51 Semana de oración por la unidad de los cristianos
Buscar la unidad durante todo el año
En el hemisferio norte la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero. Estas fechas fueron propuestas en 1908 por Paul Watson para cubrir el periodo entre la fiesta de san Pedro y la de san Pablo, que tienen un hondo significado. En el hemisferio sur donde el mes de enero es tiempo de vacaciones de verano, las Iglesias frecuentemente adoptan otras fechas para celebrar la Semana de Oración, por ejemplo en torno a Pentecostés (sugerido por el movimiento Fe y Constitución en 1926), que representa también otra fecha significativa para la unidad de la Iglesia.
Teniendo presente esta exigencia de flexibilidad, invitamos a utilizar estos materiales a lo largo de todo el año para expresar el grado de comunión que las Iglesias ya han alcanzado y para orar juntos para llegar a la plena unidad querida por Cristo.
Reflexión bíblico-pastoral sobre el texto (Ex 15, 1-21)
El libro del Éxodo abarca tres períodos históricos: la vida de los israelitas en Egipto (1, 1−15, 21); el camino de Israel a través del desierto (15, 22−18, 27); y la experiencia del Sinaí (19−40). El pasaje elegido, «el canto a orillas del mar» dirigido por Moisés y María, detalla los acontecimientos que llevaron a la redención del pueblo de Dios de la esclavitud. Cierra el primer período.
« Él es mi Dios, por eso lo alabaré » (15, 2)
Los versículos del 1 a 3 del capítulo 15 ponen el acento en la alabanza de Dios: « El Señor es mi fortaleza y mi refugio, él fue mi salvación. Él es mi Dios, por eso lo alabaré; es el Dios de mi padre, por eso lo ensalzaré » (15, 2). En el canto dirigido por Moisés y María los israelitas cantan la fuerza de Dios que les ha liberado. Constatan que el designio y el deseo de Dios de liberar a su pueblo no pueden ser frustrados ni impedidos. No hay fuerzas, tampoco los carros del faraón, ni su ejército, ni lo mejor de sus capitanes, que puedan frustrar la voluntad de Dios para su pueblo de que sea libre (15, 4-5). En este gozoso grito de alabanza, los cristianos de distintas tradiciones reconocen que Dios es el salvador de todos; nos alegramos de que haya mantenido sus promesas y de que siga otorgándonos su salvación a través del Espíritu Santo. En la salvación que nos ofrece reconocemos que él es nuestro Dios y nosotros su pueblo.
« Fue tu diestra quien lo hizo, Señor, resplandeciente de poder » (15, 6a)
La liberación y la salvación del pueblo de Dios es obra del poder de Dios. La diestra de Dios puede entenderse como su victoria cierta sobre sus adversarios y como la protección constante de su propio pueblo. A pesar de la determinación del faraón, Dios escuchó el grito de su pueblo y no deja a su pueblo perecer porque Dios es el Dios de la vida. A través de su poder sobre los vientos y el mar, Dios muestra su voluntad de preservar la vida y de destruir la violencia (Ex 15, 10). El propósito de su redención era constituir a los israelitas como un pueblo de alabanza que reconociese el amor indefectible de Dios.
La liberación trajo esperanza y una promesa para su pueblo. Esperanza porque un nuevo día había llegado en el que el pueblo podía servir libremente a su Dios y darse cuenta de sus posibilidades. Era también una promesa: su Dios les acompañaría a lo largo de su camino y ninguna fuerza podría destruir el propósito de Dios para ellos.
¿Utiliza Dios la violencia para contrarrestar la violencia?
Algunos padres de la Iglesia interpretaron este relato como una metáfora de la vida espiritual. Agustín, por ejemplo, identificó al enemigo tragado por el mar no con los egipcios, sino con el pecado:
En el bautismo sumergió y borró todos nuestros pecados anteriores, que venían como persiguiéndonos por la espalda. Los espíritus inmundos llevaban las riendas de nuestras tinieblas como si fuesen sus jumentos, es decir, sus auxiliares, y, cual jinetes, las conducían a donde querían. Por eso el apóstol los llama gobernadores de estas tinieblas. Puesto que nos hemos visto libres de ellos mediante el bautismo, como si fuera el mar Rojo, esto es, ensangrentado por la santificación del Señor crucificado, no volvamos nuestro corazón a Egipto, antes bien dirijámonos hacia el reino en medio de las tentaciones del desierto, teniéndole a él por protector y guía (Sermón 223E).
Agustín interpreta el relato como una exhortación para los cristianos a la esperanza y a la perseverancia al ser perseguidos por el enemigo. Él consideraba el bautismo como el acontecimiento constitutivo clave que constituye la verdadera identidad de cada uno como miembro del cuerpo de Cristo. Por eso establece un paralelismo entre el paso liberador de Israel por el mar Rojo y el de los cristianos a través de las aguas bautismales. Los dos acontecimientos liberadores hacen existir una asamblea que alaba. Por eso Israel podía libremente alabar la mano salvadora de Dios con el canto de victoria de María y Moisés. Su redención constituía a los israelitas esclavizados en miembros del único pueblo de Dios, unidos con un canto de alabanza que podían cantar.
Unidad
Éxodo 15 nos permite constatar como el camino hacia la unidad tiene que pasar muchas veces a través de una experiencia compartida de sufrimiento. La liberación de los israelitas de la esclavitud es el acontecimiento fundacional que los constituye como pueblo. Para los cristianos este proceso llega a su culmen con la encarnación y el misterio pascual. Aunque la liberación/salvación es iniciativa de Dios, Dios asocia a agentes humanos a la realización de su propósito y plan de redención de su pueblo. Los cristianos, gracias a su bautismo, comparten el ministerio de reconciliación de Dios, pero nuestras divisiones obstaculizan nuestro testimonio y nuestra misión en un mundo que necesita de la salvación de Dios.