LA PASCUA CRISTIANA son 50 días

13 Abril 2013.  El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.  Autor: Teresa Fernández | Fuente: Catholic 

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

La fiesta de la Pascua es tan importante, que un solo día no nos alcanza para festejarla. Por eso la Iglesia ha fijado una octava de Pascua (ocho días) para contemplar la Resurrección y un Tiempo Pascual (cincuenta días) para seguir festejando la Resurrección del Señor.

¿Cómo se celebra el Domingo de Pascua?

Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes.

En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.

En algunos países se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”.

La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.

A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.

La tradición de los “huevos de Pascua”

El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.

Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.

Uno de estos primeros cristianos se acordó un día de Pascua de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó.

Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.

¿De dónde viene lo del “conejo de Pascua”?

Su origen se remonta a las fiestas anglosajonas pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Progresivamente, se fue incluyendo la imagen del conejo a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar en Alemania conejos y huevos de chocolate y azúcar para regalar en la Pascua.

Los alemanes, para justificar "cristianamente" la mezcla de símbolos paganos y cristianos, inventaron una muy curiosa leyenda, cuento o fábula, que se ha ido transmitiendo de generación en generación y que dice así:

Había una vez un conejo que vivía en el sepulcro que pertenecía a José de Arimatea donde depositaron el cuerpo de Jesús después de su muerte en la cruz.

El conejo estaba presente cuando lo sepultaron y vio cómo la gente lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.

Cuando pusieron la piedra que cerró la entrada, el conejo se quedó ahí mirando el cuerpo de Jesús y preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas. Pasó todo un día y toda una noche mirándolo, cuando de pronto Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca! El conejo entonces comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y se sintió obligado a avisar al mundo y a todas las personas que lloraban que ya no tenían que estar tristes, pues Jesús no estaba muerto, sino que había resucitado. Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo, símbolo de la vida, los hombres entenderían el mensaje de resurrección y alegría. Desde entonces el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.

LOS SÍNODOS EN BENEDICTO XVI

6 Marzo 2013.  El Papa Benedicto XVI deja un importante legado a la Iglesia, al haber convocado a cinco Asambleas del Sínodo de los Obispos, algunas de las cuales fueron de tipo General y otras denominadas Especiales. De cada una de ellas brotó un documento pontificio denominado Exhortación Apostólica Post-Sinodal. En ellos el sumo pontífice tomó en cuenta las principales ideas aprobadas en las asambleas por los participantes, que le fueran remitidas oportunamente por el Secretario General del Sínodo de los Obispos.   (Fuente: Zenit. José Antonio Varela)

¿Qué es un Sínodo?

Si bien la palabra apropiada para las reuniones no es “Sínodo”, sino Asamblea –-sea General, Extraordinaria o Especial-- del Sínodo de los Obispos, se ha hecho más fácil llamarlo así, y la mayoría escribe o dice “los obispos están en Sínodo”, “¿Cuándo acaba el Sínodo?”, “Tal como se ha recomendado en el último Sínodo…”.

Es la fuerza de la costumbre, pero veamos mejor lo que el propio ente pontificio define al respecto, a fin de entender la magnitud de estos eventos convocados con acierto por Benedicto XVI.

El Sínodo de los Obispos es una institución permanente, creada por el papa Pablo VI (el 15 de septiembre de 1965), en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el verdadero espíritu nacido de la experiencia conciliar.

La principal característica del Sínodo de los Obispos es servir a la comunión y colegialidad de los obispos del mundo con el santo padre. Aunque el Sínodo de los Obispos sea una institución de carácter permanente, sus funciones y su concreta colaboración no tienen tal carácter. En otras palabras, el Sínodo de los Obispos se reúne y actúa solo cuando el santo padre considera necesario y oportuno consultar al episcopado, el cual durante un encuentro sinodal expresa “su opinión sobre argumentos de gran importancia y gravedad” (Pablo VI, Discurso a los Cardenales, 24 de junio de 1967).

Y cuando se reúne lo hace por medio de una Asamblea, la cual comúnmente se desarrolla al interior del Vaticano. Según las normas Ordo Synodi Episcoporum, en la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos participan ex officio los líderes de las Iglesias Orientales católicas sui iuris y de los Dicasterios de la Curia Romana. Además de los Padres Sinodales de nombramiento pontificio, los demás Padres Sinodales son elegidos por las respectivas Conferencias Episcopales, por las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, si superan el número de 25 Obispos, así como por la Unión de los Superiores Generales que tienen derecho a elegir 10 miembros. Un grupo calificado –-incluso de no católicos--, asisten como observadores, quienes pueden ser invitados a intervenir pero no votan.

Convocatorias de Benedicto XVI

Se empieza a contar desde la XI Asamblea General Ordinaria, realizada del 2 al 23 de octubre de 2005, a la que asistieron 258 Padres sinodales para reflexionar sobre el tema: “La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”.

Esta fue una Asamblea en cierta forma “heredada” por Benedicto XVI; dado que, tomando en consideración la opinión de los miembros del X Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos (que se queda instalado entre una Asamblea y otra), basada a su vez en la consulta a las conferencias episcopales de todo el mundo y a otros organismos interesados, el papa Juan Pablo II decidió convocar la Undécima Asamblea General Ordinaria para tratar el tema de la Eucaristía.

Después de su elección del 19 de abril de 2005, el papa Benedicto XVI confirmó las fechas de la asamblea sinodal y, al mismo tiempo, aprobó las siguientes innovaciones de las actividades sinodales: la reducción de la duración de la asamblea sinodal a tres semanas; una hora para la discusión libre; la duración de las intervenciones después de la conclusión de las sesiones plenarias de la tarde; el voto electrónico de los miembros --además de la acostumbrada votación por escrito-- en las Propuestas o recomendaciones sinodales y la publicación pro hoc vice de la traducción italiana de las Propuestas.

La documentación oficial producida por la asamblea sinodal incluyó el Mensaje al Pueblo de Dios (Nuntius), elaborado durante la asamblea y aprobado por los Padres sinodales, así como la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Sacramentum Caritatis del santo padre del 22 de febrero 2007.

Por su parte, la XII Asamblea General Ordinaria, realizada del 5 al 26 de octubre de 2008 contó con la asistencia de 253 Padres sinodales, quienes profundizaron el tema: “La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”

Ya el 6 de octubre 2006, el papa Benedicto XVI había anunciado su decisión de convocar la Duodécima Asamblea General Ordinaria para abordar el tema La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. El Sínodo de la Palabra de Dios quiso dar continuidad al precedente Sínodo sobre la Eucaristía del año 2005 y, de esta manera, resaltar la relación intrínseca entre la Eucaristía y la Palabra de Dios para la vida y la misión de la Iglesia.

Un rasgo distintivo de esta Asamblea sinodal fue su desarrollo coincidente con la celebración del Año Paulino, cuyo inicio fue el 29 de junio de 2008. Para conmemorar tal ocasión, la liturgia de apertura del Sínodo se celebró en la Basílica Papal de San Pablo Extramuros. Al mismo tiempo, dado el argumento que se discutía, un Rabino fue invitado por primera vez para dialogar con los Padres sinodales y con los participantes. Igualmente, a la Asamblea sinodal asistió por primera vez Su Eminencia Bartolomé I, Patriarca ecuménico de Constantinopla, quien se dirigió a los participantes sinodales durante la celebración de la Vísperas en la Capilla Sixtina.

Del mismo modo, las 55 Proposiciones elaboradas colegialmente por los Padres sinodales, fueron anunciadas por primera vez al público pro hoc vice en una traducción italiana. Durante la sesión conclusiva del Sínodo, los miembros anunciaron también el Mensaje al Pueblo de Dios (Nuntius).

El santo padre redactaría posteriormente la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Verbum Domini, promulgada el 30 de septiembre de 2010.

Un año después, se llevó a cabo la II Asamblea Especial para África, fechada del 4 al 25 de octubre de 2009, en la cual 244 padres sinodales analizaron el tema: “La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz”.

El 13 de noviembre 2004, durante el Simposio de los Obispos de África y Europa, realizado en Roma, el papa Juan Pablo II, “acogió la voluntad del Consejo especial para África” y, respondiendo a “la esperanza de los pastores africanos”, anunció la convocación de la Segunda Asamblea especial para África. En la Audiencia semanal del 22 de junio de 2005, el santo padre Benedicto XVI volvió a confirmar esta decisión.

En el curso de la Segunda Asamblea Especial, los padres sinodales dirigieron su atención a las distintas realidades en la Iglesia en el continente africano, en especial a la reconciliación, la justicia y la paz para que la Iglesia pueda responder a su misión de ser “la sal de la tierra y la luz del mundo” en los ámbitos social, cultural y religioso.

La Asamblea sinodal aprobó el Mensaje final, que fue a la vez un llamamiento y una fuente de aliento para la misión de la Iglesia en África, y 57 Propositiones o Propuestas para ser presentadas al santo padre, en las cuales los padres sinodales se habían propuesto tratar pastoralmente las distintas cuestiones discutidas durante la asamblea.

Como resultado de esto, el santo padre firmó la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Africae munus, la cual fue entregada al pueblo africano y al mundo durante su viaje apostólico a Benín del 18 al 20 de noviembre de 2011.

La siguiente convocatoria tuvo la característica de ser una primera Asamblea Especial para Oriente Medio, para la cual el papa convocó a 185 padres sinodales del 10 al 24 de octubre de 2010, quienes abordaron una temática pendiente: "La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio”

El santo padre Benedicto XVI anunció personalmente la convocación de la Asamblea sinodal el 19 de septiembre de 2009, en Castelgandolfo, en un encuentro con los jefes de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris.

Al mismo tiempo, el papa estableció también el Consejo Pre-Sinodal para Oriente Medio, cuyos miembros incluían los siete Patriarcas, concretamente, seis de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris y el Patriarca Latino de Jerusalén, y los dos presidentes de las Conferencias Episcopales de Turquía e Irán.

Los documentos preparatorios de la Asamblea sinodal designaron, además de Jerusalén y los Territorios Palestinos, los siguientes 16 países como “Oriente Medio”: Arabia Saudita, Bahréin, Chipre, Egipto, Irak, Irán, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Qatar, Siria, Turquía, la Unión de Emiratos Árabes y Yemen.

Además de los Padres sinodales, un número significativo de expertos, auditores, delegados fraternos e invitados --todos vinculados de alguna forma con la Iglesia en Oriente Medio--, tomaron parte en la asamblea sinodal, incluyendo un rabino y dos representantes musulmanes, los cuales se dirigieron a la Asamblea.

La Asamblea Especial para Oriente Medio tuvo como resultado 44 Propositiones, que se dieron a conocer al público pro hoc vice en una traducción italiana. En la conclusión del Sínodo, los miembros también publicaron un Mensaje para el Pueblo de Dios (Nuntius).

Casi un año después, y tras haber reflexionado y analizado las propuestas recibidas, el santo padre ofreció la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Ecclesia in Medio Oriente, que fue firmada y presentada a la Iglesia en Oriente Medio durante su reciente visita apostólica a Líbano, del 14 al 16 de septiembre de 2012.

Hacia la Nueva Evangelización

En la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, realizada del 7 al 28 de octubre de 2012, participaron 262 padres sinodales, el número más elevado en la historia de los Sínodos.

Participaron en los trabajos los Delegados fraternos, representantes de 15 Iglesias y comunidades eclesiales que todavía no están en plena comunión con la Iglesia Católica. Al respecto, es importante señalar que Su Gracia Doctor Rowan Douglas Williams, Arzobispo de Canterbury y Primado de toda Inglaterra y de la Comunión Anglicana, intervino durante la Asamblea Sinodal. Además, Su Santidad Bartolomé I, Arzobispo de Constantinopla y Patriarca ecuménico, estuvo en la solemne Eucaristía del 11 de octubre, donde dirigió un mensaje.

Participaron en el Sínodo tres invitados especiales: el hermano Alois, Prior de Taizé (Francia), el reverendo Lamar Vest, presidente de la American Bible Society (EE.UU.) y el señor Werner Arber, profesor de Microbiología en el Biozentrum de la Universidad de Basilea (Suiza) y presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias.

Durante la Asamblea General, el santo padre presidió cuatro celebraciones litúrgicas. Una de ellas fue la solemne concelebración eucarística del 7 de octubre que marcó el inicio de los trabajos. Durante esta Eucaristía, el papa declararó doctores de la Iglesia a dos santos: san Juan de Ávila y santa Hildegarda de Bingen. Los trabajos sinodales terminaron el domingo 28 de octubre, con una concelebración eucarística en la que el papa estuvo acompañado por todos los padres sinodales.

El domingo 21 de octubre, mes misionero, el sumo pontífice presidió la misa de canonización de siete beatos: Santiago Berthieu, Pedro Calungsod, Giovanni Battista Piamarta, María del Monte Carmelo Sallés i Barangueras, Marianna Cope, Caterina Tekakwitha y Anna Schäffer.

Especialmente significativa fue la Eucaristía del 11 de octubre, con ocasión del 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II y del 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. En esta ocasión, el santo padre Benedicto XVI proclamó el Año de la Fe, que terminará el día de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. 

EL LEGADO DE BENEDICTO XVI

6 Marzo 2013.  El legado de Benedicto XVI  Sin embargo, no debe olvidarse que hay un papa que se va después de dar lo mejor de sí y que supo pedir disculpas por sus defectos. Ahora es justo centrarse en lo principal de su obra, porque como dicen “es de bien nacidos ser agradecidos”. Fuente.  Zenit.  (José Antonio Varela).   

En un breve recorrido por la obra y actividades del santo padre, ZENIT ofrecerá a sus lectores un Dossier por entregas sobre este pontificado que ha alcanzado casi los ocho años. Una atenta lectura nos permitirá refrescar lo que fue parte del magisterio del “papa teólogo”.

En esta primera entrega, publicamos un resumen de las tres encíclicas del santo padre Benedicto XVI, esto es, la Deus Caritas Est, Spe Salvi y Caritas in Veritate.

Deus Caritas Est: Dios es amor

Rompiendo tradiciones, Benedicto XVI presentó él mismo su encíclica Deus Caritas Est a los lectores de una revista italiana de gran difusión. Si bien el papa firmó la encíclica el 25 de diciembre de 2005, escribió las líneas siguientes en la edición del 5 de febrero de 2006.

* * *

Al inicio, de hecho, el texto puede parecer un poco difícil y teórico. Sin embargo, cuando uno se pone a leerlo, resulta evidente que solamente he querido responder a un par de preguntas muy concretas para la vida cristiana.

La primera pregunta es la siguiente: ¿es posible amar a Dios?; más aún: ¿puede el amor ser algo obligado? ¿No es un sentimiento que se tiene o no se tiene? La respuesta a la primera pregunta es: sí, podemos amar a Dios, dado que Él no se ha quedado a una distancia inalcanzable sino que ha entrado y entra en nuestra vida. Nos sale al paso de cada uno de nosotros: en los sacramentos a través de los cuales actúa en nuestra existencia; con la fe de la Iglesia, a través de la cual se dirige a nosotros; haciéndonos encontrar hombres, tocados por Él, que nos trasmiten su luz; con las disposiciones a través de las cuales interviene en nuestra vida; también con los signos de la creación que nos ha regalado.

No sólo nos ha ofrecido el amor, ante todo lo ha vivido primero y toca a la puerta de nuestro corazón en muchos modos para suscitar nuestra respuesta de amor. El amor no es solamente un sentimiento, pertenecen a él también la voluntad y la inteligencia. Con su palabra, Dios se dirige a nuestra inteligencia, a nuestra voluntad y a nuestros sentimientos, de modo que podamos aprender a amarlo «con todo el corazón y con toda el alma». El amor, de hecho, no nos lo encontramos ya listo de repente, sino que madura; por así decirlo, nosotros podemos aprender lentamente a amar de modo que el amor comprometa todas nuestras fuerzas y nos abra el camino de una vida recta.

La segunda pregunta es la siguiente: ¿podemos de verdad amar al «prójimo», cuando nos resulta extraño o incluso antipático? Sí, podemos, si somos amigos de Dios. Si somos amigos de Cristo. Si somos amigos de Cristo queda cada vez más claro que Él nos ha amado y nos ama, aunque con frecuencia alejemos de Él nuestra mirada y vivamos según otros criterios. Si, en cambio, la amistad con Dios se convierte para nosotros en algo cada vez más importante y decisivo, entonces comenzaremos a amar a aquellos a quienes Dios ama y que tienen necesidad de nosotros. Dios quiere que seamos amigos de sus amigos y nosotros podemos serlo, si estamos interiormente cerca de ellos.

Por último, se plantea también está pregunta: con sus mandamientos y sus prohibiciones, ¿no nos amarga la Iglesia la alegría del eros, de sentirnos amados, que nos empuja hacia el otro y que busca transformarse en unión? En la encíclica he intentado demostrar que la promesa más profunda del «eros» puede madurar solamente cuando no sólo buscamos la felicidad transitoria y repentina. Al contrario, encontramos juntos la paciencia de descubrir cada vez más al otro en la profundidad de su persona, en la totalidad del cuerpo y del alma, de modo que, finalmente, la felicidad del otro llegue a ser más importante que la mía. Entonces, ya no sólo se quiere recibir algo, sino entregarse, y en esta liberación del propio "yo" el hombre se encuentra a sí mismo y se llena de alegría.

En la encíclica hablo de un camino de purificación y de maduración necesaria para que la verdadera promesa del «eros» pueda cumplirse. El lenguaje de la tradición de la iglesia ha llamado a este proceso «educación en la castidad», que, en definitiva, no significa otra cosa que aprender la totalidad del amor en la paciencia del crecimiento y de la maduración.

En la segunda parte se habla de la caridad, el servicio del amor comunitario de la Iglesia hacia todos los que sufren en el cuerpo o en el alma y tienen necesidad del don del amor. Aquí surgen ante todo dos preguntas: ¿puede la Iglesia dejar este servicio a las demás organizaciones filantrópicas? La respuesta es no. La Iglesia no lo puede hacer. La Iglesia debe practicar el amor hacia el prójimo incluso como comunidad, pues de lo contrario anunciaría de modo incompleto e insuficiente al Dios del amor.

La segunda pregunta: ¿no sería mejor promover un orden de justicia en le que no hubiera necesitados y la caridad se convirtiera en algo superfluo? La respuesta es la siguiente: indudablemente la finalidad de la política es crear un orden justo en la sociedad, donde a cada uno le sea reconocido lo propio y donde nadie sufra a causa de la miseria. En este caso, la justicia es la verdadera finalidad de la política, así como la paz no puede existir sin la justicia. Por su propia naturaleza, la Iglesia no hace política en primera persona, más bien respeta la autonomía del Estado y de sus instituciones.

La búsqueda de este orden de justicia corresponde a la razón común, así como la política es algo que afecta a todos los ciudadanos. Con frecuencia, sin embargo, la razón queda cegada por intereses y por la voluntad de poder. La fe sirve para purificar la razón, para que pueda ver y decidir correctamente. Por tanto, es tarea de la Iglesia curar la razón y reforzar la voluntad por hacer el bien. En ese sentido, sin hacer política, la iglesia participa apasionadamente en la batalla por la justicia. A los cristianos comprometidos en el servicio público, corresponde, en la acción política, abrir siempre nuevos caminos para la justicia.

Sin embargo, sólo he respondido a la primera mitad de nuestra pregunta. La segunda mitad, que en la encíclica me interesa subrayar, dice así: La justicia no hace nunca superfluo el amor. Más allá de la justicia, el hombre tendrá siempre necesidad de amor, que es el único capaz de dar un alma a la justicia. En un mundo tan profundamente herido, como el que conocemos en nuestros días, esta afirmación no tiene necesidad de demostraciones. El mundo espera el testimonio del amor cristiano que se inspira en la fe. En nuestro mundo, con frecuencia tan oscuro, con este amor brilla la luz del Dios

Spe Salvi: Salvados en la esperanza

El texto, firmado el 30 de noviembre de 2007, consta de una introducción y ocho capítulos y se abre con el pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos: Spe salvi facti sumus (en esperanza fuimos salvados).

"Según la fe cristiana --explica el papa en la Introducción-, la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino". Por lo tanto, "elemento distintivo de los cristianos" es "el hecho de que ellos tienen un futuro, (...) saben (...) que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. (..) El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva".

"Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza", explica el Santo Padre. Es algo que entendieron muy bien los Efesios, que antes del encuentro con Dios tenían muchos dioses pero "estaban sin esperanza, (...) sin Dios". El problema para los que vivimos siempre con el concepto cristiano de Dios, subraya el Santo Padre, es el estar acostumbrados al Evangelio: "el tener esperanza, que proviene del encuentro real con (...) Dios, resulta ya casi imperceptible".

El Papa recuerda que Jesús no traía "un mensaje socio-revolucionario" como el de Espartaco y "no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá". Lo que Jesús había traído "era algo totalmente diverso: (...) el encuentro con el Dios vivo, (...) el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida y el mundo", "aunque las estructuras externas permanecieran igual". Cristo nos hace libres verdaderamente: "No somos esclavos del universo" y "de las leyes y de la casualidad de la materia". (...) Somos libres porque "el cielo no está vacío", porque el Señor del universo es Dios, que "en Jesús se ha revelado como Amor".

Cristo es el "verdadero filósofo" que nos dice "quien es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre". "Èl indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida". Y nos ofrece una esperanza que es al mismo tiempo espera y presencia: porque "el hecho de que este futuro exista cambia el presente". El Papa observa que "tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. (...) "La crisis actual de la fe -prosigue- es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana".

"El restablecimiento del "paraíso" perdido, ya no se espera de la fe" sino de los progresos técnicos y científicos, de los que surgirá "el reino del hombre". La esperanza se transforma de ese modo en "fe en el progreso" asentada sobre dos columnas: la razón y la libertad, que parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta".

"Hay dos etapas esenciales de la concreción política de esta esperanza" - prosigue Benedicto XVI-: la Revolución francesa y la marxista. Ante la evolución de la Revolución francesa "la Europa de la Ilustración (...) ha tenido que reflexionar (...) de manera nueva sobre la razón y la libertad". Por otra parte, la revolución proletaria "ha dejado tras de sí una destrucción desoladora".

El error fundamental de Marx ha sido éste: "Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. (...) Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo". "Digámoslo ahora de manera muy sencilla -escribe el Papa- el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza". "El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. (...) El hombre es redimido por el amor". Un amor incondicional, absoluto: "La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo". El Papa indica cuatro lugares para aprender y ejercitar la esperanza. El primero es la oración: "Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. (...) Si ya no hay nadie que pueda ayudarme (...) Èl puede ayudarme". Después de la oración esta el actuar. "La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos (...) para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano .

Y solamente si sé que "mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiados por el poder indestructible del amor", "puedo esperar ". También el sufrimiento es un lugar de aprendizaje de la esperanza. "Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento", sin embargo "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento (...) sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. (...) Es también fundamental, saber sufrir con los demás y por los demás. "Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren (...) es una sociedad cruel e inhumana". Finalmente, otro lugar para aprender la esperanza es el Juicio de Dios. (...) Existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la "revocación" del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho".

El Papa se muestra "convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial, o en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna". Es imposible que "la injusticia de la historia sea la última palabra. (...) Pero en su justicia está también la gracia". "La gracia no excluye la justicia... Al final, los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada".

Caritas in Veritate: La caridad en la verdad

La Encíclica, fechada el 29 de junio de 2009, solemnidad de San Pedro y San Pablo, consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión.

“En la Introducción, el papa recuerda que la caridad es “la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia”. Por otra parte, dado el “riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida” advierte de que “un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales”.

“El desarrollo (…) necesita esta verdad”, escribe Benedicto XVI y analiza “dos criterios orien­tadores de la acción moral: la justicia y el bien común. (…) Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Ésta es la vía institucional del vivir social”.

El primer capítulo está dedicado al “Mensaje de la “Populorum progressio” de Pablo VI que “reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia”. “La fe cristiana -escribe Benedicto XVI- se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder (…) sino solo en Cristo”. El pontífice evidencia que “las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material”. Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”.

“El desarrollo humano en nuestro tiempo” es el tema del segundo capítulo. “El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último -reitera el Papa- corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza” Y enumera algunas distorsiones del desarrollo: una actividad financiera “en buena parte especulativa”, los flujos migratorios “frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra”. Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca “una nueva síntesis humanista”, constatando después que “el cuadro del desarrollo se despliega en múltiples ámbitos: (…) crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades (…) y nacen nuevas pobrezas”.

“En el plano cultural -prosigue- (…) las posibilidades de interacción” han dado lugar a “nuevas perspectivas de diálogo”, (…) pero hay un doble riesgo”. En primer lugar “un eclecticismo cultural” donde las culturas se consideran “sustancialmente equivalentes”. El peligro opuesto es el de “rebajar la cultura y homologar los (…) estilos de vida”. Benedicto XVI recuerda “el escándalo del hambre” y auspicia “una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo”.

Asimismo, el pontífice evidencia que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” y afirma que “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre”.

Otro aspecto ligado al desarrollo es el “derecho a la libertad religiosa. La violencia –escribe el Papa--, frena el desarrollo auténtico” y esto “ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista”.

“Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil” es el tema del tercer capítulo, que se abre con un elogio de la experiencia del don, no reconocida a menudo, “debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. (…) El desarrollo, (…) si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad”, y por cuanto se refiere al mercado la lógica mercantil, ésta debe estar “ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política”.

Retomando la encíclica Centesimus Annus, indica “la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil” y espera en “una civilización de la economía”. Hacen falta “formas de economía solidaria” y “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”.

El capítulo se cierra con una nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo como “un proceso socio-económico”. (…) La globalización necesita “una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (…) y capaz de corregir sus disfunciones”.

En el cuarto capítulo, la Encíclica trata el tema del “Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente”. “Gobierno y organismos internacionales -se lee- no pueden olvidar “la objetividad y la indisponibilidad” de los derechos. A este respecto, se detiene en las “problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico”.

Reafirma que la sexualidad no se puede “reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico”. Los Estados, escribe, “están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia”.

“La economía -afirma una vez más- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. La misma centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía “en las intervenciones para el desarrollo” de la cooperación internacional. (…) Los organismos internacionales -exhorta el Papa- deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos”, “con frecuencia muy costosos”.

El Santo Padre se refiere más adelante a las problemáticas energéticas. “El acaparamiento de los recursos” por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen “un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres”. (…) “Las sociedades tecnológicamente avanzadas -añade- pueden y deben disminuir la propia necesidad energética”, mientras debe “avanzar la investigación sobre energías alternativas”.

“La colaboración de la familia humana” es el corazón del quinto capítulo, en el que Benedicto XVI pone de relieve que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”. De ahí que, se lee, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo “solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública”.

El Papa hace referencia al principio de subsidiaridad, que ofrece una ayuda a la persona “a través de la autonomía de los cuerpos intermedios”. La subsidiariedad, explica, “es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista” y es más adecuada para humanizar la globalización”.

Asimismo, Benedicto XVI exhorta a los Estados ricos a “destinar mayores cuotas” del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Y augura un mayor acceso a la educación y, aún más, a la “formación completa de la persona” afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual. “Es doloroso constatar -observa- que se desarrolla con frecuencia con el aval de los gobiernos locales”.

El Papa afronta a continuación al fenómeno “histórico” de las migraciones. “Todo emigrante, afirma, “es una persona humana” que “posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación”.

El último párrafo del capítulo lo dedica el Pontífice “a la urgencia de la reforma” de la ONU y “de la arquitectura económica y financiera internacional”. Urge “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (…) que goce de “poder efectivo”.

El sexto y último capítulo está centrado en el tema del “Desarrollo de los pueblos y la técnica”. El Papa pone en guardia ante la “pretensión prometeica” según la cual “la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los ‘prodigios’ de la tecnología”. La técnica, subraya, no puede tener una “libertad absoluta”.

El campo primario “de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética”, explica el Papa, y añade: “La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. La cuestión social se convierte en “cuestión antropológica”. La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, “son promovidas por la cultura actual”, que “cree haber desvelado todo misterio”. El Papa teme “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.

En la Conclusión de la Encíclica, el Papa subraya que el desarrollo “tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración”, de “amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz”.

Con los servicios de Famiglia Cristiana y Vatican Information Service

EL SANTO SUDARIO DE TURÍN

3 Marzo 2013. Dice San Lucas, y confirman los otros dos evangelistas sinópticos que “José de Arimatea, comprada una sábana (sindon), bajó a Jesús de la Cruz, lo envolvió en la sábana y le puso en un sepulcro abierto en una peña”. (Marcos. 15,46)  Manuel Autor:  Lozano Garrido Semanario Signo nº 795; 9 abril 1955  

Después de la memorable mañana de Resurrección, sobre el Santo Sudario pesa un silencio de doce siglos de difícil documentación. No obstante, la creencia de entonces estaba acorde en su existencia y autenticidad. En 1206 aparece ya claramente en el saqueo de Bizancio, de donde es salvada por Othon de la Roche. Esta vicisitud no es sino una de las múltiples a que se había de ver sometida. Su huella vuelve a asomar y perderse de nuevo en Besaçon. Luego sufre un nuevo extravío. En 1360 está en Troyes, y después, en San Hipólito, Chimay, la abadía de Lirey y Chambery, donde descansó. Precisamente es aquí donde atraviesa su mayor peligro de destrucción: un incendio que llegó a afectarle parcialmente y que las monjas que la custodiaban repararon con más voluntad que acierto. Finalmente, la casa de Saboya, propietaria del Sudario, lo llevó a Turín, donde descansa, y sólo cada treinta años es sacado a la veneración pública, circunstancia que se utiliza para las peregrinaciones y la experimentación de los estudiosos.

LA SÁBANA

Examinado someramente el lienzo, se ve que es una tira de finísimo lino amarillento, ligeramente uniforme, de 1,10 metros de ancho por 4,36 de longitud.

Dividiendo el paño idealmente en dos trozos, aparecen en su superficie sendas figuras de un cuerpo humano de patente perfección anatómica, estampadas por su parte anterior y posterior respectivamente, y colocadas en opuestas direcciones, o sea, próximas las imágenes de la cabeza y a la mayor distancia las de los pies. Esta orientación se aclara si tenemos en cuenta el modo de amortajar de los judíos. En efecto, ellos solían utilizar un lienzo estrecho, pero de doble longitud a la de una persona, y en una de sus mitades colocaban el cuerpo en decúbito  supino, con los pies hacia el extremo y la cabeza al centro. Después, plegaban la tela por encima del cráneo y cubrían el resto del organismo por su parte anterior. Así se explican las dos direcciones y las imágenes distintas.

Aparentemente, la impresión es algo confusa, y en ella figuran manchas de dos tonalidades: las unas, que dan el contorno, más abundantes y uniformes, de un claro color sepia; las otras, más localizadas, de un tono malvarrosa o carmín malva, según Vignón, corresponden a la sangre.

El cuerpo tiene sobre el pubis las dos manos superpuestas y presenta señales de haber sido sometido a una intensa flagelación previa, así como a otros tormentos, tales como la de ceñirle cráneo y frente con un casco de púas agudísimas, la clásica crucifixión romana de pies y manos y una amplía hendidura en su costado superior derecho.

Todas estas circunstancias, de tan portentosas coincidencias con el drama del Calvario, unidas al asentimiento de la tradición, movieron a los fieles a identificar el sudario turinés con aquella otra síndone que citan los evangelistas en el relato de la trágica tarde del Viernes Santo. El año 1898 vino pronto a dar espaldarazo al presentimiento popular.

PRIMERA FOTO

Cuando en 1898 se celebró en Turín una Exposición de arte sa grado, la primavera quemaba en las piedras de la catedral la opulenta teoría de los oros latinos. Coincidiendo con la manifestación sacra se cumplía también el plazo marcado para la veneración de la Sábana Santa, y las gentes acudieron en esta ocasión con una nueva curiosidad.

Por primera vez coincidía la Exposición con el desarrollo de un reciente invento -la fotografía-, cuyas posibilidades de difusión se quería utilizar para la Sábana Santa.

Para alcanzar la altura del Sudario fue preciso utilizar un montaje especial, y por la tonalidad amarillenta del lienzo, que dificultaba una imagen nítida, hubo que utilizar también ciertas precauciones técnicas. Al fin, un fotógrafo especial tiró la primera placa, que hubo de repetir por la duda de su impresión. Todas estas operaciones se llevaron a cabo en medio de una gran emoción.

Sin embargo, la mayor sensación no se produjo en el templo, sino después, en el laboratorio de revelado.

Conocido es el proceso que en él se sigue para la obtención de la imagen. Bañada la placa original en una solución de carbonato, bromuro y otros compuestos se logra una figura opuesta, en la que lo que era blanco o negro en un principio aparece invertido. Esta transformación inicial acaba en lo que comúnmente llamamos “clisé” o estampa negativa, de la que después se extrae la imagen última. Pues bien; una vez desecado, al examinar el negativo del sudario se vió con sorpresa que lo revelado no era sino una clara y asombrosa imagen “directa” del divino Cristo crucificado, y en ella aparecían todas la huellas materiales consecuentes al suplicio del Gólgota. La lámina era tan impresionante que no daba lugar a dudas. Por otra parte, el resultado idéntico de otras placas solventaba todo conato de polémica. Las preguntas surgieron incontenibles: ¿Qué explicación se podía dar al fenómeno? ¿A qué obedecía la impresión negativa del lienzo?

LA CIENCIA ACLARA

Fue aquí donde por segunda vez tendió su mano la técnica. Su razonamiento era muy sencillo. Consecuencia de los tormentos, durante la Pasión se produjo en Jesucristo un proceso febril de copiosa sudoración, en la que naturalmente, abundaba la urea. En la fermentación posterior consiguiente, la urea desprendió sales amoniacales que, actuando sobre áloe en que se impregnaban los lienzos utilizados  como sudarios, produjeron la coloración sepia que caracteriza a la Santa Sindone. La transformación, por lo tanto, no se realizaba por contacto, sino indirectamente, por la vaporización, y aquí radica la clave del fenómeno negativo.

Asimismo, como el lienzo, por la circunstancia de plegarse sobre la cabeza, estaba más próximo a la parte superior, se explica que la tonalidad sea más intensa en cráneo y tórax que, por ejemplo, en los píes, más holgados y de menos ligadura.

Lo curioso es que una permanencia  fugaz del cadáver no podía matizar el lienzo y, por el contrario, cuando este contacto sobrepasaba los cuatro días, se ocasionaba una impregnación excesiva que reducía la figura a un manchón informe. Sólo en Jesucristo se dio está coyuntura. El Evangelio es bien explícito al caso: “Jesús habiendo resucitado de mañana, el primer día de la semana” (Mac. 16, 9).

Pero también el fenómeno químico dejaba de producirse si el cuerpo había sido untado o embalsamado previamente, características que no se dieron en el Redentor, que por la inminencia del sábado hubo de ser sepultado de un modo provisional, demorando la operación para el domingo, en que resucitó (Luc. 23, 56.)

Si la impresión del organismo sobre el paño se verifica, no al roce, sino por vaporización, el contacto de la tela con la sangre de las heridas, reblandecida por los vapores, dejaba una nueva mancha, ésta, sí, de estampación directa.

Existían, pues, dos fenómenos de grabación: negativo el uno (transpiración de sales amoniacales), positivo el otro (unión de sangre y tela), Cabalmente, en la reliquia sucede de las dos formas; el color sepia da la imagen negativa de Jesús; la colocación malvarrosa es la impresión positiva de la sangre. Así aparecen también en la versión fotográfica.

UN RACIONALISTA CERTIFICA

Posibles objeciones han caído por su base a la hora de verificarlas. Se habló, por ejemplo, de la posibilidad de que, fuera una pintura maestra. La hipótesis queda derogada por dos razones. Primera: Utilizada la lente, no aparecen rasgos de pinceladas y sí de manchas. Segunda: Supone un conocimiento prodigioso de la anatomía, más dificultado aún por su situación negativa. Los descubrimientos anatómicos se hicieron en el Renacimiento, y la existencia de la Síndone se remonta, cuando menos, al medievo, en que se ignoraba la especialidad.

Todas las aplicaciones que a ella se hacen de la ciencia moderna, no hacen sino sumarse a la autenticidad de la sagrada reliquia. Así, por ejemplo, la arqueología ha dictaminado que las huellas de la flagelación coinciden con las que dejaban los característicos flagelos romanos, y que el tejido del lienzo es contemporáneo al martirio de Jesús. El examen médico legal está de acuerdo en la propiedad anatómica y en que la impresión corresponde a un organismo que hubiera sido sometido a los mismos sufrimientos de Jesucristo. Sumemos la comprobación fotográfica, el examen químico y el dictado artístico y se ratificará la importancia del lienzo turinés.

Aún cabe esperar nuevas aplicaciones. Así, la radiactividad (el reloj para atrás), que puede fijar el año de procedencia; los rayos X, el espectroscopio, la luz ultravioleta. De todas formas, lo hasta ahora logrado es ya suficiente para que un científico como Ives Delage, racionalista afirme en una comunicación a la Academia de Ciencias de París: “Se trata de un retrato de hombre, y este hombre es Jesucristo”.

LA PASIÓN, EN LA SÁBANA

Es edificante hacer un recorrido de la Pasión a través del Santo Sudario.

La mayoría de los tratadistas están de acuerdo en que Cristo debería haber muerto en la flagelación: tan intenso fue el sufrimiento. Que lo superara, sólo cabe por su voluntad de padecer. Todo el cuerpo, desde el cuello hasta los pies, presenta los estigmas de un castigo sin precedentes. Por las huellas, se hace infinito el número de azotes, pues todos los desgarramientos llegan casi a unificarse en una tremenda úlcera. En cada uno de ellos se aprecian los impactos de dos huesos o bolitas de plomo en que terminaban los trozos de correas o azotes.

Las señales de la coronación demuestran también la terrible laceración de las púas, más aún cuando se ve que no se realizó como nos la presenta comúnmente la iconografía, sino como apuntan muchos exegetas, entre ellos Ricciotti, o sea en forma de casco, que afectaba a toda la superficie craneana.

Las revelaciones más interesantes son las de la crucifixión de manos y pies. En la única mano en que aparece distintamente la llaga, ya que la otra está parcialmente oculta por la superposición de la izquierda, se ve que el taladro no se hizo en las palmas de las manos, sino en su parte superior, o carpo, ya en la muñeca. Los experimentos que posteriormente se han hecho sobre cadáveres demuestran la poca consistencia de las palmas y su incapacidad para sostener todo el peso del organismo. El doctor Barbet, que ha llevado hasta sus últimas consecuencias la tarea, aporta la existencia de un hueco ideal en el carpo, el llamado espacio de Destot, que debían de conocer los verdugos. En él se hizo la perforación, respetando, a su vez, las palabras de las Escrituras: “No le quebraréis ni un hueso” (Juan, 19, 36), La situación especial de las extremidades inferiores, así como la distinta intensidad en el manchado, dan a entender que para la perforación de los pies fue utilizado un solo clavo, de acuerdo con el concepto tradicional.

La llaga del costado aparece en el lado derecho, entre la sexta costilla y el quinto espacio intercostal. El doctor Barbet experimentó que dirigiendo oblicuamente la lanzada hacía el corazón se llega a la aurícula derecha, que en los cadáveres, y Jesús lo estaba, está llena de sangre. Al mismo tiempo debe brotar con ella una serosidad que procede del pericardio y que cabalmente es el agua que vio San Juan. En el Sudario se aprecia el derrame, que se extiende por la parte atrás de la cintura.

También merece reseñarse la depresión existente sobre el epigastrio, que denuncia la rigidez de los músculos del tórax, síntoma de la probable y dolorosa muerte por asfixia que acarrea la tetania.

La idea que deja la contemplación de la fisonomía retratada es la de un cuerpo armonioso, bien musculado y de estatura más bien alta, 1,80 aproximadamente. Pero lo más impresionante es la visión del rostro, que en medio de la severidad consiguiente a un suplicio incalificable respira esa paz divina de la que Cristo dio ejemplo durante treinta y tres años; esa serenidad que prueba el cumplimiento de una voluntad superior aun en el momento más doloroso porque atravesara hombre alguno.