26 April 2024
 

 

 

 

   7.             EL CATEQUISTA: UN ENVIADO DE LA IGLESIA

    Arquidiócesis de Ibagué.   Sonriente   Febrero  2011

 

      1. La catequesis un acto eclesial

 

Ø  . Cristo recibió de su Padre el encargo de anunciar la Buena Nueva de la salva­ción. Y esta misma misión se la encomendó a sus Apóstoles. Ellos así lo hicieron y, con los que creían, se fue creando la comunidad de los seguidores del Señor Jesús: «Ellos recibieron la gracia y se bautizaron, siendo incorporados (a la Iglesia) aquel día unas tres mil almas (...). Cada día el señor iba incorporando a los que habían de ser salvados» (Act 2, 41-47). La fe es siempre una decisión libre y personal, pero nun­ca individual e intimista. La opción por Jesús incluye la decisión por vivir en la co­munidad cristiana. Ella es el seno donde se vive la fe y desde donde se anuncia y pro­clama la fe. Es en ella donde Dios continúa hablando, donde continua resonando la voz del Evangelio.

ENVIADO DE LA COMUNIDAD

INSERTADO  EN LA COMUNIDAD

 

APOYADO

    POR LA

COMUNIDAD

 

 

¿UN MINISTERIO?

 

Ø  La Iglesia nace de la misión de Jesús y es enviada por Él. En ella están deposi­tadas las enseñanzas del Señor. Por eso la misión evangelizadora es algo esencial a la Iglesia.

Ø  . Este debe pertenece a toda la Iglesia. Toda ella es partícipe de la misión profé­tica de Cristo: «Cristo, Profeta... cumple su misión prófetica hasta la plena manifes­tación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los laicos, a quienes, por ello, constituye en testigo y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra» (LG 35).

Ø  . Por eso la catequesis es necesariamente obra de la Iglesia. El verdadero sujeto de la catequesis es toda la comunidad. Es ella, antes que cualquiera de sus miembros, la que imparte la catequesis. La acción catequizadora no puede realizarse más que en el seno de quien es depositaria del Evangelio: la Iglesia. A través de la catequesis, la Iglesia realiza su función de «madre» por la que nos engendra y alimenta en la fe que ella recibió del Señor Jesús.

 

2. El catequista enviado de la comunidad

Ø  . Los catequistas somos llamados y enviados por la comunidad eclesial para ser testigos de la fe de la Iglesia.

El servicio de la catequesis no puede realizarse por libre, ya que «la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva, les explica el mensaje del que ella misma es depositaria, les da el mandato que ella misma ha reci­bido y les envía a predicar» (EN 15).

 

Ø  . No somos catequistas porque nosotros lo queramos, sino en cuanto somos en­viados por la comunidad ya que «evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial. Cuando el más humilde predicador, catequista o pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentre solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza (...) a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia. Esto supone que lo haga, no por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (EN 60).

 

3. El catequista: actúa en nombre de la comunidad

Ø  . La misión que realizamos los catequistas entronca con la misión de Jesús y de los Apóstoles. Los catequistas sabemos que enseñamos una doctrina que no es nues­tra: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado» (ln 7,16). Somos conscien­tes de que «el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca» (CT 6).

Ø  . Los catequistas actuamos, por tanto, en nombre de la Iglesia, comunicamos la fe que la Iglesia cree, celebra y vive. Somos portavoces de la Iglesia, porque el Evan­gelio que anunciamos es el Evangelio que la Iglesia nos confía. Somos transmisores de la experiencia de fe de la comunidad eclesial, somos testigos del proyecto salva­dor de Dios manifestado en Cristo Jesús y que permanece en la «memoria viva» de la Iglesia por la acción del Espíritu, somos llamados y enviados a proclamar una fe que nosotros no hemos inventado, sino que es la fe de la Iglesia.

Ø  . Los catequistas estamos entroncado s en una tradición eclesial, en ese esfuerzo de la Iglesia por ir transmitiendo a través de diversas formas y en medio de múltiples vicisitudes a lo largo de todos los tiempos, la doctrina recibida del Señor. Los cate­quistas somos «sólo un eslabón en una cadena de catequistas que, a lo largo de las ge­neraciones, han ido transmitiendo el Evangelio» (CF 67).

Nuestra tarea es comunicar de manera actual la Tradición viva de la comunidad eclesial.

 

4.  El catequista: insertado en la comunidad

Ø  . La realidad de actuar en nombre de la Iglesia y proclamar la fe de la Iglesia nos plantea a los catequistas la exigencia de una auténtica vida de comunidad, de estar profundamente enraizados en la comunidad, de participar activa y plenamente en la vida de la comunidad.

Los catequistas, si queremos ser testigos de una experiencia comunitaria de fe, es­tamos obligados a conocer la fe de la comunidad y a compartir su experiencia y su praxis creyente, ya que no podremos ser catequistas más que viviendo en el seno de la comunidad en cuya fe intentamos iniciar a los catequizandos. Sólo quien conoce bien la fe de la Iglesia, la ha experimentado, la vive y celebra en la comunidad, podrá después anunciarla con fuerza y convencimiento.

 

Ø  . Todo esto nos plantea a los catequistas la exigencia de desarrollar un auténtico sentido eclesial, una profunda sintonía y comunicación con la Iglesia. Además nece­sitamos buscar formas prácticas de vivencia comunitaria de nuestra fe.

La sintonía con la Iglesia es fundamental. Los catequistas amamos a la Iglesia, asu­mimos sus virtudes y sus fallos, nos sentimos íntimamente vinculados a ella y es, en su seno, donde vivimos nuestra fe y la comunicamos, en su nombre, a los demás.

 

    En este sentido debe jugar un papel importante el grupo de catequistas. Él puede, y quizá deba ser, ese germen de comunidad que nos permita vivir la experiencia de la fe.

Por tanto, sólo enraizados en la misión de Jesús, entroncados en la tradición viva de la Iglesia e insertados en la comunidad cristiana podrá nuestro trabajo producir frutos abundantes.

 

5.             El catequista: apoyado por la comunidad

Ø  . Los catequistas somos portavoces de la fe vivida por la comunidad. Por eso, de­trás de nuestro esfuerzo debe estar el apoyo de la comunidad eclesial, ya que «la ca­tequesis debe apoyarse en el testimonio de la comunidad eclesial. Pues la catequesis habla con más eficacia de aquello que realmente existe en la vida incluso externa de la comunidad» (EN 76).

El Evangelio no puede entenderse como sentido de la vida, si no se ve que da sen­tido efectivo a muchas vidas vividas en el amor; no puede presentarse como un valor, si no se ve a grupos de personas que se han sentido atraídos por ese valor y lo han vendido todo para adquirir ese «tesoro». Por eso la catequesis exige la realidad visi­ble de una comunidad eclesial que sea signo efectivo de la palabra anunciada por el catequista.

Ø  . Para que la palabra que nosotros transmitimos en la catequesis, sea «creída» ha de verse «realizada» en la comunidad. Una comunidad unida en el amor fraternal y comprometida en el servicio de todos: he aquí la condición fundamental de credibili­dad del mensaje cristiano ofrecido por la catequesis en un determinado contexto exis­tencial. La falta de este sostén comunitario explica el fracaso de muchas predicacio­nes y de muchas catequesis.

Ø  . Los catequistas hemos de presentar el cristianismo no como algo que debería ser, sino como algo real; debemos poder hablar de la fe, de la Iglesia, de los sacra­mentos, de la moral como realidades que son refrendadas por una experiencia visible y constatable en la comunidad eclesial. Sólo así la catequesis podrá echar raíces pro­fundas.

Ø  . Este respaldo de la comunidad ha de manifestarse en múltiples aspectos: apoyo a la tarea realizada, ofrecer cauces de formación, proporcionar medios adecuados, evaluación del trabajo, acogida en la comunidad de los que terminan en la catequesis su proceso de iniciación, etc. En definitiva, ya que los catequistas actuamos en nom­bre de la Iglesia, debemos sentimos sostenidos por la estima, la colaboración y la ora­ción de toda la comunidad.

 

Esta exigencia testimonial de la Iglesia, le plantea la necesidad de revisarse evan­gélicamente para eliminar y corregir lo que pueda desfigurar su rostro y constituir un obstáculo a la fe de los hombres.

6. Ser catequista: ¿un ministerio?

Ø  . La acción catequética es una acción de toda la comunidad. Pero sus miembros participan de diferentes maneras en esa única misión. Lo hacen a través de diferentes carismas, servicios y ministerios. Y «los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos, según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles» (EN 73).

Ø  . Hoy contemplamos con gran alegría cómo, en la Iglesia, la acción catequética va cobrando cada vez más fuerza y se presenta como acción prioritaria en la mayoría de los planes pastorales. Para llevar a cabo toda esta tarea, el Espíritu de Jesús está sus­citando numerosísimas vocaciones de catequistas.

 


Los catequistas vamos siendo conscientes de nuestra misión en el seno de la co­munidad cristiana y reclamamos una valoración y reconocimiento de esta tarea. Por eso, quizá va llegando el momento de que ese reconocimiento se haga de una forma más oficial por parte de la Iglesia.

Ø  . Hoy cobra fuerza hablar de “ministerio catequético” cuando se hace referencia al papel que los catequistas desempeñamos en la comunidad cristiana. Si se quiere que el servicio de la catequesis sea eficaz y efectivo en esta sociedad plural y secular se precisa, quizá, que algunos catequistas, mediante un ministerio específico recono­cido por la Iglesia, realicen una labor de promover, animar y coordinar el área cate­quética a nivel parroquial, arciprestazgo o zona.

 

Ø  . Así lo proponían los Obispos de la Comisión de Catequesis en el año 1984: «Acometer una seria reflexión sobre los ministerios en la Iglesia para clarificar a su luz la vocación y la misión del catequista».

Es cierto que todo está aún muy verde y que hay numerosas dificultades, pero es necesario ir abriendo camino, ya que la implantación de los ministerios locales apor­taría grandes' ventajas a la Iglesia y a la pastoral.

 

Ø  . Lo verdaderamente importante, sea ministerio o no, es la conciencia eclesial de nuestra tarea de catequistas. Hemos de ser conscientes de que es la comunidad quien nos elige, nos llama y nos envía. Por eso también podemos pedir que seamos recono­cidos así por toda la comunidad y, de alguna manera, se exprese ese reconocimiento a través de algún gesto o signo.

Esto daría más valor y categoría a la labor que ejercemos en la comunidad y su­pondría, sin duda, un ánimo y un estímulo.

 

En nuestra tarea hemos de trabajar con la conciencia de enviados de los sucesores de los Apóstoles, los Obispos. Sólo así podremos realizar nuestra misión con un au­téntico espíritu eclesial.

 

7. Actitud del catequista: la fidelidad

Ø  . El hecho de que los catequistas realicemos nuestra tarea «dentro de la Iglesia, 'como' enviados de la Iglesia» exige de nosotros una clara actitud de fidelidad a ese mensaje que se nos encomienda para ser transmitido.

La autenticidad y la fidelidad al Evangelio es una condición fundamental ya que nuestra responsabilidad en la Iglesia es la de comunicar la doctrina y la vida de Jesús.

En una situación como la actual donde está presente la secularización y el relati­vismo religioso y moral, los catequistas podemos correr el peligro, la tentación de desfigurar el Evangelio, de acomodarlo o instrumentalizarlo para hacerlo así más ase­quible y creíble y poder conseguir mejor la adhesión de los hombres. Por eso hemos de evitar el riesgo de hacer pasar por Evangelio doctrinas y normas que no son evan­gélicas, sino culturales, sociales, filosóficas, tal vez patrimonio de tiempos pasados o de condiciones sociopolíticas que han perdido urgencia o que necesitan ser revisadas.

 

Ø  . Los catequistas no podemos dejar de proclamar con libertad y valentía el men­saje de Cristo confiado a la Iglesia: «El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No oscurece la verdad revelada por pereza de buscarla por comodidad o por miedo» (EN 78).

Ø  . Los catequistas hemos de ser fieles al mensaje de Dios que culmina en Cristo y vive en la Iglesia. En definitiva, el catequista:«No tratará de fijar en si mismo, en sus opiniones y actitudes personales, la atención y la adhesión de aquel a quien catequi­za; no tratará de inculcar sus opiniones y opciones personales como si estas expre­saran la doctrina y las lecciones de vida de Cristo» (CT 6).

 

Nosotros no somos dueños y propietarios absolutos del Evangelio para disponer de él a nuestro gusto, sino ministros para transmitido con suma fidelidad. Por eso todos los catequistas deberíamos aplicamos aquella frase de Jesús: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado» (Jn 7,16).

Sintamos, pues, el gozo y la alegría de trabajar «en la Iglesia» para transmitir con fidelidad el mensaje de Jesús para la salvación de los hombres.

 

 

 

 

 

 

 

PISTAS DE REFLEXIÓN

1.   La catequesis: un acto eclesial.

- ¿Tiene nuestra comunidad conciencia evangelizadora? ¿En qué signos lo manifiesta?

¿Es la catequesis «tarea importante» dentro de las actividades de nuestra parroquia?

2.   El catequista: enviado de la comunidad.

- ¿Crees importante esta conciencia de envío? ¿La tenemos los catequistas? ¿Hay algún

gesto o signo que exprese este envío?

3.   El catequista: actúa en nombre de la comunidad.

- ¿Qué significa, en nuestra tarea, comunicar «la fe de la Iglesia»? ¿Qué exigencias nos plantea?

 

4.   El catequista: insertado en la comunidad.

- ¿Tenemos los catequistas experiencia de comunidad? ¿Vivimos nuestra fe en comuni­dad? ¿Qué papel juega el grupo de catequistas? ¿Qué podemos mejorar en este aspecto?

5.  El catequista: apoyado por la comunidad.

- ¿Nos sentimos apoyados y estimulados por la comunidad? ¿En qué momentos a través de qué signos vemos reflejado ese apoyo? ¿Qué podemos hacer para conseguir una

mayor relación entre los catequistas y la comunidad?

6.   Ser catequista: ¿un ministerio?

- ¿Crees oportuno que algún catequista reciba el «ministerio» catequético? ¿Qué venta­jas e inconvenientes le ves? ¿En qué condiciones? ¿Cuál sería su misión? ¿Qué pasos se podrían ir dando para conseguirlo?

 

8. EL CATEQUISTA: MOVIDO POR EL ESPÍRITU

Ø  . Los catequistas tenemos la tarea de anunciar la Palabra de Dios, comunicar el mensaje de la fe recibido de la Iglesia. Pero en este trabajo de educación en la fe, no­sotros no ocupamos el primer puesto. El principal agente es el Espíritu Santo.

 

 

 

1. El Espíritu Santo, maestro interior de la fe

Ø  . Los catequistas hemos de procurar volver la mirada «hacia aquel que es el prin­cipio inspirador de toda obra catequética y de los que la realizan: el Espíritu del Pa­dre y del Hijo, el Espíritu Santo» (CT 72).

En la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo aparece siempre como el autor de toda gracia y todo don. El Espíritu Santo es quien «unge» a Cristo y, una vez bautizado, empieza su misión apostólica con el poder del Espíritu. Él es quien le guiará y quien dará testimonio de que Cristo es el Señor.

Ø  . Los Apóstoles reciben ese mismo Espíritu y confían su predicación no a la sabi­duría humana, sino al poder del Espíritu. Ese Espíritu es quien les va iluminando y guiando en la verdad. El es quien va dirigiendo la obra de la evangelización.

Ø  . El cristiano ha de nacer del Espíritu. Por el Espíritu somos edificados sobre Cris­to y ungidos como Pueblo Sacerdotal. El Espíritu Santo, derramado en el corazón de los fieles, escribe en nosotros su ley, produce la libertad espiritual, actúa y ora en no­sotros y da testimonio de que somos hijos de Dios.

En definitiva, el Espíritu Santo es el autor de la vida cristiana, la vida nueva de los hijos de Dios. Como cristianos estamos llamados a «vivir según el Espíritu» (Rm 8, 9-13).

 

Podemos afirmar que no hay ni habrá evangelización posible sin la acción del Es­píritu Santo: «el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias ha­ce aceptar y comprender la Palabra de salvación» (EN 75). El Espíritu Santo es el «maestro interior» de la fe.

. Los catequistas hemos de trabajar con este convencimiento a la hora de plantear nuestra tarea. La fe es un don de Dios y para ello se necesita la gracia de Dios que pre­viene y ayuda, que abre los ojos de la mente y mueve el corazón para aceptar y creer la verdad. Y «la catequesis, que es crecimiento en la fe y maduración de la vida cris­tiana hacia la plenitud, es, por consiguiente, un obra del Espíritu Santo, obra que so­ló Él puede suscitar y alimentar en la Iglesia» (CT 72).

 

Ø  . Los catequistas, en la catequesis, somos sólo mediadores, instrumentos al servi­cio de esa acción del Espíritu, pues «la Iglesia, cuando ejerce su misión catequética -como también cada cristiano que la ejerce en la Iglesia y en nombre de la Iglesia­


debe ser muy consciente de que actúa como instrumento vivo y dócil del Espíritu Santo» (CT 72).

Nuestro trabajo consiste, fundamentalmente, en favorecer unas actitudes que posi­biliten el encuentro y la acogida positiva a la acción del Espíritu para reavivar y de­sarrollar la fe, para hacerla explícita y operante en una vida coherentemente cristiana.

 

2. Acción del Espíritu Santo en la catequesis

 

Ø  . La acción del Espíritu Santo en la catequesis tiene lugar tanto en el catequista como en los catequizados.

 

a.  En el catequista

Los catequistas, en la catequesis, somos portadores de una sabiduría que nos viene de Dios. Nosotros sabemos que estamos trabajando en estrecha colaboración con el espíritu, que nos acompaña en nuestro servicio catequético. Los catequistas hemos de dejar actuar al Espíritu. Para ello tenemos que:

 

a) Escuchar al Espíritu

*.  La primera tarea como catequistas es ponemos a la escucha del Espíritu, para que nos ayude a dejamos penetrar por la Palabra que después vamos a anunciar a los demás. Es el Espíritu quien pone en nuestros labios las palabras que hemos de co­municar. Los catequistas hemos de buscar con responsabilidad esa palabra. Debemos leer, estudiar, profundizar en su mensaje: pero hemos de hacerlo sabiendo que es el Espíritu el que nos manifiesta el sentido de la Palabra «porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10,20).

 

*.  La eficacia de nuestra palabra no está en nuestra competencia doctrinal o meto­dológica, ni siquiera en nuestra santidad de vida. La eficacia está en nuestra conver­sión a la Palabra y, sobre todo, en la acción interna del Espíritu. Por eso hemos de trabajar sabiendo que «las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más per­feccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin él. Sin él, la dialécti­ca más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin él, los esque­mas más elaborados sobre bases sociológicas o sicológicas se revelan pronto despro­vistas de todo valor» (EN 75).

Por eso hemos de preparamos para la catequesis escuchando al Espíritu, dejándo­nos llenar por Él, ya que «es él quien explica a los fieles el sentido profundo de las en­señanzas de Jesús y su misterio» (EN 75).

 

b) Orar al Espíritu

*.  La exigencia que tenemos de hablar de Dios en la catequesis, nos plantea la ne­cesidad de hablar antes con Dios en una intensa vida de oración.

 

La oración es, para nosotros, algo fundamental y hemos de recurrir a ello lo más posible. En ella encontraremos la luz y la fuerza necesaria para realizar nuestra tarea.

Si somos conscientes de que todas nuestras cualidades y trabajos son imprescindi­bles, pero insuficientes para suscitar la fe; si somos conscientes de que es el Espíritu quien da y hace crecer la fe; entonces la oración se nos plantea como un componen­te indispensable de nuestra acción catequética. Por tanto «invocar constantemente es­te Espíritu, estar en comunión con Él, esforzarse en conocer sus auténticas inspira­ciones, debe ser la actitud de la Iglesia docente y de todo catequista» (CT 72).

*.  Después de una intensa preparación, hemos de ir al grupo con la conciencia de enviados y llenos de humildad, hemos de decir como Pedro «en tu nombre echaré las redes» (Lc 5,5). Por eso hemos de invocar al Espíritu para que sepamos anunciar dig­namente la Palabra del Señor, para que los componentes del grupo abran su corazón a la acción del Espíritu, para que nuestro trabajo dé los frutos que el Señor espera de cada uno de ellos.

*.  Los catequistas hemos de orar por todos los catequizandos para que acepten el don de la fe y realicen en sí mismos el plan de Dios sobre cada uno de ellos. Eso es lo que, de verdad, nos ha de preocupar. Por eso oramos como San Pablo: «Con ese objeto rogamos en todo tiempo por vosotros: que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término, con su poder, todo vuestro deseo de hacer el bien y la ac­tividad de la fe, para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vo­sotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo» (2 Tes 1,11-12).

 

b.  En los catequizandos

a) Respetar la acción del Espíritu

*.  El Espíritu Santo actúa «predisponiendo el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la palabra de salvación» (CT 75). El Es­píritu Santo es quien comunica al hombre la voz y la fuerza para responder a su su­prema vocación, le pone en contacto con el misterio pascual de Cristo y le hace capaz de poner en práctica la nueva ley de amor.

Creer en esta acción del Espíritu que actúa en los catequizandos antes, durante y después de nuestra tarea, nos lleva a un gran respeto de la persona:

 

- La situación de cada uno

*.  Cada persona tiene su propia vida, su propia situación personal, cultural, social, familiar, religiosa y espiritual.

No podemos ignorar ni olvidar todo esto cuando comunicamos el Evangelio, ya que es en y a través de esa situación como cada persona escucha la Palabra, la vive y la expresa.

 

Como Jesús, que no pedía igual a todos, hemos de exigir a cada uno según la si­tuación personal en que se encuentra.

 

- El ritmo de cada uno

*.  Aunque todos escuchan la Palabra de Dios, cada uno responde a ella y va ade­lante cuando su vida según su propio ritmo.

No podemos pretender un respuesta igualitaria, no podemos buscar simplemente la fidelidad a los planes de un programa catequético, sino que hemos de respetar las auténticas exigencias de la persona y su propio itinerario de fe. Como Jesús, que res­petaba la respuesta de cada uno y la alababa si era justa, sincera y noble.

 

- La libertad de cada uno

*.  Toda persona que escucha la Palabra ha de gozar de la libertad suficiente para aceptarla o rechazarla. La Palabra no se impone, se ofrece. Hemos de contar con la realidad de que algunos no nos escuchen, rechacen nuestra oferta, se vayan. La Pa­labra de Dios ha de estar siempre abierta a esa posibilidad. Ofrecerla y decir: «Aho­ra, si quieres, puedes aceptarla o rechazarla». Como Jesús, que respetaba las decisio­nes últimas de cada persona.

Los catequistas, después de realizar nuestra tarea, hemos de ponemos en religiosa espera de la intervención de la gracia de Dios en cada uno, en el respeto de la liber­tad de cada cual, sin precipitaciones ni imposiciones, en la adecuación a los ritmos de crecimiento sin querer reemplazar a nadie, sino tratando de ayudar a que cada uno responda a la fe, de una manera responsable, según sus auténticas posibilidades.

 

b) Potenciar la acción del Espíritu

*.  En nuestro trabajo no tenemos que limitamos, con ser importante, a respetar la acción del Espíritu. Es necesario que la descubramos, que conectemos con ella y la potenciemos para que así pueda dar mejores frutos. Para ello es imprescindible:

 

- Crear un clima propicio en el grupo

*.  Conviene que los catequistas predispongamos los ánimos y el corazón de los ca­tequizandos para la escucha y la respuesta a la Palabra. Sin esto, muchas veces, la Pa­labra se perderá o no dará los frutos apetecidos. Es tarea nuestra lograr que todo el pro­ceso de catequización esté lleno de un clima religioso y de oración que favorezca el encuentro del hombre con Dios. Así lograremos que dentro de la oferta de una misma fe común eclesial, cada uno encuentre el cauce de una respuesta personal y original.

 

- Mostrar a cada uno el proyecto de Dios

*.  Hacer consciente a cada miembro del grupo que es importante ante Dios: des­cubrirle las invitaciones que el Señor le dirige en las situaciones particulares de su vi­da; mostrarle el gran proyecto que Dios tiene sobre él y lo que el Señor espera de su colaboración; animarle para que, creyendo en sus posibilidades, vaya siendo capaz de responder a las exigencias de Dios; acompañarle para que pueda ir superando las dificultades y las resistencias que encuentre en el camino; ayudarle a descubrir la presencia del Espíritu que le acompaña, anima y fortalece. Así cada uno, podrá ha­cer realidad en la alegría, la esperanza que Dios tiene depositada en él.

 


EL ESPÍRITU SANTO MAESTRO INTERIOR DE LA FE

!ACCiÓN DEL ESPÍRITU EN LA CATEQUESIS

 

EN EL CA TEQUIST A

Exige:

                . Escuchar al Espíritu.

- Nos descubre el sentido de la

      palabra.

- Nos convierte a la Palabra.

. Orar al Espíritu.

- Dar luz y fuerza.

- Guía nuestro trabajo.

- Hace eficaz nuestra palabra.

 

EN LOS CA TEQUIZANDOS

Exige:

. Respetar la acción del Espíritu.

- La situación de cada uno.

- El ritmo de cada uno.

- La libertad de cada uno.

. Potenciar la acción del Espíritu.

    - Crear un clima propicio en el

        grupo.

    - Mostrar a cada uno el proyecto

        de Dios.

 

3. Actitud en el catequista: la confianza

Ø  . La conciencia de que el Espíritu está actuando en la catequesis ha de suscitar en nosotros una actitud de confianza. Esta confianza brota de que somos simples media­dores. Sabemos que no somos nosotros quienes damos directamente la fe, sino que simplemente la facilitamos, ya que «ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios que hace crecer» (1 Cor 3,7).

Los catequistas realizamos nuestro trabajo con suma seriedad, pero lo hacemos con confianza, pues nosotros sólo pretendemos provocar y favorecer el «encuentro religioso». Lo que pasa en su interior se escapa a nuestro control, verificar el resulta­do de nuestra actividad no es competencia nuestra.

 

Ø  . Muchas veces la tarea catequética .produce momentos de desánimo y pesimis­mo, podemos percibir el cansancio y la fatiga, podemos preguntamos si vale la pena hacer lo que hacemos.

 

Los catequistas nunca nos sentimos derrotados y vencidos. Esto sería una falta de fe en el amor, la paciencia y la acción de Dios. Decía el cardenal Colombo: «Cuan­do parezca que no se consigue nada de los alumnos, que se les encuentra siempre lo mismo, distraídos, indóciles, cautivados únicamente por los bienes sensibles, no ol­viden los catequistas que han sido enviados por Cristo y por el Obispo a sembrar y no a cosechar. El que siembra tiene la impresión de malgastar la semilla. Pero dejad que descienda la nieve del invierno, que caiga la lluvia de la primavera, que venga el calor del verano... y el grano de trigo se desarrollará hasta convertirse en espiga de oro que ondea bajo el sol. La Palabra de Dios es como una semilla que requiere tiem­po, pero no puede quedar estéril».

Ø  . Los catequistas no nos buscamos a nosotros mismos ni los frutos, ni la recom­pensa. Sabemos que sólo somos servidores, pues «cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17,10).

Nuestra confianza y esperanza se funda en las palabras de S. Pablo a sus oyentes: «Estoy convencido de que quien inició en vosotros la obra buena, la irá consuman­do hacia el día de Cristo Jesús» (Flp 1,6).

 


PISTAS DE REFLEXIÓN

1.        . El Espíritu Santo: Maestro de la fe

- Recordamos momentos en los que el Espíritu Santo actúa en la vida de Cristo y los

   Apóstoles. Señalamos sus efectos.

- Actuación del Espíritu Santo en nuestra vida de cristianos. Aportamos experiencias;

   ¿cómo le sentimos?, ¿en qué momentos?, ¿qué efectos produce en nosotros?

2.        . Acción del Espíritu Santo en el catequista

 

- Dialogamos sobre estas dos afirmaciones: «La fe es don del Espíritu» y «Es necesario prepararse bien).

                Leemos y comentamos la respuesta que se da en el texto de EN 75.

 

- En la preparación de nuestras catequesis: ¿qué importancia damos a: -la acción del Espíritu

- nuestro esfuerzo

-la oración?

 

3.        . Acción del Espíritu en los catequizandos

- ¿En qué medida descubrimos, valoramos y respetamos la acción del Espíritu en los ca­tequizandos? Comentamos experiencias.

- Ante la necesidad de crear un «clima religioso» en el grupo: ¿Cómo lo hacemos? ¿Qué dificultades encontramos? ¿Qué ventajas tiene?

 

4.        . Actitud de confianza

- Ante los momentos de desánimo: ¿Cuáles son las causas? ¿Cómo los superamos? ¿Qué papel juega el Espíritu?

- Leemos despacio el texto del Cardenal Colombo. Expresamos los sentimientos que nos

   produce.

 

5.        . Oración

 

- Hacemos unas preces espontáneas al Espíritu Santo.

 

9. EL CATEQUISTA: SERVIDOR DE LOS HOMBRES

Ø  . La razón de ser del catequista es «para los hombres». Es esta una nueva dimen­sión de nuestra identidad y misión que nos plantea unas exigencias y actitudes para realizar nuestra tarea.

 

1. Jesús: un servidor

 

Ø  . Jesús vivió una profunda actitud de amor y servicio. Su existencia está fundada en ese amor, «porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único» (In 3,16). su misión la concibe como un servicio: «el Hijo del hombre no ha venido a ser servi­do, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45).

Esta actitud le lleva a estar atento a la situación concreta de las personas. Y la man­tiene hasta dar su vida, ya que «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13).

 

Ø  . Esto que Jesús vivió, es lo que pide a sus discípulos. Les dice: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

Ø  . La Iglesia se siente continuadora de la misión de Jesús. Por eso se siente «ínti­ma y realmente solidaria de la humanidad y de su historia» asume «el gozo y la es­peranza, las tristezas y angustias del hombre de nuestro tiempo» (GS 1) y muestra su amor a los hombres «aportando la luz que toma del Evangelio y poniendo al servicio de la humanidad la fuerza de salvación que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, recibe de su Fundador» (GS 3).

 

2. El catequista: un servidor de los hombres

 

Ø  . Estas reflexiones sirven de marco para comprender y situar nuestra tarea cate­quética. Todo lo que somos y hacemos es «para los hombres». Los catequistas, desde nuestra experiencia de fe, tenemos la certeza de que nada mejor podemos ofrecer a los hombres que la fe que anima nuestra vida.

Realizar adecuadamente este servicio de la fe, supone para nosotros catequistas:

 


EL CATEQUISTA SERVIDOR DE LOS HOMBRES

 

CONOCER SITUACiÓN

 

CONECTAR CON I NTERROGANTES

 

PROCLAMAR EVANGELIO

 

 

AMOR

 

 

a.  Conocer la situación de los hombres

*.  Si queremos ser fieles al hombre, es imprescindible que descubramos el «mo­mento histórico» en que vive el hombre de hoy, que conozcamos el ambiente en que se desarrolla su vida, que percibamos sus problemas e interrogantes, sus inquietudes y sus búsquedas, sus crisis y sus dudas, sus preguntas y preocupaciones, que capte­mos su situación de fe, su forma de percibirla, entenderla y vivirla.

 

a) Situación religiosa

*.  Crisis de civilización: La tecnología, con el sueño utópico de dominar la vida, el consumo con su hipnosis de placer, los medios de comunicación con el pluralismo de pensar y actuar, etc. han originado un hombre propenso a la incredulidad, con un va­cío ético, sin una identidad clara. Es una crisis de civilización que afecta a la infraes­tructura espiritual de la vida religiosa.

*.  Crisis de fe: Por el cambio cultura, la fe de muchos ha pasado una grave crisis y se va cayendo en el indiferentismo religioso, se corre el peligro de guardar la fe sin un influjo eficaz en la vida real. Se conserva lo religioso como una costumbre.

*.  Los no practicantes: Una muchedumbre que, sin renegar de su bautismo, viven al margen del mismo. Cristianos que se sienten como de casa, que dicen saberlo to­do, haber probado todo y ya no creen en nada.

 

*.  Sincretismo religioso: Una fe cristiana que se halla contaminada por una nueva forma de paganismo, se alimenta de una práctica supersticiosa y mágica. Se introdu­cen en la religión cristiana elementos que pertenecen al naturalismo, al animismo y a la adivinación.

*.  La increencia: Muchos manifiestan ignorar o rechazar positivamente toda reali­dad trascendente. Se presenta como una exigencia del progreso científico y está pre­sente en las principales manifestaciones de la literatura, el arte...

 

b) Repercusiones en la catequesis

*.  En los niños: «Cierto número de niños bautizados en su infancia llegan a la ca­tequesis parroquial sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna explícita y personal a Jesucristo» (CT 19).

*.  En los adolescentes: «Muchos adolescentes, que han sido bautizados y que han recibido sistemáticamente una catequesis, así como los sacramentos, titubean por lar­go tiempo en comprometer o no su vida con Jesucristo» (CT 19).

*.  En los adultos: «Adultos... que en su infancia recibieron una catequesis propor­cionada a esa edad, pero luego se alejaron de toda práctica religiosa y se encuentran en una edad madura con conocimientos más bien infantiles» (CT 44).

 

b.  Conectar con los interrogantes del hombre

*.  Los catequistas somos «acompañantes» de la vida de los hombres y, en este ca­minar con ellos, vamos descubriendo sus preocupaciones e interrogantes, percibimos lo que, de verdad, bulle en el interior de cada uno, vivimos todos sus problemas co­mo en carne propia, nos hacemos eco de todo su mundo.

En la profundidad de toda esta situación, hemos de percibir los «signos de Dios». El hombre de hoy vive en actitud de «adviento» y hemos de descubrir a Cristo que nos habla y nos llama desde todas las situaciones humanas.

Los catequistas no podremos proclamar una Palabra salvadora, hecha carne, para los hombres y mujeres concretos del mundo de hoy si no vivimos las experiencias de nuestros hermanos, si no somos solidarios con la gente de nuestro entorno, si no so­mos uno de ellos.

 

*.  Situados en medio de los hombres, vivimos la misma vida de los hombres, pero con el sentido y la esperanza que da la fe en Jesucristo, vemos y juzgamos las situa­ciones concretas con los ojos de Jesucristo. Con nuestra acción catequética intenta­mos dar sentido a toda esa vida y enseñamos a interpretar cristianamente las realida­des humanas y a juzgarlo todo con íntegro criterio cristiano.

 

c. Proclamar un evangelio como "buena nueva" para el hombre

*.  Los catequistas hemos de presentar el Evangelio de Jesucristo como la respues­ta que el hombre de hoy anda buscando, como la Buena Nueva salvadora. Hemos de pasar de un Evangelio que es percibido como in-significante, a un Evangelio signifi­cativo para la vida. La Palabra de Dios se nos da como el descubrimiento del senti­do profundo de la existencia y de la historia, como clave para interpretar nuestros problemas, como la promesa de futuro, como apertura a nuestros propios problemas, como respuesta a nuestras preguntas, como ampliación a los propios valores, como satisfacción a las necesidades. En definitiva, el mensaje cristiano será presentado co­mo «Evangelio» si llega como Palabra salvadora a todas las situaciones que el hom­bre vive.

*.  Tenemos que ayudar a los hombres a descubrir en cada situación humana la pre­gunta radical que reclama respuesta. Así realizamos nuestra misión de «profetas». Ayudamos a mirar la historia y la vida para captar en ella lo que Dios quiere comuni­camos, para releer la realidad humana a la luz de la revelación, para orientar todos los aspectos de la existencia hacia el destino del hombre que se ha revelado en Cristo.

*.  Los catequistas, como portadores de la Palabra de Dios para los hombres, hemos de repensar constantemente su mensaje relacionándolo con las situaciones y valores del mundo, presentándolo como Buena Nueva para «responder a los perennes inte­rrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la mu­tua relación de ambas» (GS 4).

 

En definitiva, los catequistas hemos de hacer la proclamación de la Buena Nueva que, en Jesucristo, Dios ofrece: «No una salvación puramente inmanente, a medida de las necesidades materiales o, incluso, espirituales que se agotan en el cuadro de la existencia temporal y se identifican totalmente con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunicación con el único Absoluto, Dios, salvación trascen­dente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cum­plimiento en la eternidad» (EN 27).

Ø  . Vivir esta actitud de «servidores de los hombres» exige de nosotros, catequistas, que nos acerquemos a las personas con una verdadera actitud de escucha y de acogi­da, para percibir sus problemas y sus exigencias reales, para descubrir su situación personal y familiar, su condición religiosa y su actitud ante la fe, los valores que orienta su vida.

 

3.  El catequista un educador básico de la fe

Ø  . Los catequistas ejercemos en la Iglesia un servicio público y oficial consistente en instruir a los catequizando s en la Palabra de Dios. La catequesis es «un período in­tensivo y suficientemente prolongado en el que se capacita básicamente a los cristia­nos para entender, celebrar y vivir el Evangelio al que han dado su adhesión, y para participar activamente en la realización de la comunidad eclesial y en el anuncio y di­fusión del Evangelio» (CC 34).

Los catequistas estamos al servicio de esta tarea. Por eso somos educadores bási­cos de la fe. Veamos en qué consiste educar en la fe.

 

a. Presupuesto fundamental: la conversión

*.  En la catequesis no podemos dar por supuesta la fe. Hay que suscitada. Es tarea de la catequesis «suscitada continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el cora­zón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe» (CT 19).

 

EL CATEQUISTA: EDUCADOR BÁSICO DE LA FE

 

I PRESUPUESTO FUNDAMENTAL I

 

DIMENSIONES DE LA VIDA CRISTIANA

 

DESDE LA OPCiÓN POR JESÚS

DESCUBRIR EN PROFUNDIDAD SU MENSAJE

 

ADOPTAR SU ESTILO DE VIDA

 

          CELEBRAR SU REUNIRSE EN

          PRESENCIA EN SU NOMBRE EN

LOS SACRAMENTOS UNA COMUNIDAD

__ I META DE LA CATEQUESIS I

PARTICIPAR EN SU ENVio MISIONERO

 

__

CONVERTIDOS A DIOS          DE FE                   INSERTADOS EN LA COMUNIDAD

COMPROMETIDOS CON EL MUNDO

 

*.  Para provocar esta experiencia religiosa es necesario partir de las experiencias profundas que vive el hombre de hoy. Hay que ayudarle a plantearse las grandes pre­guntas de la vida como paso previo para hacer surgir la pregunta por lo transcendente: «sólo es posible catequizar con el que se ha visto cautivado por la novedad del Evangelio» (CC 45).

 

a. Dimensiones de la vida cristiana

*.  Nuestro servicio de educadores ha de ir más allá de este esfuerzo para hacer sur­gir una fe inicial, una primera conversión. Es necesario realizar una profundización de la fe, lograr una maduración de la conversión inicial, conseguir que los que han descubierto el Evangelio como respuesta válida para su vida, se inicien en todas las dimensiones de la vida cristiana.

Nosotros somos los encargados de poner los cimientos, los fundamentos de la fe. Somos los que ayudamos a las personas a «aprender a ser cristianos».

 

a) Descubrir en profundidad su mensaje

*.  En la catequesis ponemos al catequizando en contacto con el Evangelio para de­jarse interpelar por él: ofrecemos los grandes núcleos del mensaje cristiano para que el catequizando los vaya entendiendo y asimilando hasta llegar a una auténtica sínte­sis vital de fe.

 

Para ello procuramos que todo el grupo se ponga delante de la Palabra de Dios aho­ra y aquí, pues «hoy se cumple la Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).

 

b) Adoptar su estilo de vida

*.  En la catequesis ahondamos en el seguimiento de Jesús, en los grandes valores evangélicos. Presentamos una moral que consiste en la «vocación» a seguir el cami­no que Cristo marca, hacer lo que Él hizo, vivir los valores que Él vivió y anunció: las Bienaventuranzas.

 

c) Celebrar su presencia en los sacramentos

*.  Responder a la Palabra, realizar el seguimiento de Jesús, exige al catequizando una constante vida de oración. Sin ella, la fuerza de Dios no será capaz de cumplir todos sus compromisos. Esto supone una educación para lograr una participación ac­tiva y consciente en la liturgia y otras celebraciones que permitan expresar la fe.

 

d) Reunirse -en su nombre- en comunidad

*.  Sólo se puede creer y vivir la fe dentro de la Iglesia. Por eso es necesario ayudar

al catequizando a descubrir la comunidad para irse integrando en ella.

 

e) Participar en su envío misionero

*.  El dinamismo de la fe empuja a darla a conocer a otros. De ahí la necesidad de iniciar en el compromiso apostólico-misionero y colaborar en la construcción de una sociedad más justa y solidaria, de acuerdo con la justica de Dios.

 

b. Meta de la catequesis: la confesión de fe

*.  Todo este proceso de maduración de las distintas dimensiones de la vida cristia­na finaliza con la «confesión de fe». Esta se realiza cuando el catequizando es capaz de confesar de una forma viva, explícita y operante, la fe de la Iglesia con su «me­moria, inteligente y corazón» (EN 44).

 

4. Actitud en el catequista: el amor

 

Ø  . Esta actitud de servicio exige de nosotros una profunda actitud de amor, pues «la obra de la evangelización supone, en el evangelizador, un amor fraternal siempre cre­ciente hacia aquellos a los que evangeliza» (EN 95). Este amor no está basado en la comparación ni se apoya en idealismos fáciles. El amor que nos guía en nuestro ser­vicio viene de Dios.

Los catequistas amamos como Cristo, y es «por» y «desde» ese amor desde donde realizamos nuestra entrega y servicio. Esta actitud de amor se traduce en:

 

- Disposición interior de acogida, aceptación y respeto

El amor del catequista es solicitud que se expresa en estar cerca de los hombres, en saber acoger a los demás, desde el corazón; aceptarles respetuosamente; compartir con ellos la vida; asumir todos los aspectos de fragilidad y debilidad de la persona hu­mana (1 Cor 9,22).

 

- Ofrecimiento de su tiempo, su trabajo, su vida

Los catequistas somos conscientes de que todo lo que somos, tenemos y sabemos es, por amor, «para los demás». Y un amor así se traduce en una disponibilidad total, en un estar completamente a su servicio.

No se trata sólo de dar un poco de tiempo para la catequesis, sino de poner toda la persona, todas las cosas y todo el tiempo para que puedan disponer de él tanto cuan­to necesiten, pues la medida de la entrega no somos nosotros, sino las necesidades de los otros (1 Tes 2,8).

 

- Buscar el crecimiento espiritual de los demás

En nuestro servicio, los catequistas no nos buscamos a nosotros mismos, ni bene­ficio propio. No vamos «buscando agradar a los hombres, pues nunca nos presenta­mos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras ni con pretexto de codicia, Dios es testi­go, ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie» (1 Tes 2, 4-6).

 

A los catequistas lo único que nos interesa es el crecimiento espiritual de los cate­quizandos. Y esto no pretendemos hacerla «modelando» a nuestra imagen y seme­janza, sino contribuyendo a que el otro alcance, más y más, su «propio ser» según el plan de Dios.

 

 

PISTAS DE REFLEXIÓN

1)       . Jesús: un servidor. Reflexionamos sobre las actitudes de servicio de Jesús:

- Comentamos textos y gestos del Evangelio.

- Consecuencias para nuestra misión de catequistas.

 

2)       . El catequista: un servidor de los hombres. a) Situación de los catequizandos:

- ¿En qué medida le afectan los rasgos descritos?

- Consecuencias de esta situación para nuestras catequesis.

b) Interrogantes de nuestros catequizandos:

- ¿Conectamos con sus preguntas e interrogantes? - ¿Compartimos sus problemas y necesidades? - ¿Descubrimos todo eso como «signos de Dios »?

 

c) Proclamación de un Evangelio como «Buena Nueva>

- ¿Qué sentido tiene el Evangelio en la vida de nuestros catequizandos? ¿Es carga o «bue­na nueva»?

- ¿En qué sentido proclamamos nosotros el Evangelio en la catequesis? Una doctrina...

   una salvación..., una respuesta a la vida...

3)       . El catequista: un educador básico de la fe.

 

- Estamos de acuerdo en nuestra condición de «educadores básicos» ¿Qué significa eso? - ¿En qué nos diferencia de otros educadores?

4)       . Dimensiones de la vida cristiana.

 

- ¿En cuáles insistimos más en nuestras catequesis? ¿Por qué? ¿Cuáles están menos pre­sentes? ¿Por qué?

- ¿En cuáles es necesario insistir más? ¿Por qué? ¿En cuáles menos? ¿Por qué? - ¿Cuáles son más fáciles de conseguir? ¿Por qué? ¿Cuáles más difíciles? ¿Por qué?

 

5)       . Meta de la catequesis.

- A través de nuestros procesos catequéticos vamos consiguiendo cristianos adultos:

¿convertidos a Dios, insertados en la Iglesia, comprometidos en el mundo? - ¿Cuáles son las mayores dificultades que encontramos?

 

6)       . Actitud de amor.

- ¿En qué medida las actitudes que se señalan están presentes en mi quehacer catequético?

 

7)       . Oración.

 

- Hacemos oración: pedimos ser buenos educadores y tener unas actitudes de amor y    servicio.

 

 

10.EL CATEQUISTA:  UNA PERSONA DE EQUIPO

1. Todos somos educadores

 

Ø  . La catequesis es obra de toda la Iglesia. A ella confió Cristo su misión profética: «Id por todo el mundo, haced discípulos en todas las naciones» (Mt 28,19)

Toda la Iglesia, toda la comunidad es profética, pues «en la Iglesia todo creyente es, por su parte, responsable de la Palabra de Dios. Cada uno recibe el Espíritu Santo para anunciarla hasta el extremo de la tierra» (LG 12). En la comunidad cristiana to­dos somos responsables del anuncio de la Palabra de Dios y de la educación de la fe.

En cierta medida, todo cristiano es catequista. Pero lo es según su vocación y la si­tuación de vida de cada uno. La vocación y la misión es común pero se ejerce y se ex­presa de modos diversos y con responsabilidades diferentes.

Ø  . Lo importante y decisivo para la catequesis es que entre todos los educadores se establezcan unas buenas relaciones, se cree una auténtica comunión eclesial, pues to­dos compartimos -solidariamente la idéntica misión evangelizadora de la Iglesia. «La diversidad de servicios en la unidad de la misma misión constituye la riqueza y la be­lleza de la evangelización» (EN 66).

 

En esta solidaridad, en este trabajo en equipo, los distintos educadores hemos de:

*.  aportar cada uno nuestra originalidad, lo específico de nuestra tarea,

*.  sentir la necesidad de complementamos con la originalidad de los demás,

*.  plantear y realizar nuestro trabajo en clima de cooperación y colaboración mutua.

Vamos a analizar algunas de las relaciones con otros educadores: padres, sacerdo­tes, otros catequistas.

 

2. Relaciones catequistas-padres

 

a. Principios

-La familia

*.  La familia es la primera educadora, es un cauce catequético de importancia pri­mordial. El derecho-deber educativo de los padres es esencial, original y primario, in­sustituible e inalienable. Los padres «se constituyen para sus hijos en los verdaderos misioneros del primer anuncio del Evangelio» (EN 52). Puesto que han dado la vida a sus hijos han de ser para ellos los primeros educadores de la fe.

 

RELACIONES CATEQUISTAS-PADRES

PRINCIPIOS

REALIDAD

EXIGENCIAS

FORMAS COLABORACiÓN

Familia y catequesis

Muchas veces:

Colaboración.

. Conocimiento.

se reclaman mutuamente

. Se desconocen.

Necesidad de:

. Información.

 

. Se acusan.

. Descubrir la originalidad

. Formación.

 

. Se oponen.

de cada ámbito educativo.

. Colaboración.

 

 

. Complementarse y

. Participación.

 

 

colaborar.

. Celebración.

 

 

 

- La Catequesis

*.  La familia no es la única ni exclusiva comunidad educadora. La familia no se basta a sí misma. La catequesis parroquial ha de proseguir, completar y perfeccionar la obra de la familia. La catequesis aporta solidez, profundización, sistematización y expresividad de fe a las experiencias religiosas vividas en la familia.

 

- Cooperación mutua

*. La catequesis tampoco es suficiente por sí sola. Su función es complementaria. Ni la educación puede hacerse al margen de la familia ni la familia puede ignorar la la­bor que realiza la familia. Familia y catequesis se reclaman mutuamente.

 

b. Realidad de esta relación

Ø  . Fácilmente descubrimos deficiencias. En síntesis podríamos decir que son dos realidades que:

 

- Se desconocen

*.  Los padres se limitan a mandar a sus hijos a la catequesis. Quieren la educación,

pero exigen ser suplidos en esa tarea: comodidad, falta de tiempo, no saber hacerlo...

*.  Los catequistas dan la catequesis pero sin contacto con los padres: miedo, falta

de tiempo, complicaciones con ellos...

 

- Se acusan

*.  Los padres no entienden lo que se hace en la catequesis, critican, protestan.

* . Los catequistas acusan a los padres de que no colaboran o estropean su labor.

 - Se oponen o estorban

*.  Familia y catequesis van cada uno por su lado con los perjuicios que supone pa­ra la educación.

 

c. Exigencias de esta relación: La colaboración

Ø  . Si queremos una educación religiosa positiva y coherente, es decisiva una pro­funda colaboración. Es necesario que familia y catequesis:

 

-          Descubran la originalidad de cada ámbito educativo .

*  Ofrecer un ambiente catequético.

 

El Evangelio se aprende, antes que nada, en las personas que integran la familia.

*.  Proporcionar una primera catequesis.

Abarca el despertar religioso, la oración, la conciencia moral, la convivencia y el Compromiso...

 

*.  Presentar una catequesis basada en el testimonio. Una existencia cotidiana vivida según el Evangelio donde los hechos digan más que las palabras.

*.  Dar sentido a los acontecimientos cotidianos.

 

Al ritmo de los acontecimientos familiares se procura explicitar en familia el con­       tenido cristiano o religioso de esos acontecimientos.

*.  Colaborar con la catequesis parroquia!.

Seguir y completar, con su estímulo y apoyo, el trabajo de la catequesis. animarse a ser catequista de la comunidad.

 

*.  Ofrecer un ambiente positivo.

Un ambiente en el que el catequizando se introduce para vivir con los demás una serie de experiencias. Allí, en grupo, hablan, se comunican, intercambian los proble­mas y preocupaciones de la vida.

 

*.  Presentar la tradición de la fe.

 

Se recibe, poco a poco, y de forma sistemática, la tradición viva de la fe. Una tra­dición que no es la enseñanza fría de unas verdades, sino la comunicación del men­saje de la Palabra de Dios, de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús.

 

*.  Facilitar la fiesta y la celebración.

 

Una fiesta y celebración en la que juntos, catequizando s y catequista, celebran lavida, la alegría de ser hijos de Dios, el amor de los hermanos, la esperanza...

 

- Se complementen y colaboren

*. Ambas realidades educativas se reclaman mutuamente. Por tanto: «La parroquia no podrá sustituir a la familia en su función educadora de la fe, ni ésta podrá dimitir de dicha función entregándola enteramente a la parroquia. Cada una tiene su propio cometido» (CC 275).

Esta colaboración es uno de los principales y más urgentes retos que tiene plantea­da la catequesis hoy. De su consecución dependerá en mucho, el avance de la catequesis

 

d. Formas de colaboración

Ø  . Las formas concretas de colaboración pueden ser muy variadas. Podrían englobarse en estos apartados:

 

- Conocimiento

Establecer un diálogo sincero entre padres y catequistas. Conocemos, intercambiar

criterios, opiniones. Valorar lo que cada uno hace.

 

- Información

Los catequistas informamos a los padres de la educación que estamos realizando en la catequesis. Los padres manifiestan su interés y puntos de vista.

 

- Formación

Todos los educadores necesitamos formamos. En muchos aspectos, esta formación

puede ser conjunta.

 

- Colaboración

      Los padres pueden participar en las sesiones de catequesis. Los catequistas pode­mos hacerlo en las reuniones de padres.

 

- Participación

Son los padres los que imparten la catequesis. Nosotros les ayudamos en esa tarea.

 

- Celebración

Necesidad de que en las celebraciones catequéticas participen también los padres.

Conveniencia de preparar celebraciones especiales para los padres.

 

Ø  . Como resumen podemos decir:

*.  Nada sin familia: es mejor obtener poco con la familia que mucho sin ella.

*. Nada sin la parroquia: sin ella la educación perdería la dimensión comunitaria de

la fe.

 

Juntos padres y catequistas, debemos hacer la catequesis de la comunidad.

 

3. Relaciones catequistas-sacerdote

 

a. Principios

- Sacerdote

*.  El sacerdote, por el sacramento del orden, hace presente y visible, en la comuni­dad, el servicio de Cristo.

 

*   . Entre los múltiples deberes de su ministerio, el sacerdote ha de conceder priori­dad al ministerio de la Palabra.

*   . El sacerdote, enviado por el Obispo y cooperador suyo, garantiza con su presen­cia la comunión eclesial.

 

*.  El ministerio del sacerdote desempeña un papel fundante. Ellos son los maestros de la fe en el pueblo de Dios y para el pueblo de Dios.

 

- Catequistas

*.  El sacerdote no agota el ministerio de la palabra. Necesita de los catequistas pa­ra el servicio de la educación de la fe.

*.  Los catequistas no ejercen una labor de segundo orden, de grado inferior.

 

- Complementariedad

*.  En la Iglesia todos los ministerios son importantes. Lo que hay que buscar es una mutua relación y complementariedad.

 

b. Realidad de esta relación

Ø  . La situación del sacerdote ante los catequistas puede ser múltiple y variada por muchas causas'. Así tenemos:

    - El que tiene catequistas, pero no escucha sus sugerencias, no las tiene en cuenta.

 

- El que entorpece la catequesis porque no se fía de los catequistas.

- El que deja que los catequistas hagan lo que quieran. Él no interviene en nada. Se muestra pasivo.

 

- El que impulsa y anima. Ve a los catequistas como responsables. - El que los deja a su aire y no se preocupa de su formación.

- El que impone siempre su opinión. Se hace sólo lo que él manda. - El que prepara con ellos la catequesis.

- El que reparte responsabilidades y coordina.

 

- El que se siente catequista-animador. Es el catequista de los catequistas.

 

c. Exigencias de esta relación: la colaboración

Ø  . Las relaciones entre catequistas y sacerdotes han de plantearse en términos de complementariedad. Esta vinculación recíproca no nace de una simple simpatía hu­mana, sino de la fe.

- «La catequesis queda seriamente dañada si el grupo de catequistas seglares no re­conoce el servicio específico del sacerdote en la comunidad» (CF 41).

 

- «La acción catequética puede también fracasar si el sacerdote, por su parte, no re­conoce el servicio de los laicos o se inhibe frente a ellos» (CF 41).

 

d. Formas de colaboración

- Por parte de los sacerdotes

*.  Reconocer y promover sinceramente la vocación y dignidad de los catequistas y el papel que desempeñan en la misión de la Iglesia.

*. Escuchar con gusto y fraternalmente sus opiniones, aceptando su experiencia y

competencia en la acción catequética.

 

*.  Descubrir, con el sentido de la fe, los múltiples carismas de los catequistas y re­           partir responsabilidades.

*.  Encomendar tareas dejándoles libertad e iniciativa.

*. Facilitar la formación y maduración de los catequistas en las distintas dimensio­nes: humana, doctrinal, pedagógica y espiritual.

*.  Procurar la unidad y coordinación en la comunidad eclesial.

 

- Por parte de los catequistas

*.  Profesar a los sacerdotes un amor y respeto filial.

*.  Hacerles saber, con libertad y confianza, sus necesidades y deseos.

*.  Manifestar, con sencillez, su parecer sobre todo lo referente a la acción catequé­tica.

 

*.  Ayudar a los sacerdotes en su tarea, con espíritu fraternal, para un mejor desa­rrollo de la catequesis.

*. Aceptar, con cristiana obediencia, lo que los sacerdotes disponen como maestros de la fe.

 

4. Relaciones catequistas-catequistas

a. Principios

- El grupo catequético: una exigencia de eficacia

*. Los catequistas, quizá debido a la inexperiencia y falta de formación, descubri­mos como camino de superación el reunimos con los demás y planteamos todo lo re­ferente a la catequesis. Por eso «el testimonio de unión fraterno que el grupo mani­fieste es un factor decisivo en la tarea catequizadora de la comunidad» (CF 73).

 

- El grupo de catequistas: una exigencia de fe

*.  El hecho asociativo no deriva fundamentalmente de la eficacia de la acción, sino de la Palabra de Dios. Los catequistas descubrimos el grupo como una realidad de fe. El grupo es el «lugar» donde percibimos la llamada de Dios, el «espacio» donde pro­fundizamos y maduramos nuestra propia fe, el «camino» en el que asumimos el com­promiso de responder con la palabra y el testimonio de la vida a las exigencias de la fe.

 

- El grupo de catequistas: una exigencia comunitaria

*.  Antes de anunciar la Palabra e invitar a formar comunidad, formamos, nosotros mismos comunidad. Por eso, el grupo de catequistas ha de formar «una verdadera co­munidad de discípulos del Señor que sirva de punto de referencia para los catequi­zandos» (CF 42).

 

b. Realidad de esta relación

- Es una realidad plural

*.  Se dan situaciones muy dispares y diversas. Hay comunidades donde toda esta realidad está planteada y se va consiguiendo en mayor o menor grado. Pero hay tam­bién manifestaciones negativas o deficientes que delatan aislamiento, separación y, a veces, oposición entre los catequistas.

 

- Es una realidad deseada

*. Fácilmente se descubre la exigencia de esta relación. Muchas veces se plantea,

se pide, se busca.

 

- Es una realidad difícil de conseguir

*.  Las causas pueden ser muy diversas: la falta de tiempo por las ocupaciones, la comodidad ante las exigencias, el ser grupo con catequistas muy jóvenes o que están empezando, las incomodidades típicas del mundo rural, la falta de un buen animador.

 

 

 

c. Exigencias de esta relación: Trabajo en equipo

*.  Los catequistas somos conscientes de que tenemos una tarea común que hemos de realizar con pleno sentido de corresponsabilidad y colaboración. En el grupo, to­dos los catequistas nos sentimos responsables y miembros activos. Pero es muy im­portante también la presencia y función de un animador.

 

 

 

 

 DISTINTOS GRUPOS DE CATEQUISTAS·         = EL ANIMADOR

CATEQUISTA

COORDINADOR

COORDINADOR

RESPONSABLE

RESPONSABLE

ANIMADOR

COORDINADOR

DE GRUPO

DE NIVEL

DE SECTOR

FORMACION

ACTIVIDADES

LITURGIA

GENERAL

Anima la

Coordina a

De adultos,

Favorece y

Actividades

Cuida las

Coordina

catequesis

los

jóvenes o

anima la

complementarias.

celebraciones

toda la

De un grupo.

catequistas

infancia.

formación

 

 

catequesis

 

de ese nivel.

 

 

 

 

de la

 

 

 

 

 

 

comunidad.

 

d. Formas de colaboración

Los aspectos en los que se puede manifestar esta colaboración pueden ser estos:

 

- A nivel humano

*.  Es fundamental crear, en el grupo, un clima de relaciones positivas. Los cate­quistas somos diferentes en edad, mentalidad, formación... Es necesario crear un cli­ma de amistad y fraternidad, de acogida y respeto. Suelen ser importantes: algunas fiestas, meriendas, salidas, convivencias...

 

- A nivel de trabajo

*.  Programar y planificar la catequesis que se va a desarrollar.

- Preparar los temas de cada sesión de catequesis y las celebraciones

- Programar actividades complementarias de tipo cultural y festivo.

- Revisar y evaluar la catequesis. Revisar y evaluar la marcha y el clima del grupo.

- Favorecer y motivar la participación en los diversos cauces de formación.

- Realizar encuentros con otros grupos de catequistas para compartir diversas ex­periencias.

 

- A nivel de fe

*.  Compartir la fe y la vida. Antes de catequizar a los demás, debemos hacer nuestra propia catequesis para así ser testigos de lo «visto y oído».

*.  Reflexionar sobre nuestra vocación y misión, para descubrir la llamada de Dios, radicada en el Bautismo e inserta en la Iglesia.

*.  Orar y celebrar juntos para alabar y dar gracias al Señor con el convencimiento de que el Espíritu actúa en nosotros y en el grupo de catequizandos

 

PISTAS DE REFLEXIÓN

Ø  . Estamos de acuerdo con esta afirmación: «Todos somos catequistas»? ¿Por qué?

Ø  . Relaciones catequistas-padres.

l. ¿Cómo son, en la realidad de tu comunidad, estas relaciones? ¿Cuáles son las causas de

esa situación? ¿Qué consecuencias trae para la educación?

 

2. Supuesta la exigencia de la colaboración.

- Dialogamos sobre la originalidad de la catequesis familiar.

- ¿Estamos' de acuerdo? ¿Qué añadiríamos? ¿Qué suprimiríamos? ¿Por qué?

   - Dialogamos sobre la originalidad de la catequesis parroquial.

3. ¿Qué opinas de las «formas de colaboración? ¿Las crees reales? ¿Son posibles? ¿Qué dificultades podría haber para realizarlas?

 

4. ¿Qué vamos a hacer, en concreto, en nuestra comunidad para mejorar las relaciones entre catequistas y padres?

Ø  *.  Relaciones catequistas-sacerdote.

1. ¿Crees necesaria esta colaboración? ¿Por qué?

2. Analizamos el papel del sacerdote en la catequesis.

 

- ¿Cómo es? ¿Cómo debiera ser?

3. ¿Cómo lograr una mejor colaboración?

 

- ¿Qué le pediríamos a los sacerdotes?

- ¿Qué nos pedirían los sacerdotes?

 

Ø  . Relaciones catequistas-catequistas.

1. ¿Crees importante esta relación? ¿Por qué?            

2. ¿Cómo es en la realidad?

- Aspectos positivos.

- Aspectos negativos.

3. ¿Cómo mejorar esa colaboración a los distintos niveles? ¿Qué dificultades encontramos para ello?

4. Oración: Oramos por una mayor colaboración entre todos los educadores.

 


CONCLUSIÓN

Después de todo lo expuesto, podemos afirmar con rotundidad que el artífice principal de toda renovación en la catequesis es y será siempre la persona del catequista. Bien está el afán por nuevas normas, nuevos métodos y técnicas. Pero todo esto requiere una perso­na que sepa manejarlos con un alma nueva, con una nueva mentalidad y un nuevo modo de ser.

El catequista ha de ser una persona de Dios, pero muy próxima a todos los hombres y consagrada a su servicio; abierto al cambio como testimonio de la Iglesia que se renueva a lo largo de los tiempos; un educador que camina resueltamente hacia el futuro con opti­mismo y voluntad de progreso; un agente de cambio social para transformar el mundo en el Reino de Dios.

Pero lo más importante es su vida de unión con Dios. Sin ella todo lo demás es muy acci­dental. La fidelidad a la llamada ha de ser mayor que el cansancio y la fatiga.

Es necesario que el catequista redoble su fe, no rehuya la llamada, sea consciente de que los hombres, la Iglesia y Cristo tienen necesidad de él. Sólo un catequista que camine por estos senderos y con estas actitudes podrá realizar una catequesis que posibilite que la Palabra de Dios, depositada en la Iglesia, sea salvación para todos los hombres.