“Los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para libra las almas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre” (Salmo 32, 11. 19), es la antífona de entrada de la misa de la fiesta del Sagrado Corazón. Aunque el texto es del Antiguo Testamento, expresa perfectamente el sentido de la devoción al Corazón de Jesús.
Sabemos que la plenitud de la revelación de Dios y por tanto del amor que nos tiene está en la persona de Jesús, hijo de Dios, que, sin dejar de ser plenamente Dios, se hace perfectamente humano. Él es la fuente de todas las gracias que recibimos de Dios, enseña San Agustín, nos enseña cuánto nos ama Dios no sólo con sus palabras sino con cada una de sus obras. Qué importante pedir con frecuencia al Espíritu Santo nuevas luces para poder comprender un poco mejor al Corazón de Jesús, hasta poder decir con plena convicción con San Pablo: “Cristo me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
Es fundamental para toda persona el saberse amada y estar convencida de que es amada en primer lugar por el mismo Dios. ¡Cuantos odios, resentimientos, depresiones, venganzas, se evitarían en el mundo si estuviéramos realmente convencidos de esto! ¡Cómo se multiplicarían los actos de bondad, generosidad, perdón y misericordia si reconociéramos el amor infinito que Dios nos tiene! Realmente el mundo estaría en condiciones muy diferentes, nosotros mismos, nuestro trato con Dios y con los demás sería muy distinto, seríamos mucho más libres, no tendríamos tantos prejuicios, estaríamos menos prevenidos al actuar, esperando que nos traten mejor, nos agradezcan o nos paguen por cualquier favor o servicio por pequeño que sea, si estuviéramos realmente convencidos de que Dios nos paga con creces el más mínimo gesto de amor. Justamente, el Hijo de Dios se encarnó para que nosotros pudiéramos conocer mejor el amor de Dios.
El Corazón de Jesús es un corazón con sentimientos humanos. No hay un solo acto del alma de Cristo o de su voluntad, que no esté dirigido a nuestra redención, a conseguirnos todas las ayudas para que no nos separemos de Él, o para volver si nos hubiéramos extraviado. En su paso por la tierra no hubo una sola parte de su cuerpo que no padeciera por nuestro amor. Toda clase de penas, injurias y oprobios las aceptó Jesús gozoso por nuestra salvación. No quedó una sola gota de su preciosísima sangre que no fuera derramada por nosotros.
“Dios me ama” es la verdad más consoladora y la que debe tener más efectos prácticos en nuestra vida. Efectivamente, “amor con amor se paga”. Hasta en las situaciones más inesperadas de nuestro día, deberíamos estar en condiciones de decirle como Pedro: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo” (Jn 21,17). El viernes siguiente a la Fiesta de Corpus Christi, Jesús se apareció a santa Margarita María de Alacoque, pidiéndole que promoviera el amor a la comunión frecuente, sobre todo los primeros viernes de cada mes, y le prometió hacerle partícipe en la noche del jueves de sus dolores en el Huerto de los Olivos, y le dijo: “Mira este corazón que ha amado tanto a los hombres, y que no ha omitido nada hasta agotarse y consumirse para manifestarles su amor ; y en reconocimiento, Yo no recibo de la mayor parte sino ingratitudes por sus irreverencias y sacrilegios y por las frialdades y desprecios que tienen hacia Mí en este sacramento de amor, pero lo que me es más sensible todavía es que sean corazones que me están consagrados los que así me traten. Por eso te pido Yo que (...) me sea dedicada una fiesta particular para honrar mi Corazón comulgando en ese día y reparando con algún acto de desagravio...” San Juan Pablo II recordaba en el Ángelus del 27 de junio de 1982, la importancia de vivir no solo un día, sino todo el mes de junio, una especial devoción al Sagrado Corazón.
Dicho con palabras sencillas, este mes debemos avivar nuestro amor a Jesús, pues su amor no es correspondido. ¿Cómo hacerlo? He aquí algunas sugerencias prácticas: Repetir muchas veces al día jaculatorias al Sagrado Corazón, visitarlo con más frecuencia en el Santísimo Sacramento, vivir mejor la Santa Misa y en especial el momento de la comunión y para ello, cuidar la confesión frecuente. En fin, cuando hay amor, la imaginación es más creativa, así que cada uno encontrará más modos de alimentar y expresar el amor a Jesús.
Ya lo dijo el Papa Pio XII en su encíclica Haurietis Aquas: el culto al Sagrado Corazón de Jesús “nace de las fuentes mismas del dogma católico”. Por tanto, esta no es devoción de algunos, sino de todo buen hijo de la Iglesia, pues, como podemos comprobar: el Amor es la verdadera fuerza que mueve al mundo.
Mons. Miguel Fernando González Mariño
Obispo Auxiliar de Ibagué