20 September 2024
 

19 Diciembre  2012.  Cuando se habla de reliquias en general, afirma Raymond Zambelli, conviene descubrir que éste es un fenómeno antropológico, universal, y que se remonta a los orígenes del hombre. Cuando, cada año, millones de hombres y de mujeres de todas las culturas y de todas las condiciones sociales se reúnen en los cementerios, lo hacen delante de las reliquias, es decir, de los restos mortales de sus allegados, y rezan, recuerdan y están en comunión con ellos por el pensamiento, el corazón y la plegaria. 

Autor:  Jorge López Teulón.  Fuente, religión en libertad.

La Iglesia, experta en humanidad -según la hermosa expresión de Pablo VI-, ha respetado siempre la costumbre de recogerse y de rezar en presencia de los restos mortales de las personas que hemos conocido y amado. Esta práctica, presente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, perdura hasta hoy. Los hombres no somos sólo espíritu, y por eso tenemos necesidad de signos. Precisamente, las reliquias de los santos son consideradas como signos, muy pobres y muy frágiles, de lo que fueron sus cuerpos.   

En presencia de las reliquias podemos evocar más fácilmente su condición humana: con sus cuerpos, los santos pensaron, actuaron, rezaron, sufrieron y experimentaron la muerte. De estos signos tan pobres se sirve Dios para manifestar su presencia y hacer brillar su poder y su gloria, ya que es Él quien obra por medio de ellos. Estamos, pues, ante una lógica distinta a la del mundo; estamos ante la lógica de Dios, tan desconcertante para nuestros pobres espíritus.

La veneración a las reliquias comenzó a la par que el culto a los mártires, durante el período de las persecuciones, en las catacumbas (cementerios donde eran enterrados los cristianos). En ese lugar se sentían más protegidos para celebrar la Eucaristía y también allí guardaban, celosamente, para la veneración de los fieles las reliquias de aquellos que habían sido martirizados. Esta veneración de los restos se fue ampliando en la Iglesia a todos los que de, una manera u otra, se los consideró “santos”.

Cuando se consagra un altar, en su base se pone la reliquia de un santo, si son mártires mejor aún. El altar es donde se realizala Eucaristía, que es banquete y sacrificio, el culmen de la vida cristiana. Los santos alcanzaron esa plenitud del amor de Dios participando del sacrificio eucarístico. Las reliquias están relacionadas entonces con la liturgia, la cual no es algo sólo de esta tierra sino que está conectada con la liturgia celestial.

No es nada más que una consecuencia lógica que también otras iglesias quisieran tener estos signos de estar unidas a la fe de los mártires y de los santos. Se desarrolló la costumbre de compartir con las comunidades que no tenían tumbas de los santos enviándoles algunas reliquias. Estas fueron encerradas en la piedra o la madera del altar mayor.

Hoy en día el ritual prevé que el altar es consagrado por el obispo. Y en el lugar donde sobre el altar descansan generalmente los signos eucarísticos del cuerpo y la sangre de Cristo se ha abre una cavidad donde el obispo deposita las reliquias que luego son cubiertas con una piedra lisa de manera que forma un nivel plano con la mesa del altar. Esta piedra es fijada con argamasa. Todas las iglesias consagradas cuentan con reliquias en el altar mayor.

El porqué de las exhumaciones

El reconocimiento canónico realizado para la exhumación responde a la histórica responsabilidad de garantizar, a través de procedimientos adecuados, una prolongada conservación del cuerpo de nuestro santo para permitir también a las generaciones que tendrán la posibilidad de venerar y custodiar sus reliquias.

Aunque normalmente la exhumación se hace en las fechas más próximas a la beatificación, en orden a que los restos puedan ser venerados. A veces se exhuma, previamente a la beatificación, el cadáver del candidato para su identificación por el obispo local. El examen se realiza únicamente para fines de identificación, aunque, si resulta que el cuerpo no se ha corrompido, tal descubrimiento puede aumentar el interés y el apoyo que recibe la causa.

Se cuenta, por ejemplo, que cuando se enterró en 1860 al santo obispo John Newmann, el cadáver no fue embalsamado. Un mes después, se abrió subrepticiamente la tumba y se halló el cuerpo aún intacto, y la noticia se difundió por toda Filadelfia. Su sepulcro se convirtió en una especie de santuario, las oraciones dirigidas a él se multiplicaron, y de esa manera, se divulgó la reputación de su santidad.

La Iglesia católica romana no considera un cuerpo incorrupto como señal inequívoca de santidad. Sin embargo, popularmente se sigue tomando como indicio de favor divino.

Existen tres clases de reliquias según el código canónico

Primera clase: son los restos del cuerpo del santo o beato. Generalmente incluyen: cabello (ex capelli), sangre (ex sanguine), huesos (ex ossibus) o carne (ex carne).

Segunda clase: son las pertenencias del santo o beato. Las reliquias más comunes en esta clase son las de sus vestimentas (ex indumentis).

Tercera clase: son los objetos religiosos que con fe han tocado una reliquia de primera o segunda clase.

Las reliquias nos sirven para recordar a todos nuestros santos y beatos. Es un recuerdo físico de una persona que vivió su vida para servir a Dios, y nos motivan a hacer lo mismo. La actitud que debemos tener frente a una reliquia es la de veneración y respeto. Nunca adoración, ya que solo a Dios se adora.

¿Qué errores debemos evitar cometer con una reliquia?

Creer que las reliquias tienen poder por sí mismas. Esto sería magia y superstición. Nuestra atención al venerarlas está en el santo.

Exagerar la importancia de las reliquias en la Iglesia. Las reliquias pueden ser una ayuda a la fe pero no son parte central de ella.

Despreciarlas o dudar que Dios pueda utilizar sus instrumentos escogidos para hacer milagros según sus designios. Ejemplo: ¿Acaso necesitaba Dios darle una vara a Moisés para hacer milagros? No. Dios no necesita ni de la vara ni de Moisés, pero Dios sí ha querido valerse de ambos. 

Finalmente, ¿quién expide una reliquia?

El postulador tiene el encargo de su Obispo para la distribución de las reliquias adjunto un documento que certifica que es auténtica. Para veneración pública de una reliquia, el código canónico requiere que tenga el certificado.

            Las reliquias de beatos y santos no se pueden comercializar, ni vender, pero es obvio que las “tecas” donde van colocadas, se han tenido que comprar, así como pagar el trabajo de colocar la reliquia en su correspondiente teca, cerrarla, lacrarla y sellarla, y por todo ello, se suele pedir un donativo, sin especificar cantidad.