28 April 2024
 

 

 

 

ESPIRITUALIDAD

Padre, Héctor Giovanni Sandoval, Delegado Episcopal para la Liturgia, Arquidiocesis de Ibagué (2011)

La ofrenda de los pueblos al Rey, Sacerdote y Profeta: La liturgia interpreta en su oración el sentido de los dones ofrecidos a Cristo por parte de los magos: oro como a Rey, incienso como a Sacerdote, mirra para su sepultura. En el Bautismo, Jesús es revelado plenamente por el Espíritu con la misión profética sacerdotal y real de la que participa también el cristiano ungido con el óleo de la fe (según una antigua temática de la liturgia siro-antioquena) para dar testimonio, consagrado con el crisma del Espíritu como sacerdote y rey para ofrecer a Dios su propia vida y el mundo entero.

Los dones de los fieles reciben en la Eucaristía una auténtica transformación: el don de Cristo mismo. En la celebración eucarística el pan y el vino son transformados en Cristo, don del Padre. En la adoración de los magos encontramos una actitud cultual de profundo respeto, adoración, de entrega, que es preludio y anticipación del culto en espíritu y verdad de los bautizados.

De la fe al testimonio: la Iglesia misionera: El sentido dinámico de la fe se expresa en la llamada a dar testimonio, a anunciar a todos la salvación experimentada, como los Magos en su retorno de Belén. La Iglesia confía a la oración de intercesión el compromiso de irradiar a Cristo, luz del mundo, haciéndose en él, también ella, luz de las gentes para la salvación de todos los pueblos de la tierra, idealmente representados por los magos ante el Niño en Belén en brazos de su Madre. Epifanía es la fiesta de la Iglesia misionera; en ella se renueva la memoria de la universalidad de la salvación destinada a todos los pueblos, representados en los magos de Oriente. En la luz de la estrella se vislumbra la luz de la fe, la que guía en la búsqueda del Dios vivo.

El Bautismo de Cristo ilumina, como inicio de su misión de anuncio del Reino, la vocación del cristiano al apostolado misionero.

La Virgen María en el tiempo de Navidad: El tiempo de Navidad y de Epifanía es tiempo mariano por excelencia de la Iglesia (Marialis cultus n. 5). Lo subraya la unión indisoluble y activa, responsable y atenta de María en la manifestación de su Hijo. Lo presenta a los pastores, lo tiene entre su brazos como reina Madre y trono de la sabiduría cuando van a adorarlo los magos de Oriente. Lo lleva en sus brazos y lo ofrece con sus manos como un holocausto en el templo de Jerusalén. Lo acompaña meditando en su corazón todo lo que ve y escucha, todo lo que acontece a su alrededor. Pero la presencia de María y su función en la progresiva manifestación no termina con la vida oculta. Se extiende hasta Caná de Galilea, preludio de la hora de la cruz y de la plenitud de la fe de los apóstoles  en Pentecostés.

LA CUARESMA: CAMINO DE LA IGLESIA HACIA LA PASCUA

Comenzamos nuestra exposición con el período de preparación a la Pascua, la Cuaresma, surgida como preparación eclesial de toda la comuni­dad, en la que eran y son hoy todavía implicadas algunas categorías parti­culares de fieles, como los catecúmenos que se preparan al bautismo, los iluminandos.

HISTORIA

En la larga y compleja evolución de la Cuaresma queremos señalar solamente aquellos elementos litúrgicos que sirven para aclarar la situación actual con la renovación del Vaticano n.

Los orígenes: Desde finales del siglo II existe en la Iglesia un período de preparación a la Pascua, observado con algunos días de ayuno, según el testimonio de Eusebio de Cesarea a propósito de la controversia sobre la fecha de la Pascua. Ireneo, que en aquella ocasión había hecho valer su mediación, había escrito así al Papa Víctor: «Efectivamente la controversia no es solamente acerca del día, sino también acerca de la forma misma del ayuno, porque unos piensan que deben ayunar durante un día, otros que dos, y otros que más; y otros dan a su día una medida de cuarenta horas del día y de la noche. Y una tal diversidad de observantes no se ha producido ahora, en nuestros tiempos, sino ya mucho antes, bajo nuestros predecesores” Este ayuno inicial presenta una primera estructura de una semana de preparación, especialmente en Roma, convertida después en tres semanas en las cuales se lee el evangelio de Juan y, finalmente, en cuarenta días de ayuno, inspirados en los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto.

Este ayuno de cuarenta días se realizaba desde la sexta semana antes de Pascua. Pero estando de por medio seis días dominicales en los cuales no se ayunaba y queriendo completar el número simbólico de los cuarenta días, se prolongó, anticipando el comienzo al miércoles anterior a la sexta semana antes de Pascua y se computaron los dos días de viernes y sábado antes de Pascua, para completar los cuarenta días. En realidad este último ayuno era del todo particular, casi total, corno parece indicar Hipólito en La Tradición apostólica n.33: "Para cumplir con el ayuno de Pascua, nadie tomará nada antes de que se haga la oblación .. .si alguien se encuentra enfermo y no puede ayunar dos días, ayunará el sábado solamente por necesidad, contentándose con pan y agua»

Actualmente es éste el cómputo matemático que hace de nuestra Cuaresma un período de cuarenta y cuatro días, incluidos el miércoles de Ceniza y el Jueves Santo, de los cuales cuarenta de ayuno, excluyendo precisamente los seis domingos -cinco de Cuaresma y uno en la Pasión del Señor o domingo de Ramos- y añadiendo los ayunos del Viernes y del Sábado Santo que pertenecen ya al Triduo Pascual. Posteriormente se añadieron otros domingos de preparación a la Cuaresma (Quincuagésima, Sexagésima, Septuagésima).

En el siglo IV encontramos suficientes testimonios de una organización del período cuaresmal que compromete a la Iglesia entera y a algunos de sus miembros con gran riqueza de motivaciones y de contenidos. La peregrina Egeria describe minuciosamente los ayunos cuaresmales que se practican en Jerusalén y el itinerario de los catecúmenos con sus celebraciones y sus catequesis, atestiguadas también por Cirilo de Jerusalén. Desde el siglo IV hasta el VII-VIII, tenemos el período áureo de la Cuaresma cristiana, con fuerte carácter bautismal, expresada también con los ritos del catecumenado y las lecturas feriales y dominicales de la liturgia romana. Poco a poco, esta perspectiva disminuye con la decadencia de un verdadero catecumenado en la Iglesia, hasta la recuperación actual, rea­lizada por el Vaticano II.

Motivaciones y contenidos: Para establecer la cronología y el contenido de la Cuaresma, ha tenido una gran importancia el recuerdo de los cuarenta días de ayuno del Señor en el desierto, según el testimonio de los Sinópticos, con su simbolismo; un hecho que todavía hoy ocupa un puesto importante en la proclamación del evangelio del primer domingo de Cuaresma. Este número encuentra un parecido simbólico en otras expresiones de la vida de Israel en el A T: los cuarenta días del diluvio, los cuarenta días y noches de Moisés en el Sinaí, de Elías que camina hacia el Horeb; los cuarenta años del pueblo elegido en el desierto, los cuarenta días en que Jonás predicó la penitencia en Nínive.

Este itinerario cuaresmal se convierte en un signo sagrado, un sacramento del tiempo, el quadragesimale sacramentum, como se expresa todavía hoy en la colecta del primer domingo de Cuaresma. La Iglesia, los que se preparan al bautismo y los penitentes que se han de reconciliar con motivo de la Pascua, tienen en la Cuaresma un tiempo de conversión y de gracia, un camino espiritual que recorren iluminados por el fulgor de la Pascua.

a) La comunidad cristiana, toda la Iglesia, está llamada a este ejercicio de preparación que tiene en primer lugar un carácter de renovación espiritual en el que es necesario insistir especialmente en el clásico trinomio: oración, limosna (caridad), ayuno, como atestiguan los Padres en sus homilías.

b) Los catecúmenos elegidos ya para el Bautismo, llamados iluminandos, (photizomenoi), fijada la norma de bautizar en la vigilia pascual -como ya parece indicar Hipólito en el siglo III- son protagonistas de una preparación intensa para el bautismo. Así lo atestiguan en Jerusalén en el siglo IV las Catequesis de Cirilo, el Itinerario de Egeria y el Leccionario armeno. Lo mismo sucede con la preparación de los iluminandos en Antioquía y Constantinopla, como atestiguan las catequesis bautismales de san Juan Crisóstomo. Así lo confirma la rica estructura bautismal que poco a poco se desarrolla en la Iglesia de Roma, que tiene como testigos la carta del Diácono Juan a Senario, el Sacramentario Gelasiano y el Ordo Romanus XI, que se remonta al siglo VII-VIII.

En este tiempo se celebran distintos ritos importantes de la preparación próxima al Bautismo, en estrecha relación con la liturgia cuaresmal: la elección y la inscripción del nombre; los escrutinios y exorcismos unidos a la lectura de algunos pasajes del evangelio de Juan: la entrega y reentrega del Símbolo de la fe y del Padre nuestro, síntesis de la fe y de la oración respectivamente; se anticipan también algunos ritos de la preparación inmediata al Bautismo: el rito del Effetá.

Todo esto daba a la comunidad cristiana un intenso ritmo de vida, de fe y de responsabilidad espiritual; la comunidad se sentía unida a los futuros neófitos como una madre que acompaña en el dolor y en la espera el nacimiento del hijo.

c) Desde el siglo IV, Pedro de Alejandría en su canon recuerda los cuarenta días de penitencia para aquellos que deben ser reconciliados con la Iglesia, los penitentes: «Sean impuestos a los pecadores públicos cuarenta días de ayuno durante los cuales Cristo ha ayunado, después de ser bautizado y haber sido tentado por el diablo, en los cuales también ellos después de ejercitarse mucho, ayunarán con constancia y vigilarán en la oración».

El inicio de la Cuaresma queda fijado en un principio en el domingo primero, llamado in capite Quadragesimae; después se anticipa al miércoles de ceniza; en este día los pecadores públicos eran alejados de la asamblea y obligados a la penitencia pública. El recuerdo de la ceniza y el cilicio  era especialmente para ellos. Existía también en el Sacramentarío Gelasiano y después en los Ordínes romani y finalmente en los Pontificales el rito de la reconciliación pública de los penitentes, que se celebraba el Jueves Santo, para que todos pudieran compartir con gozo la fiesta de Pascua.

Desaparecida la penitencia pública con su sentido realista, en el año 1001 el Papa Urbano II, en el Sínodo de Benevento, extiende la costumbre de la imposición de la ceniza a todos los fieles de la Iglesia, incluidos los clérigos. La tradición romana se impone con gran fuerza psicológica entre los fíeles, dado el carácter universal del simbolismo de la ceniza, signo de luto y de muerte, en diversas religiones. Desde entonces Cuaresma comienza para todos con este austero gesto que nos invita a la conversión y prevalece la motivación penitencial con el ayuno y la abstinencia, expresiones de la penitencia cuaresmal.

Prácticamente desaparece poco a poco también el sentido bautismal de la Cuaresma al cesar el catecumenado, al manipular los textos de la liturgia bautismal y catecumenal que se habían creado ejemplarmente en Jerusalén, Antioquía y Roma, y al acentuar sentido penitencial. El primitivo sentido bautismal ha sido recuperado ahora con la reforma del Vaticano II

Cuaresma en Roma: El genio pastoral de algunos Pontífices romanos, como Hilario en el siglo V Y Gregorio Magno en el siglo VI -VII, han dado a la Cuaresma romana una importancia extraordinaria. Se celebran las estaciones, un vocablo de la estrategia militar que ya el Pastor de Hermas aplica a la vigilancia cristiana. Son días de ayuno y de celebraciones litúrgicas en las principales iglesias romanas, del Aventino con la primera estación en Santa Sabina hasta el Janículo con la última estación del domingo in Albis. La selección de las lecturas estaba motivada también por acontecimientos relacionados con los templos en los que se celebraba la «statio». Semejantes liturgias estacionales existían también en Antioquía y en las Galias.

La tradición de las estaciones romanas, aún permaneciendo con sus indicaciones precisas en el Misal de san Pío V, se fue perdiendo con el tiempo. Ha habido en este siglo tentativas de recuperación. Fue restaurada en el 1914-1918 la Cuaresma romana en los albores de un renacimiento litúrgico, provocado por los descubrimientos de las catacumbas y el culto a los mártires. Juan XXIII trató de dar un nuevo impulso con sus visitas a las parroquias romanas. Algo queda todavía en la liturgia anual de la diócesis de Roma. Pablo VI y Juan Pablo II han sido fieles al rito de las cenizas con la primera estación cuaresmal en la Basílica de Santa Sabina en el Aventino y las visitas a las parroquias.

Una rúbrica del Misal Romano de Pablo VI al comienzo de la Cuaresma recomienda esta práctica de las «estaciones» en las diócesis, renovadas con sentido pastoral en las iglesias principales o santuarios. El Ceremonial de los Obispos ofrece las líneas de su celebración, especialmente para el primer domingo de Cuaresma.

Cuaresma hoy: El Concilio Vaticano II, bajo el impulso del movimiento litúrgico que había descubierto el sentido antiguo de la Cuaresma cristiana, ha querido volver a dar impulso y vitalidad a este período. En la Constitución litúrgica n. 109 se recuerda el doble carácter bautismal y penitencial de este período, pero se insiste también en una doble línea de la escucha asidua de la palabra y de la dedicación a la oración. Para la primera dimensión se recomienda la recuperación de los elementos bautismales; para la segunda se insiste en el sentido personal y social del pecado. En el n. 110 se habla del ayuno penitencial externo e interno, individual y social. Se recomienda de manera especial el ayuno pascual el viernes y sábado antes de Pascua, «para que de este modo se llegue al gozo del domingo de Resurrección con el ánimo elevado y entusiasta». Es la recuperación del ayuno antiguo en su más genuino sentido de espera del encuentro con el Resucitado.

La reforma litúrgica ha realizado perfectamente estas normas del Concilio. En la celebración de la Eucaristía, con el Leccionario y el Misal, se ha dado una nueva orientación a la Cuaresma, siguiendo las huellas de los grandes temas explicados por los Padres de la Iglesia. Una oración más asidua se encuentra en la Liturgia de las Horas, con riqueza de expresiones en las preces y abundante doctrina apropiada en las lecturas patrísticas. Fundamentalmente en el Rito de la iniciación cristiana de adultos (RICA) y en plena sintonía con el Leccionario y el Misal, al menos en el ciclo A, encontramos recobrada de lleno la antigua disciplina de los iluminandos, con adaptaciones particulares, según las necesidades actuales.  Es una reforma para el futuro, en la medida que los pastores de la Iglesia sepan hacer operante esta riqueza que la sabiduría eclesial nos ofrece.

TEOLOGIA

La teología de la Cuaresma, como la de cualquier tiempo litúrgico, no es abstracta y apriorística; está expresada en los textos escogidos de la palabra de Dios y en las oraciones y otros textos eucológicos; a ellos es preciso recurrir. Teniéndolos presentes, podemos ya anticipar algunas consideraciones fundamentales en torno a esta doble perspectiva: la Cuaresma celebra el misterio de Cristo en la vida de la Iglesia.

El misterio de Cristo en Cuaresma: En todo tiempo se celebra el misterio de Cristo, con una referencia al misterio pascual de pasión y de gloria. ¿Cuál es entonces la específica celebración de Cristo en la Cuaresma? Podemos decir que la Cuaresma, a través de la pedagogía de la Iglesia, hace una primera referencia a Cristo que se encamina hacia Jerusalén, hacia el cumplimiento de su misterio pascua!. Es, por lo tanto, la celebración de este doloroso y luminoso itinerario hacia la Pascua en el que se anticipa la vivencia concreta del misterio de dolor y de gloria, de muerte y de vida. Cristo, sin embargo, caminando hacia Jerusalén, arrastra consigo toda la Iglesia hacia el momento decisivo en la historia de la salvación. Se puede ver 1: Cuaresma en una perspectiva cristológica con tres palabras claves: Cristo protagonista, modelo, maestro de la Cuaresma.

El protagonista: Los evangelios de los domingos de Cuaresma, en los tres ciclos, pero sobre todo en el primero (A), que es el modelo para la Iglesia, nos presenta a Cristo como protagonista. El se retira al desierto para orar, se transfigura en la montaña, encuentra a la Samaritana y la salva, le presentan al ciego de nacimiento y lo cura, llora la muerte del amigo Lázaro y lo resucita.  El es dueño de la historia y avanza hacia el misterio pascual sembrando la salvación. La lectura del evangelio de Juan, a partir de la IV semana de Cuaresma, pone de relieve este camino que Jesús cumple conscientemente hacia la Pascua, en contraste con sus adversarios, plenamente consciente de su sacrificio «para reunir a los hijos de Dios dispersos por el mundo» ( d. Jn 11,52).

El modelo: El tiempo de Cuaresma y su duración simbólica de cuarenta días tienen su modelo en Cristo que se retira al desierto para orar y ayunar, que combate y vence al diablo con la palabra de Dios. Es emblemático que el evangelio del primer domingo de Cuaresma en los tres ciclos ponga de relieve esta ejemplaridad. Una idéntica y complementaria dimensión del misterio pascual nos la proponen en los tres ciclos los evangelios del segundo domingo con el relato de la Transfiguración. Aquí aparece Jesús en oración, pero en una oración que es gloria y anticipa de alguna manera su glorificación definitiva. Para la Iglesia es tiempo de purificación y de iluminación según la termi­nología del Ritual de la Iniciación de Adultos, especialmente para los iluminandos, pero también para todos los fieles llamados a revivir estas dimensiones del bautismo cristiano. La lucha y la gloria, la tentación y la glorificación, son una anticipación simbólica y real de la cruz y la resurrección, en Cristo y en el cristiano.

El maestro: La distribución de las lecturas evangélicas durante las ferias de Cuaresma refleja el deseo de la Iglesia de orientar a toda la comunidad a la escucha del Cristo maestro en los temas fundamentales de la vida cristiana, especialmente en las exigencias del seguimiento y del discipulado. De este modo Jesús es a la vez maestro, modelo y protagonista. Esta dimensión cristológica es puesta de relieve en la colecta del primer domingo de Cuaresma al proponer como objetivo: «avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivido en su plenitud».

El misterio de la Iglesia en Cuaresma: Para la Iglesia, la Cuaresma es el memorial de Cristo y es también un tiempo propicio para participar en su misterio de camino hacia la Pascua. Toda la Iglesia está comprometida, pero de modo especial los que se preparan al bautismo, a los que la comunidad acompaña participando en las celebraciones particulares hechas para ellos; un camino abierto a la participación incluso de todos aquellos que quieren cumplir un itinerario de reconciliación en la Iglesia y rehacer el camino de la fe bautismal. Es tiempo para vivir la conversión, pero sabiendo que esta metánoia, conversión radical de mentalidad, es siempre un confrontarse con Cristo. En los evangelios de Cuaresma, como en los escrutinios bautismales que acompañan a los evangelios de los domingos III, IV, V, aparece siempre Cristo con su palabra de revelación, con ese Yo soy que es una fórmula de revelación que nos invita a una confrontación personal. Convertirse es dejarse mirar y salvar por Cristo. Para cumplir este camino de conversión, la Iglesia se compromete a vivir tres dimensiones de vida evangélica.

Un camino de fe más consciente: La inspiración bautismal de este tiempo invita a todos los cristianos a revivir con intensidad la dimensión bautismal que nunca debe terminar, es decir, la de ser siempre en realidad un catecumenado, un itinerario de escucha constante de la palabra de Dios, con el cual el cristiano está siempre comprometido en una conversión que jamás se ha realizado del todo, si ésta se mide con la palabra de otro, con la Palabra que es El otro. Cristo es siempre el Revelador en este camino de fe.

La Cuaresma comienza hoy con un acto en el cual la Iglesia repite la palabra evangélica que es también la palabra de los apóstoles al comienzo de su ministerio en Pentecostés: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). Por eso, sin quitar valor a la imposición de las cenizas, que parece más apropiada para la fórmula «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás», se podría añadir el gesto del beso o veneración del santo Evangelio, o la entrega de la Biblia, recordando cuanto la Iglesia realiza también con los catecúmeno s en el momento de la elección o inscripción del nombre en el libro de los que serán bautizados. Convertirse, para la Iglesia, significa medirse con Cristo, la Palabra del Padre.

Una escucha más asidua de la palabra: Un camino de fe no puede ser hecho sin una referencia a la palabra que la Iglesia distribuye con abundancia en este santo tiempo. En el desierto el pueblo de Dios recibe la ley, en el monte de la Cuarentena Jesús vence con la palabra de Dios y demuestra que la palabra que sale de la boca de Dios es el verdadero alimento del creyente;. En la Transfiguración se oye la voz del Padre que revela su Palabra: «!Escuchadlo!». Así como antiguamente los catecúmenos eran instruidos con la explicación de los textos bíblicos, de manera similar, en este tiempo, la Iglesia quiere dar un espacio más amplio a la palabra leída y meditada, con el pan cotidiano de la palabra en la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas y con apropiadas celebraciones de catequesis bíblica.

Una oración más intensa: El Cristo orante que se nos presenta en los dos primeros domingos de la Cuaresma pone a la Iglesia ante una exigencia interior. La oración personalizad a e historizada, por así decir, a partir de la palabra escuchada. Jesús vive así su misterio pascual. Y la Iglesia es llamada a una oración más intensa, en este desierto en el que, como en la experiencia del pueblo de Israel, de los profetas y de Jesús, la oración puede ser lucha (ascesis ­purificación), pero puede ser también experiencia de gloria (mística-­iluminación). Siempre comunión con Dios.

La trilogía cuaresmal: limosna, oración, ayuno: En el evangelio del miércoles de ceniza resuenan las palabras del sermón de la montaña: « Cuando hagáis limosna ... Cuando oréis ... Cuando ayunéis ... » (Mt 6,2.5.16.) Encontramos aquí la trilogía que los Padres de la Iglesia han ensalzado como expresión característica de la conversión cristiana. Tres realidades conjuntas, como lo expresa san Pedro Crisólogo en uno de sus sermones de Cuaresma: «Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante y la virtud permanente.

Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, miseri­cordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recípro­camente. El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos pues no pueden separarse...». Las tres dimensiones constituyen, por decirlo así, la vuelta a la completa reconciliación, la restauración de la comunión que el pecado ha roto. La oración nos devuelve la comunión con Dios; la limosna y la caridad nos reconcilian con los hermanos; el ayuno, en cuanto dominio de sí, lucha contra las pasiones y, por la adquisición de una libertad espiritual, nos reconcilia con nosotros mismos. El ayuno tiene una dimensión interna y externa, individual y social. Por eso favorece la fraternidad y se convierte en ayuno que abre el corazón a la comunicación de los bienes.

LITURGIA

La mistagogía de la Iglesia se expresa a través de las celebraciones con toda la riqueza de sus elementos. Veamos esquemáticamente las líneas esenciales de la liturgia dé la Iglesia con sus contenidos eucológicos y rituales.

La palabra de Dios en Cuaresma

La cuidadosa selección de la palabra de Dios en Cuaresma ofrece con claridad la pedagogía de la Iglesia en este tiempo. Podemos distinguir la doble línea de la palabra de Dios en el leccionario ferial y en el dominical.

a) El leccionario ferial: En la Introducción al Ordo Lectionum Missae (ed. 1981), se expresa el criterio de selección de las lecturas del único ciclo cuaresmal ferial: «Las lecturas del evangelio y del A T se han escogido de manera que tengan una mutua relación, y tratan diversos temas propios de la catequesis cuaresmal, acomodados al significado espiritual de este tiempo. Desde el lunes de la cuarta semana se ofrece una lectura semicontinua del evangelio de san Juan, en la cual tienen cabida aquellos textos de este evangelio que mejor responden a las características de la Cuaresma» (n. 98).

Podemos resumir así esta temática que después otros autores tratan de especificar día tras día:

- Desde el miércoles de ceniza hasta el sábado del tercer domingo de Cuaresma las perícopas evangélicas, en conexión con los textos del AT, proponen el camino del cristiano, discípulo y seguidor de Cristo. Prevalecen los temas de la oración, del combate espiritual, de la caridad fraterna, del itinerario del seguimiento, del anuncio de la pasión.

- Desde lunes de la cuarta semana hasta el sábado de la quinta se propone el camino de Cristo hacia la Pascua a través del evangelio de Juan, con los momentos más trágicos de contraste entre Jesús y los fariseos. Así la Iglesia introduce al cristiano en los sentimientos de Cristo hasta el umbral mismo de la traición de Judas y de la pasión. Téngase en cuenta que la Iglesia ha mantenido el uso de esta lectura de Juan, que en Roma se hacía en las tres semanas que precedían a la Pascua.

b) El leccionario dominical: Más amplio en sus perspectivas y más articulado en su catequesis es el leccionario dominical en los tres ciclos A, B, C.

Son interesantes estas anotaciones del citado Ordo lectionum Missae en cuanto se refiere a los criterios de elección de las lecturas del A T, del Apóstol y de los evangelios.

«Las lecturas del A T se refieren a la historia de la salvación, que es uno de los temas propios de la catequesis cuaresma!. Cada año hay una serie de textos que presentan los principales momentos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la nueva alianza». «Las lecturas del Apóstol se han escogido de manera que tengan relación con las lecturas del evangelio y del A T Y haya, en lo posible, una adecuada conexión entre las mismas». «La lecturas del evangelio están distribuidas de la siguiente manera: en los domingos primero y segundo, se conservan las narraciones de las tentaciones y de la transfiguración del Señor, aunque leídas según los tres sinópticos. En los tres domingos siguientes, se han recuperado, para el año A, los evangelios de la samaritana, del ciego de nacimiento y de la resurrec­ción de Lázaro; es tos evangelios, por ser de gran importancia en relación con la iniciación cristiana, pueden leerse también en los años B y C, sobre todo cuando hay catecúmenos. Sin embargo, en los años B y C hay también otros textos, a saber: en el año B, unos de san Juan sobre la futura glorificación de Cristo por su cruz y resurrección; en el año C. unos de san Lucas sobre la conversión» (n. 97).

Resulta así un panorama amplio pero complejo que merece ser conside­rado en su conjunto teniendo delante un cuadro sinóptico de las lecturas.

El ciclo dominical A: el camino bautismal de la Iglesia

 

AT

Apóstol

Evangelio

Domingo 1

Gn 2,7-9; 3,1-7

Rm 5,12-19

Mt 4,1-11

 

Creación y pecado

Donde abundó el pecado

Ayuno y tentación

 

 

sobreabundó la gracia

 

Domingo 2

Gn 12,1-4

2 Tm 1,8-190

Mt 17,1-9

 

Vocación de Abraham

Vocación e iluminación

La transfiguración

Domingo 3

Ex 17,3-7

Rm 5,1-2.5-8

Jn 4,5-42

 

El agua de la roca

El Espíritu derramado

La samaritana

 

 

en los  corazones

 

Domingo 4

1 Sam 16,lb.6-7.10.13

Ef 5,8-14

Jn 9,1-41

 

La unción de David

Cristo te iluminará

Ciego de nacimiento

Domingo 5

Ez 37,12-14

Rom 8,8-11

Jn 11,1-45

 

Promesa de vida

El Espíritu que habita en

Lázaro resucitado

 

 

 vosotros

 

Una atenta lectura del cuadro de las lecturas nos ofrece este balance:

Lectura vertical:

AT: momentos progresivos de la historia de la salvación. Ap: catequesis progresiva en relación con el evangelio. Ev: misterio de Cristo; el hombre confrontado con Cristo.

Lectura horizontal o concordada:

Domingo 1°: creación y caída (AT); misterio del pecado y de la Redención (Ap); Cristo nuevo Adán es tentado y vence (Ev).

Domingo 2°: la vocación de Abrahán (AT);nuestra vocación cristiana (Ap); Cristo transfigurado es palabra que hay que escuchar (Ev).

Domingo 3°: el desierto y la sed (A T); el Espíritu en nuestros corazones es el agua viva (Ap); la Samaritana sedienta y saciada por Cristo (Ev).

Domingo 4º: la unción de David (A T); el cristiano despertado e iluminado (Ap); el ciego iluminado y curado por Jesús luz del mundo (Ev).

Domingo 5º: promesa de resurrección (AT); el Espíritu del Resucitado habita ya en el cristiano (Ap); Lázaro resucitado por Jesús que es la Resurrección y la Vida (Ev).

Síntesis litúrgica y catequética: El ciclo dominical A constituye una síntesis del camino bautismal del cristiano en la Iglesia. Ante todo para los que viven el proceso catecumenal en este período de la purificación y de la iluminación que precede al bautismo, en cuanto las lecturas sintonizan con los momentos de los escrutinios y exorcismos prebautismales. Pero también para todos los cristianos, en cuanto en ellos se despierta cada año su condición de catecúmenos-bautizados que se preparan a revivir el don del bautismo en la vigilia pascual con la renovación de las promesas bautismales.

El evangelio nos presenta progresivamente los episodios de la tentación en el desierto y de la transfiguración en la montaña, según Mateo. En este doble episodio tenemos una anticipación de la tentación y de la glorificación de Cristo, celebradas ahora por la Iglesia a la luz de la victoria de la cruz y de la resurrección.

En los tres domingos siguientes se han escogido tres perícopas del evangelio de Juan que narran tres encuentros y ofrecen tres catequesis progresivas para los catecúmenos, unidos en el Ritual de Adultos con los escrutinios bautismales. Tres encuentros de hondo sabor cristológico en los que se desarrolla toda la fuerza de la revelación y de la salvación que emana del misterio de Cristo, la situación del hombre y la dimensión del bautismo, como se verá más adelante al hablar de la espiritualidad de Cuaresma.

Las lecturas del NT son catequesis apostólicas paulinas acerca de algunos aspectos de la vida cristiana con una referencia que concuerda con el Evangelio o con los textos del A T. En el primer domingo Pablo recuerda el misterio del pecado y la realidad de la redención en una economía en la que abunda la gracia sobre el pecado. En el segundo, nos instruye acerca de nuestra vocación en Cristo que ha vencido a la muerte y ha hecho resplandecer la inmortalidad. En el tercero la lectura horizontal une idealmente el tema del agua viva que después Jesús promete a la samaritana con la murmuración de Israel y el prodigio del agua de la roca, y con el don del Espíritu derramado en nuestros corazones como agua viva. En el cuarto el tema de la luz para el ciego de nacimiento centra la atención con una referencia sacramental a la unción real de David, imagen de la unción del bautizado y la iluminación del cristiano que Pablo recuerda con el principio de un himno bautismal antiguo. Finalmente, en el quinto domingo, el tema de la vida y de la resurrección, que resplandece en el milagro de la resurrección de Lázaro, tiene su proclamación profética en el texto de Ezequiel y en la catequesis de Pablo que asegura nuestra resurrección por el don del Espíritu Santo.

El ciclo dominical B: la glorificación de Cristo

 

AT

Apóstol

Evangelio

Domingo 1

Gn 9,8-15

1 P 3,18-22

Mc 1,12-15

 

Diluvio y alianza

Diluvio y bautismo

Jesús tentado

Domingo 2

Gn 22,1-2.9a.15-18

Rm 8, 31b-34

Mc 9,1-9

 

Sacrificio de Isaac

Dios no perdonó

Este es mi hijo: escuchadle

 

 

a su propio Hijo

 

Domingo 3

Ex 20,1-17

1 Cor 1,22-25

Jn 2,13-25

 

Ley mosaica

Cristo Crucificado

Destruid este templo y

 

y alianza

fuerza y sabiduría

en tres días lo reedificaré

Domingo 4

2 Cr 36,14-23

Ef 2,4-11

Jn 3,14-21

 

Destierro y libe-

Muertos por el pecado, resuci-

Dios mandó a su Hijo

 

ración de Israel

  tados por la gracia.

para salvar el mundo

Domingo 5

Jr 31,31-34

Hb 5,7-9

Jn 12,20-33

 

Promesa de una

La obediencia de Cristo, causa

El grano de trigo que muere

 

alianza nueva

de salvación

produce mucho fruto

Lectura vertical:

A T: progresivas alianzas de Dios con su pueblo. Ap: progresiva catequesis en relación con el AT y el Evangelio. Ev: misterio de muerte y de glorificación del Hijo.

Lectura horizontal:

Domingo 1°: el diluvio y la alianza con Noé (AT) - el diluvio figura del bautismo (Ap) - Jesús tentado y vencedor (Ev).

Domingo 2°: sacrificio de Isaac y alianza con Abrahán (A T) - Dios ha sacrificado al Hijo (Ap) - Jesús transfigurado: el Hijo amado sobre el cual vela el Padre (Ev).

Domingo 3°: ley y alianza con Moisés (A T) - Jesús crucificado revelación de la sabiduría de Dios para todos (Ap) - Jesús templo de Dios que anuncia su misterio de pasión y de resurrección (Ev).

Domingo 4°: Dios no traiciona la alianza y libera a los prisioneros (A T) ­muertos por los pecados pero resucitado s por la gracia (Ap) - El amor de Dios manifestado en Cristo que no juzga, sino que salva (Ev).

Domingo 5°: promesa de la nueva Alianza (A T) -la oración y la obediencia del Hijo (Ap) -la oración de Jesús (Getsemaní de Juan) y el valor de su sacrificio que atrae a todos hacia él (Ev).

Síntesis litúrgica y catequética: El contenido de las lecturas dominicales del año B es esencialmente cristológico y pascua!, centrado en la glorificación de Cristo, como el ciclo A es cristológico en su perspectiva bautismal y el C también cristológico aunque con una mayor acentuación de la llamada a la conversión.

En las lecturas progresivas del AT se va realizando el designio de la historia de la salvación como una historia de progresivas alianzas que culminan con la promesa de la nueva alianza que se realiza en Cristo y en el don inefable de su Espíritu. Tras la alianza de la creación, se presentan las progresivas alianzas históricas con Noé después del diluvio, con Abrahán en la perspectiva de su obediencia en el sacrificio de su hijo, con Moisés en el don de la ley. La trasgresión de la alianza por parte del pueblo merece el exilio, pero Dios permanece fiel y lo libera, haciéndolo retornar a Jerusalén. Finalmente se anuncia en el profeta Jeremías la nueva alianza como perdón de los pecados y don del Espíritu.

Los textos del Apóstol hacen referencia a estos temas en su continuidad o en su contraste. Así, en el domingo primero se acentúa la tipología bautismal del diluvio, mientras en el segundo se hace presente el contraste entre Isaac que no es sacrificado y el Hijo que el Padre nos ofrece en sacrificio. En el tercero, Pablo propone la imagen de Cristo Crucificado, fuerza y sabiduría de los creyentes frente a los judíos que piden milagros y a los griegos que reclaman sabiduría. En el cuarto se anuncia el misterio de la cruz que salva del pecado y nos da la gracia. En el quinto, en conexión con el tema de la oración de Cristo en el evangelio de Juan, el autor de la Carta a los Hebreos nos recuerda la oración y la obediencia del Hijo.

Como en los otros ciclos, el tema de las tentaciones en el desierto y la transfiguración en la montaña, marca la catequesis de los dos primeros domingos, con las características narrativas del evangelista Marcos. Jesús en el desierto, empujado por el Espíritu, tentado por Satanás, vence y proclama la conversión y la acogida del evangelio al principio de su predicación. Jesús transfigurado, resplandeciente de luz, promete la resurrección futura. En los otros tres domingos podemos descubrir con el evangelista Juan una progresiva proclamación litúrgica de la glorificación de Cristo, el Hijo amado del Padre. Jesús camina conscientemente hacia el desenlace final de su hora. En cada uno de estos textos podemos encontrar un aspecto del misterio de Cristo iluminado por un simbolismo especial.

El domingo tercero presenta el episodio de Jesús en Jerusalén, en los días de Pascua. Promete una señal que se refiere a sí mismo como templo verdadero y definitivo que tiene que ser destruido en la pasión y que será reedificado por el Padre y el Espíritu en la gloria de su resurrección. Juan, en efecto, presentará en la pasión a Cristo como el templo verdadero del que brotan las aguas vivas (Jn 19,34) según la profecía de Ez 47,1 y ss. y la visión de Ap 22,1-2.

El cuarto domingo presenta el anuncio del Hijo que desciende del seno del Padre y de la exaltación gloriosa de Jesús, con un simbolismo del A T, el de la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto como signo y causa de salvación (Nm 21,4-9). El Crucificado exaltado será fuente de vida para quien cree en él, juicio de salvación o de condena según la actitud que se tenga hacia su persona. Es luz para los que quieren ver.

El quinto domingo propone un texto de Juan que tiene múltiples referencias a la exaltación de la pasión y de la gloria. Estamos de nuevo ante la proximidad de la Pascua y los griegos quieren ver a Jesús. El habla de la hora de la glorificación que ilustra a partir del símbolo de grano de trigo que se rompe en la tierra para dar la vida a la espiga nueva. Es la lógica pascual de la muerte para la resurrección. Cristo es el grano de trigo que muere, la Iglesia la espiga repleta de fruto. El misterio del grano de trigo es la ley misma del seguimiento. Pero el texto se enriquece con la oración de Jesús que Juan anticipa antes de la pasión, aunque con idénticos acentos: la turbación de Jesús y su angustia, la petición al Padre para que lo libre de esta hora, la respuesta que habla de glorificación, la humilde actitud de obediencia de Cristo. Todo esto hace que se hable de este episodio, que acaece cerca del templo, como del «Getsemaní de Juan», por el parecido con la oración del huerto de los olivos. El Padre anticipa en su respuesta el misterio de la glorificación futura: lo he glorificado y todavía lo glorificaré. La cruz es la glorificación del Padre de parte del Hijo amado y obediente. La resurrección es la glorificación del Hijo por parte del Padre que acepta su oblación y lo ama. Es la hora de la glorificación la que se acerca. En este contexto Jesús proclama el sentido salvador de su futura pasión: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí» (In 12,32).

El ciclo dominical C: la llamada a la conversión y al perdón

 

AT

Apóstol

Evangelio

Domingo 1

Dt 26,4-10

Rm 10,S-13

Lc 4,1-13

 

Confesión de fe

Confesión de fe

Tentación en el

 

de Israel

del cristiano

desierto

Domingo 2

Gn 15,5-12.17-1 S

Fl 3,17-4,1

Lc 9,28b-36

 

Alianza con

Transformará

Transfiguración de Jesús

 

Abrahán

nuestro cuerpo

mientras oraba

Domingo 3

Ex 3,1-8a.13-15

1 Co 10,1-6.10-12

Lc 13,1-9

 

«Yo soy».  Presencia y

El camino

Llamada a

 

liberación.

de Israel

la conversión

Domingo 4

Jos 5,9a.10-12

2 Co 5,17-21

Lc 15,1-3.11-32

 

La pascua en la tierra

Reconciliados con Dios

El hijo pródigo

 

prometida

en Cristo

 

Domingo 5

Is 43,16-21

Fl 3,S-14

Jn 8,l-11

 

Mirad que realizo algo

Corro hacia la meta que

La adúltera

 

Nuevo

es Cristo

perdonada

Lectura vertical:

AT: episodios progresivos de la historia de la salvación vividos en la fe. Ap: catequesis progresiva en relación con el evangelio y el A T. Ev: Cristo llama a la conversión y perdona.

Lectura horizontal:

Domingo 1: la fe inicial de Israel (A T) -la fe en Cristo (Ap) - Jesús tentado y vencedor (Ev).

Domingo 2: la fe de Abraham y la Alianza (A T) - llamados a la transfiguración de nuestros cuerpos (Ap) - Cristo transfigurado revelador del Padre, fundamento de nuestra fe (Ev).

Domingo 3: un Dios que se revela como liberador (AT) - también los cristianos aprenden del camino de los Padres del desierto (Ap) - llamados a la conversión (Ev).

Domingo 4: la Pascua en la tierra prometida, se renueva la Alianza (A T) ­llamados en Cristo a ser reconciliados (Ap) - Dios Padre espera la conversión del hijo pródigo (Ev).

Domingo 5: Dios hace nuevas las cosas, en el futuro del hombre (A T) ­llamados a la resurrección (Ap) - el perdón de la adúltera (Ev).

c. El leccionario del oficio de lecturas: En la Liturgia de las Horas, la Iglesia propone una lectura semicontinua del Exodo, Levítico y Números para entrar en el camino del desierto como el pueblo de Israel. Después se lee la carta a los Hebreos. Las lecturas patrísticas son catequesis sobre temas importantes de la vida cristiana. La Cuaresma es un éxodo espiritual hacia Dios; es una recuperación del desierto donde se escucha la palabra, imitando a Cristo que va también hacia el desierto. El desierto, pues, es el lugar de la convocación para la escucha y para la Alianza.

La oración de la Iglesia en Cuaresma: La oración de la Iglesia en la Cuaresma es rica. En las oraciones de la eucología menor de la celebración eucarística se insiste menos ahora en la temática del ayuno y de la abstinencia y se insertan otras temáticas teológicas. Son importantes para la riqueza de aspectos y por los sentimientos característicos de arrepentimiento las preces de Laudes y de Vísperas de los días feriales y de los domingos.

Subrayamos, por su importancia particular, los cinco prefacios propios de los domingos de Cuaresma que responden a los temas del evangelio del ciclo A. Existen también otros prefacios propios de la Cuaresma que se pueden usar libremente.

Es necesario dejarse plasmar por esta oración eclesial para entrar ple­namente, en la teología y en la espiritualidad de la Iglesia en este tiempo de gracia.

La celebración de los sacramentos en Cuaresma: La Iglesia celebra siempre la Cuaresma, cada día, con la Eucaristía. Pero no hay que olvidar una costumbre antigua que en parte se conserva en la Iglesia de Oriente. Algunos días de la semana de Cuaresma eran alitúrgicos, en cuanto no se celebraba la Eucaristía (miércoles y viernes). Todavía hoy en la Iglesia bizantina en el oficio de Vísperas de estos días se celebra la misa llamada de los pre-santificados y se comulga con la Eucaristía conservada de la celebración precedente. La Cuaresma es también tiempo propicio para un itinerario penitencial llevada a cabo con adecuadas celebraciones del Sacramento de la penitencia o reconciliación, en forma comunitaria, con confesión y absolución individual, que es la forma más característica actualmente en la Iglesia. De esta forma se ponen de relieve tres valores esenciales:

- el aspecto comunitario y personal del pecado y de la penitencia;

- la llamada a la conversión a partir de la proclamación y celebración de la palabra;

- la expresión comunitaria del arrepentimiento y de la acción de gracias a través de las oraciones comunitarias de la Iglesia.

Una adecuada praxis pastoral no puede olvidar esta práctica, favoreciendo celebraciones comunitarias para diferentes categorías, sin acumular las confesiones en Semana Santa o en el período pascual. Sin duda, el aspecto más rico y característico de la Cuaresma es su unión orgánica con la preparación al Bautismo y con la celebración de algunos ritos de iniciación cristiana de los adultos que aquí se deben recordar al menos sumariamente.

Tiempo de purificación y de iluminación: En la propuesta orgánica de la iniciación cristiana de los adultos, la Cuaresma constituye la tercera etapa (después del precatecumenado y catecumenado) y antes de la celebración de los sacramentos pascua les y del tiempo de la mistagogía. Este tiempo es llamado, con una terminología sacramental y espiritual juntamente, tiempo de purificación e iluminación. La palabra y la oración, el conocimiento de Cristo y la penitencia son de hecho capaces de purificar e iluminar al mismo tiempo.

Así presenta la Iglesia este tiempo litúrgico: "El tiempo de la purificación e iluminación de los catecúmenos coincide normalmente con la Cuaresma, porque la Cuaresma, tanto en la liturgia como en la catequesis litúrgica, mediante el recuerdo y la preparación del bautismo y mediante la penitencia, renueva juntamente con los catecúmenos a la entera comunidad de fieles y los dispone a la celebración del misterio pascua!, en cuya realidad los su­merge la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana" (RICA 21).

Los ritos característicos: Son ritos característicos de este período: la elección de los catecúmenos para el Bautismo; los escrutinios, acompañados de lecturas, celebraciones, oraciones; la entrega y devolución del Símbolo (síntesis de la fe) y del Padre nuestro (síntesis de la oración).

Son en especial interesantes para nosotros los escrutinios, unidos a la liturgia de la palabra del leccionario dominical A: "Para suscitar el deseo de purificación y de redención de Cristo, se tienen tres escrutinios; su objeto es iluminar poco a poco a los catecúmenos sobre el misterio del pecado del cual el universo entero y cada hombre desean ser redimidos para librarse de sus consecuencias en el presente y en el futuro, y es también el de hacer familiar a los ánimos el sentido de Cristo redentor, que es agua viva (la Samaritana), luz (el ciego de nacimiento), resurrección y vida (resurrección de Lázaro). Del primero al último escrutinio debe haber un progreso en el conocimiento del pecado y en el deseo de salvación" (RICA 157).

El escrutinio pone al hombre delante de Cristo, mediante la luz de la palabra y de la oración de la Iglesia, como ejemplo de estos tres personajes que se han encontrado con él en una progresiva experiencia de salvación. Es una especie de «psicoanálisis espiritual». Las oraciones que la Iglesia propone en RICA nn. 160-180 podrían ser usadas en celebraciones penitenciales o de la palabra, para profundizar el sentido de los tres evangelios proclamados.

Recordemos finalmente el rito del Effetá, con su significado simbólico para el cristiano, al cual se le abren los oídos para escuchar la palabra de Dios, y los labios para la oración, de alabanza al Señor. Es la capacitación para el pleno dialogo de la salvación (d. DV 2).

El rito inicial de la Cuaresma: Desde la antigüedad, como ya hemos señalado, los pecadores eran invitados al comienzo de la Cuaresma (primero el lunes después del primer domingo, y más tarde el miércoles del inicio del ayuno) a recibir el gesto de la imposición de la ceniza. Esto fue después extendido a todos los fieles cuando cayó en desuso la penitencia pública. Se podría preguntar -ya lo hemos indicado- si el gesto de las cenizas corresponde a las palabras introducidas en el Misal Romano del Vaticano II. Quizás sería mejor ofrecer a besar o venerar el libro de los evangelios o la Biblia para recordar el compromiso de la conversión a partir de la palabra de Dios escuchada y orada.

PASTORAL

La teología de la Cuaresma y su liturgia deben plantear una pastoral litúrgica para hacer profundizar en cada comunidad la densa y comprometida espiritualidad de este tiempo. Es sin duda un momento propicio para llevar a cabo una catequesis sobre los misterios que se celebraban en este tiempo y que han dejado gran cantidad de textos patrísticos de Cirilo, Agustín, Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia, Ambrosio...

Es también tiempo para organizar apropiadas celebraciones de la palabra y de la oración, de manera que la catequesis se interiorice, según la mejor tradición de la Iglesia antigua. Se deberían instituir espacios para la celebración del sacramento de la penitencia, reservando por ejemplo algunas tardes semanales -miércoles y viernes- a estas celebraciones progresivas y programadas. Muchos de los textos que la Iglesia propone en el Ritual de Adultos pueden ser usados para revivir la experiencia catecumenal en unión con la lectura de los evangelios de los domingos III, IV Y V de la Cuaresma.

No se debe olvidar el compromiso penitencial interno y externo que tiene que abarcar una praxis de justicia y caridad, según la mejor tradición de la "communio bonorum" de la Iglesia primitiva, como subraya SC 109­-110, Y que también está en uso en las Iglesias locales con iniciativas como la Cuaresma de fraternidad, etc.

ESPIRITUALIDAD

Todo lo expuesto hasta aquí se convierte para nosotros en espiritualidad litúrgica, en la medida en que conocemos para celebrar y celebramos para vivir. En la concreta celebración de la Cuaresma se realiza esta dimensión de espiritualidad.

En dimensión trinitaria: En la perspectiva del evangelio de Juan que se lee en Cuaresma, especialmente a partir de la IV semana, nos encontramos en el camino de Jesús hacia su Pascua que es a su vez la gran vuelta de Jesús al Padre (d. Jn 13,1), en la cual quiere llevar consigo a todos los hombres que son los hijos de Dios dispersos Un 11,52).

En este gran retorno que es como un nuevo éxodo, Jesús aparece como el nuevo Moisés que arrastra tras de sí a toda la Iglesia, toda la humanidad, en una grande conversión hacia el Padre. Es la vuelta del hijo pródigo, en la temática de la conversión, pero en el gozoso descubrimiento de nuestra condición de hijos de Dios hecho a través del camino catecumenal.

El misterio pascual está anticipado en la temática de los cinco evan­gelios del ciclo A: Cristo vence al demonio y es el nuevo Adán; es el hijo predilecto y es transfigurado en una anticipación de la gloriosa resurrección; es fuente de vida para la Samaritana, luz del mundo para el ciego de nacimiento, resurrección para Lázaro. Llevando nuestras consideraciones hasta el límite de la paradoja, podemos vislumbrar en la Cuaresma como una anticipación de la Pasión­-Resurrección que se realiza en Cristo del modo siguiente:

·         el que vence al demonio en el desierto aparece como vencido en la Cruz

·         pero es definitivo vencedor en la Pascua. el transfigurado del Tabor, Hijo Predilecto, aparece desfigurado en la Cruz pero es definitivamente el Resucitado y Transfigurado. el que sacia la sed de la Samaritana

·         aparece como sediento en la Cruz y es fuente de la vida nueva del Espíritu de la Pascua. el que da la luz al ciego de nacimiento

·         se mantiene sobre la Cruz como uno que no ve pero permanece para siempre iluminador, la Luz del mundo.

·         el que resucita a Lázaro acepta sumergirse en la muerte y en el sepulcro pero se convierte en Vida y Resurrección de todos.

En esta serie de paradojas se puede leer la Cuaresma como una anticipación de la Pascua en su doble momento de Cruz y de Gloria.

También el Espíritu Santo es protagonista silencioso del camino de Jesús hacia la Pascua. Es el Espíritu el que lo impulsa al desierto, lo lleva hacia Jerusalén, lo consuela en el huerto de los olivos -según la interpretación patrística- hasta dar la vida en virtud de un Espíritu eterno (Lc 4,1-2; Lc 22,43; Hb 9,14). Es todavía este Espíritu divino quien dirige a la Iglesia hacia la Pascua, la refuerza e impulsa a los catecúmenos hacia el bautismo. Durante el tiempo de la oración y de la escucha de la palabra, la Iglesia está bajo la fuerza del Espíritu.

En perspectiva eclesial: La idea dominante de la conversión cuaresmal debe ser remitida a sus raíces bautismales. La Iglesia vive siempre en una intensa conversión que se convierte en camino de purificación y de iluminación en cada momento. La dinámica de la palabra escuchada, de la oración más intensa, del ayuno material y espiritual y de la caridad social tiene en la perspectiva del bautismo su gran realización. Renovándose espiritualmente y acompañando idealmente a los nuevos bautizados de la familia eclesial, la Cuaresma es el momento en el que despunta la primavera de la Iglesia en su perenne juventud, que viene del Espíritu que "rejuvenece" la Iglesia (LG 4).

En la antropología del hombre nuevo en Cristo: En su dimensión bautismal, la Cuaresma es una realidad y un símbolo. Es realidad en la concretización de una experiencia de vida, vivida cada año. Es símbolo en cuanto el camino cuaresmal es una dimensión para vivirla siempre, hasta que se cumpla en cada uno la Pascua definitiva. Celebrando en un determinado momento la Cuaresma, nos hace recordar que estamos siempre en camino hacia la Pascua y que este camino exige una constante conversión, purificación e iluminación en relación con Cristo, en cada momento y en cada paso de la vida espiritual. Somos hombres nuevos de la Pascua, pero no del todo, hasta que la experiencia espiritual nos haga constatar que ha sucedido a nivel de nuestra vida una novedad total, realizada por el Espíritu. Se requerirán muchos años de Cuaresma antes de poder decir que la Pascua se ha realizado en nuestro corazón, porque el Resucitado ha descendido hasta las profundidades del corazón para abrir el sepulcro y llenarlo de vida y de luz. No hay en realidad un hombre nuevo hasta que no se cumpla en él una mistagogía de la muerte-resurrección. Una ilustración concreta de esta antropología del hombre nuevo en Cristo, después que se ha puesto delante de Cristo, nos es dada por la liturgia de los escrutinios bautismales, ligada como queda dicho a los tres evangelios de los domingos III, IV, V del ciclo A. En los tres personajes que se confrontan con Cristo encontramos una tipología concreta de la situación del hombre.

La Samaritana: Es la tipología del hombre en busca de felicidad, que se encuentra caído en el pecado y convertido en esclavo. Sólo cuando acepta la verdad de su condición es salvado. Cristo va en busca de esta mujer. Se revela a sí mismo y revela a la mujer su condición, pero no se queda en el pecado; va más allá y descubre en ella - además del pecado - la sed de la verdadera felicidad que sólo Dios puede saciar. El se pone delante con aquel "Yo soy" fuente de felicidad. El bautismo es la necesaria metánoia, conversión que conduce al hombre hacia la vida verdadera, que exige un compromiso de cambio y que es posible porque nos sentimos mirados por alguien que es el Salvador del mundo.

El ciego de nacimiento: Es el tipo de hombre sumergido en las tinieblas del pecado; no ve. Es una situación moral que compromete a él y a los suyos. Es la tipología de la ceguera del hombre incapaz de ver la verdad y de actuarla. Cristo se pone ante él para salvarlo y librarlo de esta situación. El es la luz del mundo: "Yo soy" la luz; lo cura de esta enfermedad congénita y abre su corazón a la fe en él. El bautismo es una iluminación; es «photismós»; el hombre es iluminado para conocer la verdad de la historia y de las cosas, pero también para penetrar en la realidad de los misterios divinos que son revelados en Cristo.

Lázaro resucitado: Es la tipología del hombre destinado a la muerte, expresión de la condición del hombre por el pecado; es "un ser para la muerte". La muerte condiciona la vida del hombre que vive sometido a la esclavitud del pecado por miedo a la muerte (Hb 2,15). Tiene el instinto de la muerte que lo lleva a gozar de la vida, porque "comamos y bebamos que mañana moriremos". Cristo está ante él como uno que tiene poder sobre la vida y sobre la muerte: "Yo soy" la resurrección y la vida. En él es derrotada la muerte y todos los condicionamientos que llevan al hombre al pecado. El bautismo es una nueva creación, palingénesis, es un misterio de muerte y resurrección para aquél que acepta a Cristo y en él acepta el morir para vivir, morir a sí mismo y al pecado para no convertirse en esclavo por miedo a la muerte, sino vivir para Cristo en la alegría de una vida nueva. En estas tres tipologías hay una respuesta al problema del hombre. Una respuesta progresiva a la antropología concreta. Cristo revela y salva. Y la vida en Cristo del bautismo pone al hombre en la nueva antropología en la cual se entra a través del arrepentimiento y la conversión. Esta es la lección fundamental de la Cuaresma.

 Ejemplaridad de María en Cuaresma: La liturgia romana ignora prácticamente el misterio de María en sus textos litúrgicos. No así la liturgia oriental que tiene hermosas fórmulas en los troparios llamados théotokion. También cuando María no es recordada explícitamente, permanece siempre modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto divino (Marialis Cultus 16). Tres consideraciones fundamentales sobre este argumento. María ha acompañado escondida y silenciosamente a su Hijo en el camino hacia Jerusalén, hacia la cruz y la Pascua. Allí se encuentra en la hora del Hijo porque ha caminado con él. Es la Virgen en camino que acompaña al Hijo en el éxodo del gran retorno. Aunque no hay en ella una conversión, una purificación, su vida es crecimiento, peregrinación en la fe, en la esperanza y en el amor (d. LG 58). Es modelo de la Iglesia en su divina maternidad y ejemplo de aquel amor generoso que debe guiar la comunidad eclesial en el parto de nuevos hijos (Marialis Cultus 19). En su intercesión como refugio de los pecadores - como es recordada en algunas preces de las vísperas de Cuaresma - María intercede por todos a fin de que se cumpla la gran conversión de toda la comunidad eclesial. En el canon de Andrés de Creta viene invocada así en dos "théotokion": «Madre de Dios, esperanza y protección de quien te celebra líbrame del grave peso de mi pecado y envuélveme, Virgen soberana, en la transformación del arrepentimiento». «Purísima Reina, Madre de Dios, esperanza de quien viene a ti, puerto de navegantes en tempestuoso mar, sobre mí con tus plegarias invoca el perdón del compasivo Creador e Hijo tuyo».