LA IGLESIA DE LOS CONCILIOS ES LA MISMA °°°

CARDENAL KASPER:    Intervino en el congreso ''A los cincuenta años del Concilio Vaticano II (1962-2012)''

                SALAMANCA, domingo 18 noviembre 2012 (ZENIT.).- El Comité organizador del Congreso "A los cincuenta años del Concilio Vaticano II (1962-2012)", organizado Junta de Decanos de las Facultades de Teología de España y Portugal, hizo pública ayer 17 de noviembre una reflexión final sobre el evento, después de que el cardenal Walter Kasper, presidente emérito del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos pronunciara la ponencia final y el nuncio Renzo Frattini dijera unas palabras.

El Congreso de Teología, concluyó ayer con la ponencia de clausura del cardenal Walter Kasper titulada “Hermenéutica y recepción del Concilio Vaticano II”. “Para la mayoría de los contemporáneos el Concilio es historia pasada, porque muchos no vivieron de manera consciente aquel acontecimiento, que ya se considera algo del pasado”, afirmó.

“Hoy, cincuenta años después, vivimos en un tiempo totalmente cambiado, globalizado. La fe optimista en el progreso hace tiempo que ya se ha evaporado”. Nuestra Iglesia, sin embargo, no parece que viva la etapa primaveral que supuso el Concilio Vaticano II, sino que más bien en Europa da la impresión de haber una fase invernal.

El Concilio es un caso especial en la historia de los concilios precedentes, pues “no fue convocado por una situación de herejías o cismas, ni se declararon dogmas formales o medidas disciplinares concretas”. Respondió a “un tiempo nuevo con un optimismo que nacía de la fe en Dios, rechazando a los profetas de calamidades, y buscando un aggiornamento, una puesta al día de la Iglesia”. De hecho, “la intención era traducir al lenguaje de nuestros días la fe tradicional”, no un simple acompasamiento a los tiempos.

El cardenal Kasper apuntó que “en muchos casos hubo que encontrar fórmulas de compromiso para buscar el consenso, y por eso los textos conciliares albergan un amplio potencial conflictivo. El Vaticano II es un concilio de transición, en el que sin renunciar a lo antiguo, se hacen sentir aires de renovación”. Y explicó las tres fases de la recepción conciliar. La primera, entusiasta, contó con la contestación de algunos sectores eclesiales. “Se produjo un éxodo de muchos sacerdotes y religiosos, una caída de la práctica religiosa, y sobre todo después de la encíclica Humanae Vitae, rechazada injustamente, surgieron movimientos de protesta”. Por eso algunos críticos consideran el Concilio como una desgracia en la historia reciente de la Iglesia. Pero “pensar que todo esto sucedió por causa del Concilio es un error”.

El Sínodo de 1985 tuvo la tarea de hacer el balance de los veinte años transcurridos desde la finalización del Concilio. “Fue consciente de la crisis, pero no quiso adherirse al lamento crítico, sino que habló de una ambivalencia, reconociendo junto a los aspectos negativos los muchos frutos buenos: la renovación litúrgica, etc.”. Como dejó claro el cardenal Kasper, “la Iglesia de todos los concilios es la misma”.

En cuanto a la reforma litúrgica, “fue recibida con gratitud por la mayoría, aunque algunos la acogieron de forma crítica”. Otro hito importante en el postconcilio fue el Código de Derecho Canónico de 1983, publicado por Juan Pablo II como una “aportación a la renovación de la vida de la Iglesia”. A todo esto hay que añadir, según el ponente, muchas aportaciones del magisterio eclesial.

Luces y sombras postconciliares

Pese a todo, no faltan aspectos positivos. “Los documentos conciliares no se han quedado en letra muerta, sino que han determinado la vida en las diócesis, parroquias y comunidades religiosas, a través de la liturgia, de la espiritualidad bíblica y de la participación de los laicos, además de estimular el diálogo ecuménico e interreligioso”. Además, muchos nuevos movimientos espirituales surgidos después son un fruto del Concilio, “con su variedad de carismas y la llamada universal a la santidad”. En la primera encíclica sobre el ecumenismo, Ut Unum Sint, Juan Pablo II desarrolló las propuestas del Concilio sobre la unidad de los cristianos.

El cardenal alemán también aludió a algunas sombras en algunos temas: “la colegialidad del episcopado, la corresponsabilidad de los laicos en la misión de la Iglesia, el papel de las Iglesias locales… sólo han sido desarrollados parcialmente”. Y la diferente comprensión de la Iglesia trae consigo una diferente comprensión de la unidad, lo que da una variedad difícil de posturas ante el ecumenismo. Además hay otros temas discutidos, como el papel de la mujer en la Iglesia.

Ante todo esto, hay algunas demandas y reclamaciones de reforma. “Algunas son dignas de ser tenidas en cuenta, como la exigencia de transparencia; otras, que se apartan de la Tradición de la Iglesia, como la petición de la ordenación de las mujeres, no son aceptables”. El futuro de la Iglesia no depende de estas preguntas: “la Iglesia que se inspira en las principales corrientes sociales terminará siendo indiferente y, al final, inútil. No será atrayente si se engalana con plumas ajenas, sino defendiendo su causa de forma creíble, siendo valiente y potente ante la crítica de la sociedad”. Frente a esto, “ahora es la ocasión para ocuparse otra vez y a fondo de los textos del Concilio, y extraer sus riquezas”.

Un acercamiento reflexionado

“No hay que hacer un mito del Concilio, ni reducirlo a un par de tópicos baratos”, afirmó el cardenal. “Se necesita una hermenéutica conciliar, una exposición reflexionada”. El punto de partida deben ser los textos del Concilio, según las reglas y criterios reconocidos. Y la interpretación debe basarse “en la jerarquía de verdades”.

La Iglesia no es una institución absolutista, sino que, como comunión, se construye esencialmente sobre la comunicación. “Por eso, siguiendo el ejemplo del Concilio apostólico de Jerusalén, en los momentos difíciles, los sucesores de los apóstoles se han reunido para buscar el camino común. A Pedro le tocó un papel especial, y tuvo la aprobación de toda la comunidad”, señaló el ponente. Después, “la recepción es cosa de todo el pueblo de Dios”.

En la hermenéutica, “el consenso debe ser no sólo sincrónico, referido a la Iglesia actual, sino diacrónico, referido a la Iglesia de todos los tiempos, según el pensamiento de Benedicto XVI. Por eso la hermenéutica puede ser de la discontinuidad o de la ruptura, o se puede hacer desde la continuidad o de la reforma. Una renovación de la Iglesia dentro de la continuidad”. En el proceso de la Tradición, “la novedad de Jesucristo tiene que resplandecer siempre nueva en su nunca gastada novedad, porque Jesucristo resucitado se hace presente en la Iglesia a través de la acción del Espíritu Santo”.

Nuevo caminar tras las huellas del Concilio

En la última parte de su ponencia, el cardenal Kasper miró al futuro. Habló de varias posturas de la postmodernidad que dificultan la vida y la acción de la Iglesia. “No debemos caer en una comprensión fundamentalista de la fe, recelosa de la razón o emocional, sino que cada uno debe dar cuenta –apología– de la esperanza que hay en nosotros. Debemos ser capaces de dialogar con argumentos sobre nuestra fe”.

Además, se acercó a la pregunta sobre Dios, en una situación muy distinta a la que afrontó el Concilio con el tema del ateísmo. “Los hombres que viven fuera, en el atrio de los gentiles, tienen otras preguntas: de dónde vengo y adónde voy, por qué existo, qué sentido tiene el sufrimiento y cómo puedo librarme de él. La presente situación exige a los responsables de la Iglesia que sean teólogos, cuya tarea es hablar de Dios, y de todo lo demás en cuanto está en relación con Dios”. Esto, dijo, es el programa que propuso en el siglo XIII santo Tomás de Aquino. En Jesús, Dios “se ha revelado como Dios con nosotros y para nosotros”.

Con ocasión del aniversario conciliar, recordó el ponente, Benedicto XVI ha proclamado el Año de la Fe, porque “sin ella, todo lo demás está literalmente en el aire”. Las divisiones entre conservadores y progresistas “no prestan ninguna ayuda, y sin la fe, todas las acciones van al vacío. Necesitamos un giro teocéntrico en la pastoral”.

Nuncio: “conocimiento mayor y mejor del Concilio”

Tras el cardenal Kasper, el nuncio Renzo Fratini pronunció unas palabras. "Este Congreso ha sido una gran iniciativa de todas las Facultades de Teología de España y Portugal”, dijo y por eso agradeció su preparación y realización. “Estoy seguro de que sus ponencias contribuyen a un conocimiento mayor y mejor de los documentos del Concilio, para enriquecer la vida eclesial y también la vida social”.

Las aportaciones del Concilio no son una meta, señaló monseñor Fratini, “sino más bien una etapa en el seguimiento de los caminos del Señor, edificando la Iglesia para un mundo mejor para todos”.

"Pensar y sentir con la Iglesia"

Vicente Botella, secretario de la Junta de Decanos de Teología de España y Portugal, leyó el comunicado final elaborado por el comité organizador del Congreso, como una valoración de conjunto de algunos de los elementos centrales que lo han guiado.

Este Congreso, ha querido ser, afirman, "un recuerdo agradecido al gran acontecimiento eclesial que fue el Concilio Vaticano II, con motivo de los 50 años de su inauguración; un concilio que ha marcado decisivamente la vida de la Iglesia y sigue siendo una brújula segura para la Iglesia del siglo XXI".

Con la participación de casi cuatrocientos congresistas, la mayoría de los cuales profesores y alumnos de sus facultades y de los centros teológicos superiores a ellas vinculados, y con ponentes profesores de todas las Facultades de Teología de España y Portugal, el Congreso, señalan "es un signo de comunión entre ellas, cada una con sus propias riquezas y unidas todas en la misma fe y en el servicio a la Iglesia", afirma.

El Congreso tuvo el apoyo de las conferencias episcopales española y portuguesa, y en él participaron como ponentes algunos obispos-teólogos, como "otra manifestación de comunión eclesial".

Las distintas intervenciones tuvieron en cuenta todos los grandes temas y documentos del Concilio, pues "la consideración del conjunto de la doctrina conciliar es un criterio hermenéutico para la correcta interpretación de los diferentes aspectos y aportaciones conciliares".

En el Congreso quedó claro que la pretensión fundamental del Concilio fue "ofrecer un testimonio autorizado del Evangelio al mundo contemporáneo".

Una idea de fondo, aparecida en todas las ponencias, fue "que el Magisterio posterior ha acogido, interpretado y actualizado el Concilio". En esa línea, el Congreso ha seguido el principio hermenéutico del papa Benedicto XVI de “la reforma en la continuidad”, que "posibilita descubrir en los textos conciliares su auténtico espíritu".

El Congreso considera que, a la luz de esta hermenéutica, "la teología tiene en la Iglesia la función esencial de releer los textos conciliares y de aplicar y prolongar los principios del Concilio ante los nuevos problemas que surgen y las nuevas realidades a las que hoy hay que responder".

Asimismo, entiende que la teología, como ciencia de la fe, "tiene su propio lugar en la Iglesia para lograr el necesario diálogo crítico de la fe con la cultura contemporánea". Los teólogos están llamados a realizar este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia. Por eso es necesario, afirmala reflexión final, "que piensen y sientan con la Iglesia".

Finalmente, este Congreso, memoria agradecida al Concilio Vaticano II, haciéndose eco del Mensaje final del reciente Sínodo sobre la Nueva Evangelización, quiere evocar el encuentro de Jesús con la samaritana (cf. Jn 4): “Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo él es el agua que da la vida verdadera y eterna”.

Cristo, la Iglesia, las religiones

Anteriormente, la última jornada del Congreso tuvo como invitado a Luis F. Ladaria, arzobispo secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con una ponencia titulada “Cristo, la Iglesia, las religiones”. Monseñor Ladaria fue presentado por Vicente Vide, decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto y presidente de la Junta de Facultades de Teología de España y Portugal.

El secretario de Doctrina de la Fe afirmó que “la Iglesia, a pesar de todos los problemas, enraizada en la tradición, ha crecido en la comprensión de las cosas y las palabras transmitidas, tendiendo a la plenitud de la verdad divina”. Y propuso el tema de estudio: la relación de Cristo y la Iglesia por Él fundada con las otras religiones. Repasó algunas verdades cristológicas fundamentales que recuerda el Concilio.

Analizó la estrecha relación entre Cristo y el Espíritu Santo, y la necesaria conjunción de cristología y pneumatología. “No se puede separar a Cristo de su Iglesia, ni a la Iglesia de Cristo”, recordó monseñor Ladaria. Ella entra en el designio divino de salvación: “Cristo y la Iglesia no se pueden confundir, pero tampoco separar, pues constituyen un solo ‘Cristo total’, y así la Iglesia es un sacramento universal de salvación, su relevancia y su función se extienden más allá de sus fronteras visibles, según la doctrina del Concilio”.

En cuanto a las religiones, el ponente afrontó la dificultad del concepto de “religión”, e hizo un repaso de la consideración magisterial de las religiones no cristianas y sus miembros, y cómo “lo bueno de las otras religiones tiene que ser sanado, elevado y perfeccionado”, según los textos del Concilio. Cristo es el autor de todo lo bueno, de todo lo que hay de verdad y de gracia en todos los pueblos y culturas, pero que no llega a su plenitud como en la Iglesia.

El hito posterior fundamental es la declaración Dominus Iesus, que monseñor Ladaria explicó en sus puntos principales relativos a esta cuestión. El ponente terminó su intervención citando a los Padres de la Iglesia para concluir que “todos los caminos tienen que confluir en Cristo para llegar al Padre”.    

LA NATURALEZA ESTÁ POR ENCIMA DE NUESTROS DESEOS

10 Noviembre 2012.  Hay dos caminos, el de la vida y el de la muerte, y grande es la diferencia que hay entre estos dos caminos. El camino de la vida es éste: Amarás en primer lugar a Dios que te ha creado, y en segundo lugar a tu prójimo como a ti mismo. Todo lo que no quieres que se haga contigo, no lo hagas tú a otro. Y de estos preceptos la enseñanza es ésta: Bendecid a los que os maldicen y rogad por vuestros enemigos, y ayunad por los que os persiguen. Porque ¿qué gracia hay en que améis a los que os aman? ¿No hacen esto también los gentiles? Vosotros amad a los que os odian, y no tengáis enemigos.  (Didache) Fuente: religión en libertad.

                Que difícil es amar a quienes nos enfrentan y afrentan. Cuando nos llevan palabras llenas de altanería y rechazo, la respuesta es dolor en nuestro corazón y después viene la reacción que intenta hacer sentir a quien tenemos delante, al menos igual dolor. Entramos en el círculo vicioso de herirnos y desear más dolor en quien tenemos delante. ¿Qué se consigue con eso? Poco más que salir todos heridos e incapaces de buscar entendimiento en el futuro. El enemigo gana la partida y nosotros perdemos la capacidad de amar. Vaya balance más alentador tenemos por delante.

                Sin duda, el fallo del Tribunal Constitucional de España, sobre el matrimonio homosexual, es una afrenta a la familia y conlleva peligros sociales a través de la educación adoctrinadora que recibirán nuestros hijos. A muchos de nosotros nos duele que la legalidad quiera enmendar la naturaleza. ¿Cómo reaccionar?

                Creo que la peor manera que podemos reaccionar es tomando una postura de contra ataque violento. Tras la catástrofe toca reiniciar todo de nuevo. Tenemos que reconstruir la conciencia de tantas personas indiferentes y desafectadas. Tenemos que lograr que comprendan que la naturaleza está por encima de nuestros deseos. Las consecuencias del relativismo sólo se pueden aminorar si se muestra a la sociedad que sin una referencia absoluta, siempre navegaremos a la deriva.

                Quizás tengamos que tener cuidado con otra postura de escape alternativo: el aislacionismo. Si la sociedad no piensa como nosotros, siempre tenemos la posibilidad de reunirnos y separarnos de todo aquello que contradice nuestro entendimiento. Suena bien, pero es una utopía inalcanzable y perniciosa. Primeramente porque la separación es cosa del diablo y aislarnos no soluciona nada. La segunda razón es no cumpliríamos con la misión de ser levadura que fermente la masa de trigo para convertirla en pan.

                Reflexionando sobre la postura personal que tomar ante este triste asunto, me he dado cuenta que se nos presenta una oportunidad interesante ligada a la Nueva Evangelización. Creo que hablar sobre la naturaleza del ser humano, matrimonio y sexualidad nos presenta un espacio evangelizador interesante. Ya que la guerra del lenguaje es muy importante, tal vez tengamos de buscar una manera de llamar a esta situación de convivencia legalmente aceptada. Quizás podríamos llamarlos contratos de convivencia entre personas del mismo sexo. Creo que hablar de esta manera no resulta ofensivo y muestra la sinrazón de llamarle matrimonio. Es evidente que quien se casa de manera firma un compromiso con derechos y deberes, lo que se puede considerar un contrato legal. El objetivo del contrato es la convivencia de dos personas que tienen el mismo sexo, lo que hace no exista posibilidad reproductiva natural.

                No deseo crear escuela y tengo la certeza que a más de uno de ustedes se le ocurrirá un nombre más corto y eficiente. Se trataría de no cejar en llamar las cosas lo que son y sin ofender. Tal vez así la sociedad vaya aprendiendo la cantinela y dentro de unos años exista una conciencia de lo que diferencia a estas unidades de convivencia y un matrimonio natural.  Existe un elemento positivo adicional. Quienes utilicemos la denominación real nos reconoceremos y podremos colaborar de manera más activa y unitaria. 

Todos tenemos derecho de conocer a Jesucristo

Todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo

Homilía del papa Benedicto XVI en la Misa de clausura del Sínodo de los Obispos

CIUDAD DEL VATICANO, (ZENIT.org).- Esta mañana, en la Basílica de San Pedro, el papa Benedicto XVI presidió la Concelebración Eucarística de clausura de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre “La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.

                Homilía del santo padre, leída en presencia de cerca de 330 concelebrantes, entre cardenales, representantes de las Iglesias orientales, arzobispos, obispos, presbíteros y diáconos, así como de cinco mil fieles que llenaron la Basílica.

Venerables hermanos, ilustres señores y señoras, queridos hermanos y hermanas:

                El milagro de la curación del ciego Bartimeo ocupa un lugar relevante en la estructura del Evangelio de Marcos. En efecto, está colocado al final de la sección llamada «viaje a Jerusalén», es decir, la última peregrinación de Jesús a la Ciudad Santa para la Pascua, en donde él sabe que lo espera la pasión, la muerte y la resurrección. Para subir a Jerusalén, desde el valle del Jordán, Jesús pasó por Jericó, y el encuentro con Bartimeo tuvo lugar a las afueras de la ciudad, mientras Jesús, como anota el evangelista, salía «de Jericó con sus discípulos y bastante gente» (10, 46); gente que, poco después, aclamará a Jesús como Mesías en su entrada a Jerusalén. Bartimeo, cuyo nombre, como dice el mismo evangelista, significa «hijo de Timeo», estaba precisamente sentado al borde del camino pidiendo limosna. Todo el Evangelio de Marcos es un itinerario de fe, que se desarrolla gradualmente en el seguimiento de Jesús.

Los discípulos son los primeros protagonistas de este paulatino descubrimiento, pero hay también otros personajes que desempeñan un papel importante, y Bartimeo es uno de éstos. La suya es la última curación prodigiosa que Jesús realiza antes de su pasión, y no es casual que sea la de un ciego, es decir una persona que ha perdido la luz de sus ojos. Sabemos también por otros textos que en los evangelios la ceguera tiene un importante significado. Representa al hombre que tiene necesidad de la luz de Dios, la luz de la fe, para conocer verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida. Es esencial reconocerse ciegos, necesitados de esta luz, de lo contrario se es ciego para siempre (cf. Jn 9,39-41).

Bartimeo, pues, en este punto estratégico del relato de Marcos, está puesto como modelo. Él no es ciego de nacimiento, sino que ha perdido la vista: es el hombre que ha perdido la luz y es consciente de ello, pero no ha perdido la esperanza, sabe percibir la posibilidad de un encuentro con Jesús y confía en él para ser curado. En efecto, cuando siente que el Maestro pasa por el camino, grita: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47), y lo repite con fuerza (v. 48). Y cuando Jesús lo llama y le pregunta qué quiere de él, responde: «Maestro, que pueda ver» (v. 51). Bartimeo representa al hombre que reconoce el propio mal y grita al Señor, con la confianza de ser curado. Su invocación, simple y sincera, es ejemplar, y de hecho – al igual que la del publicano en el templo: «Oh Dios, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13) – ha entrado en la tradición de la oración cristiana.

En el encuentro con Cristo, realizado con fe, Bartimeo recupera la luz que había perdido, y con ella la plenitud de la propia dignidad: se pone de pie y retoma el camino, que desde aquel momento tiene un guía, Jesús, y una ruta, la misma que Jesús recorre. El evangelista no nos dice nada más de Bartimeo, pero en él nos muestra quién es el discípulo: aquel que, con la luz de la fe, sigue a Jesús «por el camino» (v. 52).

San Agustín, en uno de sus escritos, hace una observación muy particular sobre la figura de Bartimeo, que puede resultar también interesante y significativa para nosotros. El Santo Obispo de Hipona reflexiona sobre el hecho de que Marcos, en este caso, indica el nombre no sólo de la persona que ha sido curada, sino también del padre, y concluye que «Bartimeo, hijo de Timeo, era un personaje que de una gran prosperidad cayó en la miseria, y que ésta condición suya de miseria debía ser conocida por todos y de dominio público, puesto que no era solamente un ciego, sino un mendigo sentado al borde del camino.

 

Por esta razón Marcos lo recuerda solamente a él, porque la recuperación de su vista hizo que ese milagro tuviera una resonancia tan grande como la fama de la desventura que le sucedió» (Concordancia de los evangelios, 2, 65, 125: PL 34, 1138). Hasta aquí san Agustín.

Esta interpretación, que ve a Bartimeo como una persona caída en la miseria desde una condición de «gran prosperidad», nos hace pensar; nos invita a reflexionar sobre el hecho de que hay riquezas preciosas para nuestra vida, y que no son materiales, que podemos perder. En esta perspectiva, Bartimeo podría ser la representación de cuantos viven en regiones de antigua evangelización, donde la luz de la fe se ha debilitado, y se han alejado de Dios, ya no lo consideran importante para la vida: personas que por eso han perdido una gran riqueza, han «caído en la miseria» desde una alta dignidad –no económica o de poder terreno, sino cristiana –, han perdido la orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con frecuencia inconscientemente, en mendigos del sentido de la existencia.

 

Son las numerosas personas que tienen necesidad de una nueva evangelización, es decir de un nuevo encuentro con Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1), que puede abrir nuevamente sus ojos y mostrarles el camino. Es significativo que, mientras concluimos la Asamblea sinodal sobre la nueva evangelización, la liturgia nos proponga el Evangelio de Bartimeo. Esta Palabra de Dios tiene algo que decirnos de modo particular a nosotros, que en estos días hemos reflexionado sobre la urgencia de anunciar nuevamente a Cristo allá donde la luz de la fe se ha debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo, que pide ser reavivado, para que sea llama viva que da luz y calor a toda la casa.

La nueva evangelización concierne toda la vida de la Iglesia. Ella se refiere, en primer lugar, a la pastoral ordinaria que debe estar más animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna. Deseo subrayar tres líneas pastorales que han surgido del Sínodo. La primera corresponde a los sacramentos de la iniciación cristiana. Se ha reafirmado la necesidad de acompañar con una catequesis adecuada la preparación al bautismo, a la confirmación y a la Eucaristía.

 

También se ha reiterado la importancia de la penitencia, sacramento de la misericordia de Dios. La llamada del Señor a la santidad, dirigida a todos los cristianos, pasa a través de este itinerario sacramental. En efecto, se ha repetido muchas veces que los verdaderos protagonistas de la nueva evangelización son los santos: ellos hablan un lenguaje comprensible para todos, con el ejemplo de la vida y con las obras de caridad.

En segundo lugar, la nueva evangelización está esencialmente conectada con la misión ad gentes. La Iglesia tiene la tarea de evangelizar, de anunciar el Mensaje de salvación a los hombres que aún no conocen a Jesucristo. En el transcurso de las reflexiones sinodales, se ha subrayado también que existen muchos lugares en África, Asía y Oceanía en donde los habitantes, muchas veces sin ser plenamente conscientes, esperan con gran expectativa el primer anuncio del Evangelio. Por tanto es necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en la Iglesia un renovado dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de modo especial los agentes pastorales y los fieles laicos.

 

La globalización ha causado un notable desplazamiento de poblaciones; por tanto el primer anuncio se impone también en los países de antigua evangelización. Todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo y su Evangelio; y a esto corresponde el deber de los cristianos, de todos los cristianos – sacerdotes, religiosos y laicos -, de anunciar la Buena Noticia.

Un tercer aspecto tiene que ver con las personas bautizadas pero que no viven las exigencias del bautismo. Durante los trabajos sinodales se ha puesto de manifiesto que estas personas se encuentran en todos los continentes, especialmente en los países más secularizados. La Iglesia les dedica una atención particular, para que encuentren nuevamente a Jesucristo, vuelvan a descubrir el gozo de la fe y regresen a las prácticas religiosas en la comunidad de los fieles. Además de los métodos pastorales tradicionales, siempre válidos, la Iglesia intenta utilizar también métodos nuevos, usando asimismo nuevos lenguajes, apropiados a las diferentes culturas del mundo, proponiendo la verdad de Cristo con una actitud de diálogo y de amistad que tiene como fundamento a Dios que es Amor.

En varias partes del mundo, la Iglesia ya ha emprendido dicho camino de creatividad pastoral, para acercarse a las personas alejadas y en busca del sentido de la vida, de la felicidad y, en definitiva, de Dios. Recordamos algunas importantes misiones ciudadanas, el «Atrio de los gentiles», la Misión Continental, etcétera. Sin duda el Señor, Buen Pastor, bendecirá abundantemente dichos esfuerzos que provienen del celo por su Persona y su Evangelio.

 

Queridos hermanos y hermanas, Bartimeo, una vez recuperada la vista gracias a Jesús, se unió al grupo de los discípulos, entre los cuales seguramente había otros que, como él, habían sido curados por el Maestro. Así son los nuevos evangelizadores: personas que han tenido la experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo.

Y su característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3). También nosotros hoy, nos dirigimos al Señor, Redemptor hominis y Lumen gentium, con gozoso agradecimiento, haciendo nuestra una oración de san Clemente de Alejandría: «Hasta ahora me he equivocado en la esperanza de encontrar a Dios, pero puesto que tú me iluminas, oh Señor, encuentro a Dios por medio de ti, y recibo al Padre de ti, me hago tu coheredero, porque no te has avergonzado de tenerme por hermano.

Cancelemos, pues, continúa san Clemente de Alejandría, cancelemos el olvido de la verdad, la ignorancia; y removiendo las tinieblas que nos impiden la vista como niebla en los ojos, contemplemos al verdadero Dios…; ya que una luz del cielo brilló sobre nosotros sepultados en las tinieblas y prisioneros de la sombra de muerte, [una luz] más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo» (Protrettico, 113, 2- 114,1). Amén.

LA MOJIGATERÍA SE IMPONE EN COLOMBIA

28 Octubre 2012.  Algo grave está pasando en Colombia en asunto de moral. A base de llamar mojigatería a todo intento sensato de defender la moral pública, se les van quitando piso y figura a la ética, a la moral pública, al ordenamiento social, que garantizan una convivencia humana de calidad. Y como nadie quiere pasar por mojigato, se guarda sus principios y valores para el gasto doméstico, y ¡viva la tolerancia!, ¡viva el relativismo moral!

No es asunto de casa. Ya el Papa actual, el día mismo de su elección, en su alocución de saludo a la multitud, llamó la atención sobre el relativismo moral, que carcome los fundamentos mismos de la convivencia humana y del crecimiento de la personalidad.

Pero acá entre nosotros, el problema reviste unas características muy tropicales; gozamos de una frescura sin igual para tragar peces gordos en materia moral, y todo ello con el visto bueno, cuando no con el estímulo y aprobación, de los magistrados de las altas cortes de la nación. Estos se han encargado de darles pase legal a comportamientos que socavan los cimientos mismos de la vida matrimonial, de las relaciones fundamentales y necesarias entre padres e hijos, del respeto al ser humano en su comienzo y su final. Dios no aparece por parte alguna: solo el culto al individuo y el libre desarrollo de la personalidad. Y los efectos los están recogiendo los padres de familia en los hogares, y los alcaldes en la vida social: droga, licor, riñas, asesinatos, suicidios al por mayor.

Los adolescentes son quienes más sufren las consecuencias de este relativismo moral. Con una personalidad aún no madura y estructurada, se ven invitados a toda clase de conductas reprobables, que manchan su fama y la de su hogar. Nada de valores morales, nada de principios éticos. Sin Dios, ni ley, ni Patria: todo está permitido. Dejémoslos a merced de su despertar, y vaya si despiertan con ansias de libertad. ¡Viva la libertad!, vale decir, el libertinaje.

Se está perdiendo el sentido común de la ética; se está perdiendo la sensatez; estamos cayendo en el relativismo moral, en la permisividad, con la virtud de la tolerancia como cota y escudo contra los dardos de la ética ciudadana.

Los magistrados, posiblemente con buena voluntad y todavía estrenando Constitución laica y poco interesada en valores morales, buscan ponerse a la altura de los pueblos "civilizados" que han dado vía libre al divorcio, al aborto, a la eutanasia y al relativismo moral.

Volvamos al principio: ¿qué llaman mojigatería los enemigos de todo principio moral? Un remoquete (dicho agudo y satírico) que le arrojan a la cara -audacia que está muy de moda- al guardián de la moral, al defensor de las tradiciones y valores morales, tan necesarios para la convivencia de seres humanos, dignos y civilizados. Se trata de un sutil insulto para amedrentar a todo el que quiere vivir de acuerdo con principios, con valores morales, con grandeza de espíritu y una auténtica personalidad. Los defensores del matrimonio y de la vida de hogar deben ser proscritos de la sociedad, tildados de mojigatos, hombres de sacristía, útiles tan solo para rezar.

¡Siquiera se murieron los abuelos!, para que no tuvieran que presenciar estos desórdenes y esta crisis de valores.

Hago un llamado a los hombres de principios y valores para que no se dejen intimidar por los audaces y desvergonzados, que solo buscan amplio margen para vivir a sus anchas, sin Dios, sin Patria y sin ley. De manera especial, me dirijo a los padres y madres de familia, a los verdaderos educadores, para que no se contenten solo con instruir. "Si el hogar, si el colegio, si la universidad se contentan con formar la inteligencia, sin cuidarse de formar con valores la personalidad, corren el peligro manifiesto de formar bárbaros, científicamente competentes, que es el tipo más peligroso de profesionales con que cuenta hoy día el país." Alfonso Llano Escobar, S. J.  Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.   Periódico El Tiempo. Colombia.