25 April 2024
 

 

 

 

MARIA ES CORREDENTORA

¿Encontramos en las Escrituras sustentación para el dogma propuesto de "María Co-redentora, Mediadora de todas las Gracias y Abogada"

La Redención

La salvación de la humanidad fue lograda por el único Hijo de Dios, Jesucristo. La Pasión y Muerte de Cristo, nuestro único Redentor, no sólo fue un pago suficiente sino "superabundante" para la culpa humana y su consecuente deuda de castigo. Pero Dios quiso que este trabajo de salvación fuera logrado a través de la colaboración de una mujer, si bien respetando siempre su libre voluntad. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de Mujer"(Gálatas 4).

Co-redentora en las Escrituras

                Penetrando en las Escrituras está la revelación de Dios que involucraría, en su plan de redención, primero y antes que nada, la colaboración de dos personas: la "mujer" y su "linaje". Esto está revelado en el libro del Génesis: "Pondrá enemistad entre tú y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: ella te aplastará la cabeza..."

(Génesis 3:15), Este pasaje de la Escritura prefigura a María con su divino Hijo, en la promesa de la victoria sobre la serpiente. Revela la voluntad de Dios de que la "mujer" comparta el mismo "enemigo" (oposición absoluta), entre ella misma y la serpiente, al igual que lo hace su linaje", Jesucristo. Esta gran lucha y victoria sobre la serpiente prefigura el trabajo divino de la redención llevada a cabo por Jesucristo, con la íntima colaboración de la Madre del Redentor en este trabajo Salvífico.

Esta "colaboración" o "cooperación" o "participación" de la Madre de Jesús con su Hijo en el trabajo redentor de salvación, está mencionado en la Iglesia como "corredención Mariana", o más específicamente, María está mencionada como "la Co-redentora con el Redentor". Siempre permanece como una participación secundaria y subordinada, y nunca la pone en un nivel de igualdad con el único Redentor, Jesucristo, ni tampoco quita absolutamente nada de la gloria de su Hijo. Dios escogió dar al hombre sus atributos y sus tareas. Dios es infinito, el compartir de si mismo no reduce su gloria, más bien le permite brillar más esplendorosamente

EL ADVIENTO DE MARIA
(Madre Adela Galindo, fundadora SCTJM)


El Adviento de la Virgen María está marcado por las tres grandes virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.

L
A FE DE LA VIRGEN MARIA:

                La Fe es la virtud por la cual creemos firmemente en las verdades que Dios ha revelado. "La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la certeza de las realidades que no se ven" (Hebreos 11,1)
                La fe es una virtud dada por Dios directamente en el alma. Pero hay que alimentarla y hacerla madurar a través de nuestros actos de obediencia y confianza. Creer nunca ha sido fácil, ya que siempre implica una renuncia a las medidas propias para aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras.

                La Virgen Santísima, tuvo una fe ejemplar. No ha existido criatura alguna que se pueda comparar a la fe de Nuestra Madre, ya que su vida requirió de su corazón una fe heroica capaz de poder responder en plenitud al misterio al cual se le llamó y en el cual siempre viviría. Según el Evangelista San Lucas, la Virgen María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe.


La fe de María en la Anunciación:

                Desde el saludo: "Ave, llena de gracia, el Señor está contigo"(Lucas 1,18), requiere fe pues el ángel le presentaba toda una identidad de la que ella no estaba consciente. Es por eso que leemos que María se turbó ante aquellas palabras. La razón es porque el ángel la invita a darse cuenta de lo privilegiada que había sido por Dios y de lo sublime que era la elección de Dios hacia ella. Solo la fe le permite aceptarse por lo que el ángel le dice que es en el plan de Dios: La llena de gracia. La fe de María la lleva a aceptar con humildad el misterio de su propio ser, ya que ella es situada en un lugar singular para una criatura humana.


                Fe para creer que su Hijo, sería llamado hijo del Altísimo. El Dios hecho hombre, la Palabra encarnada.  La pregunta de María: "¿y cómo será esto pues no conozco varón?" no es una duda, o falta de fe, sino como muchos padres de la Iglesia concuerdan en decir, María aparentemente había hecho un voto de virginidad y aunque estaba desposada con José de hecho no intentaba romper su voto. Y es por eso la pregunta, pues ella debía oír de Dios como se daría esta concepción siendo ella virgen, ya que humanamente su maternidad era imposible. Pero es precisamente este camino de la imposibilidad el que Dios elige para demostrar que en realidad para Dios todo es posible.

                La fe se convierte para María en la única medida para abrazar no solo su propio misterio, sino el de su mismo hijo: un puro don que Dios le ha dado no para su gozo o su exaltación, sino para el bien de todos. Las palabras con que la Virgen María da su asentimiento: "Hágase en mi según su palabra", nos revelan la consciente aceptación de su función, ante el desafío de una realidad y de un conjunto de acontecimientos que están mas allá de la medida de la inteligencia, y los pensamientos humanos. Y esta respuesta solo la pudo dar un corazón lleno de fe.

                "He aquí la esclava del Señor" esta es una profunda confesión de humildad y obediencia, pero sobre todo de confianza total en la palabra de Dios que, precisamente porque no encontrara el mas mínimo obstáculo o una sombra de vacilación en el corazón de María, se convertirá de manera absoluta en palabra creadora. ("la Palabra se hizo carne"). Ella creía tanto en la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno virginal. Si tuvieran fe como grano de mostaza, nos dijo el Señor, dirían a las montañas muévete y se moverían. Que clase de fe la de María Santísima que alcanzó ese inexplicable milagro: una concepción virginal....


S. Agustín, dice: "ella concibió primero en su corazón (por la fe) y después en su vientre"
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                María escucha plenamente, acoge y medita dentro de su corazón, para dar fruto. Esta palabra, que requiere fe, disponibilidad, humildad, prontitud, es aceptada tal como se deben acoger las cosas de Dios. En María debemos reconocer las palabras de Jesús: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Luc 11,27) Por lo tanto, la maternidad de María no es solo ni principalmente un proceso biológico. Es ante todo el fruto de la adhesión amorosa y atenta a la palabra de Dios.


Cuando María dijo: "Hágase en mi según su Palabra", dio su consentimiento no solo a recibir al Niño, sino un sí a todo lo que conllevaba el ser la Madre del Salvador. Este consentimiento de María pone de relieve la calidad excepcional de su acto de fe. Fe: es ante todo conversión, o sea, entrar en el horizonte de Dios, en la mente de Dios, en los pensamientos de Dios y de sus obras.

MARÍA OFRECIÓ SU COLABORACIÓN ACTIVA

para que Dios pudiera hacerse hombre

Audiencia General, Juan Pablo II

Miércoles, 26 de Diciembre 1997

1. "Bienaventurada tú, que has creído!" (Lucas 1, 45). La primera bienaventuranza que se menciona en los evangelios está reservada a la Virgen María. Es proclamada bienaventurada por su actitud de total entrega a Dios y de plena adhesión a su voluntad, que se manifiesta con el "si" pronunciado en el momento de la Anunciación.

Al proclamarse la "esclava del Señor" (Aleluya, consultar: Lucas 1,38), María expresa la fe de Israel. En ella termina el largo camino de la espera de la salvación que, partiendo del jardín del Edén, pasa a través de los patriarcas y la historia de Israel, para llegar a la "ciudad de Galilea, llamada Nazaret" (Lucas 1, 26). Gracias a la fe de Abraham, comienza a manifestarse la gran obra de la salvación, gracias a la fe de María, se inauguran los tiempos nuevos de la Redención.

En el pasaje evangélico de hoy hemos escuchado la narración de la visita de la Madre de Dios a su anciana prima Isabel. A través del saludo de las respectivas madres, se realiza el primer encuentro entre Juan Bautista y Jesús. San Lucas recuerda que María "fue aprisa" (consultar: Lucas 1, 39) a casa de Isabel. Esta prisa por ir a casa de su prima indica su voluntad de ayudarle durante el embarazo, pero sobre todo, su deseo de compartir con ella la alegría por la llegada de los tiempos de la salvación. En presencia de María y del Verbo encarnado, Juan salta de alegría e Isabel se llena del Espíritu Santo (consultar: Lucas. 1,41).

2. En la Visitación de María encontramos reflejadas las esperanzas y las expectativas de la gente humilde y temerosa de Dios, que esperaba la realización de las promesas proféticas. La primera lectura, tomada del libro del profeta Miqueas, anuncia la venida de un nuevo rey según el corazón de Dios. Se trata de un rey que no buscara manifestaciones de grandeza y de poder, sino que surgirá de orígenes humildes, como David, y como el, será sabio y fiel al Señor. "Y tu, Belén, (…) pequeña, (…) de ti saldrá el jefe" (Miqueas 5, 1). Este rey prometido protegerá a su pueblo con la fuerza misma de Dios y llevará la paz y seguridad hasta los confines de la tierra (consultar: Miqueas  5, 3). En el Niño de Belén se cumplirán todas esas promesas antiguas.

LA VIRGEN MARIA COOPERADORA EN LA REDENCION

JUAN PABLO II

No basta que tengamos un tierno amor a María Santísima y multipliquemos nuestras devociones y actos piadosos. También es necesario que progresemos en el conocimiento de lo revelado en la Biblia y en lo que enseña la Iglesia acerca de María. Debemos fundamentar bien nuestras devociones marianas y saber expresar las razones que tenemos para creer en María y su cooperación en la Redención de Cristo.

1) Debemos releer el Evangelio muchas veces, porque son muchas las páginas que nos hablan de María y de lo que hizo y lo que dijo. Así leemos en Lucas 1,28, cómo el ángel la llama "Llena de gracia" (lo cual quiere decir llena de bendiciones y favores divinos, como a ninguna otra persona se la llama en el Evangelio). Es interesante señalar aquí que últimamente las Sociedades Bíblicas (protestantes) también han utilizado la expresión llena de gracia " y no como antes "favorecida de Dios" para designar a María. También leamos en Lucas 1, 42, cuando Isabel llama a María "Bendita entre todas las mujeres", y además le dice "Feliz de ti por haber creído". Por fin, citemos aquel momento tan especial en la Redención de Cristo, cuando este, desde la Cruz, donde estaba ya muriendo por toda la humanidad, se dirigió a María, que estaba al pie de la cruz y le dio un título grandioso diciéndole "Mujer, aquí tienes a tu hijo" (ver Juan 19, 27).

2) Para entender el oficio de cooperadora en la Redención, debemos atender a las enseñanzas de la Iglesia. Atender a las tradiciones más antiguas, porque desde siempre, los cristianos tuvimos amor a María y la reconocimos como cooperadora. Atender a las recientes enseñanzas del Concilio, de los Papas y del Catecismo Católico que fue publicado en 1992. Por ejemplo, el Papa Pablo VI publicó una Carta titulada "Marialis cultus" y el Papa Juan Pablo II publicó la "Redemptoris Mater".

3) El principal documento del Concilio Vaticano II se titula "Lumen gentium" y trata sobre la Iglesia. En el capítulo VII, trata de las relaciones entre la Iglesia de la tierra y la del cielo; y en el siguiente capítulo VIII, trata sobre la santa que sobresale en el cielo, diríamos "la número uno en santidad" que es María de Nazaret, madre de Jesús y esposa virginal de José el carpintero. Ella, redimida de un modo eminente en atención a los futuros méritos de su Hijo, enriquecida con la máxima dignidad: la de ser Madre de Dios, hija del Padre y esposa del Espíritu Santo.

4) El párrafo 969 del Catecismo de la Iglesia Católica, enseña: "La maternidad de María perdura sin cesar... no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos, con su múltiple intercesión, los dones de la salvación eterna... Por eso es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora"; y agrega, siempre citando al Concilio Vaticano II "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia... Ninguna criatura puede ser puesta jamás al mismo nivel de Cristo, pero la única mediación de Cristo no excluye, sino que suscita en sus criaturas una colaboración distinta que participa de la única fuente de salvación que es Cristo".

 

MARIA AL PIE DE LA CRUZ, PARTICIPA DEL DRAMA DE LA REDENCION

Juan Pablo II: Audiencia general, miércoles 2 de abril de 1997

1. Regina caeli laetare, alleluia!

Así canta la Iglesia durante el tiempo de Pascua, invitando a los fieles a unirse al gozo espiritual de María, madre del Resucitado. La alegría de la Virgen por la resurrección de Cristo es más grande aún si se considera su íntima participación en toda la vida de Jesús.

María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del ángel Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías, comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. Su participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en el episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años, sino también durante toda su vida pública.

Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Cristo culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte del Redentor. Como testimonia el cuarto evangelio, en aquellos días ella se encontraba en la ciudad santa, probablemente para la celebración de la Pascua judía.

2. El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia de la Virgen en el Calvario, recordando que "mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (Lumen Gentium, 58), y afirma que esa unión "en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (el mismo, 57).

Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, nos detenemos a considerar la adhesión de la Madre a la pasión redentora del Hijo, que se realiza mediante la participación en su dolor. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la Resurrección, al pie de la cruz, donde María "sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima" (el mismo, 58).

Con estas palabras, el Concilio nos recuerda la "compasión de María", en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo.

Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimiento que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptación pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a su Hijo como "víctima" de expiación por los pecados de toda la humanidad.

Por último, la Lumen Gentium pone a la Virgen en relación con Cristo, protagonista del acontecimiento redentor, especificando que, al asociarse "a su sacrificio", permanece subordinada a su Hijo divino.

 

 

MARIALIS CULTUS


Exhortación Apostólica de S.S. Pablo VI
, 1974

 

El culto a la Virgen nos garantiza la santidad de vida

La devoción de la Iglesia hacia la Santísima Virgen pertenece a la naturaleza misma del culto cristiano. La veneración que siempre y en todo lugar ha manifestado a la Madre del Señor, desde la bendición de Isabel hasta las expresiones de alabanza y súplica de nuestro tiempo, constituye un sólido testimonio de cómo la «lex orandi» (el culto) es una invitación a reavivar en las conciencias la «lex credendi» (la fe). Y al contrario: la «lex credendi» de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana la «lex orandi» en relación con la Madre de Cristo.

El culto a la Virgen tiene raíces profundas en la Palabra revelada y sólidos fundamentos en las verdades de la doctrina católica, tales como:

La singular dignidad de María, Madre del Hijo de Dios y, por lo mismo, Hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo; por tal extraordinaria gracia aventaja con mucho a todas las demás criaturas, celestiales y terrestres;

Su cooperación incondicional en momentos decisivos de la obra de la salvación llevada a cabo por su Hijo;

Su santidad, que ya era plena en el momento de su concepción inmaculada y que, no obstante, fue creciendo más y más a medida que se adhería a la voluntad del padre y recorría el camino del sufrimiento, progresando constantemente en te, esperanza y caridad;

Su misión y el puesto que ocupa, único en el Pueblo de Dios, del que es al mismo tiempo miembro eminente, ejemplar acabado y Madre amantísima;

Su incesante y eficaz intercesión, mediante la cual, aun habiendo sido asunta al cielo, sigue mostrándose cercana a los fieles que la suplican y aun a aquellos que ignoran que realmente son hijos suyos;

Su gloria, en fin, que ennoblece a todo el género humano, como lo expresó maravillosamente el poeta Dante: «tu eres aquella que ennobleció tanto la naturaleza humana, que su Creador no desdeñó convertirse en hechura tuya»; en efecto, María pertenece a nuestra estirpe como verdadera hija de Eva, aunque ajena a la mancha de la madre, y verdadera hermana nuestra, que ha compartido en todo nuestra condición, como mujer humilde y pobre.

El culto a la Virgen tiene su razón última en el designio insondable y libre de Dios, el cual, siendo amor eterno y divino, lleva a cabo todo según un designio de amor: la amó y obró en ella maravillas; la amó por sí mismo, la amó por nosotros; se la dio a sí mismo y nos la dio a nosotros.