Quien desconoce el demonio, está perdido

 José Manuel Otaolaurruchi, Legionario de Cristo

Tal vez haya muchos que no creen en el demonio, pero el demonio sí cree en ellos. Por sus frutos lo reconoceréis.   Periódico el Tiempo. Colombia. 29 Enero 2012.

No es necesario firmar un pacto de sangre como lo hizo Fausto para vender el alma.

Son muchas las representaciones que tenemos del diablo: "Tenga fe en Dios y no se desespere", le decía Cantinflas al diablo cuando éste se lamentaba de la disminución de ingresos en el infierno. Alejandro Casona, en su obra 'La barca sin pescador', ironiza con la imagen de un diablo que no fuma porque el humo le hace toser. El Lucifer de Alejandro Dumas es romántico, aparece como un ser que es capaz de hacer el bien de vez en cuando. No en balde se esmeró por revestir a los vicios de seductora tentación. ¿Quién inventó, si no, la lujuria, la avaricia, la mentira y la gula? Lo que pasa es que somos ingratos con el demonio, aunque la ingratitud también la inventó él.

Tirso de Molina nos deleita en su obra 'Condenado por desconfiado' con las travesuras de un demonio mentiroso que, haciéndose pasar por ángel, se burla de un vanidoso monje que se tenía por muy santo. Goethe inmortalizó a Mefistófeles. Este demonio le compró el alma al joven Fausto, firmando un pacto de sangre, a cambio de concederle placer y poder. Recordemos por último a Escrutopo y su sobrino Orugario en la obra 'Cartas del diablo a su sobrino', de Lewis. La trama de estos dos diablos es simpática hasta que llega el desenlace donde se descubre la realidad que esconde el malévolo tío.

El evangelio de esta semana nos presenta la liberación de un hombre poseído por un espíritu inmundo. Nada que ver con el diablo de la literatura, sino el real. Resulta espeluznante ver los estragos que provoca el demonio en un cuerpo: lo retuerce, convulsiona, le desfigura el rostro, emite gemidos tenebrosos, maldice e insulta. Aunque es algo impactante, solo se trata de una posesión física que se arregla con un buen exorcista.

El mayor daño del diablo está en las obras que una persona es capaz de realizar cuando, renunciando al bien y la verdad, comete las acciones propias del demonio, como son las mentiras, la intriga, la división, la difamación, la violencia, el robo o el homicidio. No es necesario firmar un pacto de sangre como lo hizo Fausto para vender el alma, basta con pervertir la propia conciencia, que es la voz de Dios que nos induce a hacer el bien y evitar el mal.

El demonio existe y "es homicida desde el principio. Cuando miente, habla de lo que lleva dentro, porque es mentiroso por naturaleza y padre de la mentira" (Jn. 8,44). El Papa Pablo VI dijo que el mayor éxito del diablo fue haber hecho creer a los hombres que no existía. Tal vez haya muchos que no creen en el demonio, pero el demonio sí cree en ellos. Por sus frutos lo reconoceréis.

LA LIBERTAD RELIGIOSA ES UN DERECHO

                11 Enero 2012.  En la Sala Regia del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre, Benedicto XVI recibió en audiencia a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, para la presentación de su felicitación y sus deseos para el Nuevo Año.

El profundo malestar del mundo

Señoras y señores embajadores:

El encuentro de hoy se desarrolla tradicionalmente al final de las fiestas de Navidad, en las que la Iglesia celebra la venida del Salvador. Él viene en la oscuridad de la noche, y por tanto su presencia es fuente inmediata de luz y alegría (cf. Lc 2,9-10). Verdaderamente, allí donde no resplandece la luz divina el mundo está en sombras. Realmente, el mundo está en la oscuridad allí donde el hombre no reconoce ya su vínculo con el Creador, poniendo en peligro asimismo su relación con las demás criaturas y con la creación misma. El momento actual está marcado lamentablemente por un profundo malestar y por diversas crisis: económicas, políticas y sociales, que son su expresión dramática.

En este sentido, no puedo dejar de mencionar ante todo las graves y preocupantes consecuencias de la crisis económica y financiera mundial. Ésta no solo ha golpeado a las familias y empresas de los países económicamente más avanzados, en los que ha tenido su origen, creando una situación en la que muchos, sobre todo jóvenes, se han sentido desorientados y frustrados en sus aspiraciones de un futuro sereno, sino que ha marcado también profundamente la vida de los países en vías de desarrollo. No nos debemos desanimar sino reemprender con decisión nuestro camino, con nuevas formas de compromiso. La crisis puede y debe ser un acicate para reflexionar sobre la existencia humana y la importancia de su dimensión ética, antes que sobre los mecanismos que gobiernan la vida económica: no solo para intentar encauzar las partes individuales o las economías nacionales, sino para dar nuevas reglas que aseguren a todos la posibilidad de vivir dignamente y desarrollar sus capacidades en bien de toda la comunidad.

Poner fin a la violencia en los procesos políticos

A continuación deseo recordar que los efectos de la situación actual de incertidumbre afectan de modo particular a los jóvenes. Su malestar ha sido la causa de los fermentos que en los últimos meses han golpeado, a veces duramente, diversas regiones. Me refiero sobre todo a África del Norte y a Medio Oriente, donde los jóvenes que, al igual que otros, sufren la pobreza y el desempleo y temen la falta de expectativas seguras, han puesto en marcha lo que se ha convertido en un vasto movimiento de reivindicación de reformas y de participación más activa en la vida política y social. En este momento es difícil trazar un balance definitivo de los sucesos recientes y cuáles serán sus consecuencias para el equilibrio de la región. A pesar del optimismo inicial, se abre paso el reconocimiento de las dificultades de este momento de transición y cambio, y me parece evidente que el modo adecuado de continuar el camino emprendido pasa por el reconocimiento de la dignidad inalienable de toda persona humana y de sus derechos fundamentales. El respeto de la persona debe estar en el centro de las instituciones y las leyes, debe contribuir a acabar con la violencia y prevenir el riesgo de que la debida atención a las demandas de los ciudadanos y la necesaria solidaridad social se transformen en meros instrumentos para conservar o conquistar el poder. Invito a la comunidad internacional a dialogar con los actores de los procesos en marcha, en el respeto de los pueblos y siendo conscientes de que la construcción de sociedades estables y reconciliadas, que se oponen a toda discriminación injusta, en particular de orden religioso, constituye un horizonte que es más amplio y va más allá de las simples elecciones. Siento una gran preocupación por la población de los países que sufren todavía tensiones y violencias, en particular Siria, en la que espero se ponga rápidamente fin al derramamiento de sangre y se inicie un diálogo fructífero entre los actores políticos, favorecido por la presencia de observadores independientes. En Tierra Santa, donde las tensiones entre palestinos e israelitas repercuten en el equilibrio de todo el Medio Oriente, es necesario que los responsables de estos dos pueblos adopten decisiones valerosas y clarividentes en favor de la paz. He sabido con agrado que, gracias a una iniciativa del reino de Jordania, el diálogo se ha reanudado. Espero que continúe hasta que se llegue a una paz duradera, que garantice el derecho de los dos pueblos a vivir con seguridad y en Estados soberanos, dentro de unas fronteras definidas y reconocidas internacionalmente. La comunidad internacional, por su parte, debe estimular su propia creatividad y las iniciativas de promoción de estos procesos de paz, respetando los derechos de cada parte. Sigo también con gran atención la marcha de los acontecimientos en Irak, deplorando los atentados que han causado recientemente la pérdida de numerosas vidas humanas, y animo a sus autoridades a proseguir con firmeza por el camino de una plena reconciliación nacional.

Educar para la paz

El beato Juan Pablo II recordaba que «el camino de la paz es a la vez el camino de los jóvenes»1 que ellos son «la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad»2. Los jóvenes, pues, nos llevan a considerar con seriedad sus requerimientos de verdad, justicia y paz. Por esta razón les he dedicado el Mensaje anual para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, titulado Educar a los jóvenes en la justicia y la paz. La educación es un tema crucial para todas las generaciones, ya que de ella depende tanto el sano desarrollo de cada persona como el futuro de toda la sociedad. Por esta razón, representa una tarea de primer orden en estos tiempos difíciles y delicados. Además de un objetivo claro, que es el que los jóvenes conozcan plenamente la realidad y por tanto la verdad, la educación necesita de lugares. El primero es la familia, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer. No se trata de una simple convención social, sino más bien de la célula fundamental de toda la sociedad. Consecuentemente, las políticas que suponen un ataque a la familia amenazan la dignidad humana y el porvenir mismo de la humanidad. El marco familiar es fundamental en el itinerario educativo y para el desarrollo de los individuos y los estados; por tanto, se necesitan políticas que valoricen y favorezcan la cohesión social y el diálogo. En la familia la persona se abre al mundo y a la vida y, como tuve ocasión de recordar en mi viaje a Croacia, «la apertura a la vida es signo de apertura al futuro».3 En este contexto de apertura a la vida, he recibido con satisfacción la reciente sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que prohíbe patentar los procedimientos que utilicen células madre embrionarias humanas, así como la resolución de la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, que condena la selección prenatal del sexo.

De forma más genérica, y mirando sobre todo al mundo occidental, estoy convencido de que las medidas legislativas que tantas veces no solo permiten sino que favorecen el aborto, ya sea por motivos de conveniencia o por razones médicas discutibles, se oponen a la educación de los jóvenes y por tanto al futuro de la humanidad.

Continuando con nuestra reflexión, un papel igualmente esencial para el desarrollo de la persona corresponde a las instituciones educativas. Ellas son las primeras instancias que colaboran con la familia, y para desempeñar adecuadamente esta tarea propia sus objetivos han de coincidir con los de la realidad familiar. Es necesario realizar políticas de formación que hagan accesible a todos la educación escolar y que, además de promover el desarrollo cognitivo de la persona, se haga cargo del crecimiento armonioso de la personalidad, incluyendo su apertura al Transcendente. La Iglesia católica se ha mostrado siempre particularmente activa en el área de las instituciones escolares y académicas, cumpliendo una apreciable labor al lado de las instituciones estatales. Deseo por tanto que esta contribución sea reconocida y valorada también por las legislaciones nacionales.

Respeto a la libertad religiosa

A este respecto, se comprende que una labor educativa eficaz requiera igualmente el respeto de la libertad religiosa. Ésta se caracteriza por una dimensión individual, así como por una dimensión colectiva y una dimensión institucional. Se trata del primer derecho del hombre, porque expresa la realidad más fundamental de la persona. Este derecho, con demasiada frecuencia y por distintos motivos, se sigue limitando y violando. Al tratar este tema no puedo dejar de honrar la memoria del ministro paquistaní Shahbaz Bhatti, cuyo combate infatigable por los derechos de las minorías culminó con su trágica muerte. Desgraciadamente no se trata de un caso aislado. En muchos países, los cristianos son privados de sus derechos fundamentales y marginados de la vida pública; en otros, sufren ataques violentos contra sus iglesias y sus casas. A veces son obligados a abandonar los países que han contribuido a edificar, a causa de continuas tensiones y de políticas que frecuentemente los relegan a meros espectadores secundarios de la vida nacional. En otras partes del mundo, se constatan políticas orientadas a marginar el papel de la religión en la vida social, como si fuera causa de intolerancia, en lugar de contribuir de modo apreciable a la educación en el respeto de la dignidad humana, la justicia y la paz. Asimismo, el terrorismo con motivaciones religiosas se ha cobrado el pasado año numerosas víctimas, sobre todo en Asia y África, y por esto, como recordé en Asís, los responsables religiosos deben repetir con fuerza y firmeza que «esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción».4 La religión no puede ser utilizada como pretexto para eludir las reglas de la justicia y del derecho en favor del «bien» que ella misma persigue. A este respecto, me satisface recordar, como hice en mi país natal, que la visión cristiana del hombre ha sido una verdadera fuerza inspiradora para los Padres constitucionales de Alemania, como lo fue también para los Padres fundadores de la Europa unida. Quisiera mencionar también algunos signos alentadores en el ámbito de la libertad religiosa. Me refiero a la modificación legislativa gracias a la cual la personalidad jurídica pública de las minorías religiosas ha sido reconocida en Georgia; pienso también en la sentencia de la Corte Europea de los Derechos Humanos a favor de la presencia del crucifijo en las aulas de las escuelas italianas. Y justamente deseo recordar de modo particular a Italia, en la conclusión del 150 aniversario de su unificación política. Las relaciones entre la Santa Sede y el Estado italiano atravesaron momentos difíciles después de la unificación. Con el transcurso del tiempo, sin embargo, ha prevalecido la concordia y la voluntad recíproca de cooperar, cada uno en su propio ámbito, para favorecer el bien común. Espero que Italia siga apostando por una relación equilibrada entre la Iglesia y el Estado, constituyendo así un ejemplo que las otras naciones puedan mirar con respeto e interés.

Justicia, paz y reconciliación

En el continente africano, que he visitado de nuevo en mi reciente viaje a Benín, es esencial que la colaboración entre las comunidades cristianas y los gobiernos permita abrir un camino de justicia, paz y reconciliación, donde los miembros de todas las etnias y religiones sean respetados. Es doloroso constatar que, en distintos países del continente, este objetivo está todavía muy lejano. Me refiero de modo particular al aumento de la violencia en Nigeria, como nos lo han recordado los atentados cometidos contra algunas iglesias en el tiempo de Navidad, a las secuelas de la guerra civil en Costa de Marfil, a la persistente inestabilidad de la Región de los Grandes Lagos y a la urgencia humanitaria en los países del Cuerno del África. Pido una vez más a la Comunidad internacional su ayuda solícita para encontrar una solución a la crisis que después de tantos años perdura en Somalia.

Respeto a la creación

Por último, quiero hacer hincapié en que una educación correctamente entendida debe favorecer el respeto a la creación. No se pueden olvidar las graves calamidades naturales que, a lo largo del 2011, han afectado a distintas regiones del Sudeste asiático y los desastres ecológicos como el de la central nuclear de Fukushima en Japón. La salvaguarda del medio ambiente, la sinergia entre la lucha contra la pobreza y el cambio climático constituyen ámbitos importantes para la promoción del desarrollo humano integral. Por consiguiente, deseo que después de la 17 sesión de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se ha concluido recientemente en Durban, la Comunidad internacional, como una auténtica «familia de naciones» y, por tanto, con un gran sentido de solidariedad y responsabilidad hacia las generaciones presentes y futuras, se prepare para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible («Río + 20»).

Excelencias, señoras y señores:

El nacimiento del Príncipe de la paz nos enseña que la vida no termina en la nada, que su destino no es la corrupción, sino la inmortalidad. Cristo ha venido para que los hombres tengan vida y vida abundante (cf. Jn, 10,10). «Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente»5. Animada por la certeza de la fe, la Santa Sede sigue ofreciendo su aportación a la Comunidad internacional, según la doble intención que el Concilio Vaticano II –del que este año se celebra el 50 aniversario– ha definido claramente: proclamar la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en él está presente, y ofrecer al género humano una sincera colaboración para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación6. En este espíritu, os renuevo a todos, a los miembros de vuestras familias y a vuestros colaboradores mis felicitaciones más cordiales por el nuevo año. Gracias por vuestra atención.

VIVIMOS LA CRISIS DE LA SANTIDAD

16 Enero 2012.   Autor: Pedro Luis Llera Vázquez | Fuente: Catholic

Dice el Diccionario de la Real Academia Española que el honor es la “Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”; y en su segunda acepción, sería la “buena reputación que sigue a la virtud o al mérito”.

                En los últimos años, la palabra “valores” se ha puesto de moda y se ha repetido hasta la náusea. Hay términos como “solidaridad” o “tolerancia” que una y otra vez se leen y se escuchan vengan o no a cuento. Parece que la “tolerancia” o el “ser tolerante” supone un “valor” incuestionable. Pero pocos se atreven a decir hoy en día que algo es “intolerable”. Por ejemplo, que en España tengamos más de cinco millones de parados resulta intolerable. Que la mentira se haya convertido en algo socialmente aceptado, resulta intolerable. Que el aborto sea una realidad socialmente consentida y aceptada, resulta intolerable. Que la infidelidad conyugal se vea como algo normal, resulta intolerable. Que la corrupción campe a sus anchas y sea una práctica extendida entre políticos, empresarios y trabajadores, resulta intolerable. Que el matrimonio se haya convertido en un cajón de sastre donde cabe cualquier tipo de relación, me parece intolerable. Que el Estado se haya arrogado el derecho a educar moralmente a nuestros hijos, usurpando el derecho que únicamente nos corresponde a los padres, resulta intolerable.

Sinceramente: estoy harto de los “valores”, de la “tolerancia” y del “talante”. Lo decente es luchar por el bien y la justicia; y combatir el mal, la corrupción, la mentira y la opresión, venga esta de donde venga. Por eso reivindico la recuperación del concepto del honor y la necesidad urgente de cultivar las virtudes. Toda persona tiene la obligación de comportarse de acuerdo con unos principios. Tenemos la obligación de comportarnos de manera ejemplar y de combatir a aquellas personas cuyo comportamiento no esté a la altura de esa ejemplaridad.

Una persona con honor - honorable - no miente ni engaña ni roba. Una persona con honor cumple la palabra dada en su vida social y personal. Un hombre o una mujer no pueden prometerse amor y fidelidad y luego engañar a su cónyuge: ¿es que la palabra dada no sirve para nada? Y no vale apelar a la debilidad del ser humano ni pamplinas por el estilo. Cuando uno se compromete a algo o con alguien, tiene la obligación de cumplir con su deber. Y resulta intolerable la facilidad con la que se tolera lo intolerable.

Y otro tanto habría que decir de la obligación de los padres de educar a sus hijos, que para eso los han traído al mundo. O la obligación de tratar con justicia a los trabajadores; o la de los trabajadores de realizar el trabajo que cada uno tenga que desempeñar con el mayor esfuerzo y dedicación y de la mejor manera posible. Las personas no están al servicio de la economía, sino que la economía debe estar al servicio de las personas para que todos puedan vivir con dignidad.

Todos tenemos el deber de tratar a los demás con respeto. Las personas no son objetos de usar y tirar: ni en las relaciones laborales ni en las personales. Las relaciones sexuales no son un juego de niños. El otro, el prójimo, no es algo que esté ahí para que yo lo use y me lo pase bien. Debemos recuperar urgentemente la responsabilidad en las relaciones sexuales y combatir la banalización de la sexualidad y la promiscuidad rampante. No puede ser que en España se lleven a cabo más de cien mil abortos ni que la píldora postcoital se consuma como si fueran caramelos.

¡Cuántas veces se hace una separación drástica entre “vida pública” y “vida privada”! ¡Cuántas veces se escucha esa falacia de que “cada uno en su vida privada puede hacer lo que le dé la gana”! Pues no. La conducta personal debe ser ejemplar en la vida pública y en la privada. Si alguien maltrata o engaña a su mujer, ¿puede ser de fiar en cualquier otro ámbito? Si uno es un sinvergüenza en su vida privada, no puede pretender que nadie se fíe de él en la vida pública. Todos tenemos la obligación, al menos, de intentar ser ejemplares en nuestra vida: la íntima y la pública.

La crisis que sufrimos hoy en día es una crisis que hunde sus raíces en una profunda quiebra moral: vale todo y el “honor” se considera un concepto anticuado y sin vigencia alguna. Y así nos va. Cuando se fomentan los vicios y se desprecian los méritos; cuando la virtud es objeto de burla y desprecio; cuando el fin justifica los medios, el resultado que obtenemos es una sociedad enferma y decadente como la de hoy en día. Sin honor, sin virtudes, sin ejemplaridad y sin esfuerzo ni mérito, no iremos a otro sitio que no sea la ruina. Por eso, hoy más que nunca, hacen falta personas ejemplares y honorables. Para un católico como yo, la crisis más importante que padecemos, en el fondo, es una crisis de santidad.

Se hace necesaria la renovación de la Fe

Crisis ética, la novedad de la juventud y la alegría africana

El año que pasó inspira algunas líneas maestras del 2012

ROMA, domingo 1 enero 2012 (ZENIT.).- “En este final del año, Europa se encuentra en una crisis económica y financiera que, en última instancia, se funda sobre la crisis ética que amenaza al Viejo Continente”, afirmaba Benedicto XVI en su discurso de felicitación a la curia vaticana, en el que hacía un somero balance del año transcurrido.

Es sin duda, un año más, la contracorriente adversa en la que se debe nadar, una crisis de la que hay unos pocos, poquísimos, causantes y miles de millones de víctimas. En esta situación, la Iglesia, a través de sus pastores y líderes ha llamado a la solidaridad con los más golpeados.

En este sentido son importantes los mensajes de Caritas Internacional, de los obispos europeos y, en el caso de España, el llamamiento de Caritas a los electores y a los nuevos gobernantes sobre la necesidad de nuevos parámetros para un sistema económico más justo y solidario, aportando ideas y soluciones concretas.

Sin embargo, en ese importante discurso, Benedicto no se detuvo en la crisis y otros males, porque para él está claro que todo tiene una raíz: el abandono de los valores cristianos. Por ello, el remedio que propone es muy sencillo: una reevangelización en aquellos países tradicionalmente cristianos que en gran parte han dejado de serlo. “En efecto, el gran tema de este año, como también de los siguientes, es cómo anunciar el Evangelio. ¿De qué manera la fe, en cuanto fuerza viva y vital, puede llegar a ser hoy realidad? Todos los acontecimientos eclesiales del año que está por concluir han estado relacionados en definitiva con este tema”, resume Benedicto XVI.

Recuerda sus viajes a Croacia, a España, para la Jornada Mundial de la Juventud, a su patria, Alemania, y a África, Benín, para la entrega del documento postsinodal sobre justicia, paz y reconciliación. Un documento, señalaba el papa, “del que ha de nacer una realidad concreta en las diversas Iglesias particulares”.

Diagnosticar y afrontar un mal oculto

Uno de los retos que desde hace varios años afronta la Iglesia es el descubrimiento de centenares de casos de abusos a menores por parte de miembros del clero o religiosos. Son casos que, en general, se remontan a muchos lustros atrás. Cabe preguntarse por qué afloran ahora. Pero no hay duda de que hay que admirar el coraje con el que Benedicto XVI personalmente ha lanzado un mensaje muy claro al mundo: tolerancia cero.

 

La Iglesia no sólo ha salido al paso pagando indemnizaciones millonarias sino que ha puesto las bases para que tales atentados contra la infancia no se repitan. Las comisiones creadas en los distintos países no sólo han proporcionado asistencia a las víctimas, sino que han propuesto itinerarios de formación para los futuros sacerdotes y religiosos. Y también hay que destacar el coraje del papa al mirar cara a cara a los afectados: se ha entrevistado en privado con las víctimas en varios países de los que ha visitado.

Benedicto XVI, de modo extraordinario, este año ha estado dos veces en España. Fue el tercer país que visitó, tras ser elegido en 2005, luego de Alemania y Polonia, para asistir al Encuentro Mundial de las Familias en Valencia. Y tanto le debió gustar la experiencia que este año ha regresado dos veces. La última, la Jornada Mundial de la Juventud, tras las experiencias vividas en Colonia y Sydney, le ha servido para hacer balance de esta iniciativa impulsada por el beato Juan Pablo II y el siervo de Dios cardenal Eduardo Pironio. Su reflexión sobre las constantes que marcan cada vez más a estos encuentros de las nuevas generaciones, le ha servido para marcar cinco líneas que podrían orientar a los nuevos evangelizadores.

Se podría decir que a Benedicto algo le han cambiado los jóvenes. Un papa que, a diferencia de su predecesor, no es en principio un papa "mediático", se sintió feliz en las “movidas” juveniles madrileñas. Benedicto quedó tan tocado con la inédita respuesta de los jóvenes a la tormenta de Cuatro Vientos, que ante aquella multitud calada por la lluvia e inmóvil adorando al Santísimo, improvisó unas palabras de gratitud y se dijo: algo nuevo está naciendo en la Iglesia. Un nuevo modo de ser cristiano: alegre, comunicativo, fresco, vital, sin complejos, y que no se arredra ante los elementos adversos.

El fenómeno, como ya sucediera en Estados Unidos o en el Reino Unido, causó un giro copernicano en algunos medios españoles laicistas que no pudieron dejar de dar cuenta, si querían seguir siendo creíbles, del hecho asombroso en estos días de "botellón" y "litronas" en la calle, de una juventud que se reúne, intercambia, disfruta, ora en la calle, canta y baila, transpira alegría y “buen rollo”, sin otro incidente que los ataques e insultos de algunos “indignados” en la Puerta del Sol, que achacaban a la visita papal su desalojo del kilómetro cero de la capital.

Líneas de la Nueva Evangelización

Por ello, en ese discurso programático a la curia, el papa ha trazado unas líneas maestras de la Nueva Evangelización a partir de lo que enseñan las JMJ, que han pasado ya sus bodas de plata.

“La magnífica experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, ha sido también una medicina contra el cansancio de creer. Ha sido una nueva evangelización vivida. Cada vez con más claridad se perfila en las Jornadas Mundiales de la Juventud un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano, que quisiera intentar caracterizar en cinco puntos”, dijo en ese discurso programático Benedicto XVI.

Son, en resumen, “una nueva experiencia de la catolicidad” de la que “nace después un modo nuevo de vivir el ser hombres, el ser cristianos”. “Un tercer elemento, que de manera cada vez más natural y central forma parte de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y de la espiritualidad que proviene de ellas, es la adoración”. “Otro elemento importante de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la presencia del Sacramento de la Penitencia que, de modo cada vez más natural, forma parte del conjunto”, explicó. “Finalmente, como última característica que no hay que descuidar en la espiritualidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud, quisiera mencionar la alegría”, concluyó Benedicto XVI.

El año que comienza

En línea también de prospectiva, el papa señalaba que “la institución del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización nos remite anticipadamente al Sínodo que sobre el mismo tema tendrá lugar en el próximo año. También tiene que ver con ello el Año de la Fe, en recuerdo del comienzo del Concilio, hace cincuenta años”. Son dos citas importantes del año que comienza.

En Alemania, el país de origen de la Reforma, el papa recordó que, en su viaje, “la cuestión ecuménica, con todas sus dificultades y esperanzas, ha tenido naturalmente una importancia particular. Indisolublemente unida a esto, hay siempre en el centro de las discusiones una pregunta: ¿Qué es una reforma de la Iglesia? ¿Cómo sucede? ¿Cuáles son sus caminos y sus objetivos?”.

¿Reforma de la Iglesia?

Benedicto XVI parece estar proponiendo una reforma de la Iglesia: “No sólo los fieles creyentes, sino también otros ajenos, observan con preocupación cómo los que van regularmente a la iglesia son cada vez más ancianos y su número disminuye continuamente; cómo hay un estancamiento de las vocaciones al sacerdocio; cómo crecen el escepticismo y la incredulidad. ¿Qué debemos hacer entonces?”. Se pregunta el papa. Y responde que todo es cuestión de fe. Es decir, la reforma empieza con una renovación de la fe.

“El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces”, afirma.

Lo que África enseña a la vieja Europa

En este sentido, añade, “el encuentro en África con la gozosa pasión por la fe ha sido de gran aliento. Allí no se percibía ninguna señal del cansancio de la fe, tan difundido entre nosotros, ningún tedio de ser cristianos, como se percibe cada vez más en nosotros. Con tantos problemas, sufrimientos y penas como hay ciertamente en África, siempre se experimentaba sin embargo la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar. Encontrar esta fe dispuesta al sacrificio, y precisamente alegre en ello, es una gran medicina contra el cansancio de ser cristianos que experimentamos en Europa”.

Así que, tanto de España y los jóvenes como de los católicos africanos, Benedicto se llevó en la maleta una y la misma gran fuerza dinamizadora de la transmisión del Evangelio: la alegría de ser cristianos.

En África, Benedicto entregó un documento eclesial que habla de justicia, paz y reconciliación.

En su mensaje de la paz para este año, ha unido esas dos experiencias, sus dos mensajes, a la juventud y a los africanos, en el que marca la jornada eclesial de la paz 2012, este 1 de enero: eduquemos para formar hombres y mujeres pacíficos, amantes de la justicia y hacedores de reconciliación.