16 October 2024
 

2 Septiembre 2012¿Qué hacer para que duren los matrimonios?

                 P. Alfonso Llanos, SJ.  Fuente, periódico el tiempo, Colombia. Ya vimos dos causas de fracaso matrimonial: la inmadurez y el adulterio. Hoy vamos a preguntarnos: ¿qué hacer para que no fracasen?  Les voy a dar la fórmula infalible: trabajar juntos desde el día de la boda por crecer en el verdadero amor. Y, ¿cómo crecer en el verdadero amor? Les indico las siguientes características del verdadero amor, según san Pablo, que deben proponerse como pautas, de las cuales debieran hacer cada semana o, al menos, cada mes una revisión °°°              

  1. El verdadero amor es bondadoso, vale decir, inclinado a la bondad, a la amabilidad: sonreír, ser cortés, no cuesta nada. Hace las veces del florero en la sala: adorna el amor. La bondad embellece a la persona, la hace agradable.

2. El verdadero amor no es envidioso. La envidia es señal de inmadurez. Quien ama de veras no le da cabida a la envidia en su corazón. La envidia es un pesar del bien ajeno: sentirse mal porque no tengo las cualidades del otro; así piensa el envidioso porque no ha entendido que en el matrimonio todo lo que posee cada uno es común. Si tuviera verdadero amor se alegraría con el bien del cónyuge: todo queda en casa.

3. La paciencia, nacida del verdadero amor, tolera las molestias y defectos, propios y ajenos. No hace problema de pequeñeces, de tonterías. Pasar por alto estas deficiencias es señal de fortaleza y de calidad de espíritu.

4. El verdadero amor no es jactancioso. Jactarse, en lenguaje coloquial, es dárselas, creerse más que el otro. ¡Qué mal gusto! Dárselas implica crear diferencias, distancias, huecos en la vía del amor, que se convertirán en troneras y en obstáculos que impiden avanzar.

5. El verdadero amor no es orgulloso, porque el orgullo es arrogancia, significa exceso de la propia estimación, lo cual no cuadra con el matrimonio: lo desajusta, lo hace antipático, repugnante. Más valen la sencillez, la igualdad, la mutua estimación.

6. El amor verdadero no busca su propio interés. Este defecto nace del egoísmo. El egoísta busca para sí la mejor parte en todo: en la comida, en el vestido, en asiento, en dinero. Es ventajoso, sin atender al gusto y bienestar del otro.

7. El verdadero amor no se irrita, o, al menos, refrena la irritación, no la desahoga. La irritación o, peor aún, la rabia, daña el equilibrio de la relación de pareja y se presta a groserías.

8. El verdadero amor es decoroso, vale decir, es decente, no es grosero. Cuando empiezan las expresiones vulgares, algo anda mal. ¡Mucho ojo!

Una palabra vulgar y ofensiva, dicha con rabia, puede causar en el otro una herida honda e imborrable. Por favor: ¡guarden el estilo en la conversación! Apliquen el bello dicho: "¡No herirse ni con el pétalo de una flor!".

9. El verdadero amor sabe perdonar: es quizás la cualidad más difícil y necesaria del amor: quien perdona de veras ha llegado a la perfección del amor. El que no perdona sufre más que la otra parte.

10. El verdadero amor no lleva cuentas del mal. No decir: "Es la segunda vez que me niegas el saludo o, es la tercera que rehúsas hacer el amor". No y no. No llevar cuentas de las faltas, porque es de nunca acabar, fuera de ser señal de que el perdón no fue sincero. En el matrimonio debe prevalecer aquello de: "borrón y cuenta nueva". Todos los días hay que estrenar amor.

11. El verdadero amor es sincero, nunca recurre a la mentira. El mentiroso crea la inseguridad en la relación; ya no es fácil fiarse el uno del otro. Muy grave síntoma: por aquí se resquebraja el amor, como las losas del TransMilenio: necesitan urgente reparación.

12. Y viene la cualidad principal: el verdadero amor es fiel: no anda mirando al predio del vecino, porque acaba por pasarse a él. Deben hacer el propósito de Job: "Hice pacto con mis ojos de no pensar en mujer".

Alfonso Llano Escobar, S. J.      Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.

POR QUÉ FRACASAN LOS MATRIMONIOS

12 Agosto 2012   Nadie quiere fracasar. Pero el fracaso matrimonial se impone, así se tolere por un tiempo su tensión y su oculto desastre.  Autor:  P. Alfonso Llanos. SJ.   Fuente.  Periódico El Tiempo. Colombia.

                Hablo con los esposos, a ser posible antes de que fracase su matrimonio, con la sincera intención de ayudarles a que no fracasen. Nadie quiere fracasar. Pero el fracaso matrimonial se impone, así se tolere por un tiempo su tensión y su oculto desastre.

 

              ¿Por qué fracasan los matrimonios? Pregunto. ¿Porque se acabó el amor? No, señor, porque no hubo amor. No pasaron de un primer amor que no merece el nombre de amor, amor sensible, amor superficial y erótico, no feo ni malo, sino insuficiente. Dio para una primera etapa, con frecuentes experiencias sexuales, amor que se quedó sin crecer, sin madurar, hasta que se produjo la rutina, el cansancio, vino la franqueza, se cantaron unas cuantas verdades, que fueron mostrando el cobre del corazón, con palabras duras, a veces groseras, meses de silencios largos, cuando no, de riñas diarias. Vinieron luego la distancia, los desacuerdos de fondo, el andar cada uno por su lado, buscando espacios para la tensión, la duda, tratando de apagar incendios y de que las cosas no pasaran a mayores, porque hay niños pequeños que no conviene desequilibrar y perjudicar.

Hasta que llegó lo que se temía: la ruptura, el fracaso, la separación, después de dos, cinco o diez años de matrimonio. "Lo nuestro terminó" que cantó lacónicamente nuestro inmortal Jorge Villamil.

Tantos matrimonios se vienen acabando o se acabaron por falta de amor. Trataré de adentrarme un poco en el problema. El amor humano suele ser un proceso con comienzo, desarrollo, madurez y perfección, etapas que no suelen recorrerse siempre y que dan por resultado el fracaso matrimonial. ¿Qué sucedió? Falta de amor verdadero.

El amor humano es capaz de desplegar toda la hondura de su misterio cuando ambos cónyuges aprenden a amar, a crecer, a profundizar en el amor, a ser maduros en la entrega, a vivir el uno para el otro. La persona es un misterio. Laín Entralgo, el gran pensador español, ya fallecido, expuso la curiosa impenetrabilidad de la persona. Fue más fácil para Miguel Ángel sacar a luz la figura oculta en el pedazo de mármol de Carrara, hasta llevarlo a la perfección y labrar el David, de la Academia de Florencia, que para unos esposos labrar la figura perfecta de su amor. Pero es posible, es necesario, es toda una obra de arte. Los recién casados no saben la tarea que les espera al salir de la iglesia o de la notaría: 'hacer de dos uno' a fuerza de amor creador; hacer de dos vidas, de dos culturas, de dos familias, un solo ser, bajo el golpe diario, delicado y sutil del amor, que hace las veces del buril de Miguel Ángel.

Si fracasan los matrimonios, digamos la verdad, no es porque haya fracasado el amor, sino porque el verdadero amor nunca llegó. Porque nadie les enseñó a amarse en profundidad. Las facultades de psicología deberían organizar cursos sobre cómo madurar en el amor. Porque los nuevos esposos no supieron ir más allá de la simpatía, del amor light, de encuentros deliciosos, a flor de piel, pero que poco tenían del verdadero amor, de ese amor que debe ir más allá de la piel, del encuentro sexual, de afectos y besos, de un saludo en la mañana, o de un "buenas tardes, mi amor" al regresar a casa. Faltó algo más de fondo, algo más profundo, que se da en el diálogo, en saber ceder, perdonarse, ayudarse, comprenderse, ir penetrando en el tú, en el hondón de la otra persona, impenetrable, en un primer momento, pero que va cediendo al golpe suave del buril, de la palabra oportuna y del silencio creativo, de la mutua presencia de la comunicación.

Los esposos deben llegar a decirse: "No te conocía, pero ahora te conozco, te aprecio, creo en ti, te amo con lo más profundo de mi ser". Y habrán entrado en la etapa del amor eterno, fiel e indisoluble.

Alfonso Llano Escobar, S. J.   Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.

SEGUNDA PARTE

26 Agosto 2012 Nota. Lo que diré del adulterio de los hombres vale también para el adulterio de las esposas, que va en notorio aumento.

* * * * Padre, Alfonso Llanos Escobar. SJ.  Periódico el tiempo, Colombia

¿Por qué fracasan los matrimonios? "Porque no aprendieron a amar de veras", respondimos hace quince días. Practicaron por unos pocos años un egoísmo de adolescentes, que no pasó a verdadero amor, mostró el cobre y sucedió lo que tenía que suceder: el fracaso. Gracias a Dios, muchos de estos fracasos de matrimonios católicos aparentes, cuando recurren a tiempo a un tribunal eclesiástico, terminan en declaración de nulidad, al comprobarse la inmadurez. Y, con un poco de experiencia, dejando el fracaso a las espaldas, inician un verdadero matrimonio, este sí, si se proponen crecer en el amor, estable y feliz.

Pero, con eso no está dicho todo. Los matrimonios no fracasan solo por inmadurez de los cónyuges. Esto sucede con los más recientes. Pero ¿qué pasa con matrimonios de diez, veinte y más años, con un par de hijos adolescentes a bordo, que daban la impresión de que las cosas iban para largo? Que apareció una "mora" en la costa y se fue a pique el primer amor. Surgió una aventura, nació un nuevo amor y, adiós señora, hijos, hogar, todo: adulterio consumado, matrimonio fracasado.

Detengámonos un poco a analizar este hecho, que merece toda nuestra atención. Se trata de un pecado grave, largo y cruel: un esposo le ha dicho NO a su señora y SÍ a una figura joven femenina, que le da placer. Digámonos la verdad: la causa del adulterio, que siempre ha estado a la orden del día, pero que viene en auge alarmante, es el egoísmo de un esposo en busca del placer que se había acabado con la anterior.

Ojo, confesores: no hay que ser prontos y benignos con los adúlteros ofreciéndole un perdón fácil a quien no da señales de sincero arrepentimiento. No. El adulterio constituye un gran pecado, que odia el Señor, por ser ofensa vil a una mujer inocente y a unos hijos en formación. Nadie menos que Dios odia el adulterio y no quiere alimentar con el Pan de Vida al adúltero pecador. No se le puede dar la comunión. Dios no quiere entrar en la boca sucia del adúltero. Su corazón está alejado de Dios mientras no reconozca su horrendo pecado y pida con lágrimas perdón. No es justo que el adúltero avance orondo por la vida, de brazos con su amada, mientras su exesposa, inocente, arrastra la vergüenza del ultraje, del abandono y del desamor.

El hecho no es nuevo. Ya el ostentoso Rey David trajo a su lecho adúltero a la esposa del general Urías. La ceguera del egoísmo le impidió ver la múltiple maldad de su acción. Hizo falta que la palabra reveladora del profeta Natán pusiera en evidencia el triple pecado del Rey: vil asesinato, felonía con un general de su ejército y miserable adulterio. Oigamos la Palabra: "Había dos hombres en una ciudad, uno rico y otro pobre. El rico tenía ovejas y bueyes en abundancia; el pobre no tenía más que una ovejita, comprada en la feria. Vino un visitante adonde el hombre rico y, este, dándole pena tomar de su ganado, para dar de comer a aquel huésped, tomó la ovejita del pobre y dio de comer al huésped. David, encendido en ira, exclamó: '¡Vive Dios! Reo es de muerte aquel hombre que tal hizo'. Entonces, el profeta, apuntando a David, le dijo: 'Ese hombre eres tú'. Y le hizo ver su pecado. David, llorando, exclamó: '¡He pecado contra Dios!'. Y entonó el célebre salmo Miserere. Respondió Natán a David: 'También Yavé perdona tu pecado; no morirás'. Y Natán se fue a su casa". II Sam 12, 1,15. El salmo Miserere recoge las humildes y copiosas lágrimas del Rey, que lavaron su pecado. Dios le restituyó la amistad perdida.