22 November 2024
 

 

 

 

 

Lina María Herrera, Coordinadora de 40 Días por la Vida Cali, nos cuenta la historia de una mujer embarazada que desde un inicio defendió la concepción de su hija hasta su conclusión natural, a pesar de que los médicos le sugerían abortar o “desembarazarse” como única solución ante el riesgo por su estado de salud. 

María Consuelo Ospina, una mujer de 41 años, oriunda de Ibagué, que no sabía que se encontraba en embarazo, sino hasta el mes y medio de gestación, siendo este un momento sorpresivo, pero a la vez muy  bonito y deseado junto a su esposo. Manifiesta la alegría que sintió: “cuando me hicieron la primera ecografía sentí una satisfacción muy grande, porque yo podía ver aquel ‘bultico’ pequeñito y su corazón le palpitaba, a mí se me salieron las lágrimas de la emoción”.

En su segunda ecografía de control prenatal, la cual le mostraría el crecimiento y desarrollo del bebé, surgió un giro inesperado: “al detallar su rasgo facial su nariz no se veía bien, su cabecita ya presentaba líquido y el médico me dijo: el bebé no se ve bien, pero esperemos, porque aún está muy pequeñito y le falta desarrollarse”. Para aquella futura madre, fue desconsolador e impactante saber que su tan amado bebé presentara desde un inicio problemas, a tal punto de llegar a cuestionar a Dios del porqué a ella le sucedía este tipo de cosas, pues había pedido con todo corazón poder darle un hijo a su esposo y formar una familia.

Aunque las siguientes ecografías evidenciaron más el defecto de formación, pues “el cerebrito del bebé no manejaba buenas esperanzas”, decidió armarse de valor, luchar y abandonarse en las manos de Dios para continuar con su embarazo, contando con el apoyo de su esposo, amigos y familiares.

Una opción obligatoria

Al mismo tiempo, el médico tratante inicial  le sugirió: “el bebé o la bebé, no sé sabe su sexo, no es compatible con la vida. Pueden tomar la decisión de desembarazarse”. Los papás dijeron: “queremos continuar con el proceso y esperar que se pueda desarrollar más adelante, albergando la esperanza de que todo mejoraría”.

Pero día tras día era más evidente la situación del bebé, María Consuelo se practicó nuevamente una ecografía de manera particular y esta le ratificó la dificultad que presentaba su embarazo. El médico de aquel momento le insistió: “debes tomar una decisión y pronto”. María Consuelo siguió adelante con su embarazo, y pronto su salud comenzó a verse afectada, pues empezó a aumentar de manera anormal su vientre en gestación, dado que el bebé tenía sus riñones de gran tamaño, produciendo así una mayor cantidad de líquido amniótico. Su corazón, por otra parte, se encontraba con una deficiencia, lo que le hizo sentir unos fuertes ardores internos en su abdomen, como si algo se estuviera quemando permanentemente por dentro.

A partir de ese momento, comenzó a sentir una fuerte presión de su ginecólogo tratante al reiterarle que debía tomar cuanto antes la decisión de “desembarazarse” (eufemismo para evitar el término aborto), pues su salud se estaba deteriorando y comenzaba a poner en riesgo su vida. En ese momento comenzó su verdadero “viacrucis”, la lucha por su salud y la lucha por la vida y dignidad de su bebé, amenazado cada vez con mayor intensidad por el personal médico que la atendía.

El gran sofisma: ¡tu vida o la del bebé, matar o morir es tu única elección! 

De ahí en adelante las citas médicas se convirtieron en un verdadero “calvario”, por una parte aceptar gradualmente el riesgo que corría en su embarazo, suplicando a Dios las fuerzas necesarias para poder llevar a buen término su estado. Por otro, el sentirse abandonados y atacados por el personal médico. Buscaron una buena médica perinatóloga, de quien esperaban el mejor consejo, pero sus palabras fueron: “el desembarazarse es tomar la decisión de inducir a un parto común y corriente-normal, y si no se puede, se realiza una cesárea”. Explicado en esos términos María Consuelo y su esposo creyeron que “desembarazarse” era una alternativa moralmente aceptable, que atendía su situación de salud y respetaba la vida de su bebé, sin darse cuenta de que en realidad era un código para disfrazar lo que le iban a hacer: un aborto.

Para el día de la intervención, María Consuelo cuenta que: “al llegar a la clínica, la información fue totalmente diferente, la ginecóloga me llamó y me preguntó: ¿sabes cuál es el procedimiento a seguir? Y yo dije: sí. Posteriormente ella me dijo: como ya sabes, consiste en aplicarle un medicamento al bebé para que él deje de existir, luego inducir un parto, pero toca esperar máximo dos o tres días hasta que su corazón deje de latir. Yo me quedé pasmada, sin palabras, pues dije: ¡este no fue el procedimiento que a mí me indicaron!, ¡ese no es!”.

De hecho, tenía su remisión programada para la entidad de Profamilia en Bogotá y María Consuelo, consternada en medio de esta cruel verdad que se le revelaba, no entendía por qué a esa entidad, si Coomeva tenía sus propias clínicas: “¿qué tiene que ver Profamilia con Coomeva? Aquí en Ibagué también hay. Y ellos me respondieron que en Ibagué no se podía, porque el procedimiento se realiza de 20 semanas hacía abajo, y en  mi caso  yo  tenía 32 semanas, por tanto se hace directamente en Bogotá”.

A pesar de su rechazo, desde Bogotá una ginecóloga se comunicó con ella, explicándole de nuevo el procedimiento. Claramente le respondió: “me puse a pensar, eso es matar a mí bebé, pero ella me decía: ‘eso no lo tomemos así, sólo es una reducción fetal’. Yo le decía: eso es matar, es  autorizar a  que ustedes maten a mi propio hijo, y le pregunté con insistencia: ¿por qué no me practican mejor una cesárea? Pero la respuesta fue que ‘no cumplía con el protocolo médico, que no era sacar un feto así porque sí’, ante lo cual mi respuesta fue: ‘¡pero cómo si me lo quieren matar!’”.

El matoneo médico contra una madre vulnerable que quiere que se respete la precaria vida de su hijo

Además, continuaba la constante presión por parte de la entidad ante la postura que asumió María Consuelo: “usted ya sabe cuál es el procedimiento a seguir, lo único que estamos esperando es que dé autorización”, recuerda ella. “Yo les decía: ‘¡no voy aceptar!, eso es matar mí bebé’ y ellos me hablaban que el Gobierno ahora había acogido una ley que permite la interrupción voluntaria del embarazo. A mi parecer era una manera de abortar abiertamente, aunque ellos le coloquen una palabra para que suene más bonito: ‘IVE’”.

“Los médicos me decían que la interrupción del embarazo era como quitarme un peso de encima, un dolor menos, ya que sería traumático y doloroso para mí verla en las condiciones que venía. Pero yo insistía: ‘¡no me importa!… venga como venga, yo la quiero tener, porque la siento moverse dentro de mí vientre, su corazón palpita. Y si he de morir, lo haría junto a ella, pero no quiero matar a mi bebé… No quiero hacer lo que ustedes quieren… ¿Por qué no me hacen la cesárea?’”.

Al tiempo afrontaba el temor por el riesgo que corría su vida, debido a que podría llegar a sufrir un infarto -por la presión del abundante líquido en su vientre- o una trombosis pulmonar, situación que tenía que asumir como “si fuera culpa de ella”, según un personal médico que, en lugar de apoyarla anímicamente, la juzgaba y condenaba.

Aborto o nada

Ante la presión de los médicos por los crecientes riesgos para su salud les exigió directamente: “si estoy tan mal, háganme una cesárea”. Pero para la entidad solo existía una sola posibilidad: el aborto. Ante una resistencia tan decidida a favor de la vida y la dignidad de su hijo, la Clínica Tolima (donde estaba hospitalizada) tomó una decisión inexplicable: enviarla a casa, “porque estaba ocupando una cama que otra persona la podía ocupar”.

El temor por su vida comenzó a transformarse en desesperación, físicamente se sentía muy mal, le faltaba la respiración, su vientre estaba demasiado grande y pesado y cualquier movimiento, sentarse, voltearse y acostarse, le costaba un esfuerzo cada vez más grande. Decidió programar nuevamente una cita para el “procedimiento”.

En todo momento estuvo muy apegada a su fe, pidiendo siempre a Dios: “todo lo dejo en tus manos, que sea Tu Voluntad, Señor”.

Llega la inspiración divina

Wilfred, esposo de María Consuelo, también sufrió su propia batalla: “la presión de los médicos, el ver a mi esposa llorar y tener la ‘tarea de elegir’, pues en la Clínica decían: ‘hay que decidir entre la vida de Consuelo o la del bebé’. Fue un momento muy duro para mí”. En todo caso su posición era muy clara: “no soy Dios para escoger vidas”.

Para ese momento decidió orar ante el Santísimo: “Señor, humanamente no puedo más, en tus manos te entrego esta situación”. Fue tanta su desesperación que contempló la opción de pedirle a su esposa que autorizaran el procedimiento. Sin embargo, a último momento unos amigos pertenecientes al grupo de oración Getsemaní le expresaron su solidaridad, con cariño le aconsejaron y le hicieron ver que no era posible que “él mandará a matar a su  hija”.

Recuerda Wilfred que aquella expresión fue una lanza que traspasó su conciencia y su corazón. Como un relámpago corrió en busca de su esposa, quien ya se encontraba en la clínica en ese momento. Cuando se encontraron ella le informó que nuevamente había rechazado el ofrecimiento de aborto. “Gracias Señor, porque no se cometió este error, y no se tomaron malas decisiones por esta presión”, confiesa aliviado.

La pareja de esposos acordaron buscar la ayuda profesional de un abogado provida para el manejo de su caso, a fin de lograr que obligaran jurídicamente a la clínica a reconocer la dignidad de la vida de su bebé, y le dieran un tratamiento médico en el que reconocieran que había dos pacientes.

Lograron contactarse con Mabel, líder de 40 Días por la Vida en Ibagué, quién le ayudó con una tutela contra la EPS Coomeva por irregularidades en la prestación del servicio.

“Fue una situación difícil en Coomeva, los servicios no eran los más adecuados, nos autorizaban órdenes, pero nunca las recibíamos en las manos, porque no hay había prestadores. Aparte, nos remitían a otra ciudad como Bogotá o debíamos esperar una respuesta hasta que solucionaran algo… Y yo no podía esperar más”, comenta María Consuelo.

Gracias a la colaboración brindada por 40 Días por la Vida fueron remitidos a Cali y después de un delicado viaje por más de siete horas en carretera fueron recibidos por Lina María Herrera, líder de la campaña en la ciudad, con el apoyo de la médica Lozano, directora de la UCI de Neonatología de la Clínica Farallones de Cali, y la Dra. Nora Riani, quienes le brindaron la atención adecuada frente a su estado de embarazo.

La esencia de la vida 

La tutela fue fallada a su favor y la historia pudo llegar a un feliz término: “me atendieron como yo quería, nunca escuché la palabra IVE, ni aborto. Al contrario, me decían que fui una persona valiente al resistir tanto tiempo, de igual manera procedieron a practicarme un cariotipo y extraerme un poco de líquido amniótico para poder respirar mejor y descansar. Al otro día rompí fuente”.

Fueron conscientes de que su bebé no crecería como ellos habían soñado, pero no era por eso por lo que luchaban: “lo único que queríamos era que naciera dignamente y poder realizar el protocolo normal de su defunción”…“cuando ella nació, no la vi como los médicos me la describían, ‘un monstruito’, [que] según ellos me iba a impactar. En cambio, la vi normal como una bebé cualquiera, con sus defectos, con esa ternura, sus manitos, sus piecitos y carita… sentí algo muy bonito cuando me la pusieron encima del pecho”.

Algo semejante sintió Wilfred, al tener a su bebé entre sus brazos: “sentí una emoción grande al verla, pues era mi primera hija, me sentía satisfecho al tenerla sabiendo que se había luchado por su vida y que murió naturalmente sin haber sido interrumpido su desarrollo”.

La bebé fue bautizada bajo el nombre de María Salomé, su primer nombre en honor a la Santísima Virgen María. En definitiva, su existencia dejó una gran huella de amor en sus padres y familiares, demostrando que pese a las imposiciones siempre se debe tener la plena confianza en la Voluntad de Dios. Entendiendo primero que todo ser humano es persona, respetando su naturaleza y cuidando de la obra de la Creación divina de Dios. La única forma de tener un servicio de salud realmente digno es respetando la dignidad de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Algo por lo que ahora, a través de la oración, el apoyo y la acción tendremos que luchar sin descanso, hasta lograr la abolición total del aborto en Colombia. Es la tarea más noble que nuestra generación tiene entre sus manos.

Redacción R+F