II. GLOBALIZACIÓN DEL PARADIGMA TECNOCRÁTICO (106-114)
En el pasado, nuestra relación con la naturaleza fue solidaria, como si el ser humano y las cosas se tendieran amigablemente la mano; en cambio ahora se enfrentan, en situación de desventaja para la naturaleza: el hombre la mira como algo informe que puede manipular a su antojo; de aquí se pasa a la idea, defendida por economistas y tecnólogos, de un crecimiento ilimitado.
En el origen de las dificultades actuales del mundo está la tendencia a “constituir la metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad” (107). El paradigma tecnocrático es tan dominante que aparece como contracultural elegir un estilo de vida con objetivos independientes de la técnica.
La economía asume el desarrollo tecnológico en función de la ganancia, y llega a afirmar que el hambre y la miseria se resolverán con el crecimiento del mercado. Nos dice el papa Francisco que a los economistas pareciera no importales la justa dimensión de la producción, la mejor distribución de la riqueza, el cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras.
No basta buscar un remedio técnico a cada problema ambiental (contaminación, agotamiento de las reservas naturales, calentamiento), sino que la cultura ecológica “debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático” (111).
Con nuestra libertad podemos limitar la técnica y orientarla hacia otro tipo de progreso más humano, más social, más integral. Las constantes novedades técnicas nos hacen llevar una vida superficial, nos dificultan recuperar la profundidad de la vida. Nos invita el papa a no renunciar a preguntarnos por los fines y por el sentido de todo (113).
III. CRISIS Y CONSECUENCIAS DEL ANTROPOCENTRISMO MODERNO
La fe cristiana presenta al ser humano como “Señor” del universo, entendido como administrador responsable. El hombre no puede declararse autónomo de la realidad ni su dominador absoluto, porque se pondría en el lugar de Dios en vez de ser su colaborador en la obra de la creación. Naturaleza y hombre están conectados. Si no reconocemos el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad, mucho menos vamos a escuchar los gritos de la naturaleza (117). De la exaltación tecnocrática podemos pasar a negar todo valor al ser humano. Debemos recordar que no hay ecología sin una adecuada antropología. No puede verse a la persona humana como un ser más entre otros, que procede del azar o de un determinismo físico. Hablar del puesto especial del ser humano sobre las demás criaturas es reconocer la dignidad del otro, la necesidad de dialogar y de amar a un “tú”. Para no caer en individualismo debemos reconocer como un “tú” al hermano, y para no encerrarnos en la inmanencia debemos reconocer al “Tú” divino (119).