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PERFIL DEL SEMINARISTA
- “Quien quiera ser sacerdote debe ser sobre todo «hombre de Dios», como lo describe San Pablo (1 Tm 6,11)” CS 1.
- El aspirante al sacerdocio reconoce que, por ser bautizado, está llamado a la santidad (Cf. Lv 11,44-45; DA: Discurso Inaugural), a configurar su vida con Cristo, para transparentarlo ante el mundo. Por lo mismo, sabe que debe marchar en un proceso que le ayude a adquirir progresivamente los rasgos que identifican al verdadero discípulo misionero de Jesús. Los principales de tales rasgos son:
- Una vida espiritual intensa, que se cimienta en el encuentro personal con Jesucristo, que se alimenta y se expresa en la vivencia de los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, en una asidua oración personal y comunitaria, en un amor tierno y ferviente a la Santísima Virgen María, en una asimilación progresiva de la sagrada liturgia.
- Un profundo sentido de pertenencia a la Iglesia universal y particular, que se proyecta en el respeto y la adhesión filial a los legítimos pastores y en la fidelidad irrestricta al Magisterio.
- Un hondo sentido de comunión y caridad, proyectado en la vida fraterna, en la capacidad de aceptación y de perdón, en la actitud permanente de servicio desinteresado, en la apertura al otro, en la disponibilidad para la corrección fraterna.
- Hondo y sincero deseo de conocer y amar a su Señor, para llevarlo y anunciarlo al mundo, haciendo realidad el amor y el servicio entre los más necesitados; y por eso, una entrega sin tasa ni mezquindad en el apostolado
- Madurez afectiva y estabilidad sicológica, que permitan relaciones interpersonales equilibradas y maduras, que ayuden a asumir con serenidad y lucidez la propia sexualidad, y preparen para tomar con alegría, como una opción de amor, el celibato por el Reino de los Cielos, y que, junto a la sana relación con la propia familia, se conviertan en el espacio en que se sitúan las renuncias gozosas que supone el seguimiento de Cristo.
- Capacidad de pensamiento y análisis crítico, analítico, investigativo, que permita discernir y filtrar con claridad ideologías y doctrinas, capacite para asimilar en profundidad la sana filosofía y las enseñanzas dogmáticas, y capacite para de entrar en diálogo con el hombre de hoy. (Cf. 1 Pe 3,15)
- Una clara conciencia de la necesidad de la formación permanente; amor al estudio de la teología y de todas las ciencias eclesiásticas, y deseo de permanente actualización. “Sin la Iglesia que cree, la teología deja de ser ella misma y se convierte en un conjunto de disciplinas diversas, sin unidad interior”. CS 5
- Capacidad de abrazar con alegría las exigencias de la ascesis cristiana, de una vida pobre y obediente, de una disciplina exigente, como camino de superación y crecimiento personal.
- Un sano y claro humanismo, manifestado en virtudes tales como la prudencia, la lealtad, el respeto a la verdad, la fidelidad a la palabra empeñada, la sinceridad, el amor a la justicia, la gratitud, el amor y respeto a la naturaleza como obra de Dios, los buenos modales, el amor patrio y el sentido cívico, el aprecio por las auténticas manifestaciones de la cultura, la rectitud y el rechazo sin vacilaciones de todo lo que sea deshonesto. Cf. Carta del Papa Benedicto XVI a los seminaristas.