27 de octubre de 2015. Padre. Raúl Ortiz Toro. Licenciatura en Teología Patrística e Historia de la Teología - Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (Italia) - Maestría en Bioética - Universidad Pontificia Regina Apostolorum de Roma (Italia). Docente, Seminario Mayor San José de Popayán, Colombia. – Halloween. No sé si soy un sacerdote "incrédulo" porque no estoy de acuerdo en aceptar que tan solo disfrazar a un niño el 31 de octubre es hacerle un favor a Satanás.
Yo me disfracé siempre, hasta que me dio vergüenza, y nunca me sentí en un culto satánico. Y, más bien, siempre me ha dado miedo de la gente que vive más pendiente de qué hace o deja de hacer el diablo y descuida lo que Dios quiere. No faltará el que diga que la obra más grande del espíritu del mal es hacernos creer que no existe y que caigo en ese error. Pero yo aquí no estoy negando su existencia, que es una verdad incontrastable; ni siquiera niego que en aquella noche algunas personas aprovechan todo el imaginario de sombras y de brujas para hacer el mal y practicar ritos satánicos; lo que cuestiono es tanta algarabía por un tema que podemos evangelizar en lugar de estar simplemente alarmando.
Sé que ya somos muchos los sacerdotes que en las parroquias alentamos a que la víspera de la gran Solemnidad de Todos los Santos, el 1 de noviembre, sea celebrada de una manera muy religiosa. De ese modo, el 31 de octubre se convierte en una oportunidad. Discúlpenme por referir una experiencia personal, pero desde hace cuatro años realizo un concurso de disfraces donde los niños se visten de santos, de ángeles, del papa, de sacerdote; a mí eso no me parece obra de ningún demonio sino una oportunidad de incentivar en los más pequeños la idea de ser mejores, seguir ejemplos de virtud, sin negarles la alegría de ese día. Los jóvenes nos ayudan haciendo carteleras con la vida de los santos, se distribuyen estampas de éstos y se hacen concursos – trivias sobre sus historias de vida, especialmente con los niños que no van disfrazados para vincularlos también.
Porque la solución facilista de "No te disfrazas", la entiende un grande, que ya no sabe qué es admiración y que tiene el corazón más duro ante las cosas sencillas, pero un pequeño no comprende por qué no puede vestir un disfraz o disfrutar un dulce; me parece esa posición muy mezquina de parte de un adulto. Las acciones del hombre tienen significado y ese significado lo otorga la persona que ejerce la acción. El significado que le otorga el niño a ese día es el de la alegría, el de salir a compartir con sus amigos el gozo de ser pequeños. Ahora bien, incentivemos disfraces alusivos al bien, desestimulemos los que tienen que ver con la maldad, la brujería, el terror, el miedo. Insistamos a los padres de familia en que no dejen solos a sus niños sino que los acompañen con amor y servicio.
He leído la iniciativa de un sacerdote que invita a que las familias tengan dulces en sus casas y un pequeño altar de la Santísima Virgen o del Señor Jesús; cuando pasen los niños pueden invitarlos a repetir una jaculatoria, un Ave María o un Padre Nuestro. En las parroquias una Eucaristía Solemne de Vísperas de Todos los Santos y una oportuna oración de desagravio por los pecados que se cometen en aquella noche, son iniciativas oportunas y realizables. ¡Feliz Solemnidad de Todos los Santos!