21 November 2024
 

CONFERENCIAS CONGRESO ARIQUIDIOCESANO DE LA PASTORAL FAMILIAR EN IBAGUÉ 16 Octubre 2011

PRIMERA ESEÑANZA: EL SECRETO DE NAZARET

11Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.12Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios: a los que creen en su nombre (Jn1, 11-12).

40El niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. 41Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. 42Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta […] 51Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madreconservaba todas estas cosas en su corazón. 52Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc2, 40-41.51-52).

Iluminación bíblica

1. Vino a los suyos. ¿Por qué la familia debe elegir un estilo de vida? ¿Cuáles son los nuevos estilos de vida para la familia de hoy en relación al trabajo y la fiesta? Dos pasajes bíblicos describen el modo con el cual Jesús nuestro Señor vino entre nosotros (Jn1, 11- 12) y vivió en una familia humana (Lc2, 40-41.51-52).

Sin Jesucristo la pareja y la familia son sólo una necesidad humana como parte del proceso de hominización. Con Cristo, son un designio de Dios, una historia de salvación, un espacio sagrado en la cual forjar nuestra decisión de amar en la libertad y responsabilidad. Para nosotros la familia no es una simple sucesión de acontecimientos sin rumbo fijo, a la deriva de fuerzas impersonales dominadoras que llevan al caos.

Para nosotros, la familia con sus raíces, tradiciones, alegrías y desafíos vive una historia, dirigida y timoneada por Dios; Nuestra vida diaria con sus tareas, su monotonía, sus mismas banalidades, forma parte de un proyecto divino, forman parte del gran mosaico de la historia de la salvación planeada por Dios. Gracias al misterio de la Encarnación, en Dios está incluido inseparablemente el sentido de mi vida, pareja y familia. San Juan de la Cruz concluía una de sus poesías: "Que sólo en el amor es mi destino".

El primer texto nos presenta a Jesús que habita en medio de sugente: «Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios: a los que creen en su nombre». La Palabra eterna sale del seno del Padre, viene entre su gente y entra en una familia humana. El pueblo de Dios, que hubiera debido ser el seno que acogiera al Verbo, se muestra estéril. Los suyos no lo acogen, es más, lo quitan de en medio. El misterio del rechazo de Jesús de Nazaret se sitúa en el corazón de su venida entre nosotros. Pero a los que lo acogen «les dio poder de hacerse hijos de Dios». Al pie de la cruz, Juan ve realizado lo que proclama al inicio de su Evangelio. Jesús, «viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba» (Jn19, 26), entrega a la madre el nuevo hijo y encomienda la madre al discípulo amado. El evangelista comenta: «y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (19, 27). He aquí el «estilo» que Jesús nos pide para venir entre nosotros: un estilo capaz de acoger yengendrar.

2. El secreto de Nazaret. En esta aldea de Galilea, Jesús vive el período más largo de su vida. Jesús se hace hombre: con el paso de los años atraviesa muchas de las experiencias humanas para salvarlas todas: se hace uno de nosotros, entra en una familia humana, vive treinta años de absolutosilencio que se convierten en revelación del misterio de la humildad de Nazaret. (Jesús pensó, amó, trabajó como hombre).

Las palabras que abren el pasaje delinea con pocos rasgos el «secreto de Nazaret». Es el lugar para crecer en sabiduría y gracia deDios, en el contexto de una familia que acoge y engendra. «El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él». El misterio de Nazaret nos dice de modo sencillo que Jesús, la Palabra que viene de lo alto, el Hijo del Padre, se hace niño, asume nuestra humanidad, crece como un muchacho en una familia, vive la experiencia de la religiosidad y de la ley, la vida cotidiana marcada por los días de trabajo y por el descanso del sábado, el calendario de las fiestas. El «hijo del Altísimo» hace experienciade la fragilidad y de la pobreza, es acompañado por los pastores y por personas que expresan la esperanza de Israel. Pero el misterio de Nazaret es mucho más: es el secreto que ha fascinado a grandes santos, como Teresa de Lisieux y Charles de Foucauld.

En efecto, las frases que cierran el episodio dicen que Jesús «bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús crecía en sabiduría, en estatura (madurez) y en gracia ante Dios y ante los hombres». He aquí el misterio profundo de Nazaret: Jesús, la Palabra de Dios en persona, penetró en nuestra humanidad durante treinta años. Las palabras de los hombres, las relaciones familiares, la experiencia de la amistad y de la conflictividad, de la salud y de la enfermedad, de la alegría y del dolor se convierten en lenguajes que Jesús aprende para decir la Palabra de Dios.

De dónde vienen, si no es de la familia y del ambiente de Nazaret, las palabras de Jesús, sus imágenes, su capacidad de mirar los campos, el campesino que siembra, la mies rubial, la mujer que amasa la harina, el pastor que ha perdido a su oveja, el padre con sus dos hijos. ¿Dónde aprendió Jesús su sorprendente capacidad de contar, imaginar, comparar, rezar en la vida y con la vida? ¿No vienen acaso de la inmersión de Jesús en la vida de Nazaret? Por esto decimos que Nazaret es el lugar de la humildad y del ocultamiento. La Palabra se esconde, la semilla baja al centro de la tierra y muere para dar como don el amor mismo de Dios, es más, el rostro paterno de Dios. Este es el misterio de Nazaret.

3. Los vínculos familiares. Jesús vive en una familia marcada por laespiritualidad judía y por la fidelidad a la ley: «sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua. Cuando cumplió los doce años, subieron como de costumbre a la fiesta». La familia y la ley son el contexto en el cual Jesús crece en sabiduría y gracia.

La familia judía y la religiosidad judaica, una familia patriarcal y una religión doméstica, con sus fiestas anuales, con el sentido del sábado, con la oración y el trabajo diario, con el estilo de un amor de pareja puro y tierno, permiten comprender que Jesús vivió a fondo su familia.

También nosotros crecemos en una familia humana, dentro de vínculos de acogida que nos hacen crecer y responder a la vida y a Dios. También nosotros llegamos a ser lo que hemos recibido. El misterio de Nazaret es el conjunto de todos estos vínculos: la familia y la religiosidad, nuestras raíces y nuestra gente, la vida cotidiana y los sueños para el mañana. La aventura de la vida humana parte de lo que hemos recibido: la vida, la casa, el afecto, la lengua, la fe.Nuestra humanidad la forja una familia, con sus riquezas y sus miserias.

4. Compromisos y Misión: Jesús pide que la familia sea lugar que acoge y genera la vida enplenitud. Esta no da sólo la vida física, sino que abre a la promesa y a la alegría.

La familia es capaz de «acoger» si sabe:

- preservar la propia intimidad, -la historia de cada uno, -las tradiciones familiares, -la confianza en la vida, -la esperanza en el Señor.

La familia es capaz de «engendrar» cuando:

- hace circular los dones recibidos, -cuando custodia el ritmo de la existencia cotidiana entre trabajo y fiesta, -entre afecto y caridad, -entre compromiso y gratuidad. Este es el don que se recibe en la familia: custodiar y transmitir la vida, en la pareja y a los hijos.

La familia tiene su ritmo, como el latido del corazón:

- es lugar de descanso y de impulso, -de llegada y de partida, -de paz y de sueño, -de ternura y de responsabilidad.

La pareja debe construir el clima antes de la llegada de los hijos. La casa no puede quedar desierta a causa del trabajo, sino que la familia deberá aprender a vivir y a conjugar los tiempos del trabajo con los de la fiesta. A menudo deberá hacer frente a presiones externas que no consienten elegir el ideal, pero los discípulos del Señor son aquellos que, viviendo en las situaciones concretas, saben dar sabor a cada cosa, incluso a lo que no se logra cambiar: son la sal de la tierra. Especialmente, el domingo debe ser tiempo de confianza, de libertad, de encuentro, de descanso, de compartir.

El domingo es el momento del encuentro entre hombre y mujer. Sobre todo es el Día del Señor, el tiempo de la oración, de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la apertura a la comunidad y a la caridad. Y así, también los días de la semana recibirán luz del domingo y de la fiesta: habrá menos dispersión y más encuentro, menos prisas y más diálogo, menos cosas y más presencia. Un primer paso en esta dirección es ver cómo habitamos la casa, qué hacemos en nuestro hogar. Es preciso observar cómo es nuestra morada y considerar el estilo de nuestro habitar, las decisiones que hemos tomado, los sueños que hemos cultivado, los sufrimientos que vivimos, las luchas que sostenemos, las esperanzas que albergamos.

5. Iluminación Magisterial

La vida de familia conlleva un estilo singular, nuevo, creativo, que hay que vivir y saborear en la pareja y transmitir a los hijos a fin de que transforme el mundo. El estilo evangélico de la vida familiar influye dentro y fuera del ámbito eclesial, haciendo brillar el carisma del matrimonio, el mandamiento nuevo del amor a Dios y al prójimo. De modo sugestivo, Familiaris Consortio n. 64 nos exhorta a redescubrir un rostro más familiar de Iglesia, adoptando «un estilo de relaciones más humano y fraterno».

Estilo evangélico de la vida en familia

Animada y sostenida por el mandamiento nuevo del amor, la familia cristiana vive la acogida, el respeto, el servicio por todo hombre, considerado siempre en su dignidad de persona y de hijo de Dios.

Esto debe ser así, ante todo, dentro y a favor de la pareja y de la familia, mediante el compromiso diario de promover una auténtica comunidad de personas, fundada y alimentada por la interior comunión de amor. Esto debe desarrollarse después dentro del ámbito más vasto de la comunidad eclesial, en la cual la familia cristiana está insertada: gracias a la caridad de la familia, la Iglesia puede y debe asumir una dimensión más doméstica, es decir, más familiar, adoptando un estilo más humano y fraterno de relaciones.

La caridad va más allá de los hermanos de fe, porque «cada hombre es mi hermano»; en cada uno, sobre todo si es pobre, débil, sufre y se le trata injustamente, la caridad sabe descubrir el rostro de Cristo y un hermano al que hay que amar y servir.

Para que la familia viva el servicio del hombre según el estilo evangélico, será necesario poner en práctica con todo cuidado lo que escribe el Concilio Vaticano II: «Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente irreprochable y aparezca como tal, es necesario ver en el prójimo la imagen de Dios, según la cual ha sido creado, y a Cristo Señor, a quien en realidad se ofrece lo que al necesitado se da» (AA 8). [Familiaris Consortio, 64]

2ª ENSEÑANZA: LA FAMILIA FUENTE DE LA VIDA

La Palabra de Dios 27Y Dios creó al hombre a su imagen,
lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer (Gn 1, 27).

18Y el Señor dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a
hacerle una ayuda adecuada». 19Entonces el Señor Dios modeló
con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los
pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre
les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que
le pusiera el hombre. 20El hombre puso un nombre a todos los
animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales
del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada.
21Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo
sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró
con carne el lugar vacío. 22Luego, con la costilla que había sacado
del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al
hombre. 23Entonces este exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne!
Se llamará mujer,
porque ha sido tomada del hombre».
24Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer,
y los dos llegan a ser una sola carne (Gn 2, 18-24)

Iluminación bíblica

1. Los creó varón y mujer. ¿Por qué Dios creó al hombre y a la mujer? ¿Por qué quiso que en la pareja humana, más que en cualquier otra criatura, brillase su imagen? El hombre y la mujer que se aman, con todo su ser, son la cuna que Dios ha elegido para depositar Su amor, a fin de que cada hijo y cada hija que nacen en el mundo puedan conocerlo, acogerlo y vivirlo, de generación en generación, alabando al Creador. Los padres son el primer rostro de Dios que puede conocer un niño. Lo mínimo que pide una persona para ser reconocida como ser humano es: “estima, cuidado y realización” (K. Rahner).

En las primeras páginas de la Biblia se ilustra el bien que Dios ha pensado para sus criaturas. Dios creó al hombre y a la mujer iguales en la dignidad pero diferentes: uno varón, la otra mujer. La semejanza unida a la diferencia sexual permite que los dos entren en diálogo creativo, estrechando una alianza de vida. En la Biblia la alianza con el Señor es lo que da vida al pueblo, en relación con el mundo y la historia de toda la humanidad. Lo que la Biblia enseña acerca de la humanidad y de Dios tiene su raíz en la experiencia del Éxodo, en el cual Israel experimenta la cercanía benévola y liberadora del Señor y se convierte en su pueblo, aceptando esa alianza, la única de la que proviene la vida.

La historia de la alianza del Señor con su pueblo ilumina el relato de la creación del hombre y de la mujer. Son creados para una alianza que no les atañe sólo a ellos, sino que implica al Creador: «lo creó a imagen de Dios, varón y mujer los creó».

La familia nace de la pareja pensada, en su misma diferencia sexuada, a imagen del Dios de la alianza. En esta el lenguaje del cuerpo reviste gran importancia, revela algo de Dios mismo. La alianza que un hombre y una mujer, en su diferencia y complementariedad, están llamados a vivir es a imagen y semejanza del Dios aliado de su pueblo. El cuerpo femenino está predispuesto para desear y acoger el cuerpo masculino y viceversa, pero lo mismo, antes aún, vale para la «mente» y el «corazón». El encuentro con una persona del otro sexo siempre suscita curiosidad, aprecio, deseo de hacerse notar, de dar lo mejor de sí, de mostrar el propio valor, de cuidar, de proteger…; es un encuentro siempre dinámico, cargado de energía positiva, puesto que en la relación con el otro/a nos descubrimos a nosotros mismos y nos desarrollamos. La identidad masculina y femenina resalta especialmente cuando entre él y ella surge: -la admiración por el encuentro y -el deseo de establecer un vínculo.

En el relato de Génesis 2, Adán se descubre varón precisamente en el momento que reconoce a la mujer: el encuentro con la mujer le hace percibir y nombrar su ser hombre. El recíproco reconocimiento del hombre y de la mujer vence el mal de la soledad y revela la bondad de la alianza conyugal. Contrariamente a lo que sostiene la ideología del género, la diferencia de los dos sexos es muy importante. Es el presupuesto para que cada uno pueda desarrollar la propia humanidad en la relación y en la interacción con el otro.

Mientras los dos cónyuges se donan totalmente el uno al otro, juntos se donan también a los hijos que podrían nacer. Dicha dinámica del don se empobrece cada vez que se hace un uso egoísta de la sexualidad, excluyendo toda apertura a la vida.

2. No es bueno que el hombre esté solo. Para colmar la soledad de Adán, Dios crea para él «una ayuda adecuada». En la Biblia el término «ayuda» en la mayor parte de los casos tiene a Dios como sujeto, hasta llegar a convertirse en un título divino («El Señor está conmigo y me ayuda» Sal 117, 7); con «ayuda», además, no se entiende una intervención genérica, sino el auxilio dado frente a un peligro mortal. Creando a la mujer como ayuda adecuada, Dios libra al hombre de la soledad que es un mal que mortifica, y lo inserta en la alianza que da vida: la alianza conyugal, en la cual el hombre y la mujer se donan recíprocamente la vida; la alianza matrimonial, en la cual padre y madre transmiten la vida a los hijos.

La mujer y el hombre son la una para el otro una «ayuda» que «tiene delante», que sostiene, comparte, comunica, excluyendo cualquier forma de inferioridad o de superioridad. La igual dignidad entre hombre y mujer no admite ninguna jerarquía y, al mismo tiempo, no excluye la diferencia. La diferencia permite a hombre y mujer estrechar una alianza y la alianza los hace fuertes.

Lo enseña el libro del Sirácide: «El que consigue una mujer, empieza a hacer fortuna, una ayuda semejante a él y columna de apoyo. Donde no hay valla, la propiedad es saqueada, donde no hay mujer, el hombre gime a la deriva» (36, 26-27).

El hombre y la mujer que se aman en el deseo y en la ternura de los cuerpos, así como en la profundidad del diálogo, se convierten en aliados que se reconocen el uno gracias a la otra, mantienen la Palabra dada y son fieles al pacto, se sostienen para realizar esa semejanza con Dios a la cual, como varón y mujer, están llamados desde la creación del mundo. A lo largo del camino de la vida profundizan el lenguaje del cuerpo y de la Palabra, pues ambos son necesarios como el aire y el agua. Hombre y mujer deben evitar las insidias del silencio, de la distancia y de las incomprensiones.

Con frecuencia los ritmos de trabajo, cuando llegan a ser extenuantes, quitan tiempo y energías al cuidado de la relación entre los esposos: es pues necesario el tiempo de la fiesta que celebra la alianza y la vida.

La creación de la mujer tiene lugar mientras el hombre duerme profundamente. El sueño que Dios hace descender sobre él expresa su abandono a un misterio que le es imposible comprender.

El origen de la mujer queda envuelto en el misterio de Dios, así como es misterioso para toda pareja el origen del propio amor, el motivo del encuentro y de la recíproca atracción que ha llevado a la comunión de vida. Aún así una cosa es segura: en la relación de pareja Dios ha inscrito la «lógica» de su amor, para la cual el bien de la propia vida consiste en darse al otro/a.

El amor de pareja, hecho de atracción, compañía, diálogo, amistad, atención… hunde sus raíces en el amor de Dios, que desde el origen pensó en el hombre y en la mujer como criaturas que se amasen con su mismo amor, aunque la insidia del pecado pueda hacer que su relación sea difícil y ambigua. Lamentablemente el pecado sustituye la lógica del amor, del don de sí mismo con la lógica del poder, del dominio, de la propia afirmación egoísta.

3. Serán una sola carne. Creada de la costilla del hombre, la mujer es «carne de su carne y hueso de sus huesos». Por este motivo, la mujer participa de la debilidad –la carne– del hombre, pero también de su estructura portante –el hueso–. Un comentario del Talmud observa que «Dios no ha creado a la mujer de la cabeza del hombre para que el hombre dominase; no la ha creado de los pies para que estuviera sujeta al hombre, sino que la ha creado de la costilla para que fuera cercana a su corazón». A estas palabras hacen eco las de la «amada» del Cantar de los Cantares: «Ponme como sello en tu corazón…» (8, 6). En estas se expresa la unión profunda e intensa a la cual aspira y a la cual está destinado el amor de pareja.

«¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!»: el hombre pronuncia estas primeras palabras frente a la mujer. Hasta ese momento había «trabajado» dando nombre a los animales, pero permaneciendo todavía solo, incapaz de palabras de comunión.

En cambio, cuando ve a la mujer delante de él, el hombre pronuncia palabras de admiración, reconociendo en ella la grandeza de Dios y la belleza de los afectos. A la comunión rica de estupor, gratitud y solidaridad de un hombre y de una mujer Dios encomienda su creación. Aliándose en el amor serán en el tiempo una «sola carne».

La expresión «sola carne» ciertamente alude al hijo, pero antes aún evoca la comunión interpersonal que implica totalmente al hombre y a la mujer, hasta el punto que constituyen una realidad nueva. Unidos de este modo, el hombre y la mujer podrán y deberán estar dispuestos a la transmisión de la vida, a la acogida, engendrando los hijos pero, asimismo, abriéndose a las formas de la acogida familiar y de la adopción. La intimidad conyugal, en efecto, es el lugar originario que Dios ha predispuesto y querido donde no sólo se engendra y nace la vida humana, sino que es acogida y aprende toda la constelación de los afectos y de los vínculos personales.

En la pareja hay: estupor, acogida, entrega, consuelo a la infelicidad y a la soledad, alianza y gratitud por las obras admirables de Dios. Y así se convierte en terreno bueno donde se siembra la vida humana, brota y sale a la luz. Lugar de vida, lugar de Dios: la pareja humana, acogiéndose a la vez y acogiendo al Otro, realiza su destino al servicio de la creación y, haciéndose cada vez más semejante a su Creador, recorre el camino hacia la santidad.

4. Iluminación del Magisterio

En la vida de familia las relaciones interpersonales tienen fundamento y reciben alimento del misterio del amor. El matrimonio cristiano, ese vínculo por el cual el hombre y la mujer prometen amarse en el Señor para siempre y con todo su ser, es la fuente que alimenta y vivifica las relaciones entre todos los miembros de la familia. No es casualidad que en los fragmentos siguientes de la Familiaris Consortio y de la Evangelium Vitae, para ilustrar el secreto de la vida doméstica, se repitan varias veces los términos «comunión» y «don».

El amor, fuente y alma de la vida familiar

La comunión conyugal constituye el fundamento sobre el cual se va edificando la más amplia comunión de la familia, de los padres y de los hijos, de los hermanos y de las hermanas entre ellos, de los parientes y de otros familiares.

Dicha comunión arraiga en los vínculos naturales de la carne y de la sangre, y se desarrolla encontrando su perfeccionamiento propiamente humano en el instaurarse y en el madurar de los vínculos todavía más profundos y ricos del espíritu: el amor, que anima las relaciones interpersonales de los distintos miembros de la familia, constituye la fuerza interior que plasma y vivifica la comunión y la comunidad familiar.

Además la familia cristiana está llamada a hacer experiencia de una comunión nueva y original, que confirma y perfecciona la comunión natural y humana. En realidad, la gracia de Jesucristo, «el Primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29), es por su naturaleza y dinamismo interior una «gracia fraterna», como la llama santo Tomás de Aquino (S. Th. II· II·, 14, 2, ad 4). El Espíritu Santo, infundido en la celebración de los sacramentos, es la raíz viva y el alimento inagotable de la comunión sobrenatural que reúne y vincula a los creyentes con Cristo y entre sí en la unidad de la Iglesia de Dios. Una revelación y realización específica de la comunión eclesial la constituye la familia cristiana, que también por esto puede y debe llamarse «Iglesia doméstica» (LG, 11; cf. AA, 11).

Todos los miembros de la familia, cada uno según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una «escuela de humanidad más completa y rica»: (GS, 52) es lo que sucede con el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y los ancianos; con el servicio recíproco de todos los días, compartiendo los bienes, alegrías y sufrimientos.
[Familiaris Consortio, 21]

La familia está llamada en causa a lo largo de la vida de sus miembros, desde el nacimiento hasta la muerte. La familia es verdaderamente «el santuario de la vida…, el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a los cuales está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano». Por esto, el papel de la familia en la edificación de la cultura de la vida es determinante e insustituible.

Como iglesia doméstica, la familia está llamada a anunciar, celebrar y servir al evangelio de la vida. Es una tarea que corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir la vida, siendo cada vez más conscientes del significado de la procreación, como acontecimiento privilegiado en el cual se manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser, a su vez, dado. En la procreación de una nueva vida los padres descubren que el hijo, «si es fruto de su recíproca donación de amor, es a su vez un don para ambos: un don que brota del don».

Es principalmente mediante la educación de los hijos como la familia cumple su misión de anunciar el evangelio de la vida.

Con la palabra y el ejemplo, en las relaciones y decisiones cotidianas, y mediante gestos y expresiones concretas, los padres inician a sus hijos en la auténtica libertad, que se realiza en la entrega sincera de sí, y cultivan en ellos el respeto del otro, el sentido de la justicia, la acogida cordial, el diálogo, el servicio generoso, la solidaridad y los demás valores que ayudan a vivir la vida como un don. La tarea educadora de los padres cristianos debe ser un servicio a la fe de los hijos y una ayuda para que ellos cumplan la vocación recibida de Dios. Pertenece a la misión educativa de los padres enseñar y testimoniar a los hijos el sentido verdadero del sufrimiento y de la muerte.

Lo podrán hacer si saben estar atentos a cada sufrimiento que encuentren a su alrededor y, principalmente, si saben desarrollar actitudes de cercanía, asistencia y participación hacia los enfermos y ancianos dentro del ámbito familiar.
[Evangelium Vitae, 92]

5. Preguntas para la pareja de esposos y para el grupo

PREGUNTAS PARA LA PAREJA DE ESPOSOS

  1. ¿Cómo vivimos el deseo y la ternura en nuestra relación?
  2. ¿Qué obstáculos impiden nuestro camino de alianza profunda?
  3. ¿Nuestro amor de pareja está abierto a los hijos, a la sociedad y a la Iglesia?
  4. ¿Qué pequeña decisión podemos tomar para mejorar nuestro entendimiento?

PREGUNTAS PARA EL GRUPO FAMILIAR Y LA COMUNIDAD

  1. ¿Cómo promover en nuestra comunidad el valor del amor esponsal?
  2. ¿Cómo favorecer la comunicación y la ayuda recíproca entre las familias?
  3. ¿Cómo ayudar a aquellos que tienen dificultades en la vida de pareja y de familia?

3ª ENSEÑANZA: LA FAMILIA CONSTRUYE LA SOCIEDAD Y LA IGLESIA

Lectura de la Palabra de Dios

43Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
44Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por
los que os persigan, 45para que seáis hijos de vuestro Padre celestial,
que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre
justos e injustos. 46Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa
vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?
47Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? 48Vosotros,
pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial. 1Cuidad
de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser
vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro
Padre que está en los cielos. 2Por tanto, cuando hagas limosna, no
lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en
las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los
hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. 3Tú, en cambio,
cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que
hace tu derecha; 4así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre,
que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 5, 43 - 6, 4).

Iluminación bíblica

1. Habéis oído que se dijo… Pues yo os digo. ¿Por qué educar a nuestros hijos a la generosidad, a la acogida, a la gratitud, al servicio, a la solidaridad, a la paz, y a todas aquellas virtudes sociales tan importantes para la calidad humana de su vida?

¿Qué ventaja obtendrán de ello? Quizás no haya crecimiento de riqueza, de prestigio, de seguridad. Y, sin embargo, sólo cultivando estas virtudes los hombres tienen un futuro en la tierra. Estas crecen gracias a la perseverancia de aquellos que, como los padres, educan a las nuevas generaciones al bien. El mensaje cristiano nos alienta a algo más grande, más bello, más arriesgado y más prometedor: la humanidad de la familia, gracias a esa chispa divina presente en ella y que ni siquiera el pecado ha eliminado, puede renovar la sociedad según el designio de su Creador. El amor divino nos impulsa por el camino del amor al enemigo, de la entrega al desconocido, de la generosidad más allá de lo debido. La familia participa de la superabundante generosidad de nuestro Dios: por eso puede mirar más lejos y vivir una alegría mayor, una esperanza más fuerte, una mayor valentía en sus decisiones.

Muchas de las palabras de Jesús recogidas en los Evangelios iluminan la vida familiar. Por lo demás, su sabiduría respecto a la vida humana creció gracias al clima familiar en el cual transcurrió gran parte de su existencia: allí conoció el variado mundo de los afectos, hizo experiencia de la acogida, la ternura, el perdón, la generosidad, la entrega. En su familia constató que es mejor dar que pretender, perdonar que vengarse, ofrecer que aferrar, darse sin escatimar la propia vida. El anuncio del Reino por Jesús nace de su experiencia directa de familia y afecta a todas las relaciones, partiendo precisamente de las familiares, iluminándolas con nueva luz y dilatándolas más allá de los confines de la ley antigua.

Jesús invita a superar una visión egoísta de los vínculos familiares y sociales, a ampliar los afectos más allá del círculo restringido de la propia familia, a fin de que se conviertan en levadura de justicia para la vida social.

La familia es la primera escuela de los afectos, la cuna de la vida humana donde el mal puede ser afrontado y superado. La familia es un recurso precioso de bien para la sociedad. Esta es la semilla de la cual nacerán otras familias llamadas a mejorar el mundo.

Pero puede suceder que los vínculos familiares impidan desarrollar el papel social de los afectos. Sucede cuando la familia retiene para sí misma energías y recursos, encerrándose en la lógica del provecho familiar que no deja ninguna herencia para el futuro de la sociedad.

Jesús quiere liberar a la pareja y a la familia de la tentación de encerrarse en sí mismos: «Si amáis a los que os aman… si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular?». Con palabras revolucionarias, Jesús recuerda a quienes le escuchan la «antigua» semejanza con Dios, invitándolos a dedicarse a los demás según el estilo divino, más allá de los temores y los miedos, más allá de los cálculos y las garantías de un propio provecho.

Dejando maravillado a quien le escucha, Jesús enseña que es posible ser hijos a semejanza del Padre. Él nos libra de la falsa resignación y del egoísmo y nos dice con fuerza que amar al enemigo y rezar por quien nos persigue está a nuestro alcance, que podemos extirpar la violencia de nuestro corazón perdonando las ofensas, que nuestra generosidad puede superar la lógica económica del simple intercambio.

2. Sed hijos del Padre vuestro que está en los cielos. Jesús pide este estilo de vida singular y revela así que los hombres están destinados precisamente a estas sublimidades. Confía en la enseñanza que las familias, por designio de Dios, son capaces de ofrecer en el camino de su amor.

En la familia se educa: -a decir «gracias» y «por favor», -a ser generosos y a estar disponibles, -a prestar las propias cosas, -a prestar atención a las necesidades y a las emociones de los demás, -a considerar las fatigas y las dificultades de quien tenemos cerca. En las pequeñas acciones de la vida cotidiana el hijo aprende a establecer una buena relación con los demás y a vivir compartiendo.

Promover las virtudes personales es el primer paso para educar a las virtudes sociales. En la familia se enseña a los pequeños: -a prestar sus juguetes, -a ayudar a sus compañeros de clase, -a pedir amablemente, -a no ofender a quien es más débil, -a ser generosos en los favores. Para esto los adultos se esfuerzan en dar ejemplo de atención, dedicación, generosidad, altruismo. Así la familia se convierte en el primer lugar donde se aprende: -el sentido más verdadero de la justicia, -de la solidaridad, -de la sobriedad, -de la sencillez, -de la honradez, -de la veracidad y -de la rectitud, -junto a una gran pasión por la historia del hombre y de la ciudad en la que vive, la polis.

Los padres, como José y María, se asombran al ver que los hijos afrontan con seguridad el mundo adulto. Los hijos muestran a veces que pueden ser maestros sorprendentes también para los adultos: «Le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas» (Lc 2, 46-47). Como la familia de Nazaret, cada familia entrega a la sociedad, a través de sus hijos, la riqueza humana que ha vivido, incluida la capacidad de amar al enemigo, de perdonar sin vengarse, de gozar de los éxitos de los demás, de dar más de lo que se nos pide…

También en la familia, de hecho, hay divisiones y laceraciones, también en ella surgen enemigos, y el enemigo puede ser el cónyuge, el padre, el hijo, el hermano o la hermana … Sin embargo, en la familia, amamos, deseamos sinceramente el bien de los demás, sufrimos cuando alguien está mal, aunque se haya comportado como un «enemigo», rezamos por quien ha ofendido, estamos dispuestos a renunciar a nuestras cosas con tal de hacer felices a los demás, comprendemos que la vida es bella cuando se da por el bien de los demás.

La familia constituye la «célula primera y vital de la sociedad» (FC 42), porque en ella se aprende cuán importante es el vínculo con los demás. En la familia nos damos cuenta de que la fuerza de los afectos no puede permanecer confinada «entre nosotros», sino que está destinada al horizonte más amplio de la vida social. Los afectos, si se viven sólo dentro del pequeño núcleo familiar, se consumen y en lugar de dilatar el respiro de la familia, acaban por sofocarlo. Lo que hace vital a la familia es la apertura de los vínculos y la extensión de los afectos que, de lo contrario, encierran a las personas en jaulas mortificadoras.

3. Tu Padre… ve en lo secreto. La custodia de los vínculos y de los afectos familiares está más garantizada cuando somos buenos y generosos con las demás familias, atentos a sus heridas, a los problemas de sus hijos aunque sean distintos de los nuestros. Entre padres e hijos, entre marido y mujer, el bien aumenta en la medida en que la familia se abre a la sociedad, prestando atención y ayuda a las necesidades de los demás. De este modo la familia adquiere motivaciones importantes para desarrollar su función social, convirtiéndose en fundamento y principal recurso de la sociedad. La capacidad de amar adquirida supera a menudo las necesidades de la propia familia. La pareja está disponible para el servicio y la educación de otros muchachos, además de los suyos: también de este modo los padres llegan a ser padres y madres de muchos.

«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»: la perfección que acerca a las familias al Padre que está en los cielos es ese «algo más» de vida que se ofrece más allá del propio núcleo familiar, una huella de ese amor superabundante que Dios infunde en sus criaturas.

Numerosas familias abren la puerta de casa a la acogida, se hacen cargo del malestar y de la pobreza de los demás, o simplemente llaman a la puerta de al lado para preguntar si necesitan ayuda, regalan algún vestido todavía en buen estado, hospedan a los compañeros de clase de sus hijos para hacer los deberes… O también, acogen a un niño que no tiene familia, ayudan a mantener el calor familiar donde ha quedado sólo el papá o sólo la mamá, se asocian para sostener a otras familias en las miles dificultades actuales, enseñando a los hijos el recíproco apoyo con quien es diferente por raza, lengua, cultura y religión. Así hacemos que el mundo sea más hermoso y habitable para todos y se gana en calidad de vida, a beneficio de toda la sociedad.

No es casual que el texto evangélico, después de la llamada a la perfección, trate de la limosna, que en los tiempos antiguos, en una economía de subsistencia, era un modo para redistribuir los recursos, una práctica de justicia social. Jesús exhorta a no buscar el reconocimiento de los demás, usando al pobre para ganar prestigio, sino actuar en lo secreto. En lo secreto del corazón el encuentro con Dios confirma la propia identidad de hijo, tan semejante al Padre; una meta alta, aparentemente inalcanzable, que sin embargo gracias a la vida en familia es más cercana.

5. Iluminación del Magisterio

La pareja cristiana como comunidad creyente y evangelizadora

El casarse es un acontecimiento fundamental para la historia de las personas y que en todas las épocas y pueblos se ha llenado de solemnidad y de fiesta, de ceremonias y ritos. Muchas veces queda la impresión de que todo queda reducido a folklore y exterioridad, a acto social que hace parte de esta sociedad de consumo. Sin embargo, cuando una pareja, que quiere “casarse en el Señor” (1 Co 7,39), asume este acontecimiento como parte de un itinerario de espiritualidad y de perfección en el amor, comienza a mostrar, desde el noviazgo, un estilo de vida que contrasta con la mentalidad imperante[1].

Desde la misma forma de llevar su amistad y noviazgo, la pareja se está evangelizando a sí misma y está siendo testimonio profético para las demás parejas. Luego, cuando toman la decisión de casarse, más que por una costumbre, lo que buscan es vivir un acontecimiento de tal densidad, que provoca en la pareja creyente una experiencia consciente de gracia y de gozo. Se vive como algo grande y hermoso, que conlleva alegría desde la experiencia de la fe y el amor que se van compartir en un proyecto a dos. Cuando el matrimonio se celebra en la fe, hay una realización del amor de Dios especialmente en esa pareja.

Cuando se aman como marido y mujer en la totalidad de su ser, están expresando el mismo amor de Dios, están recordándose lo grande que es el amor de Dios por los hombres y de Cristo por la Iglesia, y con ellos en especial. En esto consiste la grandeza y el misterio de matrimonio cristiano: en que tiene un “plus” de sentido, un contenido de verdad, una dimensión única e inefable: la que procede del amor de Dios por los hombres, realizado en Cristo, y perpetuado en la alianza con su Iglesia, que hace presente la pareja cristiana como comunidad creyente y evangelizadora.

El presupuesto para que una pareja pueda vivir su dimensión profética es la obediencia de la fe a la Palabra del Señor que les revela la estupenda novedad, la Buena Nueva, de su vida conyugal y familiar que Cristo ha hecho santa y santificadora. La Familiaris Consortio invita a los esposos a descubrir y admirar con gozosa gratitud a qué dignidad han sido elevados por el sacramento. La misma preparación al matrimonio se califica ya como un itinerario de fe o un camino catecumenal (n. 66)[2].

La experiencia fundante de la fe de los esposos está, según la exhortación, en la misma celebración del sacramento del matrimonio, que esencialmente es la proclamación, dentro de la Iglesia, de la Buena Nueva del amor conyugal[3]:

Es la Palabra de Dios que ‘revela’ y ‘culmina’ el proyecto sabio y amoroso que Dios tiene sobre los esposos, llamados a la misteriosa y real participación en el amor mismo de Dios hacia la humanidad. Si la celebración sacramental del matrimonio es en sí misma una proclamación de la Palabra de Dios en cuanto son, por título diverso, protagonistas y celebrantes, debe ser una ‘profesión de fe’ hecha dentro y con la Iglesia comunidad de creyentes (n. 51).

En cuanto al ejercicio del ministerio de evangelización, la FC (ns. 52-54) recuerda los apartados de las exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi (n.71) de Pablo VI y Catechesi tradendae (n.68) de Juan Pablo II que señalan la importancia de la evangelización y catequesis de los padres a los hijos y la afirmación de Juan Pablo II lanzada a los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla de que, la futura evangelización depende en gran parte de la familia doméstica.

Esta misión apostólica de la familia está enraizada en el bautismo y recibe con la gracia sacramental del matrimonio una nueva fuerza para transmitir la fe, para santificar y transformar la sociedad actual según el plan de Dios. La Familia cristiana, hoy sobre todo, tiene una especial vocación a ser testigo de la alianza pascual de Cristo mediante la constante irradiación de la alegría del amor y de la certeza de la esperanza, de la que debe dar razón...(n. 52).

Este servicio llevado a cabo por los cónyuges y padres cristianos en favor del evangelio es esencialmente un servicio eclesial, es decir, se realiza en el contexto de la Iglesia y en coordinación con los otros servicios de evangelización y catequesis a nivel parroquial y diocesano. A nivel vocacional, la familia se puede convertir en el primer y mejor seminario de vocaciones a la vida consagrada al Reino de Dios[4].

Un auténtica Pastoral Familiar debiera impulsar a muchas parejas a vivir su dimensión misionera católica, como ‘misioneros’ del amor y de la vida. Esta puede empezar al interior de la familia, con los componentes de la misma que no tienen fe o no la practican con coherencia. La FC propone, también, el testimonio de Aquila y Priscila que se presentaban, al principio del cristianismo, como una pareja misionera.

Tendrán, los esposos cristianos la capacidad y el placer de hospedar y catequizar al propio presbítero o responsable de la evangelización, como lo hicieron Aquila y Priscila con Apolo (Hch 18,26), y entonces se dará la alegría que tantos presbíteros compartimos de ser aceptados con serena y fraterna amistad en tantas parejas y familias y quedar así todos edificados y renovados en la fe y en el amor. Será un volver a la utopía de los orígenes del cristianismo:

Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo. Por lo demás, el Señor agregaba al grupo a los que cada día se iban salvando (Hch 2,46-47).

Llama la atención el hecho de los recursos humanos y espirituales que posee una pareja/familia cristianas por su modalidad comunitaria de vida, frente a un mundo desagarrado por tantas discriminaciones, divisiones y soledades frustrantes. El ideal buscado con autenticidad por las parejas de tener “un solo corazón y una sola alma”[5], al estilo de las primitivas comunidades cristianas, debe ser un signo claro y eficaz que aporte en el proceso de humanización del hombre de hoy. La FC insiste en las realidades cotidianas que tocan y distinguen la condición de vida de la familia: el amor conyugal y familiar, vivido en sus valores y exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad. En la calidad de vida y de amor se está jugando lo esencial de la misión salvífica de la familia cristiana en la Iglesia y para la Iglesia.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Consejo Pontificio para la Familia, Catequesis para el Encuentro Mundial de las Familias.
  2. R.Téllez V., La espiritualidad conyugal en perspectiva latinoamericana. A la luz del Magisterio Conciliar y Pontificio más reciente, Fundación Comunidad Matrimonial Alegría, Bogotá 2007.


[1] Martínez P., propone acompañar esta etapa del noviazgo y darle una acogida oficial en la Iglesia. Cfr. Martínez Peque M., “Hacia un ‘statutus’ eclesial del noviazgo”, en RET, 56 (1996) 435-494.

[2] “Es, en efecto, una ocasión privilegiada para que los novios vuelvan a descubrir y profundicen la fe recibida en el bautismo y alimentada con la educación cristiana. De esta manera reconocen y acogen libremente la vocación a vivir el seguimiento de Cristo y el servicio al Reino de Dios en el estado matrimonial” (n.51).

[3] A nivel de pastoral litúrgica la exhortación (n. 67) pide, entonces, promover una fuerte catequesis sobre el significado y sobre el valor de la celebración litúrgica del sacramento, como momento culminante en la expresión esencialmente eclesial y sacramental del pacto conyugal entre dos bautizados: “En cuanto gesto sacramental de santificación, la celebración del matrimonio inserta en la liturgia, culmen de toda la acción de la Iglesia y fuente de su fuerza santificadora, debe ser de por sí válida, digna y fructuosa”. La forma de la celebración puede asumir algunos elementos propios de las culturas que ayuden a comprender el significado humano y religioso del pacto conyugal. El empeño pastoral se expresará también con la preparación inteligente y cuidadosa de la liturgia de la Palabra de Dios y con la educación en la fe de todos los que participan en la celebración para que se pueda expresar, celebrar y captar con fruto el signo y el gesto sacramental.

[4] Cfr. FC (n. 53 ). El n. 71 de la exhortación habla de los esposos que, por virtud del sacramento del matrimonio, se les confiere la peculiar misión de ser apóstoles de manera especial en el campo de la familia y propone de nuevo algunas tareas expuestas a lo largo del documento.

[5] Hch 4,32.