Comencemos con esta maravillosa oración preparada por Frey Carlos Mesters:
“Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que nos ayude a leer la Escritura con los mismos ojos con que Tú se la leíste a los discípulos sobre el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dramáticos de tu condena y muerte. Así, la Cruz que parecía ser el fin de toda esperanza, apareció ante ellos como fuente de vida y de resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Que tu Palabra nos oriente de manera que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniarle a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.”
Introducción
Uno de los relatos de apariciones de Jesús Resucitado más leídos y amados es el de los discípulos de Emaús. Su lectura en este domingo marca un hito importante dentro del itinerario de fe y vida que estamos haciendo en la Pascua de este año.
El relato está construido sobre el tema del “camino”, en un itinerario de ida y vuelta, dos veces pasan por el mismo camino. El punto de referencia es la ciudad de Jerusalén, donde todavía está fresco el acontecimiento de la Pasión. La aldea de Emaús marca el punto de giro.
Inicialmente los dos discípulos, Cleofás (abreviación de Cleópatro) y su compañero, se alejan de Jerusalén profundamente desilusionados a causa de la crucifixión de Jesús: “Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba once kilómetros de Jerusalén” (24,13). Al final, en una narración cargada con breves y precisas pinceladas, se les describe regresando completamente felices como portadores del anuncio pascual en medio de la comunidad reunida en la Ciudad Santa: “Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén... Contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (24,33.35).
Entre estos dos momentos se sitúa bellísimo itinerario de conversión pascual. Jesús se une a ellos discretamente y los acompaña en el caminar, sin hacerse reconocer, hasta el momento de la cena en Emaús, en la cual los ojos de ellos descubren al Resucitado: “Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (24,31a).
En esencia el relato da los siguientes pasos:
Dos discípulos que se alejan de la comunidad y regresan al que quizás sea su lugar de origen, discuten amargadamente sobre los eventos de la Cruz.
Jesús, entrando en el camino sin dejarse reconocer, interviene inicialmente para hacerlos repetir la historia una vez más.
Luego toma la palabra para abrirles una nueva perspectiva. Les muestra, partiendo de las Escrituras, que el camino de sufrimiento recorrido por el Mesías era querido por Dios.
Después de larga caminata escuchándolo, y cuando llegan a su destino, los discípulos lo invitan a pasar la noche en su casa y a compartir su mesa. Allí él se les da a conocer en la “Fracción del Pan”. Al reconocer al Señor resucitado, ellos comprenden que el fin del camino recorrido por Jesús en su ministerio no era la muerte, sino la gloria.
Entonces regresan a Jerusalén y anuncian su experiencia: el encuentro con el Resucitado.
En el mismo día están de nuevo en el punto de partida: no ya como sobrevivientes desilusionados, sin fuerza ni coraje, sino como mensajeros de la resurrección.
Vamos a leer el texto señalando algunos puntos fundamentales.
1. Dos discípulos, bajo el escándalo de la Cruz, toman distancia de Jerusalén y de la comunidad (24,13-27)
El evangelista sitúa a los discípulos inmediatamente en el escenario del camino: “iban... a un pueblo llamado Emaús” (24,13). La distancia no es excesiva, se encuentra en los alrededores de Jerusalén.
Tres pequeños cuadros nos presentan lo sucedido en el viaje hasta Emaús.
1.1. Primer cuadro: Una acalorada discusión entre los dos durante el viaje (24,15- 18)
La primera imagen que aparece es la de cómo a lo largo del camino los dos discípulos llevan como tema de conversación la suerte de Jesús: “Conversaban y discutían entre sí sobre todo lo que había pasado” (24,14).
Con la entrada de Jesús en ese camino, también nosotros resultamos involucrados en el asunto y podemos conocer de cerca lo que le sucede a los dos peregrinos de Emaús.
La actitud ante la Cruz
Su lectura de los acontecimientos en principio es negativa. Tres detalles nos permiten ver su estado de ánimo:
(a) “Conversaban y discutían” (24,15a), donde el término “discutir” describe un debate acalorado entre ellos (el mismo término aparece en Hechos 15,2: una agitación en la comunidad).
(b) “Pararon con aire entristecido” (24,17): la tristeza se les notaba en el rostro.
(c) Su primera reacción poco amable ante la pregunta de Jesús: “¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?” (24,20b). Es de tan vital importancia el asunto para ellos que les parece extraño que haya alguno que aparentemente no lo sepa.
Lo que reiterativamente hablan entre sí se lo repetirán al viajero que se ha unido a ellos, siguiendo su mismo paso, pero sin revelar su identidad (24,15). La mirada todavía fija en una Cruz que no logran comprender no les permite captar al Resucitado (24,16).
¿Qué hay detrás de esta actitud?
Ellos están viendo la Cruz desde su lado oscuro. Están en la misma línea de la comunidad cuando escuchaba los anuncios de la Pasión: “les estaba velado de modo que no lo comprendían... las palabras les quedaban ocultas” (9,45; 18,34).
De hecho, ellos siguen viendo la pasión de Jesús desde su perspectiva, es decir, a partir de sus expectativas desilusionadas. Estos dos discípulos se habían quedado en Jerusalén esperando hasta el tercer día después de la crucifixión (24,21). Al no suceder lo que esperaban, pierden toda esperanza y se van.
1.2. Segundo cuadro: una lectura retrospectiva de los hechos (24,19-24)
Con todo, no consiguen sacarse de la cabeza lo que les ha pasado en los días anteriores. La pregunta de Jesús los lleva a exteriorizar todo: hacen una síntesis del tiempo transcurrido, de las experiencias compartidas con Él, de las esperanzas puestas en Él.
El gran profeta...
Lo habían conocido como gran “profeta poderoso en obras y palabras” (24,19), como aquel que podía guiarlos y ayudarlos. Es decir, lo habían visto como un Mesías que habría liberado a Israel de todos los enemigos y había establecido abiertamente y definitivamente el Reino de Dios: “Nosotros esperábamos que sería el que iba a librar a Israel...” (24,21).
Crucificado...
En cambio Jesús, después de ser juzgado por las autoridades, fue crucificado (24,20). Lo curioso es que a pesar de eso, continúan creyendo que fue un gran profeta enviado por Dios. Al fin y al cabo, ¡Él sufrió la suerte de tantos profetas!
Pero el asunto es más de fondo y es que si se trata de reconocerlo como Mesías, al respecto ya no hay nada de qué hablar. ¡Un hombre que ha sido crucificado y matado no puede ser el Mesías! ¡De Él no se puede esperar plenitud de vida por medio del poder de Dios!
Los extraños eventos de la mañana...
El anuncio que las mujeres trajeron de la tumba vacía y de la aparición de un ángel volvió a encenderles la esperanza: “Él vivía” (24,22-23). Pero esto no los ayuda a seguir adelante. Los discípulos que fueron a comprobar este mensaje encontraron la tumba vacía; pero “ver” a Jesús en persona fue imposible (24,24).
En pocas palabras, esta mirada retrospectiva refiere la historia de una gran esperanza y de una desilusión aún mayor que se concentra en estos dos hechos: (1) Jesús murió en una cruz, y (2) ya no es posible verlo en ninguna parte. La muerte de Jesús en la cruz y su aparente ausencia permanecen para siempre como piedra de escándalo.
Los dos discípulos están convencidos de que Jesús no puede ser el Mesías y que deben esperar otro. Pero, hay que notarlo, todo su pensamiento y su conversación continúa concentrado sobre él.
1.3. Tercer cuadro: una nueva luz sobre la Cruz presentada por Jesús (24,25-27)
Ahora Jesús toma la palabra. Él les presenta su punto de vista apoyándose en una lectura de las Escrituras.
Para ello primero los sacude para que dejen de lado a dureza de corazón y se abran a la manera como Dios se revela generosamente en la Escritura.
Enseguida el Resucitado en persona los introduce a la comprensión de su camino que ellos vieron terminar en la Cruz. Les hace entender que la Cruz hay que verla desde la lógica salvífica de Dios revelada en las Escrituras: “Empezando por Moisés y continuando por todos los profetas” (26,26). A la luz de los sufrientes servidores de los propósitos salvíficos de Dios en la historia de Israel, se comprende que su muerte en una cruz no es un fracaso, sino la expresión de su fidelidad incondicionada hacia Dios. De consecuencia, su camino no termina con la muerte, sino que a través de ella Él “entra en la gloria”, en la comunión eterna con Dios (25,26).
Jesús es verdaderamente el “Mesías” (el “Cristo”), y lo es precisamente en cuanto Crucificado. Por medio de Él, que ha renunciado a todo, incluso a su vida, y se ha atenido únicamente a la voluntad del Padre, se manifiesta la plenitud de la potencia de Dios, que les ha hecho el don de la vida eterna.
El camino del sufrimiento muestra que Él no es el Mesías del reino y del bienestar terreno. Su perspectiva es más profunda: por medio de él la potencia de Dios le da plenitud de vida más allá de la muerte, en la comunión eterna y gloriosa con Él.
Jesús les enseña qué es lo que se puede esperar de él con la mayor confianza y cuáles son las expectativas que hay que dejar de lado.
2. La cena en Emaús: el momento cumbre del proceso de desvelamiento del sentido de la Cruz (24,28-32)
En la encrucijada
Hasta ahora Jesús siempre ha tomado la iniciativa, cuando están cerca de su lugar de destino Él deja que sean los dos discípulos los que le pidan que se quede con ellos. Por eso “hizo las veces de quien sigue adelante” (24,28). Jesús no quiere imponerles nada; su presencia y su cercanía deben ser solicitadas.
En la mesa
A la hora comer juntos, Jesús ocupa el lugar de la presidencia en la mesa y hace el rito del partir el pan: “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando” (24,30). La repetición de los gestos de la última cena (22,19), asociados con el contexto mesiánico en el que los hizo cuando la multiplicación de los panes y los peces (9,16), revelan el sentido positivo de la Pasión: la “entrega por” los demás.
Entonces lo reconocen (“entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron”, 24,31), pero Él desaparece de su presencia, porque ya logró su finalidad.
¡Los dos discípulos lo han visto personalmente y saben que está vivo! Saben que el Resucitado les explicó su destino de sufrimiento y las Escrituras. Saben que su camino es querido por Dios, y conduce a la vida. Saben que en la cena los ha atraído de nuevo a la comunión con Él.
Una nueva conversación entre los dos discípulos
Su diálogo, su compartir estrecho escrutando las Escrituras, la mesa compartida, toda esta experiencia los ha transformado. Su mente, su corazón, su vida entera –antes incapaz de percibir su nueva forma de presencia- ha estado en contacto con Él. Sobre esta vivencia los discípulos fundarán su porvenir.
El camino del Crucificado –ahora visto de manera completa- les ha permitido ver al Resucitado. Y al mismo tiempo, el Resucitado les ha permitido ver el sentido del Crucificado.
Si la relación de los discípulos con Jesús se caracterizó hasta su muerte, por su presencia visible, ahora comprenden que el Resucitado ya no estará presente de manera visible junto a ellos pero que esto no quiere decir que no esté. Al estar caminando junto con ellos, el mismo Jesús los introdujo en una nueva forma de comunión con Él, caracterizada por la certeza de que su vida perfectamente realizada: “¡El Señor ha resucitado verdaderamente!”.
El resucitado ha desaparecido de la percepción de sus ojos físicos, pero permanece junto a ellos a través de la lectura comprensiva de las Escrituras, de lo cual les hizo su don, y de la “Fracción del Pan”. Por medio de esta mediación no sólo tienen acceso a la persona de Jesús sino al sentido de vida y de su misión entera: ese paradójico camino querido por Dios.
En consecuencia, los discípulos deben continuamente dejarse conducir por Él, no pueden ser “insensatos y tardos de corazón” (24,25a). Si la Escritura los llevó a Jesús, también Jesús los llevó a entender la Escritura en su sentido más profundo. Las Escrituras, que revelan el camino de Dios, culminan en la Cruz del Mesías, cuyo sentido está consignado en los gestos y las palabras que Jesús realizó sobre la mesa, esta mesa en la cual gestualmente puso el don de su vida en sus manos. Cada vez que se reúnan para la cena común y especialmente cuando repitan el gesto de la “Fracción del Pan”, comprenderán cuán permanente es su amor y su presencia.
Una excelente síntesis
La vivencia queda recogida en la inolvidable expresión que recoge la transformación interna obrada en ellos gracias a la comprensión del camino de la Cruz y de la acogida gozosa de su don: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (24,32).
3. El camino de regreso: el gozoso anuncio del mensaje pascual (24,33-35)
“Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén” (24,33). Los discípulos de Emaús vuelven a la comunidad que habían abandonado como portadores del mensaje pascual.
El camino no ha terminado
La síntesis final que el evangelista hace nos muestra momento central y más importante del largo camino de los dos discípulos en este inmenso día de Pascua fue aquel en el cual tuvieron a Jesús a su lado. Pero la manera como se elabora esta conclusión nos permite ir más lejos: es interesante notar que llega un momento en el que ellos toman conciencia de lo que significa estar con Jesús antes, durante y después.
Lo vivido en el camino los llevó a ver con nuevos ojos lo que había pasado en el camino precedente con el Maestro hasta el momento de la Cruz. Ahora, después del encuentro en el camino y en la mesa, son capaces de mirar el camino que sigue a continuación: la gozosa comunicación del mensaje pascual.
En el coloquio sobre el camino de Jesús se engloba también la visión de nuestro destino de hombres mortales. Con el anuncio pascual se presenta de manera gozosa la finalidad del camino de Jesús y de nuestro camino como hombres. Esto quiere decir que recorriendo este mismo camino, iluminando cada paso con la luz de la Palabra – comprendida desde el camino mesiánico de Jesús- y haciéndolo expresión de una entrega generosa a la manera del Crucificado, también nosotros compartiremos su destino de “gloria”.
En fin...
Es así como la memoria de lo vivido en el camino se convierte en el programa de un proceso de conversión pascual para todos nosotros: “Contaron lo que había pasado en el camino, y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (24,35).
Todo esto se hace posible a partir del encuentro con el Señor resucitado. Efectivamente así lo hizo también con Simón: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (24,34).
El Resucitado sigue insertándose en camino de cada persona. El mensaje pascual anunciado de esta manera tan original, como un camino que transforma, nos permite comprender cómo el camino de Jesús en el evangelio y su prolongación en el día de Pascua resplandece como el fin de todos los caminos de Dios. El camino de Jesús se hace luz para todos nuestros caminos.
Ahora mismo nosotros no vemos físicamente a Jesús, pero estamos seguros de su presencia y de su compañía. Lo comprenderemos mejor si dejamos que la Escritura y la Fracción del pan nos abran los ojos.
4. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia
“Jesús está presente en la fracción del pan”
“Pues bien, hermanos, ¿cuándo se dejó reconocer el Señor? En la fracción del pan. En nosotros no hay ninguna sorpresa: partimos el pan y reconocemos al Señor. (...)
Tú, que crees en El, que no llevas en vano el nombre de cristiano; tú, que no entras en la Iglesia por azar; tú, que escuchas la palabra de Dios con temor y esperanza, hallas consuelo en la fracción del pan.
La ausencia de Dios no es una ausencia. Ten fe, y Él estará contigo, aunque no lo veas. Estos discípulos durante su conversación con el Señor no tenían fe. No creían que hubiese resucitado y no sabían que podía resucitar. Caminaban, muertos, junto a un viviente; caminaban, muertos, junto a la vida. Junto a ellos caminaba la vida. Pero en sus corazones no había renacido vida alguna. Si tú quieres la vida, imita a los discípulos y reconocerás al Señor.
Le ofrecieron su hospitalidad. El Señor parecía decidido a seguir camino, pero lo retuvieron. Cuando llegaron al término de su viaje, le dijeron: „Quédate con nosotros, porque es tarde y el día se acaba‟. Retened con vosotros al extranjero, si queréis reconocer al Señor. La hospitalidad les devolvió lo que la duda les había quitado. El Señor se manifestó en la fracción del pan. Aprended a buscar al Señor, a poseerlo, a reconocerlo cuando coméis. Instruidos en esta verdad, los fieles entienden el sentido de este texto mejor que aquéllos que no son iniciados”.
(San Agustín, Sermón 235,3)
5. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
5.1. ¿Qué caracteriza los diversos trechos del camino de los dos discípulos?
5.2. ¿Cómo va evolucionando la relación de los discípulos y Jesús a lo largo de este evangelio?
5.3. ¿Qué significado tiene el reconocimiento del Resucitado para el futuro de la vida de los discípulos?
5.4. ¿Cuál es la historia de mi relación con Jesús? ¿De qué experiencias, esperanzas y desilusiones está caracterizada?
5.5. ¿Cómo comprendo de nuevo acerca del Misterio de la Eucaristía, en cuanto sacramento del Crucificado-Resucitado, a partir del pasaje de los discípulos de Emaús?
Fuente: P. Fidel Oñoro, cjm