30 April 2024
 

Secretariado de Pastoral de la Salud

Diócesis de Bilbao  HACIA UNA PASTORAL PARROQUIAL  “SALUDABLE”   D. Angel Unanue Larrucea   Cursillo diocesano de Pastoral de la salud

 INTRODUCCIÓN

Yo siempre que hablo de la tarea evangelizadora de la Iglesia me gusta citar un texto que relata una conversación que mantiene Francisco de Asís, allá por el siglo XIII, con uno de sus hermanos, concretamente el Hermano Tancredo. Le intenta convencer de la bondad, de la misericordia del Padre Dios que hace resplandecer el sol con la misma prodigalidad sobre los buenos y los malos. Y desde el candor y sencillez de Francisco de Asís, se relata el contenido y la forma de evangelizar, con estas palabras:°°°

 “ El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres, pero ¿has pensado ya lo que es evangelizar a los hombres?. Mira, evangelizar a un hombre es decirle: “Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús”. Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente, Y no sólo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que él pensaba, y que se despierte así a una nueva conciencia de sí. Eso es anunciarle la Buena Nueva, y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estima profundas. Es preciso ir hacia los hombres. La tarea es delicada. El mundo de los hombres es un inmenso campo de lucha por la riqueza y el poder, y demasiados sufrimientos y atrocidades les ocultan el rostro de Dios. Es preciso, sobre todo, que al ir hacia ellos no les aparezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos ser en medio de ellos testigos pacíficos del Todopoderoso, hombres sin avaricias y sin desprecios, capaces de hacerse realmente sus amigos. Es nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que les haga sentir que son amados de Dios y salvados en Jesucristo”

Desde este convencimiento, desde este estilo evangelizador quiero exponeros esta reflexión.

Intentaría dar los guientes pasos:

1. una aclaración de conceptos.

2. un contemplar la forma de actuar de Jesús en el Evangelio

3. un preguntarnos sobre las posibilidades que tienen nuestras parroquias para ofrecer salud

4. unas propuestas para crear parroquias sanadoras

5. una conclusión.

1.- ACLARACIÓN DE CONCEPTOS:

a. el concepto de salud

1. La salud no es simple ausencia de enfermedad: no estar enfermo no es lo mismo que estar sano. Hay personas que no están enfermas, pero que tampoco están sanas. No viven de forma saludable ( p.e. un adulto que abusa del trabajo o un joven que derrocha su salud). La salud es un modo de vivir.

2. La salud no se reduce a la salud física: un organismo exuberante puede estar afectado por una enfermedad sicológica ( p.e. una depresión)

3. La verdadera salud humana no es simple bienestar: una persona puede sentir bienestar tomando abusivamente alcohol; pero nos damos cuenta que ese bienestar no es salud humana.

4. La auténtica salud humana entraña asimismo una salud social: es decir, unas relaciones positivas con la familia, el entorno profesional y la sociedad. Una sociedad enferma puede ser patógena en la salud de las personas: nuestra sociedad vasca aquejada por el azote de la violencia, del terrorismo ¿no es una sociedad enferma...?

5. La salud humana conlleva, también, una relación equilibrada con la naturaleza, es decir, una vida ecológica. El tratamiento abusivo del aire, del agua, de los animales, de las cosas es signo de una vida insana y hace cada vez más insana la vida en el planeta.

6. La salud humana es “aquella manera de vivir que es autónoma, es solidaria y es gozosa”. Ser autónomo consiste en no estar mutilado por servidumbres exteriores o interiores. Ser solidario equivale a estar bien integrado en la comunidad humana. Ser dichoso consiste en estar reconciliado con la imagen de mí mismo, asumir mi pasado, afrontar el presente y mirar con esperanza el futuro.

7. La salud humana no es estática, sino dinámica. No es un estado conseguido, sino un proceso que tiene que ir desplegándose hasta desarrollar las diferentes potencialidades dormidas en la persona. Es un desarrollo continuo de la persona en todas sus dimensiones.

b. ¿ creer es saludable o patógeno?.

¿la religión, el creer favorece o entorpece la salud tal como la hemos descrito?.

Hay varias posturas:

b.1. La religión es enemiga de la salud: la creencia y la práctica religiosa producen en las personas algunos de estos efectos negativos:

. rebaja el sentido crítico.

. dificulta la aceptación e sí mismo.

. fomenta la excesiva dependencia de los demás.

. promueve la intolerancia.

. dispensa a las personas de afrontar sus problemas.

. favorece el fanatismo

. disminuye la capacidad de asumir riesgos

. abre camino a las neurosis obsesivas

. propicia la depresión

Cada uno desde nuestra sensibilidad, desde nuestra experiencia religiosa traumatizante o liberadora asentiremos o discreparemos de estas afirmaciones. Lo que si está claro es que ¡cuánto ha habido y hay entre nosotros de una concepción del mundo exclusivamente como un valle de lágrimas¡.

También es verdad que estos fenómenos se producen más fácilmente en personas que pertenecen a sectas en las que los abusos de los sentimientos y la devoción absoluta a un líder provocan en personas de una débil estructura mental estos casos patológicos; aunque, también, en muchas personas de nuestro entorno cercano percibimos estos desvíos.

“ Dios no ha sido ni es para muchos “Buena Noticia”. La religión no ha sido para muchas personas gracia, liberación, alivio, fuerza y alegría para vivir. Dios está todavía en el fondo de muchas conciencias como un Ser amenazador y exigente que hace más incómoda la vida y más pesada la existencia. Son muchos los que viven con la oscura convicción de que Dios es una presencia opresora que es necesario eliminar para vivir y gozar más plenamente de la vida” .

b. 2. “La religión y la salud: dos mundos independientes: probablemente ha sido la postura más extendida hasta hoy día; sin embargo médicos y pastoralistas empiezan a pensar que los apoyos de la familia, de las relaciones humanas, de la religión pueden ser un apoyo completamente necesario para una auténtica sanación. Muchas enfermedades físicas son una manera de expresar una aflicción síquica de la persona y una protesta ante la dureza de la vida.

b. 3. “La religión tiene repercusiones bienhechoras sobre la salud: hay personas, ciertamente que encuentran en la religión los motivos que les dan unidad, dirección y motivación para la vida. Hay una religión humanista que se apoya en valores como la libertad, la iniciativa, el amor a todas las personas...que favorecen positivamente

b. 4. “La religión es necesaria para la salud de las personas: sobre todo ante el gran problema de la muerte, sólo se puede digerir si nos abrimos a la trascendencia. La revista “Times” afirmaba : “ Hoy es una sorprendente evidencia que la espiritualidad promueve la salud”; “aquellas gentes que van a la Iglesia o a la sinagoga regularmente tienen más salud física y mental y disfrutan de un sistema inmunológico más saludable”

2. UN CONTEMPLAR LA FORMA DE ACTUAR DE JESÚS EN EL EVANGELIO.

Podemos decir que Jesucristo es el anuncio y el ofrecimiento de la salvación de Dios bajo forma de salud. Éste es un dato fundamental que determina toda su acción evangelizadora y del que ha de arrancar nuestra reflexión.

Toda la actuación de Jesús queda resumida en la memoria de la primera comunidad de esta manera: “ Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. (Hechos 10,38) .La presencia de Jesús, el mensaje que anuncia, los gestos que realiza están orientados a promover vida y salud.

Esta acción sanadora de Jesús no es algo secundario, sino el rasgo que mejor le caracteriza. Cuando el Bautista pregunta por el Cristo, sólo recibe esta respuesta: “Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia”.(Mateo 11,2). Las curaciones que Jesús opera a nivel físico, sicológico o espiritual son el símbolo más expresivo, la parábola más gráfica de la salvación que Jesús aporta. Jesús no realiza curaciones de manera arbitraria o por puro sensacionalismo, sino como una actividad que conduce a los enfermos, los humillados, los abatidos a experimentar la salud como Buena Noticia de la salvación de Dios.

Los evangelios reflejan un Jesús libre y feliz, que transmite felicidad y la va construyendo a su alrededor.

Esta es una afirmación, a mi entender central y que quisiera explicitar. Yo estoy convencido que nuestras comunidades cristianas y nosotros como personas enviadas a transmitir salud, difícilmente realizaremos esta tarea si no somos personas “felices”.Y en Jesús nos encontramos con un hombre que es – fue feliz

Artículo de Mercedes Navarro: (texto laico; me ha sorprendido y gustado enormemente; escrito por una mujer – lejos del aburrimiento de la mayoría de los hombres teólogos....)

¿ Cuáles son los rasgos que describen a este Jesús feliz?. Los enumero sirviéndome, principalmente, del evangelio de Marcos.

1. Jesús aparece, desde el principio, como una persona segura y de elevada autoestima. Es verdad que sobre su vida se han pronunciado palabras como éstas: “ Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” Mc 1,11. “Este es mi Hijo amado, escuchadle” 9,7. Se nota que no tiene ningún empacho en hablar de sí mismo y en manifestar su autoridad y su valía, y se nota cuando habla de su especial relación con Dios.

2. Jesús es un antihéroe seductor, como muestran las escenas de la llamada a sus primeros discípulos. Ellos responden inmediata e incondicionalmente. “ Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés...les dijo: “Venid conmigo...” Al instante, dejando las redes, le siguieron” 1,16.... Jesús es un líder que, cuando mira o ve a alguien, sucede alguna cosa importante a la persona que cae bajo el magnetismo de su mirada.

3. Jesús es un poeta, enamorado de la belleza y de la gente. No es un romántico de las palabras y la idea del amor, como un Bécquer del diecinueve, ni un decadente como los actuales poetas de la melancolía. Su mirada está traspasada de realidad cotidiana que, lejos de resultarle aburrida y monótona, le surte de material para transformar lo cotidiano de vulgar en trascendente.... Él llega al fondo de lo cotidiano, mira a lo íntimo de la persona. (sus diálogos con Nicodemo, Jn 3, con la Samaritana, Jn 4, con la mujer sorprendida en adulterio, Jn 8...denotan un mirar , un descubrir la belleza de dentro, da la impresión de haber introducido una energía nueva en aquellas personas agobiadas por el peso de la vida). Todas su metáforas y comparaciones, sus parábolas e imágenes para presentar, hablar del Reino y de su novedad, lo más importante y trascendente de su vida,...dice cosas de cajón, que todo el mundo entiende, pero que de pronto parecen sin estrenar, que devuelven a la gente la belleza de lo que por ser corriente y diario, no se aprecia ni valora.

4. Jesús es, además, un extravagante y trasgresor, libre de prejuicios y miedos. Es tomado por loco, ( “Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían:” Está fuera de sí” Mc 3,21.) Y es normal que pensaran así de él: como predica a un Dios que no quiere penitencias por los pecados porque ya ha perdonado de antemano y gratuitamente, no tiene reparo en andar en compañía de los más criticados de la sociedad, hasta el punto de comer con ellos, que expresaba a la letra eso de dime con quién andas y te diré quién eres. Es muy interesante comparar, por ejemplo la imagen de Juan el Bautista con la de Jesús: Juan el bautista en los evangelios es un personaje asceta y serio, de discursos apocalípticos sobre el fin de los tiempos, que infunde respeto y temor , (“ apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados” 1,4). Pero Jesús tiene otro talante: si vienen a pedirle explicaciones de por qué sus discípulos no ayunan, cuando todas las escuelas religiosas, la de los fariseos y la de Juan, guardan el ayuno, les contesta que su caso es como unas bodas y que menuda tontería sería ayunar cuando estás en la fiesta de bodas de tu amigo... Jesús es una persona que disfruta con los banquetes, que le gusta más comer y ayunar y estar en compañía por las calles y caminos, que en el desierto bautizando junto al río. Sólo un hombre feliz puede tener esta filosofía de la vida, y es lógico que por ser feliz intente provocar a los amargados y envenenados, a ver si cambian. Se explica que le critiquen como un comedor y bebedor, amigo de publicanos y prostitutas, es decir de la gente que no se sometía a ciertos cánones de moralidad. ( A mi me parece que esta imagen de Jesús nos puede sorprender a nosotros que somos personas de orden...pero igual es conveniente que nos pongamos ante el evangelio desprovistos de todo prejuicio y nos dejemos sorprender).

5. Jesús es una persona, además, con capacidad para aprender y dejarse sorprender por la vida diaria. Él está convencido que su misión es predicar el Reinado de Dios, “.Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Nueva” Mc 1,14-15”; y esta Buena Noticia Él la va encarnando buscando, ofreciendo bienestar a la gente que se le acerca.

6. Jesús es una persona que no tiene miedo, que vive confiado: sólo en una ocasión aparece Jesús con miedo: cuando cae en la cuenta de la certeza y cercanía de su muerte y siente sobre sí el fracaso de su proyecto. Jesús tiene miedo, pero sabe reconocerlo y así puede superarlo, eso mismo impide que se apodere de él. No le da miedo, en cambio, la autoridad, porque sabe que detrás de cada líder hay un hombre, y sólo un hombre. No le dan miedo las mujeres, porque reconoce en ellas su condición de diferentes, y sabe reconocer y aceptar en sí mismo, su parte femenina sin sentirse degradado ni inferior. No le da miedo el sufrimiento, porque ni lo busca ni lo desea de ninguna manera, y puede integrarlo en el conjunto de su vida y llenarlo de sentido...Y esta ausencia de miedo le dota de una gran libertad, porque la libertad es incompatible con el miedo.

7. Todos estos rasgos de la vida de Jesús están acompañados, también y sobre todo, por la presencia en su vida de momentos, de situaciones de sufrir la incomprensión, el abandono, la tortura y la muerte y de acabar su vida gritando desde la cruz la sensación de haber fracasado totalmente: “ Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? ( Mc15,34 ). Jesús sufre y se angustia, pero no se desespera. Jesús vive la primera parte de su vida pública por Palestina como un hombre feliz que comunica felicidad a quienes se le ponen a tiro; que se conmueve ante el sufrimiento de las masas que se le acercan completamente abandonadas...Pero la segunda parte de su vida, el camino de la subida a Jerusalén está marcada por la conciencia lúcida y a veces dolorosa de lo que se ve venir. Y Jesús afronta esta situación de cara. La experiencia de felicidad le capacita para presentar cara al sufrimiento e integrarlo en el todo que es su vida. Una persona que vive con sentido y dice que es feliz tiene momentos difíciles y dolores de todo tipo que ha de integrar. Lo que se opone a la felicidad no es el sufrimiento al que se le puede dar un sentido, sino la insensibilidad de quien, como dice el refrán, ni siente ni padece. Para poder ser feliz es preciso desarrollar la capacidad de sentir y cuando se desarrolla la capacidad de sentir, es evidente, que se puede sentir el dolor con la misma intensidad con que se siente el placer, se disfruta o se goza. Pero hay un motivo para mantenerse de pie.

Este hombre, con esta personalidad tan atrayente y fascinante, ¿cuáles son los principales caracteres, rasgos de la salud que promueve?.

a. Es una salud que abarca a la totalidad de la persona.. No se reduce a curar un órgano o un organismo. Quiere reconstruir enteramente a la persona, hace emerger una persona más sana. Quiere, sobre todo, transformar el corazón de la persona a través de su conversión y del perdón de sus pecados. Buscar cita....

b. Es una salud que pone en pie a la persona, le levanta de sus postraciones: “Había una mujer a la que un espíritu inmundo tenía enferma hacía dieciocho años, estaba encorvada....Al verla Jesús, la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios” (Lc 13, 10-13). Jesús intenta desbloquear a la persona encadenada y unificarla reconciliándola consigo misma, con los demás y con Dios. Jesús pone en pie a las personas, despierta las fuerzas de sanación que existen en cada uno de nosotros.

c. Es una salud con un horizonte; invita a metas más altas: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. (Marcos 8, 35)”. El bienestar físico no tiene la última palabra para Jesús. Hay bienes por los cuales vale la pena arriesgar el bienestar, la salud e incluso la vida.

d. Es una salud ofrecida a los más débiles: en la curación del enfermo de la piscina de Betesda, Jesús le pregunta: “¿Quieres curarte?. Le respondió el enfermo: Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua... Jesús le dice: Levántate, toma tu camilla y anda” Juan 5, 6.... La conducta de Jesús es un signo de que Dios no abandona a los últimos de la tierra.

e. Es una salud abierta a la salvación total: en el diálogo con Marta, la hermana de Lázaro, Jesús afirma: “ Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” Juan 11, 25...La salud humana no puede apartar el riesgo de la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. Por eso nos acucia siempre la pregunta: ¿qué será de mí..?, ¿qué hay después de esta vida?. Jesús anuncia que la salud que él ofrece es signo y parte de una salvación más total porque es definitiva. Se prolonga y se hace plena más allá de la muerte.

 Como síntesis de la salud ofrecida por Jesús, podemos afirmar:

• Él no vino a curar simplemente las dolencias sino a sanar personas; vino a elevar a la máxima realización las potencialidades humanas;

• Él no vino para salvar de la enfermedad, sino sobre todo para salvar en la enfermedad;

• quien entra en la dinámica de su acción saludable, comienza un itinerario cuya meta final no es, paradójicamente, la salud definitiva (ésta termina siempre con la muerte) sino la plenitud que es, también extrañamente, compatible con la enfermedad. La salud ofrecida por Jesús es manifestación de un Dios, su Abbá, como alguien : “Amigo de la vida”. (Sab.11,26).

• Jesús introdujo un nuevo espíritu dentro de los curados; les hace retornar a la comunidad de la que estaban alejados.

• Las tradiciones evangélicas nos presentan a Jesús como alguien que pone en marcha un profundo proceso de sanación tanto individual como social. Las palabras de Jesús en el cuarto evangelio: “ Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10) son la manifestación más palpable de este deseo de Jesús.

3. NOS PREGUNTAMOS SOBRE LAS POSIBILIDADES QUE TIENEN NUESTRAS PARROQUIAS PARA OFRECER SALUD.

Partimos del convencimiento que nosotros y nosotras, Iglesia-Comunidad del Señor Jesús en el siglo XXI, tenemos como tarea encarnar y actualizar en nuestra sociedad concreta, la acción salvadora, transformadora, sanadora que comenzó con Jesucristo. Tenemos que distribuir, repartir : “El Pan de Vida” Jn 6, 35, como hemos escuchado estos días en la lectura continuada.

Estamos llamados a entrar, a salir a las encrucijadas de nuestra sociedad, como nos pide el todavía vigente IIº P.D.E. y actualizar el consejo evangélico: “ Cuando entréis en una ciudad, sanad a los enfermos que haya en ella y decid: Ya os está llegando el Reinado de Dios” (Lucas 10, 8-9).

Desde los componentes de la acción evangelizadora, tan magistralmente recordados en la Evangelii Nuntiandi, firmada por Pablo VI el 8 de diciembre del año 1975, y concretizados en nuestro Iº P.D.E. (años 1990-1995) como:

- anuncio explícito de Jesucristo

- testimonio vivido

- compromiso transformador

- denuncia de todo lo que envilece a la persona humana

Tenemos que ordenar armónicamente en nuestras comunidades cristianas estos cuatro elementos . Podemos tener el peligro de acentuar, por ejemplo el anuncio y montar unas catequesis ¡de miedo¡ y olvidar las otras dimensiones: por ejemplo el testimonio de la comunidad: el mandato de Jesús: “Les envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar” Lucas 9,2. Jesús no separó nunca proclamación del Reino y acción sanadora.

Recordemos, entonces, que nuestra tarea es entrar en la sociedad, sanar lo que hay en ella de enfermedad y, desde estos gestos sanadores, proclamar a un Dios Salvador.

El problema es cómo lo hacemos. Yo creo que no tenemos que descubrir nada nuevo, sino poner nombre a lo que con tanta ilusión estáis realizando las mujeres y hombres que participáis en los grupos de la pastoral de la salud de nuestras parroquias y que estáis, también, presentes en otras instituciones que no entran dentro de los limites geográficos de nuestros templos, pero que ejercéis de cristianas/os en los hospitales, residencias, etc.

Desde este convencimiento profundo de cómo somos llamados a portar salud en nuestro entorno, podemos señalar una serie de caminos, de pistas para potenciar – redescubrir a nuestras parroquias como, desde una imagen que le gustaba utilizar al Beato Juan XXIII al afirmar que la parroquia está llamada a ser “ la fuente de la aldea”, plantada en medio de la plaza del pueblo, donde todos acuden a verse, a contarse noticias, a prestarse solidaridades, a refrescarse después del duro trabajo.......

1º.- Nuestras parroquias necesitan tomar conciencia de la sociedad a la que quieren servir: La Constitución Pastoral “Gaudium et spes” señala: “ Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1). Una parroquia debe tener instalado un observatorio para detectar esta realidad y ofrecer a cada persona que se acerca una acogida cálida y atenta. Una parroquia tiene que ser testigo de la amistad de Dios para con las personas. Y probablemente una de las enfermedades que aquejan a miles de personas es la soledad en la que viven. En uno de los libritos que recogen las ponencias de José Antonio Pagola, titulado “ DIOS AMIGO” detectan esta tremenda realidad:

“ Nuestro mundo no es un mundo amistoso. No pienso sólo en las guerras que enfrentan a los hombres, la violencia que mata, la agresividad que destruye, las injusticias que hunden en la miseria a tantos seres humanos y tantos pueblos, los abusos, las manipulaciones y los malos tratos. Además del odio, la violencia y el mutuo enfrentamiento, está la falta de amistad. Son muchas las personas que no conocen una mano amiga. Hombres y mujeres que no tienen sitio en el corazón de nadie. Gentes que sufren la soledad, el aislamiento, la inseguridad. Personas a las que nadie escucha, nadie besa ni acaricia, nadie espera en ninguna parte. Hay también personas que, habiendo conocido el amor o la amistad, viven ese sufrimiento que H.J. M Nouwen llama “ la ruptura del corazón”, que es consecuencia de unas relaciones rotas entre esposos, entre padres e hijos o entre amigos.”En el mundo occidental, el sufrimiento que parece ser el más doloroso es el que tiene su origen en la sensación de sentirse rechazado, ignorado, despreciado y dejado a un lado”...Es en este mundo concreto donde se nos invita a poner amistad, a vivir introduciendo amistad.... Tal vez una de las tareas más importantes de la nueva evangelización consista en introducir la amistad y la bendición de Dios en este mundo contemporáneo. Cualquiera no puede ofrecer amistad. Sólo quien se experimenta amado es capaz de amar. Por eso, esta puede ser hoy una de las claves de la nueva evangelización: acoger la amistad de Dios, cantarla y celebrarla en nuestras comunidades, para poder anunciarla y comunicarla incluso a los más olvidados y abandonados”

2º.- Necesidad de crear un talante nuevo en las personas que realizamos la tarea de acoger, de acompañar...: fijándonos en la conducta apostólica de Jesús, observamos que está revestido por el amor a su Abbá, quiere comunicar a todos la cercanía, la presencia del reinado de su Padre del cielo; pero, a la vez los Sinópticos nos ofrecen indicios de que esta obsesión, esta tarea evangelizadora, no le quita el sosiego. Jesús no vive devorado por la fiebre de curar todos los enfermos, ni de saciar a todos los hambrientos, ni de liberar a todos los esclavos. No tuvo la pretensión de hacerlo todo. Él realizó acciones liberadoras y salvadoras significativas del Reino que inauguraba.

Y hago esta observación por la sensación que muchas veces podemos dar los evangelizadores de querer hacerlo todo y rápidamente. Más importante que la cantidad de lo que hacemos es el modo de cómo lo hacemos. Necesitamos ofrecer un estilo pastoral diferente, sosegado, ungido por la alegría, por la paz y por el testimonio de que somos testigos, comunicamos al Señor del Evangelio.

Con la sabiduría pastoral que caracteriza a JA Pagola vuelve a hacer esta afirmación:

“ hemos de cuidar de manera especial la experiencia cristiana de quienes se han comprometido en la acción pastoral (oración, encuentros de fe, escucha del evangelio, celebración de la Eucaristía – fuente y culmen de toda evangelización -, cultivo de un estilo de vida evangélico...). Una pastoral promovida por hombres y mujeres desbordados por un actividad excesiva, atrapada en la rueda de compromisos y reuniones, privados de suficiente alimento para su vida interior, difícilmente tendrá fuerza evangelizadora, Suprimir la contemplación y la oración de nuestro trabajo pastoral no le da nunca más eficacia, sino que lo empobrece de raíz”4

Una persona que evangeliza tiene este talante, hace referencia a Otro, nos son sus cosas, sus enfermos... De ahí que un evangelizador esta revestido de

a. autenticidad: significa capacidad para estar en contacto consigo mismo y sinceridad comunicativa. Se renuncia a la fachada y se vive en la verdad evangélica; se cultiva un estilo de vida sencillo; se busca la calidad más que lo cuantitativo.

b. valorar, estimar a las personas: nos acercamos al otro tal como es, y manifestamos una confianza en las posibilidades que se encierran en cada persona; respeto a su trayectoria personal; ayuda su crecimiento y el que un día probablemente no necesite de mí. Y estimar a los demás, según el Evangelio, incluye el defender la primacía de la persona frente a la ley. El evangelizador no ha de verse a sí mismo primordialmente como el protector de la norma sino como el defensor de la persona y el anunciador de la gracia. No es sanador quien echa cargas pesadas a las espaldas de la gente, sino quien ayuda desde la fe a llevar el peso de la vida ( Mateo 23,4)

c. empatía: sintonizamos con el enfermo y con lo que vive: con sus gozos, sus esperanzas, sus malos momentos, su noche de oscuridad...Y probablemente no tenemos respuesta para muchas de sus preguntas, pero nos encuentra cerca de él, le acompañamos....

3º.- desde estas cualidades que deben revestir al que evangeliza en el mundo de la salud; estamos convencidos, intentamos acercarnos al enfermo en nombre, representando, enviado por una comunidad cristiana: desde este profundo convencimiento no le ofrezco mi fe, mis prácticas, mi devoción a no sé que santo o intercesor.

Le presento la fe de la Iglesia, le hablo de Jesús: un hombre justo y bueno, que vivió una vida digna y sana, que pasó haciendo el bien y curando a las gentes, que amó hasta el extremo, que terminó crucificado, pero que fue reconocido y resucitado por Dios. Este fue el Kerigma, el evangelio presentado por las primeras comunidades.(Hechos 10, 34.37-43; Hch 2, 14.22-23)

Y desde la historia de este Hombre-Dios, presente entre nosotros, como el Viviente, le ofrezco la cercanía, la compañía de un Dios que quiere acompañarle en su situación de enfermedad, de desvalimiento.

Pero, permitidme que insista, le ofrezco la fe de la Iglesia, de la comunidad por la que soy enviado. Y le presento la imagen auténtica del Dios que su Hijo Jesús nos ha manifestado. Muchos curas, laicos y laicas, podemos estar ofreciendo, ciertamente con toda nuestra buena voluntad la imagen de un Dios que se aleja bastante del rostro que su Hijo Jesús nos presentó. Una imagen de un Dios autoritario, despótico, juez, que nos envía castigos y enfermedades, al que podemos aplacar con nuestros ritos y plegarias, que no nos ayuda a levantarnos y actuar responsablemente ante todo lo que nos sucede..... Estas imágenes más que confortar, pueden, a la larga, desorientar y generar frustraciones.

Con estas llamadas de atención quiero recordaros que un agente de pastoral de la salud debe tener, buscar y cultivar una formación cristiana. Debe estar informado de lo que la Diócesis, la Unidad Pastoral a la que pertenece, está planificando, etc. Nuestra sociedad, nuestra Iglesia, hoy día nos pide algo más que buena voluntad; nos pide que seamos “profesionales” en el sentido auténtico de la palabra; que comuniquemos lo que hemos experimentado en nuestra vida y lo hemos contrastado en medio de la comunidad a la que pertenecemos: los apóstoles que van por libre...!hay que tener cuidado con ellos¡.

4º.- ¿Cómo concretizamos nuestro servicio evangelizador a los enfermos? :

a.-esta presencia nuestra nos pide superar una actitud de servicio puramente sacramental, o de atención exclusivamente caritativa; nos está pidiendo una actitud que dé respuesta a las múltiples necesidades generadas por la enfermedad. Intento explicarme: muchas personas nos piden que el enfermo lo más importante que le tenemos que ofrecer es que no muera sin recibir los sacramentos. Y debemos intentarlo y ofrecerlo sin violentar nunca a las familias y sobre todo a la persona enferma. Pero al enfermo al que acudimos no sólo es el que está apunto de morir. En nuestras comunidades hay, también, minusválidos, enfermos crónicos, enfermos síquicos que no corren el riesgo de una muerte inmediata. Por otra parte si sólo nos centramos en la asistencia caritativa al enfermo, desde una actitud de servicio y amor caritativo; podemos estar olvidando otros aspectos importantes que como agentes de pastoral de la salud debemos atender y pelear: las causas sociales de la enfermedad, la deficiencia en la atención al enfermo, el abandono de los enfermos pobres y desvalidos, los posibles abusos de las estructuras sanitarias, la cercanía a las familias de los enfermos; el promover, por ejemplo donaciones de sangre, trasplantes de órganos..etc. La comunidad cristiana ha de preocuparse de la salud integral de sus enfermos.

b.- debemos hacer un sitio más real y significativo a los enfermos en medio de nuestras comunidades. Y esto se puede concretar:

• conociendo a las personas, tanto practicantes-creyentes, a todos. Nadie que sufre ha de ser ignorado. Este esfuerzo por conocer a los enfermos, su entorno familiar, su posible soledad, sus necesidades, lo que puede necesitar de la comunidad cristiana..requiere tiempo y organización ( red de informadores, de enlaces de portal, ficheros, organización de visitas...)

• acercando la parroquia al enfermo: que el enfermo sepa que no está olvidado; se le visita en el momento oportuno, se le llama por teléfono, se le felicita en sus fechas importantes; los domingos se le lleva la eucaristía, la palabra de Dios a través de las hojas que se publican en la comunidad; no hemos de olvidar que, con frecuencia, es la familia del enfermo la que más apoyo, cercanía y ayuda necesita para vivir de manera más humana y cristiana la enfermedad del ser querido.

• el enfermo debe estar presente, también, en medio de la comunidad parroquial. Gestos sencillos como la eliminación de barreas arquitectónicas, el transporte de enfermos a la eucaristía dominical, la celebración comunitaria de la unción, la preparación cuidada el 25 de mayo, Día del Enfermo, el recordar en las eucaristías, en las hojas dominicales aniversarios, centenarios, testimonios que nos pueden ofrecer dan un rostro diferente a la comunidad.

• la asistencia religiosa que le ofrecemos debe atender a lo que realmente necesita el enfermo: puede necesitar curar heridas que arrastra del pasado, descubrir un sentido a su existencia dolorosa, enfrentarse a sentimientos de culpabilidad, abrirse confiadamente al misterio de Dios, pedir perdón y ser perdonado, despedirse de esta vida con paz, saber que la comunidad ora con él y necesita de sus oraciones..... Y este servicio no sólo es propio del cura; es la comunidad la que debe ofrecer esta presencia . (Además los curas escaseamos. En un libro publicado en 1998 por Bernard Sesboüe , “No tengáis miedo”, se nos ofrecen posibilidades, sobre todo, en las capellanías de hospitales atendidas por laicos, dignas de nuestra consideración. Realidad a la que ya estamos atendiendo en el Hospital y Cruces.)

• no debemos olvidar a los profesionales de la salud: debemos acompañar, también, a los médicos, enfermeras, auxiliares, sicólogos, cuidadores de ancianos y minusválidos...Necesitan un mayor apoyo de la comunidad cristiana para descubrir y potenciar las posibilidades que tienen en su labor y para seguir colaborando en una mayor humanización del servicio sanitario.

4.- UNAS PROPUESTAS PARA CREAR PARROQUIAS SANADORAS.

1ª: Escuchemos a los hermanos sufrientes de nuestras comunidades: sus dolencias, sus quejas contra el sistema o contra la misma Iglesia y sus gritos de angustia.

“Porque Él es el defensor del pobre” (Sal 109, 31)

Las personas necesitamos ser cuchadas. Sólo una comunidad que escucha puede ser sanadora. Para ello hemos de ponernos al nivel de la gente; ser una comunidad de frágiles y de humildes. Hemos de escuchar al enfermo, al pobre, sentir sus amenazas, sus miedos y sus problemas. Dios nos habla a través de estas personas.

2ª: Hemos de alejarnos de todo poder que en la Iglesia no sea sanante.

“No nos dejes caer en la tentación” (Mt 6,13)

Hemos de bajarnos del poder para poder comprender y para poder amar el poder de Dios que nada tiene que ver con el poder de los poderosos. La Iglesia tiene ofrecido por el Espíritu de Cristo, el poder de sanar, de curar las heridas, de vendar las tristezas, de llenar de ternura los sueños irrealizables, de convertir en luz las tinieblas de los pensamientos negativos.....

 

3ª: Escuchemos a Dios a través de la Palabra. Mediante la oración personal y comunitaria.

“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apoc. 3, 20).

Es Él, Cristo, el que se mantiene eternamente, llamando a nuestra casa; esperando que pongamos en práctica el poder que ha puesto en nuestras manos para curar y sanar.. Por eso, es tan importante escuchar a Cristo en oración, para poder imitarle en el trabajo sanador.

4ª: Creamos en Cristo, en su Palabra y en supoder sanador.

“Os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero” Jn 15,16.

A pesar del ambiente que nos rodea donde “ Dios está siendo apartado respetuosamente de nuestra sociedad”, la comunidad cristiana necesita creer, confiar en Cristo, experimentar la presencia del Resucitado en los hombres y mujeres, los santos de nuestros días, que siguen siendo presencia sanadora en nuestra sociedad desde su tiempo compartido y desde sus vidas compasivas y solidarias. Veamos la realidad con los ojos de Dios.

5ª : No perdamos el sentido trascendente de nuestra fe, de nuestras vidas.

“ Aun no se ha manifestado lo que seremos” (1 Jn 3,2).

Si al cristianismo le privamos del sentido de la trascendencia, le privamos de su esencia. La esperanza de lo que nos espera, cuando el ser humano se encuentra con la experiencia de la finitud, y prueba el dolor... no debe asumirnos en la desesperación. Estamos en buenas manos aunque estemos rodeamos de oscuridad y del sinsentido del dolor. Acompañemos a los enfermos desde esta certeza, desde esta fe – confianza.

6ª: Ejercitemos la humildad, la austeridad como virtudes básicas de la vida personal

“Se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo” (Flp 2,7)

En nuestros ambientes, fruto de la cultura dominante, predomina el orgullo personal, el colocar nuestro ego como el centro de todo; y el consumir como la aspiración máxima de la persona. Nuestras comunidades cristianas sanadoras, nosotros, debemos destilar otro aroma: el ofrecer otra alternativa de vida donde el compartir, la austeridad, la preocupación desinteresada por los más sufrientes marca toda nuestra existencia.

7ª: Eliminemos los pensamientos negativos y violentos y aprendamos la alegría de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios.

“No os preocupéis por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación”( Mt 6,34)

Una comunidad saludable es la que ayuda a sus miembros a ser sencillos, a potenciar unas relaciones espontáneas, sinceras y vibrantes entre ellos. Al sabernos en buenas manos, intentamos comunicar a los demás esa paz, esa confianza en la vida y en las personas.

8ª: La comunidad sanadora es, por naturaleza, un lugar de fiesta, de perdón y de misericordia; nunca un lugar de moralina.

“Estad siempre alegres, os lo repito, Estad. alegres” (Flp 4,4)

Un creyente es una persona que intenta buscar la voluntad divina en todos los acontecimientos; tiene capacidad para saberse perdonado, confiadamente aceptado en su pecado y en su pobreza. Y esto es motivo de alegría.

9ª: En la comunidad sanadora hemos de aceptar todo lo humano como propio.

“Su fama se extendió..y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades. Y Él los curaba” (Mt, 4,25)

No podemos pretender ser un grupo de privilegiados, que está por encima de las nubes...Sintonizamos, desde nuestra debilidad, con el sufrimiento de todas las personas e intentamos consolar, acompañar, abrir horizontes de esperanza.

6. CONCLUSIÓN.

Ayer, y hoy en la Palabra que se ha proclamado en nuestras Celebraciones hemos escuchado que Jesucristo se nos presenta como el Buen Pastor, (Juan 10,11-18)..

“La imagen del pastor está cargada de simbolismo religioso en la tradición bíblica. Y esta imagen recoge toda la actuación de Jesús. Su primera preocupación no fue salvaguardar la doctrina, vigilar la moral o controlar la liturgia, sino desvivirse por la gente, luchar contra el sufrimiento bajo todas sus formas y trabajar por una vida más digna y dichosa para todos, llegando “hasta dar su vida” en este empeño. La Iglesia, nosotros, tenemos la responsabilidad de invitar y orientar a los creyentes hacia la verdad de Cristo, pero Cristo se dedicaba precisamente a quitar sufrimientos y dar vida. Sólo desde ahí se revelaba y anunciaba al verdadero Dios.

En estos tiempos en que tanta gente “abandona el rebaño” y se aleja de la fe, la mejor manera de guiar hacia la “verdad de Cristo” sería ver a una Iglesia dedicada en cuerpo y alma a que la gente sea más dichosa, se sienta menos desamparada y más protegida contra el mal y el sufrimiento” ( J A Pagola, en el Diario Vasco del 11-5-03).

Desde este talante, esta forma de actuar, tenemos que seguir construyendo la Iglesia, las comunidades saludables que todos deseamos para que las personas aquejadas de enfermedad encuentren en nosotros la vida que necesitan. Os felicito y animo a todas las personas que trabajáis en la Pastoral de la Salud de nuestras parroquias a que sigáis caminando de esta forma.

¡Muchas gracias por haber tenido la paciencia de escucharme¡.

Angel Unanue Larrucea

                El mundo de la salud y de la enfermedad es un reflejo de la sociedad. De hecho, salud, enfermedad, sufrimiento y muerte ponen frecuentemente al descubierto la verdad del hombre, sus valores y contravalores, sus límites y aspiraciones, sus esperanzas y fracasos, su fe y su falta de fe, su cercanía y su alejamiento.

El Evangelio es también para los que están lejos. Nos planteamos aquí: ¿En qué situación se encuentran? ¿Qué rasgos más importantes presentan? ¿Qué es lo que hizo Jesús? ¿Cómo realizar una evangelización y una catequesis que lleguen no sólo a los de cerca, sino también a los de lejos? ¿Cómo estar más cerca de los que están lejos? ¿En qué medida facilita ese acercamiento la misión de curar que tiene la comunidad cristiana?

Una adecuada evangelización ha de buscar al hombre allí donde está, donde brotan los interrogantes fundamentales de la existencia, las experiencias de indigencia y plenitud, aquellas que ponen de manifiesto la fragilidad de la condición humana y aquellas que remiten a sus aspiraciones más profundas, es decir, su deseo de vida y de salud, de superar la enfermedad y el sufrimiento, su sed de salvación.

El mundo de la salud y de la enfermedad reclama la colaboración activa y solidaria de muchos, creyentes y no creyentes. De hecho, ahí se viven las mayores coincidencias entre personas diferentes: la búsqueda de la salud une, crea una plataforma de entendimiento mutuo y de solidaridad, donde podemos reconocer la experiencia del Evangelio.

                Además, la Iglesia, para cumplir su misión, ha de ser comunidad que cura, “casa de salud” que acoge y dignifica, que enseña a vivir sanamente el sufrimiento, que propone modelos saludables de vida, que se acerca a los que están lejos, que ofrece a todos la misma salud de Cristo.

                Con este material de educación en la fe pretendemos:

 Conocer mejor la situación de los alejados, compleja y diversa, examinar los problemas que plantea y las oportunidades que ofrece al proceso de evangelización.

                 Iluminar esa situación a la luz del Evangelio y de la tradición viva de la Iglesia. Se trata de hacer lo que hizo Jesús, enseñar y curar

                Encontrar pistas y orientaciones que nos ayuden a estar más cerca de los que están lejos. Sensibilizar a toda la Iglesia sobre la importancia del mundo de la salud y de la enfermedad en el encuentro humano y evangelizador con los alejados.

                Los destinatarios son los enfermos y sus familias, las comunidades cristianas, los profesionales sanitarios, los voluntarios, las instituciones y personas implicadas, de alguna manera, en el mundo de la salud y de la enfermedad

1. Los que están lejos  

                Cuando Pedro anuncia el mensaje central cristiano, dice que la experiencia de fe (el don del Espíritu) es para vosotros y vuestros hijos y también “para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor” (Hch 2,34). Ahora bien, ¿quiénes son los que están lejos? ¿En qué situación se encuentran? Es importante hacer un buen diagnóstico para poder aplicar el remedio adecuado. De otro modo, caemos en el viejo error que denunciaron los profetas: “Curáis a la ligera las heridas de mi pueblo” (Jr 6,14).

Algunas pistas

                Por supuesto, se trata de un fenómeno complejo y las posiciones son muy diversas. El concilio Vaticano II da algunas pistas, reconociendo que los propios creyentes pueden velar más que revelar “el genuino rostro de Dios y de la religión” (GS 19). Pues bien, están lejos:

 

 Quienes niegan expresamente a Dios

 Quienes afirman que nada puede decirse acerca de Dios

 Quienes imaginan un Dios por ellos rechazado que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio.

 Quienes ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios

 Quienes no sienten inquietud religiosa alguna

 Quienes rechazan a Dios ante la existencia del mal en el mundo

Sin noticias de Dios

                En el mundo moderno se habla del silencio de Dios, de la ausencia de Dios, de la muerte de Dios (F. Nietzsche), del eclipse de Dios: “El eclipse de Dios es el hecho característico de la hora en que vivimos” (M. Buber).

Todo ha de pasar por el tribunal de la razón y de la experiencia: “Con el tiempo no hay nada que pueda oponerse a la razón y a la experiencia, y la oposición de la religión contra las dos es algo demasiado evidente” (S. Freud).

                Se renuncia a la cuestión de si el mundo tiene sentido. Precisamente “la pregunta por el sentido no tiene sentido” (J. Monod). La cuestión es transformar el mundo. Ante esta tarea “la religión es el opio del pueblo” (K.Marx).

                Muchos rechazan a Dios como protesta contra el sufrimiento, sobre todo, de los inocentes: “Allí donde sufre un niño inocente, no puede haber ningún Dios” (A. Camus).

                La experiencia de muchos contemporáneos es la de estar sin noticias de Dios: “Estamos sin noticias / sin noticias de esperanza / estamos sin noticias / sin noticias de amor / estamos sin noticias / sin noticias de Dios” (R. Mogin).

Datos sociológicos

                Por lo que se refiere a la sociedad española, el sociólogo Amando de Miguel la ve así desde el punto de vista religioso:

                 El fenómeno religioso, como el político, ya no es tan exclusivo y excluyente como lo fue antaño. Se vive “con autenticidad por una minoría y con desapasionamiento por los demás”.

                “La sociedad española es mayoritariamente católica”, pero “poco o nada practicante“. Entre 1970 y 1984 se produce un impresionante descenso del número de católicos practicantes: baja del 64 al 31 por ciento para mantenerse durante estos años en torno al 30 por ciento.

                “Las mujeres son más religiosas que los varones. Ellas están más próximas a los sucesos radicales de la vida humana, como es el nacer y el morir. La salud familiar es un dominio femenino, como lo es mayormente la responsabilidad de educar a los niños”.

                “Los jóvenes suelen ser menos religiosos que el conjunto de los adultos, pero no que los adultos de menor edad. Más concretamente, el mínimo de religiosidad se da alrededor de los 30-34 años”.

                Tradicionalmente “las clases altas eran más religiosas que las modestas”. Con los datos de 1993 vuelve a manifestarse esta tendencia (La sociedad española 1994-1995).

                Por su parte, la Fundación Santa María ha hecho un estudio sobre los jóvenes españoles. Según dicho estudio, se registra un fuerte descenso de la práctica religiosa en la juventud española: sólo un 12%, en su mayoría chicas, dice ir semanalmente a misa frente al 20% de 1984. Los principales motivos de este alejamiento son:

           — la situación de la propia iglesia.

           — el proceso de secularización intensa y acelerada de la sociedad española

           — los rasgos fundamentales de los propios jóvenes (Jóvenes españoles 1999).

Muchos son los bautizados, pocos los evangelizados

                Más allá de los datos cuantitativos, referidos a adultos y jóvenes españoles, todavía podemos (y debemos) preguntarnos:

¿Quiénes han llegado a reconocer que Jesús es el Señor?

 ¿Quiénes viven la justicia del Evangelio?

 ¿Quiénes confiesan toda la fe de la Iglesia?

 ¿Quiénes viven comunitariamente su fe?

 ¿Quiénes están básicamente evangelizados?

A gran escala, a pesar de todos los esfuerzos de renovación, hemos de reconocer que son ciertamente pocos. La desproporción es evidente: muchos son los bautizados y pocos los evangelizados.

Viejo problema

En realidad, el problema no es de ahora, viene de lejos. La misión evangelizadora de Jesús irrumpe en el marco de un judaísmo sociológico, recibido por herencia y apoyado en una falsa confianza, que no da frutos de conversión y, sin embargo, lleva a decir: “Somos hijos de Abraham” (Mt 3,9). O lo que es lo mismo: Somos católicos de toda la vida. Veamos, por ejemplo, lo que pasaba en el siglo XVI:

                “Sabemos que hay millares de hombres en la Iglesia que, preguntados de su religión, ni saben la razón del nombre ni la profesión que hicieron en el bautismo, sino, como nacieron en casa de sus padres, así se hallaron nacidos en la Iglesia, a los cuales nunca les pasó por pensamiento saber los artículos de la fe, qué quiere decir el Decálogo, qué cosas son los sacramentos. Hombres cristianos de título y de ceremonias y cristianos de costumbre, pero no de juicio y de ánimo; porque quitando el título y algunas ceremonias de cristianos, de la sustancia de su religión no tienen más que los nacidos y criados en las Indias... Ahora hallamos en esta ignorancia, no solamente a los mancebos de quince o veinte años, sino a los hombres de cuarenta y cincuenta” (B. Carranza, Catecismo cristiano,1558).

                Asimismo, la vocación de San Francisco nace de una visión crítica de la Iglesia de su tiempo: Anda y repara mi Casa, que amenaza ruina. Estas palabras las escuchó en San Damián, una iglesia en la que había entrado buscando luz, una iglesia que estaba en ruinas. Pronto entendió que eran otras las ruinas que había que reparar. Así lo entendió también el papa Inocencio III: “Había visto en el sueño que la basílica de Letrán estaba a punto de arruinarse y que un religioso pequeño y despreciable, arrimando la espalda, la sostenía para que no cayera”. Inocencio III fue un papa a quien un conjunto de circunstancias (por otra parte, sumamente inestables), le llevaron a ser algo así como el “emperador de Europa”. Sin embargo, la Iglesia amenazaba ruina. Como el profeta Ezequiel (cf. Ez 9,4), Francisco va marcando una señal en la frente de quienes gimen y se duelen por la situación de la Iglesia.

Nuevos aspectos

Ciertamente, la situación actual tiene sus rasgos propios. A este respecto, hay que citar el proceso de secularización, que se inicia ya en la baja edad media y que se manifiesta plenamente en la edad moderna: la sociedad deja de recurrir a la religión para la consecución de sus objetivos. El secularismo es la forma más radical de la secularización, la liberación absoluta de la religión.

                El concilio Vaticano II precisa la justa autonomía de la realidad terrena: “Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía”. Sin embargo, “si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras... Por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida” (GS 36).

Interrogantes fundamentales

                Si estamos atentos, podemos captar lo que hay detrás de una alusión, de una mirada, de un gesto, de una palabra: las expectativas profundas, las preguntas inquietantes, no expresadas de ordinario, que aparecen también en personas no creyentes. De hecho, como dice el Concilio, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales:

           — ¿Qué es el hombre?

           — ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte?

           — ¿Qué hay después de esta vida temporal? (GS 10).

Los que buscan a Dios

Aunque no lo parezca, son muchos los que buscan a Dios, quizá a tientas (cf. Hch 17,27). La búsqueda de Dios es una honda experiencia, que es preciso acoger, discernir y valorar. Esa búsqueda es sentida y cantada por nuestros poetas:

                “Todo mi corazón, ascua de hombre, inútil sin tu amor, sin ti vacío, en la noche te busca. Le siento que te busca como un ciego que extiende al caminar sus manos llenas de anchura y de alegría” (L. Panero).

                “Anoche soñé que oía a Dios gritándome: ¡Alerta! Luego era Dios quien dormía y yo gritaba: ¡Despierta!” (A. Machado).

                Por lo que se refiere al conocimiento natural de Dios, dijo el concilio Vaticano I: “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz de la razón humana partiendo de las cosas creadas”. Sin embargo, en las circunstancias históricas en que se encuentra, el hombre necesita ser iluminado por la luz de la revelación de Dios para conocerle “sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error” (DS 3004-3005).

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO

La situación de los alejados presenta algunos rasgos más importantes:

      Niegan expresamente a Dios

      Rechazan a Dios ante la experiencia del mal en el mundo

      No sienten inquietud religiosa alguna

      Tienen una experiencia religiosa negativa

      Han recibido una falsa imagen de Dios

      Están sin noticias de Dios

      Están bautizados, pero no evangelizados

      Se reconoce una justa autonomía de la realidad terrena

      Los interrogantes fundamentales brotan también entre los no creyentes

      Son muchos los que están buscando

      Dios puede ser conocido por la luz natural de la razón, pero se necesita la luz de la revelación de Dios.

2. La experiencia de Fe  

                Para quienes buscan a Dios, la respuesta no está en las nubes de los razonamientos teóricos. La respuesta es la experiencia de fe. Lo dijo Pablo VI: “En el fondo ¿hay otra forma de comunicar el evangelio que no sea el comunicar a otro la propia experiencia de fe?” (EN 46).

Experiencia de Dios

                En realidad, la Biblia no es un tratado sobre Dios, sino una profunda experiencia de Dios. No nos invita a hablar de Dios, sino a escucharle cuando habla, proclamando su gloria y acogiendo su acción. De este modo, tener fe no es meramente admitir la existencia de Dios, sino creer que Dios interviene en la historia humana.

                Para quien le busca y le encuentra, es algo que marca la vida. Es la experiencia del filósofo Blas Pascal. Cuando descubre la presencia del Dios vivo, anota el año, el mes, el día y la hora: “Año de gracia de 1654. Lunes 23 de noviembre... Desde las 10’30 de la noche hasta las 12’30. Certeza. Certeza. Sentimiento. Alegría. Paz... Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría”.

                La experiencia de fe es fundamental: “El hombre religioso de mañana será un místico, una persona que haya experimentado algo, o no podrá ser religioso, pues la religiosidad de mañana no será ya compartida por una convicción pública, unánime y obvia” (K. Rahner).

JESÚS ENSEÑA Y CURA

La misión de Jesús se realiza no sólo con palabras, sino también con obras. Jesús anuncia una palabra que se cumple, una palabra acompañada de señales y signos: enseña y cura, dice y hace.

                Jesús enseña a la muchedumbre por medio de parábolas (cf. Mc 4,2), pero a los discípulos les dedica a solas una enseñanza especial: “A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios” (Mc 4,10-11). Mediante esta enseñanza, Jesús inicia a sus discípulos en los diferentes aspectos del Evangelio:

                Les enseña a escuchar la palabra viva de Dios, la palabra del reino (cf. Mt 13,19), para que todos lleguen a ser discípulos de Dios (cf. Jn 6,45).

 Les enseña la justicia nueva del Evangelio, cuyas exigencias aparecen resumidas en la moral de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-48).

 En el momento oportuno, cuando los discípulos se lo piden, Jesús les enseña a orar (cf. Lc 11,1-4).

 Finalmente, con ellos comparte su misión, les inicia en el compromiso misionero (cf. Mc 3,14;Lc 10,1).

                Jesús enseña de una forma nueva: "La gente queda asombrada, porque les enseña como quien tiene autoridad, y no como sus escribas" (cf. Mt 7,29). A la pregunta de los discípulos de Juan el Bautista, responde con el lenguaje de los hechos, remite a lo que están viendo y oyendo: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (cf. Mt 11,5). También hoy la experiencia de fe tiene estas señales. Lo mejor que puede suceder a quien está buscando es encontrarse con una señal que le atraiga a la fe.

                Los discípulos han de hacer lo mismo que Jesús: “Id proclamando que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios” (Mt.10,7).

Los discípulos multiplican la acción de Jesús: recorren "todas las aldeas, anunciando el Evangelio y curando por doquier" (cf. Lc 9,6). De este modo, el anuncio del reino de Dios y el don de la salud llegan a los que están lejos. Se traspasan los límites de Galilea, aunque la acción está todavía restringida a Palestina. La tarea es inmensa: “La mies es mucha, pero los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10,2).

Cuando evangeliza, Jesús no está solo, comparte su misión. Ahí están los doce (cf. Mt 10,1), está el grupo que le sigue ( cf. Mt.8,22), están los setenta y dos (cf. Lc10,1), están las mujeres que acompañan a Jesús (cf. Lc 8,1-3), está la comunidad. "La comunidad es la nueva familia del discípulo" (cf. Mc 3,34-35), el lugar donde recibe la enseñanza especial del evangelio, el “centro de operaciones” desde donde se difunde el evangelio recibido.

CON VOSOTROS ESTÁ

                El mensaje cristiano anuncia no sólo la experiencia de Dios, sino la experiencia de Cristo. Es el test que Pablo aplica a la comunidad de Corinto: “Examinaos a vosotros mismos a ver si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos ¿No reconocéis que Jesucristo está entre vosotros?” (2 Co 13,5).

                La experiencia cristiana de fe tiene unas constantes vitales que hay que cuidar, si queremos transmitir todos el mismo Evangelio en la diversidad de tiempos, situaciones y culturas. La experiencia cristiana de fe implica:

                El reconocimiento de Jesús como Señor. Es lo que anuncia Pedro el día de Pentecostés: “Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch 2,36). Este es ya el gran acontecimiento: Jesús, crucificado por la turbia justicia de este mundo, ha sido constituido Señor de la historia: ¡lo mismo que Dios! El Reino de Dios se manifiesta en la persona de Jesús.

Un cambio profundo, radical: “Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertios” (Hch 2,37). ¡Abandonad esa justicia y ese orden que ha condenado a Cristo! Los primeros cristianos se vuelven "locos": ¡lo ponen todo en común! (Hch 2,44; 4,32).

                El perdón, la reconciliación, la justificación de parte de Dios. Es parte esencial de la buena nueva del Evangelio: Dios no tiene nada contra ti, Dios te ama. Lo proclama Pedro el día de Pentecostés (cf. 2,38). Quien comienza a creer y comienza a cambiar, ya está juzgado favorablemente por Dios. Como dice San Juan: “El que cree en Él no será juzgado” (Jn 3,18). Y San Pablo: “Ninguna condena pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús” (Rm 8,1).

                El don del Espíritu. Es una realidad que brota a borbotones de la pascua de Cristo (cf.Jn 7,37-39). Desde entonces, la hora del Espíritu ha llegado. Es la gran promesa de Jesús (cf. Jn 14,16.26;16,7-15), también para el mundo de hoy: “La promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2,38). La experiencia de fe se hace posible en la dinámica del Espíritu.

                El testimonio. La experiencia del Espíritu es un hecho que cualquiera puede percibir: “lo que vosotros veis y oís” (Hch 2,33). Supone el cumplimiento de la promesa de Jesús, cuya causa está siendo reivindicada por el Padre: “Dios realiza una obra que no creeréis, aunque os la cuenten” (Hch 13,41). Si el mensaje parece increíble, es anunciado en medio de un reto: “todos nosotros somos testigos” (Hch 2,32) y, además, cualquiera puede serlo.

                La comunidad. Quien acoge el anuncio del Evangelio, se incorpora a la comunidad. El discípulo de Jesús no va por libre, sino que forma grupo, forma comunidad. La comunidad nace y crece como fruto del anuncio del Evangelio: “El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hch 2,47).

EVANGELIZAR A LOS BAUTIZADOS

                La experiencia de fe es algo que va madurando poco a poco, por fases o etapas. Es como una semilla destinada a crecer. Primero se siembra, después crece, finalmente produce fruto. Al principio, sólo un germen de fe. Al final, el fruto. En medio, un proceso de maduración. La fe inicial es fruto de la acción evangelizadora de la comunidad cristiana. Debe desarrollarse mediante una adecuada catequesis hasta alcanzar el nivel de una fe madura.

Desde los comienzos de la Iglesia, la catequesis ha formado parte de la iniciación cristiana. Los abandonos de la fe, con motivo de las persecuciones y de otros problemas, irán haciendo comprender la necesidad de probar más seriamente la fe de los que quieren hacerse cristianos. Así surge en los primeros siglos el catecumenado.

                En el contexto social y religioso de nuestro país, en el que muchos son los bautizados (casi toda la población) y pocos los evangelizados (somos también país de misión), el proceso de maduración en la fe es generalmente posterior al bautismo. Por tanto, es un problema fundamental: hay que evangelizar a los bautizados.

Este problema fue asumido en la Iglesia después del Concilio con carácter de urgencia y con tratamiento catecumenal: “Las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él” (Pablo VI, EN 44; ver Juan Pablo II, CT 44).

COMUNIDADES VIVAS

En nuestro contexto actual, en el que muchos son los bautizados y pocos los evangelizados, hay también otro problema que es preciso afrontar: rehacer el tejido comunitario de la Iglesia. En las primeras comunidades había entre 20 y 60 miembros; en la Edad Media, muchas parroquias no sobrepasaban los 300; entonces las grandes ciudades tenían entre 10.000 y 50.000 habitantes. Hoy muchas parroquias tienen 3.000 y más. ¿Es posible hablar de verdadera comunidad?

                El Sínodo de la catequesis (1977) fue crítico con la situación actual de la parroquia, necesitada de profunda renovación: "De hecho, no pocas parroquias, por diversas razones, están lejos de constituir una verdadera comunidad cristiana", "la vía ideal para renovar esta dimensión comunitaria de la parroquia podría ser convertirla en comunidad de comunidades" (Proposición 29).

                El Sínodo sobre los laicos (1987) solicitó de nuevo “una decidida renovación de las parroquias”. Lo recoge Juan Pablo II en su exhortación (1988). Para que las parroquias sean verdaderamente comunidades cristianas, hay que favorecer “las pequeñas comunidades eclesiales de base, también llamadas comunidades vivas” (CL 26).

                La creación de comunidades vivas es especialmente necesaria en ambientes alejados de la Iglesia: “Sólo mediante la creación de comunidades cristianas vivas que broten de esos mismos ambientes es posible una acción misionera eficaz en ellos” (Catequesis de la comunidad, 53).

PARA LA REVISIÓN PERSONAL O DE GRUPO

Nos examinamos a nosotros mismos:

      Tenemos experiencia de Dios

      Tenemos experiencia de Cristo

      Asumimos la justicia del Evangelio

      La experiencia de fe llega a los de cerca y a los de lejos.

      Somos testigos, cualquiera puede serlo

      Estamos integrados en una comunidad viva 

3. Más cerca de los que están lejos  

                La mejor manera de acercarnos a los que están lejos es hacer lo que hizo Jesús, enseñar y curar: “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la buena nueva del reino y curando toda enfermedad y dolencia” (Mt 4,23). La curación es una señal del Evangelio, que es percibida de cerca y de lejos.

                En el mundo de la salud y de la enfermedad se dan los “acontecimientos fundamentales de la existencia humana” (Juan Pablo II, DH 3), es decir, el nacimiento y la muerte, la salud y la enfermedad, el sufrimiento y la curación, la necesidad de ser asistidos y la prestación de asistencia.

                Dichos acontecimientos interesan profundamente a la sociedad entera y son un lugar privilegiado para el encuentro de la Iglesia con los que están lejos, sanos y enfermos. Son realidades que compartimos todos los seres humanos, los cristianos, los creyentes de otras religiones, los no creyentes.

                El mundo de la salud y de la enfermedad reclama con urgencia una alianza sanadora, es decir, la colaboración activa y solidaria de muchos, creyentes y no creyentes, que buscamos una salud integral. De hecho, ahí se viven las mayores coincidencias entre diferentes: la lucha por la salud une, la solidaridad se palpa, el servicio crea una plataforma de entendimiento mutuo.

                La experiencia del Evangelio (de una forma especial, la misión de curar) acerca a los que están lejos. Derriba el muro que separa a unos y otros: judíos y gentiles, practicantes y alejados. De los dos pueblos hace una sola cosa. Reconcilia a los dos pueblos con Dios y entre sí. Cristo es nuestro paz. Él “trajo la noticia de la paz, paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca” (Ef 2,17).

Dios se opone al dolor movilizando los recursos de la sociedad humana y de la comunidad cristiana. Los múltiples desafíos del dolor son una llamada a aunar las fuerzas de todos, porque somos miembros los unos de los otros: “Hay muchos miembros, pero un solo cuerpo” (1 Co 12,20). Esto se dice de la comunidad cristiana, pero puede extenderse a toda la humanidad. El mundo es la casa de todos, todos somos hermanos, Dios es nuestro Padre.

                Sin embargo, suele suceder que el miedo y los prejuicios prevalecen y permiten que se deje al margen, como leprosos de nuestro tiempo (cf. Lc 17,12), a los afectados por el sida, a los moribundos, a los enfermos mentales, a los cancerosos, a los ancianos abandonados y a otros enfermos, porque su presencia recuerda lo provisional y caduco de la condición humana. La cultura occidental, inmersa en el hedonismo, en el afán del dinero y del éxito, en la promoción de valores como la juventud, la belleza y la salud, flaquea ante el reto de vivir sanamente el sufrimiento y afrontar serenamente la presencia de la enfermedad y la muerte.

                Raúl Follereau, que abandonó una vida cómoda en Europa para dedicarse completamente a los leprosos de África, se hizo portavoz con sus escritos y especialmente con su conducta de la necesidad de liberarse de sí mismo para comprender la angustia de los demás: “Enséñanos, Señor, a no amarnos a nosotros mismos, a no amar sólo a los nuestros, a no amar sólo a los que amamos. Enséñanos a pensar en los demás y a amar en primer lugar a los que nadie ama. Señor, haz que sepamos sufrir por el sufrimiento de los demás”.

                El mundo del sufrimiento nos pone en contacto con el mundo de los recursos humanos, de las estructuras sanitarias, de las casas de acogida, a las que se ha encomendado la misión de asistir y curar. Forman ese mundo tantos profesionales que, a través de sus diversas competencias, tratan de aliviar el dolor humano. Ese mundo está hoy caracterizado de manera especial por el voluntariado comprometido en el frente de la solidaridad y la gratuidad que trata de humanizar el mundo de la salud y de la enfermedad.

                Todos los que formamos la comunidad, humana o cristiana, podemos convertirnos en mediadores de salud y contribuir, con nuestro apoyo, a aliviar a quien se siente probado por la tribulación. Cada uno de nosotros tiene la oportunidad de vivir la parábola del samaritano (Lc 10,29-37), acercándose y ayudando al herido que cayó en manos de los bandidos. La Iglesia ha de ser comunidad que cura, “casa de salud” que acoge y dignifica, que enseña a vivir sanamente el sufrimiento, que propone modelos saludables de vida, que se acerca a los que están lejos, que ofrece a todos la misma salud de Cristo.

CUESTIONARIO   

                ¿Cómo estar más cerca de los que están lejos?

Conocemos su situación, compleja y diversa.

 Reconocemos que los creyentes podemos velar más que revelar el verdadero rostro de Dios.

 Acogemos los interrogantes fundamentales de la existencia que brotan también en personas no creyentes.

 Acogemos la situación de quienes están buscando.

 Nos examinamos a nosotros mismos: ¿tenemos experiencia de fe?

 Anunciamos la propia experiencia de fe.

 Faltan comunidades vivas, comunidades que curan.

 Participamos en la misión de curar que tiene la comunidad cristiana.

 Participamos en un voluntariado

 Promovemos la colaboración activa de creyentes y no creyentes en la búsqueda de la salud.

Oración  

En el Señor puse toda mi esperanza,

Él se inclinó hacia mí

Y escuchó mi clamor.

Me sacó de la fosa fatal,

Del fango cenagoso.

Asentó mis pies sobre la roca,

Consolidó mis pasos.

Puso en mi boca un canto nuevo,

Una alabanza a nuestro Dios.

Muchos lo verán y temerán,

Y en el Señor tendrán confianza.

Salmo 40

 

Bibliografía  

— COMISION EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, La catequesis de la comunidad, Edice, Madrid, 1983. El catequista y su formación, Edice, Madrid, 1985.  — FUNDACION SANTA MARIA, Jóvenes españoles 1999. Madrid.

— DE MIGUEL A., La sociedad española 1994-1995, Ed. Complutense, Madrid, 1995. — LOPEZ J., Catecumenado e inspiración catecumenal, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999. 

— DIOCESIS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA, Vivir la experiencia de la Fe. Carta conjunta de Cuaresma y Pascua 2003. También: Creer en tiempos de increencia. Cuaresma-Pascua de Resurrección, 1988.  — PANGRAZZI A., ¿Por qué a mí?, San Pablo, Madrid, 1994.