LA CATEQUESIS DEBE VENCER EL ANALFABETISMO RELIGIOSO
ROMA, Viernes, 11 de mayo 2012 (ZENIT.).- homilía del Prefecto de la Congregación para el Clero, Cardenal Mauro Piacenza, durante la celebración eucarística celebrada el pasado martes 8 de mayo, en el marco del Congreso Internacional sobre la catequesis, organizado en Roma por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que tuvo como título «Iniciación cristiana y nueva Evangelización». Hch. 14,19-28; Sal. 144; Jn. 14,27-31]
Venerados Hermanos y Queridísimos amigos,
Estoy muy contento de poder celebrar con vosotros esta Eucaristía durante vuestro Congreso. Es de destacar el notable y providencial significado, que la primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles, recién escuchada, recoja las palabras con las cuales el Santo Padre Benedicto XVI ha querido encabezar la Carta de convocatoria del Año de la Fe, con ocasión del quincuagésimo aniversario del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II y el vigésimo de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, instrumento indispensable para la correcta hermenéutica de los textos conciliares. ¡No podemos olvidar, en efecto, que se trata del Catecismo de este Concilio!
Leemos que los Apóstoles “reunieron a la Iglesia y contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos: cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe”.
Abrir la puerta de la fe a los hombres de cada tiempo y lugar es, ante todo, la tarea de Dios mismo. Si perdemos de vista este “primado” de la Obra de Dios, cualquier esfuerzo nuestro estará destinado a no dar los frutos esperados. Es Dios quien abre la puerta de la fe a nuestros hermanos los hombres y lo hace, ante todo, por medio de su Hijo Unigénito. Él es la “puerta de las ovejas”, camino universal y único de salvación para todos los hombres.
Es hermosa la imagen de este Dios que “abre”, y qué lejos está de tantos prejuicios contemporáneos sobre el Señor, sobre su Palabra de salvación y sobre su Iglesia, lugar en el que tal salvación se hace actual y operante por la libertad de los individuos, en la comunión del único Cuerpo.
La imagen de la “puerta” es particularmente eficaz porque se refiere a “entrar” en una nueva dimensión, en una realidad que el hombre no puede darse a sí mismo, sino que es completamente don de Dios. Esta realidad del don que es Dios mismo, requiere poner en movimiento nuestra libertad; requiere que el umbral de la puerta, abierta por Dios, sea cruzado por cada uno de nosotros. En este sentido, la salvación ofrecida universalmente, no puede de ninguna manera ser eficaz sin el concurso de la libertad creada que, sostenida por la gracia, "da el paso” y cruza la “puerta de la fe”.
La grandísima tarea de la catequesis de la iniciación cristiana, vista sobre todo en el horizonte de la nueva evangelización, es, pues, por lo menos doble. Por una parte, la catequesis debe colaborar con el Señor para “abrir la puerta de la fe”, mostrando, de manera profundamente racional y humana, y hasta afectivamente, la gran posibilidad de vida, de sentido y de plenitud que Dios ofrece a los hombres. Si no volvemos a sacar a la luz toda la razonabilidad, el atractivo e incluso la “conveniencia humana” del cristianismo, si no sacamos a la luz todo lo que emana de la voluntad de la fe, muy difícilmente podrá resultar fascinante la perspectiva cristiana.
Por otra parte, la catequesis está llamada a sostener la inteligencia de la fe, por medio del conocimiento de la Revelación, tanto en sus aspectos relacionales, como en aquellos más propiamente doctrinales que son su traducción histórica. Una vez que sea cruzada “la puerta de la fe” –lo sabemos bien- el camino no habrá concluido. Solamente una intensa tarea de formación podrá permitir al juicio de conciencia no volver atrás y al comportamiento moral no abandonar la luz encontrada.
A casi cincuenta años del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II, debemos reconocer que la misma vida moral, ya sea intra o extra eclesial, ha sido tremendamente debilitada por una insuficiente catequesis, por una formación incapaz, quizá, de dar las razones de las exigencias del Evangelio y de mostrar, en la concreta experiencia existencial, que ellas son extraordinariamente humanizadoras. ¡Y no ha sido por culpa del Concilio!
Por estos motivos, la catequesis es siempre una narratio. Afirma el texto citado, que los Apóstoles “reunieron a la Iglesia y contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos”. En este “contaron todo lo que Dios había hecho”, está contenida, en definitiva, toda la labor de una catequesis que no sólo es transmisión de verdades doctrinales, sino una posibilidad de participación en el mismo Evento de la fe, en el mismo Evento-Cristo.
La dimensión doctrinal, no obstante, bien lejos de ser secundaria, representa el modo concreto de la narratio, la cual de otro modo correría el riesgo de hacerse arbitraria y subjetiva y, por tanto, no creíble. Como ha recordado el Santo Padre en la homilía de la Santa Misa Crismal, nos encontramos ante "un analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente.
Los elementos fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos conocidos. Pero para poder vivir y amar nuestra fe, Pero para poder vivir y amar nuestra fe, para poder amar a Dios y llegar por tanto a escucharlo del modo justo, debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y nuestro corazón han de ser interpelados por su palabra”.
La catequesis, sobre todo la de la iniciación cristiana, tiene esta gran tarea: vencer el analfabetismo religioso, enseñando “qué nos ha dicho Dios”… ¡y sin dejarnos paralizar por las interminables cuestiones metodológicas!