EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
Padre, Héctor Giovanni Sandoval, Delegado Episcopal para la Liturgia, Arquidiócesis de Ibagué (2011)
Los primeros siglos: el lectorado tiene sus orígenes en el inicio mismo del culto cristiano. Siguiendo el modelo de las celebraciones sinagogales, la liturgia de la Palabra tuvo siempre, de una manera u otra, su lugar en el contexto de las asambleas cultuales cristianas. Con todo, el primer testimonio sobre el ministerio del lector no lo tenemos hasta la mitad del siglo II.
Testimonios:San Justino (150) “El día que llamamos del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos” (San Justino, Apología I, 67,3-4)
Tertuliano: (200) “hoy es diácono el que mañana es lector...” (Tertuliano, La prescripción de los herejes)
San Cipriano. Otoño del 250 “Sabed que he ordenado lector a Saturo y subdiácono al confesor Optato” “Aurelio, nuestro hermano, ilustre joven... Se ha creído que empiece por el oficio de lector, ya que nada mejor cuadra a la voz que ha hecho tan gloriosa confesión de Dios que resonar en la lectura pública de la divina Escritura”
Roma, año 251: “Cuarenta y seis presbíteros; siete diáconos y otros tantos subdiáconos; cuarenta y dos acólitos; cincuenta y dos exorcistas, lectores y ostiarios” (Eusebio, Historia eclesiástica, VI, 43,11)
Disposiciones canónicas:
La Tradición Apostólica de san Hipólito: “el lector es instituido cuando el obispo le entrega el libro, puesto que no se le imponen las manos”
Constituciones de la Iglesia egipcia: “que el lector sea instituido por el obispo entregándole el libro del apóstol. Que ore sobre él, pero que no le imponga las manos”.
Cánones de Hipólito: “el que es instituido como lector debe estar adornado con las virtudes del diácono; pero que el obispo no imponga las manos al lector, sino que le entregue el Evangelio”
Constituciones apostólicas (año 380): “acerca de los lectores, yo, Mateo, llamado también Leví, antes publicano determino lo siguiente. Para instituir lector, imponle la mano y ora a Dios de esta manera: Dios eterno, Tú, que en la antigüedad instruiste a Esdras, para que leyera tus preceptos a tu pueblo, instruye ahora, te lo suplicamos, a este siervo tuyo y concédele que cumpla de manera irreprochable el oficio que se le ha confiado. Por Cristo, a ti la gloria y la veneración, en el Espíritu Santo, por los siglos. Amén”
Actas de los mártires:
Martirio de san Fructuoso. Tarragona, enero 21 de 259 “Llegados que fueron al anfiteatro, acercósele al obispo un lector suyo, por nombre Augustal”
Martirio de san Félix, obispo de Tibinca. Año 303. “Mandó que se presentarán ante él los presbíteros del pueblo cristiano. En particular, mandó traer a Apro, presbítero, y a Cirilo y Vidal, lectores”
Martirio de san Polión: (304) “el presidente Probo dijo: ¿qué oficio tienes? Polión respondió: soy el primicerio de los lectores, de los que tienen costumbre de leer a los pueblos la sabiduría divina”
Martirio de los santos Saturnino, Dativo y otros: (12 febrero de 304) “Saturnino, presbítero, con sus cuatro hijos, a saber: Saturnino, el joven, y Félix, lectores”
Lectorado, un ministerio conferido en la infancia: Sidón Apolinar (482) dice de Juan, obispo de Chalón: “Fue primeramente, lector y, por tanto, ministro del altar desde la infancia”. Paulino de Nola dice de san Félix: “Sirvió como lector desde sus primeros años”. En la carta del Papa Siricio a Himerio (385) se determina: “el que se ha entregado al servicio de la Iglesia desde la infancia debe ser bautizado antes de la edad de la pubertad y ser incorporado al ministerio de los lectores” (probablemente hasta la edad de los treinta años, entonces podrá acceder a otros grados)
Las escuelas de lectores: Posiblemente desde la mitad del siglo IV, existió en Roma una “escuela de lectores” y se extendió por toda Italia según lo atestigua el Concilio de Vairon (520): “según la costumbre que sabemos que se encuentra muy difundida por toda Italia”. También está el testimonio de un tal Esteban, muerto el 522 a los sesenta y cinco años, de él se dice que era el “primicerius de la escuela de los lectores”. El obispo de Laidrade en el siglo IX dice: “tengo una escuela de cantores, además tengo una escuela de lectores, no sólo para los que ejercen su oficio en las lecturas sino también para quienes buscan progresar en el conocimiento de los libros divinos”. Para ser ordenado lector era precisa la edad legal, entre los siglos VII y IX se había fijado alrededor de los dieciocho años, además de haber recibido la tonsura y haber demostrado saber leer
Decadencia del lectorado: en Oriente se tiene noticias en la Constituciones Apostólicas (380) al decir que después de la lectura Apostólica, será un diácono o un presbítero “quien leerá los Evangelios”. En Occidente tenemos el testimonio de san Jerónimo: “El Evangelio de Cristo será recitado por medio del Diácono” el Evangelio pasa, así al ministro más cualificado después del sacerdote. La norma precisa la de san Gregorio Magno (606), que confió al diácono la lectura del Evangelio y las restantes lecturas al subdiácono. Durante los siglos IV y V el lector va perdiendo “personalidad”. El lector desde el decreto de 595 hasta el siglo XX sólo conserva su lugar en las misas solemnes con más de dos lecturas, en el Misal de san Pío V se encuentra: “en aquellos casos en los que el celebrante cante la Misa sin diácono y subdiácono, canta la Epístola un lector revestido con sobrepelliz”. Para que el lector vuelva encontrar su lugar hará falta llegar a la mitad del siglo XX, primero de una manera tímida y confundiéndose a veces con el monitor o con el comentador
El lector en los documentos recientes
Constitución “Sacrosanctum Concilium” (1963) 29. También los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la “schola cantorum” desempeñan un autentico ministerio litúrgico. Por tanto, deben ejercer su oficio con la piedad sincera y el orden que conviene.
Motu proprio “Ministeria quaedam” (1972) el lector queda instituido para la función que le es propia, de leer la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las lecturas de la Sagrada Escritura, pero no el Evangelio, en la Misa y en las demás celebraciones litúrgicas.
Ordenación General de la Liturgia de las Horas (1971) 259. Quienes desempeñan el oficio de lector leerán de pie, en un lugar adecuado, las lecturas, tanto las largas como las breves.
Ordenación General del Misal Romano (2002).194. En la procesión al altar, en ausencia del diácono, el lector con la debida vestidura puede llevar el Evangeliario un poco elevado. 196. Lee desde el ambón las lecturas que preceden al Evangelio. Cuando no hay salmista, después de la primera lectura puede proclamar el salmo responsorial. 197. en ausencia del diácono, puede proclamar desde el ambón las intenciones de la oración universal. 198 si no hay canto de entrada ni de Comunión y los fieles no recitan las antífonas propuestas en el Misal, las puede decir en el momento conveniente.
Ordenación de las lecturas de la Misa (1981) el lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer él, aunque haya otro ministro. La asamblea liturgia necesita de lectores, aunque no estén instituidos para esta función. Hay que procurar que haya algunos laicos, los más idóneos, que estén preparados para ejercer este ministerio. Los que ejercen el ministerio de lector de modo transitorio, e incluso habitualmente, pueden subir al ambón con la vestidura ordinaria, aunque respetando las costumbres de cada lugar. Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de la Sagrada Escritura por la audición de las lecturas divinas, es necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, sean de veras aptos y diligentemente preparados. Para ejercer la función de salmista es muy conveniente que en cada comunidad haya unos laicos dotados del arte de salmodiar.
Código de Derecho Canónico (1983) 230. Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en las ceremonias litúrgicas; asimismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho.
Ceremonial de los Obispos (1984) El lector tiene un ministerio propio en la celebración litúrgica, que el mismo debe ejercer. Consciente de la dignidad de la Palabra de Dios y de la importancia del oficio, tendrá constante preocupación por la dicción y pronunciación, para que la Palabra de Dios sea claramente comprendida por los participantes.