¿Cómo hacer un programa de vida?
Autor: Germán Sánchez Griese |
No nos ha faltado ni buena voluntad, ni carácter. Lo que sucede es que hemos fallado en el método. Si queremos en verdad llegar a un verdadero cambio de vida , lo que necesitamos es descubrir nuestro defecto dominante, hacer un plan para atacarlo y poner manos a la obra. Esto se llama hacer un programa de vida, un verdadero programa para reformar nuestra vida y lograr ser un hombre o una mujer nueva. Es fácil, pero requiere de una técnica, de unas herramientas y de constancia en el trabajo.
Mírate en un espejo.
Sí, no tengas miedo. Hombre o mujer, joven o adolescente, ¿qué más da? Cuando tienes unos kilos de más, cuando quieres alcanzar una mejor figura, un mejor rostro, no te da pena y te miras al espejo. Ahí, frente a frente descubres lo que está bien, o eso que está mal. Y decides comenzar ¡cuánto antes, por favor! una dieta, un tratamiento de belleza o un régimen físico para estar y sentirte mejor. Y eso lo logras sólo si eres capaz de verte en el espejo y ver la realidad de las cosas.
Con la vida del espíritu sucede lo mismo. Debes mirarte en el espejo y contemplar a un hijo o una hija de Dios. Y debes ver el contraste. Esa imagen que ves en el espejo quizás no es la imagen ideal de un hijo de Dios. Contemplas una persona que puedas estar alejada de Dios o que está en camino de acercarse a él, pero ¿qué le hace falta? Te das cuenta que estás lleno de defectos, de actitudes que no corresponden a las de un buen cristiano. Vicios que se han arraigado con el tiempo y que forman ya parte de una personalidad, pero una personalidad que se aleja del camino de Dios. ¿Qué puedes hacer?
No puedes pasarte la vida entera frente al espejo y lamentar tu situación y decir simplemente: “Eso de ser hijo de Dos no es para mí”. No puedes conformarte con pensar que si Dios te hizo de esa manera deberás continuar así durante toda la vida. Esa es la historia de muchos católicos, que llamados a una vida mejor, a una vida de verdadera santidad, se conforman con ir tirando, con no ser malos y no son capaces de lanzarse a las alturas. Se parecen un poco al polluelo de águila, que herido a la mitad del camino, lo encuentra un campesino y lo lleva a su granja. Lo mete en el corral de las gallinas y espera un poco de tiempo a que se cure. El polluelo se adapta a la vida delas gallinas, come como las gallinas, hace todo igual que las gallinas. Y en el momento en que debe levantar el vuelo a las alturas, a mirar al sol de frente, no es capaz de hacerlo, se queda en tierra picando la tierra, buscando su alimento entre lombrices y granos de trigo.
Como católicos estamos llamados a alcanzar las alturas de la santidad: ¡ser santo! Así, entre signos de admiración. Esa imagen que debes contemplar en el espejo es la de un verdadero santo, la de una verdadera santa. En medio de la vida cotidiana, santificándote con tu esposa y tus amigos, con tus parientes, con tu novio en el antro, en todas partes. ¿Te miras al espejo y no te reconoces como santo?
Descubre tu defecto dominante.
Si no somos santos, no te disculpes ni busques pretextos. Hay un refrán que dice “cuando los defectos se inventaron, se acabaron los tontos”. Tu mismo podrías hacerme aquí una lista de pretextos: no soy santo porque no he sido llamado a la santidad, no soy santa porque no me dan los medios, no soy santo porque me da miedo, no soy santo porque otros no me dejan ser santo. Y así la lista podría seguir al infinito.
No te compliques y saquemos una conclusión: no eres santo porque no has luchado con inteligencia para alcanzar la santidad. Fíjate muy bien que he subrayado la palabra con inteligencia. Quizás después de un retiro espiritual, de unas jornadas de oración o de un taller de vida cristiana hayas sentido ganas de ser santo, de ser mejor, de acercarte más a Cristo. Eso es muy bueno. Querer es poder, alguien ha dicho por ahí. Pero... ¿has puesto los medios? No basta simplemente con querer. Hay que poner los medios. Y uno de los medios más importantes para ser santo es descubrir tu defecto dominante y trabajar por combatirlo.
Todos tenemos defectos que debemos atacar para conseguir la santidad: Yo me enojo muy pronto y pierdo el control de mí mismo, hay quien no puede ser caritativo con los demás porque está más allá de sus propias fuerzas, los hay que se quedan a mitad del camino de la santidad porque la pereza les paraliza del todo. Eso es normal. Decir que tenemos defectos equivale a decir que somos humanos, equivale a describir nuestra naturaleza, por lo cual no tiene nada de especial que en el camino de la santidad hayas encontrado esos defectos. Ahora bien, hay muchos defectos que combatir, ¿por cuáles debemos comenzar? Son muchos y de muy variada especie...
En la vida espiritual todos los defectos los podemos agrupar en dos grandes grupos: los defectos cuya raíz están en la soberbia y los defectos que tienen su raíz en la sensualidad. La soberbia no es más que sentirme yo el centro del universo, pensar que yo siempre tengo la razón y que todos deben obedecerme, creer que mi punto de vista es infalible. Algunas manifestaciones de la soberbia son: deseo de estima, vanidad, dureza de juicio, dureza en el trato con los demás, terquedad, altanería, impaciencia, autosuficiencia, desesperación, rencor, juicios, temerarios, envidia, crítica, racionalismo, respeto humano, individualismo, insinceridad, ira, temeridad en las tentaciones, apego a los cargos, desprecio de los demás, compararme con los demás, hacer distinción de las personas y no verlas a todas como hijos de Dios, vivir como si Dios no existiera haciéndolo a un lado en la propia vida, susceptibilidad, no saber escuchar, servirme de Dios y no buscar servirlo, ver a Dios más como señor y juez que como Padre y amigo.
De otro lado, tenemos los defectos cuya raíz va a la sensualidad que es poner nuestra comodidad como el valor supremo de nuestra vida. Algunas manifestaciones de sensualidad son: flojera, pérdida de tiempo, huida de todo lo que suponga sacrificio, concupiscencia de la vista y de la mente, sexualidad desordenada, excesos en el comer y en el beber, deseos desordenados de tener y de consumir, despilfarro, lecturas, conversaciones y espectáculos que fomentan la sensualidad y la vulgaridad.
Aquí tenemos los dos grandes pesos que nos impiden alcanzar la santidad: la soberbia y la sensualidad con una gama de manifestaciones. Cada uno de nosotros tiene manifestaciones de soberbia y de sensualidad. Un ejército no se gobierna lanzando batallones de infantería a diestra y siniestra. Se analiza el enemigo, tratamos de conocer sus armas, su potencial y se lanza el ataque enfocándolo a objetivos muy precisos. Lo primero que debemos hacer es conocer a nuestro enemigo: ¿con quién vamos a enfrentarnos? ¿Con la soberbia o con la sensualidad? No se trata de hacer un elenco exhaustivo de todas esas manifestaciones. Debemos combatir con inteligencia, ya lo hemos dicho. Hacer una lista de todas las manifestaciones que me alejan de Dios no tiene ningún caso. Se necesita descubrir la raíz de esas manifestaciones y lograr llegar a decir: “yo estoy alejado de Dios porque soy un soberbio con tales manifestaciones” o decir también: “yo no soy hija de Dios cuando me dejo llevar por mi defecto dominante que es la sensualidad con estas y estas manifestaciones”. ¿Cómo puedo llegar a esto?
Todas las noches, antes de acostarte, haz un pequeño balance y en una hoja escribe las fallas que hayas tenido en ese día. Debes ser muy sincero y no aparentar nada a ante nadie. Sé humilde y escribe: me enojé con mi hermano, no fui lo suficientemente paciente con mi esposa, se me fueron los ojos al ver tal o cual revista, no escuché a mi compañero de trabajo, traté de imponer mi punto de vista sin escuchar a los demás.
Después de hacer esa lista, cataloga cada una de las faltas, poniendo las letras “So” si han sido manifestaciones de soberbia o “Se” si han sido manifestaciones de sensualidad. Haz el propósito de revisarte todas las noches haciendo estas clasificaciones de faltas. Después de una semana habrás encontrado tu defecto dominante, pues tú mismo te darás cuenta si es la soberbia o la sensualidad la raíz de tus faltas más frecuentes. Seguirás siendo como todos los humanos teniendo defectos de soberbia o de sensualidad, pero habrás descubierto que uno de ellos es el que más te aleja de Dios.
Ahora, con tu defecto dominante ya conocido, será más fácil comenzar el camino de la santidad.
La clave del crecimiento interior
Fuente: Germán Sánchez Griese
La fuerza de voluntad es la facultad capaz de impulsar la conducta y dirigirla hacia un objeto determinado.
Antes de continuar hablando sobre el camino de nuestra santidad, permíteme que te presente un pequeño cuestionario. No te asustes. Este no es un curso universitario y no voy a calificar tus respuestas. Tú serás quien se califique. Debes responder este cuestionario con toda sinceridad y con toda calma. No te presiones, tómate tu tiempo, no tengo prisas. Pero insisto en la sinceridad. No tengas miedo de conocerte cada día un poco más.
Programa de crecimiento interior
Cuestionario.
1. ¿Llevé a cabo el balance del día, tratando de descubrir el defecto dominante? Sí____ No____
¿Por qué?
2. ¿Descubrí mi defecto dominante? Sí____ No____
¿Por qué?
3. ¿Ya tengo hecho mi programa de crecimiento interior?
Sí____ No____
¿Por qué?
4. ¿He revisado durante todas las noches mi programa de crecimiento interior, mediante las preguntas de control?
Sí____ No____
¿Por qué?
¿Qué conclusión has sacado de las respuestas a este cuestionario? Y por favor... he hecho estas preguntas no para descorazonarte sino simplemente para que te sirvan como guía en el camino de tu santidad.
Muchas veces nos sucede que comenzamos un camino nuevo. Como en el Año Nuevo o después de asistir a unas jornadas de oración, a un retiro o asistir a un evento significativo (la muerte de un ser querido, un accidente, el nacimiento de uno de nuestros hijos). Percibimos que Dios nos pide algo más, nos damos cuenta que no podemos seguir siendo los mismos y surge en nuestro interior el deseo de alcanzar la tan anhelada santidad. Pero... más tardamos en hacer ese propósito que en comenzar a quebrantarlo. Quizás te haya sucedido lo mismo con tu programa de reforma de vida. Analizaste tu defecto dominante, apuntaste sus manifestaciones, escribiste los medios, pasa el tiempo y te das cuentas que no avanzas. ¿Qué sucede? ¿No hay ilusión por cambiar? ¿No hay “campanas” en tu interior que te muevan a ser mejor, a alcanzar las metas que te propusiste? Puede ser que tengas esa ilusión, pero lo que ha faltado es fuerza de voluntad. Nos sucede lo que Ovidio expresaba en una frase latina que ha quedado esculpida para la eternidad: “Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor.”
Es dura esta frase, pero es muy cierta. Quieres alcanzar la santidad, pero no has podido. Quieres combatir tu defecto dominante que es el que te tiene atado y no te deja ser mejor. Ves el bien, estás de acuerdo con él, pero has seguido el camino del mal, has seguido siendo el mismo, no has logrado conquistar tus ideales. Ante todo calma, “Roma no se conquistó en un día”. Estás comenzando a combatir a un enemigo que ya se había convertido en un huésped permanente de tu corazón. ¿Y pretendes deshacerte de él de la noche a la mañana? No va a ser fácil, pero no será imposible. Lo que debes hacer es revisar que tal está tu fuerza de voluntad.
Muchas veces sucede que vislumbramos perfectamente lo que debemos hacer para alcanzar la santidad. La fe y la razón nos lo están diciendo: “Haz esto, no hagas lo otro” Y lo hemos consignado en nuestro programa de vida espiritual. Pero nuestros sentimientos nos pueden jugar una mala pasada y cualquier eventualidad nos desmorona. Desde los cambios de clima hasta los enojos más grandes nos hacen sentir mal. En una mañana lluviosa nos cuesta más trabajo estar de buenas y ceder el paso a todos, sonriendo de oreja a oreja. Si nos dejamos guiar por los sentimientos somos como una hoja en tiempo de vendaval. En un momento podemos estar en un prado verde, lleno de flores. Pero sopla el viento y nos lleva al techo de una casa. Vuelve a soplar y nos encontramos en medio de la suciedad más grande. Si nuestra vida gira al vaivén de las circunstancias y de lo más o menos sensibles que estemos o de la forma en qué percibamos dichos factores externos, no llegaremos muy lejos.
La fuerza de voluntad no es más que la facultad capaz de impulsar la conducta y dirigirla hacia un objeto determinado, contando siempre con dos ingredientes básicos: la motivación y la ilusión.
“El hombre es su voluntad”, ha dicho Rosmini, un escritor espiritual del siglo XIX. Y es cierto. Tú eres lo que te propongas. No lo que sueñes, no lo que te imaginas, no lo que tengas ganas. Necesitas un poco de ilusión para querer alcanzar tu meta. Necesitas también la motivación suficiente para seguir siempre cuesta arriba, como decían esos versos del escritor inglés Rudyard Kipling: “Aunque vayan mal las cosas, como a veces suelen ir. Aunque ofrezca tu camino, sólo cuestas que subir. Aunque tengas poco haber, pero mucho que pagar. Un descanso, si acaso debes dar, pero nunca desistir”.
Tener fuerza de voluntad no significa el no sentir las cosas, el no tener dificultades, ser un iluso que no se da cuenta de que las cosas a veces nos cuestan especialmente en el plano de la vida espiritual. La fuerza de voluntad es una facultad, es una capacidad que tiene el hombre y la debe cultivar. No es que unos hombres hayan nacido con más o menos fuerza de voluntad que otros. Como facultad que es se desarrolla con la repetición de actos. Como la fuerza física o la agilidad. Los atletas, los deportistas no nacieron con esa masa de músculos en sus pechos o con agilidad en sus piernas. La fueron desarrollando a través de unos ejercicios muy bien pensados. Con la fuerza de voluntad nos sucede lo mismo. Tenemos que desarrollar esa fuerza de voluntad todos los días, a través de la repetición de actos, algunas veces sencillos, otras veces difíciles.
El problema radica en el hecho de que no hemos sido capaces de desarrollar al máximo nuestra fuerza de voluntad. Si pudiéramos sacar una radiografía de nuestra voluntad, ¿cómo se encontraría? No voy a someterte a otro cuestionario, pero permíteme que te dé algunas pistas. ¿Eres capaz de seguir con fidelidad un horario, desde la mañana hasta la tarde? ¿Haces ejercicio con cierta regularidad? ¿Eres capaz de no escuchar la radio cuando vas en el coche? ¿Te desesperas muchas veces en un restaurante porque no te sirven la comida como a ti te gusta? ¿Un contratiempo insignificante es capaz de arrancarte lágrimas de rabia y disgusto y dejarte postrado, amilanado, triste o enojado por el resto del día?
Mejor no seguimos con las preguntas y te dejo a continuación unos tips para fortalecer tu voluntad. Podrán parecerte tontos o ingenuos. ¿qué tiene que ver el dejar de fumar a ciertas horas con mi defecto dominante? ¿En qué se relaciona el levantarme a la primera y no quedarme acurrucado en la cama durante diez quince o veinte minutos con mi pasión dominante? Decíamos que la voluntad es una facultad. Al desarrollarla a través de esos actos, la vamos preparando para combatir con mayor fuerza nuestro defecto dominante. Así como un futbolista ejercita su resistencia su fuerza a través de un campamento en la montaña, nosotros podremos ser más eficaces cuando combatamos nuestro defecto dominante si contamos con una voluntad fuerte, decidida, pronta a vencer nuestras inclinaciones más inmediatas.
Como te decía antes, es difícil el camino, pero no imposible. Te dejo esta lista para que la practiques y la integres a tu vida. Verás como en unos días serás diferente. NO tengas miedo. Nadie ha muerto por exceso de fuerza de voluntad. Sin embargo muchos se han quedado a medias en su camino a la santidad porque no han tenido una gran voluntad.
No me extiendo más. Te dejo la lista y nos vemos en el próximo artículo... si tienes la fuerza de voluntad para seguir leyéndome.
Tips para fortalecer tu voluntad.
1. Levántate a la primera, sin esperar a que suene dos veces el despertador.
2. No tomes alimentos entre comidas.
3. Deja de fumar durante ciertos días, o en ciertas horas.
4. No prendas el radio del coche durante ciertos días, o por lo menos después de haber conducido durante diez minutos.
5. Sé puntual en todos tus compromisos (aunque sepas que otras personas van a llegar tarde).
6. Revisa tu programa de reforma de vida todas las noches.
7. No tengas ni un minuto de ocio: habla por teléfono cuando sea necesario.
8. Propósito hecho, siempre cumplido.
9. Ten un horario en el día y no dejes nada a la improvisación.
Programa de crecimiento interior
Fuente: Germán Sánchez Griese
Luces que pueden ayudar al desarrollo del programa de crecimiento interior
Progreso de vida
Defecto dominante:
Principales manifestaciones:
Virtud a conquistar:
Luces
Decálogo para educar la voluntad.
1. Busca pequeños actos en los que puedas vencerte y luchar. Aunque caigas, levántate y vuelve a empezar.
2. Vence tus gustos y tus inclinaciones más inmediatas.
3. Mientras más motivación tengas, más fuerza de voluntad irás adquiriendo.
4. Fija para tu vida objetivos claros, precisos, bien delimitados y estables.
5. Busca en tu vida lo más arduo y difícil, por pequeño que sea.
6. Gobiérnate a ti misma: no te dejes llevar por enfados, sentimientos o estímulos primarios.
7. Incluye en tu vida la constancia en tus actos.
8. Busca una sana proporción entre los objetivos y metas de tu vida y los instrumentos que utilizas para obtenerlos.
9. Incorpora la fuerza de voluntad en todos tus quehaceres.
10. La educación de la voluntad no tiene fin.
Tips para fortalecer tu voluntad.
1. Levántate a la primera, sin esperar a que suene dos veces el despertador.
2. No tomes alimentos entre comidas.
3. Deja de fumar durante ciertos días, o en ciertas horas.
4. No prendas el radio del coche durante ciertos días.
5. Puntualidad en todos tus compromisos (aunque sepas que otras personas van a llegar tarde).
6. Haz las preguntas de control durante todas las noches.
7. No tengas ni un minuto de ocio: habla por teléfono cuando sea necesario.
8. Propósito hecho, siempre cumplido.
9. Tener un horario en el día, no dejar nada a la improvisación.
¿Cómo hacer un horario?
1. Hacer un elenco de las prioridades del día, de la semana, del mes:
a) Responsabilidades como madre o padre.
b) Responsabilidades como esposa (o).
c) Responsabilidades como hijo: hijo de familia e hijo de Dios.
d) Responsabilidades sociales.
2. Jerarquizar dichas prioridades y encuadrarlas en un horario.
3. Prever lo necesario en tiempo y medios para cumplir con dichas responsabilidades.
4. Fijar en la agenda un tiempo para la preparación y cumplimiento de mis prioridades.
5. Saber decir NO frente a los imprevistos no prioritarios.
6. Dedicar un tiempo a la formación personal.
7. Dedicar un tiempo a las preguntas de control.
Ejercicio dinámico para vivir el secreto de la felicidad.
1. Toma tu programa de crecimiento interior.
2. Medita en el hombre o mujer perfecto, imagen de Dios que llevas dentro de ti.
3. Proyecta esa imagen a tu vida actual y señala con una cruz o con una paloma el cumplimiento de las siguientes pautas de la felicidad y lo que puedes hacer para alcanzarla.
Guía rápida y sencilla para hacer de la oración una fuente de crecimiento interior.
1. Buscar el mejor lugar y el mejor momento para hacer la oración. Recordar que Dios habla en el silencio.
2. Buscar un texto adecuado para mi crecimiento interior. Un texto que me ayude a combatir mi defecto dominante: un libro de algún autor espiritual, el evangelio, algún libro sugerido por una persona avanzada en su crecimiento interior.
3. Ponerse en presencia de Dios. Saber que Dios me escucha y que está presente en la oración:
a) Acto de fe: creo Señor en ti. Ayúdame a seguir creyendo.
b) Acto de esperanza: confío en tu ayuda, en que me darás “el agua” de tu gracia para seguir creciendo interiormente.
c) Acto de caridad: te amo porque eres infinitamente bueno y porque a Ti solo debo amarte con todo mi ser.
4. Pedir la ayuda del Espíritu Santo para que me guíe y me ilumine en la oración.
5. Abrir el alma y aceptar cumplir la voluntad de Dios: “Señor, yo quiero cumplir tu voluntad”.
6. Leer el texto seleccionado en forma pausada, buscando que las palabras hablen a mi alma, más que a mi inteligencia.
7. Detenerme en el momento en que una idea ilumine mi alma o sienta que me ayuda en mi crecimiento interior.
8. Preguntarme: “¿Qué es lo que Dios quiere de mí?
¿Qué es lo que Dios quiere que haga?
¿Cómo puedo cambiar mi vida, de acuerdo a lo que he leído?”
9. Atrapar la gracia: identificar lo que tengo que hacer para cumplir con su voluntad.
10. Llevar la gracia a mi corazón: querer cumplir en el corazón lo que Dios me ha pedido.
11. Identificar los medios prácticos para llevar lo visto en la oración a la acción. Escribirlo, si es necesario.
12. Agradecer a Dios las gracias recibidas.
Diferentes cuestionarios para un programa de crecimiento interior
Cuestionario 1.
1. ¿Llevé a cabo el balance del día, tratando de descubrir el defecto dominante? Sí____ No____
¿Por qué?
2. ¿Descubrí mi defecto dominante? Sí____ No____
¿Por qué?
3. ¿Ya tengo hecho mi programa de crecimiento interior? Sí____ No____
¿Por qué?
4. ¿He revisado durante todas las noches mi programa de crecimiento interior, mediante las preguntas de control? Sí____ No____
¿Por qué?
Cuestionario 2.
1. ¿He cumplido con mi programa de crecimiento interior?
Sí____ No____
¿Por qué?
2. ¿Qué resultados prácticos, tangibles he obtenido con mi programa de crecimiento interior?
3. ¿Ya tengo hecho mi horario personal?
Sí____ No____
¿Por qué?
4. ¿Cumplí alguno de los tips de la formación de la voluntad? Sí____ No____ ¿Por qué?
¿Cómo han influido esos “tips” en mi conversión interior?
5. ¿Qué medios concretos voy a seguir poniendo para aprovechar mejor estas “Luces”?
Cuestionario 3.
1. ¿Cuál ha sido mi mayor descubrimiento durante la semana pasada al continuar trabajando en mi programa de crecimiento interior?
2. ¿Cuáles fueron las manifestaciones de mi defecto dominante en las que más trabaje durante la semana pasada?
3. ¿Puedo decir que ya se están comenzando a notar los frutos de mi conversión? ¿En qué aspectos?
a) Conmigo mismo:
b) Con mi esposo (a):
c) Con mis hijos:
d) Con mis amigos y con la sociedad en general:
4. ¿Qué frutos he obtenido de mi purificación interior? ¿Siento que ya tengo la fuerza de Dios (su gracia) para trabajar más fuertemente contra mi defecto dominante?
Cuestionario 4.
1. ¿Qué actos de amor, de caridad realice la semana pasada?
a) ¿Con mi esposa (o)?
b) ¿Con mis hijos?
c) ¿Con mis amigos, familiares, vecinos?
2. ¿Puedo decir que he aprendido en esta última semana a ya no girar en torno a mí, sino en torno a Dios y a los demás?
3. ¿Cuáles fueron los actos de caridad que cumplí con más dificultad?
4. ¿Cuáles fueron los actos de caridad que cumplí más fácilmente?
5. ¿Puedo decir que cada día me acerco más al hombre perfecto que Dios ha puesto en mí?
Cuestionario 5.
1. ¿He comenzado a hacer mi oración de acuerdo a la guía que me han dado? ¿Por qué sí o por qué no?
2. ¿He comenzado a experimentar los frutos de la oración? ¿Mayor paz y tranquilidad? ¿Fuerza para continuar con mi programa de crecimiento interior? ¿Luz para mi vida?
3. ¿He comenzado a “atrapar” las gracias de Dios en la oración? ¿Cuáles han sido las gracias que he recibido en la oración, durante la semana pasada?
4. ¿Cuáles han sido los obstáculos o las dificultades más grandes que he enfrentado para cumplir con mi oración? ¿Cansancio? ¿Aburrimiento? ‘No le he dado la importancia debida?
5. ¿Qué voy a hacer para vivir mi oración la siguiente semana?
Cuestionario 6.
1. ¿Tengo profundamente gravada en mí la condición de creatura de Dios? ¿He procurado durante la semana pasada meditar en mi condición de creatura?
¿Cómo me ha ayudado esta condición de creatura en mi programa de crecimiento interior?
2. ¿Hice la semana pasada un balance de mis apegos personales?
¿A qué estoy más apegado?
¿Bienes materiales, personas, sentimientos?
¿Cómo puedo ir desapegándome de todo ello? ¿He comenzado ya con ese trabajo, o lo estoy dejando “para mañana”?
3. ¿Cómo va la humildad con relación a mi prójimo?
a. ¿Discuto acaloradamente? ¿de todo, aún aquello que no conozco?
b. ¿Soy flexible y condescendiente? ¿o duro de juicio?
c. ¿Busco la singularidad para llamar la atención sobre mí?
d. ¿Me preocupa conocer la opinión que sobre mí tengan otras persona?
e. ¿Busco la alabanza y la felicitación ajena?
f. ¿Busco que me atiendan?
g. ¿Me considero en la práctica “el eje del mundo”?
4. ¿Cuál es el trato que doy a las personas?
a. ¿Me llevo bien con todas o solamente con aquellas que “me caen bien”?
b. ¿Estoy abierto a escuchar la opiniones de los demás?
c. ¿Tengo un trato amable, educado, o por el contrario soy altanero?
Reflexiones sobre la conciencia.
1. ¿Qué tipo de conciencia descubrí que tengo?
2. ¿Registra mi sensibilidad los llamados de mi conciencia?
a. ¿Con respecto a mis relaciones con Dios?
b. ¿Con respecto a mis deberes de esposa (o)?
c. ¿Con respecto a mis deberes de madre o padre?
d. ¿Con respecto a mis deberes de hija (o)?
e. ¿Con respecto a mis deberes en la sociedad?
3. ¿Siento vivamente cuando he cometido a una falta en cualquiera de los aspectos anteriores? ¿o ya estoy acostumbrado?
4. ¿Qué he hecho por conocer la aplicación de la Ley de Dios en mi vida diaria? ¿He ido a la deriva, guiando mi conciencia según la opinión de los demás, o según lo que Dios me va indicando?
5. ¿Me cuesta seguir el llamado de mi conciencia? ¿Por qué?
a. ¿Por qué me exige sacrificio?
b. ¿Por qué me exige salir de mí mismo?
c. ¿Por qué ya estoy acostumbrado a un ritmo de vida?
6. ¿Qué medios concretos he puesto para seguir la voz de mi conciencia?
7. ¿Comprendo que la única forma de seguir creciendo en mi interior es el seguir la voz de mi conciencia, cumpliendo en la práctica con lo que ella me indica?
El camino de la conversión
Fuente: Germán Sánchez Griese
Dios me quiere de un modo muy preciso en cada uno de los lugares en donde me muevo.
No sé si has sido capaz de llegar a este punto de tu programa de crecimiento interior. No se trata sencillamente de haber llegado leyendo hasta aquí, sino de haber llegado viviendo todo lo que hemos comentado hasta este punto. Te invito a hacer un pequeño balance de lo vivido hasta ahora, a través del siguiente cuestionario. Es cierto que muchas veces nos da miedo revisarnos. No hay que tener miedo. Estos auto-exámenes no se califican por un maestro. Aunque, escribiendo esto he pensado que he mentido. Realmente si reciben una calificación y esta calificación la da uno de los jueces más rigurosos de toda la historia: nuestra propia conciencia.
Anímate, deja que tu conciencia sea la que califique el cuestionario.
Cuestionario.
1. ¿He cumplido con mi programa de crecimiento interior?
Sí____ No____
¿Por qué?
2. ¿Qué resultados prácticos, tangibles he obtenido con mi programa de crecimiento interior?
3. ¿Ya tengo hecho mi horario personal?
Sí____ No____
¿Por qué?
4. ¿Cumplí alguno de los tips de la formación de la voluntad?
Sí____ No____¿Por qué?
¿Cómo han influido esos “tips” en mi conversión interior?
5. ¿Qué medios concretos voy a seguir poniendo para aprovechar mejor este curso de “Luces?”
¿Qué calificación obtuviste? Lo importante no es la calificación, sino las actitudes que has venido desarrollando a partir del momento en que has comenzado tu programa de crecimiento interior, que no es otra cosa que tu programa de conversión. Y es que quizás, lo más difícil de aceptar en nuestro camino de conversión es constatar que no somos lo que deberíamos de ser. Y esto, que suena un poco a trabalenguas, no es un trabalenguas sino una de las verdades dela vida espiritual más profundas y verdaderas: no somos lo que estamos llamados a ser. Lo que deberíamos ser.
Te invito a hacer un viaje por la Biblia y a descubrir esta realidad. Toma tu Biblia en el libro del Génesis capítulo 3, versículo 8. Ahí lees lo siguiente: “Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín.” Nos damos cuenta que Dios acostumbraba venir a la hora de la brisa, a platicar con el hombre, con el dueño de la creación, con aquél que es su imagen y semejanza. Lo había creado de tal forma que Dios podía verse en el hombre y el hombre a su vez podía verse en Dios. Pero después de la caída, que te invito a leer en el mismo libro del Génesis, versículos del 1 al 7, el hombre, se ha movido del lugar en que Dios lo ha dejado. Ya no está en el puesto en que Dios lo dejó, se ha movido de lugar.
Movernos del lugar donde Dios nos quiere puede encerrar la verdad de una vida alejada de Dios, hecha de acuerdo a lo que nosotros creemos que es lo verdadero y no hecha de acuerdo a lo que Dios quiere para nosotros. Nuestro defecto dominante no es ni más ni menos que esa fuerza que nos mueve del lugar en el que Dios nos quiere. Dios me quiere, por ejemplo como un esposo fiel, un padre providente y atento a las necesidades de mis hijos y un hombre honrado en mi trabajo. Ahí es dónde Dios me quiere, ésa es la forma cómo Dios me ha pensado desde toda la eternidad. Pero si “muerdo el anzuelo de la tentación” como Adán y Eva y soy un marido infiel, un padre despreocupado de la formación de sus hijos y un hombre que en negocio hace triquiñuelas disfrazadas de legitimidad, entonces dejo de ser lo que Dios ha querido para mí. Y este mismo ejemplo lo puedo aplicar a mi caso personal, como esposa, como madre, como hija, como estudiante de universidad o preparatoria.
Dios me quiere de un modo muy preciso en cada uno de los lugares en donde me muevo, con las amistades que frecuento, con las palabras que digo. Nada escapa a esa imagen que Él quiere para mí. Y que por otro lado, cumpliendo con esa imagen, seré plenamente feliz, con una felicidad semejante a la que tenían Adán y Eva en el Paraíso. Porque viviendo la vida de gracia que no es otra cosa que vivir en amistad con Dios a través de la huída del pecado mortal y venial, viviré con una felicidad plena y total.
Mi defecto dominante es esa fuerza que me lleva a dejar de ser lo que tengo que ser. Llamado a ser hijo de Dios, prefiero vivir de acuerdo a lo que yo pienso que me puede hacer más feliz. Pero al reconocer que me he equivocado, que no voy por el buen camino, estoy ya haciendo mucho en mi labor de conversión: estoy siendo humilde y la humildad es la clave de la conversión, la clave de mi crecimiento interior.
De nada me sirve cumplir con mi programa de vida si no acepto que me he desviado de lo que Dios quiere para mí. Ya lo dice Juan Pablo II en su encíclica “Redemptoris missio”, número 43: “La Iglesia y los misioneros deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, en el ámbito personal y comunitario, para conseguir en los propios comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo”.
Acercarnos a este rostro de Cristo, como el mismo Juan Pablo II nos lo dice en la carta apostólica Novo Millenio Ineunte:“Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el camino ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.” (Cfr. no. 16)
Y al contemplar el rostro de Cristo, podemos contemplar la imagen a la cual debemos tender. Ser hijos de Dios es ser hermanos de Cristo y es tenerlo a Él como modelo de vida. Nos sucede muchas veces que nos perdemos en este esfuerzo por alcanzar la santidad, por luchar contra nuestro defecto dominante, por ir adquiriendo cada día más las virtudes que debemos. Pero sucede que vamos como caminante sin guía, sin un punto fijo al que debemos arribar. Quiero ser más santo, quiero estar más cerca de Cristo. Y eso está muy bien. ¿Pero quieres parecerte a Cristo, quieres ser como Cristo? Y ante estas dos preguntas nuestras rodillas nos tiemblan, los ojos se nos saltan de asombro y la voluntad no se mueve para nada. ¿Puedo yo ser como Cristo? Es que precisamente esta es la pregunta base de nuestra conversión, de nuestro crecimiento interior, en un a palabra, de nuestra santidad.
La posibilidad de serlo nos la da el mismo Cristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Podemos serlo, en la medida de nuestra humanidad. Pero lo seremos en realidad en la medida de nuestra humildad. Mientras no reconozcamos que estamos alejados de Cristo, mientras no reconozcamos que estamos llamados a copiar en nuestras personas la persona y el rostro de Cristo, mientras no aceptemos que estamos alejados de Cristo, entonces no lograremos avanzar en nuestro camino de santidad y de conversión interior.
¿Qué necesito para ser santo? Reconocer lo que soy: un hijo de Dios, llamado a imitar a Cristo, pero alejado de esa imagen por el pecado y principalmente por mi defecto dominante.
¿Cómo puedo ser humilde? ¿Cómo puedo vivir sustancialmente en mi vida práctica la humildad? Esto lo veremos en nuestro siguiente artículo.
La raíz de toda conversión: la humildad
Fuente: Germán Sánchez Griese
La humildad es necesaria para el crecimiento en la vida espiritual
Nos hemos dado cuenta que para ser santos, para convertirnos en otro Cristo, debemos aceptar nuestra condición de criaturas: salimos de Dios, somos de Dios y regresaremos a Dios. Esta verdad, tan sencilla y que se expresa de un modo tan concreto, nos cuesta mucho trabajo vivirla. No nos gusta que nadie nos diga lo que tenemos que hacer. Las pasiones, que se reflejan principalmente en nuestro defecto dominante, llegan a apoderarse de tal manera de nuestra vida, que hay ocasiones en las que no sabemos quien vive en nosotros: no distinguimos ya entre nuestros propios deseos y las órdenes que nos lanza nuestras pasiones y nuestro defecto dominante. Hacemos de nuestra vida un modo para satisfacer y dar gusto a nuestro defecto dominante.
Es cierto que con nuestro programa de reforma de vida, estamos creciendo interiormente, pero mientras no tengamos una clara conciencia de que somos criaturas de Dios, de que dependemos de Él, nuestro avance será lento en el camino para adquirir la santidad. Estaremos construyendo nuestra santidad en la arena y no en roca firme, como nos sugiere el Evangelio. Podemos entusiasmarnos por unos días, por unas semanas, o por unos meses en este camino que hemos emprendido. Pero tarde o temprano, si en la base de este combate contra el defecto dominante no está la humildad, nos desanimaremos y dejaremos de realizar cualquier esfuerzo para seguir adelante.
¿Qué debemos hacer para ser humildes?
Toma tu evangelio y ábrelo en el capítulo 15 de San Lucas, de los versículos 11 al 31. Ahí Cristo nos relata la historia del hijo pródigo. ¿Cuántas veces hemos meditado estas parábolas? Ahora quiero que las leas con calma, saboreándolas y aplicándolas a tu vida, principalmente a tu programa de crecimiento interior. Detente un poco en esta frase: “Y entrando en sí mismo dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Y, levantándose, partió hacia su padre.” (Lc. 15, 17-20)
Para ser humilde debemos seguir los pasos de este hijo pródigo en ese momento, que es el momento de su conversión. Este hijo pródigo, después de desperdiciar la herencia, se da cuenta que lo ha perdido todo:¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Él, como nosotros, ha malgastado la hacienda que le ha dado su padre, que no es otra cosa que la capacidad de ser Hijo de Dios. Nosotros como criaturas nos hemos revelado frente a Dios, como los ángeles caídos (2Pe, 4) y le hemos dicho que preferimos seguir con nuestro defecto dominante que seguirlo a Él.
La humildad es reconocerse criatura de Dios. Y muchas veces criatura alejada de Dios por el pecado.
La humildad no es una lamentación de nuestra condición de pecadores que se han alejado de Dios, sino constatación de una verdad: soy hijo de Dios, soy criatura. Y como criatura que soy debo seguir las indicaciones de mi Creador. Lo que sucede es que muchas veces no sigo esas indicaciones, sino que sigo las indicaciones de mi pereza o de mi soberbia, es decir, de mi defecto dominante.
Muchos autores espirituales de nuestros días han expresado esta idea con diversos simbolismos. Escuchemos a uno de ellos:
“Yo anhelo, Señor, esta santa indiferencia
que me anulará a mí mismo para fundirme en Ti.
Y poder yacer en tus manos como fiel de balanza
Para que Tú lo inclines hacia donde se te antoje.
Y como papel en blanco,
Para que en él escribas lo que quieras.
Y como agua cristalina entre tus manos,
Para que Tú la viertas en el vaso que te plazca.
Y como barro de alfarero,
Para que Tú lo moldees como te convenga.
Y como borrico de carga,
Para llevarme donde más me necesites.
Y como niño de pecho en brazos de su madre,
Para no poder ir donde Tú no vayas
Y para ir contigo siempre a dondequiera que Tú fueres.
Y como baratija en manos de un niño
Para que a tu antojo, te diviertas o me destroces...
Mas, ¡qué alta está, Dios mío,
la cumbre de esta perfección!
¡Y cómo se enredan en mis pies
los ásperos matorrales de sus senderos!”
Esta es la cumbre de la perfección a la que estamos llamados: como criaturas de Dios depender en todo de Él, sabiendo que sólo en Él se encuentra la felicidad. Lo que sucede es que tratamos de llenar esa felicidad con mil y un sucedáneos: cosas materiales, afectos, sentimientos, ansias de poder y todo lo que nos proponen nuestras pasiones a través de nuestro defecto dominante.
Pero ser humilde no es buscar en el exterior las cosas que nos hagan ser más humildes. Humilde no es el que vive arrumbado en un rincón, lejos de la vista de todos, con la mirada siempre agachada, temeroso de que lo vean. Esa puede ser una caricatura de la humildad y esconder ahí una gran soberbia. Humilde es el que se reconoce como hijo de Dios y basándose en ese reconocimiento acepta las condiciones de esa filiación, acepta las condiciones de la amistad con Cristo. Que esas condiciones le piden aceptar una enfermedad, o un malestar físico pasajero... pues las acepta gozoso porque es humilde y se sabe que es lo que Dios quiere de Él en ese momento. Que a su esposo le ha ido bien en el negocio y pueden disfrutar de un fin de semana extra o comprarse un vestido nuevo, pues lo acepta por que en esos momentos es la voluntad de Dios y no lo anda presumiendo entre sus amigas. Que uno de sus hijos está pasando por un mal momento y necesita quizás un poco más de comprensión y cercanía... como es humilde sabe renunciar quizás a una tarde de dominó con los amigos y decide invitar a ese hijo o hija a cenar, a tomar un café y platicar con él o con ella, a estar cerca de él. Que en la Universidad me han ofrecido el plan de irme de vacaciones de Semana Santa a una playa de ensueño, pero sé que también podría dedicar ese tiempo para catequizar a comunidades que pocas o raras veces tienen la oportunidad de escuchar la palabra de Dios... como es humilde sabe posponer los planes personales por los planes de Dios.
No podemos dar un recetario mágico ni una casuística pormenorizada de los casos en que se vive la humildad. Debemos partir de la base que cada uno debe reconocerse como hijo de Dios para aceptar las condiciones de esta filiación y de esta amistad. Esto requiere mucha reflexión. Mucho dominio de sí mismo y mucha valentía. La humildad es una virtud para almas fuertes, para almas que quieren ser santos y no para almas apoquinadas que se conforman con “ir tirando más o menos” en su vida de cristianos.
Tienes la meta que es tu conversión, tu santidad. Tienes los medios que son tu programa de reforma de vida, tu programa de crecimiento interior. Tienes el motor motivación-orden, que es tu fuerza de voluntad. Pero si no tienes la base que es la humildad para reconocer lo que eres, en donde te encuentras y hacia donde quieres llegar, no podrás avanzar mucho en tu camino hacia la santidad.
Para ser humilde debes reconocerte en todo momento como hijo o hija de Dios. Y cuando fallas, aceptar esas fallas como un alejamiento de lo que Dios quiere de ti. Eso lo veremos en el siguiente artículo, cuando hablemos de las fallas en tu condición de criatura. Te dejo con unas claves de la humildad que te ayudarán a vivir cada día tu condición de criatura. No son fáciles de leer, porque no son fáciles de vivir, pero bien vale la pena hacer el esfuerzo.
Estas claves te recordarán a cada momento lo que debes ser. A veces parecerán duras, pero en realidad llevan una gran sabiduría espiritual. Intenta vivir una cada día. Verás como al final de un tiempo tú mismo acabarás por no reconocerte. Empezarás a ser verdaderamente una criatura de Dios: hijo de Dios y hermano de Jesucristo.
Las claves de la humildad.
Librame Jesús del deseo de ser:
Estimado
Amado
Proclamado
Ensalzado
Alabado
Preferido
Consultado
Aprobado
Justipreciado
Librame Jesús del temor de ser:
Humillado
Despreciado
Despedido
Rechazado
Calumniado
Olvidado
Ridiculizado
Injuriado
Sospechoso
Librame Jesús del disgusto de que no se siga mi opinión
Jesús, que los demás:
Sean más amados que yo
Sean preferidos a mí
Crezcan en la opinión del mundo y yo disminuya.
Sean llamados a ocupar cargos y yo relegado al olvido
Sean alabados y nadie se preocupe de mí
Sean preferidos a mí en todo.
La fuente del crecimiento interior
Fuente: Germán Sánchez Griese
La oración y su importancia en el crecimiento de la vida interior.
Necesidad imperiosa de la oración
No es algo fácil definir la oración y muchos menos decir por qué es importante. ¿Por qué las flores necesitan del sol para vivir? ¿Por qué sin agua las flores se marchitan y pierden su hermosura?
La oración nos ayuda a centrarnos en nuestra condición de criaturas y nos da la fuerza para seguir luchando por alcanzar la meta que nos hemos propuesto en nuestro programa de reforma de vida. Nos da el aliento para seguir combatiendo nuestro defecto dominante.
Trabajar en nuestro programa de vida no es cosa fácil, especialmente si lo hacemos con seriedad y con constancia. Si comenzamos con gran fuerza, decididos a ser santos de una vez por todas, al enfrentarnos a los primeros fracasos, al darnos cuenta que no avanzamos con la rapidez con la que quisiéramos, cuando nos vemos incluso peores que antes, porque ahora somos conscientes de nuestros defectos, nos podemos desanimar.
Nuestra voluntad puede flaquear por momentos. Puede llegar hasta nosotros la tentación de dejar este trabajo espiritual. Son momentos de dificultad que fácilmente nos pueden asaltar en cualquier momento del camino.
Para estos momentos y en general, para nuestro trabajo en el combate del defecto dominante se necesita esa fuerza que constantemente nos esté empujando a luchar. Esta fuerza debe ser una luz que ilumine nuestra vida, un alto para ver hacia donde me dirijo, una fuente de energía y una guía segura y eficaz para poner en práctica mi programa de reforma de vida. Todo esto y más es la oración.
La oración no es más que un diálogo del alma con Dios y de Dios con el alma. Es un movimiento de la persona que busca a Dios y de Dios que está buscando hablar a la persona, comunicarse con ella. Debemos distinguir entre lo que es la oración y lo que son los rezos o la recitación de oraciones, incluso la lectura pausada del evangelio, de los salmos o de algún buen libro espiritual.
Rezar es repetir, recitar oraciones. Se reza el Padrenuestro, el Avemaría, el Credo. Repetimos con palabras, y deberíamos hacerlo también con el corazón, unas palabras que quieren ayudarnos a dar gracias a Dios, a pedirle su ayuda, a rendirle alabanza. Eso es rezar y eso está muy bien pues nos ayuda a que nuestra alma sintonice con Dios. Pero no es oración, como la queremos entender para nuestro programa de vida.
Leer un libro espiritual, los salmos alguna parte de la Biblia, puede también ayudarme a tener una gran tranquilidad de alma y de corazón. Puedo encontrar paz en mi conciencia.
Orar es dialogar con Dios. Platicar con él. Decía Santa Teresa de Jesús que “orar es hablar con Aquél que sabemos que nos escucha”. ¿Pero de qué vamos a platicar? La oración, insistimos, es un diálogo personal e íntimo con Dios que ilumina y robustece en el alma y en el corazón la decisión de identificarse con la razón de ser de la propia vida: la voluntad santísima de Dios. Es una renovación desde Dios que debe abarcar los criterios, los afectos, las motivaciones y las decisiones personales.
Veamos otros aspectos de la oración:
La oración es un lugar de diálogo
Un diálogo de amor
Ponerse en presencia de Dios
¿Ya podemos empezar nuestra oración?
El desarrollo de la oración
Los frutos de la oración
¿Cómo combatir tu defecto dominante?
Saber cuál es el enemigo que debes vencer.
El camino de la santidad
En este momento te preguntarás: ¿qué voy a hacer con mi defecto dominante? Lo primero que debes hacer es felicitarte. Sí, felicitarte porque te has conocido un poco más a ti mismo. Si haz elegido ser mejor católico, luchar por alcanzar la santidad de vida a la cual todos estamos llamados, entonces ¡felicidades! Ya sabes por donde enfocar todas tus baterías, ya sabes cuál es el enemigo que debes vencer: tu soberbia o tu sensualidad.
San Agustín, ese gran pensador y filósofo, hombre de su tiempo y de todos los tiempos, nos ha dejado una frase que viene muy al caso ahora que estamos por iniciar el camino de nuestra santidad. Él decía “Conócete, acéptate, supérate”. Y es lo que vamos a seguir en nuestras vidas. Conocernos en lo más íntimo de nuestro ser. Y esto lo hemos logrado revisándonos día tras día, sin afán de aparentar nada, siendo muy sinceros con nosotros mismos y llegando a la realidad de nuestra vida: yo soy un soberbio o soberbia del tamaño del mundo. O bien, aceptar que en lo que se refiere a la sensualidad no hay quien me gane. Debes aceptar esta realidad si quieres seguir adelante. Fíjate bien que San Agustín dice aceptar. Él no dice debes resignarte. Porque entre aceptar y resignarse hay una diferencia muy grande. Resignarse es reconocerse como soy y creer que ya no se puede cambiar. “He tratado tantas veces de ser paciente, especialmente con mi suegra... pero ya me conozco, no puedo cambiar. Es algo superior a mis fuerzas”. “No me digan que es posible que yo deje de ser un donjuán. Por favor, eso ni ustedes mismos se lo creen”. Estas personas que así hablan, en lo profundo de su ser se han resignado a ser como son. No se han aceptado. Porque aceptarse es reconocer lo que uno es y estar dispuesto a cambiar, a transformarse a ser otro, a convertirse en un mejor católico. “Yo acepto que me cuesta mucho guardar la castidad en mi noviazgo”. “Yo acepto que no es fácil vivir siempre con la sonrisa en la boca, tratando de comprende el carácter tan cambiante de mi esposa”. Es una postura muy diversa el aceptar que el resignarse.
Una vez que hemos aceptado lo que somos y que queremos cambiarlo para ser mejores, entonces viene la superación, el trabajo constante y continuo para alcanzar la santidad. Pero no corramos prisas y no nos adelantemos. Estamos aún dando los primeros pasos en nuestro camino de santidad, en nuestro camino de conversión. ¿Qué tenemos que hacer ahora?
No basta con reconocer mi defecto dominante. Reconocerlo es como describir las características de una persona: alto o bajo, gordo o flaco, pelo castaño o rubio, ojos verdes o azules. Es necesario ahora armarnos de valor para conocer las manifestaciones de mi defecto dominante y poner los medios para combatirlo.
Ahora viene la hora de la verdad. Toma tu defecto dominante, la soberbia o la sensualidad y escribe en forma clara y detallada las principales manifestaciones con las que ese defecto dominante se presenta en tu vida. El éxito, la clave, el punto central de tu camino a la santidad está aquí, así es que ¡mucha atención, por favor! Debes bajar a puntos específicos y muy concretos. No basta con decir: “Mi defecto dominante es la soberbia porque soy muy iracundo y me enojo muy seguido”. Si lo escribes de esa forma, no vas a ir muy lejos en tu camino a la santidad. Debes escribir con toda precisión esa manifestación de soberbia: “Mi defecto dominante es la soberbia porque cada vez que alguien me contradice me pongo furioso y arrojo por el suelo todas las figuras de porcelana que encuentro a mi alrededor”. Quizás exageramos un poco, pero tú no debes exagerar. Debes ser muy preciso para detectar esas manifestaciones de tu defecto dominante.
Debes ir a lo esencial y no perderte en generalidades. “Mi defecto dominante es la sensualidad porque todas las tardes pierdo el tiempo con mis amigas hablando por teléfono durante una hora y media”. “Mi defecto dominante es la sensualidad porque en el internet busco siempre sitios de cibersexo”. “Mi defecto dominante es la soberbia porque yo soy el que fijo el plan del fin de semana sin escuchar el parecer de mi esposa o de mis hijos”.
Date cuenta que mientras más preciso seas en bajar al detalle en las manifestaciones de tu defecto dominante, tendrás más armas para combatirlo. Porque ahora debes iniciar el trabajo positivo, es decir, lanzarte a la conquista de la santidad, combatiendo cada una de las manifestaciones que has escrito.
Te recomiendo ahora que estás iniciando este camino de santidad que te limites a escribir cuatro o cinco manifestaciones de tu defecto dominante, no más. Y por cada manifestación de tu defecto dominante deberás escribir un medio concreta para combatirlo. Aquí tienes que ser muy sincero y muy valiente. Debes ir a la raíz del problema, recordando las palabras de Jesucristo en el evangelio: “Si tu ojo te es causa de escándalo, arráncatelo...” Aquí vamos a ir al fondo, sin piedad. Proponte aquellos medios que más te convengan para erradicar el defecto.
Pueden ser medios sobrenaturales y medios prácticos. Medios sobrenaturales como la oración, para pedirle paciencia y pureza a Dios. Rezar un misterio del rosario todos los días para pedirle a la Virgen que te dé el don de la paciencia. Comulgar uno o dos días entre semana para vencer la pereza. Y luego están los medios prácticos. Pero por favor, que sean muy prácticos: “No voy a hablar con mis amigas por teléfono más de media hora”. “Sólo voy a usar el internet para contestar el correo electrónico y siempre lo voy a usar en presencia de algún familiar en mi casa”. “Los jueves voy a consultar a mi esposa qué haremos en familia ese fin de semana”.
Escribe los medios sobrenaturales y los medios prácticos en una lista y también y haz una lista de forma que puedas revisarlos todos los días y llevar el control de cada uno de ellos, colocando una señal positiva si has cumplido o una señal negativa si has fallado. Así al final del mes podrás darte cuenta cómo vas trabajando en tu camino por alcanzar la santidad.
Para ayudarte a vivir con mayor motivación este programa de vida espiritual puedes encontrar un lema que te ayude en cada momento a recordar los medios que te has propuesto. El lema es como un grito de guerra, corto, sencillo que para ti puede tener un gran significado y lo puedes usar en los momentos en que se te presenta la tentación de caer en el pecado. Si llegando a tu casa abres la puerta y te das cuenta que acaba de llegar tu suegra y que lo más fácil sería darle un beso y helado y decidir ignorarla durante tu visita, busca en tu interior de tu alma el lema y grítalo en tu corazón “Por Cristo y por las almas”. “Señor, todo por ti”. Si abres el internet y te das cuenta que en tu correo electrónico tienes una invitación para visitar un sitio no conveniente, interiormente puedes recordar tu lema: “Pureza ante todo”. Por ello, aunque parece algo sencillo, el lema es la piedra de toque que te recordará todo tu programa de vida, precisamente en los momentos de duda, de tentación, de máxima dificultad.
Piensa bien el lema pues él te traerá a la mente y al corazón todos los medios para alcanzar la santidad en el momento preciso.
Algo que también te puede ayudar es fijarte una virtud a conquistar que generalmente es lo opuesto a las manifestaciones de tu defecto dominante. Escríbela para tener siempre presente lo que quieres alcanzar
Perseverancia
Fuente: Germán Sánchez Griese
Lo importante es que poner los medios para perseverar en el camino iniciado.
Con este último artículo llegamos al principio. ¿Al principio? ¿Me habré equivocado o se habrá equivocado el editor de catholic.net al escribir estas palabras? No. No ha habido ninguna equivocación en ninguno de nosotros. Lo confirmo: con este último artículo llegamos al principio. Al principio de la historia de tu vida que de ahora en adelante deberás escribir de cara a Dios.
Son muchas cosas las que hemos aprendido juntos en esta serie. No he pretendido ni con mucho abarcar todo lo referente a un programa de vida. Podríamos continuar incesantemente nuestra charla ahondando en diversos puntos, ejemplificando quizás un poco más algunos pasajes que podrían parecer oscuros. Pero este no es nuestro cometido. Tan sólo he querido dejarte un par de alas para que volaras hacia la santidad. ¿He logrado mi objetivo? No lo sé. La respuesta me la darás tú con tu vida de santidad. Y es más. No me la darás a mí, sino a Dios y a la humanidad que tanto necesitan de santos en nuestros días.
Quién eres en realidad
Ahora te conoces un poco más. Al bajar a tu interior, al hacer la experiencia de ti mismo buscando el hombre o la mujer perfecta que Dios espera de ti, te habrás dado cuenta quién eres en realidad. Después de una labor de purificación te has quitado el maquillaje de todo aquello que no es Dios para buscarlo cada día más “con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Te habrás dado cuenta en cuantos aljibes rotos estabas buscando la felicidad. Depósitos de agua en donde encontrabas placer, que no es lo mismo que felicidad. Pozos aparentemente llenos de agua, pero que eran engañosos, pues en su profundidad no existían veneros de agua viva sino fango y lodo que sólo enturbiaban cada día más tu vida. De alguna manera conocer la diferencia entre el bien y el mal, entre lo pasajero y lo permanente, entre el tiempo y la eternidad, entre la vida y la muerte, es sin duda fruto de una conciencia cada vez más clara, más delicada que te acompaña en tu vida como herramienta indispensable para adquirir la santidad.
Vencerse a sí mismo
Habrás comenzado a experimentar una mayor fuerza de voluntad. Un aprender a vencerte a ti mismo a pesar de las circunstancias personales o ambientales adversas a tu programa de vida. No está mal el sentirse con ganas de tirar todo por la borda cuando las dificultades arrecian. Lo malo es dejarnos llevar de esas circunstancias y acabar en un día con meses y quizás años de trabajo. Para “fabricar” la santidad se necesitan años, para destruirla, tan sólo unos segundos. Por ello, la fuerza de voluntad que has adquirido será siempre de gran ayuda, siempre y cuando la pongas en práctica cada vez que sea necesario. Y me parece que todos los días es necesario aplicarnos una buena dosis de férrea voluntad, máxime en el mundo en el que vivimos.
Te has acercado más a Dos a través de la oración, de la confesión y de la Eucaristía como alimento indispensable de tu alma. Comienzas a moverte en la dimensión de lo espiritual sin perder los pies en la tierra: “Tener el alma en el cielo y los pies en la tierra”.
En pocas palabras, ahora conoces la ruta de tu vida y cuentas con los aparejos necesarios para llegar a puerto seguro.
¿Qué sigue?
La pregunta inevitable es ¿y ahora qué? Por un lado nos damos cuenta que ya no somos los de antes, pero por otra parte aún no hemos alcanzado lo que nos hemos propuesto en nuestro programa de vida. Entonces, ¿qué hemos comenzado a hacer? Hemos comenzado a vivir un catolicismo integral. Integral con una doble vertiente: personal y social. Personal porque está abarcando toda la persona humana con sus valores físicos intelectuales, volitivos, afectivos, espirituales y morales. Y social pues debe extenderse a todos los niveles de nuestra vida social: comenzando con nuestra familia, en nuestra actividad profesional o estudiantil, con nuestras amistades, con todas aquellas personas con las que convivimos diariamente y sobretodo con las que más necesidad pueden tener de nosotros, ya sea en lo espiritual o en lo material.
Este catolicismo integral al que nos ha portado nuestro programa de reforma de vida no es a prueba del tiempo. Es necesario renovarlo, estar al pendiente de los avatares que sobre él puedan acaecer. Existe en primer lugar el peligro del desgaste de la vida diaria. Podemos dejarnos superar por los golpes que nos da la vida, o simplemente por esa erosión constante y continua a la que nos sometemos todos los días y que sin darnos cuenta va rebajando cotidianamente le frescura de nuestra entrega. Cuántas veces nos sucede que después de la experiencia de una jornada de desierto o de retiro espiritual volvemos con mucho entusiasmo a combatir nuestro defecto dominante. Y sin embargo después de unas semanas, de unos meses, esa frescura se ha ido marchitando y lo que nos parecía ligero, lo que no nos costaba trabajo parecería que con el paso del tiempo ha ido acumulando quién sabe de dónde, un peso insoportable. Es el desgaste de la vida diaria.
O bien puede ser ese cansancio del alma en el cotidiano ejercicio de las virtudes que nos hace siempre cuesta arriba el camino de la santidad. Lo sabemos: no somos ángeles, somos santos y llevamos en nuestra carne mortal el constante punzón de la tentación por seguir el camino más fácil, la senda menos perfecta, lo que se acomoda más a nuestras pasiones. Y el trabajar un día y otro día contra nuestro defecto dominante, ver que avanzamos poco o nada, o incluso que llegamos a retroceder puede causarnos malestar y como los boxeadores en el cuadrilátero cuando se ven apabullados por el adversario, sentir unas ganas terribles de “arrojar la toalla”, sacar una bandera o un pañuelo blanco y pedir paz por un instante.
Un peligro siempre latente es el debilitamiento de nuestro carácter al estarse oponiendo constantemente al forcejeo de las pasiones rebeldes. Si bien nuestra fuerza de voluntad es nuestra gran aliada, es cierto también que no estamos hechos de acero y que tarde o temprano vamos a sufrir las consecuencias de un ablandecimiento de nuestro carácter. Los muros pueden ser de piedra, pero hasta la piedra más dura tiende a horadarse.
Debemos por lo tanto estar alertas y no pensar que la perseverancia en la lucha por el bien, en la carrera por adquirir la santidad es así de fácil y sencillo. No basta hacernos el firme propósito de querer cumplir con el programa de reforma de vida. Debemos poner medios para perseverar en su cumplimiento.
Perseverar, seguir adelante, no desfallecer una vez que se ha iniciado el camino.
Los medios
Busca los mejores medios para perseverar. Aquellas formas en las que puedas renovar tu espíritu para no dejarlo marchitar por el sol y el bregar de la lucha cotidiana. Date un tiempo para retirarte de todo y buscar la frescura de tu entrega. ¿Qué te parece una jornada de oración al mes, un día de completo retiro y aislamiento, donde tu alma pueda encontrar nuevamente el espacio vital para crecer, fortalecerse, recobrar fuerzas? Los atletas tienen también sus tiempos de descanso para dejar que los músculos se recuperen después de un arduo esfuerzo. ¿Crees que tu alma puede ir en la vida sin reposo, sin serenidad, sin un tiempo de encuentro entre ella y su creador?
¿Cómo te vendría el buscar un grupo de oración en donde cada semana pudieras refrescar tus ideales y ponerlos en común? Alguien ha dicho que el sentirse acompañado en la lucha por el bien da más ánimos que la soledad en la lucha.
¿Qué me dices de tu participación en un apostolado organizado, de grandes miras, que te ayude a poner por obra todo aquello que estás adquiriendo con tu programa de reforma de vida? Un apostolado renueva tu alma, te hace crecer al buscar siempre dar lo mejor de ti mismo a los demás.
La lista podría ser infinita. Lo importante es que pongas los medios para perseverar en este camino que has iniciado.