En este servicio diaconal, no se trata de una actuación unilateral, social-caritativa del diácono. El diácono no es un "asistente social ordenado". San Ignacio de Antioquía hace eco de 1Cor 4,1 en llamar a los diáconos "Diáconos de los misterios de Jesucristo". "Porque no son diáconos de comidas y bebidas, sino de la Iglesia de Cristo" (Trall 3,3; cit. en LG 41). Ellos son "más estrechamente vinculados al altar" (AG 16) y participan además del servicio de evangelización (SC 35,4; DV 25). La diaconía ejercitada por el diácono en el nombre de Jesucristo se debe entender en un sentido teológico y eclesiológico más amplio, puesto que el servicio del diácono incluye también la proclamación del Evangelio, el servicio al altar y algunas tareas de dirección (AG 16; cf. CIC, can.1008 f.).
Pues, de verdad, no sólo hay pobres desde el punto de vista material, sino que hay pobres desde el punto de vista psíquico y espiritual, hay miserables y bastantes personas dejadas solas o abandonadas. Por esto, la evangelización también es un servicio a las personas. Instruir los ignorantes desde siempre fue una obra de misericordia espiritual que, dado el déficit de orientación del mundo de hoy, ha adquirido una particular importancia. De modo semejante, la tarea de llevar la Eucaristía a los enfermos y a los moribundos desde siempre fue confiada a los diáconos y también es una obra de diaconía cristiana. Es una obra de caridad y misericordia visitar a las personas en su soledad, unirlas, construyendo así comunidades cristianas. Correspondientemente al servicio del diácono se deben contar todas las dimensiones de la diaconía cristiana: martyria, liturgia y diakonía en el sentido estricto de la palabra.
El Profesor y diácono H. Hoping lo formula de la siguiente manera: "Los presbíteros representan al obispo en las comunidades, de manera que ellos son responsables de la dirección de las comunidades que se les confió, por lo cual tienen también la presidencia de la celebración eucarística. En este sentido tienen una participación más amplia a la misión apostólica del obispo. En esta última también participan los diáconos. Pero ellos lo hacen en la diaconía que ‑como quedó claro‑ es responsabilidad del obispo, como dirigente. Como tarea de dirección eclesiástica, la diaconía es diferente de la acción de caridad de todo cristiano, procedente de su fe (cáritas) como también de la diaconía organizada como por ejemplo la de las asociaciones Cáritas. Y, puesto que son los presbíteros los que representan también a los obispos, hay una relación también con la dirección presbiteral. Por esto se dice en LG 29 que los diáconos tienen que ejercer su servicio en comunión con el Obispo y su presbiterio. Cuando pertenece a la función fundamental del ministerio eclesiástico de representar el servicio de Cristo como Señor de la Iglesia, esto es válido incluso por el diaconado perteneciente al Ordo. Por esto -según el entendimiento católico- los diáconos participan en la función de dirección eclesiástica"[7].
Resumiendo, esto significa que el diácono representa de manera particular a Jesucristo, venido para servir (Mt 10, 45) que se humilló tomando el aspecto de un esclavo (Fl 2,7ss). Representando el obispo y en colaboración con los presbíteros, el diácono conduce, es decir, inspira y motiva la diaconía de la comunidad. De esta manera tienen los diáconos su parte en el poder de dirección de la Iglesia. El diaconado ordenado aclara el hecho de que la diaconía es una dimensión esencial de la dirección eclesiástica.
Después de esta aclaración del ministerio particular del diácono, debemos preguntar, cómo se sitúa este ministerio en la eclesiología del Concilio, particularmente en la eclesiología de la "communio". Esto está vinculado a una de las más urgentes preguntas de nuestro tiempo, la búsqueda de la comunidad, que hizo crecer en muchos creyentes la conciencia del hecho que todos somos Iglesia. ¿Cuánto se necesita en nuestra Iglesia de hoy el diácono?
Eclesiología de la "Communio" como fundamento del diaconado.
Eclesiología de la "Communio " y diaconía.
Jesucristo nos regaló la oración más bonita, el "Padre nuestro". En esta oración podemos decir y confesar que todos tenemos el mismo Padre y con esto somos todos hijos de Dios. Es una idea extremadamente profunda. Ante Dios y por Él pertenezco con todos los seres humanos a la única familia del Padre celestial.
La individualización, soledad, enajenación y directamente hostilidad de los seres humanos entre sí, son signos del pecado. Por esto, en la economía de la salvación, Dios quiso que los seres humanos no sean aislados, no quiso salvarles independientemente de toda conexión recíproca, sino transformarles en su pueblo. Correspondientemente, el Concilio entiende la Iglesia como "pueblo mesiánico", que "aún no conteniendo a todos los hombres y a veces aparece como ‘pequeña bandada’, es para toda la raza humana el núcleo indestructible de la unidad, de la esperanza y de la salvación" (LG 9).
La eclesiología de la "Communio" del Concilio Vaticano II está relacionada con esta visión soteriológica de la Iglesia. Su importancia supera las problematizaciones intraeclesiales; ella muestra cuál es el puesto de la Iglesia en toda la historia del mundo. Esta eclesiología es una concretización de la importantísima declaración conciliar que la Iglesia es sacramento en Jesucristo, es decir, signo e instrumento de unidad (LG 1). Por esto, ella es uno de los más importantes impulsos del Concilio. "Para la Iglesia sólo hay un camino en el futuro, el camino indicado por el Concilio, es decir: una plena implementación del Concilio y de su eclesiología de la Communio"[8]. Esta indica el hecho de que la Iglesia no existe por sí misma sino por los otros, por las personas, por el mundo y su unidad, por su reconciliación y paz; es una Iglesia servidora. En el sentido más amplio la diaconía es, por consiguiente no una sino la dimensión de la Iglesia.
Lo que significa concretamente la eclesiología de la "Communio", los Hechos de los Apóstoles lo expresan de la siguiente manera: "Eran persistentes en la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y la oración" (2,42). O sea que la Iglesia es la comunidad de aquellos que, por intermedio de los apóstoles acogieron el mensaje de Jesús, el amor encarnado de Dios, que lo comunican, están uno en él y persisten con fidelidad en él. Es la comunidad de aquellos que participan en un solo Pan Eucarístico y así forman un solo cuerpo (cf. 1Cor 10,17), porque, dice San Agustín, la Eucaristía es el sacramento de la unidad (Jn 26,6,13; cit. SC 47). La Iglesia es la comunidad de aquellos que realizan la comunión fundada en la acción de Jesús, revelada en su palabra y celebrada en la Eucaristía, que comparten el pan cotidiano y sus posesiones. Martyria, Leiturgia y Diakonía se esclarecen como las tres dimensiones fundamentales de la Iglesia y así queda claro también, que la realización de la caridad, de la diaconía, son la consecuencia concreta y así mismo el criterio de autenticidad de la fe y Eucaristía de cada comunidad y de cada persona.
Esto está fundamentado en el mensaje y en la acción de Jesús. El servicio pastoral de Jesús fue un servicio de salvación. Esto fue simbolizado por los milagros de Jesús de cara a las diferentes necesidades: nutrir los hambrientos, sanar los enfermos, resucitar los muertos, exorcizar. Correspondientemente, Jesús manda sus discípulos no sólo para evangelizar y para instruir, sino también -lo que se olvida a menudo- para sanar (Mt 10,8). El oficio doctrinal y pastoral de la Iglesia debe realizarse también en acciones de curación y en el servicio caritativo-diacónico, llegando así mismo a ser creíble.
Por esto, cada comunidad tiene, como Iglesia local, cuidar que la diaconía sea realizada. Esto significa que fe y evangelización, Eucaristía y liturgia tienen que ser relacionadas con la diaconía. Fe sin diaconía no es fe cristiana. Evangelización sin diaconía tampoco es cristiana; una comunidad celebrando la Eucaristía pero no siendo orientada hacia la diaconía, expresa su fe, pero se trata de una fe muerta; no puede hallar a Dios, puesto que se olvidó que Dios se halla en las personas, especialmente en los pobres (Mt 25). "No podemos compartir el Pan Eucarístico, sin compartir el pan cotidiano"[9].
La Iglesia vive donde las obras de misericordia se hagan: alimentar a los hambrientos, dar de beber a los que tiene sed, vestir a los desnudos, abrigar a los extranjeros, librar a los prisioneros, visitar a los enfermos, enterrar a los muertos. La Iglesia vive también donde se están cumpliendo las obras espirituales de misericordia: reprender a los pecadores, enseñar a los ignorantes, aconsejar a los que dudan, consolar a los afligidos, soportar a los que nos ofenden, perdonar el mal, rezar por los vivos y por los muertos.
Si esta dimensión diacónica es tomada en serio, no puede existir ninguna necesidad privada, por la "communio" de la Iglesia, puede existir solamente una necesidad solidaria. Cuando un miembro se alegra, se alegran todos, cuando uno sufre, sufren todos con él (1Cor 12,26). Esta es la consecuencia lógica del estar juntos en Cristo, como realizar el ministerio pastoral de Jesucristo, que como el buen pastor ofrece su vida por su rebaño (Jn 10,11.15). La diaconía no es una ocupación colateral de una comunidad, o el hobby de pocos; ella es una tarea principal de la comunidad cristiana, que sigue a Jesús y está sometida a su misión. Particularmente, esto vale para el ministerio eclesiástico.
Eclesiología de la "communio" y diaconado
Hemos visto que no puede existir Iglesia sin diaconía, porque Cristo mismo es como uno que sirve (diácono) (Lc 22,27). Por esto en la tarde, antes de su pasión y muerte, no sólo se estableció el ministerio sacerdotal sino también el diaconado. Con el lavado de los pies, Jesús nos dio un ejemplo para que nosotros también actuáramos de la misma manera que él (Jn 13,15). En esta palabra se puede ver el fundamento del diaconado.