23 November 2024
 

20 de octubre de 2014.  Reproducimos el siguiente fragmento de la última Carta pastoral de Monseñor. Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares, España, titulada “Hemos conocido el amor”.  Documento enviado por el reverendo Padre, Mario García Isaza, formador en el Seminario Mayor de Ibagué, Colombia.

 Dimensión personal y social del pecado

   El desorden que existe en la vida personal se ve reflejado en la vida social. Es un hecho constatable y que sin embargo no es analizado en sus causas profundas. Benedicto XVI en su Carta encíclica Caritas in veritate llamaba la atención sobre la emancipación de la libertad de los bienes del hombre y de la naturaleza dando origen a todo tipo de desórdenes: “A veces, el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad. Es una presunción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que procede –por decirlo con una expresión creyente– del pecado de los orígenes. La sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad: ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres” (Caritas in veritate, 34).

   Siguiendo el itinerario de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, no es suficiente en el combate espiritual conocer la presencia del pecado en nosotros, la influencia maléfica de Satanás. Para San Ignacio es decisivo saber a quién nos enfrentamos y cuáles son las estrategias del enemigo. Para profundizar en este aspecto es verdaderamente ilustrador recurrir a la meditación clásica de las dos banderas. Como un verdadero maestro en describir la composición de lugar, San Ignacio nos coloca ante dos ejércitos situados en sus lugares estratégicos. Se trata de “ver un gran campo de toda aquella región de Jerusalén, adonde el sumo capitán general de los buenos es Cristo nuestro Señor; otro campo en la región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer” (EE 138). Además de evocar la imagen de la Civitas Dei (Ciudad de Dios) que en su momento utilizó San Agustín, la intención de San Ignacio y la gracia que sugiere que pida el ejercitante es conocer “los engaños del mal caudillo, y la ayuda para guardarse de ellos; y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán y gracia para imitarle” (EE 139).

    La estrategia del enemigo consiste en “hacer llamamiento de innumerables demonios y esparcirlos a los unos en tal ciudad, a los otros en otra; y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular” (EE 141). Antes de esparcirlos los amonesta para echar redes y cadenas para someter a todos. En primer lugar “han de tentar con la codicia de las riquezas… para que mas fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crecida soberbia. De manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de honor, el tercero de soberbia, y de estos tres escalones inducir a todos los otros vicios” (EE 142).

    En el otro frente San Ignacio coloca a Jesucristo en un lugar hermoso y humilde desde donde envía a todos sus apóstoles y discípulos indicándoles que inviten a todos en primer lugar “a suma pobreza espiritual y, si su divina majestad fuera servida y los quisiere elegir no menos a pobreza actual; segundo, a deseo de oprobios y menosprecio, porque de estas dos cosas se sigue la humildad. De manera que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el segundo, oprobio o menosprecio contra el honor mundano; el tercero, humildad contra la soberbia; y de estos tres escalones induzcan a todas las otras virtudes” (EE 146).

    Las estructuras de pecado

    Esta lucha entre el bien y el mal está presente en el interior de cada persona. Sin embargo no se agota, como refleja la imagen ignaciana, en una consideración individual. Lo que está en juego también es el mundo de las relaciones sociales, la construcción de la sociedad. Posiblemente en estos momentos en los que el mundo de la comunicación ha ganado tanto espacio; en un mundo donde pesa tanto la informática y las redes sociales; en la sociedad llamada de la globalización, etc., el combate ignaciano cobra más importancia, si cabe, y hay que prestar más atención a los engaños del enemigo.

    De hecho las reflexiones del Magisterio más reciente de la Iglesia nos advierten de la concentración del mal y nos ponen en guardia sobre la ideología tecnocrática, la dictadura del relativismo y la llamada cultura de la muerte. A la hora de mirar en profundidad la situación actual de nuestro mundo fue San Juan Pablo II quien introdujo la terminología de las “estructuras de pecado” para comprender las raíces de los males que nos aquejan y a los que hemos de hacer frente. Esta terminología que utilizó el Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia hace referencia a pecados personales y a la relación entre ellos que logra reforzar y difundir una presencia del mal que es fuente y raíz de otros males. Es, sin embargo, en su Encíclica Sollicitudo rei socialis (1987) donde utiliza esta expresión “estructuras de pecado” para señalar cómo no solo los individuos sino también las naciones pueden ser víctimas del afán de ganancia exclusiva y de la sed de poder a cualquier precio; estas dos actitudes introducen, al servicio de los distintos imperialismos modernos, estas “estructuras de pecado” (Cf. Sollicitudo rei socialis, 37). Con verdadera clarividencia el Papa santo nos indica: “si ciertas formas de ‘imperialismo’ moderno se consideraran a la luz de estos criterios morales, se descubriría que bajo ciertas decisiones, aparentemente inspiradas solamente por la economía o la política, se ocultan verdaderas formas de idolatría: dinero, ideología, clase social y tecnología” (SR 37).

    Esta misma terminología, “estructuras de pecado”, la utilizó San Juan Pablo II al referirse a la cuestión de la dignidad de la vida humana en su Encíclica Evangelium vitae. “Nos encontramos –afirmaba el Papa– ante una enorme amenaza contra la vida, no solo la de cada individuo, sino también de toda la civilización. Estamos ante lo que puede definirse como una ‘estructura de pecado’ contra la vida humana no nacida” (EV 59) La ideología más insidiosa: la ideología de género y sus derivaciones como “estructuras de pecado”

    Más allá de estas afirmaciones que tenían como contexto el sistema de bloques y las ideologías marxista y capitalista, el papa de las familias fue mostrando la crisis antropológica que, unida a la revolución sexual, desembocaría en la ideología de género. A ella se refiere el pontífice en su último libro Memoria e identidad cuando alude a otra ideología más insidiosa y celada (Cf. Cap. II). Más insidiosa porque se atreve a llamar al mal bien destruyendo el propio sujeto humano. Esta ideología niega la diferencia sexual varón-mujer reduciendo todos los contenidos vinculados al sexo a mera construcción social y, en su caso, a la ‘ libre’ autodeterminación del sujeto. Esta revolución antropológica lleva a sus últimas consecuencias lo que significa emancipar a la libertad de la naturaleza de la persona y, por tanto, de los bienes y fines de la misma. Desde una concepción dualista e individualista se considera la dimensión corporal como simple biología sin significados que orienten la vocación humana al amor. Cada uno, desde esta concepción ideológica, puede decidir su identidad y su orientación sexual recurriendo a los grandes eslóganes de la “no discriminación” y la tolerancia.

    La ideología de género no sólo es más insidiosa sino también –como advertía el Papa Juan Pablo II– más celada. Se trata de una revolución cultural silenciosa. Su estrategia es conocida: se trata, aprovechando la potencia de los medios de comunicación social, de provocar un cambio de costumbres masivo sirviéndose particularmente de los medios educativos. El cambio de los modos de vida, favorecidos por lobbys potentes y por una propaganda continua, ha conducido a un cambio de pensamiento y a un cambio cultural en nombre de la libertad y el pluralismo. Lo que viene a continuación es la proclamación de nuevos derechos y la promoción de leyes que los protejan.

    De las consecuencias de la ideología de género, de raíz atea y apoyada en las filosofías constructivistas, se dio cuenta Benedicto XVI, quien continuamente nos recordaba que afirmar la “muerte de Dios” traía como consecuencia la “muerte del hombre”. Después de afirmar que la “cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los obstáculos para el desarrollo”, concluye de manera categórica diciendo que “el humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano” (Caritas in veritate, 78).

    Lo que está en juego es el propio hombre

    Poco antes de su renuncia, en la Navidad de 2012, Benedicto XVI nos advertía que con la ideología de género lo que estaba en juego no era simplemente un concepto de libertad sino “lo que significa realmente ser hombres”.

    En efecto, según la ideología de género “el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear.

    Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en  el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó» (Gn 1, 27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad.

    La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elige para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente.

    Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia. […] Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre” (Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 2012).

    La difusión de esta ideología  De lo que no cabe duda es de la propagación rápida de la ideología de género y de la multitud innumerable de víctimas que está provocando; es una ideología de ‘destrucción y muerte’; nuestros catequistas, educadores, sacerdotes y los Centros Diocesanos de Orientación Familiar son testigos de ello. Esta  ideología promovida por las grandes Organizaciones Internacionales (ONU, UNESCO, OMS, etc.) y secundada por Organizaciones no gubernamentales de carácter internacional (IPPF) y nacional (organizaciones LGBTQ.…), y los lobbys, ha conseguido impregnar todos los partidos políticos relevantes, los medios de comunicación masivos y el sistema educativo a través de contenidos transversales y de los cursos específicos de educación sexual.

    Esta ideología, organizada como “una estructura de pecado”, afecta al corazón de la evangelización porque supone la disolución del sujeto humano. En España, unido al proceso de debilitamiento de la familia y la secularización, la ideología de género ha conseguido penetrar en el pensamiento de un gran número de españoles, muchos de ellos bautizados en la fe católica, incluso formadores y eclesiásticos, seducidos por los eslóganes de la “no discriminación” y la tolerancia y por el miedo a ser acusados de homofobia y sus derivados. En poco tiempo se han proclamado “nuevos derechos” de carácter arbitrario y se han cambiado para mal las leyes que protegían la vida humana, el matrimonio y la familia.

    Las últimas derivaciones de esta ideología  Por sus raíces ateas y por su déficit antropológico la ideología de género ha desembocado en otras teorías agrupadas entorno a la denominación “queer” (extraño, raro), que rechazan cualquier referencia a la heteronormatividad, o a la universalidad de planteamientos. Las teorías “queer” de raíz marxista parten de lo concreto y más allá de la ideología de género se constituyen en una corriente de anarquía sexual particular como arma de revolución antropológica, social y política. Estas teorías parten de la concepción de que no hay ningún “ser” detrás del “hacer”. Uno se define en cada acción, que resulta “performativa”. Desde la perspectiva de la autonomía radical y la negación de la diferencia sexual (varón-mujer) como algo que califique a la persona humana, las teorías de esta nueva corriente se inclinan totalmente por el construccionismo que ve en la ciencia y la tecnología un aliado para configurarse cada uno según su voluntad, según el criterio de que la realidad es “performativa”. No sólo el género, sino también el sexo es una construcción social. La identidad de la persona es “performativa” y no se puede basar en patronos fijos como los naturales (varón-mujer).

    Aunque este planteamiento parezca extraño, es constatable que estas ideas de fondo siguen una agenda internacional que se puede observar en la promoción de campañas perfectamente secuenciadas midiendo los tiempos (ahora la campaña por la “despatologización de la transexualidad”), nuevas leyes (ahora las “leyes llamadas de no discriminación” y de “reconocimiento de derechos a las personas con deseo de cambiar de sexo”) y de nuevas propuestas educativas. Un buen botón de muestra son los Estándares de educación sexual (2010) en el ámbito escolar promovidos por la Organización Mundial de la Salud para el área europea. Otro signo claro en España es la consolidación de la ideología de género que promovió, durante los gobiernos socialistas, un cambio legislativo profundo. A pesar de las apariencias en esta nueva etapa la agenda de género continúa.

    Basta observar la “Ley de no discriminación e igualdad de trato” aprobada en el Parlamento gallego a quien siguen las leyes promovidas por la Junta de Andalucía y las anunciadas en el Parlamento catalán o canario; todas ellas suponen una revolución antropológica, una disolución del matrimonio y de la familia y una promoción de la agenda “queer”. La batalla en estos momentos es en torno al deseo de cambiar de sexo (DCS) –la mal llamada “disfor ia de género”/“transexualidad”–, particularmente en la infancia; lo que sigue es la penalización de los padres, de las confesiones religiosas y de cuantos se opongan a la agenda prevista para promover los llamados “derechos sexuales”, “derechos reproductivos” y el llamado “derecho a la no discriminación”.

    Una última cuestión en este apartado. En contra de lo que se pudiera pensar, advertir sobre la ideología de género y las teorías “queer” es defender la Doctrina Social de la Iglesia; plantear la justicia social y la solidaridad sin proponer la redención del corazón implica no conocer el corazón humano. La caridad y la castidad (poseerse para poder donarse) se reclaman y necesitan mutuamente. Nadie puede dar lo que no posee. Quien no viva, por la gracia de Dios, castamente no podrá donarse en el matrimonio y en la familia, o en la comunidad, pero tampoco podrá hacerlo, con verdad, en el ámbito de lo social (trabajo, empresa, política, etc.).

    Alarma educativa  Aunque parezca excesivo hacerse cargo de estas reflexiones en una carta pastoral, es necesario dar la voz de alarma. La agenda “queer” afecta a los distintos colegios y va encaminada a “construir” un hombre nuevo liberado de las cargas del sexo y no sujeto a norma moral alguna. Es lo que da de sí la llamada postmodernidad que nace de un debilitamiento de la razón y que rechaza todo intento de búsqueda de la verdad. Sin ‘verdad’ no existe el hombre ni hay nada que educar. Negada la racionalidad solo queda la exaltación de la voluntad manifestada en los instintos.

    Esto que parece tan simple es la raíz de un pensamiento débil, de una cultura que se ha venido configurando como una verdadera “estructura de pecado”. Detrás de esta cultura existen otros intereses no confesados y que están al servicio del Padre de la Mentira. Es necesario, pues, superar una mirada ingenua sobre la situación que nos ha tocado vivir y saber de verdad a qué nos enfrentamos. Los sacerdotes, los padres, los educadores católicos y los catequistas necesitan conocer bien las “tácticas del enemigo”. Así mismo necesitan conocer bien las enseñanzas de la Iglesia sobre la imagen del hombre, lo que el Papa Juan Pablo II llamaba la “antropología adecuada” que tiene tres pilares sobre los que se asienta: la unidad cuerpo-espíritu, la diferencia sexual varón-mujer y la redención del cuerpo o del corazón.

    Cuando el Papa Benedicto XVI nos hablaba de las raíces de la emergencia educativa se refería al relativismo y escepticismo que excluyen las dos fuentes que orientan el camino humano: la naturaleza y la revelación. Hoy, ante la presencia de las teorías de la performatividad de género, “la aceleración de los fenómenos de degeneración de la educación ha superado la visión [del Papa emérito]. El frente de la emergencia educativa se ha convertido en otro, hasta el punto que ahora debemos hablar de una nueva emergencia educativa o, mejor, de una alarma educativa” (Observatorio Internacional Cardenal van Thuân).

    Estos datos son de un gran interés para los padres y para los educadores. Corresponde a la Delegación de Enseñanza estar atenta a estos hechos y ofrecer los medios de formación para los profesores de religión y para los educadores. También el Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia está llamado a abordar estos temas.

    Para terminar este capítulo quiero recordar unas palabras del Papa Francisco: “«Dios es amor». No es un amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está en el origen de cada vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y resucita, el amor del Espíritu que renueva al hombre y el mundo” (Ángelus, 26-5-2013). Necesitamos obreros que propongan con libertad y valor este Amor crucificado y resucitado a todos nuestros conciudadanos, sin embargo, «algunas personas no se entregan a la misión, pues creen que nada puede cambiar y entonces para ellos es inútil esforzarse. Piensan así: «¿Para qué me voy a privar de mis comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado importante?». Con esa actitud se vuelve imposible ser misioneros. Tal actitud es precisamente una excusa maligna para quedarse encerrados en la comodidad, la flojera, la tristeza insatisfecha, el vacío egoísta» (Papa Francisco, Evangelii Gaudium: Exhortación Apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, n. 275, 24-11-2013).