29 de diciembre 2016. Autor: Padre. Raúl Ortiz Toro. Formador, seminario mayor, Popayán, Colombia. - Se celebra el 1 de enero de cada año la Jornada Mundial por la Paz, desde que el Papa Pablo VI les dio inicio el primer día de 1968. En esta jornada de 2017 que será la número cincuenta, el Papa Francisco ha querido hablar de la relación entre la No-Violencia y la política para la paz.
Sin embargo, nos preguntamos, ¿sirven las jornadas mundiales por la paz? La pregunta es retórica pues es evidente que, aunque no hemos logrado acallar el ruido de las armas y la cerrazón de la violencia en el mundo, al menos sí hemos ido avanzando en la conciencia de la necesidad de la paz. El pesimismo quisiera hacernos convencer de que este tipo de esfuerzos resulta ineficaz para lograr la paz, pero la fe nos confirma que la eficacia de una Jornada no radica simplemente en lograr el silencio de las balas y la violencia – que sería la paz querida – sino, ante todo, lograr en el corazón de los fieles el deseo de cultivar la paz.
Hasta el momento continúan cientos de conflictos bélicos en el mundo; muchos de ellos tienen una raíz o connotación religiosa. Algunos están ocasionados por litigios de limitación geográfica o por hegemonía económica. El Papa ha hablado en repetidas ocasiones de aquella Tercera Guerra Mundial diseccionada en el mundo. Y si nos vamos a los números, podremos descubrir que este tipo de conflictos, sumadas las víctimas, han generado tantos muertos como la Segunda Guerra Mundial. La intención del Papa en esta Jornada es que el mundo de la política no sea indiferente ante su compromiso por erradicar la violencia.
Es interesante que el Papa no habla en esta ocasión simplemente de la “Guerra” sino de la “No-Violencia”. La distinción no es sutil, ya que la no-violencia se refiere a un espectro más amplio, pues implica evitar cualquier tipo de agresión contra las personas. Por ejemplo, el maltrato intrafamiliar no es guerra pero sí es violencia; y así mismo otros tipos de agresión y discriminación por motivos de religión, raza, nación, sexo, etc. hacen parte de este lamentable contexto de la violencia que descarga la ira ante el semejante sin calcular las tristes consecuencias que en algunos casos llega a la muerte.
El Papa sugiere que la no-violencia debe constituir todo un estilo para que la política de la paz sea eficaz. Y es verdad, ya que “las violencias”, como lo recordaba el mensaje de la 101 Asamblea Plenaria de los obispos de Colombia, este año, son generadas por una serie de factores que van desde el alejamiento de Dios hasta la corrupción, que interfieren directamente con la construcción de la paz. Si a veces no nos sentimos muy comprometidos por cesar la guerra porque quizá no somos actores directos, sí hemos de sentirnos comprometidos en acabar con la violencia, a la que estamos tentados casi cada día, con palabras o con hechos. Empecemos pues haciendo un buen examen de cómo podemos aplicar una actitud de “no-violencia” en los ámbitos en los que nos movemos; no hagamos ineficaces aquellas palabras del Señor: “La paz les dejo; mi paz les doy” (Juan 14, 27).