FIN Y SENTIDO DEL MATRIMONIO
Fuente: Alfonso Llano Escobar, periódico El Tiempo, Colombia. 28 Agosto 2011
Fin es la meta que se propone el agente, sea natural, sea consciente y humano.
Sentido es el valor trascendente en que se inspira el yo de la persona.
El matrimonio, "unión estable entre un hombre y una mujer para amarse y respetarse durante toda la vida y para procrear responsablemente", es obra del Creador. "¿No habéis leído -les pregunta Jesús a los fariseos- que en la mente de Dios, desde un principio, está la ordenación del hombre y la mujer al matrimonio? Por lo tanto, dejarán a sus padres, vivirán bajo un mismo techo, se unirán en acto de amor, y ya no serán dos sino uno solo. Por tanto, el hombre no separe lo que Dios ha unido". Mateo 19,6. El acto conyugal viene entendido por Jesús como un acto de amor que hace de dos uno. Tal unión recibe de Dios la orden de crecer y multiplicarse.
De aquí vienen fin y sentido del matrimonio. La naturaleza de los esposos -anatomía, fisiología, psicología y todos los demás estratos de la personalidad de cada uno de los esposos- está ordenada por Dios hacia el fin de la procreación. Dios busca con la naturaleza del matrimonio la conservación de la especie, fin que deben entender y buscar los esposos conscientemente como meta de su vida, asumida libremente por ellos. Solo que ya hoy sabemos que los esposos poseen el derecho y el deber de regular su familia responsablemente.
Pero el matrimonio es algo más, mucho más, que un medio de la conservación de la especie. La evolución sexual a través de los siglos, al llegar a los seres humanos, deja de ser mera naturaleza para convertirse en una sexualidad racional, humana, ordenable a nobles metas.
Aquí es donde entra en juego el sentido del matrimonio, el amor unitivo que va a invitar a los esposos a buscar, desde el mismo día del matrimonio, sin límite en el horizonte del tiempo y del espacio, la unión amorosa que eleva la sexualidad a metas imprevistas y sublimes.
Por siglos, tanto el derecho romano como la enseñanza de la Iglesia católica orientaron el matrimonio a la procreación: era necesario poblar la Tierra de seres humanos, según el plan de su Creador.
Pero llegó el siglo XX, la Tierra empezó a quedar superpoblada, y el hombre, ayudado por la ciencia y la técnica, aprendió a regular la natalidad, para someterla al amor unitivo y responsable.
Un pensador alemán, Herbert Doms, teólogo y biólogo a la vez, captó con la ciencia y la teología el misterio del matrimonio y expresó genialmente en una obra publicada en 1932 con el título Acerca del fin y del sentido del matrimonio la admirable combinación entre sentido y fin de dicha unión, llamando fin a la procreación, buscada por la naturaleza, y sentido, al amor unitivo como meta espiritual que debían proponerse libre y generosamente los esposos a través de toda su vida. Como siempre, los científicos y teólogos de avanzada son víctimas de los temores e inseguridades de los vigilantes de la fe, y pusieron esta obra genial en el Índice de Libros Prohibidos. ¡Habrase visto! Pero la cárcel se hizo para los cuerpos, no para las ideas. Soportó con valentía y coraje los vejámenes de la censura y vio su obra coronada con el éxito en la Doctrina del Concilio Vaticano II, que adoptó su combinación de sentido y fin en la doctrina conciliar sobre el matrimonio. La procreación natural sometida a la vigilancia del amor unitivo y responsable. Los esposos son los que en última instancia deben formar en conciencia el juicio sobre el número de hijos: es su derecho y su deber (G et S 50), pero el amor, que nunca debe faltar, debe crecer indefinidamente, aunque ya se haya cumplido la tarea de la paternidad responsable.