Lucas 17, 5-10: Crecer en la fe y en el servicio: La increíble fuerza de lo humilde
Introducción
Seguimos caminando junto con los discípulos en el seguimiento de Jesús –como nos los presenta la pedagogía del evangelio de Lucas- rumbo a Jerusalén. La “subida”, que abarca todos los pasajes de 9,51 a 19,48, de dicho evangelio, va exponiendo con sumo cuidado las lecciones más importantes del discipulado, de manera que “el discípulo bien formado sea como su Maestro” (ver Lc 6,40b).
1. Los apóstoles en el mundo de la comunidad y de la misión
El evangelio de hoy necesita ser contextualizado. Tengamos presentes las siguientes anotaciones previas.
1.1. De los evangelios anteriores al de hoy: las relaciones comunitarias
Los textos que hemos leído en los últimos domingos han situado el discipulado –desde la perspectiva de la Buena Nueva del Reino de Dios- dentro del complejo mundo de las relaciones. No son fáciles las relaciones, sobre todo cuando hay dinero de por medio. Sin embargo, precisamente allí se debe verificar la vida nueva del Reino en la manera de ser de los discípulos.
Ahora Jesús cambia de auditorio. Deja de lado a los fariseos (ver 16,14 que termina con la parábola del rico epulón) y comienza a hablar con sus discípulos. Es característico en Lucas este cambio frecuente de auditorio alternando las multitudes, los adversarios y los discípulos; igualmente la alternancia de individuos y grupos.
Una vez que se anuncia que Jesús se dirige a los discípulos (17,1), vemos cómo del tema de las relaciones sociales (rico-pobre: parábola del rico epulón y el pobre Lázaro) se pasa enseguida al de las relaciones al interior de la comunidad. El texto seleccionado para hoy forma parte de una serie de cuatro enseñanzas sobre la vida comunitaria en Lc 17,1-10, y trata sobre dos temas fundamentales:
(1) el crecimiento en la fe (17,5-6), y
(2) la necesidad de la humildad a la hora de cumplir con las responsabilidades (17,7-10).
En el contexto inmediato del pasaje (Lc 17,1-4) encontramos las dos primeras dos instrucciones. Ambas tratan de poner en orden situaciones negativas que se presentan al interior de una comunidad: (1) el peligro de los escándalos, es decir, el volverse piedra de tropiezo en el camino de otro (17,1-3a); y (2) la necesidad de perdonar los pecados de los hermanos (hacia fuera o contra uno; 17,3b-4).
En ambos casos escuchamos dos enseñanzas imperativas de Jesús: (1) “¡Cuidaos de vosotros mismos!” y (2) el perdón fraterno “siete veces al día... ¡le perdonarás!” (17,3b- 4).
Salta a la vista que el discipulado es siempre con-discipulado, es decir, no se camina aislado de los demás porque el de Jesús es un camino compartido, comunitario. Pero es evidente –y lo sabemos por experiencia- que nunca faltan las dificultades: los roces, los malos-entendidos, los abusos, las negligencias, las personalidades fuertes o las muy frágiles. ¡Qué difícil es convivir! Por eso Jesús ahora va tocando una a una algunas de estas realidades sentando posición al respecto. Por ejemplo, el imperativo de Jesús: “¡Le perdonarás!” (17,4).
1.2. Una enseñanza que avanza
Es después de estas líneas sobre la conflictividad en las relaciones que de repente se escucha el grito de los discípulos: “¡Auméntanos la fe!” (17,5).
Del perdón se salta al tema de la fe. Nos vienen a la mente frases famosas de la Biblia sobre la fe: “El justo vivirá por la fe” (Rm 1,17; cita de Habacuc que se encuentra en la primera lectura de hoy); “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe” (1a Juan 5,4); “El que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan” (Hb 11,6).
Pero es en el mismo evangelio de Lucas donde encontramos una cantera de experiencias de fe, sean estas positivas, negativas o deficientes. Por ejemplo:
Ya desde la primera página del evangelio se nos presenta a Zacarías quien es reprendido por “no haber dado crédito” al anuncio del Ángel (1,20); o la otra cara de la moneda en el Fiat de María, la cual es felicitada: “¡Feliz la que ha creído!” (1,45).
Sin duda las bellas historias de fe de los marginados: la de los que cargan a un paralítico “viendo la fe de ellos...” (5,20); la del centurión romano que se siente indigno frente a Jesús y recibe del Maestro la felicitación “Ni en Israel he encontrado una fe tan grande” (7,9); o de la prostituta, quien mostró un maravilloso impulso de amor y escuchó las palabras: “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (7,49); en los mismos términos anima la fe de la impura hemorroísa (8,48), del leproso samaritano (17,18) y del ciego de Jericó (18,43). Es llamativo que frente a la declaración del fallecimiento de una niña de doce años, Jesús le diga al papá: “No temas, solamente ten fe y se salvará” (8,50).
Ante la impaciencia de la persona desesperada porque no ve “justicia” y que quizás llega pensar que Dios no escucha las oraciones, Jesús pregunta: “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (18,8).
Pero también asistimos a la fe débil de los discípulos ante la tempestad en medio del lago y la consecuente reprensión de Jesús: “¿Dónde está vuestra fe?” (8,25). Le dirá incluso: “¡Hombres de poca fe!” (12,28). Sobre todo ante la noche oscura de la pasión se les hará
notar: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer” (24,25).
Más diciente aún es que el mismo Pedro que confiesa la fe en nombre de la comunidad (ver 9,20), exhiba luego –a la hora de la violencia cruel sobre el Maestro- su debilidad al respecto (ver 22,54-62). Pero Jesús muestra aquí y siempre interés por la maduración de su fe: “He rogado por ti, para que tu fe no desfallezca” (22,32).
Si tenemos en cuenta todo lo anterior, entonces comprenderemos mejor el tenor de la súplica de los discípulos, que se escucha hoy en plural comunitario en cuanto petición apostólica: “¡Señor, auméntanos la fe!” (17,5).
1.3. El ambiente apostólico: comunitario y evangelizador
Recordemos que la última frase que se ha escuchado a Jesús es: “¡Le perdonarás!” (17,4). Ahora bien, la súplica por el crecimiento en la fe –situada dentro del conjunto de textos agrupados aquí (atención, esto es importante: ¡el contexto!)- equivale a un reconocimiento de la impotencia personal para perdonar. En otras palabras: porque los discípulos sienten que no es fácil superar los escándalos y ofrecer el perdón, es que piden que se les aumente la fe como el recurso para lograrlo.
“¡Señor, auméntanos la fe!” (17,5) es un grito que se debe haber escuchado más de una vez ante situaciones difíciles en la convivencia: “¡Es imposible!”, “¡No me siento capaz!”, “¡No se lo merece!”. En el fondo podría haber un sentimiento de desesperanza frente a la vida comunitaria donde siete veces al día puede haber conflictos: “¡No vale la pena intentarlo más!” (Pensemos lo que esto significa, por ejemplo, ¡en una familia!).
Pero además de este ambiente comunitario, y puesto que se trata expresamente de una petición de los “apóstoles” (Lucas ha puesto este término aquí), la súplica por el crecimiento en la fe está relacionada con la tarea propia de los apóstoles. Ellos fueron llamados solemnemente por Jesús (ver 6,12-13) y han sido investidos con “autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades” (9,1). Su capacidad para obrar milagros está relacionada con el don de la fe que es lo que en última instancia los realiza. Por eso “¡Señor, auméntanos la fe!” (17,5).
1.4. La forma y el propósito de la respuesta de Jesús
La respuesta de Jesús, lejos de ser simple, parece agudizar el asunto, suena a reprensión: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza...” (17,6a). En realidad, como hace habitualmente Jesús, la respuesta se da a un nivel más profundo que la pregunta misma. La misma forma de responder de Jesús ya es significativa; y tal como hemos visto en otros domingos, tenemos hoy un dicho y una parábola:
(1) Un dicho sobre la fe: “el poder de la palabra dicha con fe” (17,5-6). Éste parte de una pregunta de los discípulos.
(2) Una parábola sobre el servicio: “el siervo que regresa del campo” (17,7-10). Parte de una pregunta de Jesús.
Las dos enseñanzas –inculcando ambas un “hacer” positivo- se complementan mutuamente. Esto implica para el discípulo que su fe crece proporcionalmente a su capacidad de servicio humilde y viceversa; en otras palabras, que el crecimiento en la vida comunitaria superando escándalos y tendiéndole la mano al hermano frágil mediante el perdón- y la eficacia en la misión son posibles cuando se cumplen estos dos presupuestos.
Por otra parte, el énfasis en el tema de la fe pone en el horizonte el tema de la relación con Dios: ¿Sobre qué actitudes se fundamenta? Tenemos entonces que la capacidad de perdón (además del evitar que afloren escándalos) es proporcional a la experiencia de Dios. Además, observando la proyección misma del texto, notamos cómo la relación con Dios, apoyada en la “fe”, se reconoce en la humildad, la donación total y la fidelidad del servidor de la parábola. Esa misma actitud radical de servicio a Dios es la que se requiere también frente al hermano al cual se le tiende la mano.
Con todas estas indicaciones primeras, sumerjámonos ahora en los puntos más importantes del pasaje de hoy para que descubramos su interesante dinámica interna.
2. El crecimiento de la fe (17,5-6)
Comienza el evangelio así: “Dijeron los apóstoles al Señor: „Auméntanos la fe‟” (17,5). A lo cual Jesús responde diciendo que aún una poca cantidad de fe es capaz de hacer obras impensables:
“Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro:
„Arráncate y plántate en el mar‟,
y os habría obedecido” (17,6)
Notemos que los discípulos hacen una solicitud en términos cuantitativos, tanto así que la súplica podría traducirse como “añádenos fe”; esto presupone que los apóstoles tienen algo de fe. Pero la respuesta muestra que la fe no puede cuantificada; más aún, pone en crisis el presupuesto mismo de la pregunta.
La frase condicional “si... entonces”, somete a los oyentes de Jesús a una reflexión. Hay que notar el presupuesto y su consecuencia.
2.1. El presupuesto
El referente es un “grano de mostaza”. Este grano ya había servido para una parábola del Reino (en 13,19) y parece tratarse de la “sinapsis nigra” (mostaza negra) que crece hasta formar un arbolito que puede alcanzar incluso unos tres metros, por eso en la parábola es imagen de algo extremadamente pequeño que se llega a ser grande. En nuestro caso aquí sirve para ilustrar en más pequeño brote de fe. Como quien dice: “la más mínima fe”.
2.2. La consecuencia.
Se acude también aquí a una imagen vegetal: el “árbol”. Pareciera que Jesús tuviera ante sus ojos los árboles que abundan a la orilla del mar en Palestina, en los alrededores de Yaffa. El árbol al que Jesús se refiere parece ser diferente del “sicómoro” mencionado en el relato de Zaqueo (19,4) y tratarse más bien de una morera (la “morus nigra”). La comparación viene al caso además porque es un árbol de raíz profunda, lo cual avisa sobre la dificultad para transplantarla.
En la frase de Jesús se destaca la obediencia de morera ante una orden para arrancarse y auto-transplantarse en el mar: “Y os habría obedecido” (17,6b). Los apóstoles –se quiere decir aquí- deben tener la certeza del cumplimiento del mandato, tal es el poder de la palabra apostólica.
Evidentemente no es una frase para ser tomada literalmente como una invitación para hacer cosas absurdas o como una indicación de poderes mágicos. Jesús se refiere a la habilidad que caracteriza al líder de la comunidad y al misionero. Éste no es un mago sino un héroe de la fe.
2.3. La clave de la fe pascual
Notemos que Lucas dice expresamente que los apóstoles se dirigen al “Señor”. Este título, lo sabemos bien, es pascual. Esta indicación nos da una pista interpretativa sobre qué tipo de crecimiento en la fe se trata.
Para la obra lucana la fe es la respuesta al anuncio del mensaje sobre el poder de la resurrección del crucificado, es la acogida total de la Palabra –fuerza vital de Cristo que germina en el oyente- (ver Hch 2,41.44).
Así como sucede con la fe “lenta” de los discípulos de Emaús que se alejaban de la comunidad de Jerusalén (24,13-25), también hay un grave riesgo en aquel a quien la semilla de la Palabra (Lc 8,4-15) no ha germinado en su vida de discípulo: ni contribuye en la superación de las dificultades comunitarias ni su anuncio misionero tiene la fuerza del anuncio pascual que predica “la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones” (24,47).
He aquí la fuerza sorprendente de la fe, capaz obrar transformaciones inimaginables (en la misión de Jesús encontramos muchos ejemplos). No es necesaria una fe extraordinaria, sólo se necesita una pizca de fe. Pero, ¿Cómo es ésta fe? ¿Cuál es su contenido? Para responder se propone la parábola siguiente.
3. La necesidad de la humildad a la hora de cumplir con las responsabilidades (17,7- 10)
El evangelio, sin ninguna continuidad de solución, pasa a la otra parte de la enseñanza: la parábola del “siervo que regresa del campo” (ó parábola del siervo inútil).
La parábola interroga directamente a los discípulos (“¿Quién de vosotros?”). Para ello se vale de la descripción de la vida cotidiana de un esclavo que después de haber trabajado de sol a sol en el campo de su patrón: “¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando...” (17,7a). Tal siervo parece tener que hacerlo todo en la hacienda de su señor: sembrar el campo, pastorear los rebaños y, como se ve enseguida, atender las tareas domésticas; el servicio ocupa completamente su vida. Los tres campos de servicio coinciden muy bien con las tres imágenes más frecuentes del apostolado en el evangelio.
El hecho es que –según la parábola- el regreso a casa de este siervo, no le da tregua a sus oficios porque aún tiene que trabajar en los deberes caseros antes de descansar: el servicio a su patrón va primero que la satisfacción de sus personales necesidades como es la comida. El cumplimiento de todas estas tareas no le intitula ninguna recompensa, no es la base para reclamar derechos, lo único que importa es la satisfacción del deber cumplido.
El planteamiento se hace mediante una cadena de tres preguntas (“retóricas”, esto es, que ya traen implícita la respuesta; 17,7-9) y una aplicación (que comienza con el “de igual modo vosotros”; 17,10).
3.1. Las tres preguntas (17,7-9)
Observemos de cera y brevemente cada una de las preguntas:
(1) “¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del
campo, le dice: „Pasa al momento y ponte a la mesa?‟” (17,7)
La pregunta se basa en la lógica del servicio total que le corresponde a un esclavo: al final del día, cuan el esclavo regresa a la casa lo más probable es que el patrón todavía le ponga más oficio. Que el patrón lo haga sentar a la mesa para servirlo (ver 12,37) parece improbable porque es un absurdo para las costumbres sociales de la época. Por tanto, la respuesta esperada para la primera pregunta es “nadie”.
(2) “¿No le dirá más bien: „Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?‟” (17,8)
Ahora se mira la situación desde el punto de vista lógico: el esclavo se pone al servicio del patrón. Notamos tres acciones relacionadas con la cena nocturna: “preparar” (los alimentos), “servir” (la mesa) y “comer/beber”. El servicio no reposa hasta que no se haya terminado completamente el deber. La imagen del siervo con la túnica ceñida para moverse más fácilmente en el ajetreo muestra el celo en el servicio (ver 12,37 y las implicaciones en Jn 13,4). La respuesta también es obvia: “sí”.
(3) “¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado?” (17,9)
Llegamos al momento crítico de la parábola. Una vez que se ha estado de acuerdo con lo anterior parece tener que aceptarse también el que la jornada del siervo no termine con un “gracias” por parte del patrón. Suena un poco chocante, pero se comprende en el contexto de la manera de funcionar del sistema esclavista antiguo (hoy, a propósito de los derechos del trabajador y la elemental cortesía, la mentalidad es completamente diferente). Todo se basa en el hecho de la pertenencia total del siervo a su señor: el cumplimiento de los deberes no pone al patrón bajo obligación.
Ahora bien, el hecho de que el patrón en principio no tenga obligación no quiere decir que gratuitamente no pueda agradecer.
Pero el punto de vista que le interesa a la parábola es el del siervo: ¿Qué expectativas debe tener? ¿Con qué intereses o motivaciones trabajará?
La radicalidad en el servicio –desde la más absoluta gratuidad en la entrega al otro- mostrada por el siervo de la parábola la veremos en el servidor de todos los siervos que es Jesús en el relato de la pasión: “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (22,27).
3.2. La aplicación de la parábola
17,10: “De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: „Somos siervos indignos; hemos hecho lo que debíamos hacer‟”
El pensamiento final se dirige a los discípulos: “Vosotros”. ¿Con qué actitud se presenta ante Dios un servidor suyo?
Los servidores de la comunidad de Jesús se confiesan “indignos” (esto es más exacto que el término “inútiles” que aparece en algunas traducciones). Se simplemente una expresión de modestia que subraya el significado de “siervo”, queriendo decir que no tienen necesidad de agradecerles: “sólo hemos cumplido con nuestro deber”.
La conciencia del servidor de Jesús es la de una persona que, abandonada en la fe, con la vida centrada en su Señor, se da sin reservas y con gratuidad en el servicio aspirando siempre al cumplimiento cabal de su “deber”. Recordemos en el evangelio el término “deber” está relacionado con el cumplimiento del proyecto de Dios; según esto entonces obrar por puro “deber” es obrar por puro “amor”.
3.3. Hacia una nueva mentalidad en el liderazgo apostólico
La antítesis del servidor de la parábola la encontramos personificada en otra parábola en el rostro de un fariseo que piensa que hizo mucho y se presenta ante Dios en el Templo para reclamar favores especiales (ver 18,12).
Es muy probable que esta parábola hiriera la mentalidad farisaica que argumentaba que el hacer buenas obras daba derechos para reclamarle a Dios la debida recompensa. Aunque en el judaísmo encontramos enseñanzas cercanas a las de Jesús, por ejemplo: “No seas como los esclavos que sirven al patrón por la búsqueda de recibir una recompensa” (P.Ab.1,3); “Si tú te has esforzado mucho en la ley, no reclames los méritos para ti, porque para este fuiste creado” (P.Ab 2,8). En pocas palabras: no a los méritos.
¡Cuánto repudió Jesús esa actitud de quien sirve a Dios y a los hermanos con la expectativa de la recompensa! ¡Los hombres no pueden pasarle facturas a Dios! ¡La relación con Dios no puede darse a partir de reclamos! (Lo profundizaremos en el evangelio dentro de tres semanas).
Claro está, y como lo hemos insinuado arriba, esto no significa que Dios no recompense con generosidad y gratuitamente a sus servidores fieles (la parábola de 13,35-37 –que ya leímos en la revista de Agosto- es muy calara al respecto). Y ante la divina gracia la respuesta adecuada es nuestra gratitud (lo veremos en el evangelio del próximo domingo).
Lo equivocado es la actitud de quien reclama retribución y piensa que puede hacerle reclamos a Dios. Se acentúa la divina gracia, a la cual la respuesta apropiada es la gratitud (ver el texto siguiente: los discípulos no buscan que les den las gracias, sino dar gracias).
Pero no olvidemos que la parábola está dirigida a los apóstoles, y como tal, le pide a los líderes de la Iglesia que revisen su actitud: el servicio a Dios y a los hermanos –que tiene como fundamento la experiencia de la fe- no da ni adjudica derechos para alguna paga. Tampoco autoriza para andar proclamando a los cuatro vientos lo que se ha hecho. Ni la pretensión ni la vanidad pertenecen al espíritu de Jesús. El servidor de la comunidad puede sentirse feliz por el hecho de haber cumplido bien su tarea.
Es aquí donde la fe –que se concreta en el vivir bajo el “Señorío” de Jesús- verdaderamente “crece”, no por vías de cantidad sino por la ruta cualitativamente cierta, que es la justa actitud con él, esto es, el abandono total y la confianza absoluta en Dios en quien somos y lo tenemos todo. Es el reconocimiento humilde –y al mismo tiempo feliz- de que nuestra vida depende de él. Este es el mínimo, el granito de mostaza, de dónde proviene una fuerza sorprendente que nos hace “receptores” del perdón de Cristo muerto y resucitado y aptos para animar la vida comunitaria y emprender la misión.
4.2. Vive lo que crees
“Acepto lo que dice: creer en Cristo, se llama fe. Pero escucha tú también este otro pasaje de la Escritura: „el justo vive de la fe‟ (Hb 2,4; Rm 1,17). Sed justos, creed: „el justo vive de la fe‟. Es difícil que viva mal quien cree bien. Creed de todo corazón, creed sin titubear, sin argumentar contra la fe con sospechas humanas.
Se llama “fe” porque hace lo que dice... Te pregunto si crees. Respondes: „creo‟. Haz lo que dices y ésto es fe”.
(San Agustín de Hipona, Sermón 49,2)
5. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
5.1. ¿Cuál es el tema dominante en el evangelio de hoy? ¿Cuáles son las principales ideas que se exponen acerca de él?
5.2. ¿Qué relación tiene el “crecimiento en la fe” con la calidad en la vida comunitaria y con el desempeño en las responsabilidades misioneras?
5.3. ¿Hay alguna dificultad en mi casa o en mi comunidad frente a la cual ya he perdido la fe en un posible cambio? ¿Qué me enseña el evangelio de hoy al respecto? ¿Por dónde hay que empezar? ¿Cuál es el camino?
5.4. ¿Qué responsabilidades tengo en mi comunidad? ¿Con qué motivación desempeño las tareas que me competen? ¿Le he hecho reclamos a Dios por lo que creo merecerme? ¿Qué me enseña la parábola del siervo indigno?
5.5. ¿Qué me propone el evangelio para mi vida de oración: con qué actitud, con qué términos debo dirigirme a Dios? ¿Qué espero de él?
P. Fidel Oñoro, cjm