimiento de la plena divinidad de Cristo y funda la catarsis cristiana en el universo metafísico griego. Con tal definición, se demarca una sola línea horizontal en la vertical del ser, y esta línea no divide al Hijo del Padre, sino al Hijo de las criaturas. Queriendo contener en una frase el significado perenne de la definición de Nicea, podemos formularla de la siguiente manera: en cada época y cultura, Cristo debe ser proclamado "Dios", no en un cualquier sentido derivado o secundario, sino en la más fuerte acepción que la palabra "Dios" tenga en esa cultura.

Atanasio hizo, del mantenimiento de esta conquista, el fin de su vida. Cuando todos, emperadores, obispos y teólogos, oscilaban entre negación y el la deseo de conciliación, él se mantuvo firme. Hubo momentos en que la futura fe común de la Iglesia vivía en el corazón de un solo hombre: del suyo. De la actitud hacia él se decidía de qué lado estaba cada uno.

2. El argumento soteriológico

Pero más importante que insistir en la fe de Atanasio en la plena divinidad de Cristo --que es algo conocido y sereno--, es el hecho de saber qué lo motiva en la batalla, de donde le viene una certeza tan absoluta. No es de la especulación, sino de la vida; más específicamente, de la reflexión sobre la experiencia que la Iglesia hace de la salvación en Cristo Jesús.

Atanasio desplaza el interés de la teología del cosmos al hombre, de la cosmología a la soteriología. Enlazándose con la tradición eclesiástica anterior a Orígenes, en especial Ireneo, Atanasio pone en valor los resultados procesados en la larga lucha contra el gnosticismo, que lo había llevado a concentrarse en la historia de la salvación y de la redención humana. Cristo no se ubica más, como en la época de los apologistas, entre Dios y el cosmos, sino más bien entre Dios y el hombre. El hecho de que Cristo sea mediador no quiere decir que está entre Dios y el hombre (mediación ontológica, a menudo entendida en sentido de subordinación), sino que une a Dios con el hombre. En él, Dios se hace hombre y el hombre se hace Dios, es decir, es divinizado.v

En este contexto ideal, se encuentra la aplicación que Atanasio hace del argumento soteriológico en función de la demostración de la divinidad de Cristo. El argumento soteriológico no nace con la controversia arriana; esto está presente en todas las grandes controversias cristológicas antiguas, desde la antignóstica hasta aquella antimonotelita. En su formulación clásica se lee: Quod non est assumptum, non est sanatum, (Lo que no fue asumido tampoco fue salvado).vi Esto se adapta dependiendo del caso, a fin de refutar el error del momento, que puede ser la negación de la carne humana de Cristo (gnosticismo), o de su alma humana (apolinarismo), o de su libre voluntad (monotelismo).

Lo que dice Atanasio puede afirmarse así: "Lo que no es asumido por Dios no es salvo", donde toda la fuerza está en el breve añadido "por Dios". La salvación requiere que el hombre no sea asumido por un intermediario cualquiera, sino por Dios mismo: "Si el Hijo es una criatura --escribe Atanasio--, el hombre seguiría siendo mortal, no estando unido a Dios", más aún: "El hombre no sería divinizado, si el Verbo que se hizo carne no fuese de la misma naturaleza que el Padre"vii. Atanasio formuló muchos siglos antes de Heidegger, y con mayor seriedad, la idea de que "sólo un Dios nos puede salvar", nur noch ein Gott kann uns retten viii.

Las implicaciones soteriológicas que Atanasio toma del homoousios de Nicea son numerosas y profundísimas. Definir al Hijo "consustancial" con el Padre significaba colocarlo a un nivel tal, que absolutamente nada podía permanecer fuera de su alcance. Esto significaba también, enraizar el significado de Cristo sobre la misma base en la que estaba arraigado el ser de Cristo, es decir en el Padre. Jesucristo no es, ni en la historia ni en el universo, una segunda presencia aditiva respecto a la de Dios; por el contrario, él es la presencia y la relevancia misma del Padre. Escribe Atanasio: "Bueno como es, el Padre, con su Palabra, que es también Dios, guía y sostiene al mundo entero, para que la creación, iluminada por su guía, por su providencia y por su orden, pueda persistir en el ser... La todopoderosa y santa Palabra del Padre, que penetra todas las cosas y llega a todas partes con su fuerza, ilumina toda realidad y todo lo contiene y abraza en sí mismo. No hay quien se sustraiga a su dominio. Todas las cosas reciben por entero de él la vida, y por él se conservan: las criaturas individuales en su individualidad y el universo creado en su totalidad"ix

Sin embargo, se debe hacer una aclaración importante. La divinidad de Cristo no es un "postulado" práctico, como lo es, para Kant, la existencia misma de Dios.x No es un postulado, sino la explicación de un "dato". Sería un postulado, y por lo tanto una deducción teológica humana, si se partiese de una cierta idea de salvación y si se dedujese la divinidad de Cristo como la única capaz de realizar tal salvación; en cambio es la explicación de un hecho si se parte, como hace Atanasio, de una experiencia de salvación y se demuestra cómo esta no podría existir si Cristo no fuera Dios. No es sobre la salvación que se basa la divinidad de Cristo, sino es sobre la divinidad de Cristo que se basa la salvación.

3. Corde creditur!

Pero es hora de volver a nosotros y tratar de ver qué podemos aprender hoy de la batalla épica sostenida en su tiempo por Atanasio. La divinidad de Cristo es hoy el verdadero articulus stantis cadentis et Ecclesiae, la verdad con la que la Iglesia se mantiene o cae. Si en otros tiempos, cuando la divinidad de Cristo era aceptada pacíficamente por todos los cristianos, se podía pensar que tal "artículo" fuese la "justificación gratuita por la fe", hoy ya no es el caso. Podemos decir que el problema vital para el hombre de hoy sea el de establecer ¿de qué modo es justificado el pecador, cuando no se cree ni siquiera en la necesidad de una justificación, o se cree que se encuentra en sí mismo? "Yo mismo me acuso hoy –hace gritar Sartre a uno de sus personajes desde el escenario--- y solo yo puedo absolverme, yo el hombre. Si Dios existe, el hombre no es nada."xi

La divinidad de Cristo es la piedra angular que soporta los dos principales misterios de la fe cristiana: la Trinidad y la Encarnación. Son como dos puertas que se abren y se cierran juntas. Descartada esa piedra, todo el edificio de la fe cristiana se derrumba sobre sí misma: si el Hijo no es Dios, ¿por quién está formada la Trinidad? Esto ya lo había denunciado claramente san Atanasio, escribiendo contra los arrianos:

"Si la palabra no existe junto al Padre desde toda la eternidad, entonces no existe una Trinidad eterna, sino que primero fue la unidad y, a continuación, con el paso del tiempo, por adición, empezó a producirse la Trinidad."xii

(¡La idea --esta de la Trinidad que se forma "por adición"--, volvió a ser propuesta, en años no muy lejanos, por algún teólogo que aplicó a la Trinidad el esquema dialéctico del devenir de Hegel!). Mucho antes de Atanasio, san Juan había establecido esta relación entre los dos misterios: "Todo aquel que niega al Hijo no posee al Padre. Todo el que confiesa al Hijo posee también al Padre" (1Jn. 2,23). Los dos permanecen o caen juntos, pero si caen juntos, entonces lamentablemente debemos decir con Pablo que los cristianos "¡somos los hombres más dignos de compasión!" (1 Cor. 15,19).

Debemos dejarnos embestir en plena cara por aquella pregunta respetuosa, pero directa de Jesús: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?", y por aquella aún más personal: "¿Crees?" ¿Crees de verdad? ¿Crees con todo tu corazón? San Pablo dice que "con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación" (Rom. 10,10). En el pasado, la profesión de la fe verdadera, es decir, el segundo momento de este proceso, ha tomado a veces tanta relevancia que ha dejado en las sombras aquel primer momento que es el más importante, y que tiene lugar en las profundidades más recónditas del corazón. "Es de la raíz del corazón que crece la fe", exclama San Agustín.xiii

Se necesita derribar en nosotros los creyentes, y en nosotros, hombres de la Iglesia, la falsa persuasión de que ya se cree, de estar a punto en lo que se refiere a la fe. Necesitamos hacer nacer la duda --no se entiende sobre Jesús, sino sobre nosotros--, para entrar luego a la búsqueda de una fe más auténtica. ¡Quién sabe si no sería bueno, por un poco de tiempo, no querer demostrar nada a nadie, sino interiorizar la fe, redescubrir sus raíces en el corazón!

Jesús preguntó a Pedro tres veces: "¿Me amas? ". Sabía que la primera y la segunda vez, la respuesta llegó demasiado rápido como para ser verdadera. Por último, a la tercera vez, Pedro entendió. También la pregunta sobre la fe nos debe llegar así; por tres veces, con insistencia, hasta que nos demos cuenta y entremos en la verdad: "¿Tú crees?, ¿Tú crees? ¿Crees realmente? ". Tal vez al final responderemos: "No, Señor, yo realmente no creo con todo el corazón y con toda tu alma. ¡Aumenta mi fe!".

Atanasio nos recuerda, sin embargo, otra verdad importante: que la fe en la divinidad de Cristo no es posible, a menos que también se experimente la salvación realizada por Cristo. Sin esta, la divinidad de Cristo puede convertirse fácilmente en una idea, una tesis, y se sabe que a una idea siempre se puede oponer otra idea, y a una tesis, otra tesis. Sólo a una vida --decían los Padres del desierto--, no hay nada que pueda oponerse.

La experiencia de la salvación se realiza mediante la lectura de la palabra de Dios (y teniéndola por lo que es, ¡palabra de Dios!), administrando y recibiendo los sacramentos, especialmente la Eucaristía, lugar privilegiado de la presencia del Resucitado, ejercitando los carismas, manteniendo un contacto con la vida de la comunidad creyente, orando. Evagrio el Monje, en el siglo IV, formuló la famosa ecuación: "Si eres un teólogo, rezarás de verdad, y si rezas de verdad serás teólogo."xiv

Atanasio impidió que la investigación teológica quedase prisionera de la especulación filosófica de las diversas "escuelas", sino que se convirtiese en la profundización del dato revelado en la línea de la Tradición. Un eminente historiador protestante ha reconocido a Atanasio un mérito singular en este campo: "Gracias a él --escribió--, la fe en Cristo ha permanecido como una fe rigurosa en Dios y, de acuerdo a su naturaleza, muy distinta de todas las demás formas --paganas, filosóficas, idealistas--, de la fe... Con él, la Iglesia ha vuelto a ser una institución de salvación, es decir, en el sentido estricto del término "Iglesia", cuyo contenido propio y determinante está constituido por la predicación de Cristo".xv

Todo esto nos interpela hoy de una manera particular, después de que la teología se ha definido como una "ciencia" y es profesada en ambientes académicos, mucho más desconectados de la vida de la comunidad creyente de lo que era, en el tiempo de Atanasio, la escuela teológica llamada Didaskaleion, florecida en Alejandría por obra de Clemente y de Orígenes. La ciencia exige al estudioso que "domine" su tema y que sea "neutral" de frente al objeto de la propia ciencia; ¿Pero cómo “dominar” a uno que un poco antes has adorado como tu Dios? ¿Cómo permanecer neutral ante el objeto, cuando este objeto es Cristo? Fue una de las razones que me llevaron, en cierto momento de mi vida, a abandonar la enseñanza académica para dedicarme a tiempo completo al ministerio de la palabra. Recuerdo el pensamiento que me afloraba, después de participar en congresos o debates teológicos y bíblicos, sobre todo en el extranjero: "Dado que el mundo universitario le ha dado la espalda a Jesucristo, yo voy a darle la espalda al mundo universitario".

La solución a este problema no es abolir los estudios académicos de la teología. La situación italiana nos hace ver los efectos negativos producidos por la ausencia de facultades de teología en las universidades estatales. La cultura católica y religiosa en general es apartada en un gueto; en las librerías seculares no se encuentra un libro religioso, a menos que sea sobre algún tema esotérico o de moda. El diálogo entre la teología y el conocimiento humano, científico y filosófico, se realiza "a distancia", y no es la misma cosa. Hablando en ambientes universitarios, digo a menudo que no se siga mi ejemplo (que es una opción personal), sino aprovechar al máximo el privilegio del que gozan, buscando más bien apoyar el estudio y la enseñanza, con algunas actividades pastorales que sean compatibles con tales.

Si no se puede y no se debe eliminar la teología de los ambientes académicos, hay sin embargo una cosa que los teólogos académicos pueden hacer, y es ser lo suficientemente humildes para reconocer sus límites. La suya no es la única, ni la más alta expresión de la fe. El padre Henri de Lubac escribió: "El ministerio de la predicación no es la vulgarización de una enseñanza doctrinal más abstracta, que sería anterior y superior a ella. Es, por el contrario, la enseñanza doctrinal misma, en su forma más elevada. Esto era real en la primera predicación cristiana, la de los apóstoles, y también lo es en la predicación de los que les sucedieron en la Iglesia: los padres, los doctores y nuestros pastores en el momento presente."xvi H. U. von Balthasar, a su vez, habla de "la misión de la predicación en la Iglesia, a la cual está subordinada la misión teológica misma."xvii

4. "¡Ánimo!, soy yo"

Para concluir volvemos a la divinidad de Cristo. Ella ilumina y enciende toda la vida cristiana.

Sin la fe en la divinidad de Cristo:

Dios está lejos,

Cristo permanece en su tiempo,

el Evangelio es uno de los muchos libros religiosos de la humanidad,

la Iglesia, una simple institución,

la evangelización, una propaganda,

la liturgia, la conmemoración de un pasado que ya no existe,

la moral cristiana, un peso no ligero y un yugo no suave.

Pero con la fe en la divinidad de Cristo:

Dios es el Emmanuel, el Dios con nosotros,

Cristo es el Resucitado, que vive en el Espíritu,

el Evangelio, la palabra definitiva de Dios a toda la humanidad,

la Iglesia, sacramento universal de salvación,

la evangelización, el compartir de un regalo,

la liturgia, encuentro gozoso con el Resucitado,

la vida presente, el principio de la eternidad.

Está escrito: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Jn 3, 36). La fe en la divinidad de Cristo es particularmente indispensable en este momento para mantener viva la esperanza sobre el futuro de la Iglesia y del mundo. Contra los gnósticos que negaban la verdadera humanidad de Cristo, Tertuliano alzó en su tiempo, el grito: "Parce unicae spei totius orbis", ¡No le quiten al mundo su única esperanza!xviii Tenemos que decirlo hoy a quienes se niegan a creer en la divinidad de Cristo.

A los apóstoles, después de haber calmado la tormenta, Jesús les pronunció una palabra que repite hoy a sus sucesores: "¡Ánimo!, soy yo, no tengan miedo" (Mc 6,50).

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

25 frases de la “Porta fidei” de Benedicto XVI anunciando el Año de la Fe.

Para los que no han tenido oportunidad de leer completa la “Porta Fidei” este es un magnifico resumen.

Autor: | Fuente: revistaecclesia.com

¿Ya leíste la Carta Apostólica «Porta fidei» en donde el Papa Benedicto XVI convoca al año de la fe que comenzó el 11 de octubre del 2012 y terminará el 24 de noviembre del 2013, solemnidad de Cristo Rey del Universo?

Para los que no han tenido oportunidad de leer completa la “Porta Fidei” este es un magnifico resumen:

25 frases de la Porta fidei de Benedicto XVI anunciando el Año de la Fe 2012-2013

1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida

La necesidad de la fe ayer, hoy y siempre

2.- Profesar la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo -equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

3.- Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).

4.- Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

Vigencia y valor del Concilio Vaticano II

5- Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. [...] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

La renovación de la Iglesia es cuestión de fe

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.

7.- En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida.

La fe crece creyendo

8. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.

9.- La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».

Profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente

10.- Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.

11.- El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.

12.- No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre.

La utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica

13. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.

14.- Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

15.- En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

16. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.

17.- Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.

18.- La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.

Recorrer y reactualizar la historia de la fe

19. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.

20.- Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.

No hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe

21.-. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes -que siempre atañen a los cristianos-, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, abrigaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe"» (St 2, 14-18).

22.- La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

Lo que el mundo necesita son testigos de la fe

23.- Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

 24.- «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

25.- Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

Indicaciones pastorales para el Año de la Fe.   2012-2013

Algunas de las sugerencias recomendadas por la nota recomienda mejorar la calidad de la formación catequística, la celebración de la fe en la liturgia especialmente en la Eucaristía.

Autor: | Fuente: Vatican.va

                Lunes, 09 Enero 2012 (RV).- “La finalidad del “Año de la fe es contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, para que todos los miembros de la Iglesia sean testigos creíbles y gozosos del Señor resucitado, capaces de indicar la puerta de la fe a tantas personas que buscan la verdad”. Estas palabras introducen la Nota con las indicaciones pastorales para el Año de la fe, fechada el 6 de enero 2012, Solemnidad de la Epifanía, y qué fue publicada el 7 de enero, por la Congregación para la Doctrina de la fe.

Se recuerda que con la Carta apostólica Porta fidei del 11 de octubre 2011, Benedicto XVI ha proclamado un Año de la fe que comenzará el 11 de octubre 2012, fecha del 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará el 24 de noviembre 2013, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

La nota de la Congregación para la doctrina de la fe recuerda que con la promulgación de dicho Año, el Santo Padre desea colocar en el centro de la atención eclesial aquello a lo que, desde el inicio de su pontificado, concede mayor importancia, es decir, el encuentro con Jesucristo y la belleza de la fe en Él. Igualmente, el comunicado pone de relieve que los aniversarios que se celebrarán durante el Año de la Fe asumen una mayor relevancia, pues serán una ocasión privilegiada para promover el conocimiento y la difusión de los contenidos del Concilio Vaticano II y también del Catecismo de la Iglesia Católica que cumplirá, el 11 de octubre de este año, el 20º aniversario de su promulgación por el beato Juan Pablo II.

Las propuestas de la Nota de la Congregación para la Doctrina de la fe se articulan en cuatro niveles: Iglesia universal; Conferencias Episcopales; Diócesis; y las Parroquias, Comunidades, Asociaciones y Movimientos. Y entre las sugerencias particulares de la nota, recomienda iniciativas ecuménicas; mejorar la calidad de la formación catequística; utilizar ampliamente los nuevos lenguajes de la comunicación y del arte, en “transmisiones televisivas o radiofónicas, películas y publicaciones; promover un “diálogo renovado y creativo entre fe y razón mediante simposios, congresos y jornadas de estudio, especialmente en las Universidades católicas”; sin olvidar que la propuesta central sigue siendo la celebración de la fe en la liturgia, concretamente en la Eucaristía, porque “en la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización.

Por último se informa que en el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización se instituirá una Secretaría para el Año de la fe, con el fin de coordinar las diversas iniciativas promovidas por los Dicasterios de la Santa Sede y aquéllas que sean relevantes para la Iglesia universal”. Las indicaciones ofrecidas en la Nota-concluye el comunicado- tienen la finalidad de invitar a todos los miembros de la Iglesia a comprometerse en el Año de la fe para redescubrir y “compartir lo más valioso que tiene el cristiano: Jesucristo, redentor del hombre, Rey del Universo, ´iniciador y consumador de la fe´.

Indicaciones pastorales para el Año de la Fe

                Introducción

Con la Carta apostólica Porta fidei , del 11 de octubre de 2011, el Santo Padre Benedicto XVI ha proclamado un Año de la fe, que comenzará el 11 de octubre de 2012, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, y concluirá el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

Ese año será una ocasión propicia para que todos los fieles comprendan con mayor profundidad que el fundamento de la fe cristiana es «el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»1. Fundada en el encuentro con Jesucristo resucitado, la fe podrá ser redescubierta integralmente y en todo su esplendor. «También en nuestros días la fe es un don que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar. Que en esta celebración del Bautismo el Señor nos conceda a todos la gracia de vivir la belleza y la alegría de ser cristianos»2.

El comienzo del Año de la fe coincide con el recuerdo agradecido de dos grandes eventos que han marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los cincuenta años pasados desde la apertura del Concilio Vaticano II por voluntad del Beato Juan XXIII (1 de octubre de 1962) y los veinte años desde la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, legado a la Iglesia por el Beato Juan Pablo II (11 de octubre de 1992).

Según las palabas del Papa Juan XXIII, el Concilio ha querido «transmitir pura e íntegra, la doctrina, sin atenuaciones ni deformaciones» comprometiéndose a que «esta doctrina, cierta e inmutable, que debe ser fielmente respetada, sea profundizada y presentada de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo»3. En este sentido, continúa siendo de crucial importancia la afirmación inicial de la Constitución dogmática Lumen gentium: «Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia»4. Desde la luz de Cristo que purifica, ilumina y santifica en la celebración de la sagrada liturgia (cf. Constitución Sacrosanctum Concilium), y con su palabra divina (cf. Constitución dogmática Dei Verbum) el Concilio ha querido ahondar en la naturaleza íntima de la Iglesia (cf. Constitución dogmática Lumen gentium) y su relación con el mundo contemporáneo (cf. Constitución pastoral Gaudium et spes). Alrededor de sus cuatro Constituciones, verdaderos pilares del Concilio, se agrupan las Declaraciones y Decretos, que abordan algunos de los principales desafíos de nuestro tiempo.

Después del Concilio, la Iglesia ha trabajado para que sus ricas enseñanzas sean recibidas y aplicadas en continuidad con toda la Tradición y bajo la guía segura del Magisterio. Para facilitar la correcta recepción del Concilio, los Sumos Pontífices han convocado reiteradamente el Sínodo de los Obispos5, instituido por el Siervo de Dios Pablo VI en 1965, proponiendo a la Iglesia directrices claras a través de las diversas Exhortaciones apostólicas post-sinodales. La próxima Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en octubre de 2012, tendrá como tema: La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.

Desde el comienzo de su pontificado, el Papa Benedicto XVI se ha comprometido firmemente en procurar una correcta comprensión del Concilio, rechazando como errónea la llamada «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura», y promoviendo la que él mismo ha llamado «´hermenéutica de la reforma´, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino»6.

El Catecismo de la Iglesia Católica, colocándose en esta línea, por un lado se presenta como un «auténtico fruto del Concilio Vaticano II»7, y por otro intenta favorecer su acogida. El Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985, convocado con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II y para hacer un balance de su recepción, sugirió la preparación de este Catecismo para ofrecer al pueblo de Dios un compendio de toda la doctrina católica y un texto de referencia segura para los catecismos locales. El Papa Juan Pablo II aceptó esta propuesta como un deseo de «responder plenamente a una necesidad real de la Iglesia universal y las Iglesias particulares»8. Redactado en colaboración con todo el episcopado de la Iglesia Católica, este Catecismo «manifiesta de verdad una cierta ´sinfonía´ de la fe».9

El Catecismo presenta «lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52), dado que la fe es siempre la misma y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas. Para responder a esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia Católica, por una parte, toma la estructura "antigua", tradicional, ya utilizada por el catecismo de san Pío V, articulando el contenido en cuatro partes: Credo; Sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir del Decálogo; y, por último, la oración cristiana. Con todo, al mismo tiempo, el contenido se expresa a menudo de un modo "nuevo", para responder a los interrogantes de nuestra época»10. Este Catecismo es «un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe»11. Allí se hallan «los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe»12.

El Año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la "puerta de la fe"a tantos que están en búsqueda de la verdad. Esta "puerta" abre los ojos del hombre para ver a Jesucristo presente entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Él nos enseña cómo «el arte del vivir» se aprende «en una relación intensa con él»13. «Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe».14

Por encargo del Papa Benedicto XVI15, la Congregación para la Doctrina de la Fe, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede y con la contribución de la Comisión para la preparación del Año de la fe16, ha escrito esta Nota con indicaciones para vivir este tiempo de gracia, las cuales no excluyen otras propuestas que el Espíritu Santo quiera suscitar entre los pastores y fieles de distintas partes del mundo.

Indicaciones

«Sé en quien he puesto mi confianza» (2 Tm 1, 12): estas palabras de San Pablo nos ayudan a comprender que la fe «es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado»17. La fe como confianza personal en el Señor y la fe que profesamos en el Credo son inseparables, se evocan y exigen mutuamente. Hay un fuerte vínculo entre la fe vivida y sus contenidos: la fe de los testigos y confesores es también la fe de los apóstoles y doctores de la Iglesia.

En este sentido, las siguientes indicaciones para el Año de la fe tienen el objetivo de favorecer el encuentro con Cristo a través de testigos auténticos de la fe y aumentar el conocimiento de sus contenidos. Se trata de propuestas que tienen la intención de solicitar una respuesta eclesial ante la invitación del Santo Padre, para vivir en plenitud este año como un especial «tiempo de gracia»18. El redescubrimiento gozoso de la fe también ayudará a consolidar la unidad y la comunión entre las distintas realidades que conforman la gran familia de la Iglesia.

I. En el ámbito de Iglesia universal

1. El principal evento al comienzo del Año de la fe será la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada por el Papa Benedicto XVI para el mes de octubre de 2012 y dedicada Al tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Durante el Sínodo, el 11 de octubre de 2012 tendrá lugar una solemne celebración para dar inicio al Año de la fe, en recuerdo del quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.

2. En el Año de la fe hay que alentar las peregrinaciones de los fieles a la Sede de Pedro, para profesar la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, uniéndose a aquél que hoy está llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 32). Será importante también fomentar las peregrinaciones a Tierra Santa, el lugar que tuvo la primicia de conocer a Jesús, el Salvador, y a María, su madre.

3. Durante este año será útil invitar a los fieles a dirigirse, con particular devoción a María, imagen de la Iglesia, que «reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe»19. Por lo tanto, se debería alentar toda iniciativa que ayude a los fieles a reconocer el papel especial de María en el misterio de la salvación, a amarla filialmente y a imitar su fe y virtud. Para ello será muy conveniente organizar peregrinaciones, celebraciones y reuniones en los principales Santuarios.

4. La próxima Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, en julio de 2013, ofrecerá a los jóvenes una ocasión privilegiada para experimentar el gozo que proviene de la fe en el Señor Jesús y de la comunión con el Santo Padre, en la gran familia de la Iglesia.

5. Al respecto, sería conveniente la realización de simposios, congresos y reuniones de gran escala, incluso a nivel internacional, que favorezcan la comunicación de auténticos testimonios de la fe y el conocimiento de los contenidos de la doctrina de la Iglesia Católica. Demostrando que también hoy la Palabra de Dios sigue creciendo y diseminándose, es importante que se dé testimonio de que en Jesucristo «encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano»20 y que la fe «se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre»21. Algunos congresos serán especialmente dedicados al redescubrimiento de las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

6. El Año de la fe ofrecerá a todos los creyentes una buena oportunidad para profundizar en el conocimiento de los principales documentos del Concilio Vaticano II y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica. Esto vale particularmente para los candidatos al sacerdocio, en especial durante el año propedéutico o los primeros años de estudios teológicos, para los novicios y novicias de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, así como para aquellos que se preparan a entrar en una Asociación o Movimiento eclesial.

7. Este año será una ocasión propicia para acoger con mayor atención las homilías, catequesis, discursos y otras intervenciones del Santo Padre. Los pastores, personas consagradas y fieles laicos serán invitados a un renovado compromiso de adhesión eficaz y cordial a la enseñanza del Sucesor de Pedro.

8. Durante el Año de la fe, en colaboración con el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, se esperan iniciativas ecuménicas dirigidas a invocar de Dios y favorecer «la restauración de la unidad entre todos los cristianos», que «es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II»22. En particular, tendrá lugar una solemne celebración ecuménica para reafirmar la fe en Cristo de todos los bautizados.

9. En el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización será establecida una secretaría especial para coordinar las diversas iniciativas sobre el Año de la fe promovidas por los distintos Dicasterios de la Santa Sede o que de todos modos sean relevantes para la Iglesia universal. Será conveniente que con tiempo se informe a esta secretaría sobre los principales eventos que se organicen y también podrá sugerir iniciativas apropiadas. La secretaríaabrirá un sitio especial en Internet, para proporcionar información útil para vivir de manera efectiva el Año de la fe.

10. Al final de este año, en la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, tendrá lugar una Eucaristía celebrada por el Santo Padre, en el que se renovará solemnemente la profesión de fe.

II. En el ámbito de las Conferencias Episcopales (23)

1. Las Conferencias Episcopales podrán dedicar una jornada de estudio al tema de la fe, de su testimonio personal y de su transmisión a las nuevas generaciones, de acuerdo con la misión específica de los Obispos como maestros y «pregoneros de la fe»24.

2. Será útil favorecer la reedición de los Documentos del Concilio Vaticano II, del Catecismo de la Iglesia Católica y de su Compendio, en ediciones económicas y de bolsillo, y su más amplia difusión con el uso de medios electrónicos y modernas tecnologías.

3. Se espera que se renueve el esfuerzo para traducir los documentos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica a los idiomas que aún no cuentan con traducción propia. Hay que alentar iniciativas de apoyo caritativo a las traducciones a las lenguas locales de los territorios de misión cuyas Iglesias particulares no puede sostener tales gastos. Esto podrá llevar a cabo bajo la dirección de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

4. Los pastores, aprovechando los nuevos lenguajes de la comunicación, se esfuercen por promover trasmisiones televisivas o radiofónicas, películas y publicaciones, incluso a nivel popular, accesibles a un público amplio, sobre el tema de la fe, sus principios y contenidos, así como la importancia eclesial del Concilio Vaticano II.

5. Los santos y beatos son los auténticos testigos de la fe25. Por lo tanto, será conveniente que las Conferencias Episcopales se esfuercen por dar a conocer los santos de su territorio, usando incluso los medios modernos de comunicación social.

6. El mundo contemporáneo es sensible a la relación entre fe y arte. En este sentido, se recomienda a las Conferencias Episcopales que, para enriquecimiento de la catequesis y una eventual colaboración ecuménica, se fomente el aprecio por el patrimonio artístico que se encuentra en lugares confiados a su cuidado pastoral.

7. Se invita a los docentes de los Centros de estudios teológicos, Seminarios y Universidades católicas a verificar la relevancia que, en su enseñanza, tienen los contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica y las implicaciones que se derivan para sus respectivas disciplinas.

8. Será útil preparar con la ayuda de teólogos y escritores de renombre, subsidios divulgativos de carácter apologético (cf. 1 Pe 3, 15), para que los fieles puedan responder mejor a las preguntas que surgen en los distintos contextos culturales. Se trata de los desafíos de las sectas, los problemas asociados con el secularismo y el relativismo, y de los «interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos»26, así como de otras dificultades específicas.

9. Sería deseable revisar los catecismos locales y los subsidios catequísticos en uso en las Iglesias particulares, para asegurar su plena conformidad con el Catecismo de la Iglesia Católica27. En el caso de que algunos catecismos o subsidios para la catequesis no estén en completa sintonía con el Catecismo o que padezcan lagunas, será oportuno comenzar la elaboración de nuevos catecismos, sirviéndose del ejemplo y la ayuda de otras Conferencias Episcopales que ya lo hayan hecho.

10. En colaboración con la Congregación para la Educación Católica, competente en materia, será oportuno verificar que los contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica estén presentes en la Ratio de la formación de los futuros sacerdotes y en el currículo de sus estudios teológicos.

III. En el ámbito diocesano

1. Se auspicia una celebración de apertura del Año de la fe y de su solemne conclusión en el ámbito de cada Iglesia particular, para «confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo»28.

2. Será oportuno organizar en cada diócesis una jornada sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, invitando a tomar parte en ella sobre todo a sacerdotes, personas consagradas y catequistas. En esta ocasión, por ejemplo, las eparquías católicas orientales podrán tener un encuentro con los sacerdotes para dar testimonio de su específica sensibilidad y tradición litúrgicas en la única fe en Cristo; así, las Iglesias particulares jóvenes de las tierras de misión podrán ser invitadas a ofrecer un testimonio renovado de la alegría de la fe que las distingue.

3. Cada obispo podrá dedicar una Carta pastoral al tema de la fe, recordando la importancia del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, teniendo en cuenta las circunstancias específicas de la porción de fieles a él confiada.

4. Se espera que en cada Diócesis, bajo la responsabilidad del obispo, se organicen eventos catequísticos para jóvenes y para quienes buscan encontrar el sentido de la vida, con el fin de descubrir la belleza de la fe de la Iglesia, aprovechando la oportunidad de reunirse con sus testigos más reconocidos.

5. Será oportuno verificar la recepción del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica en la vida y misión de cada Iglesia particular, especialmente en el ámbito catequístico. En tal sentido, se espera un renovado compromiso de parte de los departamentos de catequesis de las diócesis, que sostenidos por las comisiones para la catequesis de las Conferencias Episcopales, tienen en deber de ocuparse de la formación de los catequistas en lo relativo a los contenidos de la fe.

6. La formación permanente del clero podrá concentrarse, particularmente en este Año de la fe, en los documentos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, tratando, por ejemplo, temas como "el anuncio de Cristo resucitado", "la Iglesia sacramento de salvación", "la misión evangelizadora en el mundo de hoy", "fe e incredulidad", "fe, ecumenismo y diálogo interreligioso", "fe y vida eterna", "hermenéutica de la reforma en la continuidad" y "elCatecismo en la atención pastoral ordinaria".

7. Se invita a los Obispos a organizar celebraciones penitenciales, particularmente durante la cuaresma, en las cuales se ponga un énfasis especial en pedir perdón a Dios por los pecados contra la fe. Este año será también un tiempo favorable para acercarse con mayor fe y frecuencia al sacramento de la Penitencia.

8. Se espera la participación del mundo académico y de la cultura en un diálogo renovado y creativo entre fe y razón, a través de simposios, congresos y jornadas de estudio, especialmente en las universidades católicas, que muestren «cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad»29.

9. Será importante promover encuentros con personas que «aun no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo»30, inspirándose también en los diálogos del Patio de los Gentiles, iniciados bajo la guía del Consejo Pontificio de la Cultura.

10. El Año de la fe será una ocasión para dar mayor atención a las escuelas católicas, lugares privilegiados para ofrecer a los alumnos un testimonio vivo del Señor, y cultivar la fe con una oportuna referencia al uso de buenos instrumentos catequísticos, como por ejemplo el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica o el Youcat.

IV. En el ámbito de las parroquias / comunidades / asociaciones / movimientos

1. En preparación al Año de la fe, todos los fieles están invitados a leer y meditar la Carta apostólica Porta fidei del Santo Padre Benedicto XVI.

2. El Año de la fe «será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía»31. En la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización, la fe de la Iglesia es proclamada, celebrada y fortalecida. Todos los fieles están invitados a participar de ella en forma consciente, activa y fructuosa, para ser auténticos testigos del Señor.

3. Los sacerdotes podrán dedicar mayor atención al estudio de los documentos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo sus frutos para la pastoral parroquial -catequesis, predicación, preparación a los sacramentos, etc.- y proponiendo ciclos de homilías sobre la fe o algunos de sus aspectos específicos, como por ejemplo, "el encuentro con Cristo", "los contenidos fundamentales del Credo" y "la fe y la Iglesia"32.

4. Los catequistas podrán apelar aún más a la riqueza doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica y, bajo la responsabilidad de los respectivos párrocos, guiar grupos de fieles en la lectura y la profundización común de este valioso instrumento, con la finalidad de crear pequeñas comunidades de fe y testimonio del Señor Jesús.

5. Se espera por parte de las parroquias un renovado compromiso en la difusión y distribución del Catecismo de la Iglesia Católica y de otros subsidios aptos para las familias, auténticas iglesias domésticas y lugares primarios de la transmisión de la fe. El contexto de tal difusión podría ser, por ejemplo, las bendiciones de las casas, el bautismo de adultos, las confirmaciones y los matrimonios. Esto contribuirá a confesar y profundizar la doctrina católica «en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre»33.

6. Será conveniente promover misiones populares y otras iniciativas en las parroquias y en los lugares de trabajo, para ayudar a los fieles a redescubrir el don de la fe bautismal y la responsabilidad de su testimonio, conscientes de que la vocación cristiana «por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado»34.

7. En este tiempo, los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica son llamados a comprometerse en la nueva evangelización mediante el aporte de sus propios carismas, con una renovada adhesión al Señor Jesús, fieles al Santo Padre y a la sana doctrina.

8. Las comunidades contemplativas durante el Año de la fe dedicarán una particular atención a la oración por la renovación de la fe en el Pueblo de Dios y por un nuevo impulso en su transmisión a las jóvenes generaciones.

9. Las Asociaciones y los Movimientos eclesiales están invitados a hacerse promotores de iniciativas específicas que, mediante la contribución del propio carisma y en colaboración con los pastores locales, se incorporen al gran evento del Año de la fe. Las nuevas Comunidades y Movimientos eclesiales, en modo creativo y generoso, encontrarán los medios más eficaces para ofrecer su testimonio de fe al servicio de la Iglesia.

10. Todos los fieles, llamados a reavivar el don de la fe, tratarán de comunicar su propia experiencia de fe y caridad35, dialogando con sus hermanos y hermanas, incluso de otras confesiones cristianas, sin dejar de lado a los creyentes de otras religiones y a los que no creen o son indiferentes. Así se espera que todo el pueblo cristiano comience una especie de misión entre las personas con quienes viven y trabajan, conscientes de haber «recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos»36

Conclusión

La fe «es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo»37. La fe es un acto personal y comunitario: es un don de Dios, para vivirlo en la gran comunión de la Iglesia y comunicarlo al mundo. Cada iniciativa del Año de la fe busca favorecer el gozoso redescubrimiento y el renovado testimonio de la fe. La indicaciones aquí ofrecidas tienen el objetivo de invitar a todos los miembros de la Iglesia a comprometerse para que este año sea una ocasión privilegiada para compartir lo más valioso que tiene el cristiano: Jesucristo, Redentor del hombre, Rey del Universo, «iniciador y consumador de nuestra fe» (Heb 12, 2).

Dado en Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 6 de enero de 2012, Solemnidad de la Epifanía del Señor.

William Cardenal Levada           Prefecto  Luis Ladaria F., S.I.,    Arzobispo titular de Thibica, Secretario

San Basilio y la fe en el Espíritu Santo

Tercer sermón de Cuaresma

CIUDAD DEL VATICANO, sábado 24 marzo 2012 (ZENIT).-  tercera prédica de Cuaresma del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap, predicador de la Casa Pontificia, realizada este viernes en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano.

                Autor:  P. Raniero Cantalamessa

1. La fe termina en las cosas

                El filósofo Edmund Husserl resumió el programa de su fenomenología con el lema: Zu den Sachen selbst!, ir a las cosas mismas, a las cosas como realmente son, antes de su conceptualización y formulación. Otro filósofo que vino después de él, Sartre, dice que "las palabras y, con ellas, el significado de las cosas y las formas de su uso" no son más que "los signos sutiles de reconocimiento que los hombres han trazado sobre su superficie": se debe sobrepasarlos para tener la revelación imprevista, que deja sin aliento, la "existencia" de las cosas1.

Santo Tomás de Aquino había formulado mucho antes un principio similar en referencia a las cosas o a los objetos de la fe: Fides non terminatur ad enunciabile, sed ad rem: la fe no termina en los enunciados, sino en la realidad. Los padres de la Iglesia son modelos insuperables de esa fe que no se detiene en las fórmulas, sino que va a la realidad. Después de la época dorada de los grandes padres y doctores, vemos casi de inmediato lo que un estudioso de la patrística define como "el triunfo del formalismo"3. Conceptos y términos, como sustancia, persona, hipóstasis, son analizados y estudiados por sí mismos, sin la constante referencia a la realidad que con ellos los creadores del dogma habían tratado de expresar.

Atanasio es quizás el caso más ejemplar de una fe que se preocupa más de la cosa que de su enunciación. Durante algún tiempo, después del Concilio de Nicea, parece ignorar el término homousios, consustancial, mientras defiende con la tenacidad que vimos la última vez su contenido, es decir, la plena divinidad del Hijo y su igualdad con el Padre. También está dispuesto a aceptar términos equivalentes para él, porque estaba claro que tenía la intención de mantener firme la fe de Nicea. Sólo más tarde, cuando se dio cuenta de que ese término era el único que no daba escapatoria a la herejía, le dio un uso cada vez más generalizado.

 Este hecho se nota porque sabemos los daños causados a la comunión eclesial, al dar más importancia al acuerdo sobre los términos que lo referido a los contenidos de la fe. En los últimos años se ha podido restaurar la comunión con algunas iglesias orientales, llamadas monofisitas, tras reconocer que su conflicto con la fe de Calcedonia era por el significado diferente dado al término ousia e hipóstasis, y no la sustancia de la doctrina. El acuerdo entre la Iglesia católica y la Federación Mundial de Iglesias Luteranas sobre el tema de la justificación por la fe, firmado en 1998, mostró que el viejo conflicto sobre este punto era más en cuanto a los términos que en la realidad. Las fórmulas, una vez acuñadas, tienden a fosilizarse, volviéndose banderas y signos de pertenencia, más que expresiones de una fe vivida.

2. San Basilio y la divinidad del Espíritu Santo

Hoy nos subimos sobre los hombros de otro gigante, san Basilio el Grande (329-379), para examinar con él otra realidad de nuestra fe, el Espíritu Santo. Ya veremos cómo también él es un modelo de la fe que no se detiene en las fórmulas, sino que va a la realidad.

Sobre la divinidad del Espíritu Santo, Basilio no dice ni la primera ni la última palabra, es decir, no es él quien abre el debate, ni tampoco quien lo concluye. Quien abrió el discurso sobre el estatus ontológico del Espíritu Santo fue san Atanasio. Hasta él, la doctrina del Paráclito se había quedado en las sombras, y se entiende el por qué: no se podía definir la posición del Espíritu Santo en la divinidad, antes de que fuera definida la del Hijo. Se limitaba por tanto a repetir el símbolo de la fe: "y creo en el Espíritu Santo", sin otras adiciones.

Atanasio, en las Cartas a Serapión, inicia el debate que conducirá a la definición de la divinidad del Espíritu Santo en el Concilio de Constantinopla del 381. Enseña que el Espíritu es plenamente divino, consustancial con el Padre y con el Hijo, que no pertenece al mundo de las criaturas, sino al del creador y la evidencia, aquí también, es que su contacto nos santifica, nos diviniza, lo que no podría hacer si él mismo no fuese Dios.

He dicho que Basilio ni siquiera dice la última palabra. Se abstiene de aplicar al Paráclito el título de "Dios" y de "consustancial". Afirma con claridad la fe en la plena divinidad del Espíritu usando expresiones equivalentes, tales como la igualdad con el Padre y el Hijo en la adoración (la isotimia), su homogeneidad y no heterogeneidad con respecto a ellos. Son los términos con los cuales la divinidad del Espíritu Santo fue definida en el concilio ecuménico de Constantinopla en el año 381 y que desarrollaron el artículo de fe sobre el Espíritu Santo que profesamos aún hoy en el credo.

Esta actitud prudente de Basilio, para no alejar aún más a la otra parte de los macedonios, provocó la crítica de Gregorio Nacianceno, que se encuentra entre aquellos que tuvieron el coraje suficiente como para pensar que el Espíritu Santo es Dios, pero no lo suficiente como para proclamarlo explícitamente. Tomando la iniciativa, escribe. "¿El Espíritu es Dios? ¡Por supuesto! ¿Es consustancial? Sí, si es verdad que es Dios"4.

Si por tanto Basilio no dice, sobre la teología del Espíritu Santo, ni la primera ni la última palabra, ¿por qué elegirlo como nuestro maestro de fe en el Paráclito? Es que Basilio, como ya Atanasio, está más preocupado por la "cosa" que por su formulación, más de la plena divinidad del Espíritu que de los términos con que expresar esa fe. La cosa, para decirlo en términos de Tomás de Aquino, le interesa más que su enunciación. Nos traslada a lo vivo de la persona y de la acción del Espíritu Santo.

La de Basilio es una pneumatología concreta, vivida, no escolástica, sino "funcional" en el sentido más positivo del término, y es eso lo que hace que sea especialmente actual y útil para nosotros hoy. Debido a la cuestión mencionada del Filioque, la pneumatología ha terminado por reducirse a través de los siglos casi exclusivamente al problema de la procedencia del Espíritu Santo: si sólo del Padre, como dicen los orientales, o también del Hijo, como profesamos los latinos. Algo de la pneumatología concreta de los Padres ha pasado por los tratados sobre "los Siete dones del Espíritu Santo", pero limitado al ámbito de la santificación personal y a la vida contemplativa.

El Concilio Vaticano II inició una renovación en este campo, por ejemplo, cuando ha devuelto los carismas de la hagiografía, que son las vidas de los santos, a la eclesiología, que es la vida de la Iglesia, hablando de ellos en la Lumen Gentium5. Pero fue sólo el comienzo; todavía queda mucho por hacer para poner de relieve la acción del Espíritu Santo en toda la vida del pueblo de Dios. En ocasión del XVI centenario del Concilio ecuménico de Constantinopla del 381, el beato Juan Pablo II escribió una carta apostólica en la que entre otras cosas, dijo: "Todo el trabajo de renovación de la Iglesia, que el Concilio Vaticano II tan providencialmente ha propuesto y comenzado... no se puede realizar sin el Espíritu Santo, es decir, con la ayuda de su luz y de su fuerza"6.Basilio, lo vamos a ver, nos hace de guía en este camino.

3. El Espíritu Santo en la historia de la salvación y en la Iglesia

Es interesante conocer el origen de su tratado sobre el Espíritu Santo. Está curiosamente ligada a la oración del Gloria Patri. Durante la liturgia, Basilio había pronunciado a veces la doxología en la forma: "Gloria al Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo", otras veces en la forma: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo." Esta segunda forma clarificaba más que la primera la igualdad de las tres personas, coordinándolas, en lugar de subordinarlas entre sí. En la atmósfera recalentada de los debates sobre la naturaleza del Espíritu Santo, el tema provocó las protestas y Basilio escribió su obra para justificar sus acciones; en la práctica, para defender contra los herejes macedonios la plena divinidad del Espíritu Santo.

Pero vayamos al punto por el cual, decía, la doctrina de Basilio se revelaba especialmente actual: su capacidad para iluminar la acción del Espíritu en cada momento de la historia de la salvación y en todos los ámbitos de la vida de la iglesia. Inicio de la obra del Espíritu en la creación.

"En la creación, la causa primera de lo que existe es el Padre, la causa instrumental es el Hijo, la causa perfeccionadora es el Espíritu. Por la voluntad del Padre los espíritus creados existen; por la fuerza de la acción del Hijo son llevados al ser, por la presencia del Espíritu llegan a la perfección... Si se intenta sustraer al Espíritu de la creación, todas las cosas se mezclan y la vida surge sin ley, sin orden, sin ningún tipo de determinación"7.

San Ambrosio retomará este pensamiento de Basilio elaborando una conclusión sugerente. Refiriéndose a los dos primeros versículos del Génesis ("la tierra era un caos y desierta y las tinieblas cubrían el abismo"), observa:

"Cuando el Espíritu comenzó a flotar sobre ella, la creación no tenía aún ninguna belleza. En cambio, cuando la creación recibió la acción del Espíritu, obtuvo todo el esplendor de la belleza que la hizo brillar como 'mundo'"8.

En otras palabras, el Espíritu Santo es el que transforma la creación, del caos al cosmos, que hace de él algo bello, ordenado, limpio, un "mundo" (mundus) justo, de acuerdo con el significado original de esta palabra y de la palabra griega cosmos. Ahora sabemos que la acción creadora de Dios no se limita al instante inicial, como se creyó en la visión deísta o mecanicista del universo. Dios no "fue" una vez, sino que siempre "es" creador. Esto significa que el Espíritu Santo es el que hace pasar continuamente al universo, a la Iglesia y a cada persona, del caos al cosmos, es decir: del desorden al orden, de la confusión a la armonía, de la deformidad a la belleza, de la vetustez a la novedad. No, por supuesto, mecánicamente y bruscamente, sino en el sentido de que está trabajando en ella y lleva hasta un fin su propia evolución. Él es el que siempre "crea y renueva la faz de la tierra" (cf. Sal. 104,30).

Esto no significa, explicaba Basilio en ese mismo texto, que el Padre había creado algo imperfecto y "caótico" que necesitaba ser corregido; simplemente, era el plan y la voluntad del Padre de crear por medio del Hijo y guiar a los seres a la perfección por medio del Espíritu.

Desde el inicio, el santo doctor va a ilustrar la presencia del Espíritu en la obra de la redención:

"En cuanto al plan de salvación (oikonomia) para el hombre, por mérito de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo, establecido por la voluntad de Dios, ¿se podría argumentar que se lleva a cabo por la gracia del Espíritu?"9.

En este punto, Basilio se abandona a la contemplación de la presencia del Espíritu en la vida de Jesús que está entre los pasajes más bellos de la obra y abre a la pneumatología un campo de investigación que solo recientemente se ha comenzado a reconsiderar10. El Espíritu Santo está actuando ya en el anuncio de los profetas y en la preparación para la venida del Salvador; por su poder se realiza la encarnación en el seno de María; es él el crisma con el que Jesús fue ungido por Dios en el bautismo. Cada obra fue realizada con la presencia del Espíritu. Este "estuvo presente cuando fue tentado por el diablo, cuando se realizaban los milagros; no lo dejó cuando resucitó de entre los muertos, y el domingo de Pascua se derramó sobre sus discípulos (cf. Jn 20, 22 s.). El Paráclito fue "el compañero inseparable" de Jesús durante toda su vida.

De la vida de Jesús, san Basilio va a ilustrar la presencia del Espíritu en la Iglesia:

"Y la organización de la Iglesia, ¿no es claro e indiscutible que es obra del Espíritu? Él mismo ha dado a la iglesia, dice Pablo, "en primer lugar a los apóstoles, luego a los profetas, y luego a los maestros ... Este orden está organizado de acuerdo a la diversidad de los dones del Espíritu"11.

En la anáfora que lleva el nombre de san Basilio --que nuestra actual Plegaria Eucarística IV ha seguido de cerca--, el Espíritu Santo ocupa un lugar central.

La última imagen es la presencia del Paráclito en la escatología: "Incluso en el momento del evento de la aparición del Señor de los cielos --escribe Basilio--, no estará ausente el Espíritu Santo." Este momento será, para los salvados, el paso de las "primicias" a la plena posesión del Espíritu, y para los condenados la separación definitiva, el corte entre el alma y el Espíritu"12.

4. El alma y el Espíritu

San Basilio no se detiene en la acción del Espíritu en la historia de la salvación y de la Iglesia. Como asceta y hombre espiritual, su principal interés es por la acción del Espíritu en la vida de cada bautizado. Aunque todavía sin establecer la distinción y el orden de las tres vías que se convertirán en clásicos más tarde, ilumina maravillosamente la acción del Espíritu Santo en la purificación del alma del pecado, en su iluminación y en la divinización que él llama "intimidad con Dios"13.

No podemos dejar de leer la página en la que, en constante referencia a la Escritura, el santo describe esta acción y dejarnos llevar por su entusiasmo:

"La relación de familiaridad del Espíritu con el alma, ¿no es un acercamiento en el espacio, como podría de hecho acercarse al incorpóreo corporalmente?, pero sobre todo consiste en la exclusión de las pasiones, las cuales, como resultado de su atracción por la carne, llegan al alma y la separan de la unión con Dios. Purificados de la inmundicia en la que se estaba por medio del pecado, y vueltos a la belleza natural, como habiendo restituido a una imagen real la antigua forma mediante la purificación, sólo así es posible aproximarse al Paráclito. Él, como un sol, reconociendo el ojo purificado, te mostrará en sí mismo la imagen del Invisible. En la bendita contemplación de la imagen, verás la indecible belleza del arquetipo. Por medio de él se elevan los corazones, los débiles se toman de la mano, aquellos que progresan alcanzan la perfección. Él, iluminando a aquellos que son purificados de toda mancha, los vuelve espirituales a través de la comunión con él. Es como los cuerpos claros y transparentes, cuando un rayo los golpea, se convierten en brillantes y reflejan un rayo diferente, así las almas portadores del Espíritu son iluminadas por el Espíritu; ellas mismas se vuelven plenamente espirituales y envían sobre otros la gracia. De aquí el preconocimiento de las cosas futuras; la comprensión de los misterios; la percepción de las cosas ocultas; la distribución de los carismas; la ciudadanía celestial; la danza con los ángeles; la alegría sin fin; la permanencia en Dios; la semejanza con Dios; el cumplimiento de los deseos: ser Dios"14.

No fue difícil para los investigadores descubrir detrás del texto de Basilio imágenes y conceptos derivados de las Enéadas de Plotino y hablar, en referencia a ello, de una infiltración externa en el cuerpo del cristianismo. De hecho, se trata de un tema puramente bíblico y paulino que se expresa, como era debido, en términos familiares y comprensibles para la cultura de la época. A la base de todo Basilio no pone la acción del hombre --la contemplación--, sino la acción de Dios y la imitación de Cristo. Estamos en las antípodas de la visión de Plotino y de toda filosofía. Todo, para él, comienza con el bautismo que es un nuevo nacimiento. El acto decisivo no está al final sino el comienzo del camino:

"Como en la doble carrera de los estadios, una parada y un descanso separan los caminos en la dirección opuesta, así también en el cambio de vida es necesario que una muerte se interponga entre las dos vidas para poner fin a lo que precede y dar inicio a las cosas sucesivas. ¿Cómo vamos a descender a los infiernos? Imitando la sepultura de Cristo por medio del bautismo"15.

El esquema básico es el mismo que Pablo. En el sexto capítulo de la Carta a los Romanos, el apóstol habla de la purificación radical del pecado que viene del bautismo y en el capítulo octavo se describe la lucha, que sostenida por el Espíritu, el cristiano debe llevar en el resto de su vida, contra los deseos de la carne, para avanzar hacia una vida nueva: “Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios[…].Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si viven según la carne, morirán. Pero si con el Espíritu hacen morir las obras del cuerpo, vivirán.” (Rom. 8, 5-13).

No es de extrañarse que para ilustrar la tarea descrita por san Pablo, Basilio haya utilizado una imagen de Plotino. Esta está al principio de una de las metáforas más universales de la vida espiritual y nos habla hoy no menos que a los cristianos de aquel tiempo:

"Ven, vuelve a ti y mira; y si todavía no te ves bello, imita al autor de una estatua que debe quedar hermosa: aquél en parte escalpela, en parte aplana; aquí suaviza, allí refina, hasta que le haya dado un bello rostro a la estatua. Del mismo modo, también tú quita lo superfluo, endereza lo torcido, y, a fuerza de purificar lo que es oscuro, has que se vuelva brillante y no dejes de fustigar a la estatua hasta que el esplendor divino de la virtud brille delante de ti"16.

Si la escultura, como decía Leonardo da Vinci, es el arte de la elevación, el filósofo tiene razón para comparar la purificación y la santidad a la escultura. Para los cristianos no se trata de llegar a una belleza abstracta, de construir una hermosa estatua, sino de descubrir y hacer más brillante la imagen de Dios que el pecado tiende constantemente a cubrir.

La historia cuenta que un día Miguel Ángel, caminando en un patio de Florencia vio un bloque de mármol en bruto cubierto de polvo y barro. Se detuvo de repente a verlo, y entonces, como iluminado por un relámpago, dijo a los presentes: "En esta masa de piedra se esconde un ángel: ¡lo voy a sacar!" Y comenzó a trabajar con un cincel para dar forma al ángel que había visto. Así también somos nosotros. Todavía somos masas de piedra en bruto, con una gran cantidad de "tierra" encima y tantos pedazos inútiles. Dios Padre nos mira y dice: "¡En este pedazo de piedra se oculta la imagen de mi Hijo; quiero sacarlo hacia afuera, para que brille por siempre conmigo en el cielo!" Y para hacer esto usa el cincel de la cruz, nos poda (cf. Jn. 15,2).

Los más generosos no sólo soportan los golpes del cincel, que vienen de fuera, sino también colaboran, en lo que se les concede, imponiéndose pequeñas, o grandes, mortificaciones voluntarias y quiebran su vieja voluntad. Decía un padre del desierto: "Si queremos ser completamente liberados, aprendamos a quebrantar nuestra voluntad, y así, poco a poco, con la ayuda de Dios, avanzaremos y llegaremos a la plena liberación de las pasiones. Es posible romper diez veces la propia voluntad en un tiempo brevísimo y le digo cómo. Uno está caminando y ve algo; su pensamiento le dice: ‘¡Mira allí!’, pero él responde a su pensamiento: ‘¡No, no lo veo!’, y quiebra la voluntad"17.

Este antiguo padre tiene otros ejemplos tomados de la vida monástica. Si se está hablando mal de alguien, tal vez del superior; tu hombre viejo te dice: "Participa también tú, dí lo que sabes. Pero tú respondes: "¡No!". Y mortificas al hombre viejo... Pero no es difícil ampliar la lista con otros actos de renuncia, propios del estado en que se vive y del oficio que se cubre.

Mientras se viva consintiendo los deseos de la carne, nos parecemos a los dos famosos "Bronces de Riace", cuando fueron desenterrados del fondo del mar, todos cubiertos de escamas y apenas reconocibles como figuras humanas. Si queremos brillar también nosotros, como estas dos obras maestras después de su restauración, la Cuaresma es el momento oportuno para poner manos a la obra.

5. Una mortificación "espiritual"

Hay un punto en el que la transformación del ideal de Plotino en ideal cristiano seguía siendo incompleta, o al menos poco explícita. San Pablo, lo hemos escuchado, dice: "Si mediante el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán." El Espíritu no es, pues, sólo el fruto de la mortificación, sino también lo que la hace posible; no está solo al final del camino, sino también al inicio. Los apóstoles no recibieron el Espíritu en Pentecostés porque se habían vuelto fervorosos; se volvieron fervorosos porque habían recibido el Espíritu.

Los tres padres capadocios fueron básicamente ascetas y monjes; Basilio, en particular, con su regla monástica (¡Asceticon!), fue el fundador del monaquismo cenobítico. Esto le llevó a acentuar con fuerza la importancia del esfuerzo humano. El hermano y discípulo de Basilio, Gregorio de Nisa, escribirá en esa línea: "En la medida en que desarrolles tus luchas por la misericordia, en esta misma medida se desarrolla también la grandeza del alma a través de estas luchas y de estos esfuerzos"18.

En la siguiente generación, esta visión de la ascesis será retomada y desarrollada por los escritores espirituales, como Juan Casiano, pero separados de la sólida base teológica que había en Basilio y en Gregorio de Nisa. "A partir de este punto --observa Bouyer--, el pelagianismo, poniendo el esfuerzo humano antes que la gracia, tendrá su punto de partida"xix. Pero este resultado negativo difícilmente se le puede atribuir a Basilio y a los Capadocios.

Volvemos para concluir, al motivo que vuelve a la doctrina de Basilio sobre el Espíritu Santo eternamente válida, y hoy, decía, más que nunca actual y necesaria: su concreción y adhesión a la vida de la Iglesia. Nosotros los latinos tenemos un medio privilegiado para hacer nuestro y transformar en oración este mismo tipo de neumatología: el himno del Veni Creator.

Es de principio a fin una contemplación orante de lo que el Espíritu hace en realidad: en toda la tierra y la humanidad como Espíritu creador; en la Iglesia, como Espíritu de santificación (don de Dios, agua viva, fuego, amor y unción espiritual ) y como Espíritu carismático (multiforme en sus dones, el dedo de la mano derecha de Dios que pone la palabra en los labios); en la vida del creyente, como una luz para la mente, amor para el corazón, curación para el cuerpo; como nuestro aliado en la lucha contra el mal y guía en el discernimiento del bien.

Invoquémosle con las palabras de la primera estrofa, pidiéndole hacer pasar también nuestro mundo y nuestra alma del caos al cosmos, de la dispersión a la unidad, de la fealdad del pecado a la belleza de la gracia.

Veni, Creator Spiritus/ mentes tuorum visita,/ imple superna gratia/ quae tu creasti pectora.

Oh Espíritu que suscitas la creación,/ invade a tus fieles en lo profundo,/ vierte la plenitud de la gracia/ en los corazones que creaste para tí solo.

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

San Gregorio de Nisa y el camino para el conocimiento de Dios

Cuarta prédica de Cuaresma del padre Cantalamessa

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 30 marzo 2012 (ZENIT).- A las 9 horas de la mañana de este viernes, en la Capilla Redemptoris Mater, en presencia del santo padre Benedicto XVI, el predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero Cantalamessa OFM Cap, realizó la cuarta y última prédica de Cuaresma. El tema de las meditaciones cuaresmales de este años ha sido: "Recordad a vuestros jefes e imitad su fe" (Hebreos 13,7). Ofrecemos el texto completo de la prédica.

1. Las dos dimensiones de la fe

                San Agustín hizo, a propósito de la fe, una distinción que se ha mantenido clásica hasta hoy: la distinción entre las cosas que se creen y el acto de creer: “Aliud sunt ea quae creduntur, aliud fides qua creduntur”1, la fides quae y la fides qua, como se dice en la teología. La primera se llama también fe objetiva, y la segunda fe subjetiva. Toda la reflexión cristiana sobre la fe se desarrolla entre estos dos polos.

Se plantean dos enfoques. Por un lado tenemos a aquellos que hacen hincapié en la importancia del intelecto en el creer, por lo tanto la fe objetiva, como asentimiento a las verdades reveladas; del otro lado, aquellos que hacen hincapié en la importancia de la voluntad y el afecto, es decir, la fe subjetiva, el creer en alguien ("creer en"), más que creer en algo ("creer que"); por un lado los que destacan las razones de la mente y del otro, los que, como Pascal, hacen hincapié en "las razones del corazón".

En diversas formas, esta oscilación reaparece en cada recodo de la historia de la teología: en la Edad Media, en las diferentes acentuaciones entre la teología de santo Tomás y la de san Buenaventura; en el tiempo de la reforma entre la fe confianza de Lutero, y la fe católica informada por la caridad; más tarde entre la fe dentro de los límites de la razón en Kant y la fe basada en el sentimiento de Schleiermacher y del romanticismo en general; más cerca a nosotros entre la fe de la teología liberal y aquella existencial de Bultmann, prácticamente vacía de todo contenido objetivo.

La teología católica contemporánea se esfuerza, como otras veces en el pasado, en encontrar el equilibrio adecuado entre las dos dimensiones de la fe. Se ha pasado la etapa en que, por razones polémicas contingentes, toda la atención en los manuales de teología había venido a centrarse en la fe objetiva (fides quae), es decir, en el conjunto de verdades en que se tiene que creer. "El acto de fe --se lee en un acreditado diccionario de teología--, en la corriente dominante de todas las denominaciones cristianas, aparece hoy como el descubrimiento de un Tú divino. La apologética de la prueba tiende a colocarse detrás de una pedagogía de la experiencia espiritual que tiende a iniciar una experiencia cristiana, de la cual se reconoce la posibilidad inscrita a priori en cada ser humano".2

En otras palabras, en lugar de aprovechar la fuerza de los argumentos externos a la persona, se busca de ayudarla a encontrar en sí misma la confirmación de la fe, tratando de despertar esa chispa que está en el "corazón inquieto" de cada hombre con el hecho de ser creado "a imagen de Dios".

Hice esta preámbulo, porque una vez más, esto nos permite ver la contribución que los padres pueden dar a nuestro esfuerzo por restaurar a la fe de la Iglesia, su brillo y su fuerza de impacto. Los más grandes entre ellos, son modelos insuperables de una fe que es tanto objetiva como subjetiva a la vez, preocupada del contenido de la fe, es decir de la ortodoxia, pero al mismo tiempo, creída y vivida con todo el ardor del corazón. El apóstol había proclamado: "corde creditur" (Rm 10,10), con el corazón se cree, y sabemos que con la palabra corazón, la Biblia incluye tanto las dimensiones espirituales del hombre, su inteligencia y su voluntad, el lugar simbólico del conocimiento y del amor. En este sentido, los padres son un enlace vital para encontrar la fe tal como se entiende en la Escritura.

2. "Creo en un solo Dios"

En esta última meditación nos aproximamos a los padres para renovar nuestra fe, en el objeto principal de la misma, en lo que comúnmente se entiende con la palabra "creer" y según lo cual distinguimos a las personas entre creyentes y no creyentes: la fe en la existencia de Dios. Hemos reflexionado, en las meditaciones anteriores, sobre la divinidad de Cristo, sobre el Espíritu Santo y sobre la Trinidad. Pero la fe en el Dios uno y trino es la etapa final de la fe, el "más" sobre Dios revelado por Cristo. Para alcanzar esta plenitud, primero se necesita haber creído en Dios. Antes de la fe en el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, está la fe en “un solo” Dio.

San Gregorio Nacianceno nos recuerda la pedagogía de Dios al revelarse a nosotros. En el Antiguo Testamento viene revelado abiertamente el Padre y veladamente el Hijo; en el Nuevo, abiertamente el Hijo y veladamente el Espíritu Santo; ahora, en la Iglesia, gozamos de la plena luz de la Trinidad entera. Jesús también se abstiene de decir a los apóstoles aquellas cosas de las cuales aún no son capaces de "poder con ello" (Jn. 16, 12). Debemos seguir la misma pedagogía también nosotros frente a aquellos a los que queremos anunciar hoy la fe.

La Carta a los Hebreos dice cuál es el primer paso para aproximarnos a Dios: "El que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan" (Hb. 11,6). Y esto es el fundamento de todo lo demás, que sigue siendo así incluso después de haber creído en la Trinidad. Vamos a ver cómo los padres pueden sernos de inspiración desde este punto de vista, teniendo en cuenta que nuestro propósito principal no es apologético, sino espiritual, más orientado a fortalecer nuestra fe, que a comunicarla a los demás. La guía que elegimos para este camino es san Gregorio de Nisa.

Gregorio de Nisa (331-394), hermano carnal de san Basilio, amigo y contemporáneo de Gregorio Nacianceno, es un padre y doctor de la iglesia, del cual se va descubriendo cada día más la estatura intelectual y la importancia decisiva en el desarrollo del pensamiento cristiano. "Uno de los pensadores más importantes y originales que conozca la historia de la iglesia" (L. Bouyer), "El fundador de una nueva religiosidad mística y extática" (H. von Campenhausen).

Los padres no tuvieron, como nosotros, que probar la existencia de Dios, sino la unicidad de Dios; no tuvieron que luchar contra el ateísmo, sino contra el politeísmo. Veremos, sin embargo, cómo el camino trazado por ellos para llegar al conocimiento del Dios único, es el mismo que puede conducir al hombre de hoy al descubrimiento del Dios en plenitud.

Para valorizar la contribución de los padres, en particular del Niceno, es necesario saber cómo se presentaba el problema de la unicidad de Dios en su tiempo. A medida que se venía desarrollando la doctrina de la Trinidad, los cristianos se vieron expuestos a la misma acusación con la que siempre se habían dirigido a los gentiles: el de creer en varios dioses. He aquí por qué el credo de los cristianos que, en sus distintas ediciones, desde hacía tres siglos, comenzaba con las palabras "Creo en Dios" (Credo in Deum), desde el siglo IV, muestra una pequeña pero significativa adición que no será nunca más omitida en adelante: "Creo en un solo Dios (Credo in unum Deum).

No es necesario repetir aquí los pasos que condujeron a este resultado; sin duda podemos empezar por el final de la misma. Hacia el final del siglo IV, se puso fin a la transformación del monoteísmo del Antiguo Testamento en el monoteísmo trinitario cristiano. Los latinos expresaban los dos aspectos del misterio con la fórmula "una sustancia y tres personas", los griegos con la fórmula "tres hipóstasis, una sola ousia". Después de una confrontación, el proceso aparentemente concluyó con un acuerdo total entre las dos teologías. "¿Podemos concebir - exclamó el Nacianceno - un acuerdo más pleno y decir absolutamente lo mismo, aunque con diferentes palabras?"3.

Había en realidad una diferencia entre las dos formas de expresar el misterio; hoy en día es habitual expresarla de esta manera: los griegos y los latinos, en lo referente a la Trinidad, se mueven en lados opuestos; los griegos parten de las personas divinas, es decir, de la pluralidad, para llegar a la unidad de la naturaleza; los latinos, a la inversa, parten de la unidad de la naturaleza divina, para llegar a las tres personas. "El latino considera la personalidad como una forma de la naturaleza: el griego considera la naturaleza como el contenido de la persona"4.

Creo que la diferencia puede ser expresada de otra manera. Tanto el latín como el griego, parten desde la unidad de Dios; tanto el símbolo griego como el latino comienza diciendo: "Creo en un solo Dios" (Credo in unum Deum!). Sólo que esta unidad para los latinos está concebida como impersonal o pre-personal; es la esencia de Dios que se especifica después en Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin, por supuesto, ser considerada como pre-existente a las personas. Para los griegos, sin embargo, se trata de una unidad ya personalizada, debido a que para ellos, "la unidad es el Padre, de quien y hacia quien existen las otras personas" 5. El primer artículo del credo de los griegos también dice "Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso" (Credo in unum Deum Patrem omnipotentem), sólo que "el Padre todopoderoso" aquí no se separa del 'unum Deum', como en el credo latino, sino que hace un todo con él: "Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso".

Esta es la manera en que concibieron la unidad de Dios los tres Capadocios, pero sobre todo san Gregorio de Nisa. La unidad de las tres personas divinas es dada, por él, en el hecho de que el Hijo es perfectamente (sustancialmente) "unido" al Padre, como lo es también el Espíritu Santo por medio del Hijo 6. Es este preciso argumento el que es difícil para los latinos, que ven en él el peligro de subordinar el Hijo al Padre y el Espíritu al uno y al otro: "El nombre "Dios"--dice Agustín--, indica toda la Trinidad, no solo el Padre" 7.

Dios es el nombre que damos a la divinidad cuando la consideramos no en sí misma, sino en relación a los hombres y al mundo, por que todo lo que ella hace fuera de sí, lo hace de manera conjunta, como única causa eficiente. La conclusión importante que podemos sacar de esto, a pesar de la diferente perspectiva de los latinos y de los griegos, es que la fe cristiana es también monoteísta; los cristianos no han renunciado a la fe judía en un solo Dios, que más bien la han enriquecido, dando un contenido y un significado nuevo y maravilloso a esta unidad. ¡Dios es uno, pero no solitario!

3. "Moisés entró en la nube"

¿Por qué elegir a san Gregorio de Nisa como una guía para el conocimiento de este Dios, ante quien somos como criaturas frente al Creador? La razón es que este padre, primero en el cristianismo, ha trazado un camino hacia el conocimiento de Dios que es particularmente útil en la situación religiosa del hombre moderno: el camino del conocimiento que pasa a través del no-conocimiento.

La ocasión la tuvieron por la polémica con el hereje Eunomio, el representante de un arrianismo radical contra el que escriben todos los grandes padres que vivieron a finales del siglo IV: Basilio, Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo, y, con más agudeza que todos, el Niceno. Eunomio identificaba la esencia divina en el ser "ingenerado" (agennetos). En este sentido, para él esto es perfectamente conocible y no muestra ningún misterio; podemos conocer a Dios nada menos de lo que él se conoce a sí mismo

Los padres respondieron al unísono apoyando la tesis de la "incognoscibilidad de Dios" en su realidad más íntima. Sin embargo, mientras los otros se detuvieron en una refutación de Eunomio basada sobre todo en las palabras de la biblia, el Niceno fue más allá al demostrar que el reconocimiento mismo de esta incognoscibilidad es el camino hacia el verdadero conocimiento (theognosia) de Dios. Lo hace retomando un tema ya esbozado por Filón 8: sobre Moisés que se encuentra con Dios entrando en la nube. El texto bíblico es Éxodo 24, 15-18 y he aquí su comentario:

"La manifestación de Dios a Moisés viene primero en la luz; más tarde habló con él en la nube; en la medida que se vuelve más perfecto, Moisés contempla a Dios en la oscuridad. La transición de la oscuridad a la luz es la primera separación de las ideas falsas y erróneas acerca de Dios; la inteligencia más cerca de las cosas ocultas, conduciendo al alma a través de las cosas visibles a la realidad invisible, es como una nube que oscurece toda la sensibilidad y acostumbra al alma a la contemplación de lo que está oculto; finalmente, el alma que ha recorrido estos caminos hacia las cosas celestiales, después de haber dejado todas las cosas terrenales lo más posible a la naturaleza humana, entra en el santuario del conocimiento divino (theognosia) rodeada por todas partes de la oscuridad divina" 9.

El verdadero conocimiento y la visión de Dios consiste "en ver que él es invisible, porque lo que el alma busca trasciende todo conocimiento, separado en cada parte de su incomprensibilidad como por una oscuridad" 10. En esta última etapa del conocimiento de Dios no se tiene un concepto, pero es aquello que el Niceno, con una expresión que se hizo famosa, llama "una cierta sensación de presencia" (aisthesin tina tes parusias) 11. Un sentir no con los sentidos corporales, por supuesto, sino con aquellos del interior del corazón. Este sentimiento no es la superación de la fe, sino su actuación más alta: "Con la fe --dice la novia del Cantar (Ct. 3, 6)--, he encontrado al amado." No lo "entiende"; hace algo mejor, ¡lo "abraza"! 12.

Estas ideas del Niceno han ejercido una inmensa influencia en el pensamiento cristiano posterior, al punto de ser considerado el fundador de la mística cristiana. A través de Dionisio Areopagita y Máximo el Confesor, que retomaron el tema, su influencia se extiende desde el mundo griego al latino. El tema del conocimiento de Dios en la oscuridad vuelve en Ángela de Foligno, en el autor de La nube del no-conocimiento, en el tema de la "docta ignorancia" de Nicolás de Cusa, en aquella de la "noche oscura" de Juan de la Cruz y en muchos otros.

4. ¿Qué humilla realmente a la razón?

Ahora me gustaría mostrar cómo la intuición de san Gregorio de Nisa puede ayudarnos a los creyentes a profundizar nuestra fe y a indicar al hombre moderno, convertido en escéptico de las "cinco vías" de la teología tradicional, alguna ruta que lo conduzca a Dios.

La novedad introducida por el Niceno en el pensamiento cristiano es que para encontrar a Dios, debemos ir más allá de los límites de la razón. Estamos en las antípodas del proyecto de Kant de mantener la religión "dentro de los límites de la simple razón ". En la cultura secularizada de hoy, se ha ido más allá de Kant: este en nombre de la razón (al menos de la razón práctica) « postulaba » la existencia de Dios; los racionalistas posteriores niegan también esto.

Se entiende cuán actual es el pensamiento del Niceno. El autor demuestra que la parte más alta de la persona, la razón, no se excluye de la búsqueda de Dios; que no se está obligado a elegir entre la fe y el seguir a la inteligencia. Entrando en la nube, es decir, creyendo, la persona humana no renuncia a su racionalidad, sino que la trasciende, que es algo muy diferente. El creyente toca fondo, por así decir, en los recursos de la propia razón, le permite hacer su acto más noble, pues, como dice Pascal, "el acto supremo de la razón está en el reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan" 13.

Santo Tomás de Aquino, considerado justamente como uno de los más firmes defensores de las exigencias de la razón, escribió: "Se dice que al final de nuestro conocimiento, Dios es conocido como lo Desconocido, porque nuestro espíritu ha llegado al extremo de su conocimiento de Dios, cuando por fin se da cuenta de que su esencia está por encima de todo lo que se puede conocer en esto mundo " 14.

En el mismo instante que la razón reconoce su límite, lo fractura y lo supera. Entiende que no puede entender, "ve que no puede ver", decía el Niceno, pero también entiende que un Dios que se entiende no sería más Dios. Es por obra de la razón que se produce este reconocimiento, que es, por lo tanto, un acto del todo racional. Esta es, literalmente, una "docta ignorancia" 15.

Por lo tanto, hay que decir todo lo contrario, es decir que pone un límite a la razón y la humilla aquél que no le reconoce esta capacidad de trascenderse. "Hasta ahora --ha escrito Kierkegaard--, se habló siempre así: ‘El decir que no se puede comprender esto o aquello, no satisface la ciencia que se quiere entender’. Este es el error. Se debe decir todo lo contrario: cuando la ciencia humana no quiera reconocer que hay algo que ella no puede entender, o --de modo más preciso--, alguna cosa de la cual ella con claridad puede ‘entender que no puede entender’, entonces todo se trastorna. Por tanto, es una tarea del conocimiento humano entender que hay cosas y cuales son las cosas que ella no puede entender" 16.

Pero, ¿de qué clase de oscuridad se trata? De la nube que, en algún momento, se puso entre los egipcios y los judíos y se dice que era "oscuridad para unos y luminosa para los otros" (cf. Ex. 14, 20). El mundo de la fe es oscuro para los que miran desde el exterior, pero es brillante para los que entran en ella. De un brillo especial, del corazón más que de la mente. En la Noche oscura de san Juan de la Cruz (una variante del tema de la nube del Niceno), el alma declara proceder por su nuevo camino "sin otra luz y guía sino la que en corazón ardía." Una luz, sin embargo, que guía "más cierto que la luz del mediodía" 17.

La beata Ángela de Foligno, una de las máximas representantes de la visión de Dios en la oscuridad, dice que la Madre de Dios "estaba tan inefablemente unida a la suma y absolutamente inefable Trinidad, que en vida disfrutaba del gozo del cual gozan los santos en el cielo, la alegría de lo incomprensible (gaudium incomprehensibilitatis), porque entienden que no se puede entender" 18. Es un excelente complemento de la doctrina de Gregorio de Nisa sobre la incognoscibilidad de Dios. Nos asegura que, lejos del humillarse y privarse de algo, esta incognoscibilidad se hace para llenar al hombre de entusiasmo y de alegría; nos dice que Dios es infinitamente más grande, más hermoso, más bueno, de lo que seremos capaces de pensar, y que todo esto es para nosotros, para que nuestro gozo sea completo; ¡para que no aflore mínimamente el pensamiento de que podremos aburrirnos por pasar la eternidad junto a él!

Otra idea del Niceno, que es útil para una comparación con la cultura religiosa moderna, es aquella del "sentimiento de una presencia" que él pone al vértice del conocimiento de Dios. La fenomenología religiosa ha revelado, con Rudolph Otto, la existencia de un hecho primario, presente, en diferentes grados de pureza, en todas las culturas y en todas las edades que él llama "sentimiento de lo numinoso", en el sentido de una mezcla de terror y de atracción, que se apodera de repente del ser humano ante la manifestación de lo sobrenatural o de lo suprarracional 19. Si la defensa de la fe, de acuerdo con las últimas directrices de la apologética mencionadas al principio, "se coloca detrás de una pedagogía de la experiencia espiritual, de la cual se reconoce la posibilidad inscrita a priori en cada ser humano", no podemos descuidar el enganche que nos ofrece la moderna fenomenología religiosa.

Por supuesto, la "sensación de una cierta presencia" del Niceno es diferente del sentido confuso de lo numinoso y del estremecimiento de lo sobrenatural, pero las dos cosas tienen algo en común. Uno es el inicio de un camino hacia el descubrimiento del Dios viviente, el otro es el término. El conocimiento de Dios, decía el Niceno, comienza con un paso de las tinieblas a la luz y termina con una transición de la luz a la oscuridad. No se llega al segundo sin pasar por el primero; en otras palabras, es decir, sin haberse limpiado primero del pecado y de las pasiones. "Habría abandonado ya los placeres --dice el libertino--, si yo tuviera la fe. Pero yo respondo, dice Pascal: Tendrías ya la fe si hubieses renunciado a los placeres" 20.

La imagen que, gracias a Gregorio de Nisa, nos acompañó a lo largo de esta meditación, fue aquella de Moisés que asciende al monte Sinaí y entra en la nube. La proximidad de la Pascua nos impulsa a ir más allá de esta imagen, para pasar del símbolo a la realidad. Hay otra montaña donde otro Moisés encontró a Dios mientras se hacía " oscuridad sobre toda la tierra" (Mt. 27,45). En el monte Calvario, el hombre Dios, Jesús de Nazaret, ha unido por siempre el hombre a Dios. Al final de su Itinerario de la mente a Dios, san Buenaventura escribe: "Después de todas estas consideraciones, lo que queda de hacer es que nuestra mente se eleve especulando no solo por encima de este mundo sensible, sino también por encima de sí misma; y en este ascenso Cristo es camino y puerta, Cristo es escala y vía... Aquel que mira atentamente este propiciatorio suspendido en la cruz, con fe, esperanza y caridad, con devoción, admiración, exultación, veneración, alabanza y júbilo, realiza con él la Pascua, es decir, el paso" 21.

¡Que el Señor Jesús nos permita realizar esta hermosa y santa Pascua con él!  Traducción del italiano por José Antonio Varela V.

El testimonio de los padres, clave en la educación en la fe

En la fiesta del Bautismo del Señor, Benedicto XVI bautizó a dieciséis niños

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 9 enero 2012 (ZENIT.).- A las 9,45 de ese domingo, fiesta del Bautismo del señor, Benedicto XVI presidió, en la Capilla Sixtina, la misa durante la cual administró el bautismo a dieciséis recién nacidos. Tras la lectura del Evangelio, el papa pronunció la siguiente homilía.

¡Queridos hermanos y hermanas!

Es siempre una alegría celebrar esta santa misa con los bautismos de los niños, en la fiesta del Bautismo del Señor. ¡Les saludo a todos con afecto, queridos padres, padrinos y madrinas, y a todos ustedes familiares y amigos! Han venido –lo han dicho en voz alta- para que sus recién nacidos reciban el don de la gracia de Dios, la semilla de la vida eterna. Ustedes padres lo han querido. Han pensado en el bautismo todavía antes de que su niño o su niña fuera dado a luz. Su responsabilidad de padres cristianos les hizo pensar enseguida en el sacramento que marca la entrada en la vida divina, en la comunidad de la Iglesia. Podemos decir que esta ha sido su primera decisión educativa como testimonios de la fe hacia sus hijos: ¡la elección es fundamental!

La tarea de los padres, ayudados por el padrino y la madrina, es la de educar al hijo o la hija. Educar compromete mucho, a veces es arduo para nuestras capacidades humanas, siempre limitadas. Pero educar se convierte en una maravillosa misión si se la realiza en colaboración con Dios, que es el primer y verdadero educador de cada ser humano.

En la primera lectura que hemos escuchado, sacada del libro del profeta Isaías, Dios se dirige a su pueblo justamente como un educador. Advierte a los israelitas del peligro de buscar calmar su sed y su hambre en las fuentes equivocadas: “Por qué –dice- gastáis dinero en lo que no sacia, el salario en lo que no quita el hambre?” (Is 55,2). Dios quiere darnos cosas buenas de beber y comer, cosas que nos sientan bien; mientras que a veces nosotros usamos mal nuestros recursos, los usamos para cosas que no sirven, e incluso son nocivas. Dios quiere darnos sobre todo a Sí mismo y su Palabra: sabe que alejándonos de Él nos encontraremos bien pronto en dificultad, como el hijo pródigo de la parábola, y sobre todo perderemos nuestra dignidad humana. Y por esto nos asegura que Él es misericordia infinita, que sus pensamientos y sus caminos no son como los nuestros –¡para suerte nuestra!- y que podemos siempre volver a Él, a la casa del Padre. Nos asegura pues que si acojemos su Palabra, esta traerá buenos frutos a nuestra vida, como la lluvia que riega la tierra (cfr Is 55,10-11).

A esta palabra que el eñor nos ha dirigido mediante el profeta Isaías, hemos respondido con el estribillo del Salmo: “Sacaremos agua con alegría, de las fuentes de la salvación”. Como personas adultas, nos hemos comprometido a acudir a las buenas fuentes, por nuestro bien y el de aquellos que han sido confiados a nuestra responsabilidad, en especial ustedes, queridos padres, padrinos y madrinas, por el bien de estos niños. ¿Y cuáles son “las fuentes de la salvación”? Son la Palabra de Dios y los sacramentos. Los adultos son los primeros que deben alimentarse de estas fuentes, para poder guiar a los más jóvenes en su crecimiento. Los padres deben dar mucho, pero para poder dar necesitan a su vez recibir, si no se vacían, se secan. Los padres no son la fuente, como tampoco nosotros los sacerdotes somos la fuente: somos más bien como canales, a través de los cuales debe pasar la savia vital del amor de Dios. Si nos separamos de la fuente, seremos los primeros en resentirnos negativamente y no seremos ya capaces de educar a otros. Por esto nos hemos comprometido diciendo: “Sacaremos agua con alegría, de las fuentes de la salvación”.

Y vamos ahora a la segunda lectura y al Evangelio. Nos dicen que la primera y principal educación se da mediante el testimonio. El Evangelio nos habla de Juan el Bautista. Juan fue un gran educador de sus discípulos, porque los condujo al encuentro con Jesús, del cual dió testimonio. No se exaltó a sí mismo, no quiso tener a los discípulos atados a sí mismo. Aunque era un gran profeta, su fama era muy grande. Cuando llegó Jesús, dio un paso atrás y le señaló: “Viene tras de mí el que es más fuerte que yo... Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”(Mc 1,7-8). El verdadero educador no ata a las personas a sí, no es posesivo. Quiere que el hijo, o el discípulo, aprenda a conocer la verdad, y establezca con ella una relación personal. El educador realiza su deber hasta el fondo, no hace faltar su presencia atenta y fiel; pero su objetivo es que el educando escuche la voz de la verdad hablar a su corazón y la siga en un camino personal.

Volvamos ahora al testimonio. En la segunda lectura, el apóstol Juan escribe: “Es el Espíritu el que da testimonio” (I Jn 5,6). Se refiere al Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, que da testimonio de Jesús, atestiguando que es el Cristo, el Hijo de Dios. Se ve esto también en la escena del bautismo en el río Jordán: el Espíritu Santo desciende sobre Jesús como una paloma para revelar que Él es el Hijo Unigénito del eterno Padre (cfr Mc 1,10). También en su Evangelio Juan subraya este aspecto, allí donde Jesús dice a los discípulos: “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí. Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Jn 15,26-27). Esto es para nosotros confortante en el compromiso de educar en la fe, porque sabemos que no estamos solos y que nuestro testimonio está sostenido por el Espíritu Santo.

Es muy importante para vosotros, padres, y también para los padrinos y madrinas, creer fuertemente en la presencia y en la acción del Espíritu Santo, invocarlo y acogerlo en vosotros, mediante la oración y los sacramentos. Es Él de hecho el que ilumina la mente, caldea el corazón del educador para que sepa transmitir el conocimiento y el amor de Jesús. La oración es la primera condición para educar, porque orando nos ponemos en disposición de dejar a Dios la iniciativa, de confiarle los hijos, a los que conoce antes y mejor que nosotros, y sabe perfectamente cuál es su verdadero bien. Y, al mismo tiempo, cuando oramos nos ponemos a la escucha de las inspiraciones de Dios para hacer bien nuestra parte, que de todos modos nos corresponde y debemos realizar. Los sacramentos, especialmente la eucaristía y la penitencia, nos permiten realizar la acción educativa en unión con Cristo, en comunión con Él y continuamente renovados por su perdón. La oración y los sacramentos nos obtienen aquella luz de verdad, gracias a la cual podemos ser al mismo tiempo tiernos y fuertes, usar dulzura y firmeza, callar y hablar en el momento adecuado, reprender y corregir en modo justo.

Queridos amigos, invoquemos por tanto juntos al Espíritu Santo para que descienda en abundancia sobre estos niños, les consagre a imagen de Jesucristo, y les acompañe siempre en el camino de su vida. Los confiamos a la guía materna de María santísima, para que crezcan en edad, sabiduría y gracia y se conviertan en verdaderos cristianos, testigos fieles y gozosos del amor de Dios. Amén

La carta pastoral del obispo de Tarrasa, España, Ángel Sáiz Meneses,

dedicada a Santa María, modelo de fe.  Diciembre 2011

En este cuarto domingo de Adviento reflexionamos sobre el gran misterio realizado en Nazaret hace dos mil años. El evangelista Lucas, con su reconocida precisión, sitúa el acontecimiento en el tiempo y en el espacio. “A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, a una virgen desposada con un hombre llamado José; (…) la virgen se llamaba María” (Lc 1,26-27). El arcángel Gabriel le comunica su maternidad divina, recordando las palabras de Isaías que anunciaban la concepción y el nacimiento virginal del Mesías, que ahora se cumplen en ella. La respuesta de María al plan de Dios será: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

La Anunciación a María y la Encarnación del Verbo es el hecho más trascendental, el misterio más profundo e insondable de las relaciones de Dios con los hombres, el acontecimiento más importante, a la luz de la fe, de toda la historia de la humanidad. El gran teólogo von Balthasar decía, con toda razón, que los humanos difícilmente podemos captar lo que significa que el Hijo del Dios trascendente e infinito asuma la condición humana. Es algo que nos desborda, que sobrepasa absolutamente la mente y la imaginación humanas.

Y ese momento en que María conoce la llamada, la vocación a la que Dios la había destinado desde siempre, es también el momento de su respuesta con un sí incondicional, con una obediencia pronta. La fe de María, en el pórtico del Nuevo Testamento, nos recuerda la fe de Abraham en la Antigua Alianza.

Por eso, la aceptación de María, en el camino del Adviento, se convierte en modélica para todos los creyentes. El sí de María es una respuesta generosa que compromete toda su vida en la aceptación del plan de Dios. Dios nos llama también a cada uno de nosotros a algo grande, a algo hermoso, a una vida única e irrepetible.

En la inminencia de la Navidad, cuando ya terminamos el camino del Adviento, el ejemplo de María es una invitación a cada uno a entrar en nuestro interior, a captar lo que Dios nos pide y a responder con un sí generoso.

La fe de María y su respuesta confiada a la llamada de Dios cambió la historia de la humanidad. Su fe no es resignación o sumisión pasiva, como podría parecer a simple vista, sino una aceptación libre y gozosa de la Palabra de Dios en su vida. María nos es presentada, por ello, como un auténtico modelo de fe.

También nuestra fe, por modesta que sea, y nuestro esfuerzo por responder al plan de Dios sobre cada uno de nosotros, en manos de Dios y con la ayuda de su gracia, podrá ser también una fuente de bendiciones para nuestro mundo, para nuestro entorno y para nuestras mismas personas.

A todos os deseo una buena preparación para la Navidad, con la fe y la amorosa expectación de la que es llamada y celebrada como ”Nuestra Señora de la Esperanza”. De la esperanza que tiene su fundamento, como nos ha recordado el papa en su segunda encíclica, sobre todo en Dios, en el Dios que, gracias a su fe y a su respuesta generosa, se ha hecho el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios solidario con el mundo y con cada uno de nosotros.

 

                "La fe es necesaria para ver más allá de la superficie de las cosas y de la piel de las personas."

Fuente:  Alfonso Llano Escobar. SJ.  Domingo 15 Enero 2012.  Periódico el Tiempo. Colombia

Gracias, Señor, por lo que soy, y gracias también, Señor, por lo que no soy. Tanto los dones, cualidades y días felices, que nos alegran, como las ausencias, pecados, fracasos y días oscuros, que nos atormentan, son otro tanto motivo para darle gracias a Dios.

Si quiero entenderme en lo que soy y en lo que no soy, debo considerarme, a la luz de la fe cristiana, como parte de un todo, como miembro del 'cuerpo' total que es Cristo. El sentido y razón de ser de todo lo que soy y no soy lo encuentro en la comunidad, al servicio de la cual debo aceptar gozoso lo que soy y lo que no soy. Si algo bueno tengo lo debo poner al servicio de todos. Si escondo la cualidad que tengo, por timidez o egoísmo, no estoy colaborando con el plan de Dios.

Si alguna deficiencia, vacío o miseria encuentro en mí, debo ser sencillo y aceptarme sabiendo que otros hermanos míos, miembros de la misma comunidad, poseen las cualidades que no tengo.

No es fácil tener el equilibrio y la sensatez para aceptar lo que de veras soy y tengo, y para agradecer, igualmente con alegría y paz, lo que no soy y no tengo, y advierto que tienen los demás. Es frecuente la tentación de creer que lo que tengo es mío y para mí. Doble equivocación en que puedo incurrir por falta de fe. "¿Qué tienen que no hayan recibido?", les pregunta san Pablo a los corintios, "y si lo tienen recibido, ¿por qué se ufanan de ello como si fuera propio?".

La fe es la fuente de la paz y de la grandeza de alma que se requiere para vivir en comunidad sin apocamientos ni vanaglorias, sin depresiones ni envidias.

La fe es necesaria para ver más allá de la superficie de las cosas y de la piel de las personas. La fe que predica san Pablo abre los ojos a los corintios egoístas y ambiciosos para que piensen en grande, en comunidad, en dar antes que en recibir. Cada uno es y tiene lo que Dios le ha dado para beneficio común. Y para ilustrar su mensaje de fe, trae san Pablo la comparación de los miembros y órganos del cuerpo humano: cada uno posee su propia virtud y mérito para bien de todo el cuerpo. Los ojos son ojos para ver y los pies son pies para caminar. Así de sencillo pero también de sabio. No puede el pie envidiar al ojo y decirle: "¿por qué estás allá arriba y yo aquí arrastrándome por tierra". "Pues estoy arriba para indicarte por dónde debes caminar, si no quieres tropezar y caer". Los pies caminan por donde los ojos indican.

Aquí viene otro mensaje de fe, por boca del mismo san Pablo, que arroja una luz potentísima sobre lo que somos y no somos, y sobre todo lo que nos sucede, para que nos entendamos asistidos y movidos por la presencia viva y activa del Espíritu de Jesús resucitado. San Pablo, en el capítulo 8 de la carta a los Romanos, les dice: "Por lo demás, hermanos, sabemos -por la fe- que Dios interviene en todas las cosas que nos suceden para convertirlas en el Bien de los que lo aman".

De paso, me acuerdo de la ocurrente respuesta de Einstein, a una beldad, cuando terminaba una conferencia sobre la teoría de la Relatividad. La beldad, que poco entendió de la conferencia del genio, le propuso imprudentemente: "Profesor: ¿no le gustaría tener un hijo dotado con el talento suyo y mi belleza?". Tonta propuesta a la que respondió, sin vacilar, el gran Einstein, diciéndole: "Y ¿qué tal si resultara lo contrario, con mi fealdad y su escaso talento?"

Se requieren mucha fe y mucho valor para vivir el misterio de nuestra relación con Dios.

Enero es cuesta arriba: necesitamos ponerle primera al motor de la vida.

                Alfonso Llano Escobar, S. J.  Periódico El Tiempo, Colombia. 29 Enero 2012

Quiero ayudar a los creyentes a vivir su bella vida, su vida de fe con sentido, con alegría, con

                Quiero hoy referirme a los creyentes -¿en vías de extinción?-, debido a la prevalencia, en muchos, de lo presente, lo temporal y pasajero, y del número creciente de aquellos que ponen toda su atención solo en el pan de cada día.

Quiero ayudar a los creyentes a vivir su bella vida, su vida de fe con sentido, con alegría, con valor. Dado que la relación con Dios es una relación con alguien escondido, desconocido e infinitamente mayor que nosotros, se requieren mucha fe y mucho valor para vivir este misterio.

Llamo misterio a la seriedad de la vida, a la profundidad de la realidad, a ese 'más allá', que está 'más acá', presente en todas las cosas y, sobre todo, en lo profundo de nuestra conciencia, allí donde deja de ser ella misma y pasa a ser el fondo de ella, el abismo sin fondo y sin límite, personal, suprapersonal, de frente al cual comienza y se desliza nuestra vida diaria, desde el seno materno hasta el horizonte sin horizonte de nuestro yo, el subsuelo abismal donde habita el Otro desconocido y escondido, a quien llamamos con el pobre nombre de Dios, el que Es, el que Vive sin comienzo y sin fin; el que es plenitud de sentido, de amor y de ser, que nos precede y acompaña, el que espera nuestra respuesta de entrega total, que llamamos Fe; es decir, vivir el misterio, la grandeza que se nos entrega en una relación desigual, de la Nada al Todo; es la invitación a creer, a empezar, continuar y profundizar un proceso de divinización, de purificación, de diálogo oscuro en que el Todo invita a la criatura a morir para pasar a ser y crecer indefinidamente en el contacto con el Todo. ¡Qué belleza, qué realidad, qué misterio!

Volvamos atrás: dado que esta relación con Dios es una relación con alguien escondido, infinitamente mayor que nosotros, y desconocido, se requieren mucha fe y mucho valor para vivir este misterio. La vida de fe no es fácil: es un encuentro con alguien que no veo, que me pone en período de prueba, de purificación y preparación para lo definitivo; es una relación que requiere un idioma muy especial que llamamos fe, pero no una fe intelectual, sino una fe dialogal, relación interpersonal, ¡oh prodigio!, de tú a tú, con Dios, de la criatura con el Creador, de la Nada con el Todo, una relación con el fundamento de mi existencia, del cual depende mi suerte definitiva, mi permanencia eterna en ese 'más allá', presente e interior a mi conciencia, que me invita a crecer en él, saliendo de mi egoísmo y pasando a su amor.

Se requiere mucho valor. Comienza un año, y un año cada vez más diferente de todos los años anteriores, en lo referente a la práctica de la fe católica. Las condiciones de vida para el creyente -dados los cambios de la nueva Constitución, hacia una secularización cada vez más acentuada de la vida nacional, ante el desprestigio de la Iglesia, debido principalmente a la pedofilia, pero no solo a ella- requieren mucho valor, mucho coraje, mucho convencimiento, para ser fieles a la fe que recibimos de nuestros mayores y que no podemos cancelar ni canjear en la feria de religiones y confesiones de la posmodernidad y de la plaza pública. Dios no hay más que uno y Jesucristo es único e irrepetible, dado como Medianero único y causa única de salvación, tal como les dijo san Pedro a los jefes del pueblo el Domingo de Resurrección: "Porque no hay bajo el cielo otro nombre que el de Jesucristo, dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos". Hechos 4,12.

En resumidas cuentas: se requieren mucha fe y mucho valor para vivir el misterio de nuestra relación con Dios.

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA

FIDEI DEPOSITUM

PARA LA PUBLICACIÓN DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA,

REDACTADO DESPUÉS DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II

11 Octubre  1992

 A los Venerables Hermanos

Cardenales, Arzobispos, Obispos, Presbíteros, Diáconos y a todos los miembros del Pueblo de Dios

JUAN PABLO II, OBISPO,   SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS

PARA PERPETUA MEMORIA

1.

INTRODUCCIÓN

                Guardar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo. El concilio ecuménico Vaticano II, inaugurado solemnemente hace treinta años por nuestro predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, tenía como intención y finalidad poner de manifiesto la misión apostólica y pastoral de la Iglesia, a fin de que el resplandor de la verdad evangélica llevara a todos los hombres a buscar y aceptar el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento (cf. Ef 3, 19).

A ese Concilio el Papa Juan XXIII había asignado como tarea principal custodiar y explicar mejor el precioso depósito de la doctrina católica, para hacerlo más accesible a los fieles y a todos los hombres de buena voluntad. Por consiguiente, el Concilio no tenía como misión primaria condenar los errores de la época, sino que debía ante todo esforzarse serenamente por mostrar la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe. "Iluminada por la luz de este Concilio -decía el Papa-, la Iglesia crecerá con riquezas espirituales y, sacando de él nueva energía y nuevas fuerzas, mirará intrépida al futuro... A nosotros nos corresponde dedicarnos con empeño, y sin temor, a la obra que exige nuestra época, prosiguiendo así el camino que la Iglesia ha recorrido desde hace casi veinte siglos" (1).

Con la ayuda de Dios, los padres conciliares, en cuatro años de trabajo, pudieron elaborar y ofrecer a toda la Iglesia un notable conjunto de exposiciones doctrinales y directrices pastorales. Pastores y fieles encuentran en él orientaciones para llevar a cabo aquella "renovación de pensamientos y actividades, de costumbres y virtudes morales, de gozo y esperanza, que era un deseo ardiente del Concilio" (2).

Después de su conclusión, el Concilio no ha cesado de inspirar la vida de la Iglesia. En 1985 quise señalar: "Para mí, que tuve la gracia especial de participar y colaborar activamente en su desenvolvimiento, el Vaticano II ha sido siempre, y es de modo particular en estos años de mi pontificado, el punto de referencia constante de toda mi acción pastoral, con el compromiso responsable de traducir sus directrices en aplicación concreta y fiel, a nivel de cada Iglesia y de toda la Iglesia. Hay que acudir incesantemente a esa fuente" (3)

Con esa intención, el 25 de enero de 1985 convoqué una asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio. Objetivo de esa asamblea era dar gracias y celebrar los frutos espirituales del concilio Vaticano II, profundizar su enseñanza para lograr una mayor adhesión a la misma y difundir su conocimiento y aplicación.

En esa circunstancia, los padres sinodales afirmaron: "Son numerosos los que han expresado el deseo de que se elabore un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto en materia de fe como de moral, para que sirva casi como punto de referencia para los catecismos o compendios que se preparan en las diversas regiones. La presentación de la doctrina debe ser bíblica y litúrgica, y ha de ofrecer una doctrina sana y adaptada a la vida actual de los cristianos" (4). Después de la clausura del Sínodo, hice mío ese deseo, al considerar que respondía "realmente a las necesidades de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares" (5).

Por ello, damos gracias de todo corazón al Señor este día en que podemos ofrecer a toda la Iglesia, con el título de Catecismo de la Iglesia católica, este "texto de referencia" para una catequesis renovada en las fuentes vivas de la fe.

Tras la renovación de la Liturgia y la nueva codificación del Derecho canónico de la Iglesia latina y de los cánones de las Iglesias orientales católicas, este Catecismo contribuirá en gran medida a la obra de renovación de toda la vida eclesial, que quiso y comenzó el concilio Vaticano II.

ITINERARIO Y ESPÍRITU DE LA REDACCIÓN DEL TEXTO

El Catecismo de la Iglesia católica es fruto de una amplísima cooperación: ha sido elaborado en seis años de intenso trabajo, llevado a cabo con gran apertura de espíritu y con celo ardiente.

El año 1986 confié a una Comisión de doce cardenales y obispos, presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, el encargo de preparar un proyecto del catecismo solicitado por los padres del Sínodo. Un Comité de siete obispos diocesanos, expertos en teología y catequesis, colaboró con la Comisión en ese trabajo.

La Comisión, encargada de dar las directrices y vigilar el desarrollo de los trabajos, siguió atentamente todas las etapas de la elaboración de las nueve redacciones sucesivas del texto.

El Comité de redacción, por su parte, asumió la responsabilidad de escribir el texto, aportar las modificaciones solicitadas por la Comisión y examinar las observaciones de numerosos teólogos, de exegetas, de expertos en catequesis, de institutos y, sobre todo, de los obispos del mundo entero, con el fin de mejorar el texto. El Comité fue una fuente de fructuosos intercambios de opiniones y de enriquecimiento de ideas para asegurar la unidad y homogeneidad del texto.

El proyecto fue sometido a una vasta consulta de todos los obispos católicos, de sus Conferencias episcopales o de sus Sínodos, así como de los institutos de teología y catequética.

En su conjunto, ha tenido una aceptación muy favorable por parte del Episcopado. Se puede afirmar que este Catecismo es el fruto de una colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica, que acogió con generosidad mi invitación a asumir su parte de responsabilidad en esta iniciativa que atañe de cerca a la vida eclesial. Esa respuesta suscita en mí un sentimiento profundo de alegría, pues la coincidencia de tantos votos manifiesta de verdad una cierta «sinfonía» de la fe. La elaboración de este Catecismo muestra, además, la naturaleza colegial del Episcopado: atestigua la catolicidad de la Iglesia.

DISTRIBUCIÓN DE LA MATERIA

                Un catecismo debe presentar con fidelidad y de modo orgánico la doctrina de la sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia, del Magisterio auténtico, así como de la herencia espiritual de los Padres, y de los santos y santas de la Iglesia, para dar a conocer mejor los misterios cristianos y afianzar la fe del pueblo de Dios. Asimismo, debe tener en cuenta las declaraciones doctrinales que en el decurso de los tiempos el Espíritu Santo ha inspirado a la Iglesia. Y es preciso que ayude también a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en otras épocas no se habían planteado aún.

Así pues, el Catecismo ha de presentar lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52), dado que la fe es siempre la misma y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas.

Para responder a esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia católica, por una parte, toma la estructura "antigua", tradicional, ya utilizada por el catecismo de san Pío V, distribuyendo el contenido en cuatro partes: Credo; sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir del Decálogo; y, por último, la oración cristiana. Con todo, al mismo tiempo, el contenido se expresa a menudo de un modo "nuevo", para responder a los interrogantes de nuestra época.

Las cuatro partes están relacionadas entre sí: el misterio cristiano es el objeto de la fe (primera parte); ese misterio es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte); está presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en su obrar (tercera parte); inspira nuestra oración, cuya expresión principal es el "Padre nuestro", y constituye el objeto de nuestra súplica, nuestra alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte).

La liturgia es en sí misma oración; la confesión de la fe encuentra su lugar propio en la celebración del culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, del mismo modo que la participación en la liturgia de la Iglesia exige la fe. Si la fe carece de obras, es fe muerta (cf. St 2, 14-26) y no puede producir frutos de vida eterna.

Leyendo el Catecismo de la Iglesia católica, podemos apreciar la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, de manera especial en los sacramentos. Él es la verdadera fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración.

VALOR DOCTRINAL DEL TEXTO

                El Catecismo de la Iglesia católica, que aprobé el día 25 del pasado mes de junio y que hoy dispongo publicar en virtud de mi autoridad apostólica, es una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, comprobada o iluminada por la sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. Yo lo considero un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe. Ojalá sirva para la renovación a la que el Espíritu Santo incesantemente invita a la Iglesia de Dios, cuerpo de Cristo, peregrina hacia la luz sin sombras del Reino.

La aprobación y la publicación del Catecismo de la Iglesia católica constituyen un servicio que el Sucesor de Pedro quiere prestar a la santa Iglesia católica, a todas las Iglesias particulares que están en paz y comunión con la Sede Apostólica de Roma: es decir, el servicio de sostener y confirmar la fe de todos los discípulos del Señor Jesús (cf. Lc 22, 32), así como fortalecer los lazos de unidad en la misma fe apostólica.

Pido, por consiguiente, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que acojan este Catecismo con espíritu de comunión y lo usen asiduamente en el cumplimiento de su misión de anunciar la fe y de invitar a la vida evangélica. Este Catecismo se les entrega para que les sirva como texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y sobre todo para la elaboración de los catecismos locales. Se ofrece, también, a todos los fieles que quieran conocer más a fondo las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8, 32). Quiere proporcionar una ayuda a los trabajos ecuménicos animados por el santo deseo de promover la unidad de todos los cristianos, mostrando con esmero el contenido y la coherencia admirable de la fe católica. El Catecismo de la Iglesia católica se ofrece, por último, a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3, 15) y que desee conocer lo que cree la Iglesia católica.

Este Catecismo no está destinado a sustituir los catecismos locales aprobados por las autoridades eclesiásticas, los obispos diocesanos o las Conferencias episcopales, sobre todo si han recibido la aprobación de la Sede Apostólica. Está destinado a favorecer y ayudar la redacción de los nuevos catecismos de cada nación, teniendo en cuenta las diversas situaciones y culturas, pero conservando con esmero la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica.

CONCLUSIÓN

                Al concluir este documento, que presenta el Catecismo de la Iglesia católica, pido a la santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado y Madre de la Iglesia, que sostenga con su poderosa intercesión el trabajo catequístico de toda la Iglesia en todos sus niveles, en este tiempo en que está llamada a realizar un nuevo esfuerzo de evangelización. Ojalá que la luz de la fe verdadera libere a los hombres de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirlos a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn 8, 32), es decir, a la vida en Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo, aquí en la tierra y en el reino de los cielos, en la plenitud de la felicidad de la contemplación de Dios cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; 2 Co 5, 6-8).

Dado en Roma, el día 11 de octubre de 1992, trigésimo aniversario de la apertura del concilio ecuménico Vaticano II, décimo cuarto año de pontificado.

IOANNES PAULUS PP. II    FIDES ET RATIO

A los Obispos de la Iglesia Católica sobre las relaciones

entre Fe y Razón   14 Septiembre  1998

 INTRODUCCIÓN - « CONÓCETE A TI MISMO »

                INTRODUCCIÓN - « CONÓCETE A TI MISMO »

 La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2).

1. Tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a confrontarse con ella. Es un camino que se ha desarrollado — no podía ser de otro modo — dentro del horizonte de la autoconciencia personal: el hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia. Todo lo que se presenta como objeto de nuestro conocimiento se convierte por ello en parte de nuestra vida. La exhortación Conócete a ti mismo estaba esculpida sobre el dintel del templo de Delfos, para testimoniar una verdad fundamental que debe ser asumida como la regla mínima por todo hombre deseoso de distinguirse, en medio de toda la creación, calificándose como « hombre » precisamente en cuanto « conocedor de sí mismo ».

Por lo demás, una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad como en distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida? Estas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel, pero aparecen también en los Veda y en los Avesta; las encontramos en los escritos de Confucio e Lao-Tze y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimismo se encuentran en los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles, así como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre: de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia.

2. La Iglesia no es ajena, ni puede serlo, a este camino de búsqueda. Desde que, en el Misterio Pascual, ha recibido como don la verdad última sobre la vida del hombre, se ha hecho peregrina por los caminos del mundo para anunciar que Jesucristo es « el camino, la verdad y la vida » (Jn 14, 6). Entre los diversos servicios que la Iglesia ha de ofrecer a la humanidad, hay uno del cual es responsable de un modo muy particular: la diaconía de la verdad.1 Por una parte, esta misión hace a la comunidad creyente partícipe del esfuerzo común que la humanidad lleva a cabo para alcanzar la verdad; 2 y por otra, la obliga a responsabilizarse del anuncio de las certezas adquiridas, incluso desde la conciencia de que toda verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total que se manifestará en la revelación última de Dios: « Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido » (1 Co 13, 12).

3. El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más nobles de la humanidad. El término filosofía según la etimología griega significa « amor a la sabiduría ». De hecho, la filosofía nació y se desarrolló desde el momento en que el hombre empezó a interrogarse sobre el por qué de las cosas y su finalidad. De modos y formas diversas, muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. El interrogarse sobre el por qué de las cosas es inherente a su razón, aunque las respuestas que se han ido dando se enmarcan en un horizonte que pone en evidencia la complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el hombre.

La gran incidencia que la filosofía ha tenido en la formación y en el desarrollo de las culturas en Occidente no debe hacernos olvidar el influjo que ha ejercido en los modos de concebir la existencia también en Oriente. En efecto, cada pueblo, posee una sabiduría originaria y autóctona que, como auténtica riqueza de las culturas, tiende a expresarse y a madurar incluso en formas puramente filosóficas. Que esto es verdad lo demuestra el hecho de que una forma básica del saber filosófico, presente hasta nuestros días, es verificable incluso en los postulados en los que se inspiran las diversas legislaciones nacionales e internacionales para regular la vida social.

4. De todos modos, se ha de destacar que detrás de cada término se esconden significados diversos. Por tanto, es necesaria una explicitación preliminar. Movido por el deseo de descubrir la verdad última sobre la existencia, el hombre trata de adquirir los conocimientos universales que le permiten comprenderse mejor y progresar en la realización de sí mismo. Los conocimientos fundamentales derivan del asombro suscitado en él por la contemplación de la creación: el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo, en relación con sus semejantes con los cuales comparte el destino. De aquí arranca el camino que lo llevará al descubrimiento de horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro el hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal.

La capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia humana, lleva a elaborar, a través de la actividad filosófica, una forma de pensamiento riguroso y a construir así, con la coherencia lógica de las afirmaciones y el carácter orgánico de los contenidos, un saber sistemático. Gracias a este proceso, en diferentes contextos culturales y en diversas épocas, se han alcanzado resultados que han llevado a la elaboración de verdaderos sistemas de pensamiento. Históricamente esto ha provocado a menudo la tentación de identificar una sola corriente con todo el pensamiento filosófico. Pero es evidente que, en estos casos, entra en juego una cierta « soberbia filosófica » que pretende erigir la propia perspectiva incompleta en lectura universal. En realidad, todo sistema filosófico, aun con respeto siempre de su integridad sin instrumentalizaciones, debe reconocer la prioridad del pensar filosófico, en el cual tiene su origen y al cual debe servir de forma coherente.

En este sentido es posible reconocer, a pesar del cambio de los tiempos y de los progresos del saber, un núcleo de conocimientos filosóficos cuya presencia es constante en la historia del pensamiento. Piénsese, por ejemplo, en los principios de no contradicción, de finalidad, de causalidad, como también en la concepción de la persona como sujeto libre e inteligente y en su capacidad de conocer a Dios, la verdad y el bien; piénsese, además, en algunas normas morales fundamentales que son comúnmente aceptadas. Estos y otros temas indican que, prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto de conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad. Es como si nos encontrásemos ante una filosofía implícita por la cual cada uno cree conocer estos principios, aunque de forma genérica y no refleja. Estos conocimientos, precisamente porque son compartidos en cierto modo por todos, deberían ser como un punto de referencia para las diversas escuelas filosóficas. Cuando la razón logra intuir y formular los principios primeros y universales del ser y sacar correctamente de ellos conclusiones coherentes de orden lógico y deontológico, entonces puede considerarse una razón recta o, como la llamaban los antiguos, orthòs logos, recta ratio.

5. La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar los objetivos que hagan cada vez más digna la existencia personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo tiempo, considera a la filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen.

Teniendo en cuenta iniciativas análogas de mis Predecesores, deseo yo también dirigir la mirada hacia esta peculiar actividad de la razón. Me impulsa a ello el hecho de que, sobre todo en nuestro tiempo, la búsqueda de la verdad última parece a menudo oscurecida. Sin duda la filosofía moderna tiene el gran mérito de haber concentrado su atención en el hombre. A partir de aquí, una razón llena de interrogantes ha desarrollado sucesivamente su deseo de conocer cada vez más y más profundamente. Se han construido sistemas de pensamiento complejos, que han producido sus frutos en los diversos ámbitos del saber, favoreciendo el desarrollo de la cultura y de la historia. La antropología, la lógica, las ciencias naturales, la historia, el lenguaje..., de alguna manera se ha abarcado todas las ramas del saber. Sin embargo, los resultados positivos alcanzados no deben llevar a descuidar el hecho de que la razón misma, movida a indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, parece haber olvidado que éste está también llamado a orientarse hacia una verdad que lo transciende. Sin esta referencia, cada uno queda a merced del arbitrio y su condición de persona acaba por ser valorada con criterios pragmáticos basados esencialmente en el dato experimental, en el convencimiento erróneo de que todo debe ser dominado por la técnica. Así ha sucedido que, en lugar de expresar mejor la tendencia hacia la verdad, bajo tanto peso la razón saber se ha doblegado sobre sí misma haciéndose, día tras día, incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atreverse a alcanzar la verdad del ser. La filosofía moderna, dejando de orientar su investigación sobre el ser, ha concentrado la propia búsqueda sobre el conocimiento humano. En lugar de apoyarse sobre la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad, ha preferido destacar sus límites y condicionamientos.

Ello ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general. Recientemente han adquirido cierto relieve diversas doctrinas que tienden a infravalorar incluso las verdades que el hombre estaba seguro de haber alcanzado. La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual. No se substraen a esta prevención ni siquiera algunas concepciones de vida provenientes de Oriente; en ellas, en efecto, se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo del presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas doctrinas, incluso contradictorias entre sí. En esta perspectiva, todo se reduce a opinión. Se tiene la impresión de que se trata de un movimiento ondulante: mientras por una parte la reflexión filosófica ha logrado situarse en el camino que la hace cada vez más cercana a la existencia humana y a su modo de expresarse, por otra tiende a hacer consideraciones existenciales, hermenéuticas o lingüísticas que prescinden de la cuestión radical sobre la verdad de la vida personal, del ser y de Dios. En consecuencia han surgido en el hombre contemporáneo, y no sólo entre algunos filósofos, actitudes de difusa desconfianza respecto de los grandes recursos cognoscitivos del ser humano. Con falsa modestia, se conforman con verdades parciales y provisionales, sin intentar hacer preguntas radicales sobre el sentido y el fundamento último de la vida humana, personal y social. Ha decaído, en definitiva, la esperanza de poder recibir de la filosofía respuestas definitivas a tales preguntas.

6. La Iglesia, convencida de la competencia que le incumbe por ser depositaria de la Revelación de Jesucristo, quiere reafirmar la necesidad de reflexionar sobre la verdad. Por este motivo he decidido dirigirme a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, con los cuales comparto la misión de anunciar « abiertamente la verdad » (2 Co 4, 2), como también a los teólogos y filósofos a los que corresponde el deber de investigar sobre los diversos aspectos de la verdad, y asimismo a las personas que la buscan, para exponer algunas reflexiones sobre la vía que conduce a la verdadera sabiduría, a fin de que quien sienta el amor por ella pueda emprender el camino adecuado para alcanzarla y encontrar en la misma descanso a su fatiga y gozo espiritual.

Me mueve a esta iniciativa, ante todo, la convicción que expresan las palabras del Concilio Vaticano II, cuando afirma que los Obispos son « testigos de la verdad divina y católica ».3 Testimoniar la verdad es, pues, una tarea confiada a nosotros, los Obispos; no podemos renunciar a la misma sin descuidar el ministerio que hemos recibido. Reafirmando la verdad de la fe podemos devolver al hombre contemporáneo la auténtica confianza en sus capacidades cognoscitivas y ofrecer a la filosofía un estímulo para que pueda recuperar y desarrollar su plena dignidad.

Hay también otro motivo que me induce a desarrollar estas reflexiones. En la Encíclica Veritatis splendor he llamado la atención sobre « algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas ».4 Con la presente Encíclica deseo continuar aquella reflexión centrando la atención sobre el tema de la verdad y de su fundamento en relación con la fe. No se puede negar, en efecto, que este período de rápidos y complejos cambios expone especialmente a las nuevas generaciones, a las cuales pertenece y de las cuales depende el futuro, a la sensación de que se ven privadas de auténticos puntos de referencia. La exigencia de una base sobre la cual construir la existencia personal y social se siente de modo notable sobre todo cuando se está obligado a constatar el carácter parcial de propuestas que elevan lo efímero al rango de valor, creando ilusiones sobre la posibilidad de alcanzar el verdadero sentido de la existencia. Sucede de ese modo que muchos llevan una vida casi hasta el límite de la ruina, sin saber bien lo que les espera. Esto depende también del hecho de que, a veces, quien por vocación estaba llamado a expresar en formas culturales el resultado de la propia especulación, ha desviado la mirada de la verdad, prefiriendo el éxito inmediato en lugar del esfuerzo de la investigación paciente sobre lo que merece ser vivido. La filosofía, que tiene la gran responsabilidad de formar el pensamiento y la cultura por medio de la llamada continua a la búsqueda de lo verdadero, debe recuperar con fuerza su vocación originaria. Por eso he sentido no sólo la exigencia, sino incluso el deber de intervenir en este tema, para que la humanidad, en el umbral del tercer milenio de la era cristiana, tome conciencia cada vez más clara de los grandes recursos que le han sido dados y se comprometa con renovado ardor en llevar a cabo el plan de salvación en el cual está inmersa su historia.

 CAPÍTULO I - LA REVELACIÓN DE LA SABIDURÍA DE DIOS

Jesús revela al Padre

7. En la base de toda la reflexión que la Iglesia lleva a cabo está la conciencia de ser depositaria de un mensaje que tiene su origen en Dios mismo (cf. 2 Co 4, 1-2). El conocimiento que ella propone al hombre no proviene de su propia especulación, aunque fuese la más alta, sino del hecho de haber acogido en la fe la palabra de Dios (cf. 1 Ts 2, 13). En el origen de nuestro ser como creyentes hay un encuentro, único en su género, en el que se manifiesta un misterio oculto en los siglos (cf. 1 Co 2, 7; Rm 16, 25-26), pero ahora revelado. « Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina ».5 Ésta es una iniciativa totalmente gratuita, que viene de Dios para alcanzar a la humanidad y salvarla. Dios, como fuente de amor, desea darse a conocer, y el conocimiento que el hombre tiene de Él culmina cualquier otro conocimiento verdadero sobre el sentido de la propia existencia que su mente es capaz de alcanzar.

8. Tomando casi al pie de la letra las enseñanzas de la Constitución Dei Filius del Concilio Vaticano I y teniendo en cuenta los principios propuestos por el Concilio Tridentino, la Constitución Dei Verbum del Vaticano II ha continuado el secular camino de la inteligencia de la fe, reflexionando sobre la Revelación a la luz de las enseñanzas bíblicas y de toda la tradición patrística. En el Primer Concilio Vaticano, los Padres habían puesto en evidencia el carácter sobrenatural de la revelación de Dios. La crítica racionalista, que en aquel período atacaba la fe sobre la base de tesis erróneas y muy difundidas, consistía en negar todo conocimiento que no fuese fruto de las capacidades naturales de la razón. Este hecho obligó al Concilio a sostener con fuerza que, además del conocimiento propio de la razón humana, capaz por su naturaleza de llegar hasta el Creador, existe un conocimiento que es peculiar de la fe. Este conocimiento expresa una verdad que se basa en el hecho mismo de que Dios se revela, y es una verdad muy cierta porque Dios ni engaña ni quiere engañar.6

9. El Concilio Vaticano I enseña, pues, que la verdad alcanzada a través de la reflexión filosófica y la verdad que proviene de la Revelación no se confunden, ni una hace superflua la otra: « Hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto; por su principio, primeramente, porque en uno conocemos por razón natural, y en otro por fe divina; por su objeto también porque aparte aquellas cosas que la razón natural puede alcanzar, se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios de los que, a no haber sido divinamente revelados, no se pudiera tener noticia ».7 La fe, que se funda en el testimonio de Dios y cuenta con la ayuda sobrenatural de la gracia, pertenece efectivamente a un orden diverso del conocimiento filosófico. Éste, en efecto, se apoya sobre la percepción de los sentidos y la experiencia, y se mueve a la luz de la sola inteligencia. La filosofía y las ciencias tienen su puesto en el orden de la razón natural, mientras que la fe, iluminada y guiada por el Espíritu, reconoce en el mensaje de la salvación la « plenitud de gracia y de verdad » (cf. Jn 1, 14) que Dios ha querido revelar en la historia y de modo definitivo por medio de su Hijo Jesucristo (cf. 1 Jn 5, 9: Jn 5, 31-32).

10. En el Concilio Vaticano II los Padres, dirigiendo su mirada a Jesús revelador, han ilustrado el carácter salvífico de la revelación de Dios en la historia y han expresado su naturaleza del modo siguiente: « En esta revelación, Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tm 1, 17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33, 11; Jn 15, 14-15), trata con ellos (cf. Ba 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía. El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio. La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación ».8

11. La revelación de Dios se inserta, pues, en el tiempo y la historia, más aún, la encarnación de Jesucristo, tiene lugar en la « plenitud de los tiempos » (Ga 4, 4). A dos mil años de distancia de aquel acontecimiento, siento el deber de reafirmar con fuerza que « en el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental ».9 En él tiene lugar toda la obra de la creación y de la salvación y, sobre todo destaca el hecho de que con la encarnación del Hijo de Dios vivimos y anticipamos ya desde ahora lo que será la plenitud del tiempo (cf. Hb 1, 2).

La verdad que Dios ha comunicado al hombre sobre sí mismo y sobre su vida se inserta, pues, en el tiempo y en la historia. Es verdad que ha sido pronunciada de una vez para siempre en el misterio de Jesús de Nazaret. Lo dice con palabras elocuentes la Constitución Dei Verbum: « Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas. « Ahora en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo » (Hb 1, 1-2). Pues envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios (cf. Jn 1, 1-18). Jesucristo, Palabra hecha carne, « hombre enviado a los hombres », habla las palabras de Dios (Jn 3, 34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (cf. Jn 5, 36; 17, 4). Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre (cf. Jn 14, 9); él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación ».10

La historia, pues, es para el Pueblo de Dios un camino que hay que recorrer por entero, de forma que la verdad revelada exprese en plenitud sus contenidos gracias a la acción incesante del Espíritu Santo (cf. Jn 16, 13). Lo enseña asimismo la Constitución Dei Verbum cuando afirma que « la Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios ».11

12. Así pues, la historia es el lugar donde podemos constatar la acción de Dios en favor de la humanidad. Él se nos manifiesta en lo que para nosotros es más familiar y fácil de verificar, porque pertenece a nuestro contexto cotidiano, sin el cual no llegaríamos a comprendernos.

La encarnación del Hijo de Dios permite ver realizada la síntesis definitiva que la mente humana, partiendo de sí misma, ni tan siquiera hubiera podido imaginar: el Eterno entra en el tiempo, el Todo se esconde en la parte y Dios asume el rostro del hombre. La verdad expresada en la revelación de Cristo no puede encerrarse en un restringido ámbito territorial y cultural, sino que se abre a todo hombre y mujer que quiera acogerla como palabra definitivamente válida para dar sentido a la existencia. Ahora todos tienen en Cristo acceso al Padre; en efecto, con su muerte y resurrección, Él ha dado la vida divina que el primer Adán había rechazado (cf. Rm 5, 12-15). Con esta Revelación se ofrece al hombre la verdad última sobre su propia vida y sobre el destino de la historia: « Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado », afirma la Constitución Gaudium et spes.12 Fuera de esta perspectiva, el misterio de la existencia personal resulta un enigma insoluble. ¿Dónde podría el hombre buscar la respuesta a las cuestiones dramáticas como el dolor, el sufrimiento de los inocentes y la muerte, sino no en la luz que brota del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo?

La razón ante el misterio

13. De todos modos no hay que olvidar que la Revelación está llena de misterio. Es verdad que con toda su vida, Jesús revela el rostro del Padre, ya que ha venido para explicar los secretos de Dios; 13 sin embargo, el conocimiento que nosotros tenemos de ese rostro se caracteriza por el aspecto fragmentario y por el límite de nuestro entendimiento. Sólo la fe permite penetrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente.

El Concilio enseña que « cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe ».14 Con esta afirmación breve pero densa, se indica una verdad fundamental del cristianismo. Se dice, ante todo, que la fe es la respuesta de obediencia a Dios. Ello conlleva reconocerle en su divinidad, trascendencia y libertad suprema. El Dios, que se da a conocer desde la autoridad de su absoluta trascendencia, lleva consigo la credibilidad de aquello que revela. Desde la fe el hombre da su asentimiento a ese testimonio divino. Ello quiere decir que reconoce plena e integralmente la verdad de lo revelado, porque Dios mismo es su garante. Esta verdad, ofrecida al hombre y que él no puede exigir, se inserta en el horizonte de la comunicación interpersonal e impulsa a la razón a abrirse a la misma y a acoger su sentido profundo. Por esto el acto con el que uno confía en Dios siempre ha sido considerado por la Iglesia como un momento de elección fundamental, en la cual está implicada toda la persona. Inteligencia y voluntad desarrollan al máximo su naturaleza espiritual para permitir que el sujeto cumpla un acto en el cual la libertad personal se vive de modo pleno.15 En la fe, pues, la libertad no sólo está presente, sino que es necesaria. Más aún, la fe es la que permite a cada uno expresar mejor la propia libertad. Dicho con otras palabras, la libertad no se realiza en las opciones contra Dios. En efecto, ¿cómo podría considerarse un uso auténtico de la libertad la negación a abrirse hacia lo que permite la realización de sí mismo? La persona al creer lleva a cabo el acto más significativo de la propia existencia; en él, en efecto, la libertad alcanza la certeza de la verdad y decide vivir en la misma.

Para ayudar a la razón, que busca la comprensión del misterio, están también los signos contenidos en la Revelación. Estos sirven para profundizar más la búsqueda de la verdad y permitir que la mente pueda indagar de forma autónoma incluso dentro del misterio. Estos signos si por una parte dan mayor fuerza a la razón, porque le permiten investigar en el misterio con sus propios medios, de los cuales está justamente celosa, por otra parte la empujan a ir más allá de su misma realidad de signos, para descubrir el significado ulterior del cual son portadores. En ellos, por lo tanto, está presente una verdad escondida a la que la mente debe dirigirse y de la cual no puede prescindir sin destruir el signo mismo que se le propone.

Podemos fijarnos, en cierto modo, en el horizonte sacramental de la Revelación y, en particular, en el signo eucarístico donde la unidad inseparable entre la realidad y su significado permite captar la profundidad del misterio. Cristo en la Eucaristía está verdaderamente presente y vivo, y actúa con su Espíritu, pero como acertadamente decía Santo Tomás, « lo que no comprendes y no ves, lo atestigua una fe viva, fuera de todo el orden de la naturaleza. Lo que aparece es un signo: esconde en el misterio realidades sublimes ».16 A este respecto escribe el filósofo Pascal: « Como Jesucristo permaneció desconocido entre los hombres, del mismo modo su verdad permanece, entre las opiniones comunes, sin diferencia exterior. Así queda la Eucaristía entre el pan común ».17

El conocimiento de fe, en definitiva, no anula el misterio; sólo lo hace más evidente y lo manifiesta como hecho esencial para la vida del hombre: Cristo, el Señor, « en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación »,18 que es participar en el misterio de la vida trinitaria de Dios.19

14. La enseñanza de los dos Concilios Vaticanos abre también un verdadero horizonte de novedad para el saber filosófico. La Revelación introduce en la historia un punto de referencia del cual el hombre no puede prescindir, si quiere llegar a comprender el misterio de su existencia; pero, por otra parte, este conocimiento remite constantemente al misterio de Dios que la mente humana no puede agotar, sino sólo recibir y acoger en la fe. En estos dos pasos, la razón posee su propio espacio característico que le permite indagar y comprender, sin ser limitada por otra cosa que su finitud ante el misterio infinito de Dios.

Así pues, la Revelación introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no pararse nunca; más bien la empuja a ampliar continuamente el campo del propio saber hasta que no se dé cuenta de que no ha realizado todo lo que podía, sin descuidar nada. Nos ayuda en esta tarea una de las inteligencias más fecundas y significativas de la historia de la humanidad, a la cual justamente se refieren tanto la filosofía como la teología: San Anselmo. En su Proslogion, el arzobispo de Canterbury se expresa así: « Dirigiendo frecuentemente y con fuerza mi pensamiento a este problema, a veces me parecía poder alcanzar lo que buscaba; otras veces, sin embargo, se escapaba completamente de mi pensamiento; hasta que, al final, desconfiando de poderlo encontrar, quise dejar de buscar algo que era imposible encontrar. Pero cuando quise alejar de mí ese pensamiento porque, ocupando mi mente, no me distrajese de otros problemas de los cuales pudiera sacar algún provecho, entonces comenzó a presentarse con mayor importunación [...]. Pero, pobre de mí, uno de los pobres hijos de Eva, lejano de Dios, ¿qué he empezado a hacer y qué he logrado? ¿qué buscaba y qué he logrado? ¿a qué aspiraba y por qué suspiro? [...]. Oh Señor, tú no eres solamente aquel de quien no se puede pensar nada mayor (non solum es quo maius cogitari nequit), sino que eres más grande de todo lo que se pueda pensar (quiddam maius quam cogitari possit) [...]. Si tu no fueses así, se podría pensar alguna cosa más grande que tú, pero esto no puede ser ».20

15. La verdad de la Revelación cristiana, que se manifiesta en Jesús de Nazaret, permite a todos acoger el « misterio » de la propia vida. Como verdad suprema, a la vez que respeta la autonomía de la criatura y su libertad, la obliga a abrirse a la trascendencia. Aquí la relación entre libertad y verdad llega al máximo y se comprende en su totalidad la palabra del Señor: « Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres » (Jn 8, 32).

La Revelación cristiana es la verdadera estrella que orienta al hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrática; es la última posibilidad que Dios ofrece para encontrar en plenitud el proyecto originario de amor iniciado con la creación. El hombre deseoso de conocer lo verdadero, si aún es capaz de mirar más allá de sí mismo y de levantar la mirada por encima de los propios proyectos, recibe la posibilidad de recuperar la relación auténtica con su vida, siguiendo el camino de la verdad. Las palabras del Deuteronomio se pueden aplicar a esta situación: « Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, para que no hayas de decir: ¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica? Ni están al otro lado del mar, para que no hayas de decir ¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica? Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica » (30, 11-14). A este texto se refiere la famosa frase del santo filósofo y teólogo Agustín: « Noli foras ire, in te ipsum redi. In interiore homine habitat veritas ».21 A la luz de estas consideraciones, se impone una primera conclusión: la verdad que la Revelación nos hace conocer no es el fruto maduro o el punto culminante de un pensamiento elaborado por la razón. Por el contrario, ésta se presenta con la característica de la gratuidad, genera pensamiento y exige ser acogida como expresión de amor. Esta verdad relevada es anticipación, en nuestra historia, de la visión última y definitiva de Dios que está reservada a los que creen en Él o lo buscan con corazón sincero. El fin último de la existencia personal, pues, es objeto de estudio tanto de la filosofía como de la teología. Ambas, aunque con medios y contenidos diversos, miran hacia este « sendero de la vida » (Sal 16 [15], 11), que, como nos dice la fe, tiene su meta última en el gozo pleno y duradero de la contemplación del Dios Uno y Trino.

CAPÍTULO II - CREDO UT INTELLEGAM

« La sabiduría todo lo sabe y entiende » (Sb 9, 11)

16. La Sagrada Escritura nos presenta con sorprendente claridad el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón. Lo atestiguan sobre todo los Libros sapienciales. Lo que llama la atención en la lectura, hecha sin prejuicios, de estas páginas de la Escritura, es el hecho de que en estos textos se contenga no solamente la fe de Israel, sino también la riqueza de civilizaciones y culturas ya desaparecidas. Casi por un designio particular, Egipto y Mesopotamia hacen oír de nuevo su voz y algunos rasgos comunes de las culturas del antiguo Oriente reviven en estas páginas ricas de intuiciones muy profundas.

No es casual que, en el momento en el que el autor sagrado quiere describir al hombre sabio, lo presente como el que ama y busca la verdad: « Feliz el hombre que se ejercita en la sabiduría, y que en su inteligencia reflexiona, que medita sus caminos en su corazón, y sus secretos considera. Sale en su busca como el que sigue su rastro, y en sus caminos se pone al acecho. Se asoma a sus ventanas y a sus puertas escucha. Acampa muy cerca de su casa y clava la clavija en sus muros. Monta su tienda junto a ella, y se alberga en su albergue dichoso. Pone sus hijos a su abrigo y bajo sus ramas se cobija. Por ella es protegido del calor y en su gloria se alberga » (Si 14, 20-27).

Como se puede ver, para el autor inspirado el deseo de conocer es una característica común a todos los hombres. Gracias a la inteligencia se da a todos, tanto creyentes como no creyentes, la posibilidad de alcanzar el « agua profunda » (cf. Pr 20, 5). Es verdad que en el antiguo Israel el conocimiento del mundo y de sus fenómenos no se alcanzaba por el camino de la abstracción, como para el filósofo jónico o el sabio egipcio. Menos aún, el buen israelita concebía el conocimiento con los parámetros propios de la época moderna, orientada principalmente a la división del saber. Sin embargo, el mundo bíblico ha hecho desembocar en el gran mar de la teoría del conocimiento su aportación original.

¿Cuál es ésta? La peculiaridad que distingue el texto bíblico consiste en la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe. El mundo y todo lo que sucede en él, como también la historia y las diversas vicisitudes del pueblo, son realidades que se han de ver, analizar y juzgar con los medios propios de la razón, pero sin que la fe sea extraña en este proceso. Ésta no interviene para menospreciar la autonomía de la razón o para limitar su espacio de acción, sino sólo para hacer comprender al hombre que el Dios de Israel se hace visible y actúa en estos acontecimientos. Así mismo, conocer a fondo el mundo y los acontecimientos de la historia no es posible sin confesar al mismo tiempo la fe en Dios que actúa en ellos. La fe agudiza la mirada interior abriendo la mente para que descubra, en el sucederse de los acontecimientos, la presencia operante de la Providencia. Una expresión del libro de los Proverbios es significativa a este respecto: « El corazón del hombre medita su camino, pero es el Señor quien asegura sus pasos » (16, 9). Es decir, el hombre con la luz de la razón sabe reconocer su camino, pero lo puede recorrer de forma libre, sin obstáculos y hasta el final, si con ánimo sincero fija su búsqueda en el horizonte de la fe. La razón y la fe, por tanto, no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre de conocer de modo adecuado a sí mismo, al mundo y a Dios.

17. No hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la razón y la fe: una está dentro de la otra, y cada una tiene su propio espacio de realización. El libro de los Proverbios nos sigue orientando en esta dirección al exclamar: « Es gloria de Dios ocultar una cosa, y gloria de los reyes escrutarla » (25, 2). Dios y el hombre, cada uno en su respectivo mundo, se encuentran así en una relación única. En Dios está el origen de cada cosa, en Él se encuentra la plenitud del misterio, y ésta es su gloria; al hombre le corresponde la misión de investigar con su razón la verdad, y en esto consiste su grandeza. Una ulterior tesela a este mosaico es puesta por el Salmista cuando ora diciendo: « Mas para mí, ¡qué arduos son tus pensamientos, oh Dios, qué incontable su suma! ¡Son más, si los recuento, que la arena, y al terminar, todavía estoy contigo! » (139 [138], 17-18). El deseo de conocer es tan grande y supone tal dinamismo que el corazón del hombre, incluso desde la experiencia de su límite insuperable, suspira hacia la infinita riqueza que está más allá, porque intuye que en ella está guardada la respuesta satisfactoria para cada pregunta aún no resuelta.

18. Podemos decir, pues, que Israel con su reflexión ha sabido abrir a la razón el camino hacia el misterio. En la revelación de Dios ha podido sondear en profundidad lo que la razón pretendía alcanzar sin lograrlo. A partir de esta forma de conocimiento más profunda, el pueblo elegido ha entendido que la razón debe respetar algunas reglas de fondo para expresar mejor su propia naturaleza. Una primera regla consiste en tener en cuenta el hecho de que el conocimiento del hombre es un camino que no tiene descanso; la segunda nace de la conciencia de que dicho camino no se puede recorrer con el orgullo de quien piense que todo es fruto de una conquista personal; una tercera se funda en el « temor de Dios », del cual la razón debe reconocer a la vez su trascendencia soberana y su amor providente en el gobierno del mundo.

Cuando se aleja de estas reglas, el hombre se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del « necio ». Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para la vida. En efecto, el necio se engaña pensando que conoce muchas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales. Ello le impide poner orden en su mente (cf. Pr 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mismo y para con el ambiente que le rodea. Cuando llega a afirmar: « Dios no existe » (cf. Sal 14 [13], 1), muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino.

19. El libro de la Sabiduría tiene algunos textos importantes que aportan más luz a este tema. En ellos el autor sagrado habla de Dios, que se da a conocer también por medio de la naturaleza. Para los antiguos el estudio de las ciencias naturales coincidía en gran parte con el saber filosófico. Después de haber afirmado que con su inteligencia el hombre está en condiciones « de conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos [...], los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras » (Sb 7, 17.19-20), en una palabra, que es capaz de filosofar, el texto sagrado da un paso más de gran importancia. Recuperando el pensamiento de la filosofía griega, a la cual parece referirse en este contexto, el autor afirma que, precisamente razonando sobre la naturaleza, se puede llegar hasta el Creador: « de la grandeza y hermosura de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor » (Sb 13, 5). Se reconoce así un primer paso de la Revelación divina, constituido por el maravilloso « libro de la naturaleza », con cuya lectura, mediante los instrumentos propios de la razón humana, se puede llegar al conocimiento del Creador. Si el hombre con su inteligencia no llega a reconocer a Dios como creador de todo, no se debe tanto a la falta de un medio adecuado, cuanto sobre todo al impedimento puesto por su voluntad libre y su pecado.

20. En esta perspectiva la razón es valorizada, pero no sobrevalorada. En efecto, lo que ella alcanza puede ser verdadero, pero adquiere significado pleno solamente si su contenido se sitúa en un horizonte más amplio, que es el de la fe: « Del Señor dependen los pasos del hombre: ¿cómo puede el hombre conocer su camino? » (Pr 20, 24). Para el Antiguo Testamento, pues, la fe libera la razón en cuanto le permite alcanzar coherentemente su objeto de conocimiento y colocarlo en el orden supremo en el cual todo adquiere sentido. En definitiva, el hombre con la razón alcanza la verdad, porque iluminado por la fe descubre el sentido profundo de cada cosa y, en particular, de la propia existencia. Por tanto, con razón, el autor sagrado fundamenta el verdadero conocimiento precisamente en el temor de Dios: « El temor del Señor es el principio de la sabiduría » (Pr 1, 7; cf. Si 1, 14).

« Adquiere la sabiduría, adquiere la inteligencia » (Pr 4, 5)

21. Para el Antiguo Testamento el conocimiento no se fundamenta solamente en una observación atenta del hombre, del mundo y de la historia, sino que supone también una indispensable relación con la fe y con los contenidos de la Revelación. En esto consisten los desafíos que el pueblo elegido ha tenido que afrontar y a los cuales ha dado respuesta. Reflexionando sobre esta condición, el hombre bíblico ha descubierto que no puede comprenderse sino como « ser en relación »: con sí mismo, con el pueblo, con el mundo y con Dios. Esta apertura al misterio, que le viene de la Revelación, ha sido al final para él la fuente de un verdadero conocimiento, que ha consentido a su razón entrar en el ámbito de lo infinito, recibiendo así posibilidades de compresión hasta entonces insospechadas.

Para el autor sagrado el esfuerzo de la búsqueda no estaba exento de la dificultad que supone enfrentarse con los límites de la razón. Ello se advierte, por ejemplo, en las palabras con las que el Libro de los Proverbios denota el cansancio debido a los intentos de comprender los misteriosos designios de Dios (cf. 30, 1.6). Sin embargo, a pesar de la dificultad, el creyente no se rinde. La fuerza para continuar su camino hacia la verdad le viene de la certeza de que Dios lo ha creado como un « explorador » (cf. Qo 1, 13), cuya misión es no dejar nada sin probar a pesar del continuo chantaje de la duda. Apoyándose en Dios, se dirige, siempre y en todas partes, hacia lo que es bello, bueno y verdadero.

22. San Pablo, en el primer capítulo de su Carta a los Romanos nos ayuda a apreciar mejor lo incisiva que es la reflexión de los Libros Sapienciales. Desarrollando una argumentación filosófica con lenguaje popular, el Apóstol expresa una profunda verdad: a través de la creación los « ojos de la mente » pueden llegar a conocer a Dios. En efecto, mediante las criaturas Él hace que la razón intuya su « potencia » y su « divinidad » (cf. Rm 1, 20). Así pues, se reconoce a la razón del hombre una capacidad que parece superar casi sus mismos límites naturales: no sólo no está limitada al conocimiento sensorial, desde el momento que puede reflexionar críticamente sobre ello, sino que argumentando sobre los datos de los sentidos puede incluso alcanzar la causa que da lugar a toda realidad sensible. Con terminología filosófica podríamos decir que en este importante texto paulino se afirma la capacidad metafísica del hombre.

Según el Apóstol, en el proyecto originario de la creación, la razón tenía la capacidad de superar fácilmente el dato sensible para alcanzar el origen mismo de todo: el Creador. Debido a la desobediencia con la cual el hombre eligió situarse en plena y absoluta autonomía respecto a Aquel que lo había creado, quedó mermada esta facilidad de acceso a Dios creador.

El Libro del Génesis describe de modo plástico esta condición del hombre cuando narra que Dios lo puso en el jardín del Edén, en cuyo centro estaba situado el « árbol de la ciencia del bien y del mal » (2, 17). El símbolo es claro: el hombre no era capaz de discernir y decidir por sí mismo lo que era bueno y lo que era malo, sino que debía apelarse a un principio superior. La ceguera del orgullo hizo creer a nuestros primeros padres que eran soberanos y autónomos, y que podían prescindir del conocimiento que deriva de Dios. En su desobediencia originaria ellos involucraron a cada hombre y a cada mujer, produciendo en la razón heridas que a partir de entonces obstaculizarían el camino hacia la plena verdad. La capacidad humana de conocer la verdad quedó ofuscada por la aversión hacia Aquel que es fuente y origen de la verdad. El Apóstol sigue mostrando cómo los pensamientos de los hombres, a causa del pecado, fueron « vanos » y los razonamientos distorsionados y orientados hacia lo falso (cf. Rm 1, 21-22). Los ojos de la mente no eran ya capaces de ver con claridad: progresivamente la razón se ha quedado prisionera de sí misma. La venida de Cristo ha sido el acontecimiento de salvación que ha redimido a la razón de su debilidad, librándola de los cepos en los que ella misma se había encadenado.

23. La relación del cristiano con la filosofía, pues, requiere un discernimiento radical. En el Nuevo Testamento, especialmente en las Cartas de san Pablo, hay un dato que sobresale con mucha claridad: la contraposición entre « la sabiduría de este mundo » y la de Dios revelada en Jesucristo. La profundidad de la sabiduría revelada rompe nuestros esquemas habituales de reflexión, que no son capaces de expresarla de manera adecuada.

El comienzo de la Primera Carta a los Corintios presenta este dilema con radicalidad. El Hijo de Dios crucificado es el acontecimiento histórico contra el cual se estrella todo intento de la mente de construir sobre argumentaciones solamente humanas una justificación suficiente del sentido de la existencia. El verdadero punto central, que desafía toda filosofía, es la muerte de Jesucristo en la cruz. En este punto todo intento de reducir el plan salvador del Padre a pura lógica humana está destinado al fracaso. « ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? » (1 Co 1, 20) se pregunta con énfasis el Apóstol. Para lo que Dios quiere llevar a cabo ya no es posible la mera sabiduría del hombre sabio, sino que se requiere dar un paso decisivo para acoger una novedad radical: « Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios [...]. lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es » (1 Co 1, 27-28). La sabiduría del hombre rehúsa ver en la propia debilidad el presupuesto de su fuerza; pero san Pablo no duda en afirmar: « pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte » (2 Co 12, 10). El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación precisamente lo que la razón considera « locura » y « escándalo ». Hablando el lenguaje de los filósofos contemporáneos suyos, Pablo alcanza el culmen de su enseñanza y de la paradoja que quiere expresar: « Dios ha elegido en el mundo lo que es nada para convertir en nada las cosas que son » (1 Co 1, 28). Para poner de relieve la naturaleza de la gratuidad del amor revelado en la Cruz de Cristo, el Apóstol no tiene miedo de usar el lenguaje más radical que los filósofos empleaban en sus reflexiones sobre Dios. La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca. No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que san Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación.

La sabiduría de la Cruz, pues, supera todo límite cultural que se le quiera imponer y obliga a abrirse a la universalidad de la verdad, de la que es portadora. ¡Qué desafío más grande se le presenta a nuestra razón y qué provecho obtiene si no se rinde! La filosofía, que por sí misma es capaz de reconocer el incesante transcenderse del hombre hacia la verdad, ayudada por la fe puede abrirse a acoger en la « locura » de la Cruz la auténtica crítica de los que creen poseer la verdad, aprisionándola entre los recovecos de su sistema. La relación entre fe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual ambas pueden encontrarse.

CAPÍTULO III - INTELLEGO UT CREDAM

Caminando en busca de la verdad

24. Cuenta el evangelista Lucas en los Hechos de los Apóstoles que, en sus viajes misioneros, Pablo llegó a Atenas. La ciudad de los filósofos estaba llena de estatuas que representaban diversos ídolos. Le llamó la atención un altar y aprovechó enseguida la oportunidad para ofrecer una base común sobre la cual iniciar el anuncio del kerigma: « Atenienses —dijo—, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar » (Hch 17, 22-23). A partir de este momento, san Pablo habla de Dios como creador, como Aquél que transciende todas las cosas y que ha dado la vida a todo. Continua después su discurso de este modo: « El creó, de un sólo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros » (Hch 17, 26-27).

El Apóstol pone de relieve una verdad que la Iglesia ha conservado siempre: en lo más profundo del corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de Dios. Lo recuerda con énfasis también la liturgia del Viernes Santo cuando, invitando a orar por los que no creen, nos hace decir: « Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que te busquen, y cuando te encuentren, descansen en ti ».22 Existe, pues, un camino que el hombre, si quiere, puede recorrer; inicia con la capacidad de la razón de levantarse más allá de lo contingente para ir hacia lo infinito.

De diferentes modos y en diversos tiempos el hombre ha demostrado que sabe expresar este deseo íntimo. La literatura, la música, la pintura, la escultura, la arquitectura y cualquier otro fruto de su inteligencia creadora se convierten en cauces a través de los cuales puede manifestar su afán de búsqueda. La filosofía ha asumido de manera peculiar este movimiento y ha expresado, con sus medios y según sus propias modalidades científicas, este deseo universal del hombre.

25. « Todos los hombres desean saber » 23 y la verdad es el objeto propio de este deseo. Incluso la vida diaria muestra cuán interesado está cada uno en descubrir, más allá de lo conocido de oídas, cómo están verdaderamente las cosas. El hombre es el único ser en toda la creación visible que no sólo es capaz de saber, sino que sabe también que sabe, y por eso se interesa por la verdad real de lo que se le presenta. Nadie puede permanecer sinceramente indiferente a la verdad de su saber. Si descubre que es falso, lo rechaza; en cambio, si puede confirmar su verdad, se siente satisfecho. Es la lección de san Agustín cuando escribe: « He encontrado muchos que querían engañar, pero ninguno que quisiera dejarse engañar ».24 Con razón se considera que una persona ha alcanzado la edad adulta cuando puede discernir, con los propios medios, entre lo que es verdadero y lo que es falso, formándose un juicio propio sobre la realidad objetiva de las cosas. Este es el motivo de tantas investigaciones, particularmente en el campo de las ciencias, que han llevado en los últimos siglos a resultados tan significativos, favoreciendo un auténtico progreso de toda la humanidad.

No menos importante que la investigación en el ámbito teórico es la que se lleva a cabo en el ámbito práctico: quiero aludir a la búsqueda de la verdad en relación con el bien que hay que realizar. En efecto, con el propio obrar ético la persona actuando según su libre y recto querer, toma el camino de la felicidad y tiende a la perfección. También en este caso se trata de la verdad. He reafirmado esta convicción en la Encíclica Veritatis splendor: « No existe moral sin libertad [...]. Si existe el derecho de ser respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y seguirla una vez conocida ».25

Es, pues, necesario que los valores elegidos y que se persiguen con la propia vida sean verdaderos, porque solamente los valores verdaderos pueden perfeccionar a la persona realizando su naturaleza. El hombre encuentra esta verdad de los valores no encerrándose en sí mismo, sino abriéndose para acogerla incluso en las dimensiones que lo transcienden. Ésta es una condición necesaria para que cada uno llegue a ser sí mismo y crezca como persona adulta y madura.

26. La verdad se presenta inicialmente al hombre como un interrogante: ¿tiene sentido la vida? ¿hacia dónde se dirige? A primera vista, la existencia personal podría presentarse como radicalmente carente de sentido. No es necesario recurrir a los filósofos del absurdo ni a las preguntas provocadoras que se encuentran en el libro de Job para dudar del sentido de la vida. La experiencia diaria del sufrimiento, propio y ajeno, la vista de tantos hechos que a la luz de la razón parecen inexplicables, son suficientes para hacer ineludible una pregunta tan dramática como la pregunta sobre el sentido.26 A esto se debe añadir que la primera verdad absolutamente cierta de nuestra existencia, además del hecho de que existimos, es lo inevitable de nuestra muerte. Frente a este dato desconcertante se impone la búsqueda de una respuesta exhaustiva. Cada uno quiere —y debe— conocer la verdad sobre el propio fin. Quiere saber si la muerte será el término definitivo de su existencia o si hay algo que sobrepasa la muerte: si le está permitido esperar en una vida posterior o no. Es significativo que el pensamiento filosófico haya recibido una orientación decisiva de la muerte de Sócrates que lo ha marcado desde hace más de dos milenios. No es en absoluto casual, pues, que los filósofos ante el hecho de la muerte se hayan planteado de nuevo este problema junto con el del sentido de la vida y de la inmortalidad.

27. Nadie, ni el filósofo ni el hombre corriente, puede substraerse a estas preguntas. De la respuesta que se dé a las mismas depende una etapa decisiva de la investigación: si es posible o no alcanzar una verdad universal y absoluta. De por sí, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre. Además de esta universalidad, sin embargo, el hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda. Algo que sea último y fundamento de todo lo demás. En otras palabras, busca una explicación definitiva, un valor supremo, más allá del cual no haya ni pueda haber interrogantes o instancias posteriores. Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen. Para todos llega el momento en el que, se quiera o no, es necesario enraizar la propia existencia en una verdad reconocida como definitiva, que dé una certeza no sometida ya a la duda.

Los filósofos, a lo largo de los siglos, han tratado de descubrir y expresar esta verdad, dando vida a un sistema o una escuela de pensamiento. Más allá de los sistemas filosóficos, sin embargo, hay otras expresiones en las cuales el hombre busca dar forma a una propia « filosofía ». Se trata de convicciones o experiencias personales, de tradiciones familiares o culturales o de itinerarios existenciales en los cuales se confía en la autoridad de un maestro. En cada una de estas manifestaciones lo que permanece es el deseo de alcanzar la certeza de la verdad y de su valor absoluto.

Diversas facetas de la verdad en el hombre

28. Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con esa trasparencia ni de manera consecuente. El límite originario de la razón y la inconstancia del corazón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda personal. Otros intereses de diverso orden pueden condicionar la verdad. Más aún, el hombre también la evita a veces en cuanto comienza a divisarla, porque teme sus exigencias. Pero, a pesar de esto, incluso cuando la evita, siempre es la verdad la que influencia su existencia; en efecto, él nunca podría fundar la propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira; tal existencia estaría continuamente amenazada por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquél que busca la verdad.

29. No se puede pensar que una búsqueda tan profundamente enraizada en la naturaleza humana sea del todo inútil y vana. La capacidad misma de buscar la verdad y de plantear preguntas implica ya una primera respuesta. El hombre no comenzaría a buscar lo que desconociese del todo o considerase absolutamente inalcanzable. Sólo la perspectiva de poder alcanzar una respuesta puede inducirlo a dar el primer paso. De hecho esto es lo que sucede normalmente en la investigación científica. Cuando un científico, siguiendo una intuición suya, se pone a la búsqueda de la explicación lógica y verificable de un fenómeno determinado, confía desde el principio que encontrará una respuesta, y no se detiene ante los fracasos. No considera inútil la intuición originaria sólo porque no ha alcanzado el objetivo; más bien dirá con razón que no ha encontrado aún la respuesta adecuada.

Esto mismo es válido también para la investigación de la verdad en el ámbito de las cuestiones últimas. La sed de verdad está tan radicada en el corazón del hombre que tener que prescindir de ella comprometería la existencia. Es suficiente, en definitiva, observar la vida cotidiana para constatar cómo cada uno de nosotros lleva en sí mismo la urgencia de algunas preguntas esenciales y a la vez abriga en su interior al menos un atisbo de las correspondientes respuestas. Son respuestas de cuya verdad se está convencido, incluso porque se experimenta que, en sustancia, no se diferencian de las respuestas a las que han llegado otros muchos. Es cierto que no toda verdad alcanzada posee el mismo valor. Del conjunto de los resultados logrados, sin embargo, se confirma la capacidad que el ser humano tiene de llegar, en línea de máxima, a la verdad.

30. En este momento puede ser útil hacer una rápida referencia a estas diversas formas de verdad. Las más numerosas son las que se apoyan sobre evidencias inmediatas o confirmadas experimentalmente. Éste es el orden de verdad propio de la vida diaria y de la investigación científica. En otro nivel se encuentran las verdades de carácter filosófico, a las que el hombre llega mediante la capacidad especulativa de su intelecto. En fin están las verdades religiosas, que en cierta medida hunden sus raíces también en la filosofía. Éstas están contenidas en las respuestas que las diversas religiones ofrecen en sus tradiciones a las cuestiones últimas.27

En cuanto a las verdades filosóficas, hay que precisar que no se limitan a las meras doctrinas, algunas veces efímeras, de los filósofos de profesión. Cada hombre, como ya he dicho, es, en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas propias con las cuales orienta su vida. De un modo u otro, se forma una visión global y una respuesta sobre el sentido de la propia existencia. Con esta luz interpreta sus vicisitudes personales y regula su comportamiento. Es aquí donde debería plantearse la pregunta sobre la relación entre las verdades filosófico-religiosas y la verdad revelada en Jesucristo. Antes de contestar a esta cuestión es oportuno valorar otro dato más de la filosofía.

31. El hombre no ha sido creado para vivir solo. Nace y crece en una familia para insertarse más tarde con su trabajo en la sociedad. Desde el nacimiento, pues, está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no sólo el lenguaje y la formación cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree. De todos modos el crecimiento y la maduración personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas verdades sean « recuperadas » sobre la base de la experiencia llevada que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo. A pesar de ello, en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal. En efecto, ¿quién sería capaz de discutir críticamente los innumerables resultados de las ciencias sobre las que se basa la vida moderna? ¿quién podría controlar por su cuenta el flujo de informaciones que día a día se reciben de todas las partes del mundo y que se aceptan en línea de máxima como verdaderas? Finalmente, ¿quién podría reconstruir los procesos de experiencia y de pensamiento por los cuales se han acumulado los tesoros de la sabiduría y de religiosidad de la humanidad? El hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquél que vive de creencias.

32. Cada uno, al creer, confía en los conocimientos adquiridos por otras personas. En ello se puede percibir una tensión significativa: por una parte el conocimiento a través de una creencia parece una forma imperfecta de conocimiento, que debe perfeccionarse progresivamente mediante la evidencia lograda personalmente; por otra, la creencia con frecuencia resulta más rica desde el punto de vista humano que la simple evidencia, porque incluye una relación interpersonal y pone en juego no sólo las posibilidades cognoscitivas, sino también la capacidad más radical de confiar en otras personas, entrando así en una relación más estable e íntima con ellas.

Se ha de destacar que las verdades buscadas en esta relación interpersonal no pertenecen primariamente al orden fáctico o filosófico. Lo que se pretende, más que nada, es la verdad misma de la persona: lo que ella es y lo que manifiesta de su propio interior. En efecto, la perfección del hombre no está en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste también en una relación viva de entrega y fidelidad hacia el otro. En esta fidelidad que sabe darse, el hombre encuentra plena certeza y seguridad. Al mismo tiempo, el conocimiento por creencia, que se funda sobre la confianza interpersonal, está en relación con la verdad: el hombre, creyendo, confía en la verdad que el otro le manifiesta.

¡Cuántos ejemplos se podrían poner para ilustrar este dato! Pienso ante todo en el testimonio de los mártires. El mártir, en efecto, es el testigo más auténtico de la verdad sobre la existencia. Él sabe que ha hallado en el encuentro con Jesucristo la verdad sobre su vida y nada ni nadie podrá arrebatarle jamás esta certeza. Ni el sufrimiento ni la muerte violenta lo harán apartar de la adhesión a la verdad que ha descubierto en su encuentro con Cristo. Por eso el testimonio de los mártires atrae, es aceptado, escuchado y seguido hasta en nuestros días. Ésta es la razón por la cual nos fiamos de su palabra: se percibe en ellos la evidencia de un amor que no tiene necesidad de largas argumentaciones para convencer, desde el momento en que habla a cada uno de lo que él ya percibe en su interior como verdadero y buscado desde tanto tiempo. En definitiva, el mártir suscita en nosotros una gran confianza, porque dice lo que nosotros ya sentimos y hace evidente lo que también quisiéramos tener la fuerza de expresar.

33. Se puede ver así que los términos del problema van completándose progresivamente. El hombre, por su naturaleza, busca la verdad. Esta búsqueda no está destinada sólo a la conquista de verdades parciales, factuales o científicas; no busca sólo el verdadero bien para cada una de sus decisiones. Su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el absoluto.28 Gracias a la capacidad del pensamiento, el hombre puede encontrar y reconocer esta verdad. En cuanto vital y esencial para su existencia, esta verdad se logra no sólo por vía racional, sino también mediante el abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma. La capacidad y la opción de confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y expresivos.

No se ha de olvidar que también la razón necesita ser sostenida en su búsqueda por un diálogo confiado y una amistad sincera. El clima de sospecha y de desconfianza, que a veces rodea la investigación especulativa, olvida la enseñanza de los filósofos antiguos, quienes consideraban la amistad como uno de los contextos más adecuados para el buen filosofar.

De todo lo que he dicho hasta aquí resulta que el hombre se encuentra en un camino de búsqueda, humanamente interminable: búsqueda de verdad y búsqueda de una persona de quien fiarse. La fe cristiana le ayuda ofreciéndole la posibilidad concreta de ver realizado el objetivo de esta búsqueda. En efecto, superando el estadio de la simple creencia la fe cristiana coloca al hombre en ese orden de gracia que le permite participar en el misterio de Cristo, en el cual se le ofrece el conocimiento verdadero y coherente de Dios Uno y Trino. Así, en Jesucristo, que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última dirigida a la humanidad para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y nostalgia.

34. Esta verdad, que Dios nos revela en Jesucristo, no está en contraste con las verdades que se alcanzan filosofando. Más bien los dos órdenes de conocimiento conducen a la verdad en su plenitud. La unidad de la verdad es ya un postulado fundamental de la razón humana, expresado en el principio de no contradicción. La Revelación da la certeza de esta unidad, mostrando que el Dios creador es también el Dios de la historia de la salvación. El mismo e idéntico Dios, que fundamenta y garantiza que sea inteligible y racional el orden natural de las cosas sobre las que se apoyan los científicos confiados,29 es el mismo que se revela como Padre de nuestro Señor Jesucristo. Esta unidad de la verdad, natural y revelada, tiene su identificación viva y personal en Cristo, como nos recuerda el Apóstol: « Habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús » (Ef 4, 21; cf. Col 1, 15-20). Él es la Palabra eterna, en quien todo ha sido creado, y a la vez es la Palabra encarnada, que en toda su persona 30 revela al Padre (cf. Jn 1, 14.18). Lo que la razón humana busca « sin conocerlo » (Hch 17, 23), puede ser encontrado sólo por medio de Cristo: lo que en Él se revela, en efecto, es la « plena verdad » (cf. Jn 1, 14-16) de todo ser que en Él y por Él ha sido creado y después encuentra en Él su plenitud (cf. Col 1, 17).

35. Sobre la base de estas consideraciones generales, es necesario examinar ahora de modo más directo la relación entre la verdad revelada y la filosofía. Esta relación impone una doble consideración, en cuanto que la verdad que nos llega por la Revelación es, al mismo tiempo, una verdad que debe ser comprendida a la luz de la razón. Sólo en esta doble acepción, en efecto, es posible precisar la justa relación de la verdad revelada con el saber filosófico. Consideramos, por tanto, en primer lugar la relación entre la fe y la filosofía en el curso de la historia. Desde aquí será posible indicar algunos principios, que constituyen los puntos de referencia en los que basarse para establecer la correcta relación entre los dos órdenes de conocimiento.

CAPÍTULO IV - RELACIÓN ENTRE LA FE Y LA RAZÓN

Etapas más significativas en el encuentro entre la fe y la razón

36. Según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, el anuncio cristiano tuvo que confrontarse desde el inicio con las corrientes filosóficas de la época. El mismo libro narra la discusión que san Pablo tuvo en Atenas con « algunos filósofos epicúreos y estoicos » (17, 18). El análisis exegético del discurso en el Areópago ha puesto de relieve repetidas alusiones a convicciones populares sobre todo de origen estoico. Ciertamente esto no era casual. Los primeros cristianos para hacerse comprender por los paganos no podían referirse sólo a « Moisés y los profetas »; debían también apoyarse en el conocimiento natural de Dios y en la voz de la conciencia moral de cada hombre (cf. Rm 1, 19-21; 2, 14-15; Hch 14, 16-17). Sin embargo, como este conocimiento natural había degenerado en idolatría en la religión pagana (cf. Rm 1, 21-32), el Apóstol considera más oportuno relacionar su argumentación con el pensamiento de los filósofos, que desde siempre habían opuesto a los mitos y a los cultos mistéricos conceptos más respetuosos de la trascendencia divina.

En efecto, uno de los mayores esfuerzos realizados por los filósofos del pensamiento clásico fue purificar de formas mitológicas la concepción que los hombres tenían de Dios. Como sabemos, también la religión griega, al igual que gran parte de las religiones cósmicas, era politeísta, llegando incluso a divinizar objetos y fenómenos de la naturaleza. Los intentos del hombre por comprender el origen de los dioses y, en ellos, del universo encontraron su primera expresión en la poesía. Las teogonías permanecen hasta hoy como el primer testimonio de esta búsqueda del hombre. Fue tarea de los padres de la filosofía mostrar el vínculo entre la razón y la religión. Dirigiendo la mirada hacia los principios universales, no se contentaron con los mitos antiguos, sino que quisieron dar fundamento racional a su creencia en la divinidad. Se inició así un camino que, abandonando las tradiciones antiguas particulares, se abría a un proceso más conforme a las exigencias de la razón universal. El objetivo que dicho proceso buscaba era la conciencia crítica de aquello en lo que se creía. El concepto de la divinidad fue el primero que se benefició de este camino. Las supersticiones fueron reconocidas como tales y la religión se purificó, al menos en parte, mediante el análisis racional. Sobre esta base los Padres de la Iglesia comenzaron un diálogo fecundo con los filósofos antiguos, abriendo el camino al anuncio y a la comprensión del Dios de Jesucristo.

37. Al referirme a este movimiento de acercamiento de los cristianos a la filosofía, es obligado recordar también la actitud de cautela que suscitaban en ellos otros elementos del mundo cultural pagano, como por ejemplo la gnosis. La filosofía, en cuanto sabiduría práctica y escuela de vida, podía ser confundida fácilmente con un conocimiento de tipo superior, esotérico, reservado a unos pocos perfectos. En este tipo de especulaciones esotéricas piensa sin duda san Pablo cuando pone en guardia a los Colosenses: « Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo » (2, 8). Qué actuales son las palabras del Apóstol si las referimos a las diversas formas de esoterismo que se difunden hoy incluso entre algunos creyentes, carentes del debido sentido crítico. Siguiendo las huellas de san Pablo, otros escritores de los primeros siglos, en particular san Ireneo y Tertuliano, manifiestan a su vez ciertas reservas frente a una visión cultural que pretendía subordinar la verdad de la Revelación a las interpretaciones de los filósofos.

38. El encuentro del cristianismo con la filosofía no fue pues inmediato ni fácil. La práctica de la filosofía y la asistencia a sus escuelas eran para los primeros cristianos más un inconveniente que una ayuda. Para ellos, la primera y más urgente tarea era el anuncio de Cristo resucitado mediante un encuentro personal capaz de llevar al interlocutor a la conversión del corazón y a la petición del Bautismo. Sin embargo, esto no quiere decir que ignorasen el deber de profundizar la comprensión de la fe y sus motivaciones. Todo lo contrario. Resulta injusta e infundada la crítica de Celso, que acusa a los cristianos de ser gente « iletrada y ruda ».31 La explicación de su desinterés inicial hay que buscarla en otra parte. En realidad, el encuentro con el Evangelio ofrecía una respuesta tan satisfactoria a la cuestión, hasta entonces no resulta, sobre el sentido de la vida, que el seguimiento de los filósofos les parecía como algo lejano y, en ciertos aspectos, superado.

Esto resulta hoy aún más claro si se piensa en la aportación del cristianismo que afirma el derecho universal de acceso a la verdad. Abatidas las barreras raciales, sociales y sexuales, el cristianismo había anunciado desde sus inicios la igualdad de todos los hombres ante Dios. La primera consecuencia de esta concepción se aplicaba al tema de la verdad. Quedaba completamente superado el carácter elitista que su búsqueda tenía entre los antiguos, ya que siendo el acceso a la verdad un bien que permite llegar a Dios, todos deben poder recorrer este camino. Las vías para alcanzar la verdad siguen siendo muchas; sin embargo, como la verdad cristiana tiene un valor salvífico, cualquiera de estas vías puede seguirse con tal de que conduzca a la meta final, es decir, a la revelación de Jesucristo.

Un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento, fue san Justino, quien, conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado « la única filosofía segura y provechosa ».32 De modo parecido, Clemente de Alejandría llamaba al Evangelio « la verdadera filosofía »,33 e interpretaba la filosofía en analogía con la ley mosaica como una instrucción propedéutica a la fe cristiana 34 y una preparación para el Evangelio.35 Puesto que « esta es la sabiduría que desea la filosofía; la rectitud del alma, la de la razón y la pureza de la vida. La filosofía está en una actitud de amor ardoroso a la sabiduría y no perdona esfuerzo por obtenerla. Entre nosotros se llaman filósofos los que aman la sabiduría del Creador y Maestro universal, es decir, el conocimiento del Hijo de Dios ».36 La filosofía griega, para este autor, no tiene como primer objetivo completar o reforzar la verdad cristiana; su cometido es, más bien, la defensa de la fe: « La enseñanza del Salvador es perfecta y nada le falta, por que es fuerza y sabiduría de Dios; en cambio, la filosofía griega con su tributo no hace más sólida la verdad; pero haciendo impotente el ataque de la sofística e impidiendo las emboscadas fraudulentas de la verdad, se dice que es con propiedad empalizada y muro de la viña ».37

39. En la historia de este proceso es posible verificar la recepción crítica del pensamiento filosófico por parte de los pensadores cristianos. Entre los primeros ejemplos que se pueden encontrar, es ciertamente significativa la figura de Orígenes. Contra los ataques lanzados por el filósofo Celso, Orígenes asume la filosofía platónica para argumentar y responderle. Refiriéndose a no pocos elementos del pensamiento platónico, comienza a elaborar una primera forma de teología cristiana. En efecto, tanto el nombre mismo como la idea de teología en cuanto reflexión racional sobre Dios estaban ligados todavía hasta ese momento a su origen griego. En la filosofía aristotélica, por ejemplo, con este nombre se referían a la parte más noble y al verdadero culmen de la reflexión filosófica. Sin embargo, a la luz de la Revelación cristiana lo que anteriormente designaba una doctrina genérica sobre la divinidad adquirió un significado del todo nuevo, en cuanto definía la reflexión que el creyente realizaba para expresar la verdadera doctrina sobre Dios. Este nuevo pensamiento cristiano que se estaba desarrollando hacía uso de la filosofía, pero al mismo tiempo tendía a distinguirse claramente de ella. La historia muestra cómo hasta el mismo pensamiento platónico asumido en la teología sufrió profundas transformaciones, en particular por lo que se refiere a conceptos como la inmortalidad del alma, la divinización del hombre y el origen del mal.

40. En esta obra de cristianización del pensamiento platónico y neoplatónico, merecen una mención particular los Padres Capadocios, Dionisio el Areopagita y, sobre todo, san Agustín. El gran Doctor occidental había tenido contactos con diversas escuelas filosóficas, pero todas le habían decepcionado. Cuando se encontró con la verdad de la fe cristiana, tuvo la fuerza de realizar aquella conversión radical a la que los filósofos frecuentados anteriormente no habían conseguido encaminarlo. El motivo lo cuenta él mismo: « Sin embargo, desde esta época empecé ya a dar preferencia a la doctrina católica, porque me parecía que aquí se mandaba con más modestia, y de ningún modo falazmente, creer lo que no se demostraba —fuese porque, aunque existiesen las pruebas, no había sujeto capaz de ellas, fuese porque no existiesen—, que no allí, en donde se despreciaba la fe y se prometía con temeraria arrogancia la ciencia y luego se obligaba a creer una infinidad de fábulas absurdísimas que no podían demostrar ».38 A los mismos platónicos, a quienes mencionaba de modo privilegiado, Agustín reprochaba que, aun habiendo conocido la meta hacia la que tender, habían ignorado sin embargo el camino que conduce a ella: el Verbo encarnado.39 El Obispo de Hipona consiguió hacer la primera gran síntesis del pensamiento filosófico y teológico en la que confluían las corrientes del pensamiento griego y latino. En él además la gran unidad del saber, que encontraba su fundamento en el pensamiento bíblico, fue confirmada y sostenida por la profundidad del pensamiento especulativo. La síntesis llevada a cabo por san Agustín sería durante siglos la forma más elevada de especulación filosófica y teológica que el Occidente haya conocido. Gracias a su historia personal y ayudado por una admirable santidad de vida, fue capaz de introducir en sus obras multitud de datos que, haciendo referencia a la experiencia, anunciaban futuros desarrollos de algunas corrientes filosóficas.

41. Varias han sido pues las formas con que los Padres de Oriente y de Occidente han entrado en contacto con las escuelas filosóficas. Esto no significa que hayan identificado el contenido de su mensaje con los sistemas a que hacían referencia. La pregunta de Tertuliano: « ¿Qué tienen en común Atenas y Jerusalén? ¿La Academia y la Iglesia? »,40 es claro indicio de la conciencia crítica con que los pensadores cristianos, desde el principio, afrontaron el problema de la relación entre la fe y la filosofía, considerándolo globalmente en sus aspectos positivos y en sus límites. No eran pensadores ingenuos. Precisamente porque vivían con intensidad el contenido de la fe, sabían llegar a las formas más profundas de la especulación. Por consiguiente, es injusto y reductivo limitar su obra a la sola transposición de las verdades de la fe en categorías filosóficas. Hicieron mucho más. En efecto, fueron capaces de sacar a la luz plenamente lo que todavía permanecía implícito y propedéutico en el pensamiento de los grandes filósofos antiguos.41 Estos, como ya he dicho, habían mostrado cómo la razón, liberada de las ataduras externas, podía salir del callejón ciego de los mitos, para abrirse de forma más adecuada a la trascendencia. Así pues, una razón purificada y recta era capaz de llegar a los niveles más altos de la reflexión, dando un fundamento sólido a la percepción del ser, de lo trascendente y de lo absoluto.

Justamente aquí está la novedad alcanzada por los Padres. Ellos acogieron plenamente la razón abierta a lo absoluto y en ella incorporaron la riqueza de la Revelación. El encuentro no fue sólo entre culturas, donde tal vez una es seducida por el atractivo de otra, sino que tuvo lugar en lo profundo de los espíritus, siendo un encuentro entre la criatura y el Creador. Sobrepasando el fin mismo hacia el que inconscientemente tendía por su naturaleza, la razón pudo alcanzar el bien sumo y la verdad suprema en la persona del Verbo encarnado. Ante las filosofías, los Padres no tuvieron miedo, sin embargo, de reconocer tanto los elementos comunes como las diferencias que presentaban con la Revelación. Ser conscientes de las convergencias no ofuscaba en ellos el reconocimiento de las diferencias.

42. En la teología escolástica el papel de la razón educada filosóficamente llega a ser aún más visible bajo el empuje de la interpretación anselmiana del intellectus fidei. Para el santo Arzobispo de Canterbury la prioridad de la fe no es incompatible con la búsqueda propia de la razón. En efecto, ésta no está llamada a expresar un juicio sobre los contenidos de la fe, siendo incapaz de hacerlo por no ser idónea para ello. Su tarea, más bien, es saber encontrar un sentido y descubrir las razones que permitan a todos entender los contenidos de la fe. San Anselmo acentúa el hecho de que el intelecto debe ir en búsqueda de lo que ama: cuanto más ama, más desea conocer. Quien vive para la verdad tiende hacia una forma de conocimiento que se inflama cada vez más de amor por lo que conoce, aun debiendo admitir que no ha hecho todavía todo lo que desearía: « Ad te videndum factus sum; et nondum feci propter quod factus sum ».42 El deseo de la verdad mueve, pues, a la razón a ir siempre más allá; queda incluso como abrumada al constatar que su capacidad es siempre mayor que lo que alcanza. En este punto, sin embargo, la razón es capaz de descubrir dónde está el final de su camino: « Yo creo que basta a aquel que somete a un examen reflexivo un principio incomprensible alcanzar por el raciocinio su certidumbre inquebrantable, aunque no pueda por el pensamiento concebir el cómo de su existencia [...]. Ahora bien, ¿qué puede haber de más incomprensible, de más inefable que lo que está por encima de todas las cosas? Por lo cual, si todo lo que hemos establecido hasta este momento sobre la esencia suprema está apoyado con razones necesarias, aunque el espíritu no pueda comprenderlo, hasta el punto de explicarlo fácilmente con palabras simples, no por eso, sin embargo, sufre quebranto la sólida base de esta certidumbre. En efecto, si una reflexión precedente ha comprendido de modo racional que es incomprensible (rationabiliter comprehendit incomprehensibile esse) » el modo en que la suprema sabiduría sabe lo que ha hecho [...], ¿quién puede explicar cómo se conoce y se llama ella misma, de la cual el hombre no puede saber nada o casi nada ».43

Novedad perenne del pensamiento de santo Tomás de Aquino

43. Un puesto singular en este largo camino corresponde a santo Tomás, no sólo por el contenido de su doctrina, sino también por la relación dialogal que supo establecer con el pensamiento árabe y hebreo de su tiempo. En una época en la que los pensadores cristianos descubrieron los tesoros de la filosofía antigua, y más concretamente aristotélica, tuvo el gran mérito de destacar la armonía que existe entre la razón y la fe. Argumentaba que la luz de la razón y la luz de la fe proceden ambas de Dios; por tanto, no pueden contradecirse entre sí.44

Más radicalmente, Tomás reconoce que la naturaleza, objeto propio de la filosofía, puede contribuir a la comprensión de la revelación divina. La fe, por tanto, no teme la razón, sino que la busca y confía en ella. Como la gracia supone la naturaleza y la perfecciona,45 así la fe supone y perfecciona la razón. Esta última, iluminada por la fe, es liberada de la fragilidad y de los límites que derivan de la desobediencia del pecado y encuentra la fuerza necesaria para elevarse al conocimiento del misterio de Dios Uno y Trino. Aun señalando con fuerza el carácter sobrenatural de la fe, el Doctor Angélico no ha olvidado el valor de su carácter racional; sino que ha sabido profundizar y precisar este sentido. En efecto, la fe es de algún modo « ejercicio del pensamiento »; la razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente.46

Precisamente por este motivo la Iglesia ha propuesto siempre a santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología. En este contexto, deseo recordar lo que escribió mi predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, con ocasión del séptimo centenario de la muerte del Doctor Angélico: « No cabe duda que santo Tomás poseyó en grado eximio audacia para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar problemas nuevos y la honradez intelectual propia de quien, no tolerando que el cristianismo se contamine con la filosofía pagana, sin embargo no rechaza a priori esta filosofía. Por eso ha pasado a la historia del pensamiento cristiano como precursor del nuevo rumbo de la filosofía y de la cultura universal. El punto capital y como el meollo de la solución casi profética a la nueva confrontación entre la razón y la fe, consiste en conciliar la secularidad del mundo con las exigencias radicales del Evangelio, sustrayéndose así a la tendencia innatural de despreciar el mundo y sus valores, pero sin eludir las exigencias supremas e inflexibles del orden sobrenatural ».47

44. Una de las grandes intuiciones de santo Tomás es la que se refiere al papel que el Espíritu Santo realiza haciendo madurar en sabiduría la ciencia humana. Desde las primeras páginas de su Summa Theologiae 48 el Aquinate quiere mostrar la primacía de aquella sabiduría que es don del Espíritu Santo e introduce en el conocimiento de las realidades divinas. Su teología permite comprender la peculiaridad de la sabiduría en su estrecho vínculo con la fe y el conocimiento de lo divino. Ella conoce por connaturalidad, presupone la fe y formula su recto juicio a partir de la verdad de la fe misma: « La sabiduría, don del Espíritu Santo, difiere de la que es virtud intelectual adquirida. Pues ésta se adquiere con esfuerzo humano, y aquélla viene de arriba, como Santiago dice. De la misma manera difiere también de la fe, porque la fe asiente a la verdad divina por sí misma; mas el juicio conforme con la verdad divina pertenece al don de la sabiduría ».49

La prioridad reconocida a esta sabiduría no hace olvidar, sin embargo, al Doctor Angélico la presencia de otras dos formas de sabiduría complementarias: la filosófica, basada en la capacidad del intelecto para indagar la realidad dentro de sus límites connaturales, y la teológica, fundamentada en la Revelación y que examina los contenidos de la fe, llegando al misterio mismo de Dios.

Convencido profundamente de que « omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est »,50 santo Tomás amó de manera desinteresada la verdad. La buscó allí donde pudiera manifestarse, poniendo de relieve al máximo su universalidad. El Magisterio de la Iglesia ha visto y apreciado en él la pasión por la verdad; su pensamiento, al mantenerse siempre en el horizonte de la verdad universal, objetiva y trascendente, alcanzó « cotas que la inteligencia humana jamás podría haber pensado ».51 Con razón, pues, se le puede llamar « apóstol de la verdad ».52 Precisamente porque la buscaba sin reservas, supo reconocer en su realismo la objetividad de la verdad. Su filosofía es verdaderamente la filosofía del ser y no del simple parecer.

El drama de la separación entre fe y razón

45. Con la aparición de las primeras universidades, la teología se confrontaba más directamente con otras formas de investigación y del saber científico. San Alberto Magno y santo Tomás, aun manteniendo un vínculo orgánico entre la teología y la filosofía, fueron los primeros que reconocieron la necesaria autonomía que la filosofía y las ciencias necesitan para dedicarse eficazmente a sus respectivos campos de investigación. Sin embargo, a partir de la baja Edad Media la legítima distinción entre los dos saberes se transformó progresivamente en una nefasta separación. Debido al excesivo espíritu racionalista de algunos pensadores, se radicalizaron las posturas, llegándose de hecho a una filosofía separada y absolutamente autónoma respecto a los contenidos de la fe. Entre las consecuencias de esta separación está el recelo cada vez mayor hacia la razón misma. Algunos comenzaron a profesar una desconfianza general, escéptica y agnóstica, bien para reservar mayor espacio a la fe, o bien para desacreditar cualquier referencia racional posible a la misma.

En resumen, lo que el pensamiento patrístico y medieval había concebido y realizado como unidad profunda, generadora de un conocimiento capaz de llegar a las formas más altas de la especulación, fue destruido de hecho por los sistemas que asumieron la posición de un conocimiento racional separado de la fe o alternativo a ella.

46. Las radicalizaciones más influyentes son conocidas y bien visibles, sobre todo en la historia de Occidente. No es exagerado afirmar que buena parte del pensamiento filosófico moderno se ha desarrollado alejándose progresivamente de la Revelación cristiana, hasta llegar a contraposiciones explícitas. En el siglo pasado, este movimiento alcanzó su culmen. Algunos representantes del idealismo intentaron de diversos modos transformar la fe y sus contenidos, incluso el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, en estructuras dialécticas concebibles racionalmente. A este pensamiento se opusieron diferentes formas de humanismo ateo, elaboradas filosóficamente, que presentaron la fe como nociva y alienante para el desarrollo de la plena racionalidad. No tuvieron reparo en presentarse como nuevas religiones creando la base de proyectos que, en el plano político y social, desembocaron en sistemas totalitarios traumáticos para la humanidad.

En el ámbito de la investigación científica se ha ido imponiendo una mentalidad positivista que, no sólo se ha alejado de cualquier referencia a la visión cristiana del mundo, sino que, y principalmente, ha olvidado toda relación con la visión metafísica y moral. Consecuencia de esto es que algunos científicos, carentes de toda referencia ética, tienen el peligro de no poner ya en el centro de su interés la persona y la globalidad de su vida. Más aún, algunos de ellos, conscientes de las potencialidades inherentes al progreso técnico, parece que ceden, no sólo a la lógica del mercado, sino también a la tentación de un poder demiúrgico sobre la naturaleza y sobre el ser humano mismo.

Además, como consecuencia de la crisis del racionalismo, ha cobrado entidad el nihilismo. Como filosofía de la nada, logra tener cierto atractivo entre nuestros contemporáneos. Sus seguidores teorizan sobre la investigación como fin en sí misma, sin esperanza ni posibilidad alguna de alcanzar la meta de la verdad. En la interpretación nihilista la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene la primacía lo efímero. El nihilismo está en el origen de la difundida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional.

47. Por otra parte, no debe olvidarse que en la cultura moderna ha cambiado el papel mismo de la filosofía. De sabiduría y saber universal, se ha ido reduciendo progresivamente a una de tantas parcelas del saber humano; más aún, en algunos aspectos se la ha limitado a un papel del todo marginal. Mientras, otras formas de racionalidad se han ido afirmando cada vez con mayor relieve, destacando el carácter marginal del saber filosófico. Estas formas de racionalidad, en vez de tender a la contemplación de la verdad y a la búsqueda del fin último y del sentido de la vida, están orientadas —o, al menos, pueden orientarse— como « razón instrumental » al servicio de fines utilitaristas, de placer o de poder.

Desde mi primera Encíclica he señalado el peligro de absolutizar este camino, al afirmar: « El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad. Los frutos de esta múltiple actividad del hombre se traducen muy pronto y de manera a veces imprevisible en objeto de “alienación”, es decir, son pura y simplemente arrebatados a quien los ha producido; pero, al menos parcialmente, en la línea indirecta de sus efectos, esos frutos se vuelven contra el mismo hombre; ellos están dirigidos o pueden ser dirigidos contra él. En esto parece consistir el capítulo principal del drama de la existencia humana contemporánea en su dimensión más amplia y universal. El hombre por tanto vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo ».53

En la línea de estas transformaciones culturales, algunos filósofos, abandonando la búsqueda de la verdad por sí misma, han adoptado como único objetivo el lograr la certeza subjetiva o la utilidad práctica. De aquí se desprende como consecuencia el ofuscamiento de la auténtica dignidad de la razón, que ya no es capaz de conocer lo verdadero y de buscar lo absoluto.

48. En este último período de la historia de la filosofía se constata, pues, una progresiva separación entre la fe y la razón filosófica. Es cierto que, si se observa atentamente, incluso en la reflexión filosófica de aquellos que han contribuido a aumentar la distancia entre fe y razón aparecen a veces gérmenes preciosos de pensamiento que, profundizados y desarrollados con rectitud de mente y corazón, pueden ayudar a descubrir el camino de la verdad. Estos gérmenes de pensamiento se encuentran, por ejemplo, en los análisis profundos sobre la percepción y la experiencia, lo imaginario y el inconsciente, la personalidad y la intersubjetividad, la libertad y los valores, el tiempo y la historia; incluso el tema de la muerte puede llegar a ser para todo pensador una seria llamada a buscar dentro de sí mismo el sentido auténtico de la propia existencia. Sin embargo, esto no quita que la relación actual entre la fe y la razón exija un atento esfuerzo de discernimiento, ya que tanto la fe como la razón se han empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada de la aportación de la Revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición. Del mismo modo, una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radicalidad del ser.

No es inoportuna, por tanto, mi llamada fuerte e incisiva para que la fe y la filosofía recuperen la unidad profunda que les hace capaces de ser coherentes con su naturaleza en el respeto de la recíproca autonomía. A la parresía de la fe debe corresponder la audacia de la razón.

CAPÍTULO V - INTERVENCIONES DEL MAGISTERIO EN CUESTIONES FILOSÓFICAS

El discernimiento del Magisterio como diaconía de la verdad

49. La Iglesia no propone una filosofía propia ni canoniza una filosofía en particular con menoscabo de otras.54 El motivo profundo de esta cautela está en el hecho de que la filosofía, incluso cuando se relaciona con la teología, debe proceder según sus métodos y sus reglas; de otro modo, no habría garantías de que permanezca orientada hacia la verdad, tendiendo a ella con un procedimiento racionalmente controlable. De poca ayuda sería una filosofía que no procediese a la luz de la razón según sus propios principios y metodologías específicas. En el fondo, la raíz de la autonomía de la que goza la filosofía radica en el hecho de que la razón está por naturaleza orientada a la verdad y cuenta en sí misma con los medios necesarios para alcanzarla. Una filosofía consciente de este « estatuto constitutivo » suyo respeta necesariamente también las exigencias y las evidencias propias de la verdad revelada.

La historia ha mostrado, sin embargo, las desviaciones y los errores en los que no pocas veces ha incurrido el pensamiento filosófico, sobre todo moderno. No es tarea ni competencia del Magisterio intervenir para colmar las lagunas de un razonamiento filosófico incompleto. Por el contrario, es un deber suyo reaccionar de forma clara y firme cuando tesis filosóficas discutibles amenazan la comprensión correcta del dato revelado y cuando se difunden teorías falsas y parciales que siembran graves errores, confundiendo la simplicidad y la pureza de la fe del pueblo de Dios.

50. El Magisterio eclesiástico puede y debe, por tanto, ejercer con autoridad, a la luz de la fe, su propio discernimiento crítico en relación con las filosofías y las afirmaciones que se contraponen a la doctrina cristiana.55 Corresponde al Magisterio indicar, ante todo, los presupuestos y conclusiones filosóficas que fueran incompatibles con la verdad revelada, formulando así las exigencias que desde el punto de vista de la fe se imponen a la filosofía. Además, en el desarrollo del saber filosófico han surgido diversas escuelas de pensamiento. Este pluralismo sitúa también al Magisterio ante la responsabilidad de expresar su juicio sobre la compatibilidad o no de las concepciones de fondo sobre las que estas escuelas se basan con las exigencias propias de la palabra de Dios y de la reflexión teológica.

La Iglesia tiene el deber de indicar lo que en un sistema filosófico puede ser incompatible con su fe. En efecto, muchos contenidos filosóficos, como los temas de Dios, del hombre, de su libertad y su obrar ético, la emplazan directamente porque afectan a la verdad revelada que ella custodia. Cuando nosotros los Obispos ejercemos este discernimiento tenemos la misión de ser « testigos de la verdad » en el cumplimiento de una diaconía humilde pero tenaz, que todos los filósofos deberían apreciar, en favor de la recta ratio, o sea, de la razón que reflexiona correctamente sobre la verdad.

51. Este discernimiento no debe entenderse en primer término de forma negativa, como si la intención del Magisterio fuera eliminar o reducir cualquier posible mediación. Al contrario, sus intervenciones se dirigen en primer lugar a estimular, promover y animar el pensamiento filosófico. Por otra parte, los filósofos son los primeros que comprenden la exigencia de la autocrítica, de la corrección de posible errores y de la necesidad de superar los límites demasiado estrechos en los que se enmarca su reflexión. Se debe considerar, de modo particular, que la verdad es una, aunque sus expresiones lleven la impronta de la historia y, aún más, sean obra de una razón humana herida y debilitada por el pecado. De esto resulta que ninguna forma histórica de filosofía puede legítimamente pretender abarcar toda la verdad, ni ser la explicación plena del ser humano, del mundo y de la relación del hombre con Dios.

Hoy además, ante la pluralidad de sistemas, métodos, conceptos y argumentos filosóficos, con frecuencia extremamente particularizados, se impone con mayor urgencia un discernimiento crítico a la luz de la fe. Este discernimiento no es fácil, porque si ya es difícil reconocer las capacidades propias e inalienables de la razón con sus límites constitutivos e históricos, más problemático aún puede resultar a veces discernir, en las propuestas filosóficas concretas, lo que desde el punto de vista de la fe ofrecen como válido y fecundo en comparación con lo que, en cambio, presentan como erróneo y peligroso. De todos modos, la Iglesia sabe que « los tesoros de la sabiduría y de la ciencia » están ocultos en Cristo (Col 2, 3); por esto interviene animando la reflexión filosófica, para que no se cierre el camino que conduce al reconocimiento del misterio.

52. Las intervenciones del Magisterio de la Iglesia para expresar su pensamiento en relación con determinadas doctrinas filosóficas no son sólo recientes. Como ejemplo baste recordar, a lo largo de los siglos, los pronunciamientos sobre las teorías que sostenían la preexistencia de las almas,56 como también sobre las diversas formas de idolatría y de esoterismo supersticioso contenidas en tesis astrológicas; 57 sin olvidar los textos más sistemáticos contra algunas tesis del averroísmo latino, incompatibles con la fe cristiana.58

Si la palabra del Magisterio se ha hecho oír más frecuentemente a partir de la mitad del siglo pasado ha sido porque en aquel período muchos católicos sintieron el deber de contraponer una filosofía propia a las diversas corrientes del pensamiento moderno. Por este motivo, el Magisterio de la Iglesia se vio obligado a vigilar que estas filosofías no se desviasen, a su vez, hacia formas erróneas y negativas. Fueron así censurados al mismo tiempo, por una parte, el fideísmo 59 y el tradicionalismo radical,60 por su desconfianza en las capacidades naturales de la razón; y por otra, el racionalismo 61 y el ontologismo,62 porque atribuían a la razón natural lo que es cognoscible sólo a la luz de la fe. Los contenidos positivos de este debate se formalizaron en la Constitución dogmática Dei Filius, con la que por primera vez un Concilio ecuménico, el Vaticano I, intervenía solemnemente sobre las relaciones entre la razón y la fe. La enseñanza contenida en este texto influyó con fuerza y de forma positiva en la investigación filosófica de muchos creyentes y es todavía hoy un punto de referencia normativo para una correcta y coherente reflexión cristiana en este ámbito particular.

53. Las intervenciones del Magisterio se han ocupado no tanto de tesis filosóficas concretas, como de la necesidad del conocimiento racional y, por tanto, filosófico para la inteligencia de la fe. El Concilio Vaticano I, sintetizando y afirmando de forma solemne las enseñanzas que de forma ordinaria y constante el Magisterio pontificio había propuesto a los fieles, puso de relieve lo inseparables y al mismo tiempo irreducibles que son el conocimiento natural de Dios y la Revelación, la razón y la fe. El Concilio partía de la exigencia fundamental, presupuesta por la Revelación misma, de la cognoscibilidad natural de la existencia de Dios, principio y fin de todas las cosas,63 y concluía con la afirmación solemne ya citada: « Hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto ».64 Era pues necesario afirmar, contra toda forma de racionalismo, la distinción entre los misterios de la fe y los hallazgos filosóficos, así como la trascendencia y precedencia de aquéllos respecto a éstos; por otra parte, frente a las tentaciones fideístas, era preciso recalcar la unidad de la verdad y, por consiguiente también, la aportación positiva que el conocimiento racional puede y debe dar al conocimiento de la fe: « Pero, aunque la fe esté por encima de la razón; sin embargo, ninguna verdadera disensión puede jamás darse entre la fe y la razón, como quiera que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe, puso dentro del alma humana la luz de la razón, y Dios no puede negarse a sí mismo ni la verdad contradecir jamás a la verdad ».65

54. También en nuestro siglo el Magisterio ha vuelto sobre el tema en varias ocasiones llamando la atención contra la tentación racionalista. En este marco se deben situar las intervenciones del Papa san Pío X, que puso de relieve cómo en la base del modernismo se hallan aserciones filosóficas de orientación fenoménica, agnóstica e inmanentista.66 Tampoco se puede olvidar la importancia que tuvo el rechazo católico de la filosofía marxista y del comunismo ateo.67

Posteriormente el Papa Pío XII hizo oír su voz cuando, en la Encíclica Humani generis, llamó la atención sobre las interpretaciones erróneas relacionadas con las tesis del evolucionismo, del existencialismo y del historicismo. Precisaba que estas tesis habían sido elaboradas y eran propuestas no por teólogos, sino que tenían su origen « fuera del redil de Cristo »; 68 así mismo, añadía que estas desviaciones debían ser no sólo rechazadas, sino además examinadas críticamente: « Ahora bien, a los teólogos y filósofos católicos, a quienes incumbe el grave cargo de defender la verdad divina y humana y sembrarla en las almas de los hombres, no les es lícito ni ignorar ni descuidar esas opiniones que se apartan más o menos del recto camino. Más aún, es menester que las conozcan a fondo, primero porque no se curan bien las enfermedades si no son de antemano debidamente conocidas; luego, porque alguna vez en esos mismos falsos sistemas se esconde algo de verdad; y, finalmente, porque estimulan la mente a investigar y ponderar con más diligencia algunas verdades filosóficas y teológicas ».69

Por último, también la Congregación para la Doctrina de la Fe, en cumplimiento de su específica tarea al servicio del magisterio universal del Romano Pontífice,70 ha debido intervenir para señalar el peligro que comporta asumir acríticamente, por parte de algunos teólogos de la liberación, tesis y metodologías derivadas del marxismo.71

Así pues, en el pasado el Magisterio ha ejercido repetidamente y bajo diversas modalidades el discernimiento en materia filosófica. Todo lo que mis Venerados Predecesores han enseñado es una preciosa contribución que no se puede olvidar.

55. Si consideramos nuestra situación actual, vemos que vuelven los problemas del pasado, pero con nuevas peculiaridades. No se trata ahora sólo de cuestiones que interesan a personas o grupos concretos, sino de convicciones tan difundidas en el ambiente que llegan a ser en cierto modo mentalidad común. Tal es, por ejemplo, la desconfianza radical en la razón que manifiestan las exposiciones más recientes de muchos estudios filosóficos. Al respecto, desde varios sectores se ha hablado del « final de la metafísica »: se pretende que la filosofía se contente con objetivos más modestos, como la simple interpretación del hecho o la mera investigación sobre determinados campos del saber humano o sobre sus estructuras.

En la teología misma vuelven a aparecer las tentaciones del pasado. Por ejemplo, en algunas teologías contemporáneas se abre camino nuevamente un cierto racionalismo, sobre todo cuando se toman como norma para la investigación filosófica afirmaciones consideradas filosóficamente fundadas. Esto sucede principalmente cuando el teólogo, por falta de competencia filosófica, se deja condicionar de forma acrítica por afirmaciones que han entrado ya en el lenguaje y en la cultura corriente, pero que no tienen suficiente base racional.72

Tampoco faltan rebrotes peligrosos de fideísmo, que no acepta la importancia del conocimiento racional y de la reflexión filosófica para la inteligencia de la fe y, más aún, para la posibilidad misma de creer en Dios. Una expresión de esta tendencia fideísta difundida hoy es el « biblicismo », que tiende a hacer de la lectura de la Sagrada Escritura o de su exégesis el único punto de referencia para la verdad. Sucede así que se identifica la palabra de Dios solamente con la Sagrada Escritura, vaciando así de sentido la doctrina de la Iglesia confirmada expresamente por el Concilio Ecuménico Vaticano II. La Constitución Dei Verbum, después de recordar que la palabra de Dios está presente tanto en los textos sagrados como en la Tradición,73 afirma claramente: « La Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica ».74 La Sagrada Escritura, por tanto, no es solamente punto de referencia para la Iglesia. En efecto, la « suprema norma de su fe » 75 proviene de la unidad que el Espíritu ha puesto entre la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia en una reciprocidad tal que los tres no pueden subsistir de forma independiente.76

No hay que infravalorar, además, el peligro de la aplicación de una sola metodología para llegar a la verdad de la Sagrada Escritura, olvidando la necesidad de una exégesis más amplia que permita comprender, junto con toda la Iglesia, el sentido pleno de los textos. Cuantos se dedican al estudio de las Sagradas Escrituras deben tener siempre presente que las diversas metodologías hermenéuticas se apoyan en una determinada concepción filosófica. Por ello, es preciso analizarla con discernimiento antes de aplicarla a los textos sagrados.

Otras formas latentes de fideísmo se pueden reconocer en la escasa consideración que se da a la teología especulativa, como también en el desprecio de la filosofía clásica, de cuyas nociones han extraído sus términos tanto la inteligencia de la fe como las mismas formulaciones dogmáticas. El Papa Pío XII, de venerada memoria, llamó la atención sobre este olvido de la tradición filosófica y sobre el abandono de las terminologías tradicionales.77

56. En definitiva, se nota una difundida desconfianza hacia las afirmaciones globales y absolutas, sobre todo por parte de quienes consideran que la verdad es el resultado del consenso y no de la adecuación del intelecto a la realidad objetiva. Ciertamente es comprensible que, en un mundo dividido en muchos campos de especialización, resulte difícil reconocer el sentido total y último de la vida que la filosofía ha buscado tradicionalmente. No obstante, a la luz de la fe que reconoce en Jesucristo este sentido último, debo animar a los filósofos, cristianos o no, a confiar en la capacidad de la razón humana y a no fijarse metas demasiado modestas en su filosofar. La lección de la historia del milenio que estamos concluyendo testimonia que éste es el camino a seguir: es preciso no perder la pasión por la verdad última y el anhelo por su búsqueda, junto con la audacia de descubrir nuevos rumbos. La fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar de buen grado por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se hace abogada convencida y convincente de la razón.

El interés de la Iglesia por la filosofía

57. El Magisterio no se ha limitado sólo a mostrar los errores y las desviaciones de las doctrinas filosóficas. Con la misma atención ha querido reafirmar los principios fundamentales para una genuina renovación del pensamiento filosófico, indicando también las vías concretas a seguir. En este sentido, el Papa León XIII con su Encíclica Æterni Patris dio un paso de gran alcance histórico para la vida de la Iglesia. Este texto ha sido hasta hoy el único documento pontificio de esa categoría dedicado íntegramente a la filosofía. El gran Pontífice recogió y desarrolló las enseñanzas del Concilio Vaticano I sobre la relación entre fe y razón, mostrando cómo el pensamiento filosófico es una aportación fundamental para la fe y la ciencia teológica.78 Más de un siglo después, muchas indicaciones de aquel texto no han perdido nada de su interés tanto desde el punto de vista práctico como pedagógico; sobre todo, lo relativo al valor incomparable de la filosofía de santo Tomás. El proponer de nuevo el pensamiento del Doctor Angélico era para el Papa León XIII el mejor camino para recuperar un uso de la filosofía conforme a las exigencias de la fe. Afirmaba que santo Tomás, « distinguiendo muy bien la razón de la fe, como es justo, pero asociándolas amigablemente, conservó los derechos de una y otra, y proveyó a su dignidad ».79

58. Son conocidas las numerosas y oportunas consecuencias de aquella propuesta pontificia. Los estudios sobre el pensamiento de santo Tomás y de otros autores escolásticos recibieron nuevo impulso. Se dio un vigoroso empuje a los estudios históricos, con el consiguiente descubrimiento de las riquezas del pensamiento medieval, muy desconocidas hasta aquel momento, y se formaron nuevas escuelas tomistas. Con la aplicación de la metodología histórica, el conocimiento de la obra de santo Tomás experimentó grandes avances y fueron numerosos los estudiosos que con audacia llevaron la tradición tomista a la discusión de los problemas filosóficos y teológicos de aquel momento. Los teólogos católicos más influyentes de este siglo, a cuya reflexión e investigación debe mucho el Concilio Vaticano II, son hijos de esta renovación de la filosofía tomista. La Iglesia ha podido así disponer, a lo largo del siglo XX, de un número notable de pensadores formados en la escuela del Doctor Angélico.

59. La renovación tomista y neotomista no ha sido el único signo de restablecimiento del pensamiento filosófico en la cultura de inspiración cristiana. Ya antes, y paralelamente a la propuesta de León XIII, habían surgido no pocos filósofos católicos que elaboraron obras filosóficas de gran influjo y de valor perdurable, enlazando con corrientes de pensamiento más recientes, de acuerdo con una metodología propia. Hubo quienes lograron síntesis de tan alto nivel que no tienen nada que envidiar a los grandes sistemas del idealismo; quienes, además, pusieron las bases epistemológicas para una nueva reflexión sobre la fe a la luz de una renovada comprensión de la conciencia moral; quienes, además, crearon una filosofía que, partiendo del análisis de la inmanencia, abría el camino hacia la trascendencia; y quienes, por último, intentaron conjugar las exigencias de la fe en el horizonte de la metodología fenomenológica. En definitiva, desde diversas perspectivas se han seguido elaborando formas de especulación filosófica que han buscado mantener viva la gran tradición del pensamiento cristiano en la unidad de la fe y la razón.

60. El Concilio Ecuménico Vaticano II, por su parte, presenta una enseñanza muy rica y fecunda en relación con la filosofía. No puedo olvidar, sobre todo en el contexto de esta Encíclica, que un capítulo de la Constitución Gaudium et spes es casi un compendio de antropología bíblica, fuente de inspiración también para la filosofía. En aquellas páginas se trata del valor de la persona humana creada a imagen de Dios, se fundamenta su dignidad y superioridad sobre el resto de la creación y se muestra la capacidad trascendente de su razón.80 También el problema del ateísmo es considerado en la Gaudium et spes, exponiendo bien los errores de esta visión filosófica, sobre todo en relación con la dignidad inalienable de la persona y de su libertad.81 Ciertamente tiene también un profundo significado filosófico la expresión culminante de aquellas páginas, que he citado en mi primera Encíclica Redemptor hominis y que representa uno de los puntos de referencia constante de mi enseñanza: « Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, de Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación ».82

El Concilio se ha ocupado también del estudio de la filosofía, al que deben dedicarse los candidatos al sacerdocio; se trata de recomendaciones extensibles más en general a la enseñanza cristiana en su conjunto. Afirma el Concilio: « Las asignaturas filosóficas deben ser enseñadas de tal manera que los alumnos lleguen, ante todo, a adquirir un conocimiento fundado y coherente del hombre, del mundo y de Dios, basados en el patrimonio filosófico válido para siempre, teniendo en cuenta también las investigaciones filosóficas de cada tiempo ».83

Estas directrices han sido confirmadas y especificadas en otros documentos magisteriales con el fin de garantizar una sólida formación filosófica, sobre todo para quienes se preparan a los estudios teológicos. Por mi parte, en varias ocasiones he señalado la importancia de esta formación filosófica para los que deberán un día, en la vida pastoral, enfrentarse a las exigencias del mundo contemporáneo y examinar las causas de ciertos comportamientos para darles una respuesta adecuada.84

61. Si en diversas circunstancias ha sido necesario intervenir sobre este tema, reiterando el valor de las intuiciones del Doctor Angélico e insistiendo en el conocimiento de su pensamiento, se ha debido a que las directrices del Magisterio no han sido observadas siempre con la deseable disponibilidad. En muchas escuelas católicas, en los años que siguieron al Concilio Vaticano II, se pudo observar al respecto una cierta decadencia debido a una menor estima, no sólo de la filosofía escolástica, sino más en general del mismo estudio de la filosofía. Con sorpresa y pena debo constatar que no pocos teólogos comparten este desinterés por el estudio de la filosofía.

Varios son los motivos de esta poca estima. En primer lugar, debe tenerse en cuenta la desconfianza en la razón que manifiesta gran parte de la filosofía contemporánea, abandonando ampliamente la búsqueda metafísica sobre las preguntas últimas del hombre, para concentrar su atención en los problemas particulares y regionales, a veces incluso puramente formales. Se debe añadir además el equívoco que se ha creado sobre todo en relación con las « ciencias humanas ». El Concilio Vaticano II ha remarcado varias veces el valor positivo de la investigación científica para un conocimiento más profundo del misterio del hombre.85 La invitación a los teólogos para que conozcan estas ciencias y, si es menester, las apliquen correctamente en su investigación no debe, sin embargo, ser interpretada como una autorización implícita a marginar la filosofía o a sustituirla en la formación pastoral y en la praeparatio fidei. No se puede olvidar, por último, el renovado interés por la inculturación de la fe. De modo particular, la vida de las Iglesias jóvenes ha permitido descubrir, junto a elevadas formas de pensamiento, la presencia de múltiples expresiones de sabiduría popular. Esto es un patrimonio real de cultura y de tradiciones. Sin embargo, el estudio de las usanzas tradicionales debe ir de acuerdo con la investigación filosófica. Ésta permitirá sacar a luz los aspectos positivos de la sabiduría popular, creando su necesaria relación con el anuncio del Evangelio.86

62. Deseo reafirmar decididamente que el estudio de la filosofía tiene un carácter fundamental e imprescindible en la estructura de los estudios teológicos y en la formación de los candidatos al sacerdocio. No es casual que el curriculum de los estudios teológicos vaya precedido por un período de tiempo en el cual está previsto una especial dedicación al estudio de la filosofía. Esta opción, confirmada por el Concilio Laterano V,87 tiene sus raíces en la experiencia madurada durante la Edad Media, cuando se puso en evidencia la importancia de una armonía constructiva entre el saber filosófico y el teológico. Esta ordenación de los estudios ha influido, facilitado y promovido, incluso de forma indirecta, una buena parte del desarrollo de la filosofía moderna. Un ejemplo significativo es la influencia ejercida por las Disputationes metaphysicae de Francisco Suárez, que tuvieron eco hasta en las universidades luteranas alemanas. Por el contrario, la desaparición de esta metodología causó graves carencias tanto en la formación sacerdotal como en la investigación teológica. Téngase en cuenta, por ejemplo, en la falta de interés por el pensamiento y la cultura moderna, que ha llevado al rechazo de cualquier forma de diálogo o a la acogida indiscriminada de cualquier filosofía.

Espero firmemente que estas dificultades se superen con una inteligente formación filosófica y teológica, que nunca debe faltar en la Iglesia.

63. Apoyado en las razones señaladas, me ha parecido urgente poner de relieve con esta Encíclica el gran interés que la Iglesia tiene por la filosofía; más aún, el vínculo íntimo que une el trabajo teológico con la búsqueda filosófica de la verdad. De aquí deriva el deber que tiene el Magisterio de discernir y estimular un pensamiento filosófico que no sea discordante con la fe. Mi objetivo es proponer algunos principios y puntos de referencia que considero necesarios para instaurar una relación armoniosa y eficaz entre la teología y la filosofía. A su luz será posible discernir con mayor claridad la relación que la teología debe establecer con los diversos sistemas y afirmaciones filosóficas, que presenta el mundo actual.

CAPÍTULO VI - INTERACCIÓN ENTRE TEOLOGÍA Y FILOSOFÍA

La ciencia de la fe y las exigencias de la razón filosófica

64. La palabra de Dios se dirige a cada hombre, en todos los tiempos y lugares de la tierra; y el hombre es naturalmente filósofo. Por su parte, la teología, en cuanto elaboración refleja y científica de la inteligencia de esta palabra a la luz de la fe, no puede prescindir de relacionarse con las filosofías elaboradas de hecho a lo largo de la historia, tanto para algunos de sus procedimientos como también para lograr sus tareas específicas. Sin querer indicar a los teólogos metodologías particulares, cosa que no atañe al Magisterio, deseo más bien recordar algunos cometidos propios de la teología, en las que el recurso al pensamiento filosófico se impone por la naturaleza misma de la Palabra revelada.

65. La teología se organiza como ciencia de la fe a la luz de un doble principio metodológico: el auditus fidei y el intellectus fidei. Con el primero, asume los contenidos de la Revelación tal y como han sido explicitados progresivamente en la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio vivo de la Iglesia.88 Con el segundo, la teología quiere responder a las exigencias propias del pensamiento mediante la reflexión especulativa.

En cuanto a la preparación de un correcto auditus fidei, la filosofía ofrece a la teología su peculiar aportación al tratar sobre la estructura del conocimiento y de la comunicación personal y, en particular, sobre las diversas formas y funciones del lenguaje. Igualmente es importante la aportación de la filosofía para una comprensión más coherente de la Tradición eclesial, de los pronunciamientos del Magisterio y de las sentencias de los grandes maestros de la teología. En efecto, estos se expresan con frecuencia usando conceptos y formas de pensamiento tomados de una determinada tradición filosófica. En este caso, el teólogo debe no sólo exponer los conceptos y términos con los que la Iglesia reflexiona y elabora su enseñanza, sino también conocer a fondo los sistemas filosóficos que han influido eventualmente tanto en las nociones como en la terminología, para llegar así a interpretaciones correctas y coherentes.

66. En relación con el intellectus fidei, se debe considerar ante todo que la Verdad divina, « como se nos propone en las Escrituras interpretadas según la sana doctrina de la Iglesia »,89 goza de una inteligibilidad propia con tanta coherencia lógica que se propone como un saber auténtico. El intellectus fidei explicita esta verdad, no sólo asumiendo las estructuras lógicas y conceptuales de las proposiciones en las que se articula la enseñanza de la Iglesia, sino también, y primariamente, mostrando el significado de salvación que estas proposiciones contienen para el individuo y la humanidad. Gracias al conjunto de estas proposiciones el creyente llega a conocer la historia de la salvación, que culmina en la persona de Jesucristo y en su misterio pascual. En este misterio participa con su asentimiento de fe.

Por su parte, la teología dogmática debe ser capaz de articular el sentido universal del misterio de Dios Uno y Trino y de la economía de la salvación tanto de forma narrativa, como sobre todo de forma argumentativa. Esto es, debe hacerlo mediante expresiones conceptuales, formuladas de modo crítico y comunicables universalmente. En efecto, sin la aportación de la filosofía no se podrían ilustrar contenidos teológicos como, por ejemplo, el lenguaje sobre Dios, las relaciones personales dentro de la Trinidad, la acción creadora de Dios en el mundo, la relación entre Dios y el hombre, y la identidad de Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre. Las mismas consideraciones valen para diversos temas de la teología moral, donde es inmediato el recurso a conceptos como ley moral, conciencia, libertad, responsabilidad personal, culpa, etc., que son definidos por la ética filosófica.

Es necesario, por tanto, que la razón del creyente tenga un conocimiento natural, verdadero y coherente de las cosas creadas, del mundo y del hombre, que son también objeto de la revelación divina; más todavía, debe ser capaz de articular dicho conocimiento de forma conceptual y argumentativa. La teología dogmática especulativa, por tanto, presupone e implica una filosofía del hombre, del mundo y, más radicalmente, del ser, fundada sobre la verdad objetiva.

67. La teología fundamental, por su carácter propio de disciplina que tiene la misión de dar razón de la fe (cf. 1 Pe 3, 15), debe encargarse de justificar y explicitar la relación entre la fe y la reflexión filosófica. Ya el Concilio Vaticano I, recordando la enseñanza paulina (cf. Rm 1, 19-20), había llamado la atención sobre el hecho de que existen verdades cognoscibles naturalmente y, por consiguiente, filosóficamente. Su conocimiento constituye un presupuesto necesario para acoger la revelación de Dios. Al estudiar la Revelación y su credibilidad, junto con el correspondiente acto de fe, la teología fundamental debe mostrar cómo, a la luz de lo conocido por la fe, emergen algunas verdades que la razón ya posee en su camino autónomo de búsqueda. La Revelación les da pleno sentido, orientándolas hacia la riqueza del misterio revelado, en el cual encuentran su fin último. Piénsese, por ejemplo, en el conocimiento natural de Dios, en la posibilidad de discernir la revelación divina de otros fenómenos, en el reconocimiento de su credibilidad, en la aptitud del lenguaje humano para hablar de forma significativa y verdadera incluso de lo que supera toda experiencia humana. La razón es llevada por todas estas verdades a reconocer la existencia de una vía realmente propedéutica a la fe, que puede desembocar en la acogida de la Revelación, sin menoscabar en nada sus propios principios y su autonomía.90

Del mismo modo, la teología fundamental debe mostrar la íntima compatibilidad entre la fe y su exigencia fundamental de ser explicitada mediante una razón capaz de dar su asentimiento en plena libertad. Así, la fe sabrá mostrar « plenamente el camino a una razón que busca sinceramente la verdad. De este modo, la fe, don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón, ciertamente no puede prescindir de ella; al mismo tiempo, la razón necesita fortalecerse mediante la fe, para descubrir los horizontes a los que no podría llegar por sí misma ».91

68. La teología moral necesita aún más la aportación filosófica. En efecto, en la Nueva Alianza la vida humana está mucho menos reglamentada por prescripciones que en la Antigua. La vida en el Espíritu lleva a los creyentes a una libertad y responsabilidad que van más allá de la Ley misma. El Evangelio y los escritos apostólicos proponen tanto principios generales de conducta cristiana como enseñanzas y preceptos concretos. Para aplicarlos a las circunstancias particulares de la vida individual y social, el cristiano debe ser capaz de emplear a fondo su conciencia y la fuerza de su razonamiento. Con otras palabras, esto significa que la teología moral debe acudir a una visión filosófica correcta tanto de la naturaleza humana y de la sociedad como de los principios generales de una decisión ética.

69. Se puede tal vez objetar que en la situación actual el teólogo debería acudir, más que a la filosofía, a la ayuda de otras formas del saber humano, como la historia y sobre todo las ciencias, cuyos recientes y extraordinarios progresos son admirados por todos. Algunos sostienen, en sintonía con la difundida sensibilidad sobre la relación entre fe y culturas, que la teología debería dirigirse preferentemente a las sabidurías tradicionales, más que a una filosofía de origen griego y de carácter eurocéntrico. Otros, partiendo de una concepción errónea del pluralismo de las culturas, niegan simplemente el valor universal del patrimonio filosófico asumido por la Iglesia.

Estas observaciones, presentes ya en las enseñanzas conciliares,92 tienen una parte de verdad. La referencia a las ciencias, útil en muchos casos porque permite un conocimiento más completo del objeto de estudio, no debe sin embargo hacer olvidar la necesaria mediación de una reflexión típicamente filosófica, crítica y dirigida a lo universal, exigida además por un intercambio fecundo entre las culturas. Debo subrayar que no hay que limitarse al caso individual y concreto, olvidando la tarea primaria de manifestar el carácter universal del contenido de fe. Además, no hay que olvidar que la aportación peculiar del pensamiento filosófico permite discernir, tanto en las diversas concepciones de la vida como en las culturas, « no lo que piensan los hombres, sino cuál es la verdad objetiva ».93 Sólo la verdad, y no las diferentes opiniones humanas, puede servir de ayuda a la teología.

70. El tema de la relación con las culturas merece una reflexión específica, aunque no pueda ser exhaustiva, debido a sus implicaciones en el campo filosófico y teológico. El proceso de encuentro y confrontación con las culturas es una experiencia que la Iglesia ha vivido desde los comienzos de la predicación del Evangelio. El mandato de Cristo a los discípulos de ir a todas partes « hasta los confines de la tierra » (Hch, 1, 8) para transmitir la verdad por Él revelada, permitió a la comunidad cristiana verificar bien pronto la universalidad del anuncio y los obstáculos derivados de la diversidad de las culturas. Un pasaje de la Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso ofrece una valiosa ayuda para comprender cómo la comunidad primitiva afrontó este problema. Escribe el Apóstol: « Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba » (2, 13-14).

A la luz de este texto nuestra reflexión considera también la transformación que se dio en los Gentiles cuando llegaron a la fe. Ante la riqueza de la salvación realizada por Cristo, caen las barreras que separan las diversas culturas. La promesa de Dios en Cristo llega a ser, ahora, una oferta universal, no ya limitada a un pueblo concreto, con su lengua y costumbres, sino extendida a todos como un patrimonio del que cada uno puede libremente participar. Desde lugares y tradiciones diferentes todos están llamados en Cristo a participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios. Cristo permite a los dos pueblos llegar a ser « uno ». Aquellos que eran « los alejados » se hicieron « los cercanos » gracias a la novedad realizada por el misterio pascual. Jesús derriba los muros de la división y realiza la unificación de forma original y suprema mediante la participación en su misterio. Esta unidad es tan profunda que la Iglesia puede decir con san Pablo: « Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios » (Ef 2, 19).

En una expresión tan simple está descrita una gran verdad: el encuentro de la fe con las diversas culturas de hecho ha dado vida a una realidad nueva. Las culturas, cuando están profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura típica del hombre a lo universal y a la trascendencia. Por ello, ofrecen modos diversos de acercamiento a la verdad, que son de indudable utilidad para el hombre al que sugieren valores capaces de hacer cada vez más humana su existencia.94 Como además las culturas evocan los valores de las tradiciones antiguas, llevan consigo —aunque de manera implícita, pero no por ello menos real— la referencia a la manifestación de Dios en la naturaleza, como se ha visto precedentemente hablando de los textos sapienciales y de las enseñanzas de san Pablo.

71. Las culturas, estando en estrecha relación con los hombres y con su historia, comparten el dinamismo propio del tiempo humano. Se aprecian en consecuencia transformaciones y progresos debidos a los encuentros entre los hombres y a los intercambios recíprocos de sus modelos de vida. Las culturas se alimentan de la comunicación de valores, y su vitalidad y subsistencia proceden de su capacidad de permanecer abiertas a la acogida de lo nuevo. ¿Cuál es la explicación de este dinamismo? Cada hombre está inmerso en una cultura, de ella depende y sobre ella influye. Él es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura a la que pertenece. En cada expresión de su vida, lleva consigo algo que lo diferencia del resto de la creación: su constante apertura al misterio y su inagotable deseo de conocer. En consecuencia, toda cultura lleva impresa y deja entrever la tensión hacia una plenitud. Se puede decir, pues, que la cultura tiene en sí misma la posibilidad de acoger la revelación divina.

La forma en la que los cristianos viven la fe está también impregnada por la cultura del ambiente circundante y contribuye, a su vez, a modelar progresivamente sus características. Los cristianos aportan a cada cultura la verdad inmutable de Dios, revelada por Él en la historia y en la cultura de un pueblo. A lo largo de los siglos se sigue produciendo el acontecimiento del que fueron testigos los peregrinos presentes en Jerusalén el día de Pentecostés. Escuchando a los Apóstoles se preguntaban: « ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios » (Hch 2, 7-11). El anuncio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque el pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que sabe acoger cada cultura, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicitación en la verdad.

De esto deriva que una cultura nunca puede ser criterio de juicio y menos aún criterio último de verdad en relación con la revelación de Dios. El Evangelio no es contrario a una u otra cultura como si, entrando en contacto con ella, quisiera privarla de lo que le pertenece obligándola a asumir formas extrínsecas no conformes a la misma. Al contrario, el anuncio que el creyente lleva al mundo y a las culturas es una forma real de liberación de los desórdenes introducidos por el pecado y, al mismo tiempo, una llamada a la verdad plena. En este encuentro, las culturas no sólo no se ven privadas de nada, sino que por el contrario son animadas a abrirse a la novedad de la verdad evangélica recibiendo incentivos para ulteriores desarrollos.

72. El hecho de que la misión evangelizadora haya encontrado en su camino primero a la filosofía griega, no significa en modo alguno que excluya otras aportaciones. Hoy, a medida que el Evangelio entra en contacto con áreas culturales que han permanecido hasta ahora fuera del ámbito de irradiación del cristianismo, se abren nuevos cometidos a la inculturación. Se presentan a nuestra generación problemas análogos a los que la Iglesia tuvo que afrontar en los primeros siglos.

Mi pensamiento se dirige espontáneamente a las tierras del Oriente, ricas de tradiciones religiosas y filosóficas muy antiguas. Entre ellas, la India ocupa un lugar particular. Un gran movimiento espiritual lleva el pensamiento indio a la búsqueda de una experiencia que, liberando el espíritu de los condicionamientos del tiempo y del espacio, tenga valor absoluto. En el dinamismo de esta búsqueda de liberación se sitúan grandes sistemas metafísicos.

Corresponde a los cristianos de hoy, sobre todo a los de la India, sacar de este rico patrimonio los elementos compatibles con su fe de modo que enriquezcan el pensamiento cristiano. Para esta obra de discernimiento, que encuentra su inspiración en la Declaración conciliar Nostra aetate, tendrán en cuenta varios criterios. El primero es el de la universalidad del espíritu humano, cuyas exigencias fundamentales son idénticas en las culturas más diversas. El segundo, derivado del primero, consiste en que cuando la Iglesia entra en contacto con grandes culturas a las que anteriormente no había llegado, no puede olvidar lo que ha adquirido en la inculturación en el pensamiento grecolatino. Rechazar esta herencia sería ir en contra del designio providencial de Dios, que conduce su Iglesia por los caminos del tiempo y de la historia. Este criterio, además, vale para la Iglesia de cada época, también para la del mañana, que se sentirá enriquecida por los logros alcanzados en el actual contacto con las culturas orientales y encontrará en este patrimonio nuevas indicaciones para entrar en diálogo fructuoso con las culturas que la humanidad hará florecer en su camino hacia el futuro. En tercer lugar, hay que evitar confundir la legítima reivindicación de lo específico y original del pensamiento indio con la idea de que una tradición cultural deba encerrarse en su diferencia y afirmarse en su oposición a otras tradiciones, lo cual es contrario a la naturaleza misma del espíritu humano.

Lo que se ha dicho aquí de la India vale también para el patrimonio de las grandes culturas de la China, el Japón y de los demás países de Asia, así como para las riquezas de las culturas tradicionales de África, transmitidas sobre todo por vía oral.

73. A la luz de estas consideraciones, la relación que ha de instaurarse oportunamente entre la teología y la filosofía debe estar marcada por la circularidad. Para la teología, el punto de partida y la fuente original debe ser siempre la palabra de Dios revelada en la historia, mientras que el objetivo final no puede ser otro que la inteligencia de ésta, profundizada progresivamente a través de las generaciones. Por otra parte, ya que la palabra de Dios es Verdad (cf. Jn 17, 17), favorecerá su mejor comprensión la búsqueda humana de la verdad, o sea el filosofar, desarrollado en el respeto de sus propias leyes. No se trata simplemente de utilizar, en la reflexión teológica, uno u otro concepto o aspecto de un sistema filosófico, sino que es decisivo que la razón del creyente emplee sus capacidades de reflexión en la búsqueda de la verdad dentro de un proceso en el que, partiendo de la palabra de Dios, se esfuerza por alcanzar su mejor comprensión. Es claro además que, moviéndose entre estos dos polos —la palabra de Dios y su mejor conocimiento—, la razón está como alertada, y en cierto modo guiada, para evitar caminos que la podrían conducir fuera de la Verdad revelada y, en definitiva, fuera de la verdad pura y simple; más aún, es animada a explorar vías que por sí sola no habría siquiera sospechado poder recorrer. De esta relación de circularidad con la palabra de Dios la filosofía sale enriquecida, porque la razón descubre nuevos e inesperados horizontes.

74. La fecundidad de semejante relación se confirma con las vicisitudes personales de grandes teólogos cristianos que destacaron también como grandes filósofos, dejando escritos de tan alto valor especulativo que justifica ponerlos junto a los maestros de la filosofía antigua. Esto vale tanto para los Padres de la Iglesia, entre los que es preciso citar al menos los nombres de san Gregorio Nacianceno y san Agustín, como para los Doctores medievales, entre los cuales destaca la gran tríada de san Anselmo, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino. La fecunda relación entre filosofía y palabra de Dios se manifiesta también en la decidida búsqueda realizada por pensadores más recientes, entre los cuales deseo mencionar, por lo que se refiere al ámbito occidental, a personalidades como John Henry Newman, Antonio Rosmini, Jacques Maritain, Étienne Gilson, Edith Stein y, por lo que atañe al oriental, a estudiosos de la categoría de Vladimir S. Soloviov, Pavel A. Florenskij, Petr J. Caadaev, Vladimir N. Losskij. Obviamente, al referirnos a estos autores, junto a los cuales podrían citarse otros nombres, no trato de avalar ningún aspecto de su pensamiento, sino sólo proponer ejemplos significativos de un camino de búsqueda filosófica que ha obtenido considerables beneficios de la confrontación con los datos de la fe. Una cosa es cierta: prestar atención al itinerario espiritual de estos maestros ayudará, sin duda alguna, al progreso en la búsqueda de la verdad y en la aplicación de los resultados alcanzados al servicio del hombre. Es de esperar que esta gran tradición filosófico-teológica encuentre hoy y en el futuro continuadores y cultivadores para el bien de la Iglesia y de la humanidad.

Diferentes estados de la filosofía

75. Como se desprende de la historia de las relaciones entre fe y filosofía, señalada antes brevemente, se pueden distinguir diversas posiciones de la filosofía respecto a la fe cristiana. Una primera es la de la filosofía totalmente independiente de la revelación evangélica. Es la posición de la filosofía tal como se ha desarrollado históricamente en las épocas precedentes al nacimiento del Redentor y, después en las regiones donde aún no se conoce el Evangelio. En esta situación, la filosofía manifiesta su legítima aspiración a ser un proyecto autónomo, que procede de acuerdo con sus propias leyes, sirviéndose de la sola fuerza de la razón. Siendo consciente de los graves límites debidos a la debilidad congénita de la razón humana, esta aspiración ha de ser sostenida y reforzada. En efecto, el empeño filosófico, como búsqueda de la verdad en el ámbito natural, permanece al menos implícitamente abierto a lo sobrenatural.

Más aún, incluso cuando la misma reflexión teológica se sirve de conceptos y argumentos filosóficos, debe respetarse la exigencia de la correcta autonomía del pensamiento. En efecto, la argumentación elaborada siguiendo rigurosos criterios racionales es garantía para lograr resultados universalmente válidos. Se confirma también aquí el principio según el cual la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona: el asentimiento de fe, que compromete el intelecto y la voluntad, no destruye sino que perfecciona el libre arbitrio de cada creyente que acoge el dato revelado.

La teoría de la llamada filosofía « separada », seguida por numerosos filósofos modernos, está muy lejos de esta correcta exigencia. Más que afirmar la justa autonomía del filosofar, dicha filosofía reivindica una autosuficiencia del pensamiento que se demuestra claramente ilegítima. En efecto, rechazar las aportaciones de verdad que derivan de la revelación divina significa cerrar el paso a un conocimiento más profundo de la verdad, dañando la misma filosofía.

76. Una segunda posición de la filosofía es la que muchos designan con la expresión filosofía cristiana. La denominación es en sí misma legítima, pero no debe ser mal interpretada: con ella no se pretende aludir a una filosofía oficial de la Iglesia, puesto que la fe como tal no es una filosofía. Con este apelativo se quiere indicar más bien un modo de filosofar cristiano, una especulación filosófica concebida en unión vital con la fe. No se hace referencia simplemente, pues, a una filosofía hecha por filósofos cristianos, que en su investigación no han querido contradecir su fe. Hablando de filosofía cristiana se pretende abarcar todos los progresos importantes del pensamiento filosófico que no se hubieran realizado sin la aportación, directa o indirecta, de la fe cristiana.

Dos son, por tanto, los aspectos de la filosofía cristiana: uno subjetivo, que consiste en la purificación de la razón por parte de la fe. Como virtud teologal, la fe libera la razón de la presunción, tentación típica a la que los filósofos están fácilmente sometidos. Ya san Pablo y los Padres de la Iglesia y, más cercanos a nuestros días, filósofos como Pascal y Kierkegaard la han estigmatizado. Con la humildad, el filósofo adquiere también el valor de afrontar algunas cuestiones que difícilmente podría resolver sin considerar los datos recibidos de la Revelación. Piénsese, por ejemplo, en los problemas del mal y del sufrimiento, en la identidad personal de Dios y en la pregunta sobre el sentido de la vida o, más directamente, en la pregunta metafísica radical: « ¿Por qué existe algo? »

Además está el aspecto objetivo, que afecta a los contenidos. La Revelación propone claramente algunas verdades que, aun no siendo por naturaleza inaccesibles a la razón, tal vez no hubieran sido nunca descubiertas por ella, si se la hubiera dejado sola. En este horizonte se sitúan cuestiones como el concepto de un Dios personal, libre y creador, que tanta importancia ha tenido para el desarrollo del pensamiento filosófico y, en particular, para la filosofía del ser. A este ámbito pertenece también la realidad del pecado, tal y como aparece a la luz de la fe, la cual ayuda a plantear filosóficamente de modo adecuado el problema del mal. Incluso la concepción de la persona como ser espiritual es una originalidad peculiar de la fe. El anuncio cristiano de la dignidad, de la igualdad y de la libertad de los hombres ha influido ciertamente en la reflexión filosófica que los modernos han llevado a cabo. Se puede mencionar, como más cercano a nosotros, el descubrimiento de la importancia que tiene también para la filosofía el hecho histórico, centro de la Revelación cristiana. No es casualidad que el hecho histórico haya llegado a ser eje de una filosofía de la historia, que se presenta como un nuevo capítulo de la búsqueda humana de la verdad.

Entre los elementos objetivos de la filosofía cristiana está también la necesidad de explorar el carácter racional de algunas verdades expresadas por la Sagrada Escritura, como la posibilidad de una vocación sobrenatural del hombre e incluso el mismo pecado original. Son tareas que llevan a la razón a reconocer que lo verdadero racional supera los estrechos confines dentro de los que ella tendería a encerrarse. Estos temas amplían de hecho el ámbito de lo racional.

Al especular sobre estos contenidos, los filósofos no se ha convertido en teólogos, ya que no han buscado comprender e ilustrar la verdad de la fe a partir de la Revelación. Han trabajado en su propio campo y con su propia metodología puramente racional, pero ampliando su investigación a nuevos ámbitos de la verdad. Se puede afirmar que, sin este influjo estimulante de la Palabra de Dios, buena parte de la filosofía moderna y contemporánea no existiría. Este dato conserva toda su importancia, incluso ante la constatación decepcionante del abandono de la ortodoxia cristiana por parte de no pocos pensadores de estos últimos siglos.

77. Otra posición significativa de la filosofía se da cuando la teología misma recurre a la filosofía. En realidad, la teología ha tenido siempre y continúa teniendo necesidad de la aportación filosófica. Siendo obra de la razón crítica a la luz de la fe, el trabajo teológico presupone y exige en toda su investigación una razón educada y formada conceptual y argumentativamente. Además, la teología necesita de la filosofía como interlocutora para verificar la inteligibilidad y la verdad universal de sus aserciones. No es casual que los Padres de la Iglesia y los teólogos medievales adoptaron filosofías no cristianas para dicha función. Este hecho histórico indica el valor de la autonomía que la filosofía conserva también en este tercer estado, pero al mismo tiempo muestra las transformaciones necesarias y profundas que debe afrontar.

Precisamente por ser una aportación indispensable y noble, la filosofía ya desde la edad patrística, fue llamada ancilla theologiae. El título no fue aplicado para indicar una sumisión servil o un papel puramente funcional de la filosofía en relación con la teología. Se utilizó más bien en el sentido con que Aristóteles llamaba a las ciencias experimentales como « siervas » de la « filosofía primera ». La expresión, hoy difícilmente utilizable debido a los principios de autonomía mencionados, ha servido a lo largo de la historia para indicar la necesidad de la relación entre las dos ciencias y la imposibilidad de su separación.

Si el teólogo rechazase la ayuda de la filosofía, correría el riesgo de hacer filosofía sin darse cuenta y de encerrarse en estructuras de pensamiento poco adecuadas para la inteligencia de la fe. Por su parte, si el filósofo excluyese todo contacto con la teología, debería llegar por su propia cuenta a los contenidos de la fe cristiana, como ha ocurrido con algunos filósofos modernos. Tanto en un caso como en otro, se perfila el peligro de la destrucción de los principios basilares de autonomía que toda ciencia quiere justamente que sean garantizados.

La posición de la filosofía aquí considerada, por las implicaciones que comporta para la comprensión de la Revelación, está junto con la teología más directamente bajo la autoridad del Magisterio y de su discernimiento, como he expuesto anteriormente. En efecto, de las verdades de fe derivan determinadas exigencias que la filosofía debe respetar desde el momento en que entra en relación con la teología.

78. A la luz de estas reflexiones, se comprende bien por qué el Magisterio ha elogiado repetidamente los méritos del pensamiento de santo Tomás y lo ha puesto como guía y modelo de los estudios teológicos. Lo que interesaba no era tomar posiciones sobre cuestiones propiamente filosóficas, ni imponer la adhesión a tesis particulares. La intención del Magisterio era, y continúa siendo, la de mostrar cómo santo Tomás es un auténtico modelo para cuantos buscan la verdad. En efecto, en su reflexión la exigencia de la razón y la fuerza de la fe han encontrado la síntesis más alta que el pensamiento haya alcanzado jamás, ya que supo defender la radical novedad aportada por la Revelación sin menospreciar nunca el camino propio de la razón.

79. Al explicitar ahora los contenidos del Magisterio precedente, quiero señalar en esta última parte algunas condiciones que la teología —y aún antes la palabra de Dios— pone hoy al pensamiento filosófico y a las filosofías actuales. Como ya he indicado, el filósofo debe proceder según sus propias reglas y ha de basarse en sus propios principios; la verdad, sin embargo, no es más que una sola. La Revelación, con sus contenidos, nunca puede menospreciar a la razón en sus descubrimientos y en su legítima autonomía; por su parte, sin embargo, la razón no debe jamás perder su capacidad de interrogarse y de interrogar, siendo consciente de que no puede erigirse en valor absoluto y exclusivo. La verdad revelada, al ofrecer plena luz sobre el ser a partir del esplendor que proviene del mismo Ser subsistente, iluminará el camino de la reflexión filosófica. En definitiva, la Revelación cristiana llega a ser el verdadero punto de referencia y de confrontación entre el pensamiento filosófico y el teológico en su recíproca relación. Es deseable pues que los teólogos y los filósofos se dejen guiar por la única autoridad de la verdad, de modo que se elabore una filosofía en consonancia con la Palabra de Dios. Esta filosofía ha de ser el punto de encuentro entre las culturas y la fe cristiana, el lugar de entendimiento entre creyentes y no creyentes. Ha de servir de ayuda para que los creyentes se convenzan firmemente de que la profundidad y autenticidad de la fe se favorece cuando está unida al pensamiento y no renuncia a él. Una vez más, la enseñanza de los Padres de la Iglesia nos afianza en esta convicción: « El mismo acto de fe no es otra cosa que el pensar con el asentimiento de la voluntad [...] Todo el que cree, piensa; piensa creyendo y cree pensando [...] Porque la fe, si lo que se cree no se piensa, es nula ».95 Además: « Sin asentimiento no hay fe, porque sin asentimiento no se puede creer nada ».96

CAPÍTULO VII - EXIGENCIAS Y COMETIDOS ACTUALES

Exigencias irrenunciables de la palabra de Dios

80. La Sagrada Escritura contiene, de manera explícita o implícita, una serie de elementos que permiten obtener una visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico. Los cristianos han tomado conciencia progresivamente de la riqueza contenida en aquellas páginas sagradas. De ellas se deduce que la realidad que experimentamos no es el absoluto; no es increada ni se ha autoengendrado. Sólo Dios es el Absoluto. De las páginas de la Biblia se desprende, además, una visión del hombre como imago Dei, que contiene indicaciones precisas sobre su ser, su libertad y la inmortalidad de su espíritu. Puesto que el mundo creado no es autosuficiente, toda ilusión de autonomía que ignore la dependencia esencial de Dios de toda criatura —incluido el hombre— lleva a situaciones dramáticas que destruyen la búsqueda racional de la armonía y del sentido de la existencia humana.

Incluso el problema del mal moral —la forma más trágica de mal— es afrontado en la Biblia, la cual nos enseña que éste no se puede reducir a una cierta deficiencia debida a la materia, sino que es una herida causada por una manifestación desordenada de la libertad humana. En fin, la palabra de Dios plantea el problema del sentido de la existencia y ofrece su respuesta orientando al hombre hacia Jesucristo, el Verbo de Dios, que realiza en plenitud la existencia humana. De la lectura del texto sagrado se podrían explicitar también otros aspectos; de todos modos, lo que sobresale es el rechazo de toda forma de relativismo, de materialismo y de panteísmo.

La convicción fundamental de esta « filosofía » contenida en la Biblia es que la vida humana y el mundo tienen un sentido y están orientados hacia su cumplimiento, que se realiza en Jesucristo. El misterio de la Encarnación será siempre el punto de referencia para comprender el enigma de la existencia humana, del mundo creado y de Dios mismo. En este misterio los retos para la filosofía son radicales, porque la razón está llamada a asumir una lógica que derriba los muros dentro de los cuales corre el riesgo de quedar encerrada. Sin embargo, sólo aquí alcanza su culmen el sentido de la existencia. En efecto, se hace inteligible la esencia íntima de Dios y del hombre. En el misterio del Verbo encarnado se salvaguardan la naturaleza divina y la naturaleza humana, con su respectiva autonomía, y a la vez se manifiesta el vínculo único que las pone en recíproca relación sin confusión.97

81. Se ha de tener presente que uno de los elementos más importantes de nuestra condición actual es la « crisis del sentido ». Los puntos de vista, a menudo de carácter científico, sobre la vida y sobre el mundo se han multiplicado de tal forma que podemos constatar como se produce el fenómeno de la fragmentariedad del saber. Precisamente esto hace difícil y a menudo vana la búsqueda de un sentido. Y, lo que es aún más dramático, en medio de esta baraúnda de datos y de hechos entre los que se vive y que parecen formar la trama misma de la existencia, muchos se preguntan si todavía tiene sentido plantearse la cuestión del sentido. La pluralidad de las teorías que se disputan la respuesta, o los diversos modos de ver y de interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar esta duda radical, que fácilmente desemboca en un estado de escepticismo y de indiferencia o en las diversas manifestaciones del nihilismo.

La consecuencia de esto es que a menudo el espíritu humano está sujeto a una forma de pensamiento ambiguo, que lo lleva a encerrarse todavía más en sí mismo, dentro de los límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo trascendente. Una filosofía carente de la cuestión sobre el sentido de la existencia incurriría en el grave peligro de degradar la razón a funciones meramente instrumentales, sin ninguna auténtica pasión por la búsqueda de la verdad.

Para estar en consonancia con la palabra de Dios es necesario, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida. Esta primera exigencia, pensándolo bien, es para la filosofía un estímulo utilísimo para adecuarse a su misma naturaleza. En efecto, haciéndolo así, la filosofía no sólo será la instancia crítica decisiva que señala a las diversas ramas del saber científico su fundamento y su límite, sino que se pondrá también como última instancia de unificación del saber y del obrar humano, impulsándolos a avanzar hacia un objetivo y un sentido definitivos. Esta dimensión sapiencial se hace hoy más indispensable en la medida en que el crecimiento inmenso del poder técnico de la humanidad requiere una conciencia renovada y aguda de los valores últimos. Si a estos medios técnicos les faltara la ordenación hacia un fin no meramente utilitarista, pronto podrían revelarse inhumanos, e incluso transformarse en potenciales destructores del género humano.98

La palabra de Dios revela el fin último del hombre y da un sentido global a su obrar en el mundo. Por esto invita a la filosofía a esforzarse en buscar el fundamento natural de este sentido, que es la religiosidad constitutiva de toda persona. Una filosofía que quisiera negar la posibilidad de un sentido último y global sería no sólo inadecuada, sino errónea.

82. Por otro lado, esta función sapiencial no podría ser desarrollada por una filosofía que no fuese un saber auténtico y verdadero, es decir, que atañe no sólo a aspectos particulares y relativos de lo real —sean éstos funcionales, formales o útiles—, sino a su verdad total y definitiva, o sea, al ser mismo del objeto de conocimiento. Ésta es, pues, una segunda exigencia: verificar la capacidad del hombre de llegar al conocimiento de la verdad; un conocimiento, además, que alcance la verdad objetiva, mediante aquella adaequatio rei et intellectus a la que se refieren los Doctores de la Escolástica.99 Esta exigencia, propia de la fe, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II: « La inteligencia no se limita sólo a los fenómenos, sino que es capaz de alcanzar con verdadera certeza la realidad inteligible, aunque a consecuencia del pecado se encuentre parcialmente oscurecida y debilitada ». 100

Una filosofía radicalmente fenoménica o relativista sería inadecuada para ayudar a profundizar en la riqueza de la palabra de Dios. En efecto, la Sagrada Escritura presupone siempre que el hombre, aunque culpable de doblez y de engaño, es capaz de conocer y de comprender la verdad límpida y pura. En los Libros sagrados, concretamente en el Nuevo Testamento, hay textos y afirmaciones de alcance propiamente ontológico. En efecto, los autores inspirados han querido formular verdaderas afirmaciones que expresan la realidad objetiva. No se puede decir que la tradición católica haya cometido un error al interpretar algunos textos de san Juan y de san Pablo como afirmaciones sobre el ser de Cristo. La teología, cuando se dedica a comprender y explicar estas afirmaciones, necesita la aportación de una filosofía que no renuncie a la posibilidad de un conocimiento objetivamente verdadero, aunque siempre perfectible. Lo dicho es válido también para los juicios de la conciencia moral, que la Sagrada Escritura supone que pueden ser objetivamente verdaderos. 101

83. Las dos exigencias mencionadas conllevan una tercera: es necesaria una filosofía de alcance auténticamente metafísico, capaz de trascender los datos empíricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y fundamental. Esta es una exigencia implícita tanto en el conocimiento de tipo sapiencial como en el de tipo analítico; concretamente, es una exigencia propia del conocimiento del bien moral cuyo fundamento último es el sumo Bien, Dios mismo. No quiero hablar aquí de la metafísica como si fuera una escuela específica o una corriente histórica particular. Sólo deseo afirmar que la realidad y la verdad transcienden lo fáctico y lo empírico, y reivindicar la capacidad que el hombre tiene de conocer esta dimensión trascendente y metafísica de manera verdadera y cierta, aunque imperfecta y analógica. En este sentido, la metafísica no se ha de considerar como alternativa a la antropología, ya que la metafísica permite precisamente dar un fundamento al concepto de dignidad de la persona por su condición espiritual. La persona, en particular, es el ámbito privilegiado para el encuentro con el ser y, por tanto, con la reflexión metafísica.

Dondequiera que el hombre descubra una referencia a lo absoluto y a lo trascendente, se le abre un resquicio de la dimensión metafísica de la realidad: en la verdad, en la belleza, en los valores morales, en las demás personas, en el ser mismo y en Dios. Un gran reto que tenemos al final de este milenio es el de saber realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia; incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto la interioridad del hombre y su espiritualidad, es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su naturaleza espiritual y el fundamento en que se apoya. Por lo cual, un pensamiento filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica sería radicalmente inadecuado para desempeñar un papel de mediación en la comprensión de la Revelación.

La palabra de Dios se refiere continuamente a lo que supera la experiencia e incluso el pensamiento del hombre; pero este « misterio » no podría ser revelado, ni la teología podría hacerlo inteligible de modo alguno, 102 si el conocimiento humano estuviera rigurosamente limitado al mundo de la experiencia sensible. Por lo cual, la metafísica es una mediación privilegiada en la búsqueda teológica. Una teología sin un horizonte metafísico no conseguiría ir más allá del análisis de la experiencia religiosa y no permitiría al intellectus fidei expresar con coherencia el valor universal y trascendente de la verdad revelada.

Si insisto tanto en el elemento metafísico es porque estoy convencido de que es el camino obligado para superar la situación de crisis que afecta hoy a grandes sectores de la filosofía y para corregir así algunos comportamientos erróneos difundidos en nuestra sociedad.

84. La importancia de la instancia metafísica se hace aún más evidente si se considera el desarrollo que hoy tienen las ciencias hermenéuticas y los diversos análisis del lenguaje. Los resultados a los que llegan estos estudios pueden ser muy útiles para la comprensión de la fe, ya que ponen de manifiesto la estructura de nuestro modo de pensar y de hablar y el sentido contenido en el lenguaje. Sin embargo, hay estudiosos de estas ciencias que en sus investigaciones tienden a detenerse en el modo cómo se comprende y se expresa la realidad, sin verificar las posibilidades que tiene la razón para descubrir su esencia. ¿Cómo no descubrir en dicha actitud una prueba de la crisis de confianza, que atraviesa nuestro tiempo, sobre la capacidad de la razón? Además, cuando en algunas afirmaciones apriorísticas estas tesis tienden a ofuscar los contenidos de la fe o negar su validez universal, no sólo humillan la razón, sino que se descalifican a sí mismas. En efecto, la fe presupone con claridad que el lenguaje humano es capaz de expresar de manera universal —aunque en términos analógicos, pero no por ello menos significativos— la realidad divina y trascendente. 103 Si no fuera así, la palabra de Dios, que es siempre palabra divina en lenguaje humano, no sería capaz de expresar nada sobre Dios. La interpretación de esta Palabra no puede llevarnos de interpretación en interpretación, sin llegar nunca a descubrir una afirmación simplemente verdadera; de otro modo no habría revelación de Dios, sino solamente la expresión de conceptos humanos sobre Él y sobre lo que presumiblemente piensa de nosotros.

85. Sé bien que estas exigencias, puestas a la filosofía por la palabra de Dios, pueden parecer arduas a muchos que afrontan la situación actual de la investigación filosófica. Precisamente por esto, asumiendo lo que los Sumos Pontífices desde algún tiempo no dejan de enseñar y el mismo Concilio Ecuménico Vaticano II ha afirmado, deseo expresar firmemente la convicción de que el hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber. Éste es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era cristiana. El aspecto sectorial del saber, en la medida en que comporta un acercamiento parcial a la verdad con la consiguiente fragmentación del sentido, impide la unidad interior del hombre contemporáneo. ¿Cómo podría no preocuparse la Iglesia? Este cometido sapiencial llega a sus Pastores directamente desde el Evangelio y ellos no pueden eludir el deber de llevarlo a cabo.

Considero que quienes tratan hoy de responder como filósofos a las exigencias que la palabra de Dios plantea al pensamiento humano, deberían elaborar su razonamiento basándose en estos postulados y en coherente continuidad con la gran tradición que, empezando por los antiguos, pasa por los Padres de la Iglesia y los maestros de la escolástica, y llega hasta los descubrimientos fundamentales del pensamiento moderno y contemporáneo. Si el filósofo sabe aprender de esta tradición e inspirarse en ella, no dejará de mostrarse fiel a la exigencia de autonomía del pensamiento filosófico.

En este sentido, es muy significativo que, en el contexto actual, algunos filósofos sean promotores del descubrimiento del papel determinante de la tradición para una forma correcta de conocimiento. En efecto, la referencia a la tradición no es un mero recuerdo del pasado, sino que más bien constituye el reconocimiento de un patrimonio cultural de toda la humanidad. Es más, se podría decir que nosotros pertenecemos a la tradición y no podemos disponer de ella como queramos. Precisamente el tener las raíces en la tradición es lo que nos permite hoy poder expresar un pensamiento original, nuevo y proyectado hacia el futuro. Esta misma referencia es válida también sobre todo para la teología. No sólo porque tiene la Tradición viva de la Iglesia como fuente originaria, 104 sino también porque, gracias a esto, debe ser capaz de recuperar tanto la profunda tradición teológica que ha marcado las épocas anteriores, como la perenne tradición de aquella filosofía que ha sabido superar por su verdadera sabiduría los límites del espacio y del tiempo.

86. La insistencia en la necesidad de una estrecha relación de continuidad de la reflexión filosófica contemporánea con la elaborada en la tradición cristiana intenta prevenir el peligro que se esconde en algunas corrientes de pensamiento, hoy tan difundidas. Considero oportuno detenerme en ellas, aunque brevemente, para poner de relieve sus errores y los consiguientes riesgos para la actividad filosófica.

La primera es el eclecticismo, término que designa la actitud de quien, en la investigación, en la enseñanza y en la argumentación, incluso teológica, suele adoptar ideas derivadas de diferentes filosofías, sin fijarse en su coherencia o conexión sistemática ni en su contexto histórico. De este modo, no es capaz de discernir la parte de verdad de un pensamiento de lo que pueda tener de erróneo o inadecuado. Una forma extrema de eclecticismo se percibe también en el abuso retórico de los términos filosóficos al que se abandona a veces algún teólogo. Esta instrumentalización no ayuda a la búsqueda de la verdad y no educa la razón —tanto teológica como filosófica— para argumentar de manera seria y científica. El estudio riguroso y profundo de las doctrinas filosóficas, de su lenguaje peculiar y del contexto en que han surgido, ayuda a superar los riesgos del eclecticismo y permite su adecuada integración en la argumentación teológica.

87. El eclecticismo es un error de método, pero podría ocultar también las tesis propias del historicismo. Para comprender de manera correcta una doctrina del pasado, es necesario considerarla en su contexto histórico y cultural. En cambio, la tesis fundamental del historicismo consiste en establecer la verdad de una filosofía sobre la base de su adecuación a un determinado período y a un determinado objetivo histórico. De este modo, al menos implícitamente, se niega la validez perenne de la verdad. Lo que era verdad en una época, sostiene el historicista, puede no serlo ya en otra. En fin, la historia del pensamiento es para él poco más que una pieza arqueológica a la que se recurre para poner de relieve posiciones del pasado en gran parte ya superadas y carentes de significado para el presente. Por el contrario, se debe considerar además que, aunque la formulación esté en cierto modo vinculada al tiempo y a la cultura, la verdad o el error expresados en ellas se pueden reconocer y valorar como tales en todo caso, no obstante la distancia espacio-temporal.

En la reflexión teológica, el historicismo tiende a presentarse muchas veces bajo una forma de « modernismo ». Con la justa preocupación de actualizar la temática teológica y hacerla asequible a los contemporáneos, se recurre sólo a las afirmaciones y jerga filosófica más recientes, descuidando las observaciones críticas que se deberían hacer eventualmente a la luz de la tradición. Esta forma de modernismo, por el hecho de sustituir la actualidad por la verdad, se muestra incapaz de satisfacer las exigencias de verdad a la que la teología debe dar respuesta.

88. Otro peligro considerable es el cientificismo. Esta corriente filosófica no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas, relegando al ámbito de la mera imaginación tanto el conocimiento religioso y teológico, como el saber ético y estético. En el pasado, esta misma idea se expresaba en el positivismo y en el neopositivismo, que consideraban sin sentido las afirmaciones de carácter metafísico. La crítica epistemológica ha desacreditado esta postura, que, no obstante, vuelve a surgir bajo la nueva forma del cientificismo. En esta perspectiva, los valores quedan relegados a meros productos de la emotividad y la noción de ser es marginada para dar lugar a lo puro y simplemente fáctico. La ciencia se prepara a dominar todos los aspectos de la existencia humana a través del progreso tecnológico. Los éxitos innegables de la investigación científica y de la tecnología contemporánea han contribuido a difundir la mentalidad cientificista, que parece no encontrar límites, teniendo en cuenta como ha penetrado en las diversas culturas y como ha aportado en ellas cambios radicales.

Se debe constatar lamentablemente que lo relativo a la cuestión sobre el sentido de la vida es considerado por el cientificismo como algo que pertenece al campo de lo irracional o de lo imaginario. No menos desalentador es el modo en que esta corriente de pensamiento trata otros grandes problemas de la filosofía que, o son ignorados o se afrontan con análisis basados en analogías superficiales, sin fundamento racional. Esto lleva al empobrecimiento de la reflexión humana, que se ve privada de los problemas de fondo que el animal rationale se ha planteado constantemente, desde el inicio de su existencia terrena. En esta perspectiva, al marginar la crítica proveniente de la valoración ética, la mentalidad cientificista ha conseguido que muchos acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable llega a ser por ello moralmente admisible.

89. No menores peligros conlleva el pragmatismo, actitud mental propia de quien, al hacer sus opciones, excluye el recurso a reflexiones teoréticas o a valoraciones basadas en principios éticos. Las consecuencias derivadas de esta corriente de pensamiento son notables. En particular, se ha ido afirmando un concepto de democracia que no contempla la referencia a fundamentos de orden axiológico y por tanto inmutables. La admisibilidad o no de un determinado comportamiento se decide con el voto de la mayoría parlamentaria. 105 Las consecuencias de semejante planteamiento son evidentes: las grandes decisiones morales del hombre se subordinan, de hecho, a las deliberaciones tomadas cada vez por los órganos institucionales. Más aún, la misma antropología está fuertemente condicionada por una visión unidimensional del ser humano, ajena a los grandes dilemas éticos y a los análisis existenciales sobre el sentido del sufrimiento y del sacrificio, de la vida y de la muerte.

90. Las tesis examinadas hasta aquí llevan, a su vez, a una concepción más general, que actualmente parece constituir el horizonte común para muchas filosofías que se han alejado del sentido del ser. Me estoy refiriendo a la postura nihilista, que rechaza todo fundamento a la vez que niega toda verdad objetiva. El nihilismo, aun antes de estar en contraste con las exigencias y los contenidos de la palabra de Dios, niega la humanidad del hombre y su misma identidad. En efecto, se ha de tener en cuenta que la negación del ser comporta inevitablemente la pérdida de contacto con la verdad objetiva y, por consiguiente, con el fundamento de la dignidad humana. De este modo se hace posible borrar del rostro del hombre los rasgos que manifiestan su semejanza con Dios, para llevarlo progresivamente o a una destructiva voluntad de poder o a la desesperación de la soledad. Una vez que se ha quitado la verdad al hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente. 106

91. Al comentar las corrientes de pensamiento apenas mencionadas no ha sido mi intención presentar un cuadro completo de la situación actual de la filosofía, que, por otra parte, sería difícil de englobar en una visión unitaria. Quiero subrayar, de hecho, que la herencia del saber y de la sabiduría se ha enriquecido en diversos campos. Basta citar la lógica, la filosofía del lenguaje, la epistemología, la filosofía de la naturaleza, la antropología, el análisis profundo de las vías afectivas del conocimiento, el acercamiento existencial al análisis de la libertad. Por otra parte, la afirmación del principio de inmanencia, que es el centro de la postura racionalista, suscitó, a partir del siglo pasado, reacciones que han llevado a un planteamiento radical de los postulados considerados indiscutibles. Nacieron así corrientes irracionalistas, mientras la crítica ponía de manifiesto la inutilidad de la exigencia de autofundación absoluta de la razón.

Nuestra época ha sido calificada por ciertos pensadores como la época de la « postmodernidad ». Este término, utilizado frecuentemente en contextos muy diferentes unos de otros, designa la aparición de un conjunto de factores nuevos, que por su difusión y eficacia han sido capaces de determinar cambios significativos y duraderos. Así, el término se ha empleado primero a propósito de fenómenos de orden estético, social y tecnológico. Sucesivamente ha pasado al ámbito filosófico, quedando caracterizado no obstante por una cierta ambigüedad, tanto porque el juicio sobre lo que se llama « postmoderno » es unas veces positivo y otras negativo, como porque falta consenso sobre el delicado problema de la delimitación de las diferentes épocas históricas. Sin embargo, no hay duda de que las corrientes de pensamiento relacionadas con la postmodernidad merecen una adecuada atención. En efecto, según algunas de ellas el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz. Muchos autores, en su crítica demoledora de toda certeza e ignorando las distinciones necesarias, contestan incluso la certeza de la fe.

Este nihilismo encuentra una cierta confirmación en la terrible experiencia del mal que ha marcado nuestra época. Ante esta experiencia dramática, el optimismo racionalista que veía en la historia el avance victorioso de la razón, fuente de felicidad y de libertad, no ha podido mantenerse en pie, hasta el punto de que una de las mayores amenazas en este fin de siglo es la tentación de la desesperación.

Sin embargo es verdad que una cierta mentalidad positivista sigue alimentando la ilusión de que, gracias a las conquistas científicas y técnicas, el hombre, como demiurgo, pueda llegar por sí solo a conseguir el pleno dominio de su destino.

Cometidos actuales de la teología

92. Como inteligencia de la Revelación, la teología en las diversas épocas históricas ha debido afrontar siempre las exigencias de las diferentes culturas para luego conciliar en ellas el contenido de la fe con una conceptualización coherente. Hoy tiene también un doble cometido. En efecto, por una parte debe desarrollar la labor que el Concilio Vaticano II le encomendó en su momento: renovar las propias metodologías para un servicio más eficaz a la evangelización. En esta perspectiva, ¿cómo no recordar las palabras pronunciadas por el Sumo Pontífice Juan XXIII en la apertura del Concilio? Decía entonces: « Es necesario, además, como lo desean ardientemente todos los que promueven sinceramente el espíritu cristiano, católico y apostólico, conocer con mayor amplitud y profundidad esta doctrina que debe impregnar las conciencias. Esta doctrina es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla según las exigencias de nuestro tiempo ». 107

Por otra parte, la teología debe mirar hacia la verdad última que recibe con la Revelación, sin darse por satisfecha con las fases intermedias. Es conveniente que el teólogo recuerde que su trabajo corresponde « al dinamismo presente en la fe misma » y que el objeto propio de su investigación es « la Verdad, el Dios vivo y su designio de salvación revelado en Jesucristo ». 108 Este cometido, que afecta en primer lugar a la teología, atañe igualmente a la filosofía. En efecto, los numerosos problemas actuales exigen un trabajo común, aunque realizado con metodologías diversas, para que la verdad sea nuevamente conocida y expresada. La Verdad, que es Cristo, se impone como autoridad universal que dirige, estimula y hacer crecer (cf. Ef 4, 15) tanto la teología como la filosofía.

Creer en la posibilidad de conocer una verdad universalmente válida no es en modo alguno fuente de intolerancia; al contrario, es una condición necesaria para un diálogo sincero y auténtico entre las personas. Sólo bajo esta condición es posible superar las divisiones y recorrer juntos el camino hacia la verdad completa, siguiendo los senderos que sólo conoce el Espíritu del Señor resucitado. 109 Deseo indicar ahora cómo la exigencia de unidad se presenta concretamente hoy ante las tareas actuales de la teología.

93. El objetivo fundamental al que tiende la teología consiste en presentar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe. Por tanto, el verdadero centro de su reflexión será la contemplación del misterio mismo de Dios Trino. A Él se llega reflexionando sobre el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: sobre su hacerse hombre y el consiguiente caminar hacia la pasión y muerte, misterio que desembocará en su gloriosa resurrección y ascensión a la derecha del Padre, de donde enviará el Espíritu de la verdad para constituir y animar a su Iglesia. En este horizonte, un objetivo primario de la teología es la comprensión de la kenosis de Dios, verdadero gran misterio para la mente humana, a la cual resulta inaceptable que el sufrimiento y la muerte puedan expresar el amor que se da sin pedir nada a cambio. En esta perspectiva se impone como exigencia básica y urgente un análisis atento de los textos. En primer lugar, los textos escriturísticos; después, los de la Tradición viva de la Iglesia. A este respecto, se plantean hoy algunos problemas, sólo nuevos en parte, cuya solución coherente no se podrá encontrar prescindiendo de la aportación de la filosofía.

94. Un primer aspecto problemático es la relación entre el significado y la verdad. Como cualquier otro texto, también las fuentes que el teólogo interpreta transmiten ante todo un significado, que se ha de descubrir y exponer. Ahora bien, este significado se presenta como la verdad sobre Dios, que es comunicada por Él mismo a través del texto sagrado. En el lenguaje humano, pues, toma cuerpo el lenguaje de Dios, que comunica la propia verdad con la admirable « condescendencia » que refleja la lógica de la Encarnación. 110 Al interpretar las fuentes de la Revelación es necesario, por tanto, que el teólogo se pregunte cuál es la verdad profunda y genuina que los textos quieren comunicar, a pesar de los límites del lenguaje.

En cuanto a los textos bíblicos, y a los Evangelios en particular, su verdad no se reduce ciertamente a la narración de meros acontecimientos históricos o a la revelación de hechos neutrales, como postula el positivismo historicista. 111 Al contrario, estos textos presentan acontecimientos cuya verdad va más allá de las vicisitudes históricas: su significado está en y para la historia de la salvación. Esta verdad tiene su plena explicitación en la lectura constante que la Iglesia hace de dichos textos a lo largo de los siglos, manteniendo inmutable su significado originario. Es urgente, pues, interrogarse incluso filosóficamente sobre la relación que hay entre el hecho y su significado; relación que constituye el sentido específico de la historia.

95. La palabra de Dios no se dirige a un solo pueblo y a una sola época. Igualmente, los enunciados dogmáticos, aun reflejando a veces la cultura del período en que se formulan, presentan una verdad estable y definitiva. Surge, pues, la pregunta sobre cómo se puede conciliar el carácter absoluto y universal de la verdad con el inevitable condicionamiento histórico y cultural de las fórmulas en que se expresa. Como he dicho anteriormente, las tesis del historicismo no son defendibles. En cambio, la aplicación de una hermenéutica abierta a la instancia metafísica permite mostrar cómo, a partir de las circunstancias históricas y contingentes en que han madurado los textos, se llega a la verdad expresada en ellos, que va más allá de dichos condicionamientos.

Con su lenguaje histórico y circunscrito el hombre puede expresar unas verdades que transcienden el fenómeno lingüístico. En efecto, la verdad jamás puede ser limitada por el tiempo y la cultura; se conoce en la historia, pero supera la historia misma.

96. Esta consideración permite entrever la solución de otro problema: el de la perenne validez del lenguaje conceptual usado en las definiciones conciliares. Mi predecesor Pío XII ya afrontó esta cuestión en la Encíclica Humani generis. 112

Reflexionar sobre este tema no es fácil, porque se debe tener en cuenta seriamente el significado que adquieren las palabras en las diversas culturas y en épocas diferentes. De todos modos, la historia del pensamiento enseña que a través de la evolución y la variedad de las culturas ciertos conceptos básicos mantienen su valor cognoscitivo universal y, por tanto, la verdad de las proposiciones que los expresan. 113 Si no fuera así, la filosofía y las ciencias no podrían comunicarse entre ellas, ni podrían ser asumidas por culturas distintas de aquellas en que han sido pensadas y elaboradas. El problema hermenéutico, por tanto, existe, pero tiene solución. Por otra parte, el valor objetivo de muchos conceptos no excluye que a menudo su significado sea imperfecto. La especulación filosófica podría ayudar mucho en este campo. Por tanto, es de desear un esfuerzo particular para profundizar la relación entre lenguaje conceptual y verdad, para proponer vías adecuadas para su correcta comprensión.

97. Si un cometido importante de la teología es la interpretación de las fuentes, un paso ulterior e incluso más delicado y exigente es la comprensión de la verdad revelada, o sea, la elaboración del intellectus fidei. Como ya he dicho, el intellectus fidei necesita la aportación de una filosofía del ser, que permita ante todo a la teología dogmática desarrollar de manera adecuada sus funciones. El pragmatismo dogmático de principios de este siglo, según el cual las verdades de fe no serían más que reglas de comportamiento, ha sido ya descartado y rechazado; 114 a pesar de esto, queda siempre la tentación de comprender estas verdades de manera puramente funcional. En este caso, se caería en un esquema inadecuado, reductivo y desprovisto de la necesaria incisividad especulativa. Por ejemplo, una cristología que se estructurara unilateralmente « desde abajo », como hoy suele decirse, o una eclesiología elaborada únicamente sobre el modelo de la sociedad civil, difícilmente podrían evitar el peligro de tal reduccionismo.

Si el intellectus fidei quiere incorporar toda la riqueza de la tradición teológica, debe recurrir a la filosofía del ser. Ésta debe poder replantear el problema del ser según las exigencias y las aportaciones de toda la tradición filosófica, incluida la más reciente, evitando caer en inútiles repeticiones de esquemas anticuados. En el marco de la tradición metafísica cristiana, la filosofía del ser es una filosofía dinámica que ve la realidad en sus estructuras ontológicas, causales y comunicativas. Ella tiene fuerza y perenne validez por estar fundamentada en el hecho mismo del ser, que permite la apertura plena y global hacia la realidad entera, superando cualquier límite hasta llegar a Aquél que lo perfecciona todo. 115 En la teología, que recibe sus principios de la Revelación como nueva fuente de conocimiento, se confirma esta perspectiva según la íntima relación entre fe y racionalidad metafísica.

98. Consideraciones análogas se pueden hacer también por lo que se refiere a la teología moral. La recuperación de la filosofía es urgente asimismo para la comprensión de la fe, relativa a la actuación de los creyentes. Ante los retos contemporáneos en el campo social, económico, político y científico, la conciencia ética del hombre está desorientada. En la Encíclica Veritatis splendor he puesto de relieve que muchos de los problemas que tiene el mundo actual derivan de una « crisis en torno a la verdad. Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientando a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás ». 116

En toda la Encíclica he subrayado claramente el papel fundamental que corresponde a la verdad en el campo moral. Esta verdad, respecto a la mayor parte de los problemas éticos más urgentes, exige, por parte de la teología moral, una atenta reflexión que ponga bien de relieve su arraigo en la palabra de Dios. Para cumplir esta misión propia, la teología moral debe recurrir a una ética filosófica orientada a la verdad del bien; a una ética, pues, que no sea subjetivista ni utilitarista. Esta ética implica y presupone una antropología filosófica y una metafísica del bien. Gracias a esta visión unitaria, vinculada necesariamente a la santidad cristiana y al ejercicio de las virtudes humanas y sobrenaturales, la teología moral será capaz de afrontar los diversos problemas de su competencia —como la paz, la justicia social, la familia, la defensa de la vida y del ambiente natural— del modo más adecuado y eficaz.

99. La labor teológica en la Iglesia está ante todo al servicio del anuncio de la fe y de la catequesis. 117 El anuncio o kerigma llama a la conversión, proponiendo la verdad de Cristo que culmina en su Misterio pascual. En efecto, sólo en Cristo es posible conocer la plenitud de la verdad que nos salva (cf. Hch 4, 12; 1 Tm 2, 4-6).

En este contexto se comprende bien por qué, además de la teología, tiene también un notable interés la referencia a la catequesis, pues conlleva implicaciones filosóficas que deben estudiarse a la luz de la fe. La enseñanza dada en la catequesis tiene un efecto formativo para la persona. La catequesis, que es también comunicación lingüística, debe presentar la doctrina de la Iglesia en su integridad, 118 mostrando su relación con la vida de los creyentes. 119 Se da así una unión especial entre enseñanza y vida, que es imposible alcanzar de otro modo. En efecto, lo que se comunica en la catequesis no es un conjunto de verdades conceptuales, sino el misterio del Dios vivo. 120

La reflexión filosófica puede contribuir mucho a clarificar la relación entre verdad y vida, entre acontecimiento y verdad doctrinal y, sobre todo, la relación entre verdad trascendente y lenguaje humanamente inteligible. 121 La reciprocidad que hay entre las materias teológicas y los objetivos alcanzados por las diferentes corrientes filosóficas puede manifestar, pues, una fecundidad concreta de cara a la comunicación de la fe y de su comprensión más profunda.

CONCLUSIÓN

100. Pasados más cien años de la publicación de la Encíclica Æterni Patris de León XIII, a la que me he referido varias veces en estas páginas, me ha parecido necesario acometer de nuevo y de modo más sistemático el argumento sobre la relación entre fe y filosofía. Es evidente la importancia que el pensamiento filosófico tiene en el desarrollo de las culturas y en la orientación de los comportamientos personales y sociales. Dicho pensamiento ejerce una gran influencia, incluso sobre la teología y sobre sus diversas ramas, que no siempre se percibe de manera explícita. Por esto, he considerado justo y necesario subrayar el valor que la filosofía tiene para la comprensión de la fe y las limitaciones a las que se ve sometida cuando olvida o rechaza las verdades de la Revelación. En efecto, la Iglesia está profundamente convencida de que fe y razón « se ayudan mutuamente », 122 ejerciendo recíprocamente una función tanto de examen crítico y purificador, como de estímulo para progresar en la búsqueda y en la profundización.

101. Cuando nuestra consideración se centra en la historia del pensamiento, sobre todo en Occidente, es fácil ver la riqueza que ha significado para el progreso de la humanidad el encuentro entre filosofía y teología, y el intercambio de sus respectivos resultados. La teología, que ha recibido como don una apertura y una originalidad que le permiten existir como ciencia de la fe, ha estimulado ciertamente la razón a permanecer abierta a la novedad radical que comporta la revelación de Dios. Esto ha sido una ventaja indudable para la filosofía, que así ha visto abrirse nuevos horizontes de significados inéditos que la razón está llamada a estudiar.

Precisamente a la luz de esta constatación, de la misma manera que he reafirmado la necesidad de que la teología recupere su legítima relación con la filosofía, también me siento en el deber de subrayar la oportunidad de que la filosofía, por el bien y el progreso del pensamiento, recupere su relación con la teología. En ésta la filosofía no encontrará la reflexión de un único individuo que, aunque profunda y rica, lleva siempre consigo los límites propios de la capacidad de pensamiento de uno solo, sino la riqueza de una reflexión común. En efecto, en la reflexión sobre la verdad la teología está apoyada, por su misma naturaleza, en la nota de la eclesialidad 123 y en la tradición del Pueblo de Dios con su pluralidad de saberes y culturas en la unidad de la fe.

102. La Iglesia, al insistir sobre la importancia y las verdaderas dimensiones del pensamiento filosófico, promueve a la vez tanto la defensa de la dignidad del hombre como el anuncio del mensaje evangélico. Ante tales cometidos, lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad 124 y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia. En la perspectiva de estas profundas exigencias, inscritas por Dios en la naturaleza humana, se ve incluso más clara el significado humano y humanizador de la palabra de Dios. Gracias a la mediación de una filosofía que ha llegado a ser también verdadera sabiduría, el hombre contemporáneo llegará así a reconocer que será tanto más hombre cuanto, entregándose al Evangelio, más se abra a Cristo.

103. La filosofía, además, es como el espejo en el que se refleja la cultura de los pueblos. Una filosofía que, impulsada por las exigencias de la teología, se desarrolla en coherencia con la fe, forma parte de la « evangelización de la cultura » que Pablo VI propuso como uno de los objetivos fundamentales de la evangelización. 125 A la vez que no me canso de recordar la urgencia de una nueva evangelización, me dirijo a los filósofos para que profundicen en las dimensiones de la verdad, del bien y de la belleza, a las que conduce la palabra de Dios. Esto es más urgente aún si se consideran los retos que el nuevo milenio trae consigo y que afectan de modo particular a las regiones y culturas de antigua tradición cristiana. Esta atención debe considerarse también como una aportación fundamental y original en el camino de la nueva evangelización.

104. El pensamiento filosófico es a menudo el único ámbito de entendimiento y de diálogo con quienes no comparten nuestra fe. El movimiento filosófico contemporáneo exige el esfuerzo atento y competente de filósofos creyentes capaces de asumir las esperanzas, nuevas perspectivas y problemáticas de este momento histórico. El filósofo cristiano, al argumentar a la luz de la razón y según sus reglas, aunque guiado siempre por la inteligencia que le viene de la palabra de Dios, puede desarrollar una reflexión que será comprensible y sensata incluso para quien no percibe aún la verdad plena que manifiesta la divina Revelación. Este ámbito de entendimiento y de diálogo es hoy muy importante ya que los problemas que se presentan con más urgencia a la humanidad —como el problema ecológico, el de la paz o el de la convivencia de las razas y de las culturas— encuentran una posible solución a la luz de una clara y honesta colaboración de los cristianos con los fieles de otras religiones y con quienes, aún no compartiendo una creencia religiosa, buscan la renovación de la humanidad. Lo afirma el Concilio Vaticano II: « El deseo de que este diálogo sea conducido sólo por el amor a la verdad, guardando siempre la debida prudencia, no excluye por nuestra parte a nadie, ni a aquellos que cultivan los bienes preclaros del espíritu humano, pero no reconocen todavía a su Autor, ni a aquéllos que se oponen a la Iglesia y la persiguen de diferentes maneras ». 126 Una filosofía en la que resplandezca algo de la verdad de Cristo, única respuesta definitiva a los problemas del hombre, 127 será una ayuda eficaz para la ética verdadera y a la vez planetaria que necesita hoy la humanidad.

105. Al concluir esta Encíclica quiero dirigir una ulterior llamada ante todo a los teólogos, a fin de que dediquen particular atención a las implicaciones filosóficas de la palabra de Dios y realicen una reflexión de la que emerja la dimensión especulativa y práctica de la ciencia teológica. Deseo agradecerles su servicio eclesial. La relación íntima entre la sabiduría teológica y el saber filosófico es una de las riquezas más originales de la tradición cristiana en la profundización de la verdad revelada. Por esto, los exhorto a recuperar y subrayar más la dimensión metafísica de la verdad para entrar así en diálogo crítico y exigente tanto el con pensamiento filosófico contemporáneo como con toda la tradición filosófica, ya esté en sintonía o en contraposición con la palabra de Dios. Que tengan siempre presente la indicación de san Buenaventura, gran maestro del pensamiento y de la espiritualidad, el cual al introducir al lector en su Itinerarium mentis in Deum lo invitaba a darse cuenta de que « no es suficiente la lectura sin el arrepentimiento, el conocimiento sin la devoción, la búsqueda sin el impulso de la sorpresa, la prudencia sin la capacidad de abandonarse a la alegría, la actividad disociada de la religiosidad, el saber separado de la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio no sostenido por la divina gracia, la reflexión sin la sabiduría inspirada por Dios ». 128

Me dirijo también a quienes tienen la responsabilidad de la formación sacerdotal, tanto académica como pastoral, para que cuiden con particular atención la preparación filosófica de los que habrán de anunciar el Evangelio al hombre de hoy y, sobre todo, de quienes se dedicarán al estudio y la enseñanza de la teología. Que se esfuercen en realizar su labor a la luz de las prescripciones del Concilio Vaticano II 129 y de las disposiciones posteriores, las cuales presentan el inderogable y urgente cometido, al que todos estamos llamados, de contribuir a una auténtica y profunda comunicación de las verdades de la fe. Que no se olvide la grave responsabilidad de una previa y adecuada preparación de los profesores destinados a la enseñanza de la filosofía en los Seminarios y en las Facultades eclesiásticas. 130 Es necesario que esta enseñanza esté acompañada de la conveniente preparación científica, que se ofrezca de manera sistemática proponiendo el gran patrimonio de la tradición cristiana y que se realice con el debido discernimiento ante las exigencias actuales de la Iglesia y del mundo.

106. Mi llamada se dirige, además, a los filósofos y a los profesores de filosofía, para que tengan la valentía de recuperar, siguiendo una tradición filosófica perennemente válida, las dimensiones de auténtica sabiduría y de verdad, incluso metafísica, del pensamiento filosófico. Que se dejen interpelar por las exigencias que provienen de la palabra de Dios y estén dispuestos a realizar su razonamiento y argumentación como respuesta a las mismas. Que se orienten siempre hacia la verdad y estén atentos al bien que ella contiene. De este modo podrán formular la ética auténtica que la humanidad necesita con urgencia, particularmente en estos años. La Iglesia sigue con atención y simpatía sus investigaciones; pueden estar seguros, pues, del respeto que ella tiene por la justa autonomía de su ciencia. De modo particular, deseo alentar a los creyentes que trabajan en el campo de la filosofía, a fin de que iluminen los diversos ámbitos de la actividad humana con el ejercicio de una razón que es más segura y perspicaz por la ayuda que recibe de la fe.

Finalmente, dirijo también unas palabras a los científicos, que con sus investigaciones nos ofrecen un progresivo conocimiento del universo en su conjunto y de la variedad increíblemente rica de sus elementos, animados e inanimados, con sus complejas estructuras atómicas y moleculares. El camino realizado por ellos ha alcanzado, especialmente en este siglo, metas que siguen asombrándonos. Al expresar mi admiración y mi aliento hacia estos valiosos pioneros de la investigación científica, a los cuales la humanidad debe tanto de su desarrollo actual, siento el deber de exhortarlos a continuar en sus esfuerzos permaneciendo siempre en el horizonte sapiencial en el cual los logros científicos y tecnológicos están acompañados por los valores filosóficos y éticos, que son una manifestación característica e imprescindible de la persona humana. El científico es muy consciente de que « la búsqueda de la verdad, incluso cuando atañe a una realidad limitada del mundo o del hombre, no termina nunca, remite siempre a algo que está por encima del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren el acceso al Misterio ». 131

107. Pido a todos que fijen su atención en el hombre, que Cristo salvó en el misterio de su amor, y en su permanente búsqueda de verdad y de sentido. Diversos sistemas filosóficos, engañándolo, lo han convencido de que es dueño absoluto de sí mismo, que puede decidir autónomamente sobre su propio destino y su futuro confiando sólo en sí mismo y en sus propias fuerzas. La grandeza del hombre jamás consistirá en esto. Sólo la opción de insertarse en la verdad, al amparo de la Sabiduría y en coherencia con ella, será determinante para su realización. Solamente en este horizonte de la verdad comprenderá la realización plena de su libertad y su llamada al amor y al conocimiento de Dios como realización suprema de sí mismo.

108. Mi último pensamiento se dirige a Aquélla que la oración de la Iglesia invoca como Trono de la Sabiduría. Su misma vida es una verdadera parábola capaz de iluminar las reflexiones que he expuesto. En efecto, se puede entrever una gran correlación entre la vocación de la Santísima Virgen y la de la auténtica filosofía. Igual que la Virgen fue llamada a ofrecer toda su humanidad y femineidad a fin de que el Verbo de Dios pudiera encarnarse y hacerse uno de nosotros, así la filosofía está llamada a prestar su aportación, racional y crítica, para que la teología, como comprensión de la fe, sea fecunda y eficaz. Al igual que María, en el consentimiento dado al anuncio de Gabriel, nada perdió de su verdadera humanidad y libertad, así el pensamiento filosófico, cuando acoge el requerimiento que procede de la verdad del Evangelio, nada pierde de su autonomía, sino que siente como su búsqueda es impulsada hacia su más alta realización. Esta verdad la habían comprendido muy bien los santos monjes de la antigüedad cristiana, cuando llamaban a María « la mesa intelectual de la fe ». 132 En ella veían la imagen coherente de la verdadera filosofía y estaban convencidos de que debían philosophari in Maria.

Que el Trono de la Sabiduría sea puerto seguro para quienes hacen de su vida la búsqueda de la sabiduría. Que el camino hacia ella, último y auténtico fin de todo verdadero saber, se vea libre de cualquier obstáculo por la intercesión de Aquella que, engendrando la Verdad y conservándola en su corazón, la ha compartido con toda la humanidad para siempre.

Dado en Roma, junto a san Pedro, el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1998, vigésimo de mi Pontificado.