5 October 2024
 

3 de agosto de 2015. Religión y política. Autor: Padre, Raúl Ortíz Toro. Licenciado en teología patrística e historia de la teología. Maestría en Bioética, Roma, Italia. Docente, Seminario Mayor, Arquidiócesis de Popayán, Colombia.  El 25 de julio pasado inició en forma la campaña electoral para los comicios del próximo 25 de octubre

en los que se elegirán Gobernadores, Alcaldes, Diputados y Concejales, es decir, las autoridades locales en Colombia. En algunos casos, el espectáculo que suele rondar estos días resulta ser bastante triste para la democracia. Hemos asistido ya a la lucha por los avales, los cálculos de las conveniencias, la manipulación de las maquinarias electorales, amenazas y asesinatos de candidatos, alianzas con el narcotráfico y los grupos al margen de la ley y seguirá así hasta el corolario de las elecciones: el trasteo de votantes, la compra de votos, el fraude electoral, la impugnación de las elecciones, etc.

En días pasados un medio registró la siguiente noticia: “Candidatos buscan los votos de Dios para salvar a Bogotá” y en ella se contaba el modo como los candidatos se acercan a los grupos religiosos no católicos para ganar votos haciendo alianzas con éstos, quienes muchas veces comprometen sus propios principios pero aseguran un puesto de poder en el gobierno local. La historia de la alianza entre el “cetro y la cruz” no ha sido afortunada. Debemos ser humildes al reconocer que por el deseo de instaurar el Reino de Dios en muchas partes de la tierra se llegó a confundir a la Iglesia con el Estado y viceversa. La Iglesia Católica ya pasó por aquella época en la que desde los púlpitos se quitaban o se ponían candidatos. Ahora ella comprende, como lo dice el Concilio Vaticano II, que “por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, [La Iglesia] es a la vez signo y salvaguardia del carácter transcendente de la persona humana.

La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre” (Gaudium et Spes, 76).

Por ello, en estos días de campaña electoral debemos estar atentos para evitar dos excesos: en primer lugar, la indiferencia y el pesimismo ante el panorama; si bien es cierto que hay muchos candidatos que no tienen verdadera vocación hacia la búsqueda del Bien Común sino a la satisfacción de sus propios intereses, sin embargo, ello debe animarnos a buscar en las enormes listas a personas que con sus programas de gobierno y su proyección comunitaria propendan al beneficio mutuo. Estoy seguro que entre tantas opciones ha de haber verdaderos interesados en la ciencia política como promoción de la comunidad.

En segundo lugar, el otro exceso y, a la vez tentación, que debemos evitar es el de la alianza, así sea “sutil” hacia algún candidato o partido político. Esos gestos dividen enormemente a las comunidades parroquiales pues encasillan al sacerdote en un color político que muchas veces no resulta ser el mejor y ya sabemos que entre nuestros fieles hay distintos colores. A los sacerdotes nos buscan en estos días para que celebremos una Eucaristía por tal candidato, a prestar el salón parroquial para una jornada de “promoción social”, a que busquemos a unas personas necesitadas para “favorecerlas”, a que vayamos a bendecir la sede política del candidato y cosas por el estilo. Evitemos caer en apoyos directos o indirectos. Utilicemos el poder de la palabra para animar a todos a buscar, con verdadero sentido crítico y responsabilidad social, a personas idóneas con verdadero sentido de honestidad y trabajo. Esa es la verdadera alianza que puede hacer la religión con la política. Lo demás se encasilla en cuestiones terrenales que no son para la Gloria de Dios.