7 December 2024
 

20 de marzo 2017. Autor: Padre Raúl Ortiz Toro – Docente del seminario mayor, Popayán, Colombia. ¿Dice algo, hoy en día, la palabra: “Conversión”? Seguramente que sí. Pero, también, probablemente no. Cuando digo esa palabra en la homilía trato de mirar a la gente y  - no sé si es impresión mía - pero siento que con su mirada me dicen internamente: “Otra vez este padre con el tema” e imagino que se les va la mente a atender alguna preocupación que dejaron en casa.

Ha llegado la Cuaresma 2017 y el estribillo es el mismo desde hace milenios: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. ¿Qué tanto caso hacemos al tema de la conversión? Vienen ahora los retiros espirituales, las conferencias de Cuaresma, las largas filas para la confesión, los ayunos voluntarios y también los impuestos, el viacrucis del viernes, las pequeñas y grandes mortificaciones… vienen ahora muchos signos externos: el gran reto es que Jesús no nos tenga que decir la sentencia de Mateo 15, 8, cuando les sacó en cara a los fariseos el texto de Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío…” 

Somos los sacerdotes los primeros que tenemos que convertirnos. Y nuestra conversión, como la de todo cristiano, es permanente; no somos seres acabados y perfectos. En otra época si algún feligrés insinuaba que el sacerdote debía convertirse, éste se sentía ofendido, como si ese tema no le tocara; gracias a la Conferencia de Aparecida (que por cierto este año cumple su décimo aniversario y ya luego hablaremos de ella) hoy podemos decir que en primer lugar es el sacerdote el que necesita conversión y empieza por la conversión personal para derivar luego en la conversión pastoral. La conversión pastoral es ganancia para la evangelización, porque es la manera concreta como el pastor se acerca al necesitado. Así pues, cada día se convierte en una nueva oportunidad que Dios nos da para renovar el llamado que Él nos hizo y aplicarnos a vivir una renovada vida de servicio y de coherencia. Oremos por todos los pastores para que el Señor nos ayude en el camino de nuestra conversión y nosotros seamos humildes para aceptarla. 

 

Cuaresma nos ayuda a todos a pensar que la soberbia de la vida desaparece cuando somos verdaderamente conscientes de nuestra finitud. Ese texto del “polvo eres…” es un aterrizaje espléndido de todas nuestras vanidades. Traducido es algo así como: “Mira, tú, que te crees mucha cosa, que te haces el importante, tan autosuficiente, tu destino no es un trono sino el polvo, eres lo más pasajero y finito del universo”. La verdadera conversión cuaresmal, ese vestirse “de saco y ceniza”, es asumir una actitud de responsabilidad ante la vida hoy: ¿Qué estoy haciendo, en concreto, por conquistar la paz de mi existencia? ¿Qué estoy haciendo en concreto por hacer que la vida de los que viven conmigo sea más llevadera? La conversión no son golpes de pecho: son actitudes concretas, medibles, cuantificables. Que al llegar Pascua puedas decir: “fui menos soberbio”, “compartí mi alimento con tres personas”, “dije menos mentiras”. Cosas así. Ese será el mejor camino de resurrección. Que no tenga Nietzsche que restregarnos en la cara ese sarcasmo de su ingenio: “Los cristianos no tiene cara de resucitados”. Correo:  Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.