22 de junio 2017. Autor: Padre, Mario García Isaza. Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia. La lectura del relato hecho por varias de las Religiosas Eucarísticas, que trabajaban en la dirección del Colegio de niñas que funcionaba junto a la Parroquia, que compartieron con el Sacerdote mártir las angustiosas horas previas a su sacrificio y fueron testigos de él, permite descubrir y admirar algunos de los rasgos espirituales de este siervo de Dios. Es el mencionado relato una narración vívida, de una sencillez encantadora, y
sin pretensiones distintas a la de un testimonio fidedigno de lo que se vivió en aquellas jornadas luctuosas del 9 y 10 de abril de 1948.
De acuerdo con el retrato espiritual que es posible ir trazando al leer esas páginas, distinguían al Padre Pedro María Ramírez, entre otras múltiples virtudes cristianas y sacerdotales, las siguientes.
Una honda piedad eucarística. Su vida giraba alrededor de ese eje de fe, el Sacramento de la Eucaristía; de la celebración diaria de la Santa Misa, cumplida con unción edificante, y de la adoración ferviente del Sacramento. Cuentan que de ordinario recitaba el Oficio divino ante el Santísimo. Que era frecuente verlo pasar largas horas en adoración. “La Eucaristía, - escribe la Madre Mercedes de Jesús – era para el P. Ramírez el centro de atracción” – Era notable su preocupación por el decoro, pulcritud y belleza de cuanto tuviese que ver con el Santísimo. Todos los jueves celebraba hora santa de adoración. Y cuando, el 10 de abril, se hizo inminente el peligro de violencia, su primera preocupación fue la de evitar cualquier profanación: primero consumió, en compañía de las religiosas, las hostias consagradas que había en el templo, dejando solamente una como reserva; le encomendó a la Superiora que si llegaba a presentarse inminencia de sacrilegio, ella consumiera aquella Hostia consagrada, si él no podía hacerlo. Lo cual no sucedió así, ya que él, cuando ya creyó inevitable el ataque alevoso, comulgó con aquella Hostia: fue su viático martirial.
Profunda devoción al Sagrado Corazón. Era este un matiz notable de su espiritualidad. Promovía por todos los medios el culto al Sagrado Corazón. Fomentaba la práctica que en aquellos tiempos llamábamos “de los primeros viernes” Una de las religiosas habla de su “predilección por el Divino Corazón de Jesús”, y hace esta bella reflexión: él se ofreció como víctima, y “el Divino Corazón debió aceptar su ofrecimiento y habrá cumplido en él las promesas hechas a Santa Margarita María”
Una ferviente piedad mariana. “Todos los días, testimonia la religiosa mencionada – rezaba el santo rosario con los fieles. Cada sábado celebraba el rosario de aurora, recorriendo algunas calles del pueblo y cantando los misterios.” Y en otro lugar, asienta: “encaminaba las almas, especialmente de los niños y jóvenes, por medio del amor a la Eucaristía y la devoción a la Santísima Virgen”.
Un trato afable y cordial con toda clase de personas, y un ejemplar celo pastoral. Se consumía, sin tasar la entrega en el trabajo y el servicio a los fieles, y mostraba en toda ocasión una gran cercanía en el trato con todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, cercanos y alejados. Su índole temperamental acusaba cierta rigidez, que no era otra cosa que firmeza en sus convicciones, amor a la verdad, empeño por combatir el error, fidelidad a las normas y enseñanzas de la Santa Iglesia. Cuentan las hermanas que dedicaba todo el tiempo que fuese necesario a la catequesis presacramental, y que se granjeaba fácilmente la simpatía y el cariño de los niños. Y cuando creía tener el deber de hablar con cierta dureza para combatir los vicios o errores, solía ofrecer excusas humildes y paternales por la posible dureza de sus palabras.
“ Perdonadme, cuentan que decía con humilde sencillez – si os he hablado con dureza; es porque os quiero y deseo vuestro bien”.
Nítida conciencia del ofrecimiento sacrificial de su vida. Dan testimonio de ello varias cosas. Primera : la respuesta que dio a una de las religiosas, que después de la primera arremetida de la chusma en la casa cural y el templo, le dijo : Padre, ¿qué hubiera sido de nosotras si nos lo hubieran matado? – “Hermanita, fue su respuesta, qué dicha, esta misma noche con Jesús” . Segunda: la siguiente reflexión, hecha por él cuando una de las hermanas le insistió en que huyera : “ La palma del martirio es una gran gracia de Dios ; Madre, yo no huyo, porque cuantas veces le consulto al Amito, Él me dice que permanezca en mi lugar” Y tercera : la estremecedora esquela que, presintiendo lo inevitable de su sacrificio, escribió y encargó que fuese entregada al Señor Obispo, y en la cual estampó, al final : “ De mi parte deseo morir por Cristo y su fe. Al Excelentísimo Señor Obispo mi inmensa gratitud, porque sin merecerlo me hizo Ministro del Altísimo, Sacerdote de Dios y Párroco, hoy, de Armero, por quien quiero derramar mi sangre” Correo: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.