Los salmos son un libro de oración

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro

Miércoles 7 de septiembre de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

Reanudamos hoy las audiencias en la Plaza de San Pedro y, en la «escuela de oración» que estamos viviendo juntos en estas catequesis de los miércoles, quiero comenzar a meditar sobre algunos Salmos, que, come dije el pasado mes de junio, forman el «libro de oración» por excelencia. El primer Salmo sobre el que me detendré es un Salmo de lamentación y de súplica lleno de una profunda confianza, donde la certeza de la presencia de Dios es la base de la oración que brota de una condición de extrema dificultad en la que se encuentra el orante. Se trata del Salmo 3, referido por la tradición judía a David en el momento en que huye de su hijo Absalón (cf. v. 1): es uno de los episodios más dramáticos y sufridos de la vida del rey, cuando su hijo usurpa su trono real y le obliga a abandonar Jerusalén para salvar su vida (cf. 2 Sam 15ss). La situación de peligro y de angustia que experimenta David hace, por tanto, de telón de fondo a esta oración y ayuda a comprenderla, presentándose como la situación típica en la que puede recitarse un Salmo como este. Todo hombre puede reconocer en el clamor del salmista aquellos sentimientos de dolor, amargura y, a la vez, de confianza en Dios que, según la narración bíblica, acompañaron a David al huir de su ciudad.

El Salmo comienza con una invocación al Señor:

«Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí; cuántos dicen de mí: “Ya no lo protege Dios”» (vv. 2-3).

La descripción que el orante hace de su situación está marcada por tonos fuertemente dramáticos. Tres veces se subraya la idea de multitud —«numerosos», «muchos», «tantos»— que en el texto original se expresa con la misma raíz hebrea, de forma repetitiva, casi insistente, con el fin de recalcar aún más la enormidad del peligro. Esta insistencia sobre el número y la magnitud de los enemigos sirve para expresar la percepción, por parte del salmista, de la absoluta desproporción que existe entre él y sus perseguidores, una desproporción que justifica y fundamenta la urgencia de su petición de ayuda: los opresores son muchos, toman la delantera, mientras que el orante está solo e inerme, bajo el poder de sus agresores. Sin embargo, la primera palabra que pronuncia el salmista es «Señor»; su grito comienza con la invocación a Dios. Una multitud se cierne y se rebela contra él, generando un miedo que aumenta la amenaza haciéndola parecer todavía más grande y aterradora. Pero el orante no se deja vencer por esta visión de muerte, mantiene firme la relación con el Dios de la vida y en primer lugar se dirige a él en busca de ayuda. Pero los enemigos tratan también de romper este vínculo con Dios y de mellar la fe de su víctima. Insinúan que el Señor no puede intervenir, afirman que ni siquiera Dios puede salvarle. La agresión, por lo tanto, no es sólo física, sino que toca la dimensión espiritual: «el Señor no puede salvarle» —dicen—, atacan el núcleo central del espíritu del Salmista. Es la extrema tentación a la que se ve sometido el creyente, es la tentación de perder la fe, la confianza en la cercanía de Dios. El justo supera la última prueba, permanece firme en la fe y en la certeza de la verdad y en la plena confianza en Dios, y precisamente así encuentra la vida y la verdad. Me parece que aquí el Salmo nos toca muy personalmente: en numerosos problemas somos tentados a pensar que quizá incluso Dios no me salva, no me conoce, quizá no tiene la posibilidad de hacerlo; la tentación contra la fe es la última agresión del enemigo, y a esto debemos resistir; así encontramos a Dios y encontramos la vida.

El orante de nuestro Salmo está llamado a responder con la fe a los ataques de los impíos: los enemigos —como dije— niegan que Dios pueda ayudarle; él, en cambio, lo invoca, lo llama por su nombre, «Señor», y luego se dirige a él con un «tú» enfático, que expresa una relación firme, sólida, y encierra en sí la certeza de la respuesta divina:

«Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su santo monte» (vv. 4-5).

Ahora desaparece la visión de los enemigos, no han vencido porque quien cree en Dios está seguro de que Dios es su amigo: permanece sólo el «tú» de Dios; a los «muchos» se contrapone ahora uno solo, pero mucho más grande y poderoso que muchos adversarios. El Señor es ayuda, defensa, salvación; como escudo protege a quien confía en él, y le hace levantar la cabeza, como gesto de triunfo y de victoria. El hombre ya no está solo, los enemigos no son invencibles como parecían, porque el Señor escucha el grito del oprimido y responde desde el lugar de su presencia, desde su monte santo. El hombre grita en la angustia, en el peligro, en el dolor; el hombre pide ayuda, y Dios responde. Este entrelazamiento del grito humano y la respuesta divina es la dialéctica de la oración y la clave de lectura de toda la historia de la salvación. El grito expresa la necesidad de ayuda y recurre a la fidelidad del otro; gritar quiere decir hacer un gesto de fe en la cercanía y en la disponibilidad a la escucha de Dios. La oración expresa la certeza de una presencia divina ya experimentada y creída, que se manifiesta en plenitud en la respuesta salvífica de Dios. Esto es relevante: que en nuestra oración sea importante, presente, la certeza de la presencia de Dios. De este modo, el Salmista, que se siente asediado por la muerte, confiesa su fe en el Dios de la vida que, como escudo, lo envuelve a su alrededor de una protección invulnerable; quien pensaba que ya estaba perdido puede levantar la cabeza, porque el Señor lo salva; el orante, amenazado y humillado, está en la gloria, porque Dios es su gloria.

La respuesta divina que acoge la oración dona al Salmista una seguridad total; se acabó también el miedo, y el grito se serena en la paz, en una profunda tranquilidad interior:

«Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor» (vv. 6-7).

El orante, incluso en medio del peligro y la batalla, puede dormir tranquilo, en una inequívoca actitud de abandono confiado. En torno a él acampan los adversarios, le asedian, son muchos, se levantan contra él, le ridiculizan y buscan hacerle caer, pero él en cambio se acuesta y duerme tranquilo y sereno, seguro de la presencia de Dios. Y al despertar, encuentra a Dios todavía a su lado, como custodio que no duerme (cf. Sal 121, 3-4), que le sostiene, le toma de la mano, no le abandona nunca. El miedo a la muerte está vencido por la presencia de aquél que no muere. Precisamente la noche, poblada de temores atávicos, la noche dolorosa de la soledad y de la angustiosa espera, ahora se transforma: lo que evoca la muerte se convierte en presencia del Eterno.

A la visibilidad del asalto enemigo, violento, imponente, se contrapone la presencia invisible de Dios, con todo su poder invencible. Y es a él a quien, después de sus expresiones de confianza, nuevamente el Salmista dirige su oración: «Levántate, Señor; sálvame, Dios mío» (v. 8a). Los agresores «se levantaban» (cf. v. 2) contra su víctima; quien en cambio «se levantará» es el Señor, y será para derribarlos. Dios lo salvará, respondiendo a su clamor. Por ello el Salmo concluye con la visión de la liberación del peligro que mata y de la tentación que puede hacer perecer. Después de la petición dirigida al Señor para que se levante a salvar, el orante describe la victoria divina: los enemigos que, con su injusta y cruel opresión, son símbolo de todo lo que se opone a Dios y a su plan de salvación, son derrotados. Golpeados en la boca, ya no podrán agredir con su destructiva violencia y ni podrán ya insinuar el mal de la duda sobre la presencia y el obrar de Dios: su hablar insensato y blasfemo es definitivamente desmentido y reducido al silencio de la intervención salvífica del Señor (cf. v. 8bc). De este modo, el Salmista puede concluir su oración con una frase de connotaciones litúrgicas que celebra, en la gratitud y en la alabanza, al Dios de la vida: «De ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo» (v. 9).

Queridos hermanos y hermanas, el Salmo 3 nos ha presentado una súplica llena de confianza y de consolación. Orando este Salmo, podemos hacer nuestros los sentimientos del Salmista, figura del justo perseguido que encuentra en Jesús su realización. En el dolor, en el peligro, en la amargura de la incomprensión y de la ofensa, las palabras del Salmo abren nuestro corazón a la certeza confortadora de la fe. Dios siempre está cerca —incluso en las dificultades, en los problemas, en las oscuridades de la vida—, escucha, responde y salva a su modo. Pero es necesario saber reconocer su presencia y aceptar sus caminos, como David al huir de forma humillante de su hijo Absalón, como el justo perseguido del Libro de la Sabiduría y, de forma última y cumplida, como el Señor Jesús en el Gólgota. Y cuando, a los ojos de los impíos, Dios parece no intervenir y el Hijo muere, precisamente entonces se manifiesta, para todos los creyentes, la verdadera gloria y la realización definitiva de la salvación. Que el Señor nos done fe, nos ayude en nuestra debilidad y nos haga capaces de creer y de orar en los momentos de angustia, en las noches dolorosas de la duda y en los largos días del dolor, abandonándonos con confianza en él, que es nuestro «escudo» y nuestra «gloria». Gracias.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la parroquia de San Francisco Javier, de Oviedo; a la Coral Médica Pedro Pérez Velásquez y al Coro Juvenil Cultural, de la Universidad Central de Venezuela; a la Orquesta Sinfónica Juvenil “Batuta”, de Bogotá, así como a los demás grupos provenientes de España, Costa Rica, El Salvador, Venezuela, Argentina, México y otros países Latinoamericanos. Invito a todos a vivir, ante cualquier adversidad, una absoluta confianza en Dios de quien procede toda bendición. Muchas gracias.

FIN Y SENTIDO DEL MATRIMONIO

FIN Y SENTIDO DEL MATRIMONIO

Fuente: Alfonso Llano Escobar, periódico El Tiempo, Colombia. 28 Agosto 2011

Fin es la meta que se propone el agente, sea natural, sea consciente y humano.

Sentido es el valor trascendente en que se inspira el yo de la persona.

El matrimonio, "unión estable entre un hombre y una mujer para amarse y respetarse durante toda la vida y para procrear responsablemente", es obra del Creador. "¿No habéis leído -les pregunta Jesús a los fariseos- que en la mente de Dios, desde un principio, está la ordenación del hombre y la mujer al matrimonio? Por lo tanto, dejarán a sus padres, vivirán bajo un mismo techo, se unirán en acto de amor, y ya no serán dos sino uno solo. Por tanto, el hombre no separe lo que Dios ha unido". Mateo 19,6. El acto conyugal viene entendido por Jesús como un acto de amor que hace de dos uno. Tal unión recibe de Dios la orden de crecer y multiplicarse.

De aquí vienen fin y sentido del matrimonio. La naturaleza de los esposos -anatomía, fisiología, psicología y todos los demás estratos de la personalidad de cada uno de los esposos- está ordenada por Dios hacia el fin de la procreación. Dios busca con la naturaleza del matrimonio la conservación de la especie, fin que deben entender y buscar los esposos conscientemente como meta de su vida, asumida libremente por ellos. Solo que ya hoy sabemos que los esposos poseen el derecho y el deber de regular su familia responsablemente.

Pero el matrimonio es algo más, mucho más, que un medio de la conservación de la especie. La evolución sexual a través de los siglos, al llegar a los seres humanos, deja de ser mera naturaleza para convertirse en una sexualidad racional, humana, ordenable a nobles metas.

Aquí es donde entra en juego el sentido del matrimonio, el amor unitivo que va a invitar a los esposos a buscar, desde el mismo día del matrimonio, sin límite en el horizonte del tiempo y del espacio, la unión amorosa que eleva la sexualidad a metas imprevistas y sublimes.

Por siglos, tanto el derecho romano como la enseñanza de la Iglesia católica orientaron el matrimonio a la procreación: era necesario poblar la Tierra de seres humanos, según el plan de su Creador.

Pero llegó el siglo XX, la Tierra empezó a quedar superpoblada, y el hombre, ayudado por la ciencia y la técnica, aprendió a regular la natalidad, para someterla al amor unitivo y responsable.

Un pensador alemán, Herbert Doms, teólogo y biólogo a la vez, captó con la ciencia y la teología el misterio del matrimonio y expresó genialmente en una obra publicada en 1932 con el título Acerca del fin y del sentido del matrimonio la admirable combinación entre sentido y fin de dicha unión, llamando fin a la procreación, buscada por la naturaleza, y sentido, al amor unitivo como meta espiritual que debían proponerse libre y generosamente los esposos a través de toda su vida. Como siempre, los científicos y teólogos de avanzada son víctimas de los temores e inseguridades de los vigilantes de la fe, y pusieron esta obra genial en el Índice de Libros Prohibidos. ¡Habrase visto! Pero la cárcel se hizo para los cuerpos, no para las ideas. Soportó con valentía y coraje los vejámenes de la censura y vio su obra coronada con el éxito en la Doctrina del Concilio Vaticano II, que adoptó su combinación de sentido y fin en la doctrina conciliar sobre el matrimonio. La procreación natural sometida a la vigilancia del amor unitivo y responsable. Los esposos son los que en última instancia deben formar en conciencia el juicio sobre el número de hijos: es su derecho y su deber (G et S 50), pero el amor, que nunca debe faltar, debe crecer indefinidamente, aunque ya se haya cumplido la tarea de la paternidad responsable.

Cómo es el secreto de Confesión?

El secreto de confesión  3 Agosto 2011

Hay casos en los que una parte de la confesión puede ser revelada a otros, pero siempre con el permiso del penitente y sin descubrir la identidad del mismo

Autor: Marco Tosatti | Fuente: vaticaninsider.lastampa.it

La confesión es, desde hace siglos, uno de los rasgos característicos de la Iglesia Católica y de alguna de las Iglesias Ortodoxas; los otros credos cristianos la practican de modo muy diferente del modo establecido por Roma. Con el pasar de los siglos ha sido considerada como un instrumento formidable: tanto para la salvación de las almas como para el «control de las conciencias» (según los críticos). Benedicto XVI en uno de sus libros autobiográficos se refiere a ella como un instrumento de justicia social; en su país se arrodillaban todos, pobres y peces gordos, para contarle a la persona que estaba detrás de la rejilla sus malas acciones; y los pobres se consolaban viendo a los que tenían una posición más favorable arrodillándose en el mismo lugar que ellos.

En nuestros días la confesión y, sobre todo, el sigilo sacramental que impone el secreto total por parte del sacerdote, están siendo atacados. En Irlanda se quiere hacer una propuesta de ley que obligue a los sacerdotes a que rompan el secreto de confesión si alguien confiesa un delito de pedofilia. En Australia, el gobierno federal fue invitado a seguir el ejemplo de la isla que se encuentra al otro lado del mundo, para obligar a los sacerdotes a denunciar a los que confiesen un pecado sexual contra menores. La iniciativa parte del senador independiente Nick Xenophon. «No hay dudas sobre lo que hay que hacer cuando nos toca elegir entre la inocencia de un niño o la preservación de una práctica religiosa», ha declarado. «¿Por qué habría que absolver de sus pecados a una persona, incluso cuando se trata de abusos sexuales contra niños, con una palmadita en la espalda?»

Naturalmente la posición del Vaticano es completamente diferente. El artículo 983 del Código de Derecho Canónico advierte que el sigilo sacramental es inviolable; por lo tanto está terminantemente prohibido que el confesor denuncie al penitente, ni siquiera en parte, por ningún motivo. La violación no está permitida tampoco en caso de amenaza de muerte al confesor u otras personas. Para proteger el secreto algunos moralistas, como Tomás Sánchez (1550-1610), consideran moralmente legítima también la reserva mental, una forma de engaño en la que no es necesaria la pronunciación explícita de una falsedad. «El confesor que viola directamente el sigilo sacramental, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica; quien lo viola sólo indirectamente, ha de ser castigado en proporción con la gravedad del delito; si violan el secreto, deben ser castigados con una pena justa, sin excluir la excomunión» (“Código de Derecho Canónico”, 1388, §1,2). Esto implica que se le prohibirá celebrar el sacramento y además un largo periodo de penitencia, por ejemplo en un monasterio.

¿Y si el penitente se presenta a confesar su responsabilidad en un acto criminal? En este caso la experiencia enseña que el sacerdote pueda ponerle como condición indispensable para la absolución que se presente ante las autoridades para autodenunciarse. Pero no puede hacer otra cosa, y sobre todo no puede informar personalmente a las autoridades, ni siquiera indirectamente.

Hay casos en los que una parte de la confesión puede ser revelada a otros, pero siempre con el permiso del penitente y sin descubrir la identidad del mismo. Esto sucede, por ejemplo, con algunos pecados que no pueden ser perdonados sin la autorización del Obispo o del Papa. En dichos casos, el confesor pide al penitente la autorización para escribir una solicitud al Obispo o a la Penitenciaría Apostólica (un cardenal delegado por el Papa para estos asuntos), utilizando seudónimos y comunicando sólo los detalles indispensables. La solicitud es sigilada y enviada a la Penitenciaría por medio del Nuncio Apostólico (el embajador del Papa en el país en cuestión); así la transferencia se sirve de la protección que se asegura a la correspondencia diplomática.

Por lo tanto no hay que sorprenderse si la respuesta a las propuestas irlandesa y australiana es seca y clara. Graham Greene en su libro "El poder y la gloria" traza el perfil de un sacerdote indigno, el "sacerdote esponja" en el México de las persecuciones anticatólicas, que conscientemente se arriesga a caer en una trampa que lo conducirá a la muerte por ir a confesar a un moribundo. Ficción, cierto, pero como todos los mitos, si no ha sucedido nunca, es algo que sucede siempre. El secretario de la Conferencia Episcopal Australiana, el Padre Brian Lucas, ha tratado de manera glacial la propuesta presentada por el senador: «Su proposición no protege a los niños y choca frontalmente con el derecho fundamental de la gente a practicar su religión», ha declarado. «Ningún sacerdote católico traicionaría nunca la confesión. Hay sacerdotes que han preferido morir antes que hacerlo». Monseñor Pierre Pican, obispo de Bayeux, en septiembre de 2001 fue condenado a tres meses de cárcel por no haber denunciado ante la magistratura a un sacerdote de su diócesis, acusado de pedofilia, invocando el secreto profesional. Monseñor Pican le había impuesto después de la revelación un periodo de cura en una institución especializada. Por su defensa del secreto había recibido una carta de felicitación del cardenal Castrillón Hoyos, cumpliendo el mandato de Juan Pablo II.

Pero en realidad, las propuestas irlandesa y australiana, impulsadas por el ímpetu de la emoción, además de representar un precedente extraordinario (ni siquiera en la Francia de la Revolución, que de seguro no fue amable con los sacerdotes católicos, se pensó en un ley parecida) serían simplemente inútiles. Porque no llevarían ni siquiera a una incriminación y harían menos libre al país. Quizás existe la posibilidad de que alguno, responsable de un crimen (y no sólo de pedofilia) pueda ser convencido o empujado por el sacerdote que se encuentra al otro lado de la rejilla a actuar de la forma más justa. Pero seguramente nadie iría a confesar su crimen, si supiera que haciéndolo sería denunciado. Además sería necesario que el confesor conociera el nombre, el apellido y la dirección del penitente. Algo que, en la mayor parte de los casos no sucede. Sin embargo, se han dado casos en los que las palabras pronunciadas por el sacerdote del confesionario han llevado a los criminales al arrepentimiento. Un resultado que seguramente las propuestas de ley, irlandesa o australiana, no podrían alcanzar.

EN QUÉ CONSISTE LA LECTURA ORANTE DE LA PALABRA?

 

A LA ESCUCHA DEL MAESTRO

 

Iniciación a la Lectura Orante de la Biblia.

"Lectio Divina".

 

P. FIDEL OÑORO C.

 

 

Si un texto no te cambia,

Quiere decir que no lo has leído.

(G. Soares-Prabhu)

 

 

 

PRESENTACIÓN.

 

En este primer año de la preparación al Gran Jubileo, eminentemente cristológico, es deseo del Santo Padre que volvamos "con renovado interés a la Sagrada Escritura" (TMA 40.3) para conocer la verdadera identidad de Jesucristo. La razón que nos da es que "en el texto revelado el mismo Padre sale amorosamente a nuestro encuentro y dialoga con nosotros manifestándonos la naturaleza de su Hijo unigénito y su proyecto de salvación para la humanidad" (1bid).

 

Una de las formas más apropiadas para volver a las Sagradas Escrituras es la práctica de la Lectio Divina. Esta lectura orante de la Biblia tiene la impronta de los Padres de la Iglesia y ha sido cultivada a través de los siglos en el corazón de la vida monástica. Actualmente se redescubre, con gran entusiasmo entre laicos, religiosas, religiosos y pastores, como fruto del movimiento bíblico y del Concilio Vaticano II.

 

Por eso me complace particularmente presentar este texto preparado por el P. Fidel Oñoro C., a pedido del Secretariado General del CELAM, que junto a la enseñanza del método de la Lectio Divina propone formas concretas de realizarlo tanto personalmente como en las comunidades parroquiales.

El escrito tiene el gran mérito de dar a conocer en pocas páginas la dinámica de este método de oración, valiéndose de las enseñanzas de Guigo II, el monje Cartujo, enriquecido por la mirada mística y poética de San Juan de la Cruz y de Sor Isabel de la Trinidad.

 

El autor nos enseña que la Lectio Divina es un método concreto, sencillo, real y posible para vivir de cada Palabra que sale de la boca del Señor. (Mt. 4,4).

 

 

 

+ Jorge E. Jiménez Carvajal

Obispo de Zipaquirá, Colombia.

Secretario General del CELAM

 

 

 

 

 

I

 

DISCIPULOS A LA ESCUCHA

 

DEL MAESTRO

 

Cuenta Fedor Dostoyevski en su novela "Los hermanos Karamazov" que el viejo y sabio monje Zossima le aconsejaba a su joven amigo Alyosha que leyese las Santas Escrituras a la gente sencilla "simplemente como ellas son", y le agregaba, "tú verás cómo el corazón simple comprende la Palabra de Dios".

 

Jesús se emociona porque el Reino de Dios estaba siendo comprendido por los pequeños (Ver Lc. 10,21). En ellos Jesús veía a sus oyentes ideales, aquellos que tenían capacidad de vivir con Él una comunicación más profunda, una relación más estrecha. Por eso los consideraba sus hermanos, sus hermanas y su madre (Ver Mc. 3,35). Ellos conocen el tono de su voz y por eso lo pueden seguir (Jn. 10,3). Ese es el retrato interior del discípulo de Jesús. El auténtico discípulo es el que vive a la escucha con un corazón totalmente despojado y clavado en Dios.

 

Cada vez que escrutamos las Sagradas Escrituras nos encontramos con ese desafío.

 

Y no queremos leer sin comprender. No queremos quedarnos sin conocer el don de Dios que la palabra inspirada nos ofrece. Por eso buscamos y preguntamos. Sucede como con el eunuco de la reina de Candace, quien en medio del desierto va sentado en su carro leyendo la Biblia. Felipe se acerca y le pregunta: "¿Entiendes lo que estás leyendo?". El eunuco le contesta: "¿Cómo puedo entender si nadie me hace de guía?" (Hech 8,30s). Y lo invitó y sentó en el carro.

 

La lectura orante o Lectio Divina pretende ser una manera de realizar esta forma total de aproximarnos a la Biblia, para ir hasta lo más profundo. Aprovechemos los métodos que nos ayudan a entender la Biblia en todos sus aspectos, llámense histórico-críticos o literarios o sociológicos o psicológicos…. La lista es larga. Todos ellos son muy útiles y los valoramos. Pero sentimos que todavía falta algo.

 

La Pontificia Comisión Bíblica (1993) buscó los términos precisos para definir lo que es la Lectio Divina: " Es una lectura, individual o comunitaria, de un pasaje más o menos largo de la Escritura, acogida como Palabra de Dios, que se desarrolla bajo la moción del Espíritu en meditación, oración y contemplación". Y allí dio la clave: es el Espíritu Santo quien hace de guía en la lectura.

 

Jesús había prometido: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho". (Jn. 14,26).

 

La audición de la voz de Jesús, después de su muerte y resurrección, se realiza de esta manera porque Él desea que comprendamos la Biblia: "Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras".( Lc 24,45). Él quiere que la intuyamos profundamente a partir de su Persona, porque por su misterio pascual la revelación ha llegado a su plenitud. (Ver Mt. 5, 17).

 

La Lectio Divina, o lectura orante de la Biblia, es nuestra contribución a la oferta que nos quiere hacer Jesús. Él nos da su Espíritu. Nosotros ofrecemos un oído y un corazón atentos a su Palabra.

 

La Lectio Divina, es básicamente eso: el ejercicio de un corazón dispuesto al encuentro con Dios a través de la Santa Palabra. Es un ejercicio de lectura pero es también una oración. Sus frutos no vienen tanto por la acumulación del saber a cerca de la Biblia como por la vida espiritual del que conoce el sabor de la Biblia porque conoce a su Autor.

 

No es esta una expresión de la creatividad actual en materias de oración. Quizá estemos, como en tiempos del rey Josías, descubriendo de nuevo el rollo de la Toráh. El método viene desde la misma Biblia, desde la práctica de los rabinos, y particularmente, desde los Padres de la Iglesia y algunos autores espirituales del primer milenio de la era cristiana. Aunque relegado, este método de oración nunca se perdió en la historia de la Iglesia ya que los monjes lo conservaron y lo trajeron hasta nosotros. El Concilio Vaticano II (Dei Verbum 25) lo reconoció vivamente y, desde entonces, los documentos de la Iglesia no han dejado de recomendarlo.

 

El asunto ahora es cómo aprenderlo, cómo iniciarnos pedagógicamente en él. Es lo que vamos a proponer enseguida a través de los siguientes pasos:

 

  1. Trataremos de captar la dinámica propia de la Lectio que, ante todo, es una dinámica espiritual.

 

  1. Describiremos su desarrollo ofreciendo algunas indicaciones prácticas;

 

  1. Daremos algunas pistas para el servicio de la Palabra, especialmente en la parroquia, a partir de la Lectio Divina.

 

 

 

II

 

 

LA LECTURA DE LA

 

LECTIO DIVINA.

 

Como método de lectura de la Sagrada Escritura, la Lectio Divina se realiza a través de pasos bien definidos, que se pueden expresar didácticamente no sólo para comprenderlos mejor sino también para practicarlos y enseñarlos.

 

Partiendo de la enseñanza de Guigo II, el cartujo, en su Scala Claustralium (II y III) mostraremos desde diversos ángulos el aspecto dinámico de la Lectio Divina. Esto nos permitirá comprender mejor las posibilidades de la propuesta y nos facilitará más tarde el desarrollo creativo del método.

 

 

  1. La dinámica de la Lectio Divina captada desde cinco ángulos.

 

 

Presentamos la dinámica de la Lectio Divina a partir de cinco comparaciones que la enfocan desde diferentes ángulos. Al final sacaremos las consecuencias.

 

 

  1. La Escalera

El Monje Guigo II comparó la Lectio Divina con una escalera, donde cada etapa del proceso es un peldaño. Su base se asienta sobre la Biblia y su extremo superior penetra el corazón de Dios y "escruta los secretos de los cielos". El Monje contó así su intuición:

            "Un día, durante el trabajo manual, comencé a pensar en el ejercicio espiritual del hombre y, de repente, se ofrecieron a la reflexión de mi espíritu cuatro grados espirituales: lectura, meditación, oración, contemplación".

 

 

  1. La Palabra que traza su camino en el corazón

 

La imagen de la escalera ya lo dice prácticamente todo. Pero todavía sobre la pista de Guigo, diferenciando y al mismo tiempo tratando de captar la unidad de los grados espirituales indicados, podríamos agregar que el método de la Lectio funciona como los latidos del corazón; sístole y diástole, expansión y concentración, apertura y acogida, búsqueda y encuentro, grito y respuesta….

Es dinámico. Sus movimientos corresponden al de nuestros impulsos interiores.

 

Con las palabras claves del mismo Guigo podríamos visualizar estos movimientos de la siguiente manera:

 

  1. El Verano y el Invierno.

 

Algunos autores han comparado la dinámica de la Lectio Divina con la actividad de la hormiga que durante el verano trabaja sin tregua en la recolección del alimento y, cuando llega el invierno, se refugia y sobrevive con aquel alimento. O bien, como la abeja que en un primer momento chupa el néctar de la flor y después entra en el sagrado reposo, en el panal, para dar paso a la elaboración de la miel.

 

Así también la Lectio prácticamente se reduce a dos momentos que se pueden especificar mejor en dos movimientos dobles: el de lectura-meditación y el de oración-contemplación. Un tiempo de trabajo y otro de elaboración y aprovechamiento de los resultados.

 

La Lectio es también como aquel que toma una naranja, pacientemente le quita la corteza y expone la pulpa, con los ojos la saborea y luego la va degustando, torreja por torreja, saboreando su jugo.

 

Guigo dice: "la letra está en la cáscara, la meditación en la sustancia, la oración en la expresión del deseo y la contemplación en la posesión de la dulzura obtenida.

 

Todavía podríamos decir que la actividad del lector-orante se concentra en estos dos momentos: uno activo, que es la fatiga de la lectura-meditación , y uno pasivo, que es  el de la oración-contemplación. La continuidad entre estos dos momentos es análogo al proceso de alimentación y digestión. La comparación es válida. Para el pueblo de la Biblia no era extraño oír decir que la Biblia había que comérsela (Ver Ez 3,3 y Apoc 10, 8-11). Guigo lo contaba así: "La lectura lleva la nutrición sustancial a la boca, la meditación mastica y tritura este alimento, la oración obtiene el gusto, la contemplación es la dulzura misma que alegra y restaura".

 

La Lectio es el proceso por medio del cual la Escritura pasa de la "letra" al "Espíritu" que da vida (Ver 2 Cor 3,6).

 

 

  1. La Parábola del mendigo.

 

 

No aparece en la Biblia tal parábola, aunque podría estar sugerida en la enseñanza de Jesús en Lucas 11, 9: "pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá". Parece que Jesús estuviera describiendo la actividad de un mendigo que llega a la puerta de nuestra casa, toca, insiste…. y si ve que nadie sale, va y llama por la ventana e insiste nuevamente. Y, si nos negamos a abrir, entonces va a la casa del vecino y sigue así su peregrinación, de puerta en puerta, hasta que alguno le abre y le da un pedazo de pan. Esta es su actividad cotidiana.

 

Así también es el orante en la Lectio Divina. Es un buscador que se identifica con el pobre mendigo que busca el pan de cada día. Ese tal tiene que esforzarse y luchar para conseguirlo, vive por la insistencia y no claudica fácilmente.

 

A la Lectio se llega con humildad, desprovisto de todo, hambriento y sediento de la Palabra: "como anhela la cierva las corrientes de agua" (Sal. 42,2).

 

Impulsado por la sed se recorre el camino de la búsqueda. Guigo también veía este proceso en la parábola del mendigo: "La lectura busca la dulzura de la vida bienaventurada, la meditación la encuentra, la oración la pide, la contemplación la gusta". Esta intuición que traduce en método la enseñanza de Jesús tiene una sencilla formulación didáctica que nos ofrece san Juan de la Cruz:

"Buscad leyendo y hallaréis meditando,

llamad orando y al abriros habréis contemplado

(Dichos de luz y de amor, 157)

 

  1. La Palabra se hace palabra.

 

La Palabra de Dios es palabra que "dice" y "hace decir". Cuando "permanece operante" en nosotros (1 Tes. 2,13) nos hace pronunciar nuestra palabra auténtica, la que mejor expresa la verdad de nosotros mismos. Es como si la Palabra que habita en medio de nosotros (cfr. Jn. 1,14) y específicamente en nosotros mismos (Ver Jn. 14,23), creciera de tal manera que al final emergiera fuerte en la oración, en la predicación, en la consolación, en los hechos.

 

 

Esta es también la dinámica de la Lectio Divina. Un Guigo de nuestro tiempo, Frei Carlos Mesters, recuerda que hay tres preguntas sencillas y claves que orientan el proceso de la Palabra que inicialmente es oída, luego apropiada y finalmente se expresa nuevamente:

 

  

La tarea de la Lectio Divina es ayudar a desplegar toda la eficacia de la Palabra, el poder escondido en la semilla (Ver Mc.4,30-32) y su capacidad de generar algo nuevo, auténtico, de Dios. Este es su secreto.

 

 

  1. De la dinámica a las dinámicas.

 

 

En breves afirmaciones quisiéramos establecer algunos parámetros que se derivan de nuestra observación de la dinámica de la Lectio Divina:

 

  1. La Lectio Divina como instrumento de búsqueda integra dos tipos de conocimiento: el que se desarrolla por la vía racional y el que se desarrolla por la vía emocional. La razón y el corazón se integran en la búsqueda de equilibrio entre lo que corresponde propiamente al ejercicio de la lectura como al ejercicio espiritual. Allí se valora, se respeta y aprovecha todo lo que procede del estudio académico de la Sagrada Escritura, pero también todo lo que corresponde a las características propias de la vida espiritual, ya que por la misma fe se captan más profundamente las realidades de la fe.

 

  1. La Lectio Divina tiene una estructura interna clara, lógica, sólida. Una vez impulsado el proceso, este puede desarrollarse por sí mismo porque corresponde a una lógica intrínseca del camino oracional. Muchas veces la habremos practicado sin saberlo.

 

  1. El proceso es claro sin que sea rígido o mecánico. Si así lo fuera estaría bloqueando la acción del Espíritu. Por eso no se puede decir con propiedad que lectura - meditación - oración - contemplación son los pasos del método. Estos son más bien dimensiones, movimientos, grandes etapas de un camino que se recorre. La Lectio Divina ofrece tal elasticidad, que la descubrimos, desde el punto de vista pedagógico, como una mina de sugerencias: se puede recrear y adaptar para personas o para grupos teniendo en cuenta su edad y situación. Esta dinámica permite crear muchas dinámicas o propuestas didácticas. Es decir, la dinámica de la Lectio permite ser abordada de muchas formas creativas.

 

  1. Pero no todos los movimientos de la Lectio Divina permiten crear dinámicas. Una primera dificultad es que no siempre es fácil reconocer el paso de un movimiento al otro. La segunda dificultad la constituye la naturaleza misma de tales movimientos. Cuando se entra al movimiento de la oración y de la contemplación, estas vienen de un impulso propio que corresponde a la originalidad de la acción de la Palabra, que no sería prudente ni conveniente tratar de orientar externamente.

 

  1. El éxito de la Lectio Divina está fuertemente ligado a la calidad de la vida espiritual. Recordemos, además, que la Lectio presupone la fe en la acción de Espíritu que conduce el proceso. Habrá que cuidar atentamente este aspecto, especialmente en su preparación.

 

Como discípulos queremos ponernos a los pies de Jesús para aprender ese "oír" que hace posible captar en profundidad su Palabra y ponerla en práctica. Él dice: "Mirad, pues, cómo oís" (Lc. 8,18).

La «LECTIO DIVINA»

James Swetnam, S.J.

 

 

La Lectio Divina es un modo de leer la Escritura que se remonta a los primeros tiempos del Cristianismo.  Es un modo de responder a Dios para personas que alimentan una firme fe en su iniciativa para contactarlas.  La palabra de Dios llega al católico por medio de la Escritura interpretada en la Tradición de la Iglesia Católica.  Para los católicos contemporáneos en muchos lugares es difícil responder a esta palabra de Dios.  Esto se debe a varias razones; una de las principales es el consumismo de diversión fomentado por los «medios masivos de comunicación», una fuerza cada vez más dominante en el mundo contemporáneo.  Sólo una decidida resolución puede hacer capaces a los católicos en muchas partes del mundo para salir victoriosos de frente a un adversario tan poderoso que nos tienta constantemente con nada más que diversión.  La vida no es solamente una ocasión para divertirse.  Es la ocasión de escuchar a Dios y de hacer su voluntad.  Todo católico tiene la responsabilidad de hacer accesible a los hermanos católicos y a los otros hermanos, cristianos o no, el testimonio de una búsqueda de Dios.  Dios ha hablado.  Ahora nos toca escucharlo.  Ningún católico puede hacer accesible la palabra de Dios si su vida no es una búsqueda continua de la forma de responder personalmente a esta palabra.

 

La Lectio Divina es un modo de leer la Escritura que implica varios aspectos, que no se pueden considerar como fases netamente separables, sino como puntos de vista de un único acto que es al mismo tiempo simple y complejo: simple, porque fundamentalmente es un intento de responder a la Palabra de Dios con todo nuestro corazón; complejo, porque fundamentalmente es un intento de responder a la Palabra de Dios con todo nuestro corazón.  En el acto concreto de la Lectio Divina estos aspectos pueden distinguirse entre sí, pero no separarse.  En cuanto distintos, pueden constituir el punto focal hacia el cual se vuelve nuestra atención.  En este sentido, por ejemplo, el aspecto número uno es el momento en el que la atención se concentra en el estudio cuidadoso de la Biblia, para descubrir el significado del texto en su situación originaria.  En la práctica de los estudios bíblicos tal estudio a menudo parece ser una cosa separada de la Lectio Divina.  Sin embargo, si alguno está verdaderamente buscando escuchar la Palabra de Dios leyendo la Escritura, todos los aspectos siguientes deben estar presentes, al menos implícitamente y potencialmente.

 

La Lectio Divina se entiende siempre como ordenada, implícita o explícitamente, a la Sagrada Liturgia.

 

  1. Lectio.  Este aspecto consiste en una repetida lectura de un pasaje de la Escritura a fin de comprender el significado que el autor original pretendía comunicar a sus lectores o auditorio.  Muchas veces Leyes.  En la Lectio queremos comprender el pasaje en su contexto original histórico, geográfico, cultural.  ¿Cuál era el objetivo religioso que su autor tenía en mente?  ¿Cuándo escribió?  ¿Dónde?  ¿En qué circunstancias?  ¿Cómo fue recibido este mensaje por los destinatarios originales?  Para este aspecto de la Lectio los comentarios pueden ser de gran ayuda, aún cuando no son siempre suficientemente atentos al elemento religioso de un texto.  Este elemento religioso es crucial para la Lectio.  En efecto, trasciende las condiciones circunscritas originales en las que un texto ha visto la luz y por ello tiene una validez universal y duradera.  La relectura continua puede ayudarnos a colocar este elemento en el contexto de toda la Biblia.  ¿En qué modo el Espíritu, que es el autor último de este pasaje, quiere que este pasaje se relacione con el resto de la Escritura inspirada por El?
  2. Meditatio.  Este aspecto consiste en una reflexión sobre el objetivo último del texto – el elemento religioso originario del autor humano y divino – que trasciende las limitaciones temporales y espaciales de la situación original del texto.  La Meditatio busca conocer lo que el texto me dice hoy.  Para estar seguro que lo que yo pienso que el texto me está diciendo hoy sea verdaderamente lo que el texto dice y no lo que yo digo, debo asegurarme que lo que es relevante para el hoy esté conectado con el significado originario (que se deduce del aspecto número uno, la Lectio).  Primero: el significado original; segundo: la relevancia de ese significado para el hoy.  ¿Cuál es la relevancia para el hoy del elemento religioso que el autor, humano y divino, expresa en el texto?  ¿En qué modo me provoca este elemento religioso que es comunicado a través del texto?  Los destinatarios se sienten provocados por el texto; la provocación que recibo yo debería ser como la que recibieron ellos, aún cuando las circunstancias de la provocación que yo experimento son notablemente diferentes de las de ellos.
  3. Oratio.  Este aspecto consiste en la plegaria que brota de la Meditatio.  Es una reacción espontánea del corazón en respuesta al texto.  Es una petición de ayuda divina para reconocer y para responder a las provocaciones que veo en el elemento originario comunicado a través de las palabras del texto.  En este modo, la Oratio puede incluir las peticiones de una grande variedad de virtudes.  El Espíritu inspiró el texto precisamente teniendo en mente estas peticiones.  Por esto el Espíritu está también dispuesto a responder a tales peticiones.
  4. Contemplatio.  Este aspecto consiste en la adoración, la alabanza y el silencio delante de Dios que establece comunicación conmigo.  Es un intento de estar delante de Dios omnipotente con nuestro corazón abierto.  «Corazón» se entiende aquí en el sentido semítico, es decir, el centro de nuestro ser, ese punto en el cual nuestra memoria, intelecto, voluntad y afectos se encuentran y donde «yo» soy verdaderamente «yo».  La verdadera contemplación revelará siempre más mi ser a mí mismo en cuanto me revela a Dios siempre más ante mí mismo.  La verdadera contemplación me ayudará a ver quién soy realmente, lo que estoy destinado a ser según el punto de vista de Dios.  El centro privilegiado de la contemplación cristiana es Cristo, por el hecho de que es a través de él que vamos hacia Dios: conociendo a Cristo conozco a Dios y me conozco a mí mismo.  La Contemplatio confiere a todo el proceso de lectura de un texto el aspecto del gozarse en la comprensión.  En la medida en que funciona, libera a todo el proceso del peligro de imponer a un texto una interpretación restringida, egoísta, una interpretación que está lejos de los objetivos de Dios que quiere revelarse en su Palabra para los hombres siempre y en todas partes.
  5. Consolatio.  Este aspecto consiste en la alegría de orar que viene de un gusto por «Dios» y por las «cosas» de Dios.  Es un producto del Espíritu Santo, aunque naturalmente el Espíritu Santo no está encerrado en la Lectio Divina en la que con frecuencia se encuentra está consolación.  De la consolación brotan las opciones valerosas como la de la pobreza, castidad, obediencia, fe, perdón.  La Consolatio crea la «atmósfera» justa para estas opciones.  Si esta «atmósfera» termina, termina también la posibilidad de opciones cristianas radicales y el corazón se dirigirá a buscar su alegría en otra parte.
  6. Discretio.  Este aspecto consiste en la habilidad de discernir el pensamiento de Dios como se expresa en su palabra, especialmente como se expresa en su Verbo, es decir, en Cristo.  Poniéndose en contacto con la palabra de Dios y con el Verbo de Dios recibimos un instinto para las opciones que son propias del cristiano, que son propias de mí mismo como Dios quiere que yo sea.  Mi corazón debe estar dominado por el corazón de Cristo, por las intenciones de Cristo, por las opciones de Cristo.  Y esto no sólo para mi vida personal, sino también para mi vida como miembro del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.  Fundamentalmente es el discernimiento que distingue entre los varios «espíritus» que solicitan mi atención y mi fidelidad.
  7. Deliberatio.  Este aspecto consiste en la elección concreta de una acción por cumplir.  Es aquí donde se colocan las opciones implicadas en la elección de una vocación particular, o de llevar a delante una vocación particular.  Dios se comunica conmigo en cuanto individuo, y yo le respondo en base a esta comunicación individual.  Si esta comunicación se interrumpe, mi opción vocacional o mi cumplimiento de mi vocación está en peligro de ser destruidos, por el hecho de que prevalecerán otras comunicaciones, en base a las que mi corazón hará otras deliberaciones, otras opciones.  Obviamente, en cuanto individuo yo pertenezco a diversos grupos, ante todo a la Iglesia, y mi vocación individual se comprende en el contexto de tales grupos, ante todo la Iglesia.  Sin embargo, la responsabilidad es siempre mi responsabilidad personal.
  8. Actio.  Este aspecto consiste en el poner en práctica el fruto de todos los otros aspectos descritos arriba.  Como creyente, mi empeño en la Lectio Divina es para recibir la fuerza para poner en práctica lo que yo he decidido, para comprender mejor lo que debo responder a la palabra de Dios a través de la Escritura, y cómo, cooperando con Dios en la obra de dar forma a mi corazón, puedo hacerlo.  El actuar sigue al ser.  La Lectio Divina quiere dar forma a mi actuar dando forma primeramente a mi ser.  La Actio se refiere sobre todo a la opción vocacional y al modo de portarme delante de mi vocación.  Naturalmente debo tener siempre presente que una vocación no es una cosa privada entre Dios y yo.  Es una opción personal que tiene consecuencias sociales en cuanto implica siempre al Cuerpo de Cristo.