10 de julio de 2015. El verdadero hombre pájaro. Autor: Padre, Raúl Ortiz Toro. Licenciado en teología patrística e historia de la teología. Maestría en Bioética, Roma, Italia. Docente, Seminario Mayor, Arquidiócesis de Popayán, Colombia. “Padre, ¿practicar un deporte extremo es pecado?”. Me ha preguntado un joven que, con sinceridad, me dice que su mamá le insiste en ello y tiene sus dudas.
Le he explicado que, en verdad, lo que se conoce como “deporte extremo” debe ser llamado “actividades extremas” o “ejercicios de riesgo” °°°
porque ningún verdadero deporte pone en riesgo la vida del que lo practica. Hace poco tiempo la actividad más extrema era lanzarse desde un avión al vacío con un paracaídas pero luego vinieron el salto base, el bungee jumping (puentismo), el parapente, la escalada sin arnés, el kayak en ríos peligrosos, el buceo entre cuevas de gran profundidad o entre tiburones, acrobacias en moto y muchas otras actividades de aventura que ponen en riesgo la vida.
¿Ahora bien, sin hablar aún de pecado, hasta dónde una actividad de estas debe ser desaconsejada? La respuesta está en la responsabilidad que cada uno debe cultivar para el cuidado de su propia vida. Los defensores de estas actividades han inventado una unidad de medida llamada “micromuerte” que permite calcular qué tan riesgosa es una aventura contando la muerte de uno entre un millón. Las cifras así contadas resultan irrisorias y habría más riesgo de contraer diabetes comiendo un solo dulce que de encontrar la muerte en un salto porque no abra el paracaídas. No basta tampoco con la previsión de los riesgos y las medidas de seguridad. Para hacer un juicio moral de estas actividades hay que ir más allá de si se consideran las precauciones para practicarlos o qué tantos muertos ha habido entre un millón de practicantes.
Debemos también considerar un aspecto neurológico. Habremos escuchado hablar de la adrenalina, una hormona secretada por las glándulas adrenales que prepara al organismo para la lucha o defensa ante una situación de peligro. “Esto lo logra creando efectos corporales o fisiológicos como el aumento de la tensión arterial y ritmo cardiaco, aumento de las respiraciones por minuto e incluso la dilatación de las pupilas para una mejor visión. También estimula al cerebro para que produzca dopamina, la hormona que produce la sensación de felicidad o bienestar, así como efectos adrenérgicos (transmisión nerviosa), que pueden ser excitadores o inhibidores según el caso, por lo que puede crear adicción” (sportsandhealth.com.pa). Por este motivo, muchos de los que practican estas actividades quieren cada vez alcanzar nuevas metas con más riesgos donde el dolor incluso puede llegar a ser un valor agregado; son personas que buscan emociones fuertes para desafiar el aburrimiento y a veces para dispersarse, eludiendo las tristezas de la vida o los conflictos ante el futuro. Por supuesto, no podemos decir que son personas anormales o enfermas, simplemente son personas que necesitan canalizar esas necesidades de modo que en el hogar, el trabajo, en las actividades lúdicas puedan tener actividades que produzcan los efectos de la adrenalina, a través de la creatividad, la sana competencia, la novedad de la vida. Decía un santo que “El amor es inventivo hasta el infinito” y esa debería de ser la principal adrenalina porque el verdadero hombre pájaro es el que se eleva por el amor y vence cualquier egoísmo y no el que pone en peligro su vida.
Entonces, ¿es pecado? Si conscientemente pone su vida en riesgo, sí. Si vale más un rato de satisfacción placentera que todo el conjunto de la vida, sí. Si por allá, en lo recóndito de su ser, piensa que practicando esta actividad no importa si llega la muerte, sí. ¿Y los que mueren practicando estas actividades? Los confiamos a la Misericordia de Dios quien tiene caminos inusitados para salvarnos (Cf. Catecismo No. 2283).