Autor: P. Vicente Gallo S.J. Marzo 2012
Cuando hablamos, podemos manifestar al otro nuestras divergencias en opiniones o actitudes; para contrastarlas y llegar a un acuerdo, o para reafirmarnos en nuestra posición. Conversar juntos puede ser también un modo de manifestar nuestras ideas para enriquecerlas, en el intercambio entre lo que pienso yo y lo que piensa el otro; para yo enseñar y que el otro a su vez me enseñe. Podemos manifestar también nuestro propio interior, nuestros sentimientos, sean de alegría, de tristeza, de temor o de rabia, en todos sus grados o matices. Pero siempre es hablando porque necesitamos que el otro nos escuche.
Con alguna ligereza de expresión, a todos esos modos de hablar y de escuchar los denominamos con la palabra común de «Dialogar». Sin embargo, sepamos distinguir.
El primer modo, el de manifestar divergencias en opiniones o actitudes, es más bien «Confrontar», y a veces es necesario hacerlo, pero otras veces veremos que es simplemente útil; y en muchas ocasiones es contraproducente, pues genera mayor alejamiento o ruptura en la buena relación.
Antes de la confrontación, y para no derivar en desagradable pelea, se deben señalar en mutuo acuerdo las reglas que se han de seguir para evitar que se llegue a la no deseada ruptura o al alejamiento en la buena relación de amistad. Esas reglas serían, por ejemplo: no confrontar cuando no es necesario hacerlo, o cuando sería contraproducente y así lo sabemos. No salirse del tema, ni traer a colación otros asuntos a lo largo de esa confrontación. Evitar herir al otro con apodos, insultos, sarcasmos o críticas ofensivas al hacer la confrontación. No mezclar a otras personas en el problema, y menos a familiares.
Al confrontar, no buscar quién es el culpable, sino qué solución tiene el problema. Evitar las expresiones exageradas cómo «tú nunca», «tú siempre», «tú sólo», «tú jamás», u otras semejantes, qué, además de herir, no son verdaderas. Buscar que los dos salgan ganando, y ninguno de los dos se vea perdedor, sino concluir pudiendo decir siempre «yo gano y tú ganas» y terminar la confrontación sin dejarla a medias; hasta quedar los dos satisfechos y más amigos que antes por haberlo aclarado todo, que hacía tanta falta.
La «confrontación», decimos, es a veces necesaria y puede resultar muy útil para solucionar los problemas surgidos en la vida de relación. Pero aunque es a la que acudimos con tanta frecuencia, es mejor tratar de evitarla. Porque es muy difícil que no degenere en una amarga «pelea», que separa a la pareja antes de haberla tenido, ya que lo normal es que deje herido a los dos. Es muy difícil que en una confrontación se guarden debidamente todas las reglas de buena voluntad que hemos mencionado.
Hay otro modo de manifestar nuestro pensar o las cosas que conocemos, que ya si se puede llamar «Dialogar». Es un intercambio de ideas, correctamente llamado «Diálogo», como son los célebres «Diálogos de Platón». En la vida de pareja en matrimonio, ocurren muchas veces que pasan días y semanas, a caso hasta veces, sin que ambos hayan tenido una conversación juntos: sobre cualquier tema, pero sobre todo, sobre temas que atañen a los dos por igual y a su vida en común. Como consecuencia, sólo por semejante falta de comunicación, la relación de pareja se verá afectada muy negativamente creándose frialdad y distanciamiento.
Es muy importante que uno de los dos se de cuenta de ello y se lo haga reconocer al otro, a fin de decidir darse más tiempo para estar juntos y conversar. Cuanto más les interés a ambos los temas de conversación, mejores serán los resultados de ese conversar para su vida de relación. Intercambiar ideas para aclarase ambos y enriquecerse mutuamente en ellos es sumamente importante.
Aunque también el simple intercambiar ideas tiene sus reglas: la principal es la de evitar el uno y el otro la obcecación, la terquedad, o el querer uno humillar al otro con una pretendida superioridad: el estar pensando «yo soy mejor que tú», «yo se más que tú», «yo valgo más que tú», yo tengo más preparación que tú», «yo sé triunfar mejor que tú», «yo soy más importante que tú», «tú ante mi eres un pobre hombre o mujer», «tú tienes poco que decirme a mí», etc.
Es una «discusión pacífica», pensamos pero un simple «intercambio de ideas». Sin embargo, siempre deberán mantenerse los dos en el objetivo que se persigue: enriquecerse ambos con los aportes de la otra persona, desde el convencimiento de que todos tenemos algo que aprender de los otros, porque no es «mi verdad», ni tampoco «tu verdad» la que se busca, sino «la verdad» queriendo encontrarla juntos; convencidos de que la verdad es única, pero gracias a Dios, está muy repartido. Que no sea querer imponer al otro mis verdades como únicas.
Pareciera que todos tenemos esta certeza: de que, en el asunto de la verdad las cosas son tal como las vemos nosotros. Casi siempre pensamos que «la verdad» es la mía; y que la del otro es más que discutible, que es imperfecta. De este hecho procede que tal género de «diálogo» sobre ideas u opiniones, suelen derivar en «discusión» en una «pelea» en la que difícilmente se llega a una conclusión enriquecedora para nadie. Es tratar de que prevalezca la opinión mía sobre la del otro y quedarse; cada uno con su propia opinión: ambos pensando que la suya se ha impuesto, y ambos sintiéndose heridos porque el otro ha dudado de su opinión personal o por ver que ha sido atacada sin razones suficientes.
Los esposos en la vida matrimonial, y lo mismo un sacerdote con alguien de su comunidad o de su iglesia, es posible que alguna vez se vean obligados a tener una confrontación y ojalá logren que no degenere en pelea. En esos casos, han de cuidar con mucho esmero observar todas las reglas que ya anteriormente hemos mencionado para que la confrontación sea positiva. De todas las maneras, las confrontaciones se han de evitar en cuanto sea posible. Porque ya hemos dicho que esas reglas mencionadas para confrontar, están claras e indiscutibles, en la realidad de casi todas las confrontaciones es prácticamente imposible que se cumplan. Por lo general, termina siendo nefasto su resultado para la relación de pareja en matrimonio, o la de aquellos dos que hacen la confrontación. Las confrontaciones mal hechas no son creadoras de unidad, dejan latente o abierto algún rencor.
Podemos mencionar algunas situaciones en donde parecería necesario hacer una confrontación, en casos muy concretos de la vida real de pareja. Por ejemplo una sospecha fundada de infidelidad matrimonial; o una prolongada falta de transparencia en la economía familiar; acaso una divergencia sería en la educación que se da a los hijos; y tantos otros casos que atentan de modo parecido contra la buena relación de matrimonio. «Hablando se entiende la gente», suele decirse; pero quiera Dios que siempre se haga con amor y buscando amarse en adelante amarse más que antes de haber hablado sobre la cosa. Insisto en estas aclaraciones.
En la vida de pareja, decíamos también arriba, siempre fue un atentado contra la buena relación el darse poco tiempo para conversar juntos. Actualmente por las simples exigencias de los horarios laborales, este peligro es evidentemente mayor. Debemos insistir en afirmar que el vivir en verdadera relación de pareja exige tener frecuente conversación entre ambos. Aunque hablando del clima que hace, de las noticias de los periódicos, la televisión o la radio, o acerca de los amigos y los vecinos; también puede ser de sus propios sueños, de su trabajo, de sus aficiones personales, de sus habilidades, de cualquier cosa, pero hablar juntos.Hablando de lo que fuere, se hace amistad o cercanía; y se logra disfrutar de una cierta cercanía y paz. Si se conversa con medida, con buen ánimo y hasta con buen humor. Pues si no fuese así podría resultar una conversación enojosa, causando hastío, cansancio y hasta el distanciamiento o rechazo mutuo. « ¡Qué pesado -se dice entonces- eres insoportable! » y si no se dice por delicadeza, por dentro quizás se piensa. Conversar entonces los distancia más, haciendo que se rehúya el conversar otras veces para no caer en lo mismo.