6 October 2024
 

Marzo 2012. Autor: P. Vicente Gallo Rodríguez S.J. fuente: formación para laicos

La relación entre los hombres, y el vivir conscientemente en ella, se realiza de muchas maneras; pero un modo especial, y acaso el más importante, se da en el hablar y escucharse mutuamente.

Un día vino a mi confesionario una pobre mujer, como hay tantas acaso, desesperada en su soledad. Su problema era que se le iban pasando los años, y sufría cada vez más la angustia de no tener a quién poder contarle sus cosas, sus proyectos, sus pequeños triunfos o sus gozos, sus fracasos no pocas veces, sus tristezas, sus frustraciones, nada. Tenía que conversar conmigo -me lo aseguró- solamente por eso, porque necesitaba desahogarse contando cómo se sentía, y pensaba que yo podría escucharle. No tener con quien hablar de sus penas, no tener alguien que la escuchase con verdadero interés por sus cosas y por ella, se le hacía por demás penoso.

Es el drama de muchos hijos niños o adolescentes cuando sus papás, quizás por estar muy ocupados, viven alejados, metidos en no sé qué intereses más importantes que su hijo. Y es el drama de aquellos esposos que, aun viviendo juntos, llevan tiempo sin poder hablar con su pareja, o no siendo escuchados cuando hablan. Escuchados con interés, que es el modo de escucha verdadera. Este es el drama de sentirse solos aun viviendo acompañados.

Hay muchos modos de relacionarse con otro. Pero es obvio que uno de los principales es el hablarse. Desde la apremiante necesidad de vivir en verdadera relación se aprenden los idiomas, a veces tan complicados: el idioma de nuestra gente, allí donde nacemos, aun antes de cualquier estudio posible y antes del llamado “uso de razón”; y si vamos a otra parte del mundo, el idioma de la gente con los que ahora vivimos.

La palabra es el medio obligado de comunicarnos los unos con los otros, el lazo elemental que nos une en sociedad, necesidad tan humana. Por eso el mentir es pecado: porque yo tengo derecho a poder fiarme de la palabra de los otros, y todos tienen derecho a fiarse de la palabra mía. El mentir es violar ese derecho. Aunque engañar cuando el otro no tiene derecho a saber mi verdad, ya no es pecado; lo dije antes, y son muy frecuentes las situaciones así. Hay casos en los que el ocultar la verdad es una verdadera obligación; por ejemplo, al no contar lo que ocurre en mi familia, aunque me lo estén preguntando.

Curiosamente nunca se nos ha dicho que sea pecado el no escuchar a quien habla cuando este tiene necesidad y derecho a ser escuchado. El no escuchar al otro cuando tiene derecho a que se le escuche es castigarlo a sentirse solo, sin que nosotros tengamos derecho a dejarle así. Por no haberse dignado escucharle, no pocas veces opinamos equivocadamente de uno, y le hacemos la verdadera injusticia de maltratarlo de esa manera, en nuestro concepto y acaso también hablando de él a los demás. Por no haberle preguntado, o no haber atendido debidamente a lo que dijo, hasta un juez puede dictar una sentencia injusta. Por el pecado de no escuchar cuando es una obligación.

Por no haber escuchado a la pareja, cuando te ha dicho cosas importantes de sí, con palabras o con otras expresiones no verbales, dejas de saber que te ama, y concluyes acaso que dejó de amarte. Se cae en la ligereza o el delito de maltratar la relación de amarse, respetarse y ayudarse durante toda la vida, tal como se lo prometieron ante Dios al casarse, cuando no se han escuchado debidamente. Concluyamos que también es pecado el no escuchar cuando se debe hacerlo; como lo es el mentir.

Como cristianos, entendemos que al hablar a quien “necesita” nuestra palabra, es a Dios a quien hablamos; hagámoslo, pues, con esa debida sinceridad, y con ese amor. Pero también, cuando escuchamos a quien “necesita” mucho ser escuchado, es a Dios a quien nos dignamos escuchar; hagámoslo entonces con esa reverencia sagrada de aquel Profeta niño: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”; o como María cuando le dijo a Dios “Hágase en mí según tu Palabra”; o cuando ella, escuchando a su Hijo, “guardaba todas esas cosas en su corazón”. Porque es en el corazón donde se acoge al otro si se le escucha de veras, no sólo en la mente o guardándolo en la memoria.

Comunicarse hablando es una necesidad imprescindible en una vida de relación que aspire a ser convivencia feliz. El simple hecho de estar juntos, aun sin hablarse aparentemente, pero manteniendo el estarse atentos el uno al otro, ya es cultivar la relación comunicándose. Siempre se cruzarán alguna palabra expresión del amor en ese estar atentos el uno al otro, y siempre habrá alguna palabra del otro como respuesta a ese amor de estar juntos. Pero sea como fuere, están haciéndose compañía, que es el primer deber para vivir en verdadera relación.

Comprendamos sin embargo que también pueden estar juntos y atentos el uno al otro, cuando por razón del trabajo, o de lo que sea, físicamente están distantes, pero con frecuencia cada uno de los dos piensa en el otro, y acaso sin más, sólo para saludarle, marca el teléfono. Estando distantes, no se dejan mutuamente solos, saben estar presentes el uno al otro, se hacen compañía. Todo tipo de “presencia” tiene validez y se necesita en una verdadera relación, principalmente en la pareja unida en matrimonio. Es importante saberlo.