Ningún pecador debe dudar del amor de Dios

Fuente: Alfonso Llano Escobar, S,j.  16 Octubre 2011

Ya ningún pecador tiene derecho a dudar del amor de Dios. Ya ningún confesor tiene fundamento para hacer preguntas indiscretas, durante el sacramento de la reconciliación.

                Con este nombre se ofrece al público, desde que lo compró en un lote de pinturas y llevó a Rusia la Emperatriz Catalina, el cuadro del genial pintor holandés, del s. XVII, Rembrandt, en el mundialmente célebre museo del Hermitage, en San Petersburgo (Rusia). Lo inmortalizó el sacerdote holandés Henri Nouwen, con el bello libro que publicó en 1992, y hoy cuenta con 43 ediciones, después de pasar inspiradas horas ante la pintura de Rembrandt.

Desde el momento en que leí la obra de Nouwen cuelga de la pared de mi aposento una copia del cuadro, con la ilusión de viajar algún día al museo del Hermitage, para postrarme, como Nouwen, en oración ante él.

Nouwen hace del cuadro diversas interpretaciones, a cual más bella y original, pero le faltó una que me vino a la mente mientras me hallaba en oración ante el cuadro, "en mi cuerpo o fuera de él, no lo sé, Dios lo sabe", como dice san Pablo de su visión del misterio de Cristo (2 Cor 12,2) y que hoy quiero compartir con mis lectores.

Jesús es el 'Hijo Pródigo', que dejó la Casa paterna para convivir con los pecadores, como lo dice san Juan en su Evangelio: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" Jn 1,14. Su persona, rodando por caminos y veredas, por los rincones más oscuros y pecadores de pueblos y caseríos de Palestina, fue cargando con todas las miserias y pecados de los hombres, de tal modo que se cumplió la frase de san Pablo, la frase más audaz de todos sus escritos: "Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado, para que alcanzara el perdón de su Padre para todos sus hermanos pecadores" 2 Cor 5,21. Comió y bebió con pecadores, visitó la casa de publicanos, como Zaqueo, amó con ternura a María Magdalena, defendió a pecadoras y prostitutas, compartió la mesa de los pudientes y ricos, como Lázaro, Martha y María, y mil 'despilfarros' más de amor y generosidad, haciendo diario derroche de la herencia de su Padre. Vivió como un verdadero Hijo Pródigo, gastando y desgastándose por los demás, hasta sentir hambre, no tener donde reclinar su cabeza y venir a morir en una Cruz, en la miseria y el desamparo.

"Me levantaré y volveré a la Casa de mi Padre", resolvió este Hijo Pródigo, "para echarme en su regazo y solicitarle la bendición y el perdón para mis hermanos, los hombres". "Padre, le gritó lleno de esperanza y dolor, en tus manos encomiendo mi espíritu", y se volcó sobre el insondable seno paterno. Y Dios Padre lo abrazó y lo exaltó y lo vistió con el traje de la Divinidad y de la gloria. "Celebremos una fiesta, exclamó, una fiesta eterna para él y para toda la Humanidad".

Ya ningún pecador tiene derecho a dudar del amor de Dios. Ya ningún confesor tiene fundamento para hacer preguntas indiscretas, durante el sacramento de la reconciliación. En Jesús, el Padre está abrazando y perdonando a todos los pecadores de todos los tiempos, de todos los pueblos, de todas las edades, géneros y condiciones. Esas dos manos -curiosamente, una masculina y otra femenina, quizá figurando Rembrandt la doble dimensión de Dios, como padre y madre de todos sus hijos- están abrazando a todo pecador que regresa a la casa paterna. Dios hizo solidario a su Hijo con todos los pecadores del mundo y de todos los tiempos. El Padre, abrazando a su Hijo, está abrazando a cada uno de nosotros. Sintamos cómo ese abrazo infinito y caluroso del Padre llega hasta nosotros y nos invita a la confianza, a la alegría, a la entrega total y definitiva a Dios en la casa paterna.

Y, venga la fiesta. Comamos y bebamos, porque este Hijo nuestro estaba perdido y ha retornado a la casa del Padre; estaba muerto y ha vuelto a la vida.

PALABRA Y SACERDOCIO

Conferencia del cardenal Piacenza sobre la Palabra y el sacerdocio

A los sacerdotes de lengua española de Estados Unidos

LOS ANGELES, viernes 7 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- conferencia impartida por el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, con el tema “La Palabra de Dios en la vida del sacerdote”, durante un encuentro de sacerdotes de lengua española con trabajo pastoral en Estados Unidos, reunidos en Los Ángeles.

“La Palabra de Dios en la vida del sacerdote”

Acerca de la recepción de la Exhortación apostólica postsinodal

Verbum Domini de Benedicto XVI

Querido Señor Arzobispo:

Queridos sacerdotes y amigos:

La Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini representa un paso fundamental en el camino de recepción de la Constitución apostólica Dei Verbum del Concilio ecuménico Vaticano II.

En ese sentido, siempre es bueno recordar que la única auténtica hermenéutica del gran acontecimiento conciliar es la de la continuidad y de la reforma.

Lo recordó explícitamente el Santo Padre en el Discurso para el intercambio de felicitaciones con ocasión de la Navidad a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005, dando de ese modo, precisamente al principio de Su Pontificado, la indicación de un gran tema que hay que afrontar siempre.

No existen dos Iglesias católicas, una preconciliar y una postconciliar; ¡si así fuera, la segunda sería ilegítima!

En la única Iglesia católica, instituida por Nuestro Señor Jesucristo sobre la roca de Pedro y sobre el fundamento de los Apóstoles, es necesario reconocer una profunda unidad histórica, doctrinal y teológica.

Para que una doctrina pueda ser acogida no debe representar una ruptura con el pasado o con todo el cuerpo doctrinal, sino que debe ser su desarrollo natural, orgánico.

Aunque cambien las circunstancias históricas y culturales y cambien —a veces— los modos de expresarse, ¡el eterno Evangelio de Cristo no puede cambiar! Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. ¡No cambia el Verbum Domini! Esta estabilidad de Cristo, de la verdad y de la Iglesia no es sino la traducción histórica de la Teología del Cuerpo Místico de San Pablo. Al igual que un cuerpo no puede tener órganos incompatibles o partes desarrolladas de manera no armónica, así sucede con la Iglesia de Cristo.

Queridos amigos, es siempre importante, pues, sentirse hijos de la única Iglesia, la de Jesús, de la Santísima Virgen María, de los Apóstoles, de los Padres y de todos los Santos que, a lo largo de dos mil años, ha suscitado el Espíritu.

El mismo Espíritu que, en la Iglesia, al comienzo de la era cristiana, inspiró los escritos del Nuevo Testamento y que, misteriosamente, en la relación entre Dios y el pueblo de Israel, nos ha entregado todo el patrimonio veterotestamentario.

1. La Palabra de Dios: una Persona

¡Verbum Domini! ¡Palabra de Dios! ¿Qué es la Palabra de Dios? ¿Qué papel tiene en la vida de un sacerdote?

En el n. 11 de la Exhortación apostólica, el Santo Padre afirma: «La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Ga 4, 4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad».

La Palabra de Dios, el Verbo de Dios, por lo tanto, es ante todo Su Hijo Unigénito, Aquel del cual, en el Credo, decimos: «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero del Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre».

¡Por consiguiente, Su Palabra es una Persona, no un libro!

Es necesario reconocer que el Cristianismo mantiene, respecto a los escritos en los cuales se inspira, una relación única, que ninguna otra tradición religiosa puede tener.

La Palabra de Dios, que es la Persona del Hijo Eterno, que el Padre pronunció antes de todos los siglos, se hizo carne, entró en el tiempo y en la historia de los hombres. «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1, 14).

Este hecho marcó y marca, definitivamente, la historia humana, que, desde la Encarnación en adelante, es la historia del Enmanuel, el Dios-con-nosotros.

El Hijo de Dios hecho hombre nos ha revelado los secretos del Padre, nos libró de la condición servil, causada por el pecado, y nos introdujo en una amistad nueva e inesperada con Dios. «No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15).

Sí, el Señor Jesús nos ha dado a conocer todo lo que ha “oído del Padre”; por lo tanto, en Cristo Único Salvador, hemos recibido la Revelación definitiva de Dios, es más, a Dios mismo.

La experiencia de Dios en medio de los hombres, lo que Él nos ha revelado del Padre, lo que Él nos ha enseñado para la vida, y lo que Él ha instituido, ya sea eterno o transitorio, todo está contenido en las Sagradas Escrituras divinamente inspiradas. En efecto, el Santo Padre escribe en el n. 17 de la Verbum Domini: «Aunque el Verbo de Dios precede y trasciende la Sagrada Escritura, en cuanto inspirada por Dios, contiene la palabra divina (cf. 2 Tm 3, 16) “en modo muy singular”». Por esta razón, las Sagradas Escrituras son Palabra de Dios y, al mismo tiempo, la Palabra de Dios es “más grande” de las Sagradas Escrituras, porque es la Persona misma de Jesús.

2. Dimensión neumática y eclesial de la Palabra de Dios

Como católicos, además, sabemos muy bien que la Revelación no consiste, únicamente, en lo que está materialmente contenido en las Sagradas Escrituras, sino que es el conjunto inseparable de Sagrada Escritura y de la ininterrumpida Tradición eclesial, autorizadamente interpretadas por el Magisterio.

Nunca es lícito separar la Escritura de la Tradición; como tampoco es lícito separarlas de la interpretación que de ellas ha dado y da el Magisterio de la Iglesia. Separaciones de este tipo conllevan siempre gravísimas consecuencias espirituales y pastorales.

Una Escritura sin Tradición sería un libro histórico y la historia nos habla del pensamiento de los demás, mientras que la Teología quiere hablar de Dios (cf. A. Schökel, Salvezza e liberazione: l’Esodo, 1997, EDB, p. 10).

Del mismo modo, una Tradición desvinculada de la relación constitutiva con la Sagrada Escritura, correría el riesgo de abrazar, en su seno, elementos espurios o ilegítimos.

Asimismo, siempre es útil recordar que los textos del Nuevo Testamento nacieron en el seno de la Tradición eclesial y que, por menos en las primeras décadas de la Era cristiana, la Iglesia vivió de la Eucaristía, de la oración, de la memoria viva del acontecimiento de Cristo y de la guía de los Apóstoles.

Por consiguiente, el tríptico Escritura-Tradición-Magisterio, en realidad, desde el punto de vista estrictamente histórico, debería configurarse como: Tradición, entendida como lugar en el cual la Escritura nace, Escritura y Tradición vinculada a la Escritura; todo, autorizadamente interpretado por el Magisterio, es decir, por los legítimos Sucesores de los Apóstoles.

Lo que hemos dicho hasta aquí pertenece al patrimonio común de la Iglesia y se enseña con autoridad en la Constitución dogmática Dei Verbum del Concilio ecuménico Vaticano II. Aunque, de parte de algunos, ha habido en estas décadas otras interpretaciones, estas no son fieles a la interpretación correcta del Concilio y, también por esta razón, los Padres, junto con el Romano Pontífice, dedicaron un Sínodo a la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, para reconocer su justo lugar y evitar prudentemente algunas unilateralidades ilegítimas.

Otro aspecto de fundamental importancia, que subraya ampliamente la Verbum Domini, es la dimensión neumática de la Revelación, en su conjunto y en los varios aspectos-momentos que la constituyen. En efecto, se lee en el n. 15 de la Exhortación: «No se comprende auténticamente la Revelación cristiana sin tener en cuenta la acción del Paráclito», y también, en el número siguiente: «Puesto que la Palabra de Dios llega a nosotros en el cuerpo de Cristo, en el cuerpo eucarístico y en el cuerpo de las Escrituras, mediante la acción del Espíritu Santo, sólo puede ser acogida y comprendida verdaderamente gracias al mismo Espíritu».

Ante todo, siempre es necesario recordar la relación íntima e insustituible entre Jesucristo y el Espíritu: toda la vida del Señor es una vida en el Espíritu, de la Anunciación a la Ascensión, y el Espíritu no es algo vago e indefinido para nosotros, los cristianos, sino que es siempre el Espíritu de Cristo.

Este “de Cristo” es un genitivo posesivo, que nos dice que el Espíritu es Suyo, al igual que es del Padre; y es el mismo Espíritu Suyo que se nos da a nosotros, en el Bautismo, en la Confirmación y, con el poder de transmitirlo a los hermanos, sobre todo en la Ordenación sacerdotal.

Si Cristo es la plenitud de la Revelación y toda la existencia de Cristo está en el Espíritu, entonces la misma Revelación es un evento neumático: la Tradición la anima el Espíritu, la Escritura la inspira el Espíritu y el Magisterio, en la tarea de interpretar autorizadamente Escritura y Tradición, la guía el Espíritu.

De ello deriva que la misma relación del Sacerdote con la Palabra de Dios debe ser una relación neumática. Es decir, se debe evitar todo enfoque meramente positivista o limitado al historicismo, que no permita la comprensión del significado real del texto. Las Escrituras, si nos acercamos a ellas prescindiendo de su dimensión neumática, se quedan como mudas y, en lugar de hablar de Dios y hacer que escuchemos Su Voz, narran simplemente una historia.

3. Palabra de Dios y Ministerio ordenado

Como afirma el gran San Jerónimo: «Quien ignora las Escrituras, ignora a Cristo». No podemos, por tanto, ignorar las Escrituras, y el primer elemento para que haya una relación entre el sacerdote y la Sagrada Escritura, es conocer su contenido: leerlas, conocer su estructura, tener en la mente los nexos entre las distintas partes y, sobre todo, conocer la Escritura en su globalidad, sin los excesos de parcelación que, con demasiada frecuencia, caracterizan el conocimiento de la realidad en la época, del relativismo y del cientificismo.

Esta obra de conocimiento de las Escrituras, lejos de consistir en una mera memorización, se convierte en uno de los principales factores para favorecer en el sacerdote el conocimiento y la consiguiente identificación con el pensamiento de Cristo: «[al sacerdote] no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario —afirma el Santo Padre en el n. 80—; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva: “la mente de Cristo” (1 Co 2, 16)».

Leer y releer los episodios de los que el Señor es protagonista, las respuestas que Él da en las diferentes circunstancias y la actitud que asume ante los pobres, los pequeños, los débiles, los pecadores, las mujeres, etc. determina la progresiva asimilación de Su pensamiento y de Su modo de actuar.

En este sentido, la obligada fidelidad a la Liturgia de las Horas, en su integridad, es maestra fundamental para permanecer establemente en contacto con la Palabra de Dios, especialmente en el Oficio de las Lecturas, que nos la da abundantemente, junto a ese momento de autorizada Tradición eclesial que representan los Padres de la Iglesia.

Así hacemos experiencia progresivamente de que la Palabra de Dios narra nuestra vida; narrando las vicisitudes del pueblo de Israel y las de quien se encontró con Jesús, nuestro Señor, narra el camino de fe de todo hombre y, por tanto, de todo sacerdote.

Por otra parte, por el ministerio que se nos ha encomendado, no somos solamente, con todos nuestros hermanos, oyentes de la Palabra, sino también autorizados anunciadores e intérpretes de esta. Todo bautizado, en virtud la inmersión en el Misterio pascual de la muerte y Resurrección está llamado a dar testimonio de Cristo y a anunciar la Palabra. El sacerdote, además de participar de este mandato común a todo cristiano, recibe otro específico y ministerial, y su anuncio, sobre todo en la predicación y en la catequesis, participa, en cierto modo, de la autoridad del mismo Magisterio eclesial.

Se cae por su propio peso que no podemos anunciar lo que no conocemos y no hemos hecho nuestro; por tanto, la posibilidad del anuncio está estructuralmente vinculada al conocimiento de las Escrituras y a la familiaridad e identificación con el pensamiento de Cristo.

No es así, en cambio, para la eficacia del anuncio, que, contrariamente a cuanto se piensa habitualmente, no depende del conocimiento sino de la vida y del testimonio. Además la eficacia es totalmente dependiente de la acción poderosa de la gracia y del insondable misterio de la libertad humana. En ese sentido, no existe, en la dinámica del anuncio, ningún mecanicismo. También esto nos ayuda, como ministros de la Palabra, a purificarnos del funcionalismo y a encomendar totalmente al Señor, en la oración, la acción de la Palabra en el corazón de los hombres.

En la tarea de anunciadores es necesario tener constantemente presente la unidad de Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio, de la que hemos hablado. No es posible anunciar la Palabra, olvidando o —peor— reprobando la Tradición que la ha generado. Igualmente ineficaz resultará el anuncio separado o —peor— en contraste con el Magisterio eclesial.

Con la fuerza que nos da la experiencia de que la Palabra de Dios describe nuestra vida, es necesario anunciarla, acompañando también a los fieles a la misma conciencia. En este sentido, en la evangelización pueden coexistir dos dinámicas diferentes, ambas legítimas. Es posible que del anuncio de la Palabra nazca la fe y la renovación de la vida, y es igualmente posible que la experiencia de una vida nueva, que se da de modo imprevisto y gratuito mediante un encuentro, abra a la fe y, sucesivamente, sea reconocida en el encuentro con las Sagradas Escrituras.

¡No os escondo mi propensión y mi simpatía humana por esta segunda dinámica, que, como creo comprender leyendo los textos de las Sagradas Escrituras, fue también la de Andrés y Juan, cuando esa tarde, alrededor de las cuatro, se encontraron con Jesús!

El núcleo de la relación entre el sacerdote y la Palabra de Dios, por lo tanto, está representado por esa “Palabra de Dios en acto” que es su propia existencia y la de los fieles. Estos, mediante el anuncio y el ministerio de los sacerdotes, encuentran al Señor.

En este sentido, el Cristianismo no es “religión del libro” sino que es un hecho, un Acontecimiento que sucedió en la historia, del cual, en la actualidad, es posible hacer experiencia vital y esta experiencia es contagiosa, misionera en sí misma, es más, ¡es el elemento más eficazmente misionero con el que el Espíritu ha dotado a Su Iglesia!

Esta claridad de juicio en la relación con las Sagradas Escrituras, las sitúa en su  justo lugar, insustituible, también en la vida de la Iglesia, la cual vive de la eficacia de la Palabra, también y sobre todo en la administración de los Sacramentos. Sin Palabra, no sólo no tendríamos el anuncio, sino que no tendríamos tampoco los Sacramentos.

4. Palabra de Dios y cultura

Ser personas que escuchan y anuncian la Palabra de Dios hace de los sacerdotes hombres necesariamente capaces de incidir en la cultura. En ese sentido, es bueno recuperar una noción amplia del término "cultura", no relegada a los simples conocimientos, sino capaz de imprimir un estilo, plasmar una mentalidad, generar una civilización.

Nada, como el anuncio de la Palabra, genera cultura. Es decir, genera un modo nuevo de concebir la vida, las relaciones, la sociedad e incluso la política. Un modo que, cuanto más evangélico es, más se descubre profunda y sorprendentemente correspondiente al corazón humano.

Es urgente y necesario, en ese sentido, superar todo complejo de inferioridad respecto de la cultura; la Palabra de Dios, y nosotros con ella, es portadora de un significado, que ninguna cultura sólo humana posee.

Como recuerda la Verbum Domini: «Dios no se revela al hombre en abstracto, sino asumiendo lenguajes, imágenes y expresiones vinculadas a las diferentes culturas. Es una relación fecunda, atestiguada ampliamente en la historia de la Iglesia» (n. 109).

Relación que, por un lado, ve como normativos los datos culturales a través de los cuales aconteció la Revelación y, por otro, requiere nuestra aportación continua, creativa y sobre todo misionera.

En una cultura relativista, hedonista, consumista e individualista, la Palabra de Dios, y nosotros con ella, está llamada a poner de nuevo al hombre en relación con Dios y con sus hermanos, en relación auténtica con la realidad y con la razón, abriéndole continuamente a la verdad.

Los fieles esperan oír la Palabra de Dios de los labios del sacerdote; buscan el pensamiento de Dios en las valoraciones del sacerdote; los caminos de Dios en los caminos que indica y recorre el sacerdote.

Debemos ser conscientes de que, contrariamente a cuanto algunos poderes fuertes tienden a insinuar, el Cristianismo representa el mayor movimiento de desarrollo y de civilización que la historia humana haya conocido jamás.

Nos recuerda la Exhortación apostólica al respecto: «[La Palabra de Dios] nunca destruye la verdadera cultura, sino que representa un estímulo constante en la búsqueda de expresiones humanas cada vez más apropiadas y significativas. Toda auténtica cultura, si quiere ser realmente para el hombre, ha de estar abierta a la transcendencia, en último término, a Dios» (n. 109).

¡Toda cultura, incluida la contemporánea, queridísimos hermanos, necesita siempre esta transcendencia! Y nosotros debemos ser portadores de ella.

Que nos sostenga en esta obra la Santísima Virgen María, primera portadora de la Palabra hecha carne en Ella, que se convirtió en su "cultura", porque era su horizonte.

¿Existen los Dogmas Marianos?

DOGMAS MARIANOS   Inocente  Octubre 2011

Fuente: Corazones.org

María es verdaderamente Madre de Dios.

Pregunta: "¿Cómo puede ser María la madre de Dios, si Dios ya existía antes de que ella naciera?"

Respuesta: En el diccionario encontramos que "madre" es la mujer que engendra. Se dice que es madre del que ella engendró. Si aceptamos que María es madre de Jesús y que Él es Dios, entonces María es Madre de Dios.

No se debe confundir entre el tiempo y la eternidad. María, obviamente, no fue madre del Hijo eternamente. Ella comienza a ser Madre de Dios cuando el Hijo Eterno quiso entrar en el tiempo y hacerse hombre como nosotros. Para hacerse hombre quiso tener madre. Gálatas 4:4: "al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer". Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios, por ende María es madre de Jesús, Dios y hombre verdadero.

Entonces, María es Madre de Dios, no porque lo haya engendrado en la eternidad sino porque lo engendró hace 2000 años en la Encarnación. Dios no necesitaba una madre pero la quiso tener para acercarse a nosotros con infinito amor. Dios es el único que pudo escoger a su madre y, para consternación de algunos y gozo de otros, escogió a la Santísima Virgen María quién es y será siempre la Madre de Dios.

Cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel, esta, movida por el Espíritu Santo le llamó "Madre de mi Señor". El Señor a quien se refiere no puede ser otro sino Dios. (Cf. Lucas 1, 39-45).

La verdad de que María es Madre de Dios es parte de la fe de todos los cristianos ortodoxos (de doctrina recta). Fue proclamada dogmáticamente en el Concilio de Efeso, en el año 431 y es el primer dogma Mariano.

Antecedentes de la controversia sobre la maternidad divina de María Santísima:

Los errores de Nestorio

En el siglo V, Nestorio, Patriarca de Constantinopla afirmaba los siguientes errores:

Que hay dos personas distintas en Jesús, una divina y otra humana.

Sus dos naturalezas no estaban unidas.

Por lo tanto, María no es la Madre de Dios pues es solamente la Madre de Jesús hombre.

Jesús nació de María solo como hombre y más tarde "asumió" la divinidad, y por eso decimos que Jesús es Dios.

Vemos que estos errores de Nestorio, al negar que María es Madre de Dios, niegan también que Jesús fuera una persona divina.

La doctrina referente a María está totalmente ligada a la doctrina referente a Cristo. Confundir una es confundir la otra. Cuando la Iglesia defiende la maternidad divina de María está defendiendo la verdad de que, su hijo, Jesucristo es una persona divina.

En esta batalla doctrinal, San Cirilo, Obispo de Alejandría, jugó un papel muy importante en clarificar la posición de nuestra fe en contra de la herejía de Nestorio. En el año 430, el Papa Celestino I en un concilio en Roma, condenó la doctrina de Nestorio y comisionó a S. Cirilo para que iniciara una serie de correspondencias donde se presentara la verdad.

 

Concilio de Efeso

En el año 431, se llevó a cabo el Concilio de Efeso donde se proclamó oficialmente que María es Madre de Dios.

"Desde un comienzo la Iglesia enseña que en Cristo hay una sola persona, la segunda persona de la Santísima Trinidad. María no es solo madre de la naturaleza, del cuerpo pero también de la persona quien es Dios desde toda la eternidad. Cuando María dio a luz a Jesús, dio a luz en el tiempo a quien desde toda la eternidad era Dios. Así como toda madre humana, no es solamente madre del cuerpo humano sino de la persona, así María dio a luz a una persona, Jesucristo, quien es ambos Dios y hombre, entonces Ella es la Madre de Dios" -Concilio de Efeso

La ortodoxia (doctrina recta) enseña:

Jesús es una persona divina (no dos personas)

Jesús tiene dos naturalezas: es Dios y Hombre verdaderamente.

María es madre de una persona divina y por lo tanto es Madre de Dios.

María es Madre de Dios. Este es el principal de todos los dogmas Marianos, y la raíz y fundamento de la dignidad singularísima de la Virgen María.

María es la Madre de Dios, no desde toda la eternidad sino en el tiempo.

El dogma de María Madre de Dios contiene dos verdades:

María es verdaderamente madre: Esto significa que ella contribuyó en todo en la formación de la naturaleza humana de Cristo, como toda madre contribuye a la formación del hijo de sus entrañas.

María es verdaderamente madre de Dios: Ella concibió y dio a luz a la segunda persona de la Trinidad, según la naturaleza humana que El asumió.

El origen Divino de Cristo no le proviene de María. Pero al ser Cristo una persona de naturalezas divina y humana. María es tanto madre del hombre como Madre del Dios. María es Madre de Dios, porque es Madre de Cristo quien es Dioshombre.

La misión maternal de María es mencionada desde los primeros credos de la Iglesia. En el Credo de los Apóstoles: "Creo en Dios Padre todopoderoso y en Jesucristo su único hijo, nuestro Señor que nació de la Virgen María".

El título Madre de Dios era utilizado desde las primeras oraciones cristianas. En el Concilio de Efeso, se canonizo el título Theotokos, que significa Madre de Dios. A partir de ese momento la divina maternidad constituyó un título único de señorío y gloria para la Madre de Dios encarnado. La Theotokos es considerada, representada e invocada como la reina y señora por ser Madre del Rey y del Señor.

Más tarde también fue proclamada y profundizada por otros concilios universales, como el de Calcedonia(451) y el segundo de Constantinopla (553).

En el siglo XIV se introduce en el Ave María la segunda parte donde dice: "Santa María Madre de Dios" Siglo XVIII, se extiende su rezo oficial a toda la Iglesia.

El Papa Pío XI reafirmó el dogma en la Encíclica Lux Veritatis (1931).

La Madre de Dios en el VAT II: este concilio replantea en todo el alcance de su riqueza teológica en el más importante de sus documentos, Constitución dogmática sobre la Iglesia, (Lumen Gentium). En este documento se ve la maternidad divina de María en dos aspectos:

La maternidad divina en el misterio de Cristo.

La maternidad divina en el misterio de la Iglesia.

"Y, ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Sta. Virgen es venerada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades.... Y las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los límites de la sana doctrina, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo por razón del cual son todas las cosas, sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos" (LG #66)

En el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI (1968): "Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y salvador nuestro"

En 1984 consagra J.P.II el mundo entero al I.C. de María, a través de toda la oración de consagración repite: "Recurrimos a tu protección, Santa Madre de Dios"

María por ser Madre de Dios transciende en dignidad a todas las criaturas, hombres y ángeles, ya que la dignidad de la criatura está en su cercanía con Dios. Y María es la más cercana a la Trinidad. Madre del Hijo, Hija del Padre y Esposa del Espíritu.

"El Conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María, será siempre la llave exacta de la comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia" "Y la Madre de Dios es mía, porque Cristo es mío" (S. Juan de la Cruz)

La Inmaculada Concepción de María.

¿Qué significa "Inmaculada Concepción"? ¿Por qué es un dogma? ¿Qué implica?

La Inmaculada Concepción de María.

La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia especial de Dios, ella fue preservada de todo pecado desde su concepción.

El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."

(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)

La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.

-María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no se trata de la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado.

 

Fundamento Bíblico

                La Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción, como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la Biblia. Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta correctamente a la luz de la Tradición Apostólica.

El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15) menciona a la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de que vendrá un redentor. Junto a Él se manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.

En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de María si lo sugiere.

Los Padres de la Iglesia

Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.

Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),

Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),

Tertuliano (De carne Christi, xvii),

Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),

Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),

Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),

Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and

Sedulius (Carmen paschale, II, 28).

También se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura (San Agustín y otros). La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa"

Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El que ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de este don: El poder y omnipotencia de Dios.

Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se encarnara.

Frutos:

María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.

María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.

La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:

Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.

Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del ES.

Argumentos de los hermanos separados

                Según algunos protestantes, la Inmaculada Concepción contradice la enseñanza bíblica: "todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios" (Romanos 3:23).

Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esto no es la intención de S. Pablo gracias a sus otras cartas en que menciona que Jesús no pecó (Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).

La Inmaculada Concepción de María no contradice la enseñanza Paulina en Rm 3:23 sobre la realidad pecadora de la humanidad en general, la cual estaba encerrada en el pecado y lejos de Dios hasta la venida del Salvador. San Pablo enseña que Cristo nos libera del pecado y nos une a Dios (Cf. Efesios 2:5). María es la primera.

Según algunos hermanos separados, María reconoce que ella era pecadora y que necesitó ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1: 28, 47).

Respuesta católica: Que María se declarara pecadora es falso. Que ella se declarara salvada por Dios es verdadero. En Lc 1:48 ella reconoce que fue salvada. ¿De qué? Del dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que llegar a pecar. Dios la salvó preservándola del pecado.

El dogma de la Inmaculada Concepción de María no niega que ella fue salvada por Jesús. En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo pues las gracias de Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es imposible.

¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica reconoce que la fuente de la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu Santo, ha ocurrido en la Iglesia.

María... ¿Fue siempre virgen?

¿Podemos decir que María fue siempre virgen? María... ¿Quiso esta virginidad? ¿María había pensado en consagrar a Dios su virginidad antes que viniera el ángel? ¿Qué sentido tiene la virginidad?...

María... ¿Fue siempre virgen?

Fuente:  P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá

¿Podemos decir que María siempre fue virgen?

Todos los cristianos aceptan a María como Madre de Jesús; pero mientras los católicos hablamos de ella como «la Virgen María», las otras religiones cristianas y muchas sectas no quieren decir ni reconocer que María es siempre virgen. Muchos dicen, simplemente, que María tuvo más hijos y por eso no pudo ser «virgen».

En una carta anterior ya les hablé de los «hermanos de Jesús» y les aclaré que no hay ningún fundamento bíblico para decir que María tenía más hijos. En esta carta les quiero hablar, a partir de la Biblia, acerca de María siempre virgen.

La concepción virginal de María.

El hecho de la virginidad de María en el nacimiento de su hijo Jesús se afirma claramente en la Biblia:

Mt. 1,18: «El nacimiento de Jesús fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.»

Lc. 1, 30-35: «El ángel Gabriel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios... y ahora concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo... María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti... y el Ser Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.»

Juan 1, 13: «El que nació no de la sangre, ni del deseo de carne, ni del deseo de hombre, sino que nació de Dios.»

Estos tres textos bíblicos son testimonios sólidos para afirmar el hecho de la virginidad de María en la concepción de Jesús.

¿María quiso esta virginidad?

El Evangelio dice que «María era una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc. 1, 27). Este matrimonio de María con José nos mueve, a primera vista, a decir que María no quiso esta virginidad.

Sin embargo, el evangelista Lucas nos ofrece otros datos acerca de este compromiso matrimonial. Leamos atentamente en el Evangelio de Lucas 1, 26-38; en este relato bíblico vemos cómo Dios respeta a los hombres. El no nos salva sin que nosotros mismos queramos. Jesús el Salvador ha sido deseado y acogido por una madre, una jovencita que, libre y conscientemente, acepta ser la servidora del Señor y llega a ser Madre de Dios.

Vers. 26: «Al sexto mes el ángel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José. José era de la casa de David y el nombre de la virgen era María.»

San Lucas usa dos veces la palabra «virgen». ¿Por qué no dijo «una joven» o «una mujer»? Sencillamente porque el escritor sagrado se refería aquí a las palabras de los profetas del Antiguo Testamento, que afirmaban que Dios sería recibido por una «virgen de Israel.»Is. 7, 14: «El Señor, pues, les dará esta señal: la Virgen está embarazada y da a luz un varón a quien le pondrás el nombre de Emmanuel.»

Durante siglos, Dios había soportado que su pueblo de mil maneras le fuera infiel y había perdonado sus pecados. Pero el Dios Salvador, al llegar, debería ser recibido por un pueblo virgen que hubiera depuesto sus propias ambiciones para poner su porvenir en manos de su Dios. Dios debía ser acogido con un corazón virgen, o sea, nuevo y no desgastado por la experiencia de otros amores.

Incluso en tiempos de Jesús, muchos al leer la profecía de Is. 7, 14 sacaban la conclusión de que el Mesías nacería de una madre Virgen. Ahora bien, el Evangelio nos dice: "María es la virgen que da a luz al Mesías."

Versículos 34-35: María dijo al ángel: «¿Cómo será esto, pues no conozco varón?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por lo cual el Santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios.»

Aunque María es la esposa legítima de José, la pregunta de ella al ángel indica el propósito de permanecer virgen.

El ángel precisa que el niño nacerá de María sin intervención de José. El que va a nacer de María en el tiempo es el mismo que ya existe en Dios, nacido de Dios, Hijo del Padre (Jn. 1, 1). Y la concepción de Jesús en el seno de María no es otra cosa que la venida de Dios a nuestro mundo.

¿Qué significa «la sombra» o «la nube» en este texto bíblico?

Los libros sagrados del Antiguo Testamento hablan muchas veces de «la sombra» o «la nube» que llenaba el Templo (1 Reyes 8, 10), signo de la presencia divina que cubría y amparaba a la ciudad Santa (Sir. 24, 4).

Al usar esta figura, el Evangelio quiere decir que María pasa a ser la morada de Dios desde la cual El obra sus misterios. El Espíritu Santo viene, no sobre su Hijo, sino que primeramente viene sobre María, para que conciba por obra del Espíritu Santo.

¿Había pensado María en consagrar a Dios su virginidad antes que viniera el ángel?

El Evangelio no da precisiones al respecto, solamente encontramos la palabra de María: «No conozco varón» o «no tengo relación con ningún varón.» (Lc. 1, 34)

Recordemos que María ya está comprometida con José (Lc. 1, 27) lo que según la ley judía, les da los mismos derechos del matrimonio, aunque no vivan todavía en la misma casa. (Mt. 1, 20)

En estas condiciones, la pregunta de María: «¿Cómo podré tener un hijo, pues no conozco varón?» (Lc. 1, 34) no tendría ningún sentido, si María no estuviese decidida ya a mantenerse virgen para siempre. María es la esposa legítima de José. Si este matrimonio quiere tener relaciones conyugales normales, el anuncio del ángel referente a su maternidad no puede crearle ningún problema.

 Sin embargo, María manifiesta claramente su problema: «pues no conozco varón.» Además esa pregunta de María permite otra traducción válida en la mentalidad de los judíos: «¿Cómo será eso, pues no quiero conocer varón?». Sin duda esta pregunta de María indica en la Virgen un firme propósito de permanecer virgen.

Algunos tendrán dificultades para aceptar esta decisión de María y dirán que tal decisión es sorprendente por parte de una joven judía; porque es sabido que Israel no daba gran valor religioso a la virginidad.

No debemos olvidar que en la Palestina de entonces había grupos de personas que vivían en celibato (los esenios) y con su estilo de vida esperaban la pronta venida del Mesías. Por otra parte, el celibato o la virginidad de por vida no existía para mujeres que, según la costumbre judía, por orden de su padre tenían que aceptar un matrimonio impuesto.

Por eso la joven María que quería guardar virginidad, difícilmente podía rechazar este compromiso matrimonial impuesto. Y por eso ella había aceptado este compromiso con José, pero con la decisión de permanecer virgen.

Como conclusión podemos decir que este texto bíblico es favorable a la voluntad de virginidad de María.

Además está claro en la Biblia que María tenía como hijo único a Jesús y que no tuvo más hijos.

¿Qué sentido tiene la virginidad?

                María no expresa sus motivos, pero todo lo que Lucas deja entrever del alma de María supone que ella tenía motivos elevados. Por medio del ángel, Dios la trata de «muy amada», «llena de gracia», «el Señor está con ella.» Y María quiere ser su «sierva», con la nobleza que da a esta palabra la lengua bíblica: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí lo que has dicho.» (Lc. 1, 38) Su virginidad parece así una consagración, un don de amor exclusivo al Señor.

Mucha gente moderna se extraña ante tal decisión de María: ¿Cómo pensaría María en mantenerse virgen en el matrimonio, especialmente en el pueblo judío, que no valoraba la virginidad?

Incluso en las iglesias no-católicas muchas personas al leer en el Evangelio la expresión «hermanos de Jesús» concluyen sin más que María tuvo otros hijos después de Jesús. (En otra carta les he hablado claramente de este asunto y está muy claro en la Biblia que Jesús no tenía hermanos en el sentido estricto de esta palabra.)

Pero lo grave es que muchas sectas están deseosas de negar sin más la virginidad de María. ¿A qué se debe esto?

Sin duda, a vanos prejuicios y a falta de conocimientos bíblicos. ¿O será por el prurito de buscarle «peros» y dificultades a la religión católica?

Virgen debía ser aquella que, desde el comienzo, fue elegida por Dios para recibir a su propio Hijo en un acto de fe perfecta. Ella, que daría a Jesús su sangre, sus rasgos hereditarios, su carácter y su educación primera, debía haber crecido a la sombra del templo de Jerusalén, como dice una antigua tradición, y el Todopoderoso, cual flor secreta que nadie hiciera suya, la guardó para sus divinos designios.

Es por eso que María renunció a todo menos al Dios vivo. Y así en adelante ella será el modelo de muchos que, renunciando a muchas cosas, entrarán al Reino y obtendrán la única recompensa que es Dios.

Decimos que María no tuvo más hijos porque fue siempre virgen. La Escritura nos testimonia de una sola concepción virginal, el de Jesús. Por tanto, no habiendo más concepciones milagrosas, y no habiendo dejado de ser virgen, no tuvo más hijos.

La virginidad de Nuestra Señora está íntimamente relacionada con su sublime prerrogativa de Madre de Dios.

Decía San Bernardo que la maternidad de María es tan maravillosamente singular e incomparable precisamente porque es virginal.

Lejos de ser una prerrogativa pasajera, la virginidad de María es permanente.

Abarca todas las etapas de su vida, y en particular los momentos sagrados en que fue hecha Madre de Dios.

El dogma de la virginidad perpetua de María significa:

1º que concibió al Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, virginalmente;

2º le dio a luz virginalmente;

3º permaneció virgen a lo largo de toda su vida terrena, y por consiguiente, ahora reina gloriosa como Virgen de las vírgenes.

La Iglesia expresa esto con una fórmula muy hermosa según la cual dice que María fue virgen ante partum, in partu et post partum.

Esta afirmación no es simplemente un cumplimiento piadoso; expresa la creencia universal y unánime de la Iglesia de Cristo; es una verdad revelada; está solemnemente definida como dogma.

El tercer concilio de Letrán, celebrado bajo el papa San Martín I, en el año 649, definió: “Si alguno no reconoce, siguiendo a los Santos Padres, que la Santa Madre de Dios y siempre virgen e inmaculada María, en la plenitud del tiempo y sin cooperación viril, concibió del Espíritu Santo al Verbo de Dios, que antes de todos los tiempos fue engendrado por Dios Padre, y que, sin pérdida de su integridad, le dio a luz, conservando indisoluble su virginidad después del parto, sea anatema”.

El testimonio de esta verdad lo encontramos en la misma Escritura.

Concretamente en el testimonio de San Mateo y San Lucas.

1) San Mateo (1,18-25): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo... El Angel del Señor se apareció [a José] en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.

San Mateo se presenta: 1) como testigo de la virginidad de María antes del nacimiento de Cristo; 2) su cita de Is 7,14, implica, por lo menos, el parto virginal; 3) si bien no dice nada sobre la virginidad de María posterior al parto, tampoco dice nada que lo niegue o lo ponga en duda.

2) San Lucas (1,26-38): Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.

San Lucas es testigo de:

–la virginidad de María antes de la anunciación (a una virgen...);

–la concepción virginal (la virtud del Altísimo te cubrirá);

–la intención de virginidad futura de María: pues no conozco varón... La expresión no se refiere al pasado, pues hubiera usado el aoristo (no he conocido varón); usa el presente absoluto (no conozco; en el sentido de no tengo intención de conocer varón). Es una referencia implícita al voto de virginidad.

Escribió Lebretón: “En este versículo la tradición católica ha reconocido el propósito firme de María de permanecer virgen, y esta interpretación es necesaria, porque, si hubiera tenido intención de consumar su matrimonio con José, no hubiera nunca hecho esta pregunta”.

Dice también Lagrange: “María quiso decir que, siendo virgen, como el ángel ya sabía, deseaba ella permanecer siéndolo, o, como traducen los teólogos su pregunta, que ella había hecho un voto de virginidad y pensaba guardarlo”.

San Ireneo defiende, por eso, el valor profético de Is 7,14 referido a la virginidad de María. Su argumento es el siguiente: Isaías señala claramente que ocurrirá “algo inesperado” con respecto a la generación de Cristo; está aludiendo claramente a una señal. Pero “¿dónde está lo inesperado o qué señal se os daría en el hecho de que una mujer joven concibiera un hijo por obra de un varón? Esto es lo que ocurre normalmente a todas las madres. Lo cierto es que, con el poder de Dios, se iba a empezar una salvación excepcional para los hombres y, por tanto, se consumó también de una manera excepcional un nacimiento de una virgen. La señal fue dada por Dios; el efecto no fue humano”.

La creencia firme de Occidente en la virginidad corporal de María se resume en la expresión “Virgen María” y se recoge en esta forma ya en el siglo II, en la forma romana del credo, como vemos, por ejemplo, en Hipólito: “Creo en Dios Padre todopoderoso y en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació de María virgen por obra del Espíritu Santo”.

Ireneo tiene una frase hermosa para referirse al parto virginal: Purus pure puram aperiens vulvam: el Puro [Verbo Puro] con pureza abrió el seno puro [de su madre].

Y él mismo compara el nacimiento de Cristo de María con la formación de Adán del suelo virgen y sin surcos.

San León dice que es la limpieza de Cristo la que mantuvo intacta la integridad de María.

Y San Zeón lo proclama: “¡Oh misterio maravilloso! María concibió siendo una virgen incorrupta; después de la concepción dio a luz como virgen, y así permaneció siempre después del parto”.

San Jerónimo resume la fe de la Iglesia escribiendo contra Joviniano: “Cristo es virgen, y la madre del virgen es virgen también para siempre; es virgen y madre. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró en el interior; en el sepulcro que fue María, nuevo, tallado en la más dura roca, donde no se había depositado a nadie ni antes ni después... Ella es la puerta oriental de la que habla Ezequiel, siempre cerrada y llena de luz, que, cerrada, hace salir de sí al Santo de los santos; por la cual el Sol de justicia entra y sale. Que ellos me digan cómo entró Jesús (en el cenáculo) estando las puertas cerradas... y yo les diré cómo María es, al mismo tiempo, virgen y madre: virgen después del parto y madre antes del matrimonio”.

Bajo su protección amorosa y eficaz pongamos, pues, nuestra castidad.

Consideración final.

Para un hombre o una mujer creyente, no es cosa excepcional renunciar definitivamente al sexo, es decir, a tener relaciones sexuales.

Hay un sinnúmero de ejemplos de jóvenes que, desde muy temprano, han intuido que este camino evangélico es un camino más directo para acercarse mejor a Jesús: Sor Teresa de Los Andes, el Padre Hurtado y tantos otros.

¿Acaso María era menos inteligente que ellos o menos capaz de percibir las cosas de Dios? ¿No podía ella captar por sí misma lo que dirá Jesús respecto a la virginidad elegida por amor al Reino? (Mt. 19,12) Y después de ser visitada en forma única por el Espíritu Santo, que es el soplo del amor de Dios, ¿necesitaría María todavía las caricias amorosas de José?

Si la historia de la Iglesia nos proporciona tantos ejemplos del amor celoso de Dios para quienes fueron sus amigos y sus santos... ¿Cómo iba a ser menos para aquella mujer, María, que fue «llena de gracia»?

¡Qué torpeza inconsciente son las sinrazones de aquellos que se olvidan de la Tradición de los Apóstoles, la cual proclama que María fue y permaneció siempre virgen!

Rechazar la virginidad de María... ¡qué manera de rebajar las maravillas de Dios!

María deseaba ser totalmente de Dios y con el «sí» de la Anunciación ella se consagró total y exclusivamente al plan de Dios: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí conforme a tu palabra.» (Lc. 1, 38)

Realmente es incomprensible la fobia de algunos de nuestros hermanos evangélicos que tratan de denigrar y rebajar la dignidad de María. Nunca predican sobre ella, y en repetidos casos han destruido sus imágenes.

Nosotros debemos tener bien fundamentado nuestro culto y veneración por María y tenemos que seguir proclamando sus alabanzas, tal como ella ya lo anticipó en el canto del Magnificat.

Por otra parte, María aparece unida a Jesús en la encarnación, en el nacimiento, vida, pasión y muerte de su Hijo Jesús y también en la primitiva Iglesia. Ahora bien, el mismo Jesús dice: «Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.»

Honremos pues a María y redoblemos nuestros esfuerzos por quererla, por nosotros y por quienes la desconocen.

Décima del Canto a lo Divino:

Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa Virgen sagrada María yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón, mírame con compasión, no me dejes, Madre mía

El propósito de la Virginidad de María

Catequesis de SS Juan Pablo II. Vaticano, 24 de Julio 1996.

El propósito de la Virginidad de María

Catequesis de SS Juan Pablo II.

Vaticano, 24 de Julio 1996.

El propósito de la Virginidad de María

1. Al ángel, que le anuncia la concepción y el nacimiento de Jesús, María dirige una pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34). Esa pregunta resulta, por lo menos, sorprendente si recordamos los relatos bíblicos que refieren el anuncio de un nacimiento extraordinario a una mujer estéril. En esos casos se trata de mujeres casadas, naturalmente estériles, a las que Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal normal (ver 1Sam 1,19-20), como respuesta a oraciones conmovedoras (ver Gén 15,2; 30,22-23; 1Sam 1,10; Lc 1,13).

Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del ángel. No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad; por elección voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguiente, su propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye, al parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada.

A primera vista, las palabras de María parecen expresar solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría que no «conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el contexto en el que plantea la pregunta «¿cómo será eso?» y la afirmación siguiente «no conozco varón» ponen de relieve tanto la virginidad actual de María como su propósito de permanecer virgen. La expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja traslucir la permanencia y la continuidad de su estado.

2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al proyecto divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por lo demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía con la voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo de agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo»(84).

A algunos, las palabras e intenciones de María les parecen inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío la virginidad no se consideraba un valor ni un ideal. Los mismos escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episodios y expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejemplo, que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo aún joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no haber podido casarse (ver Jue 11,38). Además, en virtud del mandato divino «Sed fecundos y multiplicaos» (Gén 1,28), el matrimonio es considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva las alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad.

3. Para comprender mejor el contexto en que madura la decisión de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que precede inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambientes judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hacia la virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encontrado numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, vivían en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la vida común y para buscar una mayor intimidad con Dios.

Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres que, siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Esas mujeres, las Terapeutas, pertenecientes a una secta descrita por Filón de Alejandría(85), se dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría.

Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos que seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho de que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibato, y que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estima, podría dar a entender que también el propósito de virginidad de María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso.

4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no debe, sin embargo, hacernos caer en el error de vincular completamente sus disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestimando la unicidad del misterio acontecido en ella. En particular, no debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en el momento de la Anunciación. María, «llena de gracia» (Lc 1,28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Nazaret.

Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Espíritu Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virginal.

La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva a la conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginidad. Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio de su existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuerpo, a Dios con el ofrecimiento de su virginidad.

Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía con aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamento atribuye gran valor. María, al comprometerse plenamente en este camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal de la mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, «ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen»(86). Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando una fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momento de la Anunciación María descubre que el Señor ha transformado su pobreza en riqueza: será la Madre virgen del Hijo del Altísimo. Más tarde descubrirá también que su maternidad está destinada a extenderse a todos los hombres que el Hijo ha venido a salvar(87).

La Virginidad de María.

Catequesis de SS Juan Pablo II, 10 de julio de 1996.

La Virginidad de María, verdad de fe

Catequesis de SS Juan Pablo II. Vaticano, 10 de julio de 1996

1. La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de María una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio de los evangelios de san Lucas, san Marcos y, probablemente también san Juan.

En el episodio de la Anunciación, el evangelista san Lucas llama a María «Virgen», refiriéndose tanto a su intención de perseverar en la virginidad como al designio divino, que concilia ese propósito con su maternidad prodigiosa. La afirmación de la concepción virginal, debida a la acción del Espíritu Santo, excluye cualquier hipótesis de partogénesis natural y rechaza los intentos de explicar la narración lucana como explicitación de un tema judío o como derivación de una leyenda mitológica pagana.

La estructura del texto lucano (cf. Lc 1,26-38; 2,19.51), no admite ninguna interpretación reductiva. Su coherencia no permite sostener válidamente mutilaciones de los términos o de las expresiones que afirman la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.

2. El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a José, afirma, al igual que san Lucas, la concepción por obra «del Espíritu Santo» (Mt 1,20), excluyendo las relaciones conyugales.

Además, a José se le comunica la generación virginal de Jesús en un segundo momento: no se trata para él de una invitación a dar su consentimiento previo a la concepción del Hijo de María, fruto de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la cooperación de la madre. Sólo se le invita aceptar libremente su papel de esposo de la Virgen y su misión paterna con respecto al niño.

San Mateo presenta el origen virginal de Jesús como cumplimiento de la profecía de Isaías: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa “Dios con nosotros”» (Mt 1,23; cf. Is 7,14). De ese modo, san Mateo nos lleva a la conclusión de que la concepción virginal fue objeto de reflexión en la primera comunidad cristiana, que comprendió su conformidad con el designio divino de salvación y su nexo con la identidad de Jesús, «Dios con nosotros».

3. A diferencia de san Lucas y san Mateo, el evangelio de san Marcos no habla de la concepción y del nacimiento de Jesús; sin embargo, es digno de notar que san Marcos nunca menciona a José esposo de María. La gente de Nazaret llama a Jesús «el hijo de María» o, en otro contexto, muchas veces «el Hijo de Dios (Mc 3,11; 5,7; cf. 1,1.11; 9,7; 14,61-62;15,39). Estos datos están en armonía con la fe en el misterio de su generación virginal. Esta verdad, según un reciente redescubrimiento exegético, estaría contenida explícitamente en el versículo 13 del Prólogo del evangelio de san Juan, que algunas voces antiguas autorizadas (por ejemplo, Ireneo y Tertuliano) no presentan en la forma plural usual, sino en la singular: «Él, que no nació de sangre, ni de deseo de carne, no de deseo de hombre, sino que nació de Dios». Esta traducción en singular convertiría el Prólogo del evangelio de san Juan en uno de los mayores testimonios de la generación virginal de Jesús, insertada en el contexto del misterio de la Encarnación.

La afirmación paradójica de Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a si Hijo, nacido de mujer (…), para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5), abre el camino al interrogante sobre la personalidad de ese Hijo, y, por tanto, sobre su nacimiento virginal.

Este testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe en la concepción virginal de Jesús estaba enraizada firmemente en los ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso carecen de todo fundamento algunas interpretaciones recientes, que no consideran la concepción virginal en sentido físico o biológico, sino únicamente simbólico o metafórico: designaría a Jesús como don de Dios a la humanidad. Lo mismo hay que decir de la opinión de otros, según los cuales el relato de la concepción virginal sería, por el contrario, un theologoumenon, es decir, un modo de expresar una doctrina teológica, en este caso la filiación divina de Jesús, o sería su representación mitológica.

Como hemos visto, los evangelios contienen la afirmación explícita de una concepción virginal de orden biológico, por obra del Espíritu Santo, y la Iglesia ha hecho suya esta verdad ya desde las primeras formulaciones de la fe (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 496).

4. La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin interrupciones, en la tradición posterior. Las fórmulas de fe de los primeros autores cristianos postulan la afirmación del nacimiento virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano está de acuerdo con san Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús «nacido verdaderamente de una virgen» (Smirn. 1,2). Estos autores hablan explícitamente de una generación virginal de Jesús real e histórica, y de ningún modo afirman una virginidad solamente moral o un vago don de la gracia, que se manifestó en el nacimiento del niño.

Las definiciones solemnes de fe por parte de los concilios ecuménicos y del Magisterio pontificio, que siguen a las primeras fórmula breves de fe, están en perfecta sintonía con esta verdad. El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redactada esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, afirma que Cristo «en lo últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad» (DS 301). Del mismo modo, el tercer concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo «nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad» (DS 555). Otros concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense II) declaran a María «siempre virgen», subrayando su virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852). El concilio Vaticano II ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de que María, «por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 63).

A las definiciones conciliares hay que añadir las del Magisterio pontificio, relativas a la Inmaculada Concepción de la «santísima Virgen María» (DS 2.803) y a la Asunción de la «Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María» (DS 3.903).

5. Aunque las definiciones del Magisterio, con excepción del concilio de Letrán del año 649, convocado por el Papa Martín I, no precisan el sentido del apelativo «virgen», se ve claramente que este término se usa en su sentido habitual: la abstención voluntaria de los actos sexuales y la preservación de la integridad corporal. En todo caso, la integridad física se considera esencial para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 496).

La designación de María como «santa, siempre Virgen e Inmaculada», suscita la atención sobre el vínculo entre santidad y virginidad. María quiso una vida virginal, porque estaba animada por el deseo de entregar todo su corazón a Dios.

La expresión que se usa en la definición de la Asunción, «La Inmaculada Madre de Dios, siempre

Virgen», sugiere también la conexión entre la virginidad y la maternidad de María: dos prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de María está íntimamente vinculada a su maternidad divina y a su santidad perfecta.

María, Modelo de Virginidad en la Iglesia

Catequesis de SS Juan Pablo II. Vaticano, 7 Agosto 1996.

María, Modelo de Virginidad en la Iglesia

Catequesis de SS Juan Pablo II.

Vaticano, 7 Agosto 1996.

1. El propósito de virginidad, que se vislumbra en las palabras de María en el momento de la Anunciación, ha sido considerado tradicionalmente como el comienzo y el acontecimiento inspirador de la virginidad cristiana en la Iglesia.

San Agustín no reconoce en ese propósito el cumplimiento de un precepto divino, sino un voto emitido libremente. De ese modo, se ha podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgenes en el curso de toda la historia de la Iglesia. María «consagró su virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir, para que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y mortal se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no por necesidad de servicio»(92).

El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María quien revela libremente su propósito de virginidad. En este compromiso se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse totalmente al Señor mediante una vida virginal.

Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no debemos olvidar que en el origen de cada vocación está la iniciativa de Dios. La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virginal, respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración del Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor de la entrega virginal de sí misma. Nadie puede acoger este don sin sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fuerza necesarias.

2. Aunque San Agustín utiliza la palabra voto para mostrar a quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estado de vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulado expresamente un voto, que es la forma de consagración y entrega de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos de la Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la decisión personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Señor. Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la «hija de Sión». Sin embargo, con su decisión se convierte en el arquetipo de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor con corazón indiviso en la virginidad.

Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, nos informan acerca del momento en el que María tomó la decisión de permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace al ángel se deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, dicho propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su deseo de conservar la virginidad también en la perspectiva de la maternidad que se le propone, mostrando que había madurado largamente su propósito.

En efecto, María no eligió la virginidad en la perspectiva, imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró su elección en su conciencia antes del momento de la Anunciación. Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presente en su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad virginal influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalidad, mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde sus primeros años, el deseo de la unión más completa con Dios.

3. Las maravillas que Dios hace, también hoy, en el corazón y en la vida de tantos muchachos y muchachas, las hizo, ante todo, en el alma de María. También en nuestro mundo, aunque esté tan distraído por la fascinación de una cultura a menudo superficial y consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación que proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Señor y al servicio de sus hermanos.

Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elección de valores más grandes. A este respecto, mi venerado predecesor Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, subrayaba cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del Evangelio «se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte de María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios»(93).

En definitiva, la elección del estado virginal está motivada por la plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente en María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de ella, el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vistas a Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Mesías Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su propia dimensión cristocéntrica, esencial también para la virginidad vivida en la Iglesia, que halla en la Madre de Cristo su modelo sublime. Aunque su virginidad personal, vinculada a la maternidad divina, es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a todo don virginal.

4. ¡Cuántas mujeres jóvenes, en la historia de la Iglesia, contemplando la nobleza y la belleza del corazón virginal de la Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de la virginidad! «Precisamente esta virginidad -como he recordado en la encíclica Redemptoris Mater-, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Nazaret, es fuente de una especial fecundidad espiritual: es fuente de la maternidad en el Espíritu Santo»(94).

La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano la estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multiplique en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realidad y como anticipación profética de la vida futura. Demos gracias juntos al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su vida mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios.

Al mismo tiempo, mientras en diversas zonas de antigua evangelización el hedonismo y el consumismo parecen disuadir a los jóvenes de abrazar la vida consagrada, es preciso pedir incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuevo florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Madre de Cristo, reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan por seguir al divino Maestro, seguirá siendo para la humanidad el signo de la misericordia y de la ternura divinas.

La Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos.

¿Qué significa que la Virgen es Asunta? ¿Es eso posible?

                La Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos.

Fuente:  Madre Adela Galindo SCTJM

De la constitución apostólica Munificentíssimus Deus del Papa Pío XII

Con esta constitución apostólica, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción el 1ro de Noviembre de 1950.

 

Tomado de la Liturgia de las Horas del 15 de Agosto. (AAS 42 [19501, 760-762. 767-769)

Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso.

                Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y -lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es, no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación, a imitación de su Hijo único, Jesucristo.

Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:

"Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios."

Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:

"Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y participe de la vida perfecta."

Otro antiquísimo escritor afirma:

"La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia si mismo, del modo que él solo conoce."

Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.

Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el ú1timo trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: "La muerte ha sido absorbida en la victoria."

Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.

La Asunción de María.

                Audiencia General del Santo Padre Juan Pablo II: del 9 de julio de 1997.

La tradición de la Iglesia muestra que este misterio "forma parte del plan divino, y está enraizado en la singular participación de María en la misión de su Hijo".

"La misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. (...) Se puede afirmar, por tanto, que la maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la residencia inmaculada del Señor, funda su destino glorioso".

Juan Pablo II destacó que "según algunos Padres de la Iglesia, otro argumento que fundamenta el privilegio de la Asunción se deduce de la participación de María en la obra de la Redención".

"El Concilio Vaticano II, recordando el misterio de la Asunción en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), hace hincapié en el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente porque ha sido ´preservada libre de toda mancha de pecado original´, María no podía permanecer, como los otros hombres, en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia de pecado original y la santidad, perfecta desde el primer momento de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo".

El Papa señaló que "en la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la mujer. De manera análoga con lo que había sucedido en el origen del género humano y de la historia de la salvación, en el proyecto de Dios el ideal escatológico debía revelarse no en un individuo, sino en una pareja. Por eso, en la gloria celeste, junto a Cristo resucitado hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva Eva".

Para concluir, el Papa aseguró que "ante las profanaciones y el envilecimiento al que la sociedad moderna somete a menudo al cuerpo, especialmente al femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano".

Adaptado de: Vatican Information Services VIS 970709 (350)

Dogma.

Los dogmas marianos, hasta ahora, son cuatro: María, Madre de Dios; La Virginidad Perpetua de María, La Inmaculada Concepción y la Asunción de María.

El Papa Pío XII bajo la inspiración del Espíritu Santo, y después de consultar con todos los obispos de la Iglesia Católica, y de escuchar el sentir de los fieles, el primero de Nov. de 1950, definió solemnemente con su suprema autoridad apostólica, el dogma de la Asunción de María. Este fue promulgado en la Constitución "Munificentissimus Deus":

"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

¿Cuál es el fundamento para este dogma? El Papa Pío XII presentó varias razones fundamentales para la definición del dogma:

La inmunidad de María de todo pecado: La descomposición del cuerpo es consecuencia del pecado, y como María, careció de todo pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo entonces, entrar prontamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.

 

Su Maternidad Divina: Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuido, le estrecho contra su pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiría que el cuerpo, que le dio vida, llegase a la corrupción.

Su Virginidad Perpetua: como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, (toda para Jesús y siendo un tabernáculo viviente) era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.

 

Su participación en la obra redentora de Cristo: María, la Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.

La Asunción es la victoria de Dios confirmada en María y asegurada para nosotros. La Asunción es una señal y promesa de la gloria que nos espera cuando en el fin del mundo nuestros cuerpos resuciten y sean reunidos con nuestras almas.

Reina elevada al Cielo.

Fuente:  Antonio Orozco

                ¿Cómo debió ser el momento de la Asunción de María a los Cielos? Reflexiones y citas de santos sobre la Asunción...

Reina elevada al Cielo.

Subió al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misesicordia, tratara los negocios de nuestra salvación. (San Bernardo)

 

Assumpta est Maria in coelum: gaudent angeli! -María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran!

 

"Así canta la Iglesia" (1), al celebrar el triunfo de Nuestra Madre, que llena de esperanza el corazón de todos sus hijos. Es natural: "Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. -Tú y yo- niños al fin- tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla."

"La Trinidad Beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es Ésta?" (2)

¿Quién es Ésta que surge como la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol...? (3). Bien lo sabemos. Bien lo saben los ángeles: Yo soy la Madre del Amor hermoso, y de la sabiduría y de la santa esperanza (4). Pero la pregunta no es vana: ¿Quién es Ésta?, ¿Quién conoce la magnitud y riqueza de la dignidad y hermosura de tal Reina? Sólo Dios lo sabe. Sería menester ser Dios para saberlo. La plenitud de gracia divina y humana de esta criatura singularísima excede con mucho las posibilidades de comprensión de la mente humana y angélica; y sólo la van conociendo aquellos a quienes Dios otorga la sabiduría. Nunca acabaremos de conocerla. Por eso es preciso estudiarla mucho (de Virgine numquan satis...). Y cuanto más se la conoce, más el corazón se enamora y ya no puede vivir sin Ella.

Unos ojos bellos

                Adoro Madre; Téngolos ausentes, Verélos tarde. Unos ojos bellos, Que son de paloma, Donde amor se asoma A dar vida en ellos; No hay, Madre, sin vellos, Bien que no me falte; Téngolos ausentes, Verélos tarde. Yo sé que vi Cuando los miré. Que en ellos me hallé Y en mí me perdí; Ya no vivo en mí, Sino en ellos Madre; Téngolos ausentes, Verélos tarde. (5) Se alegran los Ángeles.

Gaudent angeli!, los Angeles se alegran, exultan por tener en el Cielo el encanto de la mirada de los más bellos ojos.

Ciertamente sólo Dios basta. Pero el Cielo no es lo mismo con la Virgen que sin Ella. Obra Maestra del Creador, no ha habido, no hay ni habrá otra hermosura que la iguale. Por naturaleza, es inferior a los ángeles; pero por gracia, mucho más perfecta. Y los ángeles santos, humildes, sabios, se alegran. Mucho hacía que deseaban recibirla en su mundo y rendirle pleitesía de vasallos (6).

Sólo Gabriel, el Arcángel, gozó del privilegio de conversar con la Virgen en la tierra, y decirle apasionadamente, con suma veneración y respeto: ¡Dios te salve, llena de gracia!. Ahora, la Madre de Dios los conoce a cada uno por su nombre -como a todos sus hijos-; los ve, los mira; y ellos se enamoran, se entusiasman los ángeles con la pureza inmaculada, con el corazón dulcísimo, con la majestad soberana; y le dicen cosas encendidas, aunque nunca podrán superar la palabra de Gabriel, la misma que los hombres repetimos sin cansancio, en un crescendo de cariño, al rezar el Santo Rosario y en tantas otras ocasiones. Los Ángeles se alegran de compartir con nosotros el mismo canto.

Era como un sueño.

A la Virgen Santísima, cuando andaba los caminos de la tierra, le parecía un sueño lo que ahora está gozando en el Cielo: verse sin sombras, ni velos ni espejos en el seno infinito del océano de Amor que es Dios Uno y Trino; en los brazos del Padre, de nuevo entre sus brazos el Hijo, fundida en el Amor del Espíritu Santo. Y junto a José, el esposo justo, bueno y fiel, recio, custodio invencible, su enamorado siempre. En la tierra, la realidad de hoy parecía un sueño; ahora es una realidad realísima.

El sueño, lo que parece un sueño es ahora lo pasado en el mundo nuestro. Aquella espada de siete filos que atravesó su alma apenas recibida la más gozosa noticia que criatura alguna haya podido escuchar. La pobreza de Belén -no por Ella, claro es, sino por el Niño, el Niño-Dios-; la huida precipitada a Egipto; la pérdida del mayor tesoro, Jesús, a los doce años, en Jerusalén. La angustiosa expectación del cumplimiento de las profecías sobre el Varón de Dolores. Cada insulto, cada golpe, cada latigazo, cada espina, cada clavo en la carne del Hijo era un latigazo, un golpe, una espina, un clavo, una espada en la exquisita sensibilidad del Corazón materno.

Toda aquella realidad cruda, cruel, inhumana, ahora, en el Cielo, parece un sueño -una mala noche en una mala posada, diría Teresa de Jesús-; un sueño que se recuerda tan sólo para alabar a Dios y darle gracias por el don de la fidelidad aquella, que hizo realidad lo que no parecía más que un sueño. El pasado, la mala noche, es ahora un tesoro que, formando un todo con el sacrificio de su Hijo, presenta María de continuo a la Trinidad Beatísima, para alcanzarnos misericordia, perdón, gracia sobreabundantes; y un lugar muy junto a Ella en el Paraíso.

Si yo me esfuerzo por no apartar mis ojos de los suyos; si miro todas las cosas a su luz y aprendo sus virtudes, su gran amor de Dios, su vida de oración y de trabajo; su ponderar hondamente las cosas y descubrir en todas el mensaje divino que encierran; su entrega sin reservas a la humanidad entera desde la pequeña casa de Nazaret; su pureza inmaculada, su reciedumbre ante el sacrificio; su estar en los detalles con Amor, su santificar la vida ordinaria..., entonces mi vida será un sueño magnífico. Con sus pequeñas pesadillas, nada más que esto, y con un despertar increíble, que superará con creces la imaginación más fértil.

Realmente, ¡vale la pena!. Nunca es mucho lo que se debe sufrir en este mundo si se vive de esperanza teologal. En cambio, cualquier pequeñez es una tragedia si se pierde pié, el pié -pes- de la esperanza: «Cuando los cristianos lo pasamos mal, es porque no damos a esta vida todo su sentido divino. / Donde la mano siente el pinchazo de las espinas, los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas, llenas de aroma» (7). Lo que ha sucedido a Nuestra Madre es preludio de lo que ha de acontecer a sus hijos. Todo lo desagradable se desvanecerá en la noche vencida de la Historia.

¿Qué será su Esencia?

«Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman.» (8)

Sabemos que cuando se manifieste Jesucristo, «seremos semejantes a El, porque le veremos como Él es.» (9) Y

Si aquí da consuelo Dios con su presencia, ¿Qué será su esencia, vista allá en el Cielo? Si en lugar penoso, De lloro y tormento, Da tanto consuelo Dios, y es tan gustoso; Si hace tan dichoso Al hombre en el suelo, ¿Qué hará su esencia, Vista allá en el Cielo? (10)

Cuenta Santa Teresa de Jesús, en su Autobiografía: «Ivame el Señor mostrando grandes secretos... Quisiera yo dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sola la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allí se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad del sol parece muy desgastada. En fin, no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de luz que el Señor me daba a entender como un deleite tan soberano que no se puede decir; porque todos los sentidos gozan en tal alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más» (11). Callemos, pues. Pero, ¡Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a soñar!. A soñar con los ojos abiertos en las cosas buenas, reales -no en fantasías que matan el tiempo y la paz, o enormizan lo temporal y escamotean lo eterno-; a soñar en el horizonte inmenso de realidades que nos aguardan junto a Ti, en Dios y con todos los santos, y en tantas cosas estupendas que podemos y debemos realizar en la tierra, con tu ayuda.

Ayúdanos a tener en presente la eternidad, a no olvidar que el Cielo será más grande para el que más fiel haya sido a su vocación en la tierra: para el que haya rezado más, y trabajado más, y, en fin, amado más. Porque si todos los que allá arriben, intuirán claramente a Dios Trino y Uno tal cual es, unos lo harán con mayor perfección que otros, según la diversidad de sus merecimientos (12). El Hijo del hombre ha de venir revestido de la gloria de su Padre, acompañado de sus ángeles, y entonces dará el pago a cada cual conforme a sus obras (13).

Ayúdanos, Regina in coelum assumpta, Reina elevada al Cielo, a recordar que «el Reino de los Cielos no pertenece a los que duermen y viven dándose todos los gustos, sino a los que luchan contra sí mismos» (14), es decir, los que «se esfuerzan para entrar por la puerta angosta» (15).

Angostura significa dificultad, sacrificio. Los comodones interesados tan sólo en su efímero presente, están perdidos. ¿Son humanos? No se diría, porque lo humano es lo racional. Y racional es trascender el presente y escrutar el futuro, columbrar la eternidad y lanzarse a su conquista. El entendimiento anticipa el fin y libera -cuando se ejerce en profundidad- de la imagen, de la pasión o del estímulo presente. ¿Qué es la libertad sino dominio del presente con vistas al futuro? Es libre el que domina con su voluntad en su voluntad, en su querer. Si no con belleza, sí con precisión, se ha dicho que el hombre es un ser «futurizo»: se desliza sin cesar hacia el futuro. Quien intenta aferrarse al presente vive en la irracionalidad. Tarde o temprano se hallará asido al vacío y sentirá náuseas de sí mismo, como el filósofo existencialista ateo, como todos los que confunden la liberdad -capacidad de amar- con el egocentrismo, negación del amor y de la libertad. «No seas como el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento», dice la Escritura (16). «Tener alma -asevera Agustín-, pero no tener entendimiento, esto es, no utilizarlo ni vivir según él, es una vida irracional.» (17)

El futuro ya es presente

En la Madre de Dios, nuestro futuro ya es presente felicísimo. Y a ese presente sí que vale la pena asirse, porque no es un presente temporal, sino eterno: felicísimo y eterno. Y no distrae del presente temporal, al contrario: lo ilumina, lo revela en su verdadera dimensión y sentido, en su fuerza determinante del eterno destino. La mirada al futuro nos obliga -nos liga- a la realidad más inmediata, para vivirla de modo sensato, sacrificando lo que sea menester para alcanzar el glorioso fin sin término. A la vista de la Asunción de Nuestra Señora, soñemos en nuestra realidad futura.

Encaminemos todos nuestros pasos, en línea recta, por la senda cierta que conduce a la eterna felicidad: oración, trabajo, apostolado, servicio generoso a todas las almas, entrega al pequeño deber de cada momento. Siempre bien asidos de la mano de la Virgen Santa. Así no hay miedo al descamino. La esperanza es segura con la mirada siempre fija en la Estrella de la mañana, en los luceros donde amor se asoma: ¡Qué en ellos me halle! y pueda decir de veras: ya no vivo en mí, sino en ellos, Madre. Téngolos presentes, ya lo veo Madre.

Santo Rosario, Angelus, jaculatorias, miradas a las imágenes de Nuestra Señora, sonrisas, movimientos del corazón, son modos de afianzarse en el camino, siempre andadero, de la mano de quien es Hija, Madre y Esposa de Dios.

LA OSADÍA DE SER SANTOS

El Papa desafía a los jóvenes a ser santos

Durante la vigilia de oración en Friburgo

FRIBURGO, sábado 24 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI desafío a ser santos a los 35 mil jóvenes, reunidos en la noche de este sábado en una vigilia de oración en la Feria de Friburgo.

Al visitar la ciudad del sudeste alemán en su tercer día de peregrinación apostólica, el Papa invitó a los chicos y chicas a no tener miedo de las renuncias y sacrificios por amor.

“Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y quedaros al final, por así decirlo, con las manos vacías”, les aseguró.

La osadía de ser santos

“Tened la osadía de ser santos ardientes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así luz al mundo”, les dijo.

Y concluyó su discurso con el lema que ha tomado para esta visita: “Dios es vuestro futuro”.

Queridos jóvenes amigos:

He pensado con gozo todo el día en esta noche, en la que estaría aquí con vosotros, unidos en la oración. Algunos habéis participado tal vez en la Jornada Mundial de la Juventud, donde experimentamos esa atmósfera especial de tranquilidad, de profunda comunión y de alegría interior que caracteriza una vigilia nocturna de oración. Espero que también nosotros podamos tener esa misma experiencia en este momento: que el Señor nos toque y nos haga testigos gozosos, que oran juntos y se hacen responsables los unos de los otros, no solamente esta noche, sino también durante toda la vida.

En todas las iglesias, en las catedrales y conventos, en cualquier lugar donde se reúnen los fieles para celebrar la Vigilia pascual, la más santa de todas las noches, ésta se inaugura encendiendo el cirio pascual, cuya luz se trasmite a todos los participantes. Una pequeña llama irradia en muchas luces e ilumina la casa de Dios en tinieblas. En este maravilloso rito litúrgico, que hemos imitado en está vigilia de oración, se nos revela mediante signos más elocuentes que las palabras el misterio de nuestra fe cristiana. Jesús, que dice de sí mismo: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8, 12), hace brillar nuestra vida, para que se cumpla lo que acabamos de escuchar en el Evangelio: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14). No son nuestros esfuerzos humanos o el progreso técnico de nuestro tiempo los que aportan luz al mundo. Una y otra vez, debemos experimentar que nuestro esfuerzo por un orden mejor y más justo tiene sus límites. El sufrimiento de los inocentes y, más aún, la muerte de cualquier hombre, producen una oscuridad impenetrable que, quizás, con nuevas experiencias, se esclarece de momento, como un rayo en la noche. Pero, al final, queda una oscuridad angustiosa.

Puede haber en nuestro entorno tiniebla y oscuridad y, sin embargo, vemos una luz: una pequeña llama, minúscula, que es más fuerte de la oscuridad, en apariencia poderosa e insuperable. Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte, vive, y la fe en Él, como una pequeña luz, penetra todo lo que es oscuridad y zozobra. Ciertamente, quien cree en Jesús no siempre ve solamente el sol en la vida, casi como si pudiera ahorrarse sufrimientos y dificultades; ahora bien, tiene siempre una luz clara que le muestra el camino hacia la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Los ojos de los que creen en Cristo vislumbran aun en la noche más oscura una luz, y ven ya la claridad de un nuevo día.

La luz no se queda sola. A su alrededor se encienden otras luces. Bajo sus rayos se delinean los contornos del ambiente, de forma que podemos orientarnos. No vivimos solos en el mundo. Precisamente en las cosas importantes de la vida tenemos necesidad de otras personas. Así, en particular, no estamos solos en la fe, somos eslabones de la gran cadena de los creyentes. Ninguno llega a creer si no está sostenido por la fe de los otros y, por otra parte, con mi fe, contribuyo a confirmar a los demás en la suya. Nos ayudamos recíprocamente a ser ejemplos los unos para los otros, compartimos con los otros lo que es nuestro, nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestro afecto. Y nos ayudamos mutuamente a orientarnos, a discernir nuestro puesto en sociedad.

Queridos amigos, "Yo soy la luz del mundo – vosotros sois la luz del mundo", dice el Señor. Es algo misterioso y grandioso que Jesús diga lo mismo de sí y de cada uno de nosotros, es decir, "ser luz". Si creemos que Él es el Hijo de Dios, que ha sanado los enfermos y resucitado los muertos, más aún, que Él ha resucitado del sepulcro y vive verdaderamente, entonces comprendemos que Él es la luz, la fuente de toda las luces de este mundo. Nosotros, en cambio, una y otra vez experimentamos el fracaso de nuestros esfuerzos y el error personal a pesar de nuestra mejor intención. Por lo que se ve, el mundo en que vivimos, no obstante los progresos técnicos nunca llega en definitiva a ser mejor. Sigue habiendo guerras, terror, hambre y enfermedades, pobreza extrema y represión sin piedad. E incluso aquellos que en la historia se han creído "portadores de luz", pero sin haber sido iluminados por Cristo, única luz verdadera, no han creado ciertamente paraíso terrenal alguno, sino que, por el contrario, han instaurado dictaduras y sistemas totalitarios, en los que se ha sofocado hasta la más pequeña chispa de humanidad.

Llegados a este punto, no debemos silenciar el hecho de que el mal existe. Lo vemos en tantos lugares del mundo; pero lo vemos también, y esto nos asusta, en nuestra vida. Sí, en nuestro propio corazón existe la inclinación al mal, el egoísmo, la envidia, la agresividad. Quizás, con una cierta autodisciplina, esto puede ser de algún modo controlable. Pero es más difícil con formas de mal más bien oscuras, que pueden envolvernos como una niebla difusa, como la pereza, la lentitud en querer y hacer el bien. En la historia, algunos finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres. ¿Cómo puede entonces decir Cristo que los cristianos, y también aquellos cristianos débiles y frecuentemente mediocres, son la luz del mundo? Quizás lo entendiéramos si Él gritase: ¡Convertíos! ¡Sed la luz del mundo! ¡Cambiad vuestra vida, hacedla clara y resplandeciente! ¿No debemos quizás quedar sorprendidos de que el Señor no nos dirija una llamada de atención, sino que afirme que somos la luz del mundo, que somos luminosos y que brillamos en la oscuridad?

Queridos amigos, el apóstol san Pablo, se atreve a llamar "santos" en muchas de sus cartas a sus contemporáneos, los miembros de las comunidades locales. Con ello, se subraya que todo bautizado es santificado por Dios, incluso antes de poder hacer obras buenas y actos concretos. En el Bautismo, el Señor enciende por decirlo así una luz en nuestra vida, una luz que el catecismo llama la gracia santificante. Quien conserva dicha luz, quien vive en la gracia, es ciertamente santo.

Queridos amigos, tantas veces, se ha caricaturizado la imagen de los santos y se los ha presentado de modo distorsionado, como si ser santos significase estar fuera de la realidad, ingenuos y sin alegría. A menudo, se piensa que un santo sea aquel que lleva a cabo acciones ascéticas y morales de altísimo nivel y que precisamente por ello se puede venerar, pero nunca imitar en la propia vida. Qué equivocada y decepcionante es esta opinión. No existe algún santo, excepto la bienaventurada Virgen María, que no haya conocido el pecado y que nunca haya caído en él. Queridos amigos, Cristo no se interesa tanto por las veces que vaciláis o caéis en la vida, sino por las veces que os levantáis. No exige acciones extraordinarias, quiere, en cambio, que su luz brille en vosotros. No os llama porque sois buenos y perfectos, sino porque Él es bueno y quiere haceros amigos suyos. Sí, vosotros sois la luz del mundo, porque Jesús es vuestra luz. Vosotros sois cristianos, no porque hayáis cosas especiales y extraordinarias, sino porque Él, Cristo, es vuestra vida. Sois santos porque su gracia actúa en vosotros.

Queridos amigos, esta noche, en la que estamos reunidos en oración en torno al único Señor, entrevemos la verdad de la Palabra de Cristo, según la cual no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Esta asamblea brilla en los diversos sentidos de la palabra: en la claridad de innumerables luces, en el esplendor de tantos jóvenes que creen en Cristo. Una vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera no alimentase el fuego. Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y quedaros al final, por así decirlo, con las manos vacías. Tened la valentía de usar vuestros talentos y dones al servicio del Reino de Dios y de entregaros vosotros mismos, como la cera de la vela, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así luz al mundo. Confío que vosotros y tantos otros jóvenes aquí en Alemania sean llamas de esperanza que no queden ocultas. "Vosotros sois la luz del mundo". Dios es vuestro futuro. Amén.