Yo no puedo ser la razón de mí mismo

16 Septiembre 2012.  Ningún sociólogo ha descrito mejor que el francés Gilles Lipovetski el proceso de individualización que caracteriza a la hora actual. Oigámoslo:

                "El ideal moderno de la subordinación de lo individual a reglas morales colectivas ha sido pulverizado; el proceso de personalización ha promovido y encarnado masivamente un valor fundamental, el de la realización personal, el respeto a la singularidad del sujeto, a la personalidad incomparable, sean cuales sean, por lo demás, las nuevas formas de control y de homogeneización que se realizan simultáneamente".

"Por supuesto -continúa Lipovetski- que el derecho a ser íntegramente uno mismo, a disfrutar al máximo de la vida, es inseparable de una sociedad que ha erigido al individuo libre como valor cardinal, y no es más que la manifestación última de la ideología individualista. Vivir libremente, sin represiones, escoger íntegramente el modo de existir de cada uno: he aquí el hecho social y cultural más significativo de nuestro tiempo, la aspiración y el derecho más legítimo a los ojos de nuestros contemporáneos". (Énfasis nuestro). Ver: 'La era del vacío', pág. 6-8.

El sociólogo francés, como hábil cirujano, analiza descarnadamente, bisturí en mano, lo que pasa en el órgano social, a nivel individual: este proceso lo recorre y lo vive cada ser humano: debo tomar posesión de mi yo, en el aquí y ahora, que marca el presente. ¿Qué pasó ayer? Me preguntan. Respondo: "No me interesa". Vuelven a la carga: ¿Qué pasará mañana? Respondo impasible: "Me tiene sin cuidado. Vivo detrás de las puertas de mi casa, de mi habitación. Aquí soy yo, no me importa el resto del mundo".

La radiografía que hace Lipovetski es perfecta. Nos deja sorprendidos, desconcertados, asustados. ¿Qué hacer? ¿Seguir encerrado en uno mismo, y el resto del mundo contra la pared? ¿Qué juicio le merece tal actitud?

Mis lectores esperan un rayo de luz, alguna salida de semejante situación. ¿Pensar solo en mí mismo? ¿No será que estoy en el lugar equivocado? ¿No será que vuelo hacia la nada? Y ¿si me choco? Y, si muero así, ¿habré perdido la vida?

El hombre, que soy yo, no puede ahogarse en el presente. Yo mismo no puedo ser la razón de ser de mi vida. Estoy diseñado para abrirme. Aunque no lo quiera, soy relación, soy movimiento. Nací, crecí, vengo, voy, ¿hacia dónde?

De veras; el sociólogo tiene razón: vivimos la era del vacío. Encerrarse uno en sí mismo, buscando únicamente satisfacer pulsiones e intereses personales, engendra el vacío, la nada, no puede ser el sentido de la vida. Nuestro ser está diseñado sabiamente para abrirse a los demás. Los sentidos, el rostro, todo nuestro organismo, nuestra inteligencia, nos dicen que fuimos hechos para relacionarnos con el mundo exterior, pero, de manera especial, con los demás, con Dios. ¡Ay del hombre solo! Nos advierte la Escritura. Solo en la relación con los demás cumplimos el sentido de la vida: ser persona es entrar en comunicación con los demás. Encerrarse en uno mismo es morir ya en vida. Es frustrarse como ser humano, es empobrecerse, es caer en el vacío, es reducirse a la nada.

Por hoy, le doy un solo consejo: Sea usted. Abra los ojos. Usted es conductor, asuma el timón de su vida. Pregúntese: ¿De dónde vengo? ¿Para dónde voy? El ensimismamiento lo frustra, lo anula. Piense en los demás, en devolver algo de lo mucho que ha recibido. Encuentre en los demás su razón de ser. Se necesita vivir el absurdo de la vida de Paul Sartre para llegar a decir con él: "Los demás son el infierno".

Llene el vacío de su vida con la entrega a los demás. "A Dios rogando y con el mazo dando". Ore, pero no le bastará orar. Busque a Dios en los demás. Ábrase a los demás, los más cercanos. El trato con los demás lo cura. Vuélvase hacia su trabajo. El trabajo lo vincula con la realidad. Toque polo a tierra. Comuníquese: los demás son el sentido de su vida.  Alfonso Llano Escobar, S. J.    Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla..  Fuente: El tiempo, periódico en Colombia.

Iglesia en el medio Oriente: Comunión y Testimonio

15 Septiembre 2012.  La Exhortación Apostólica post-sinodal Ecclesia in Medio Oriente [La Iglesia en Oriente Medio] es el documento elaborado por Benedicto XVI a partir de las 44 proposiciones finales del Sínodo especial para Oriente Medio, que se celebró en el Vaticano del 10 al 26 octubre 2010, sobre el tema La Iglesia Católica en Oriente Medio: comunión y testimonio. "La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). El texto se divide en tres partes, además de una introducción y una conclusión.

Introducción

La exhortación hace un llamamiento a la Iglesia católica en Oriente Medio para reavivar la comunión en su interior, mirando a los "fieles nativos" que pertenecen a las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, y abriéndose al diálogo con los judíos y musulmanes. Se trata de una comunión, una unidad que hay que conseguir según la diversidad de contextos geográficos, religiosos, culturales y socio-políticos en el Oriente Medio. Benedicto XVI renueva el llamamiento a preservar y promover los ritos de las Iglesias Orientales, patrimonio de toda la Iglesia de Cristo.

Primera parte

El Papa invita a no olvidar a los cristianos que viven en el Oriente Medio y que dan un contributo "noble y auténtico" a la construcción del Cuerpo de Cristo. Al describir la situación en la región y los pueblos que allí viven, Benedicto XVI pone de relieve dramáticamente los muertos, las víctimas "de la ceguera humana", el miedo y las humillaciones. La Exhortación recuerda que la posición de la Santa Sede sobre los diversos conflictos en la región y la situación de Jerusalén y los Santos Lugares es ampliamente conocida. Hace un llamamiento a la conversión, a la paz, a superar todas las diferencias de raza, género y clase, y vivir en el perdón en el ámbito privado y en la comunidad.

Vida cristiana y ecumenismo. Todo este capítulo es un llamamiento a la unidad ecuménica, "que no es la uniformidad de tradiciones y celebraciones": en un contexto político difícil, inestable y propenso a la violencia como el actual del Oriente Medio, la Iglesia se ha desarrollado en un modo verdaderamente multifacético, presentando Iglesias de antigua tradición y comunidades eclesiales más recientes. Se trata de un mosaico que requiere un notable esfuerzo para fortalecer el testimonio cristiano. La exhortación hace hincapié en la importancia del trabajo teológico y de las diversas comisiones ecuménicas y comunidades eclesiales, para que - de acuerdo con la doctrina de la Iglesia - hablen con una sola voz sobre los principales problemas morales (la familia, la sexualidad, la bioética, la libertad, la justicia y la paz). También es importante el ecumenismo diaconal, en ámbito caritativo y educativo. A continuación se enumeran algunas propuestas concretas para una pastoral ecuménica: una cierta "communicatio in sacris"(la posibilidad para los cristianos de acceder a los sacramentos en una Iglesia distinta de la propia) para los sacramentos de la penitencia, la Eucaristía y la unción de los enfermos, y un acuerdo para una traducción común del Padrenuestro en los idiomas locales de la región.

El diálogo interreligioso. Recordando los lazos históricos y espirituales que los cristianos tienen con judíos y musulmanes, se reitera que el diálogo interreligioso no nace de consideraciones pragmáticas de orden político o social, sino que se basa principalmente en los fundamentos teológicos de la fe: judíos, cristianos y musulmanes creen en un solo Dios, por lo que se espera que puedan reconocer "en el otro creyente", un hermano que hay que amar y respetar, evitando instrumentalizar la religión en conflictos "injustificables para un verdadero creyente." En cuanto al diálogo entre cristianos y judíos, el Papa recuerda el patrimonio espiritual común, basado en la Biblia, que contiene las "raíces judías del cristianismo", pide a los cristianos que sean conscientes del misterio de la Encarnación de Dios y condena las injustificables persecuciones del pasado.

Para los musulmanes, el Papa usa la palabra "estima" y añade "en la fidelidad al Concilio Vaticano II"; lamenta, sin embargo, que las diferencias doctrinales hayan servido de pretexto a unos y otros para justificar, en el nombre de la religión, las prácticas de intolerancia, la discriminación, la marginación y la persecución. La exhortación también muestra que la presencia de los cristianos en Oriente Medio no es ni nueva ni casual, sino histórica: parte integrante de la región, pusieron en marcha "una particular simbiosis" con la cultura circundante y -junto a judíos y musulmanes – han contribuido a la formación de una rica cultura, propia de Oriente Medio.

En cuanto a los católicos de la región, el texto muestra que, como ciudadanos nativos de Oriente Medio, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida cívica, y no deben ser considerados ciudadanos de segunda clase. El Papa dice que la libertad religiosa -la suma de todas las libertades, sagrada e inalienable- incluye la libertad de elegir la religión que se considera la verdadera y de manifestar públicamente sus creencias y símbolos, sin poner en peligro la propia vida y la libertad personal. La fuerza y las construcciones, en materia religiosa, no son admisibles. De aquí la invitación a pasar de la tolerancia a la libertad religiosa, lo que no implica una puerta abierta al sincretismo, sino "una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios."

Dos nuevas realidades: el secularismo, con sus formas a veces extremas, y el fundamentalismo violento que reivindica un origen religioso. La sana laicidad implica distinción y colaboración entre política y religión en el mutuo respeto, y garantiza a la política operar sin instrumentalizar la religión, y a la religión vivir sin los estorbos de los intereses políticos. El fundamentalismo religioso -que crece en el clima de incertidumbre socio-política, gracias a las manipulaciones de algunos e la insuficiente comprensión de la religión por parte de otros- quiere tomar el poder, a veces con violencia, sobre la conciencia de la gente y sobre la religión, por razones políticas. Por este motivo, el Papa lanza un llamamiento urgente a todos los líderes religiosos del Medio Oriente para que busquen, con su ejemplo y su enseñanza, de hacer todo lo posible para erradicar esta amenaza mortal que afecta por igual a los creyentes de todas las religiones.

Emigrantes. El Papa aborda una cuestión fundamental, a saber, el éxodo de los cristianos (una verdadera hemorragia), que se encuentran en una situación delicada, a veces sin esperanza, y sufren las consecuencias negativas de los conflictos, sintiéndose a menudo humillados, a pesar de haber participado, a lo largo de los siglos, en la construcción de sus respectivos países. Un Oriente Medio, con pocos cristianos o ninguno ya no sería el Oriente Medio. Por esta razón, el Papa pide a los líderes políticos y líderes religiosos que eviten las políticas y estrategias que tiendan hacia un Oriente Medio monocromo que no refleja su realidad humana e histórica. Benedicto XVI invita a los pastores de las Iglesias orientales católicas a ayudar a sus sacerdotes y sus fieles de la diáspora a mantenerse en contacto con sus familias y sus iglesias y alienta a los obispos de las diócesis que reciben a los católicos orientales a darles la oportunidad de celebrar de acuerdo con sus propias tradiciones. El capítulo también aborda el tema de los trabajadores inmigrantes -a menudo católicos de rito latino- de África, el Lejano Oriente y el subcontinente indio, que a menudo experimentan situaciones de discriminación e injusticia.

Segunda parte

La segunda parte se ocupa de algunas de las principales categorías que componen la Iglesia Católica:

Patriarcas: Los líderes de la Iglesias sui juris, en perfecta unión con el Obispo de Roma, hacen tangible la universalidad y la unidad de la Iglesia y como signo de comunión, sabrán reforzar la unidad y la solidaridad en el marco del Consejo de los Patriarcas católicos de Oriente y de los Sínodos patriarcales, favoreciendo siempre la concertación sobre los temas clave de la Iglesia.

Los obispos: signo visible de unidad en la diversidad de la Iglesia entendida como Cuerpo, del cual Cristo es la cabeza, son los primeros en ser enviados a todas las naciones para hacer discípulos. Deben proclamar con valentía y defender con firmeza la integridad y la unidad de la fe, en las situaciones difíciles que, lamentablemente, no faltan en el Oriente Medio. Los obispos también están invitados a una sana, honesta y transparente gestión de los bienes temporales de la Iglesia y, en este sentido, el Papa recuerda que los padres sinodales pidieron una revisión seria de las finanzas y los bienes, para evitar la confusión entre los bienes personales y los de Iglesia. Los obispos también tendrán que vigilar para asegurar a los sacerdotes el sustento adecuado, con el fin de que no se pierdan en cuestiones materiales. La enajenación de los bienes de la Iglesia debe cumplir estrictamente las normas del derecho canónico y las disposiciones pontificias vigentes. Por último, el Papa exhorta a los obispos a la atención, en un sentido pastoral, de todos fieles los cristianos, independientemente de su nacionalidad u origen eclesial.

Los sacerdotes y seminaristas: la exhortación hace hincapié en que los sacerdotes deben educar al Pueblo de Dios en la edificación de la civilización del amor evangélico y de la unidad y esto exige una transmisión en profundidad de la Palabra de Dios, de la tradición y de la doctrina de la Iglesia, junto con la renovación intelectual y espiritual de los sacerdotes mismos. En este contexto, es importante el celibato -don inestimable de Dios a la Iglesia-, y también el ministerio de los sacerdotes casados, antigua componente de la tradición oriental. Como servidores de la comunión, los sacerdotes y seminaristas deben ofrecer un testimonio valiente y sin sombras, tener una conducta irreprochable, y abrirse a la diversidad cultural de sus Iglesias (aprendiendo, por ejemplo, las lenguas y culturas), así como a la diversidad eclesial y al diálogo ecuménico e interreligioso.

Vida Consagrada: el monaquismo, en sus diversas formas, nació en el Oriente Medio y dio inicio a algunas Iglesias sui iuris; las personas consagradas deben cooperar con el obispo en la actividad pastoral y misionera. Se les invita a meditar mucho tiempo y a observar los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia), porque no puede haber regeneración espiritual -de las comunidades de fieles y la Iglesia entera- sin un retorno claro y neto a la búsqueda de Dios.

Laicos: miembros del Cuerpo de Cristo gracias al bautismo y por tanto plenamente asociados a la misión de la Iglesia universal, a los laicos el Papa confía la tarea de promover -en el ámbito temporal, que es el suyo- la sana gestión de los bienes públicos, la libertad religiosa y el respeto de la dignidad de cada persona. También se les anima a ser valientes en la causa de Cristo. Para que su testimonio realmente de frutos, los laicos deben superar las divisiones y todas las interpretaciones subjetivas de la vida cristiana.

Familia: institución divina fundada en el sacramento del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer ("El amor conyugal es el proyecto paciente de toda una vida"), hoy la familia está expuesta a muchos peligros. La familia cristiana debe ser apoyada en sus problemas y dificultades y debe mirar a su propia identidad más profunda, para que sea sobre todo Iglesia doméstica que educa a la oración y la fe, vivero de vocaciones, escuela natural de virtudes y valores éticos, célula fundamental de la sociedad. La exhortación reserva amplio espacio a la cuestión de la mujer en Oriente Medio y la necesidad de su igualdad con el hombre, frente a la discriminación que debe sufrir y que ofende gravemente no sólo a la mujer misma, sino también y sobre todo a Dios. El Papa pone de relieve que las mujeres deben trabajar y participar en la vida pública y eclesial. Con respecto a las controversias jurídicas en materia matrimonial, la voz de la mujer debe ser escuchada a la par con la del hombre, sin injusticias. Por esta razón, el Papa alienta a una aplicación. más saludable y justa, del derecho en este contexto, para que las diferencias jurídicas relativas a la materia matrimonial non conduzcan a la apostasía. Por último, los cristianos de Oriente Medio deben ser capaces de aplicar, ya sea en el matrimonio o en otras cuestiones, su derecho, sin restricción alguna.

Los jóvenes y los niños: el Papa les exhorta a no tener miedo o vergüenza de ser cristianos, a respetar a los demás creyentes, judíos y musulmanes, a cultivar siempre -a través de la oración- la verdadera amistad con Jesús, amando a Cristo y a la Iglesia. De esta manera, van a ser capaces de discernir con sabiduría los valores de la modernidad útiles para su realización, sin dejarse seducir por el materialismo o alguna red social, cuyo uso indiscriminado puede mutilar la verdadera naturaleza de las relaciones humanas. Para los niños, en particular, la exhortación recurre a padres, educadores, formadores e instituciones públicas para que reconozcan los derechos de los niños desde su concepción.

Tercera parte

La Palabra de Dios, el alma y la fuente de comunión y testimonio: Después de expresar gratitud a las escuelas exegéticas (de Alejandría, Antioquía) que contribuyeron a la formulación dogmática del misterio cristiano en los siglos cuarto y quinto, la exhortación recomienda una verdadera pastoral bíblica, para disipar los prejuicios o ideas erróneas que provocan controversias inútiles o humillantes. De ahí la sugerencia de anunciar un Año Bíblico, según las condiciones pastorales de cada país de la región, seguido de una Semana anual de la Biblia. La presencia cristiana en el Medio Oriente en los países bíblicos -que va mucho más allá de una simple pertenencia sociológica o de un éxito económico y cultural- reencontrando la savia de las raíces y en el seguimiento de los discípulos de Cristo, tendrá un nuevo impulso.

Liturgia y vida sacramental: Para los fieles de Oriente Medio, la liturgia es elemento esencial de la unidad espiritual y de la comunión. La renovación de las celebraciones litúrgicas y textos -en su caso- debe basarse en la Palabra de Dios y realizarse en colaboración con las Iglesias co-depositarias de las mismas tradiciones. Central la invitación a mirar a la importancia del bautismo, que permite a los que lo reciben vivir en comunión y desarrollar una verdadera solidaridad con los demás miembros de la familia humana, sin discriminación alguna por motivos de raza o religión. En este contexto, el Papa espera un acuerdo ecuménico para el reconocimiento mutuo del bautismo entre la Iglesia católica y las Iglesias con las que está en diálogo teológico, para restaurar, así, la plena comunión en la fe apostólica. La exhortación también anhela una práctica más frecuente del sacramento del perdón y la reconciliación, e insta a los pastores y a los fieles a promover iniciativas de paz, incluso en medio de la persecución.

La oración y la peregrinación: Oriente Medio es un lugar privilegiado de peregrinación para muchos cristianos que aquí puedan fortalecer su fe y vivir una experiencia profundamente espiritual. El Papa pide que los fieles tengan libre acceso, sin restricciones, a los Santos Lugares. También es esencial que la peregrinación bíblica de hoy vuelva a sus motivaciones iniciales: un camino penitencial en busca de Dios

Evangelización y caridad, misiones de la Iglesia. La exhortación hace hincapié en que la transmisión de la fe es una misión esencial de la Iglesia. De ahí la invitación del Papa a la nueva evangelización que, en el contexto actual, marcado por cambios, hace al fiel consciente de su testimonio de vida: ésta refuerza su palabra cuando habla de Dios con valor y abiertamente, para anunciar la Buena Nueva de salvación. En particular, en Oriente Medio, el estudio de la evangelización teológica y pastoral tendrá que mirar en dos dimensiones, la ecuménica y la interreligiosa. Acerca de los movimientos y comunidades eclesiales, el Papa les anima a actuar en comunión con el Obispo del lugar, y de acuerdo con sus orientaciones pastorales, teniendo en cuenta la historia de la cultura, la liturgia, la espiritualidad y local, sin confusión ni proselitismo. La Iglesia católica en Oriente Medio está invitada a renovar su espíritu misionero, desafío más urgente que nunca en un contexto multicultural y multirreligioso. Un fuerte estímulo, en este sentido, puede derivar del Año de la Fe. Sobre la caridad, la exhortación recuerda que la Iglesia debe seguir el ejemplo de Cristo, que se hizo cercano a los más débiles: los huérfanos, los pobres, los discapacitados, los enfermos. Por último, el Papa saluda y alienta a todas las personas que trabajan, de modo impresionante, en los centros educativos, las escuelas, los colegios y las universidades católicas de Oriente Medio. Estos instrumentos de cultura -que debe ser apoyados por los políticos- muestran que existe, en Oriente Medio, la oportunidad de vivir en el respeto y la colaboración a través de la educación a la tolerancia.

La catequesis y la formación cristiana: el documento papal estimula la lectura y la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica y una iniciación concreta a la Doctrina Social de la Iglesia. Al mismo tiempo, el Papa invita a los Sínodos y otros organismos episcopales a facilitar a los fieles el acercamiento a la riqueza espiritual de los Padres de la Iglesia y a actualizar la enseñanza patrística, complemento de la formación bíblica.

Conclusiones

De un modo solemne, Benedicto XVI pide, en el nombre de Dios, a los líderes políticos y religiosos no sólo aliviar los sufrimientos de todos los que viven en el Oriente Medio, sino también eliminar las causas, haciendo todo lo posible para llegar a la paz. Al mismo tiempo, a los fieles católicos se les insta a consolidar y vivir la comunión entre ellos, dando vida al dinamismo pastoral. "La tibieza disgusta a Dios", y por tanto los cristianos de Oriente Medio, los católicos y los demás, den testimonio de Cristo, unidos y con coraje. Se trata de un testimonio no fácil, pero emocionante.

Idoneidad Moral: necesaria en un ser humano

9 Septiembre 2012.  Estoy de acuerdo con el parecer de la Corte Constitucional según el cual las parejas homosexuales carecen de la idoneidad moral requerida para justificar la adopción de menores. (Autor. P. Alfonso Llanos. Sj.  Fuente, periódico el Tiempo, Colombia.)

                Quiero poner de relieve varios hechos importantes:

Primero: ¿quién lo dice? No es el Papa, no algún moralista retrógrado, ni un censor, pasado de moda, de los homosexuales. No. Nada de eso. Nadie menos que la Corte Constitucional, ajena a todo prejuicio religioso o moralizador. La Corte Constitucional, al emitir este parecer, no mira al bien de los adoptantes sino, como debe ser, al bien de los adoptados. Se trata de seres humanos, dignos de toda consideración y aprecio, de seres humanos en formación, que reclaman el ambiente más idóneo para la formación de su conciencia.

                Segundo: ¿a quién se refiere la Corte? A las parejas homosexuales: dos hombres o dos mujeres que conviven bajo un mismo techo y desean la compañía de uno o dos niños para llenar su vacío y su carencia de afecto. ¿Para bien de ellos o de los niños? Seguramente, de ellos, que añoran la familia, el hogar. Algo les falta, ¿verdad?

                Tercero: ¿cuál es la causa? La falta de idoneidad moral. Por idoneidad se entiende la aptitud o adecuación de algo para algo. Lo que la Corte Constitucional echa de menos, al rechazar la eliminación en la ley del requisito de la "idoneidad moral", con todo el respeto del caso, es la idoneidad moral en la pareja homosexual para formar en valores la conciencia de los niños. Formar la conciencia de un niño es la tarea más delicada, responsable y difícil que Dios ha confiado a las parejas heterosexuales, que constituyen, por la complementariedad de sus atributos propios, el ambiente ideal para dicha formación de la conciencia. Sabemos que la conciencia moral de los niños se forma precisamente a esa edad, y que un factor decisivo, quizás no el único, pero sí uno necesario y  esencial, es la presencia de la madre. Nadie como ella posee la idoneidad para formar la conciencia de los niños. Para ello, contribuyen de manera eficaz y directa el ambiente del hogar, los valores morales que se cultivan en él, para que el niño los vaya asimilando gradualmente.

                La Corte Constitucional supone que una pareja homosexual no aporta el ambiente idóneo para formar la conciencia de los niños: falta algo, falta mucho: el hogar, el calor de la familia, la complementariedad de los dos sexos, la delicadeza de la madre -en pareja masculina-, el cariño, el respeto, la altura de miras, el ejemplo de una vida que no tiene nada que ocultar, y sí, mucho que dar. Cualidades que suelen estar ausentes en parejas homosexuales.

Y no se aduzca, a favor de la adopción, el hecho excepcional, por parte de algunas parejas homosexuales, de contar con dicha idoneidad, o, a su vez, la carencia excepcional, en algunas parejas heterosexuales, de la idoneidad moral para la educación de menores: la excepción confirma la regla pero jamás la crea. Esta viene formada por lo normal, lo habitual, nunca por lo excepcional.

No se crea que, por este rechazo, la Corte Constitucional pretende introducir una discriminación en contra de las parejas homosexuales. Es mucho, quizás demasiado, lo que han conseguido. Lo que quieren es pasar por normales, con iguales derechos que los matrimonios heterosexuales. Veo bien el ayudar a dichas parejas a asumir un hecho poco agradable, que merece todo respeto: la tendencia homosexual, que por mucho que se la respete, nunca va a ser algo deseable y digno, algo normal. En mi ya larga vida, nunca he oído a unos padres de familia proclamar a los cuatro vientos, ufanos y contentos: "Tenemos un hijo homosexual. ¡Qué suerte! ¡Qué dicha!". Está bien sacarlos del clóset, pero jamás sentarlos en la vitrina.

                Seamos sensatos: la adopción de menores por parte de parejas homosexuales no es asunto religioso, es cuestión de sensatez, de responsabilidad, de amor a los niños y al futuro de la sociedad. Alfonso Llano Escobar, S. J.  Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.

El gran intelectual del Cristianismo

Nacido en Turín en febrero de 1927, Carlo María Martini es considerado el intelectual más importante del cristianismo de este siglo. Ingresó en 1944 en la Compañía de Jesús y fue ordenado sacerdote a los 25 años de edad. Doctor en Teología y Licenciado en Filosofía, es considerado un gran estudioso de las Sagradas Escrituras y especialista en la crítica paleográfica del Nuevo Testamento. Tras una larga etapa docente, en la que dirigió el Instituto Pontificio Bíblico, en Jerusalén, en 1978 pasó a dirigir la Universidad Pontifica Gregoriana, fundada por Ignacio de Loyola y considerada uno de los centros intelectuales de mayor prestigio dentro de la iglesia católica. En 1979 fue nombrado por Juan Pablo II titular de la archidiócesis de Milán, la más grande de Europa y una de las mayores del mundo, y en 1980 fue elevado a cardenal.

Desde su posición, ha protagonizado gestos espectaculares, potenciando desde el primer momento el diálogo entre ateos y creyentes, fomentando el diálogo entre religiones y ha sido además un viajero incansable por todo el mundo. Considerado también una de las personalidades de mayor prestigio intelectual en la Iglesia católica, ha editado un libro de correspondencia entre él mismo y Umberto Eco –«¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio»—, donde intercambian opiniones sobre temas como la esperanza, las limitaciones a la labor de la mujer dentro de la Iglesia, etc. 

                Escribió varios libros en los que profundizó los ejercicios espirituales del fundador de los jesuitas, San Ignacio de Loyola, como "Los ejercicios ignacianos a la luz de San Juan", "El itinerario espiritual de los Doce en el Evangelio de San Marcos", "Los ejercicios ignacianos a la luz de San Matero", entre otros.

En octubre de 1999 fue nombrado Doctor ad honorem por la Academia Rusa de las Ciencias. Recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, España, octubre de 2000. Recibió el Premio Europa del 2000. Fue miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias desde noviembre de 2000. En la Curia Romana fue miembro de las Congregaciones para las Iglesias Orientales, para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica y para la Educación Católica. Asimismo, fue miembro del Pontificio Consejo para la Cultura y de la Comisión para el Patrimonio Cultural de la Iglesia.

                Después de llegar a la edad de jubilación (75 años) como Arzobispo de Milán en el año 2002, el Cardenal Martini se trasladó a Jerusalén para dedicarse al estudio de la Sagrada Escritura y a escribir de nuevo sobre la Biblia. En los últimos años mantenía el contacto con los fieles de Milán a través de una sección de respuesta a los lectores del diario italiano Il Corriere della Sera.  Fallece el 31 de Agosto año 2012 a las 15.45 en Gallarte, provincia de Varese, Italia. 

Carlo Maria Martini,  Cuando los demás entran en escena, nace la ética

Querido Carlo María Martini:

                Su carta me libra de una ardua situación comprometida para arrojarme a otra igualmente ardua. Hasta ahora ha sido a mí (aunque no por decisión mía) a quien ha correspondido abrir el discurso, y quien habla el primero es fatalidad que interrogue, esperando que el otro responda. De ahí la apurada situación de sentirme inquisitivo. Y he valorado en su justa medida la decisión y humildad con las que usted, por tres veces, ha desmentido la leyenda según la cual los jesuitas responden siempre a una pregunta con otra pregunta.

                Ahora, sin embargo, me encuentro en el apuro de responder yo a su pregunta, porque mi respuesta sería significativa si yo hubiera recibido una educación laica; por el contrario, mi formación se caracteriza por una fuerte huella católica hasta (por señalar un momento de fractura) los veintidós años. La perspectiva laica no ha sido para mí una herencia absorbida pasivamente, sino el fruto, bastante sufrido, de un largo y lento cambio, de modo que me queda siempre la duda de si algunas de mis convicciones morales no dependen todavía de esa huella religiosa que ha marcado mis orígenes. Ya en edad avanzada pude ver (en una universidad católica extranjera que enrola también a profesores de formación laica, exigiéndoles como mucho manifestaciones de obsequio formal en el curso de los rituales académicoreligiosos) a algunos colegas acercarse a los sacramentos sin creer en la «presencia real», y por tanto, sin ni siquiera haberse confesado. Con un escalofrío, después de tantos años, advertí todavía el horror del sacrilegio. Con todo, creo poder decir sobre qué fundamentos se basa hoy mi «religiosidad laica», porque retengo con firmeza que se dan formas de religiosidad, y por lo tanto un sentido de lo sagrado, del límite, de la interrogación y de la esperanza, de la comunión con algo que nos supera, incluso en ausencia de la fe en una divinidad personal y providencial. Pero eso, como se desprende de su carta, lo sabe usted también. Lo que usted se pregunta es en qué radica lo vinculante, impelente e irrenunciabíe en estas formas de ética.

                Me gustaría adoptar una perspectiva distan-re respecto a la cuestión. Algunos problemas éticos se me han vuelto más claros reflexionando sobre ciertos problemas semánticos —y no le preocupe que pueda haber quien diga que nuestro diálogo es difícil; las invitaciones a pensar demasiado fácilmente provienen de las revelaciones de los mass-media, previsibles por definición—. Que se acostumbren a la dificultad del pensar, porque ni el misterio ni la evidencia son fáciles. Mi problema era si existían «universales semánticos», es decir, nociones elementales comunes a toda la especie humana que puedan ser expresadas por http://biblioteca.d2g.com  todas las lenguas. Problema no tan obvio, desde el momento en que, como se sabe, muchas culturas no reconocen nociones que a nosotros nos parecen evidentes, como por ejemplo la de sustancia a la que pertenecen ciertas propiedades (como cuando decimos que «la manzana es roja») o la de identidad (a = a). Pude persuadirme, sin embargo, de que efectivamente existen nociones comunes a todas las culturas, y que todas se refieren a la posición de nuestro cuerpo en el espacio. Somos animales de posición erecta, por lo que nos resulta fatigoso permanecer largo tiempo cabeza abajo, y por lo tanto poseemos una noción común de lo alto y de lo bajo, tendiendo a privilegiar lo primero sobre lo segundo. Igualmente poseemos las nociones de derecha e izquierda, de estar parados o de caminar, de estar de pie o reclinados, de arrastrarse o de saltar, de la vigilia y del sueño. Dado que poseemos extremidades, sabemos todos lo que significa golpear una materia resistente, penetrar en una sustancia blanda o líquida, deshacer algo, tamborilear, pisar, dar patadas, tal vez incluso danzar. Podría continuar largo rato enumerando esta lista, que abarca también el ver, el oír, el comer o beber, el tragar o expeler. Y naturalmente todo hombre posee nociones sobre lo que significa percibir, recordar o advertir deseo, miedo, tristeza o alivio, placer o dolor, así como emitir sonidos que expresen estos sentimientos. Por lo tanto (y entramos ya en la esfera del derecho) poseemos concepciones universales acerca de la constricción: no deseamos que nadie nos impida hablar, ver, escuchar, dormir, tragar o expeler, ir a donde queramos; sufrimos si alguien nos ata o nos segrega, si nos golpea, hiere o mata, si nos somete a torturas físicas o psíquicas que disminuyan o anulen nuestra capacidad de pensar. Nótese que hasta ahora me he limitado a sacar a escena solamente a una especie de Adán bestial y solitario que no sabe todavía lo que es una relación sexual, el placer del diálogo, el amor a los hijos, el dolor por la pérdida de una persona amada; pero ya en esta fase, al menos para nosotros si no para él o para ella), esta semántica se ha convertido en la base para una ética: debemos, ante todo, respetar los derechos de la corporalidad ajena, entre los que se cuentan también el derecho a hablar y a pensar. Si nuestros semejantes hubieran respetado estos derechos del cuerpo, no habrían tenido lugar la matanza de los Santos Inocentes, los cristianos en el circo, la noche de San Bartolomé, la hoguera para los herejes, los campos de exterminio, la censura, los niños en las minas, los estupros de Bosnia.

                Pero ¿cómo es que, pese a elaborar de inmediato un repertorio instintivo de nociones universales, el bestión (o la bestiona) —todo estupor y ferocidad— que he puesto en escena puede llegar a comprender que no sólo desea hacer ciertas cosas y que no le sean hechas otras, sino también que no debe hacer a los demás lo que no desea que le hagan a él? Porque, por fortuna, el Edén se puebla en seguida. La dimensión ética comienza cuando entran en escena los demás. Cualquier ley, por moral o jurídica que sea, regula siempre relaciones interpersonales, incluyendo las que se establecen con quien la impone. Usted mismo atribuye al laico virtuoso la convicción de que los demás están en nosotros. Pero no se trata de una vaga inclinación sentimental, sino de una condición básica. Como hasta las más laicas de entre las ciencias humanas nos enseñan, son los demás, es su mirada, lo que nos define y nos conforma. Nosotros (de la misma forma que no somos capaces de vivir sin comer ni dormir) no somos capaces de comprender quién somos sin la mirada y la respuesta de los demás.

                Hasta quien mata, estupra, roba o tiraniza lo hace en momentos excepcionales, porque durante el resto de su vida mendiga de sus semejantes aprobación, amor, respeto, elogio. E incluso de quienes humilla pretende el reconocimiento del miedo y de la sumisión. A falta de tal reconocimiento, el recién nacido abandonado en la jungla no se humaniza (o bien, como Tarzán, busca a cualquier precio a los demás en el rostro de un mono), y corre el riesgo de morir o enloquecer quien viviera en una comunidad en la que todos hubieran decidido sistemáticamente no mirarle nunca y comportarse como si no existiera.

                ¿Cómo es que entonces hay o ha habido culturas que aprueban las masacres, eí http://biblioteca.d2g.com canibalismo, la humillación de los cuerpos ajenos? Sencillamente porque en ellas se restringe el concepto de «los demás» a la comunidad tribal (o a la etnia) y se considera a los «bárbaros» como seres inhumanos. Ni siquiera los cruzados sentían a los infieles como un prójimo al que amar excesivamente; y es que el reconocimiento del papel de los demás, la necesidad de respetar en ellos esas exigencias que consideramos irrenunciables para nosotros, es el producto de un crecimiento milenario. Incluso el mandamiento cristiano del amor será enunciado, fatigosamente aceptado, sólo cuando los tiempos estén lo suficientemente maduros.

                Lo que usted me pregunta, sin embargo, es si esta conciencia de la importancia de los demás es suficiente para proporcionarme una base absoluta, unos cimientos inmutables para un comportamiento ético. Bastaría con que le respondiera que lo que usted define como fundamentos absolutos no impide a muchos creyentes pecar sabiendo que pecan, y la discusión terminaría ahí; la tentación del mal está presente incluso en quien posee una noción fundada y revelada del bien. Pero quisiera contarle dos anécdotas, que me han dado mucho que pensar. Una se refiere a un escritor que se proclama católico, aunque sea sui generis, cuyo nombre omito sólo porque me dijo cuanto voy a citar en el curso de una conversación privada, y yo no soy ningún soplón. Fue en tiempos de Juan XXIII, y mi anciano amigo, encomiando con entusiasmo sus virtudes, afirmó (con evidente intención paradójica): «Este papa Juan debe de ser ateo. ¡Sólo uno que no cree en Dios puede querer tanto a sus semejantes!» Como todas las paradojas, ésta también posee su germen de verdad: sin pensar en el ateo (figura cuya psicología se me escapa, porque al modo kantiano, no veo de qué forma se puede no creer en Dios y considerar que no se puede probar su existencia, y creer después firmemente en la inexistencia de Dios, y sentirse capaz de poder probarla), me parece evidente que para una persona que no haya tenido jamás la experiencia de la trascendencia, o la haya perdido, lo único que puede dar sentido a su propia vida y a su propia muerte, lo único que puede consolarla, es el amor hacia los demás, el intento de garantizar a cualquier otro semejante una vida vivible incluso después de haber desaparecido. Naturalmente, se dan también casos de personas que no creen y que sin embargo no se preocupan de dar sentido a su propia muerte, al igual que hay también casos de personas que afirman ser creyentes y sin embargo serían capaces de arrancar el corazón a un niño vivo con tal de no morir ellos. La fuerza de una ética se juzga por el comportamiento de los santos, no por el de los ignorantes cuius deus venter est13.

                Y vamos con la segunda anécdota. Siendo yo un joven católico de dieciséis años, me vi envuelto en un duelo verbal con un conocido, mayor que yo, famoso por ser «comunista», en el sentido que tenía este término en los terribles años cincuenta. Dado que me provocaba, le expuse la pregunta decisiva: ¿cómo podía él, no creyente, dar un sentido a un hecho de otra forma tan insensato como la propia muerte? Y él me contestó: Pidiendo antes de morir un entierro civil. Así, aunque yo ya no esté, habré dejado a los demás un ejemplo.» Creo que incluso usted puede admirar la profunda fe en la continuidad de la vida, el sentido absoluto del deber que animaba aquella respuesta. Y es éste el sentido que ha llevado a muchos no creyentes a morir bajo tortura con tal de no traicionar a sus amigos y a otros a enfermar de peste para curar a los apestados. Es también, a veces, lo único que empuja a los filósofos a filosofar, a los escritores a escribir: lanzar un mensaje en la botella, para que, de alguna forma, aquello en lo que se creía o que nos parecía hermoso, pueda ser creído o parezca hermoso a quienes vengan después. ¿Es de verdad tan fuerte este sentimiento como para justificar una ética tan determinada e inflexible, tan sólidamente fundada como la de quienes creen en la moral revelada, en la supervivencia del alma, en los premios y en los castigos? He intentado basar los principios de una ética laica en un hecho natural (y, como tal, para usted resultado también de un proyecto divino) como nuestra corporalidad y la 13 Cuyo dios es el vientre. (N. del T.) http://biblioteca.d2g.com idea de que sabemos instintivamente que poseemos un alma (o algo que hace las veces de ella) sólo en virtud de la presencia ajena. Por lo que se deduce que lo que he definido como ética laica es en el fondo una ética natural, que tampoco el creyente desconoce. El instinto natural, llevado a su justa maduración y autoconciencia, ¿no es un fundamento que dé garantías suficientes? Claro, se puede pensar que no supone un estímulo suficiente para la virtud: total, puede decir el no creyente, nadie sabrá el mal que secretamente estoy haciendo. Pero adviértase que el no creyente considera que nadie le observa desde lo alto y sabe por lo tanto también —precisamente por ello— que no hay nadie que pueda perdonarle. Si es consciente de haber obrado mal, su soledad no tendrá límites y su muerte será desesperada. Intentará más bien, más aún que el creyente, la purificación de la confesión pública, pedirá el perdón de los demás. Esto lo sabe en lo más íntimo de sus entretelas, y por lo tanto sabe que deberá perdonar por anticipado a los demás. De otro modo, ¿cómo podría explicarse que el remordimiento sea un sentimiento advertido también por los no creyentes?

                No quisiera que se instaurase una oposición tajante entre quienes creen en un Dios trascendente y quienes no creen en principio supraindividual alguno. Me gustaría recordar que precisamente a la Ética estaba dedicado el gran libro de Spinoza que comienza con una definición de Dios como causa de sí mismo. Aparte del hecho de que esta divinidad spinoziana, bien lo sabemos, no es ni trascendente ni personal, incluso de la visión de una enorme y única Sustancia cósmica, en la que algún día volveremos a ser absorbidos, puede emerger precisamente una visión de la tolerancia y de la benevolencia, porque en el equilibrio y en la armonía de esa Sustancia única estamos todos interesados. Lo estamos porque de alguna forma pensamos que es imposible que esa Sustancia no resulte de alguna forma enriquecida o deformada por aquello que en el curso de los milenios también nosotros hemos hecho. De modo que me atrevería a decir (no es una hipótesis metafísica, es sólo una tímida concesión a la esperanza que nunca nos abandona) que también en una perspectiva semejante se podría volver a proponer el problema de las formas de vida después de la muerte. Hoy el universo electrónico nos sugiere que pueden existir secuencias de mensajes que se transfieren de un soporte físico a otro sin perder sus características irrepetibles, y parecen incluso sobrevivir como pura inmateria algorítmica en el instante en el que, abandonando un soporte, no se han impreso aún en otro. Quién sabe si la muerte, más que una implosión no podría ser una explosión e impresión, en algún lugar, entre los vórtices del universo, del software (que otros llaman alma) que hemos ido elaborando mientras vivimos, hasta del que forman nuestros recuerdos y remordimientos personales, y por lo tanto, nuestro sufrimiento incurable, nuestro sentido de paz por el deber cumplido y nuestro amor.

                Afirma usted que, sin el ejemplo y la palabra de Cristo, a cualquier ética laica le faltaría una justificación de fondo que tuviera una fuerza de convicción ineludible. ¿Por qué sustraer al laico el derecho de servirse del ejemplo de Cristo que perdona? Intente, Cario María Martini, por el bien de la discusión y del paragón en el que cree, aceptar aunque no sea más que por un instante la hipótesis de que Dios no existe, de que el hombre aparece sobre la Tierra por un error de una torpe casualidad, no sólo entregado a su condición de mortal, sino condenado a ser consciente de ello y a ser, por lo tanto, imperfectísimo entre todos los animales (y séame consentido el tono leopardiano de esta hipótesis). Este hombre, para hallar el coraje de aguardar la muerte, se convertiría necesariamente en un animal religioso y aspiraría a elaborar narraciones capaces de proporcionarle una explicación y un modelo, una imagen ejemplar. Y entre las muchas que es capaz de imaginar, algunas fulgurantes, algunas terribles, otras patéticamente consolatorias, al llegar a la plenitud de los tiempos tiene en determinado momento la fuerza, religiosa, moral y poética, de concebir el modelo de Cristo, del amor universal, del perdón de los enemigos, de la vida ofrecida en holocausto para la salvación de los demás. Si yo fuera un viajero proveniente de lejanas galaxias y me topara con una especie que ha sido capaz de proponerse tal modelo, admiraría subyugado tamaña http://biblioteca.d2g.com  energía teogóníca y consideraría a esta especie miserable e infame, que tantos horrores a cometido, redimida sólo por el hecho de haber do capaz de desear y creer que todo eso fuera la verdad.

                Abandone ahora si lo desea la hipótesis y déjela a otros, pero admita que aunque Cristo no fuera más que el sujeto de una gran leyenda, el hecho de que esta leyenda haya podido ser imaginada y querida por estos bípedos sin plumas que sólo saben que nada saben, sería tan milagroso (milagrosamente misterioso) como el hecho de que el hijo de un Dios real fuera verdaderamente encarnado. Este misterio natural y terreno no cesaría de turbar y hacer mejor el corazón de quien no cree.

                Por ello considero que, en sus puntos fundamentales, una ética natural —respetada en la profunda religiosidad que la anima— puede salir al encuentro de los principios de una ética fundada sobre la fe en la trascendencia, la cual no deja de reconocer que los principios naturales han sido esculpidos en nuestro corazón sobre la base de un programa de salvación. Si quedan, como lógicamente quedarán, ciertos márgenes irreconciliables, no serán diferentes de los que aparecen en el encuentro entre religiones distintas. Y en los conflictos de la fe deben prevalecer la Caridad y la Prudencia.  Umberto Eco, enero de 1996