24 December 2024
 

3. EL CA TEQUISTA: UN ADULTO MAESTRO

Arquidiócesis de Ibagué.   Beso  Febrero  2011

 

Ø  . Quizá cuando comenzamos a ser catequistas nos preguntamos o preguntamos a alguien:

«¿Y qué es lo que tengo que hacer?». Es cierto que, como catequistas, tene­mos una misión y esta abarca muchas cosas. Pero si quisiéramos resumirlas, podría­mos decir que catequista es aquel que asume la tarea de iniciar a otros en la fe y en la vida cristiana, tal y como ya existen y se practican en la Iglesia.

l1. El catequista es un maestro

Ø  . Para realizar esta misión hemos de poseer un auténtico «saber». Porque cate­quista es el que «sabe» qué es y significa ser creyente, y es también el que «sabe»ayudar a otros a recorrer ese camino. Por tanto, podemos afirmar que, como cate­quistas, hemos de ser: Maestros.

Ø  . Maestro es aquel que posee un «saber» y lo entrega pedagógicamente a otros para que también ellos participen en él. En esto, Jesús es, sin duda, el mejor ejemplo de lo que ha de ser un maestro. Él fue realmente un auténtico maestro.

- Se presenta como un Maestro: así se proclama y así se hace llamar. Afirma que sólo Él merece ese título: «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar Rabbí, porque uno sólo es vuestro Maestro: El Cristo» (Mt 23,10).

 

- Le reconocen como maestro: mucha gente se dirige a Él utilizando ese nombre, reconociéndole como Maestro. Él mismo acepta ese título: «Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy» (In 13,13).

- Enseña con autoridad de Maestro: Jesús no es un Maestro como los demás. En­seña como quien tiene autoridad. Por eso se atreve a decir «se os dijo... Yo os digo», como queriendo manifestar su convicción de hablar en nombre de Dios.

 

- Es superior a los grandes Maestros: Jesús coloca su autoridad por encima de los grandes maestros de la ley. Así se manifiesta superior a Abrahán, Moisés, Salomón, David...

Ø  . Jesús es y ejerce como maestro. Él «sabe» que su misión es manifestar y expli­car la doctrina recibida del Padre. Él «sabe» lo que anuncia y se presenta como el fiel intérprete de la voluntad del padre. Él «sabe» cuál es el camino del Reino y «sabe» cómo enseñar a otros a recorrer ese camino.

 

Esta perspectiva de Jesús como maestro nos ayuda a perfilar un aspecto importan­te de nuestra identidad de catequistas como maestros de la fe. Los catequistas reali­zamos, en la Iglesia, el servicio de la fe. Somos los que «enseñamos» a los demás el camino de la fe.

 

2. Elementos de la catequesis

 

Ø  . La catequesis es el instrumento pastoral que la Iglesia utiliza para ese proceso de ayudar a los demás a ser creyentes. Por eso los catequistas tenemos que «saber», lo mejor posible, qué pasa en el interior de la catequesis; tenemos que «saber» cuáles son los elementos que, bien utilizados, nos ayudan a suscitar y madurar la fe.

 

Profundizamos en la vida

                             

La iluminamos con la Palabra de Dios

 

 

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La manifestamos con las obras

 

ELEMENTOS EN LA CATEQUESIS

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La vivimos en la vida diaria

 

La expresamos en la oración y celebración

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a.             La vida

Ø  . La gente llega a la catequesis con su vida llena de experiencias, preguntas, pro­blemas, actitudes, vivencias... Como catequistas hemos de procurar captar toda esa vida, acoger toda esa problemática. Cada catequizando tiene un pasado, una vida lle­na, hecha de acontecimientos y decisiones que le acercaron o le alejaron del Evange­lio o de la vida ec1esial. Es su propia «biografía».

Los catequistas tenemos que ser maestros en:

 

- Escuchar con atención y cariño todas esas situaciones.

- Profundizar en ellas para que descubran los interrogantes mas acuciantes de su existencia.

 

- Saber «leer» esas experiencias a la luz del Evangelio para que adquieran su sen­tido cristiano.

    Para ello necesitamos estar en constante actitud de apertura y escucha. Nada de lo que vive y acontece en la vida de los catequizandos nos puede resultar indiferente.

b.             Palabra de Dios

Ø  . El eje central de la catequesis, y que da conexión a todos sus elementos, es la lectura de la Palabra de Dios hecha según el Espíritu que habita en la Iglesia.

Por eso los catequistas hemos de ser maestros en:

- Abrir el corazón de los catequizando s a esa Palabra para percibir en ella el proyecto de salvación de Dios, manifestado y realizado en Cristo Jesús.

- Saber «leer» la Palabra de Dios en el grupo para que cada uno, en contacto con ella, se sienta interpelado por ella y vaya conformando su vida de acuerdo con sus exigencias.

 

- Descubrir los grandes núcleos del mensaje cristiano para que los vaya entendien­do y asimilando hasta llegar a una auténtica «síntesis de fe» en tomo a la persona de Jesucristo, centro de nuestra fe.

- Profundizar no sólo en lo que creen sino también en por qué lo creen así. De es­ta forma encontrarán «razones para creer».

 

Ø  . Los catequistas hemos de ser buenos conocedores de la Palabra de Dios. Sólo así podremos lograr algo fundamental, y sin lo cual no hay catequesis: iluminar la vi­da desde el Evangelio.

c.             Vida cristiana

Ø  . El encuentro con la Palabra de Dios ha de ir motivando en el catequizando una «conversión». Sin ella, la Palabra de Dios quedaría vacía e ineficaz.

    Por eso, como catequistas, tenemos que ayudarle en ese proceso de conversión:

 

    - Ayudarle a poder hacer, desde la libertad, una opción clara por Jesús, realizada en el seguimiento de su persona y la adopción de los valores evangélicos que Él vivió.

    - Animarle a realizar la ruptura y renuncia a los valores y modelos de conducta in­compatibles con la fe.

 

- Presentarle la vida cristiana como un tiempo de lucha y esfuerzo, de tentación (y posibles caídas), necesitada de una conversión constante.

    - Ofrecerle la fuerza y la ayuda del Espíritu, pues «la gracia todo lo puede».

 

Ø  . Para ello necesitamos ahondar mucho nosotros en lo que significa el seguimien­to de Jesús. Y, sobre todo, sería bueno haber realizado nosotros mismos ese proceso. Así estaremos más capacitados para ser maestros que educan en la vida cristiana.

 

d.             Oración y celebración

. El aspecto celebrativo es vital en un proceso educativo cristiano. Por eso el ca­tequizando, lo que va creyendo y viviendo, ha de expresarlo en la oración y la cele­bración.

 

Los catequistas hemos de educar en la catequesis el sentido de oración y celebra­ción. Así:

- Ayudarle a una participación activa, consciente y genuina en la liturgia de la Igle­sia, aclarando el significado de los ritos, educando el espíritu para la oración, para la acción de gracias, para la penitencia, para la plegaria confiada, para el sentido comu­nitario.

 

- Ayudarle a saber expresar su fe a través de diversas celebraciones adaptadas a su situación de fe.

 

- Descubrirle el pleno sentido de los diferentes tiempos litúrgicos y de las fiestas cristianas.

 

Ø  . Para poder realizar esto, es importante que nosotros, los catequistas, tengamos una buena experiencia de oración. Así podremos ayudar, como maestros, a suscitar en los demás la experiencia reiigiosa de la oración y de la celebración comunitaria de la vida desde la fe.

 

e.             El compromiso

Ø  . El dinamismo de descubrir la fe como «nueva y buena noticia» empuja a darla a conocer a otros. Es la dimensión de testigo, propia de todo el que se hace discípulo de Jesús. Sin esto, la catequesis se quedaría sin un aspecto fundamental y que hoy, da­da la situación de la sociedad, se hace más necesario y urgente.

Los catequistas hemos de ser maestros en:

 

- Suscitar y educar el compromiso de los catequizandos.

- Saber presentarles las exigencias que, como cristianos, pueden y deben asumir en la comunidad eclesial y en la sociedad en que viven.

    - Prepararles para que estén dispuestos a dar razón de su fe y de su esperanza en medio de los hombres.

Ø  . Todo esto es importante no hacerlo sólo de palabra. Nuestro propio compromi­so ha de ser el mejor testimonio.

He aquí nuestra bonita e importante tarea como catequistas: ayudar al catequizan­do a que, profundizando en su vida a la luz de la Palabra de Dios, la viva con sentido cristiano, la exprese en la oración y la celebración y sea capaz de manifestarla por el compromiso de sus obras.

 

Ø  . Este oficio de «maestro» hay que saber ejercerlo con sencillez y humildad. No somos los expertos o profesionales de la fe (así se presentaban los fariseos). Somos personas creyentes que, convencidas de lo importante que es creer, ofrecemos a los demás nuestra sencilla experiencia de fe para que, caminando juntos, podamos ellos y nosotros, avanzar por el camino del seguimiento de Jesús.

Ø  . No somos «maestros» que guían desde la superioridad del que ha llegado a la meta. También nosotros estamos aprendiendo a ser creyentes, pero nuestra pobreza o riqueza de fe queremos ponerla al servicio de los Ótros, por si puede ayudarles a en­tusiasmarse, como estamos nosotros del Señor Jesús.

PISTAS DE REFLEXIÓN

1.        . Nosotros como catequistas, tenemos una tarea, una misión que realizar. ¿Cuál es?

- Cada uno aporta aquellas tareas que cree son importantes en la misión del catequista.

- Las recogemos todas. Hacemos una síntesis.

- Dialogamos todos sobre ella haciendo una valoración.

 

2.             Quizá la tarea del catequista puede resumirse en "ayudar a otros a ser creyentes". Pe­ro, ¿qué es ser creyente?

- Abrimos un debate.

- Dialogamos sobre el gráfico que viene en el artículo.

.3.            Los catequistas hemos de ser «maestros» en: la vida; la palabra de Dios; la vida cristia­na; la oración y celebración; el compromiso.

 

- Nos dividimos en grupos. Cada uno reflexiona sobre un aspecto: ¿Cuál es nuestra tarea como catequistas en ese aspecto?

   ¿Qué exigencias nos plantea esa tarea?

-          Ponemos en común.

 

4.             . Se puede ser maestro de muchas formas.

- ¿Con qué actitudes hemos de ejercer nuestra función de maestros?

 

5.             Hacemos una oración pidiendo al Espíritu su luz para ser buenos maestros de la fe.

 


4. EL CATEQUISTA: UN ADULTO PEDAGOGO

1. El catequista es un maestro

 

Ø  . Quizá de las primeras y principales preocupaciones de los catequistas, cuando comenzamos nuestro trabajo, es la forma cómo dar catequesis. Esto nos plantea el te­ma de la pedagogía. Es un tema importante, pues de él depende muchas veces el éxi­to o el fracaso de nuestras catequesis. Por eso los catequistas tenemos como exigen­cia ser unos buenos pedagogos.

 

2. La pedagogía de Jesús

 

Ø  . Las actitudes básicas que han de configurar nuestra pedagogía son las mismas que Dios manifestó al revelarse a los hombres. Como características de esa pedago­gía, y que aparecen claras en el actuar de Jesús, señalamos, entre otras muchas, las si­guientes:

- Atención y respeto a las personas: Significa un «sintonizar» con el otro, un co­nectar con el fondo de las personas. Jesús sabe que la maduración de las personas es larga y misteriosa y que hay que dejar tiempo. Por eso sabe esperar, está aliado de los que titubean, supera cansancios y deserciones...

 

    - Escucha y diálogo: Está atento y escucha a la gente, pide opinión, hace preguntas y plantea interrogantes. Se acerca a las personas, da el primer paso, ofrece amistad...

- Confianza y valoración de las personas: Confía en las personas, sabe que son ca­paces de superarse si se les ayuda. Por eso tiene una actitud de valoración admirativa ante los pequeños gestos de bondad, alaba y agradece los detalles de la gente...

- Gratitud: No quiere para Él los grandes éxitos que consigue. Procura desviar la atención y el entusiasmo de las gentes hacia su persona. Declina elogios, pasa inad­vertido. Todo lo refiere al Padre...

 

- Compromiso: Reparte responsabilidades. Cree en la fuerza educativa de los he­chos. Por eso hace actuar, orienta la acción, corrige a partir de las experiencias e in­vita a la revisión. Enseña a no entusiasmarse con los éxitos ni a hundirse con los fra­casos...

 

- Signos: Busca el lenguaje más sencillo para que la gente le entienda. El conteni­do es profundo, pero el lenguaje es comprensible. Utiliza signos para expresar mejor lo que quiere decir: siembra, pesca, pastor...

- Grupo: No es un predicador solitario. Crea grupo a su lado, pretende hacer co­munidad. Además intenta educar con un espíritu de equipo, de trabajo conjunto...

3. La tarea del pedagogo

 

Ø  . He aquí una serie de actitudes educativas de Jesús que han de inspirar nuestra forma de actuar en la catequesis. Vamos a concretar, un poco más, nuestra tarea de pedagogos. Nos exige:

a.             Saber programar la catequesis

Ø  . Hoy exigen muchas programaciones para la catequesis. Pero hemos de procu­rar no ser meros ejecutores de programas elaborados por otros. Si la catequesis es un camino de crecimiento en la fe de personas concretas, es necesario que nosotros, los propios catequistas, elaboremos o adaptemos la programación catequética. Su­pondría concretar.

 

PARA QUIÉN

PARA QUÉ

QUÉ

CÓMO

Conocer la situación de las personas y del grupo: edad,

Señalar los objetivos o

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b.             Saber animar un grupo

Ø  . El grupo es fundamental en la catequesis. Las razones de esta importancia no son meramente culturales o pedagógicas sino, sobre todo, eclesiales.

En el grupo la fe se comparte, se crea la experiencia común de la fe de la Iglesia, se posibilita para decirla a otros, para devolver como palabra propia la palabra de fe recibida. El grupo es una iniciación a la vida en comunidad y una expresión de la misma comunidad eclesial.

 

Ø  . Para que el grupo cumpla sus funciones, los catequistas hemos de saber animar el grupo. Es importante que conozcamos lo que es un grupo, cómo funciona, cuáles son sus procesos... Que sepamos avivar el dinamismo que el grupo lleva dentro, sus­citar y fomentar actitudes positivas. Hemos de procurar que el grupo sea un espacio de participación, comunicación y creatividad.

- Participación: El grupo no es un «instrumento» que utilizamos para hacer más fáciles las cosas. El grupo tiene vida propia y, en él, todos, y cada uno de los partici­pantes, tienen que sentirse como miembros activos. Todos han de sentirse acogidos y valorados. El clima del grupo no ha de ser anónimo, impersonal, frío. Hemos de pro­curar hacer del grupo un espacio donde cada uno dialogue, reconozca al otro como distinto y con una riqueza propia, donde pueda ofrecer, por sencilla que sea, la rique­za personal que cada uno lleva dentro.

- Comunicación: En el grupo hemos de favorecer la relación espontánea de unos con otros: estar atentos al otro para acoger lo que nos comunica; aprender a mirar, porque cada gesto, cada palabra es lenguaje expresivo del misterio que somos cada uno; lograr expresarse, dar lo personal, lo más rico que llevamos dentro de nosotros mismos. Hemos de intentar facilitar la comunicación ayudando a vencer las resisten­cias y los miedos, educando actitudes de acogida, escucha y comprensión.

- Creatividad: El grupo ha de ofrecer espacios para que sus miembros descubran y ejerciten sus posibilidades de iniciativa y creación que les hagan salir del conformis­mo y la uniforrnidad. Los catequistas hemos de creer en la capacidad creadora de los componentes del grupo, confiar en sus posibilidades, darles oportunidad de ejercer sus iniciativas, aceptar la interpelación de sus miembros, el cambio imprevisible, la riqueza de la vida que brota de las personas y de la Palabra de Dios.

Ø  . Pero como catequistas, somos algo más que meros animadores de grupo. So­mos testigos adultos de la Fe de la Iglesia que apoyamos al grupo en su andadura, compartiendo con ellos la Fe.

EL CATEQUISTA EN EL GRUPO

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* = CATEQUISTA

 

c.             Saber utilizar los instrumentos catequéticos

Ø  . En la catequesis se realizan múltiples actividades y se utilizan diversos instru­mentos.

Las actividades son necesarias, pero no son trucos fáciles para hacer más agrada­ble la catequesis. La catequesis es un acto vital y todas las actividades han de estar orientadas a que el grupo «entre en juego» de verdad en ese proceso interior que ha­ce que exista la catequesis.

 

EXPERIENCIA

PALABRA DE DIOS

EXPRESiÓN

* Tomar conciencia de la vida.

* Proclamarla.

* Celebrar lo descubierto.

* Profundizar en ella.

* Clarificarla, descubriendo su sentido.

* Proclamar la fe.

* Asumirla con sus causas, valores,

* Confrontarla con la propia vida.

* Compromiso cristiano para la vida.

actitudes...

 

 

 

Ø  . Las actividades han de favorecer que la persona/grupo se introduzca en esa «ac­tividad interior» que, partiendo de la propia vida, lleva el compromiso y que consti­tuye el proceso catequético.

Ø  . Los catequistas necesitamos conocer y saber manejar las diversas técnicas y ac­tividades: lenguaje audiovisual, expresión corporal, murales... Para un correcto uso de ellas hemos de tener en cuenta la finalidad propia de cada una, la situación del gru­po y el carácter propio de la catequesis, pues, en catequesis, una técnica tiene valor en la medida que se pone el servicio de la fe que se ha de transmitir y educar.

También son necesarios en la catequesis los diversos instrumentos. Entre ellos des­taca el catecismo. Los catequistas hemos de conocer bien esos instrumentos y utili­zarlos correctamente, pues no deben confundirse con la catequesis. Todos están al servicio del buen desarrollo de la catequesis y han de utilizarse como materiales de trabajo y de una forma crítica.

 

4. Necesidad de formación

Ø  . Al terminar estas reflexiones sobre el catequista como un adulto preparado, es necesario decir que todas ellas están planteadas en línea de metas a las cuales tenemos que ir caminando. Cada uno, por los años y la experiencia irá haciendo su camino.

Pero es bueno recordar que para poder ir consiguiéndolo es necesario que nos plan­teemos la exigencia de una buena formación. Ese es el mejor camino para, desde la situación de cada uno, poder avanzar en la mejor realización de nuestra tarea.

PISTAS DE REFLEXIÓN

1.             Reflexionamos sobre nuestra experiencia.

- Cuando empezamos como catequistas: ¿Qué era lo que más nos preocupaba? ¿Y ahora? - En la catequesis es importante lo que anunciamos. ¿Crees que también lo es la forma de hacerlo? ¿Por qué?

               

2.             Se habla de unas actitudes pedagógicas de Jesús.

 

- ¿Cuál de ellas nos parece más importante? Señalamos otras.

- Relatamos hechos o actitudes del evangelio donde aparezca esa forma de actuar de

Jesús.

- ¿En qué medida esas actitudes las tenemos incorporadas en nuestro actuar catequético?

 

3.             Revisamos las tres exigencias que tenemos como pedagogos.

 

Saber programar la catequesis

-¿Aceptamos, sin más, las que hacen otros? ¿Las hacemos nosotros?

- Cuando hacemos una programación. ¿Seguimos los pasos que se indican más arriba?

Saber animar un grupo

- ¿Creemos que el grupo es importante en la catequesis? ¿Por qué?

- Como animadores de grupos: ¿Procuramos que se den en él la participación, la comu­nicación, la creatividad? Aportamos experiencias.

 

Saber utilizar los instrumentos catequéticos

- Hacemos una lista de actividades que utilizamos en la catequesis. Justificamos el por qué las utilizamos y los valores que tienen.

- Dialogamos sobre esta afirmación: «Las actividades no tiene un fin en sí mismo, están al servicio del proceso catequético».

 


5. EL CATEQUISTA: UN LLAMADO POR DIOS

Ø  . En las encuestas realizadas a catequistas parece que muchos no tienen claro el por qué se han hecho catequistas y algunos ni siquiera se han planteado esa pregunta. En las motivaciones se observa una gran variedad de razones.

Es fundamental que los catequistas nos formulemos esta pregunta y sepamos darle una respuesta adecuada. Es necesario que los catequistas reconstruyamos el entrama­do de las circunstancias, a veces fortuitas, que nos llevaron a tomar la opción de po­ner nuestras manos en la obra catequética. Y hemos de hacerlo para que nuestras mo­tivaciones no se queden en la' superficialidad o la ignorancia. Es importante tener cla­ro el porqué de nuestro trabajo.

 

1. El catequista es un maestro

 

Ø  . La respuesta a la pregunta anterior es profunda: Nuestra opción para ser ca­tequistas es producto de una llamada del Señor. Es una vocación. En nosotros se cumple lo que dice el evangelista Marcos: «llamando a los que quiso, vinieron a Él» (Mc 3,13).

Somos llamados. La vocación del catequista tiene su origen en un llamamiento de Dios a determinados cristianos a quienes El quiere encomendar la tarea de catequista.

           Veamos algunas características de esta llamada.

 

a.             Esta vocación se da en las circunstancias normales de la vida

* Quizá nos podamos preguntar: ¿Cómo nos llama Dios? ¿Cómo sabemos que es Él quien nos llama? ¿No han sido una serie de situaciones muy humanas las que nos han movido a ser catequistas? Es cierto que los caminos por los que hemos llegado a ser catequistas son múltiples y variados. Sin embargo, los catequistas hemos de saber descubrir que nada ocurre por casualidad. Dios se vale de todas esas circunstancias para manifestamos su voluntad. Es el Señor quien ha entretejido la trama de todas esas circunstancias para hacemos saber su llamamiento. Las situaciones cotidianas se convierten en el «lugar» en que resuena la llamada del Señor. También ahí el Señor nos dice: «Ven y sígueme» (Mc 2,14).

 

b.             Esta vocación tiene su fundamento en la vocación cristiana

.* Nuestra vocación como catequistas se inserta y tiene su raíz en la vocación co­mún cristiana. Fue en el bautismo donde recibimos la responsabilidad de colaborar, según nuestra capacidad, en el anuncio de la Palabra de Dios.

 

El ser catequista es una forma concreta de ejercer esa responsabilidad. Los cate­quistas somos cristianos con el encargo de ser testigos del Señor en medio de la co­munidad y del mundo. El llamamiento a ser catequista no es una «super vocación»añadida desde fuera, sino un modo concreto y específico de vivir y ejercer nuestra vo­cación cristiana.

 

c.             Esta vocación está en la línea de las grandes vocaciones bíblicas

* Toda vocación, toda llamada del Señor tiene unas formas, sigue un proceso. Así aparece en las grandes vocaciones de la Biblia. Si reflexionamos sobre nuestra propia vocación, sin duda descubriremos que tiene esos mismos rasgos. Veamos algunos:

 

a) Dios nos llama desde una situación concreta

*Quizá, en el origen de nuestra vocación, esté la toma de conciencia de una si­tuación determinada en la catequesis de nuestra comunidad (hay muchos niños; no hay quien los atienda; necesitan ayuda). Todo esto nos preocupó, nos inquietó, des­cubrimos que eso no era conforme al plan de Dios. Esa realidad deficiente y nuestra inquietud fueron la base sobre la que se fue asentando la llamada de Dios.

 

b) Nuestra llamada es un don de Dios

*Poco a poco vamos descubriendo que nuestra vocación a ser catequista no pro­viene de nuestra propia voluntad, vamos tomando conciencia de que es Dios quien nos ha llamado, es El quien tiene la iniciativa. El ser catequista es un don de Dios.

Quizá se ha valido de personas, hechos, sentimientos... pero, en el fondo, es Dios quien nos ha llamado. Para ello no son justificación nuestros méritos ni las cualida­des humanas. Su llamada está por encima de todo eso. Es fruto de su benevolencia y de su amor.

 

c) Dios nos llama para una misión: anunciar su Palabra

*Al principio la finalidad de la llamada no está clara, nos parece confusa: «estar con los chicos»; «ayudarles»; «hacer cosas con ellos». Pero, poco a poco, vamos per­cibiendo en nuestro interior el porqué y para qué de esa llamada. No es para un bien personal. Somos enviados para el bien de los demás, la razón de ser elegidos son «los otros». La misión encomendada es ser «pregoneros» de la Palabra, «portavoces» del mensaje del Señor, «testimonio» de los valores del Reino.

 

d) Hemos de confiar en el Señor

*En la medida que vamos tomando conciencia y asumiendo nuestra misión, pue­den surgir dificultades, resortes de defensa, grandeza de la tarea, pobreza de las cua­lidades, miedo a las exigencias... Nos sentimos llamados, pero dudamos. En el fondo nos preguntamos: ¿Seré yo capaz? ¿Serviré para esto? Pero si somos sinceros, nos da­mos cuenta que esos razonamientos no son obstáculo. La tarea es obra del Señor y nosotros sólo debemos colaborar. Por eso es importante que nos fiemos de Dios, que pongamos nuestra confianza en Él. Por eso, sin sentimos forzados, aceptamos el compromiso de la catequesis. Y sabemos que ese compromiso no es con nada ni con nadie: es con Dios y sólo con Dios.

 

e) La misión nos exige renuncias y sacrificios

* En el ejercicio de nuestra tarea de catequistas vamos descubriendo que ésta nos plantea algunas exigencias: cambiar el ritmo de vida, dedicar algo de nuestro tiempo, re­nuncia a algunas cosas, asistir a reuniones, preparar adecuadamente la catequesis... Y muchas veces tenemos que aceptar la incomprensión, el rechazo, los desprecios... Y, qui­zá, lo más fuerte provenga de aquellos mismos por quienes y para quienes trabajamos.

*Hemos de ser conscientes de que en la catequesis no trabajamos buscando bie­nes ni aplausos. Ni siquiera el fruto. Lo único que se nos pide es el esfuerzo y la en­trega. Lo demás tenemos que dejado en manos del Señor. Nosotros nos entregamos a pesar de todo y con la seguridad de que sólo Dios es nuestro apoyo y no nos falla­rá nunca.

 

f) La llamada se renueva cada día

*Los catequistas, a través de nuestra tarea, experimentamos momentos de paz, alegría, satisfacción. Pero también surge el cansancio y la fatiga, se siente la dureza del trabajo; a veces desaparece el primer entusiasmo, las fuerzas flaquean y se hace presente la tentación de abandonar, dejado todo.

 

Es entonces cuando necesitamos renovar en nuestro interior la llamada del Señor. Él insiste una y otra vez para que permanezcamos en la fidelidad. Y, efectivamente, nos resulta difícil abandonar. El impacto de la llamada de Dios es demasiado fuer­te. Y en medio de luchas y problemas, de tensiones y cansancios, de alegrías y tris­tezas, de éxitos y fracasos, continuamos anunciando la Palabra de Dios. Dios nos ha cautivado.

 

g) La llamada del Señor abarca toda nuestra vida

*El hecho de ser catequista no es algo marginal en el conjunto de toda nuestra vida. No somos catequistas para «dedicar unas horas» al servicio de la catequesis y «quedar libres» el resto del tiempo. El ser catequista abarca toda nuestra vida y to­do nuestro tiempo. Ser catequista no es un quehacer aislado de la vida, sino una for­ma de vivir la vida.

 

*Por la llamada que el Señor nos hace queda consagrada toda nuestra vida. Nues­tra tarea de catequistas dura las 24 horas del día, aunque esa misión la ejerzamos de formas diversas. El ser catequista configura toda nuestra persona, nos cualifica en una nueva forma de ser como cristianos y testigos del Señor. Y esto no es cuestión sólo de unas horas.

 

2. La vocación se manifiesta y expresa en signos

Ø  . Ante esta vocación del señor, quizá nos hayamos preguntado más de una vez: ¿Cómo sé si sirvo para esa misión? ¿Cómo sé si tengo verdadera vocación de cate­quista? ¿Tengo las aptitudes básicas necesarias para ejercer esa vocación?

La respuesta a todas estas preguntas la encontraremos si, reflexionando sobre nues­tra vocación, descubrimos estos signos.           .

 

 

Persono + Creyente + Educodor CUALIDADES

ATRACCiÓN

 

NECESIDADES

Signos poro percibir que la llamada interior es auténtica y procede del Señor.

 

a.             Gusto por la catequesis

* Hoy la Iglesia tiene planteada como una de sus principales tareas la acción ca­tequética. En un mundo que se seculariza y la fe pierde sus apoyos sociológicos, son muchos los cristianos que necesitan fundamentar su fe mediante una buena cateque­sis. Como catequistas hemos de ser conscientes de esta necesidad y sentimos atraídos a colaborar, ya que nadie puede asumir esa tarea si no se siente con ánimos e ilusión para llevarla a cabo. Este gusto puede expresarse en: amor a las personas, deseos de ayudar a otros, ansias de anunciar a Jesús, etc. Poseer esta atracción por la catequesis es un buen signo de autenticidad en la vocación.

 

b.             Poseer algunas cualidades

.* La llamada de Dios se expresa en la posesión de unas cualidades. El realizar la tarea de catequista exige poseer un mínimo de cualidades para poder ejercerla ade­cuadamente. Cualidades como: estar iniciado en lo más elemental de la fe y vida cris­tiana; capacidad para animar un grupo, para comunicar alegría, cariño, fe, vida; para acoger, escuchar; para comunicar la propia experiencia de fe... Como ves son cuali­dades que se refieren a nuestra condición de personas, de creyentes y de educadores.

Es cierto que estas y otras muchas cualidades no se necesita poseerlas en estado de perfección cuando comenzamos nuestra tarea. Quizá tengamos más o tengamos me­nos, quizá unas estén más presentes que otras, quizá alguna o todas nunca las logre­mos tener del todo. Lo importante es poseerlas como disposiciones básicas y tener la decisión de hacerlas crecer mediante un proceso de formación.

 

c.             Poseer unas buenas motivaciones

.* Las razones que nos mueven a ser catequistas han de ser serias y auténticas. Las exigencias han de brotar de nuestra condición de cristianos y del servicio al evange­lio y a la edificación de la Iglesia. El poseer unas buenas motivaciones, profundizar en ellas y purificarlas constantemente son unos buenos signos de que es el Señor quien nos llama.

 

d.             Recibir una misión o encargo

.* Los catequistas no ejercemos nuestra tarea en virtud de una misión personal, si­no en nombre de la Iglesia. El catequista actúa «no por una misión que él se atribuye a sí mismo o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (En 60).

Por tanto, no es suficiente que uno quiera ser catequista. Para ejercer nuestro servi­cio en nombre de la Iglesia, hemos de recibir una misión o encargo oficial de la auto­ridad eclesial. En definitiva es necesario que la comunidad en la que vamos a ser ca­tequistas, nos acepte y encomiende esa tarea.

 

Esta aceptación puede manifestarse de múltiples formas: convocatoria del sacerdo­te, invitación de algún catequista, acogida por el grupo de catequistas, etc. Lo que sí es importante es que, de alguna manera, esta aceptación se exprese ante la comunidad: en una reunión, en la presentación de la catequesis, en una celebración litúrgica, etc.

Todo esto será, sin duda, un buen signo de nuestra vocación como catequista.

 

3. Actitudes de gratitud y alegría

 

Ø  . La realidad de la vocación, la conciencia de sentimos «llamados» ha de provocar en nosotros, como respuesta, unas actitudes interiores. En estas actitudes han de bro­tar de aquello que decía S. León Magno: «Reconoce, catequista, tu gran dignidad».

 

a.             La gratitud

*. Los catequistas hemos de ser conscientes de que nuestra llamada es don, es gra­cia que expresa el máximo de confianza que el Señor nos otorga. No debemos olvidar lo que dice el Señor: «No me escogisteis vosotros a mí, sino que yo os escogí a vo­sotros» (ln 15,16). Quizá ante la vocación catequética nos sintamos sorprendidos, maravillados y sintamos ganas de orar como María: «Engrandece mi alma al Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha puesto los ojos en la humildad de su sierva» (Lc 1,47).

*. Los catequistas nos sabemos en deuda permanente con el Señor por habemos elegido y encomendado la más bonita e importante de las tareas: anunciar a los hom­bres de su mensaje. Por eso, con un profundo sentimiento de gratitud hemos de saber. decir como Pablo: «Doy gracias al que me dio fuerzas, a Cristo Jesús, Señor nuestro, porque me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio» (1 Tim 1,12).

 

b. La alegría

.* Al ser llamados a ser catequistas recibimos el don de comunicar el Evangelio y hemos de hacerla con alegría, pues «el Señor ama a quien da con alegría» (2 Cor 9,7). El evangelio es «buena noticia» que se ha de transmitir con la alegría en el corazón y en los labios: «Era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón» (Jer 15,16). La alegría, al sentirse llamado, es un componente fundamental del ministerio catequéti­co. Es una alegría que depende, no de nuestros estados de ánimo, ni de los resultados de nuestro trabajo, sino de la conciencia de haber dado gloria al Señor proclamando su Palabra a los demás. Desempeñamos nuestra tarea con la «dulce y confortadora alegría de evangelizar, aun cuando haya que sembrar con lágrimas» (EN 8).

.* Los catequistas anunciamos un mensaje que, por su importancia y significado, está destinado a marcar un nuevo rumbo en la vida de los hombres. Es el «evangelio», la buena nueva que el Padre nos ofrece en Jesucristo, es la alegría de la «mañana de pascua» que se prolonga cada día. Pero no podría ser bien recibido un mensaje que nace del malhumor, de la aridez o de la tristeza. Cuanto más alegres nos mostremos los catequistas en el anuncio de la Palabra, tanto más agradable resultará para los que nos escuchan. Los hombres de hoy esperan recibir «la buena nueva de no evangeli­zadores tristes y desalentados, ansiosos e impacientes, sino de ministros, que hayan recibido previamente en sí mismos la alegría de Cristo» (EN 80).

.* Nuestra palabra podrá ser tal vez agradable, simpática, atrayente, pero, si ca­rece de la alegría que proviene de nuestro encuentro con el Señor y del anuncio de su mensaje salvador, será siempre vacía y pobre, destinada, quizá, a decepcionar. Antes que nada, hemos de vivir y realizar nuestra tarea con un profundo sentido de alegría. Al terminar de hablar de nuestra relación con Dios, tenemos que ser cons­cientes de que nuestra tarea hemos de ejercerla como una vocación. Para ello es im­portante que los catequistas sepamos discernir, en medio de nuestros deseos e ilu­siones por trabajar en la catequesis, la vocación que procede del Señor. En definiti­va «es necesario que el catequista, para ejercer su tarea de educador en la fe, sea consciente de que el origen de su vocación a la catequesis es la gracia, el amor y la libertad que viene de Dios, que ejerza su tarea conforme a las exigencias que le plan­tea ese origen, con libertad, generosidad y alegría, y que sus relaciones con los cris­tianos a quienes catequiza estén imbuidas de la experiencia del origen de ese llama­miento divino» (CF 51).

 


PISTAS DE REFLEXIÓN

1. ¿Crees importante que los catequistas tengamos claro las motivaciones para ser cate­quista? ¿Por qué?

 

2. La vocación de catequista se da en las circunstancias normales de la vida. Contamos nuestra experiencia: ¿Cómo surgió nuestra vocación de catequista? ¿Qué nos impulsó a ello? ¿Crees que en esas motivaciones se escondia la llamada de Dios?

 

3. Seguramente nuestra vocación pasó por distintas etapas: ¿Recuerdas los momentos buenos de alegria y satisfacción? ¿Qué fue lo que los motivó? ¿Y recuerdas los duros y di­fíciles? ¿Qué fue lo que te ayudó a superarlos?

 

4.  Nuestra vocación está en la línea de las grandes vocaciones bíblicas.

-Leemos el texto de la vocación de María (Lc 1,26-38). A partir de él, analizamos cómo se dan en ella los rasgos de una auténtica vocación.

 

5.  La vocación se manifiesta en ,unos signos.

- ¿Crees que los signos que se aportan aquí son válidos? ¿Pondrías alguno más?

- Si tuvieras que decidir sobre si una persona sirve o no para catequista: ¿En qué te fijarías?

 

6.  Analizamos los signos de la vocación.

 

- Gusto por la catequesis.

- ¿Te atrae la tarea catequética? ¿Crees que es una tarea importante hoy en la Iglesia?

¿Qué es lo que más te gusta de ella?

- Poseer algunas cualidades.

- ¿Qué cualidades tengo yo más adquirida? ¿Cuáles menos? ¿Qué podríamos hacer para mejorarlas?

- Recibir una misión o encargo.

- ¿Qué piensas de esta misión o encargo? ¿En nuestra comunidad hay algún gesto que exprese este encargo? ¿Qué valores le ves?

 

7.             . Actitudes ante la vocación.

- ¿Has sentido alguna vez gratitud y alegría? ¿En qué momentos?

- Leemos el último párrafo y lo comentamos.

 

8.             Oración.

 

- Lectura: Jer 1,4-19. Preces de acción de gracias.

6. EL CATEQUISTA: PARTÍCIPE DE LA MISIÓN DE JESÚS

Ø  . Al sentimos «llamados» por el Señor, es justo que nos preguntemos el para qué de esa llamada. Los catequistas hemos de preguntamos por la finalidad de nuestra ta­rea, el objetivo de nuestro trabajo. La respuesta es clara: somos partícipes de la mi­sión de Jesús.

1. La misión de Jesús

 

Ø  . Jesús es un enviado. Lleva a cabo el ministerio de la Palabra en obediencia al Padre que le envió: «Tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios. Para es­to he sido enviado» (Lc 4, 43). Y Cristo resucitado, antes de volver al Padre, da a los apóstoles esa misma consigna: «Id y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28,19). Ellos así lo hicieron y «muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos rea­lizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Je­sús es el Hijo de Dios, a fin de que mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre, para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo» (CT,l).

Ø  . Nuestra misión es, pues, la misma de Cristo y la Iglesia de todos los tiempos: anunciar hoy la Buena Nueva del Reino. Y esta buena nueva consiste en descubrir en la persona de Cristo el designio eterno de salvación ofrecido por Dios, en compren­der el significado de los gestos y palabras de Cristo, pues ellos encierran y manifies­tan ese misterio de salvación.

 

2. Exigencias de esta misión

 

Ø  . Los catequistas hemos de llevar a cabo esta misión de la misma forma que Cris­to. Él vivió una profunda experiencia de encuentro y comunión con el Padre y anun­ció fielmente la doctrina recibida de su Padre (Cf Jn 7,16). Y esto lo hizo con pala­bras y con obras (Cf Act 1,1). Así hemos de hacerlo nosotros. Por tanto, a los cate­quistas, como partícipes de la misión de Jesús, se nos plantean tres exigencias:

 

 

a.             Comunión con Cristo

*. Jesús llamó a sus discípulos, y los llamó, en primer lugar, para «estar con Él» (ln 1,39) y, poco a poco, los va iniciando en los secretos del Reino, con ellos comparte sus preocupaciones, sus penas, alegrías y destino. En definitiva, los llama para ser «sus amigos» (Jn 15,15). Nosotros también, antes de nada, somos discípulos que he­mos respondido a la llamada de Jesús y por eso le seguimos. Los catequistas, antes de ser enviados a proclamar el mensaje de Jesús, somos invitados a ser sus discípulos.

 

Esto supone:

 

a)       Ponerse a la escucha religiosa de la Palabra de Dios

*. Antes de anunciar la Palabra, los catequistas tenemos que:

 

- Acogerla por dentro para meditarla con humildad y sencillez de corazón; ali­mentamos de ella como los profetas: «Hijo del hombre, come lo que se te ofrece, co­mo este rollo y ve, luego, a hablar a la casa de Israel. Yo abrí la boca y me dio a co­mer el rollo... Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel» (Ez 3,13).

- Leerla con frecuencia para descubrir su mensaje y conocer mejor cuanto el Señor ha hecho con los hombres.

 

- Dejamos interrogar por ella, reconociendo que Dios nos habla aquí y ahora y es­pera nuestra respuesta.

    - Asimilarla hasta identificamos con ella.

 

La palabra de Dios es quien nos hace crecer como catequistas, ella ha de construir el punto de apoyo central de toda .nuestra vida.

 

b) Asumir el programa de vida de Jesús

Los catequistas no sólo leemos y conocemos la Palabra sino que somos «seguido­res» de Jesús. El seguimiento de Jesús es una de nuestras primeras tareas. Se trata de la búsqueda de los motivos, de las intenciones, de los valores, de los ideales que ins­piraron la actuación de Jesús. Los catequistas estamos llamados a romper con toda obra de pecado (Ga15,19) y vivir la justicia nueva, cuyas exigencias se resumen en el sermón de la Montaña (Mt 5,1). Tenemos que cambiar nuestras actitudes para saber pensar como Cristo, ver las personas y la historia como Él, amar y esperar como Él. Hemos de saber escoger el amor a Dios y al prójimo como los valores fundamentales de la vida.

 

c) Vivir en amistad con Él

*. A través de la experiencia de la escucha de la Palabra y del intento de seguir al Maestro, los catequistas iremos entrando en una estrecha relación con Jesús. De hecho lo que capacitó a los apóstoles para el anuncio de la Palabra fue la vida de comunión con Jesús, es decir, el haber vivido con Él (Act 2,13), el haber comido y bebido con Él (Act 10,39), el haber trabado con Él unas relaciones de familiaridad y de confianza.

 

*. Nosotros también, antes de ser pregoneros de la Buena Nueva, somos invitados a acoger con fe y amor la amistad con Jesús: «Venid y veréis» (ln 1,39). Sólo en la medida en que intentemos identificamos con Cristo en nuestra propia vida, podremos convertimos en auténticos portavoces de la Palabra del Señor.

Realizar todo esto, sin duda que no es fácil. Pero tenemos muchos medios: «La mi­sión confiada al catequista pide de él una intensa vida sacramental y espiritual, el há­bito de la oración, un sentido profundo de la excelencia del mensaje cristiano y de su eficacia para transformar la vida y el ejercicio de la caridad, de la humildad y de la prudencia que permitan al Espíritu Santo perfeccionar su fecunda obra en los cate­quizandos» (DGC 114).

 


El mensaje cristiano

hay que anunciarlo de forma:

. íntegra:

- a lo largo de todo el proceso catequético hay que anunciar todo el mensaje.

- en todo ese proceso, lo nuclear tiene que estar siempre presente, aunque después se vaya ampliando según la edad y capacidad del catequizando.

 

. jerárquica:

- en el mensaje cristiano no todo tiene la misma importancia.

-lo fundamental y más importante es la Persona de Jesús.

- todo lo demás ha de estar subordinado y hay que presentarlo en relación con Él.

 

. orgánica:

-los distintos aspectos del mensaje cristiano han de relacionarse entre sí formando un todo.

 

b.             Anunciar su Palabra

*. Jesús tiene conciencia de ser enviado a anunciar la Palabra de la Buena Nueva, y así lo hace desde el principio: «Marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena nueva» (Mc 1,14-15).

Nosotros, como los apóstoles, recibimos la misma misión que Jesús: «Como el Pa­dre me ha enviado a mí, así os envío yo a vosotros» (Jn 27,18). Los catequistas tam­bién somos enviados a proclamar un mensaje de salvación cuyo centro es Cristo. Él, con sus palabras y su vida, constituye el contenido fundamental de la revelación, pues en Él es Dios mismo quien se revela. La finalidad última de nuestra tarea es ayudar a los demás a descubrir la persona de Cristo, que sigue cruzándose en sus vidas y le in­vita a seguirle (Lc 5,1-11).

 

En definitiva pretendemos ayudar a:

 

a) Vivir la misma relación y experiencia de Dios que vivió Jesús

*. Un Dios tan cercano al hombre que se le hace encontradizo en su vida y en su historia, y, a la vez, tan discreto y respetuoso de su libertad que no quiere forzarle; un Dios que le invita a una relación de intimidad total, y, a la vez, de reconocimiento adorante de la absoluta grandeza del Padre; un Dios que pide obediencia y entrega to­tal a su proyecto de salvación.

 

b) Asumir las actitudes fundamentales de Jesús

*. Aquellas que Él vivió y que propuso a sus seguidores: servicio, solidaridad, gra­tuidad, liberación, perdón... Asumir los grandes valores que dominaron la vida de Je­sús y que Él expresó en las Bienaventuranzas (Mt 5,11 ss.).

 

c) Dejarse guiar por el espíritu de Jesús

. Ese Espíritu que crea en nosotros un nuevo dinamismo de vida que nos trans­forma de esclavos en hijos, de hombres viejos en hombres nuevos, de alejados y ene­migos en hermanos y miembros de un mismo cuerpo (Rom 8, 91-17); ese Espíritu que hace surgir en nosotros una capacidad nueva para comprender y amar a Cristo y así queda transformada toda nuestra vida.

 

d) Sentirse miembro de su comunidad

*. Esa comunidad que prolonga a Cristo y la energía de su resurrección en el hoy de la historia, la comunidad de creyentes que anticipa la gran familia de los hijos de Dios a la que somos llamados por Jesús, el lugar de comunión de todos los que, res­pondiendo a la invitación del Maestro, caminan hacia el Padre y ponen su vida al ser­vicio de su proyecto de salvación en el mundo.

*. He aquí, pues, la propuesta que como catequistas tenemos que anunciar. Una propuesta que hemos de ofrecer como don, como novedad absoluta, como oferta úni­ca ya que «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que debamos salvamos» (Act 4,12). Una propuesta que debe provocar en quien nos escucha los sentimientos que expresa S. Pablo: «Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (FLP 3,7).

 

*. Pero esta propuesta de salvación no hemos de presentarla como algo que perte­nece al pasado. Es una historia de salvación que se repite cada momento pues Dios está revelándose constantemente, continúa hablando al hombre de hoy.

Por eso todos, nosotros y el grupo, hemos de ponemos delante de Dios que habla «ahora y aquí» en la Palabra de Cristo Jesús. Los catequistas tenemos que anunciar el Evangelio de Jesús como una palabra nunca oída, porque es nueva e inédita como la vida de cada día y así poder decir: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).

                                                                                   

Esta es la misión que Jesús nos encomendó y por la que vale la pena trabajar con entusiasmo.

3. Testimoniar la palabra

Ø  . Jesús anunció el mensaje de salvación no sólo con su palabra sino, sobre todo, con sus obras. Jesús testimonia con su vida y sus obras el mensaje que anuncia. Su forma y estilo de vida, sus comportamientos y actitudes, sus gestos y acciones son ya, en sí mismos, todo un mensaje. Jesús se presenta con la identidad del testigo fiel del Padre. Él mismo, a la hora de pedir la fe, pone más fuerza en sus obras que en sus pa­labras: «Si no me quieres creer, creed por las obras que hago» (Jn 10,38).

Ø  . Los discípulos de Jesús reciben el encargo de proclamar su Palabra, pero sobre todo, de ser testigos de esa Palabra: «Vosotros daréis testimonio de mi» (ln 15,27); «vosotros seréis mis testigos» (Act 1,18) Y así lo hicieron los discípulos. Anunciaron el mensaje de Jesús, pero fue desde su propio testimonio: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contem­plamos y tocaron nuestras manos acerca de la palabra de la vida... y nosotros la he­mos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros» (1 Jn 1,1-3).

Ø  . Esta misma exigencia y estilo de Jesús y sus discípulos, es válida para nosotros los catequistas. La propuesta cristiana que anunciamos en la catequesis, y que es un mensaje de salvación, tiene siempre necesidad de ser confirmada por el testimonio de quienes la anuncian.

 

Esta exigencia del testimonio es una de las más sentidas en nuestro tiempo pues «el hombre moderno, hastiado de discursos, se muestra con frecuencia cansado de escu­char y, lo que es peor inmunizado contra las palabras» (EN, 42). Por eso «el hombre contemporáneo escu.cha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN, 41).

Ø  . Los catequistas hemos de estar dispuestos a escuchar de los catequizados la ra­zón de nuestra fe: «Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predi­cáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación» (EN, 76). Es natural que sea así ya que «en el fondo, ¿hay otra forma de anunciar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe?» (EN, 46).

Ø  . Este testimonio es imprescindible, pues «el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vi­da, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombre de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda» (EN, 76).

Ø  . El dar testimonio, es pues, algo inherente a nuestro servicio catequético. Será a través de ese testimonio sin palabras como ayudaremos a la gente a plantearse pre­guntas como: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? Y será entonces cuan­do podremos presentar con mayor fuerza y convicción la Palabra del Señor.

 

Pero es necesario que precisemos un poco en qué consiste este testimonio.

 

4. Cualidades del testimonio

Ø  . Es cierto que no hay recetas concretas, pero podemos resumirlo así: Se trata de presentar una vida que haga «apetecible» y «posible» la vida cristiana.

    Vamos a desarrollarlo un poco más.

 


a.             Apetecible

a) Lo será si: Encarna los valores del Evangelio

*. Los catequistas hemos de procurar presentar una vida en la que los demás pue­dan ver los valores del evangelio: verdad, justicia, servicio, amor, perdón...; una pro­puesta cristiana que se presenta como un ideal que merece la pena vivir, como un va­lor único, el más importante, por el que se está dispuesto a renunciar a todo (Ver Mt 13,44-46).

 

b) Rompe con los valores del mundo

*. El mundo de hoy presenta U):los criterios, una pautas de conducta, materialismo, placer, comodidad, poder, violencia, vanidad... Y los presenta como valores, como aquello que puede dar al hombre la felicidad. Es necesario que nuestra vida de cris­tianos y catequistas se presente en ruptura con todos esos falsos valores. Nuestra vi­da no debe acomodarse a este mundo (Rom 12,2).

 

 

 

b.             Posible

a) Presenta una vida vivida por uno como él

*. Es difícil que una persona capte un testimonio dado por una persona distinta. Nuestro testimonio tiene la virtualidad de ser ofrecido por uno como ellos. No es el Papa, el Obispo, el Sacerdote o Religioso el que testimonia a Jesucristo. Si sólo fue­sen esos los testimonios que ve, podría decir: «Es normal, están para eso». En cam­bio en el nuestro, verán que es ofrecido por uno como ellos, por uno que vive su pro­pia vida. Entonces es cuando esa vida les interroga en profundidad.

 

b) En el propio ambiente

*. Nuestro testimonio de vida cristiana ha de ser presentado en «medio de la vida». De nada o poco vale que digamos: «yo rezo», «yo vaya misa», etc. Lo que quieren ver es nuestra vida en el mismo ambiente que ellos viven. Es en cada uno de los am­bientes o dimensiones de la vida donde los catequistas hemos de mostrar la vida cris­tiana. Es en la familia, en el trabajo, en la escuela, entre los vecinos, en la parroquia o comunidad cristiana donde damos testimonio de los valores cristianos. Es en nues­tra acción, según los criterios del Evangelio (en las asociaciones de barrio, en las or­ganizaciones de acción social, en los partidos políticos y sindicatos), donde los demás han de ver nuestro testimonio cristiano.

 

*. Es entonces cuando nuestro testimonio adquiere toda su fuerza: «La evangeliza­ción, es decir, el mensaje de Cristo pregonado con el testimonio de la vida y de la pa­labra, adquiere una nota específica y una eficacia peculiar por el hecho de que se rea­liza dentro de las condiciones comunes de la vida secular» (LG, 35).

 

c) Con dimensión comunitaria

*   . El testimonio del catequista, aislado, es siempre pobre y tendría poca eficacia. Podrán decir: «Tu sí, pero los demás...». Es necesario que nuestro testimonio esté res­paldado por una comunidad. En definitiva, el testimonio es siempre eclesial, aunque sea dado por un sólo miembro de la comunidad. Sólo una comunidad viva, que sepa dar testimonio de la propia fe, celebrándola con gozosa convicción en la liturgia y ex­presándola con denodada coherencia en las opciones concretas del vivir cristiano, puede hacer eficaz y creíble nuestra palabra de catequista.

*. En definitiva nuestro testimonio tiene como finalidad: mostrar una vida como la de los demás, pero diferente. Es una llamada que ha de provocar la necesidad de una opción: dar preferencia a una vida según el evangelio, de la cual acaba de recibir una revelación por medio de otro, o continuar encerrado en sí mismo. Lógicamente esta opción es y debe ser libre.

Después de hablar de la necesidad de anunciar con nuestro testimonio la Palabra del Señor, es importante señalar que no se trata de presentar la vida perfecta. Noso­tros no somos ni nos sentimos mejor que los demás. Por tanto no se trata de dar tes­timonio de nuestra virtud, sino de Cristo. Testimoniar es presentar a Cristo, comuni­car a los demás le que Cristo es para mí. No nos presentamos nosotros como mode­lo de vida, pues sería mucha presunción, sino que pretendemos referir aquello que el Señor ha llevado a cabo en nosotros mismos.

Se trata de un testimonio que puede coexistir con nuestras limitaciones, incerti­dumbres y pecados. Testimoniamos la fidelidad y la confianza que, a pesar de todo, el Señor continúa teniendo en nosotros.

 

5. Actitud ante esta misión: la responsabilidad

Ø  . Llevar a cabo esta tarea de ser partícipe de la misión de Jesús ha de crear en no­sotros una actitud de «responsabilidad».

Hemos de sentir sobre nosotros aquellas palabras del Señor a Jeremías: «Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gen­tes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para poder y derrotar, para reconstruir y plantar» (Jer 1,9-10). Somos conscientes de que se nos ha encomendado una gran tarea: hacer que la Palabra de Dios sea hoy escuchada, creída, aceptada y vivida. Nuestra responsabilidad es muy grande. El anuncio del evangelio se convierte para nosotros en imperiosa necesidad: «Si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, si­no que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!» (1 Cor 9,16).

Ø  . Sentir y ejercer esta responsabilidad supondrá muchas veces un esfuerzo cons­tante. Sentiremos la dificultad y el cansancio, experimentaremos que, proclamar la Palabra del Señor, exige renuncia y sacrificio, dolor, sudor y lágrimas. Pero sabemos que no podemos volver atrás. De nuestro esfuerzo en la catequesis depende, en gran parte, el futuro de la fe y de la Iglesia.

Por eso hemos de anunciar la Palabra a pesar de todo y hemos de saber arrastrar hasta el rechazo y la incomprensión como algo inherente al servicio del Evangelio.

Para cumplir bien esta misión hemos de orar incesantemente como S. Pablo: «In­terceded por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a co­nocer con valentía el misterio del Evangelio del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente como conviene» (Ef 6,19-20).

 

PISTAS DE REFLEXIÓN

 

1.             Nuestra Misión es la misma que tuvo Jesús.

- ¿Qué enseñanzas podemos sacar para nuestra tarea?

2.             Antes de ser «enviados», somos llamados a ser «amigos de Jesús» y «escuchar su pala­bra».

- ¿Escuchamos y meditamos nosotros la Palabra que vamos a anunciar?

 

3.             En la catequesis anunciamos la palabra de Jesús. Hacemos el siguiente trabajo: Lo que creemos nosotros.

- Cada uno escribe 10 cosas en las que yo creo firmemente y dan sentido a la vida.

- Las ponemos en común.

- Hacemos, con la síntesis, el «Credo» del grupo.

 

Lo que anunciamos en la catequesis.

- Cada uno señala los 10 temas de los que suele hablar más en la catequesis.

- Ponemos en común. Comentamos entre todos.

- Hacemos, con la síntesis, el «Credo» de la fe.

(Al fin podemos comparar la síntesis de los 3 ejercicios.)

4.             El mensaje cristiano hay que anunciarlo de una forma concreta.

- ¿Los contenidos de nuestra catequesis tienen las características que allí se señalan? - ¿Tendremos que cambiar en algo? ¿En qué?

 

5.  El testimonio .de Jesús.

- ¿Qué papel jugó el testimonio, las obras, en la vida de Jesús? - Aportamos hechos que lo manifiesten.

6.  Necesidad de testimonio.

- ¿Crees que el testimonio es una exigencia del catequista? - ¿Cuáles pueden ser las razones?

7.  Cualidades del testimonio.

- ¿Estás de acuerdo con ellas? ¿Añadirías otras?

 

8.             Finalidad del testimonio.

- ¿Cuál es la finalidad del testimonio? ¿Qué es lo que tenemos que testimoniar con nuestra vida?

- ¿Con qué actitudes debe realizarse el testimonio para que sea aceptado?

9.             Actitud de responsabilidad.

- ¿Sentimos la responsabilidad de ser partícipes de la misma misión que Jesús?

- ¿Qué sentimientos produce esto en nosotros?

 

10. Oración.

- Leemos despacio el texto de S. Pablo (Ef 6, 19-20) - Oramos juntos.