17 March 2025
 

Fuente: Alfonso Llano Escobar, S,j.  16 Octubre 2011

Ya ningún pecador tiene derecho a dudar del amor de Dios. Ya ningún confesor tiene fundamento para hacer preguntas indiscretas, durante el sacramento de la reconciliación.

                Con este nombre se ofrece al público, desde que lo compró en un lote de pinturas y llevó a Rusia la Emperatriz Catalina, el cuadro del genial pintor holandés, del s. XVII, Rembrandt, en el mundialmente célebre museo del Hermitage, en San Petersburgo (Rusia). Lo inmortalizó el sacerdote holandés Henri Nouwen, con el bello libro que publicó en 1992, y hoy cuenta con 43 ediciones, después de pasar inspiradas horas ante la pintura de Rembrandt.

Desde el momento en que leí la obra de Nouwen cuelga de la pared de mi aposento una copia del cuadro, con la ilusión de viajar algún día al museo del Hermitage, para postrarme, como Nouwen, en oración ante él.

Nouwen hace del cuadro diversas interpretaciones, a cual más bella y original, pero le faltó una que me vino a la mente mientras me hallaba en oración ante el cuadro, "en mi cuerpo o fuera de él, no lo sé, Dios lo sabe", como dice san Pablo de su visión del misterio de Cristo (2 Cor 12,2) y que hoy quiero compartir con mis lectores.

Jesús es el 'Hijo Pródigo', que dejó la Casa paterna para convivir con los pecadores, como lo dice san Juan en su Evangelio: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" Jn 1,14. Su persona, rodando por caminos y veredas, por los rincones más oscuros y pecadores de pueblos y caseríos de Palestina, fue cargando con todas las miserias y pecados de los hombres, de tal modo que se cumplió la frase de san Pablo, la frase más audaz de todos sus escritos: "Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado, para que alcanzara el perdón de su Padre para todos sus hermanos pecadores" 2 Cor 5,21. Comió y bebió con pecadores, visitó la casa de publicanos, como Zaqueo, amó con ternura a María Magdalena, defendió a pecadoras y prostitutas, compartió la mesa de los pudientes y ricos, como Lázaro, Martha y María, y mil 'despilfarros' más de amor y generosidad, haciendo diario derroche de la herencia de su Padre. Vivió como un verdadero Hijo Pródigo, gastando y desgastándose por los demás, hasta sentir hambre, no tener donde reclinar su cabeza y venir a morir en una Cruz, en la miseria y el desamparo.

"Me levantaré y volveré a la Casa de mi Padre", resolvió este Hijo Pródigo, "para echarme en su regazo y solicitarle la bendición y el perdón para mis hermanos, los hombres". "Padre, le gritó lleno de esperanza y dolor, en tus manos encomiendo mi espíritu", y se volcó sobre el insondable seno paterno. Y Dios Padre lo abrazó y lo exaltó y lo vistió con el traje de la Divinidad y de la gloria. "Celebremos una fiesta, exclamó, una fiesta eterna para él y para toda la Humanidad".

Ya ningún pecador tiene derecho a dudar del amor de Dios. Ya ningún confesor tiene fundamento para hacer preguntas indiscretas, durante el sacramento de la reconciliación. En Jesús, el Padre está abrazando y perdonando a todos los pecadores de todos los tiempos, de todos los pueblos, de todas las edades, géneros y condiciones. Esas dos manos -curiosamente, una masculina y otra femenina, quizá figurando Rembrandt la doble dimensión de Dios, como padre y madre de todos sus hijos- están abrazando a todo pecador que regresa a la casa paterna. Dios hizo solidario a su Hijo con todos los pecadores del mundo y de todos los tiempos. El Padre, abrazando a su Hijo, está abrazando a cada uno de nosotros. Sintamos cómo ese abrazo infinito y caluroso del Padre llega hasta nosotros y nos invita a la confianza, a la alegría, a la entrega total y definitiva a Dios en la casa paterna.

Y, venga la fiesta. Comamos y bebamos, porque este Hijo nuestro estaba perdido y ha retornado a la casa del Padre; estaba muerto y ha vuelto a la vida.