18 May 2024
 

 

 

 

Marco Doctrinal

“Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron a Él, e instituyó a doce para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar…” (Mc 3,13-14).

12. El seminarista, luego de escuchar el llamado, inicia su formación, es decir, comienza a caminar detrás del Maestro, se sienta a sus pies a escuchar la Palabra, y toda su vida se realiza en profunda intimidad con su Señor, Maestro y Pastor, con el fin de llegar a ser verdadero pastor de las almas (OT 4; PDV 9-10). El seminarista, como auténtico discípulo “es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el maestro que lo conduce y lo acompaña” (DA 277).

El Seminario es, entonces, un espacio privilegiado, una escuela y casa para la formación de discípulos y misioneros. “Durante este tiempo tendremos la mirada fija en Jesucristo que inició y completa nuestra fe” (PF 13). El tiempo de la primera formación es una etapa durante la cual los futuros presbíteros comparten la vida a ejemplo de la comunidad apostólica en torno a Cristo Resucitado: “oran juntos, celebran una misma liturgia que culmina en la Eucaristía, a partir de la Palabra de Dios reciben las enseñanzas que van iluminando su mente y moldeando su corazón para el ejercicio de la caridad fraterna y de la justicia, prestan servicios pastorales periódicamente a diversas comunidades, preparándose así para vivir una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y docilidad a la acción del Espíritu, convirtiéndose en signo personal y atractivo de Cristo en el mundo, según el camino de santidad propio del ministerio sacerdotal” (DA 316).

Así mismo “aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del Ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro.” (Carta del Sumo Pontífice Benedicto XVI para convocación del Año Sacerdotal, p. 10-11). La vocación no es un asunto privado, no es un perseguir por iniciativa propia la causa de Jesús. Su espacio es la Iglesia entera, que sólo puede existir en comunión, por tanto, con los Apóstoles de Jesucristo (la espiritualidad sacerdotal, cardenal J. Ratzinger)

El seminarista se forma en cinco aspectos fundamentales que integran su vida y le hacen discípulo misionero de Cristo en la escuela de María:

    1. El encuentro con Jesucristo. Vivencia plena del kerigma recibido.
    2. La Conversión. Respuesta sincera de quien ha escuchado la voz del Señor.
    3. El Discipulado. Maduración constante en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús Maestro.
    4. La Comunión. Participación del discípulo en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos.
    5. La Misión. Necesidad de compartir con otros la alegría de ser enviado al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados. (DA 278)“El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es, ante todo, una tarea para cada fiel, pero, lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones …. La Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor (DC E 20)., porque “la iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, “la vida en plenitud “(PF 2). De ahí se hace necesario que nuestra comunidad tenga un encuentro personal con Jesucristo en el hermano y por tanto se viva la espiritualidad de comunión , se practiquen las obras de misericordia y, se viva una autentica amistad que lleve al seminarista a salir de sí mismo a buscar el bien del amigo “ respondiendo a sus necesidades más reales (MV 8) a luchar y sufrir por ayudarle, a superar diferencias y realizar acciones en común; como decía Cristo: “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).
  1. El futuro presbítero debe ir asumiendo el papel de ministro que se alimenta de los sacramentos que hacen crecer la Gracia santificante, ya que se ofrecen “como fuerzas que brotan del cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su cuerpo, que es la Iglesia” (CCE 1116) para ir configurando su vida con Cristo Sumo Sacerdote, que se hace Pan de Vida en la mesa del Sacrificio Eucarístico. “El sacerdote debe ser hombre de oración, maduro en su elección de vida por Dios, hacer uso de los medios de perseverancia, como el Sacramento de la Confesión, la devoción a la Santísima Virgen, la mortificación y la entrega apasionada a su misión pastoral” (DA 195).
  2. “En particular, el presbítero es invitado a valorar, como un don de Dios el celibato, que le posibilita una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo y lo hace signo de su caridad pastoral en la entrega a Dios y a los hombres con corazón pleno e indiviso” (DA 196).
  3. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la Gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (EN 14). “El presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades” (DA 198).” La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona” (MV 12)
  4. El Seminario, casa de formación de pastores para la nueva evangelización, debe proporcionar los medios necesarios para que los futuros sacerdotes logren encarnar la Palabra de Dios en las realidades que vive el hombre de hoy (NB 9), teniendo en cuenta el aprovechamiento de los recursos tecnológicos que brindan múltiples herramientas, de tal manera que la Buena Nueva llegue a todos los hombres con nuevos métodos, nuevo lenguaje y nuevo ardor (PAP 2002-2009), permitiendo el “discernimiento evangélico”, que es la mirada del discípulo misionero que se alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo (EG 50).