30 de mayo 2017. Padre, Mario García Isaza. Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia. “Ya casi duele la patria, como una espina en el pecho…”, así comienza uno de los muchos hermosos poemas de Jorge Robledo Ortiz, el poeta de la tierra. Y se vienen a la mente y al corazón al contemplar lo que estamos viendo. Va consumándose el holocausto en que irresponsable locura, que sin duda alguna la historia calificará con imborrable condena, ha sacrificado la patria en el altar del crimen.
Un presidente ilegítimo y una camarilla de áulicos venales se han llevado por delante, prevalidos de los perversos instrumentos “legales” que les han proporcionado los organismos legislativos y judiciales, todo el ordenamiento democrático de Colombia; y han puesto nuestro destino en las manos de los peores enemigos internos de la patria y de siniestros asesores extranjeros. En el desconcierto de ese diabólico proceso de traición, asombra ver cómo la mentira, la negación de lo que ayer se afirmaba, la promesa hecha sin intención ni posibilidad de cumplirla, el eufemismo engañador, la tergiversación de lo que otros digan, la atribución a los contradictores de afirmaciones o intenciones inventadas, la exégesis maliciosa de las doctrinas y de los hechos, todo eso y mucho más, es lo que determina y encauza las decisiones que se toman a diario, encaminadas a consumar la entrega. Y, no sabe uno si a sabiendas de estar mintiendo o confundidos, hay quienes sueltan aseveraciones descaradamente mentirosas y tremendamente maléficas. El P. Francisco de Roux, llevado de su inocultable gobiernismo, habla en uno de sus últimos artículos en El Tiempo de quienes “dicen que hay que hacer trizas la paz”. Eso constituye una grosera y ofensiva mentira; eso nadie lo ha dicho. Se ha dicho, y con sobrada razón, que hay que hacer trizas el malhadado documento que se nos quiere imponer a los colombianos que ya lo rechazamos rotundamente en un acto plebiscitario, del que el gobierno, que había prometido respetarlo, se burló sin asomo de vergüenza. El inefable doctor De la Calle, que antes del plebiscito había dicho, palabra más palabra menos, que si el veredicto del pueblo negaba el acuerdo, éste, simplemente, dejaba de existir, ahora, en trance de candidato, sentencia que acatar todo lo acordado es una obligación ética y jurídica de la nación. ¡Buen alumno del presidente, en su histriónica capacidad para desdecirse ! Como lo ha hecho también al decir que es un cuento inventado aquello de que en el farragoso texto del acuerdo esté siquiera insinuada la tal ideología de género, después de haber afirmado a través de micrófonos, y sin que le temblara la voz, que “ no se nace hombre ni se nace mujer”…
El hecho protuberante, el hecho rotundo e ineluctable, es que la validez de “lo acordado” estaba condicionada a que el pueblo colombiano lo aceptara; así lo afirmó Santos; con esa convicción participamos en el plebiscito. El veredicto, contra todo lo que la aplastante y aranera campaña oficial pretendió, fue: ¡ NO !. Allí, por consiguiente, nada hay que respetar. Y lo que está haciéndose es una burda e insolente trapacería, un desconocimiento burlesco y traicionero del querer mayoritario de los colombianos. Correo: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.