3. Con iguales que no escogimos: modelo horizontal forzoso
Es la situación que se da con nuestros vecinos, los hermanos de nuestra familia, los compañeros de clase y los de trabajo. No los hemos escogido, nos ha tocado compartir oficina, casa, vecindario con ellos. Son nuestros iguales y no tenemos ninguna autoridad sobre ellos.
La fórmula bíblica adecuada es el capítulo 27 de Hechos de los Apóstoles, en concretos los versículo 9-12 y 20-26. Es la experiencia de San Pablo como uno más a bordo de un barco que luego naufraga por no seguir sus consejos. Cada vez que Pablo se dirige al capitán del barco y la tripulación empieza diciendo: "amigos...". Les llama amigos y luego explica su testimonio, sus sentimientos y con un discurso positivo: "amigos, ánimo, yo tengo fe".
Como iguales, hemos de reconocer que "vamos en el mismo barco": el mismo país, la misma empresa, el mismo proyecto... Compartimos humanamente la amistad, la solidaridad. ¡Y participamos! Participamos en política, en la economía, nos sentimos vinculados a la sociedad, no nos retiramos a un gueto cristiano a esperar el fin de los tiempos. Pablo participa con la humildad de ser un pasajero más en el barco. Espera, espera, espera... y cuando llega el momento actúa. Ese momento puede ser una enfermedad, la muerte de un pariente, alguien que se hace preguntas profundas... ahí, la persona, nuestro igual, está dispuesta a escuchar a un igual, un amigo, un compañero. Esta es la ocasión de evangelizar. Así, Pablo no puede hacer gran cosa, excepto ser un pasajero más... hasta que naufragan. Y entonces están dispuestos a escuchar a Dios, y entonces actúa Pablo.
4. Con amigos que hemos escogido: modelo horizontal voluntario
Es la situación que se da con los amigos que escogimos, iguales que libremente nos hemos asociado por aficiones comunes que nos apasionan: el club de montañismo, o de lectura, o el club de fans de tal película o cantante, o los que jugamos a cartas, o vamos juntos al fútbol.
Igual que Jesús acompañaba a los caminantes de Emaús y les escuchaba cuando expresaban sus inquietudes, así los cristianos deben acompañar a sus amigos en mil clubes, asociaciones, grupos de amistad... Consiste en acompañar y escuchar los dolores de los demás, cuando llegan. Es una forma muy eficaz de evangelizar y estar presente con los hombres. Los curas lo tienen más difícil, mientras que aquí los laicos, especialmente los jóvenes, que aún no tienen niños que atender, lo tienen mucho más fácil.
"Joven, te animo a apuntarte a muchos grupos y diversiones; siempre que sean sanas y sepas que no son un peligro para ti, apúntate, no te quedes solo en tu grupito cristiano", dijo Fray Nelson a los 250 jóvenes que se agrupaban en el centro del Auditórium de la Casa de Campo. "Jóvenes, allí hay mucha gente que no conoce a Jesús, y es casi seguro que tú eres lo único que tiene Jesús para llegar a ellos".
5. Con desconocidos que no te buscaban: misión activa
Esta es la situación que se da en la evangelización puerta a puerta, en la evangelización callejera, etc... Ir repartiendo folletos, predicando a Jesucristo y su salvación, quizá con ayuda de mimos, música... Tratas con desconocidos que no han pedido recibir esta información.
Fray Nelson da solo tres recomendaciones.
1) Hay que anunciar a Jesús, no a la Renovación Carismática ni a tu movimiento. Si a esa persona no le gusta el estilo carismático, no hay que darla por perdida, sino ofrecerle otros estilos igualmente católicos. "Si no le gusta la batería y la pandereta, llévala a algo con órgano e incienso; da igual mientras se acerque a Cristo".
2) Hay que hablar de arrepentimiento y de perdón de los pecados. Jesús no vino "a que te sientas bien" sino a perdonar tus pecados. Si alguien dice "yo es que con mis aromaterapias siento lo mismo que tú con tus alabanzas a Dios; es la mima cosa", hay que decirle que no: que el pecado existe, hay que arrepentirse de Él y pedir a Cristo que te perdone y salve.
3) El anuncio de Cristo debe incluir su Cruz, y también su Resurrección, sin rebajas.
6. Con personas que buscan saber: misión pasiva
Se da muy pocas veces: cuando una persona se acerca y te pregunta: "explícame más de Jesús, de Dios, de la Iglesia". En Pentecostés se dio cuando después de predicar San Pedro la gente le preguntaba: "¿y ahora qué hemos de hacer?" La respuesta es: conversión (cambio de vida), y bautismo (o pasar por el confesionario), y llenarse de Espíritu Santo. El cambio de vida implica cambiar hábitos, horarios, cosas concretas y reales... Como dice Alcohólicos Anónimos: "si nada cambia, nada cambia". Es decir, si sigues teniendo una botella bajo la cama, si sigues volviendo a casa pasando por la esquina del bar, seguirás bebiendo. Hay que cortar con los hábitos malos: tú busca la forma, que Dios dará la fuerza.
7. Encuentro fortuito
Es el caso que se da cuando compartimos un rato de conversación con el taxista, un viajero en el metro o el autobús, un rato esperando en una cola...
Consiste en aprovechar el tiempo de conversación, que se te vea la camiseta cristiana, que le puedas invitar a algún acto, grupo, ocasión de encuentro con Dios, recomendarle tu web, tomar su correo o teléfono para invitarle, si quiere. Fray Nelson contó el caso de un americano llegado a Moscú para evangelizar. No sabía casi nada de ruso, así que al taxista, que sabía un poco de inglés, le preguntaba: "cómo se dice pecado", "cómo se dice Jesús", "cómo se dice Jesús te salva del pecado"... así evangelizó al taxista y adquirió vocabulario para evangelizar ya en el hotel. Y, por supuesto, en los siete escenarios: oración. Autor: Fray Nelson Medina. Fuente. Catholic.
Los cristianos son uno, sin perder su individualidad, y en el servicio a los demás cada uno alcanza hasta el fondo su propio ser.” Cfr. LF 22) Carta para los Catequistas.
La fe del catequista
Cualquier experiencia vivida en plenitud no nos deja indiferentes. Cala hondo en nuestras vidas y nos transforma. “A medida que las experiencias son profundas y auténticas, las personas quedan transformadas, cambiadas. Es difícil que haga verdadera experiencia quien no está dispuesto a cambiar, así como es difícil cambiar de vida, si no se viven experiencias significativas.” 2
Los que, auténtica y profundamente, han vivido la experiencia del Señor Resucitado resultan transformados. Este acontecimiento les suscita la fe como “dinamismo que brota de la Pascua de Cristo…” 3 Ésta es la experiencia de la primera comunidad de Jerusalén. Experiencia cercana y viva que hacía exclamar: “Miren cómo se aman”. El acontecimiento de la resurrección se hace testimonio por la fe. “¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Quién los inspira? ¿Por qué están con nosotros?... Este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa…” 4
Y es ese mismo testimonio el que se hace Palabra en el primer anuncio y en la catequesis. La Verdad gustada, saboreada, conocida y vivida se comunica a otros hombres y mujeres. Resuena en el corazón de los que la reciben, dejando que ella se encarne en sus propias vidas. Por eso, la experiencia de fe nunca es, del todo, una experiencia de soledad. Está llamada a hacerse eco y a suscitar una adhesión de corazón a la Persona de Jesús, a su Mensaje y a un nuevo estilo de vida. Nuestra fe es, por lo tanto, una experiencia eclesial.
Los catequistas, como hombres y mujeres de fe, somos hombres y mujeres de la Iglesia. Nuestra vida es sostenida y animada por el acontecimiento de la resurrección. Es como si recién regresáramos de Jerusalén. Como si hubiéramos visto la piedra corrida y el sepulcro vacío; como si hubiéramos escuchado al Señor alentándonos a echar las redes mar adentro, allí donde hay buena pesca; como si hubiésemos visto las llagas del cuerpo glorificado de Jesús; como si nos hubiéramos quedado mirando al cielo durante la Ascensión del Maestro y como si hubiésemos recibido al Espíritu Santo estando las puertas cerradas del Cenáculo.
La fe del catequista no proviene esencialmente de cuánto sabemos o de cuánto hemos estudiado, ni siquiera de cuán buenos somos o de nuestra habilidad metodológica. La fe del catequista es, fundamentalmente, don que Dios otorga gratuitamente, y respuesta que se funda en la certeza de la Resurrección como piedra angular de la Revelación. Ante tantos hombres y mujeres que, como el etíope de las Escrituras, peregrinan sedientos de una respuesta que dé sentido a su vida, los catequistas no guardamos nuestra fe. La entregamos a manos llenas. Y, mientras más la comunicamos, más crecemos en esa misma fe. Nuestra palabra y nuestra vida se hacen testimonio en la comunidad. Los catequistas conocemos nuestra fe, la celebramos, la rezamos, la vivimos y la comunicamos con toda la fuerza de nuestra vocación. Hacemos de ella un preciado vínculo con Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismos.
“Muchos de nuestros contemporáneos se han alejado de la tradición cristiana y hoy, sin desear volver atrás, prosiguen su camino con la esperanza de redescubrir en toda su novedad y en toda su libertad lo esencial de la fe. Ellos se preguntan: ¿y si fuera cierto todo lo que aquellos hombres escribieron hace veinte siglos y que ha sido tan deformado por el miedo, la violencia y el ansia de poder…?” 5
La fe de los catequistas es rica en perseverancia, tesón y esperanza. Algunos de ellos nos han hecho llegar, sencillamente, estas palabras que tienen el signo del testimonio: los catequistas vivimos en la serenidad de una fe sin sobresaltos, vivimos en la dulzura y en la calma de la fe. Otras veces, anduvimos por los desiertos y las noches del alma y pudimos retornar a la fe. No desde el mismo lugar en el que estábamos. Regresamos después del dolor, el enojo o el desengaño. Volvimos fortalecidos, amando más al Señor Jesús, siguiéndolo más de cerca y con un don renacido para comprender y acompañar a los que están lejos de la fe. Tanto los catequistas de la serenidad como los catequistas del retorno sabemos que es absolutamente cierto lo que aquellos hombres escribieron hace veinte siglos. Creemos que es verdad. Lo sabemos en la profundidad de nuestro corazón. Por eso, sabemos quedarnos a los pies del Señor escuchándolo, más allá de los quehaceres del mundo, y sabemos quedarnos junto a la cruz de Jesús, tanto en el arrepentimiento de aquel ladrón como en el enojo de aquel otro. Siempre junto al Señor, aunque volver junto a Él nos cueste la vida.
Creer en comunidad
Los catequistas somos parte de la comunidad eclesial. Ya hace mucho tiempo, la Iglesia subrayó la dimensión comunitaria de la Catequesis. La comunidad como fuente, lugar y meta ha situado el ministerio catequístico bajo el signo eclesial de la koinonía. Los catequistas nos hemos iniciado en la fe de la comunidad y allí hemos madurado nuestras opciones, haciéndonos testigos de esa misma fe. No constituimos un simple grupo, como los que integran los movimientos o instituciones eclesiales. Somos la voz y el gesto de la fe de la comunidad. A nosotros se nos delegó la misión del anuncio.
Pero la verdadera “catequista” es la comunidad misma. La Palabra del Señor se hace eco en la profunda experiencia de fe que viven sus miembros. Y el eco no puede callarse. Una vez vivida la experiencia de la fe, ella resuena en todo el espacio catequístico, que es la comunidad eclesial. Resuena y se propaga suscitando la fe naciente de los que se acercan y fortaleciendo la fe más madura de sus integrantes.
La Iglesia toda posee la función profética y la ha delegado en algunas personas que hemos sido, especialmente, llamadas a anunciar la Buena Noticia de Jesús. Toda delegación supone una simple entrega de la tarea en sí misma, pero nunca es una entrega de la responsabilidad contenida en esa tarea. Si la comunidad eclesial se despreocupara de su función profética, se desnaturalizaría. No sería quien está llamada a ser. La catequesis no es, por lo tanto, un ámbito cerrado y reservado a unos pocos “especialistas” del anuncio. Esta dimensión comunitaria de la catequesis no es, ciertamente, un rasgo nuevo. Sin embargo, el nuevo paradigma catequético se vuelve hacia él con una fuerza nueva. Esta dimensión se hace reclamo a la catequesis de este tiempo desde varias perspectivas:
El hambre de comunión que experimenta el hombre de hoy, atrapado en el individualismo de una sociedad del éxito, el consumo y la soledad en medio de la masificación.
La catequesis de la comunidad como catequesis intergeneracional 6. Sin sujetarse a rígidos itinerarios de una tradicional catequesis por edades, se propone al catecúmeno la fe de la comunidad cristiana, como experiencia global en la que quedan entramadas la fe vivida en el testimonio; la fe conocida a través de toda la función profética, en sus diversas formas, y la fe celebrada en la liturgia.
Una catequesis, diferenciada y común a la vez, que sabe integrar, en un delicado equilibrio, lo específico de cada persona en su singularidad irrenunciable y lo esencial como propuesta generalizada a todos.
La experiencia de fe del creyente es siempre única e intransferible. La misma fe de su catequista y de su comunidad en una experiencia distinta y absolutamente original. En esta experiencia la persona realiza una secuencia de actos valorativos, desde la simple apreciación de los valores evangélicos, que la comunidad creyente y testimonial le propone, hasta la encarnación de esos valores en su proyecto de vida.
La catequesis, tal como la hemos concebido tradicionalmente en el proceso evangelizador, se dirige a quienes ya creen y sigue el orden de la exposición. En cambio, cuando una comunidad creyente propone su fe, sigue el camino inverso: no el de la exposición lógica, sino el camino del descubrimiento. Para entrar en esta lógica, hay que pasar de la experiencia de fe vivida por una comunidad a la enunciación de los objetos de la fe expresados en el Credo. El “Amén” de una comunidad creyente y testimonial suscita la fe del nuevo creyente.