27 de Junio 2016. Palabras del papa Francisco en la santa misa en privado en el Palacio Apostólico de Etchmiadzin. Visita apostólica a Armenia. Hay que apresurar el paso a la comunión plena. «Santidad, Queridos Obispos, Hermanos y hermanas. Al coronar esta visita, que tanto he deseado, y para mí ya inolvidable, deseo elevar mi agradecimiento al Señor, junto con el
gran himno de alabanza y de acción de gracias que sube de este altar. Vuestra Santidad me ha abierto en estos días las puertas de su casa y hemos experimentado «qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos (Sal 133,1). Nos hemos encontrado, nos hemos abrazado fraternalmente, hemos rezado juntos y compartido los dones, las esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia de Cristo, cuyo corazón oímos latir al unísono, y en la que creemos y sentimos como una.
«Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza […]. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4,4-6): con gozo podemos hacer verdaderamente nuestras estas palabras del apóstol Pablo. Nos hemos encontrado precisamente en el signo de los santos Apóstoles. Los santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio en estas tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el Señor en Roma, y que ahora reinan con Cristo en el cielo, se alegran ciertamente al ver nuestro afecto y nuestra aspiración concreta a la plena comunión. Por todo esto doy gracias al Señor, por vosotros y con vosotros: ¡Park astutsò! (¡Gloria a Dios!).
En esta Divina Liturgia, el solemne canto del trisagio se ha elevado al cielo, ensalzando la santidad de Dios; que descienda copiosamente la bendición del Altísimo sobre la tierra por intercesión de la Madre de Dios, de los grandes santos y doctores, de los mártires, sobre todo de tantos mártires que en este lugar habéis canonizados el año pasado.
Durante la ceremonia el Papa estuvo en el lado derecho del altar
«El Unigénito que vino aquí» bendiga vuestro camino. Que el Espíritu Santo haga de los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la unidad. Por eso quisiera invocarlo nuevamente, tomando algunas espléndidas palabras que han entrado en vuestra Liturgia.
Ven, Espíritu, Tú, «que con gemidos incesantes eres nuestro intercesor ante el Padre misericordioso, Tú, que velas por los santos y purificas a los pecadores»; infunde en nosotros tu fuego de amor y unidad, y «que este fuego diluya los motivos de nuestro escándalo» (Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 33, 5), ante todo, la falta de unidad entre los discípulos de Cristo.
Que la Iglesia Armenia camine en paz, y la comunión entre nosotros sea plena. Que brote en todos un fuerte anhelo de unidad, una unidad que no debe ser «ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo» (Palabras al final de la Divina Liturgia, Iglesia patriarcal de San Jorge, Estambul, 30 noviembre 2014).
Acojamos la llamada de los santos, escuchemos la voz de los humildes y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y sacrificaron sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado. Que desde este lugar santo se difunda de nuevo una luz radiante; la de la fe, que desde san Gregorio, vuestro padre según el Evangelio, ha iluminado estas tierras, y a ella se una la luz del amor que perdona y reconcilia.
Así como los Apóstoles en la mañana de Pascua, no obstante las dudas e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la resurrección atraídos por el amanecer feliz de una nueva esperanza (cf. Jn 20,3-4), así también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios a la comunión plena y apresuremos el paso hacia ella. Y ahora, Santidad, en nombre de Dios te pido que me bendigas, a mí y a la Iglesia Católica, que bendigas esta nuestro recorrido hacia la unidad plena». Fuente: Zenit. Roma.
2 de junio 2016. El único exceso ante la excesiva misericordia de Dios
es excederse en recibirla y en desear comunicarla a los demás.
Meditaciones del papa Francisco, con motivo del jubileo de los sacerdotes, retiro espiritual en la basílica de Letrán. “Buen día queridos Sacerdotes, iniciamos esta jornada de retiro espiritual en la que nos hará bien rezar los unos por los otros, en comunión, todos. He elegido el tema de la misericordia, como pequeña introducción, la misericordia en su aspecto más femenino, es el entrañable amor materno, que se conmueve ante la fragilidad de su criatura recién nacida y la abraza, supliendo todo lo que le falta para que pueda vivir y crecer (rahamim); y en su aspecto más masculino, es la fidelidad fuerte del Padre que sostiene siempre, perdona y vuelve a poner en camino a sus hijos.
La misericordia es tanto el fruto de una alianza por eso se dice que Dios se acuerda de su (pacto de) misericordia (heded) – como un acto gratuito de benignidad y bondad que brota de nuestra psicología más profunda y se traduce en una obra externa (eleos, que se convierte en limosna)
Esta inclusividad hace que esté siempre a la mano de todos el «misericordiar», el compadecerse del que sufre, conmoverse ante el necesitado, indignarse, que se revuelvan las tripas ante una injusticia patente y ponerse inmediatamente a hacer algo concreto, con respeto y ternura, para remediar la situación.
Y partiendo de este sentimiento visceral, está al alcance de todos mirar a Dios desde la perspectiva de este atributo primero y último con el que Jesús lo ha querido revelar para nosotros: el nombre de Dios es Misericordia. Cuando meditamos sobre la Misericordia sucede algo especial. La dinámica de los Ejercicios Espirituales se potencia desde dentro. La misericordia hace ver que las vías objetivas de la mística clásica -purgativa, iluminativa y unitiva- nunca son etapas sucesivas, que se puedan dejar atrás.
Siempre tenemos necesidad de una nueva conversión, de más contemplación y de un amor renovado. Nada une más con Dios que un acto de misericordia, ya sea que se trate de la misericordia con que el Señor nos perdona nuestros pecados, ya sea de la gracia que nos da para practicar las obras de misericordia en su nombre. Nada ilumina más la fe que el purgar nuestros pecados y nada más claro que Mateo 25, y aquello de «Dichosos los misericordiosos porque alcanzarán misericordia» (Mt 5,7), para comprender cuál es la voluntad de Dios, la misión a la que nos envía
A la misericordia se le puede aplicar aquella enseñanza de Jesús: «Con la medida que midan serán medidos» (Mt 7,2). Permítanme, pero pienso en aquellos confesores impacientes que ‘apalean’ a los penitentes, que los retan. ¡Pero así los tratará Dios! Al menos por ello no hagan estas cosas. La misericordia nos permite pasar de sentirnos misericordiosos a desear misericordia. Pueden convivir, en una sana tensión, el sentimiento de vergüenza por los propios pecados con el sentimiento de la dignidad a la que el Señor nos eleva.
Podemos pasar sin preámbulos de la distancia a la fiesta, como en la parábola del Hijo Pródigo, y utilizar como receptáculo de la misericordia nuestro propio pecado. La misericordia nos impulsa a pasar de lo personal a lo comunitario. Cuando actuamos con misericordia, como en los milagros de la multiplicación de los panes, que nacen de la compasión de Jesús por su pueblo y por los extranjeros, los panes se multiplican a medida que se reparten
Tres sugerencias para este día de retiro: La alegre y libre familiaridad que se establece a todos los niveles entre los que se relacionan entre sí con el vínculo de la misericordia –familiaridad del Reino de Dios, tal como Jesús lo describe en sus parábola– me lleva a sugerirles tres cosas para su oración personal de este día
La primera tiene que ver con dos consejos prácticos que da san Ignacio, me disculpo por la publicidad de familia, quien dice: «No el mucho saber llena y satisface el alma, sino el sentir y gustar las cosas de Dios interiormente».San Ignacio agrega que allí donde uno encuentra lo que quiere y siente gusto, allí se quede rezando «sin tener ansia de pasar adelante, hasta que me satisfaga». Así que, en estas meditaciones sobre la misericordia, uno puede comenzar por donde más le guste y quedarse allí, pues seguramente una obra de misericordia le llevará a las demás.
Si comenzamos dando gracias al Señor, que maravillosamente nos creó y más maravillosamente aún nos redimió, seguramente esto nos llevará a sentir pena por nuestros pecados. Si comenzamos por compadecernos de los más pobres y alejados, seguramente sentiremos la necesidad de recibir misericordia.
La segunda sugerencia para rezar tiene que ver con una forma de utilizar la palabra misericordia. Como se habrán dado cuenta, al hablar de la misericordia me gusta usar la forma verbal: «Hay que dar misericordia, ‘misericordiar’ en español, para ser misericordiados» hay que forzar el idioma allí. Pero padre esto no es italiano, sí es verdad, pero es el modo que encuentro para profundizar: misericordiar para ser mirsericordiados. El hecho de que la misericordia ponga en contacto una miseria humana con el corazón de Dios hace que la acción surja inmediatamente. No se puede meditar sobre la misericordia sin que todo se ponga en acción. Por tanto, en la oración, no hace bien intelectualizar, no hace bien.
Con prontitud, y con la ayuda de la gracia, nuestro diálogo con el Señor tiene que concretarse en algún pecado mío qué tiene que tocar su misericordia en mí, dónde siento más vergüenza y más deseo de reparar; y rápidamente tenemos que hablar de aquello que más nos conmueve, de esos rostros que nos llevan a desear intensamente poner manos a la obra para remediar su hambre y sed de Dios, de justicia y de ternura. A la misericordia se la contempla en la acción, pero un tipo de acción que es omni-inclusiva: la misericordia incluye todo nuestro ser –entrañas y espíritu– y a todos los seres.
La última sugerencia para la jornada de hoy se refiere al fruto de los ejercicios, es decir de la gracia que tenemos que pedir y que es directamente, la de convertirnos en sacerdotes siempre más capaces de recibir y dar misericordia
De las cosas más linda que más me conmueve es la confesión de un sacerdote, es una cosa grande y bella, porque este hombre que se acerca para confesar sus pecados es la misma persona que después presta su oído para confesar a otros. Nos podemos centrar en la misericordia porque ella es lo esencial, lo definitivo. Por los escalones de la misericordia podemos bajar hasta lo más bajo de la condición humana -fragilidad y pecado incluidos- y ascender hasta lo más alto de la perfección divina: «Sean misericordiosos (perfectos) como vuestro Padre es misericordioso»
Pero siempre para «cosechar» sólo más misericordia. De aquí deben venir los frutos de conversión de nuestra mentalidad institucional: si nuestras estructuras no se viven ni se utilizan para recibir mejor la misericordia de Dios y para ser más misericordiosos para con los demás, se pueden convertir en algo muy extraño y contraproducente. Y de esto algunos documentos de la Iglesia y discursos de los papas hablan, piden la conversión pastoral
Este retiro espiritual, por tanto, irá por el lado de esa «simplicidad evangélica» que entiende y practica todas las cosas en clave de misericordia. Y de una misericordia dinámica, no como un sustantivo cosificado y definido, ni como adjetivo que decora un poco la vida, sino como verbo –misericordiar y ser misericordiados– que nos lanza a la acción del corazón en medio del mundo. Y además, como misericordia «siempre más grande», como una misericordia que crece y aumenta, dando pasos de bien en mejor, y yendo de menos a más, ya que la imagen que Jesús nos pone es la del Padre siempre más grande ‘Deus semper maior’ y cuya misericordia infinita crece, si se puede decir así, y no tiene techo ni fondo, porque proviene de su soberana libertad.
Ahora pasemos a la primera meditación la que se hace en la fiesta, y le he puesto como título de la distancia a la fiesta
Si la misericordia del Evangelio es, como hemos dicho, un exceso de Dios, un desborde inaudito, lo primero es mirar dónde el mundo de hoy y cada persona, necesita más un exceso de amor así. Lo primero es preguntarnos cuál es el receptáculo para tal misericordia; cuál es el terreno desierto y seco para tal desborde de agua viva; cuáles las heridas para ese aceite balsámico; cuál es la orfandad que necesita tal desvivirse en cariños y atenciones; cuál la distancia para tanta sed de abrazo y de encuentro…
La parábola que les propongo para esta meditación es la del padre misericordioso (cf. Lc 15,11-31). Nos situamos en el ámbito del misterio del Padre. Y me viene al corazón comenzar por ese momento en que el hijo pródigo está en medio del chiquero, en ese infierno del egoísmo, que hizo todo lo que quiso y en vez de ser libre, se encuentra esclavo. Mira a los chanchos que comen bellotas…, siente envidia y le viene la nostalgia
Nostalgia, nostalgia, palabra clave, nostalgia por el pan recién horneado que los empleados de su casa, la casa de su padre, comen en el desayuno. La nostalgia… La nostalgia es un sentimiento poderoso. Tiene que ver con la misericordia porque nos ensancha el alma. Nos hace recordar el bien primero -la patria de donde salimos- y nos despierta la esperanza de volver. Nuestra salvación. En este horizonte amplio de la nostalgia, este joven –dice el Evangelio– entró en sí y se sintió miserable.
Cada uno de nosotros, puede buscar o dejarse llevar a ese punto en el que se siente más miserable, cada uno de nosotros tiene su secreto de miseria dentro, pedir la gracia de encontrarlo.
Sin detenernos ahora a describir lo mísero de su estado, pasemos a ese otro momento en que, después de que su Padre lo abrazó y lo besó efusivamente, él se encuentra sucio pero vestido de fiesta. Porque el padre no le dice ve y dúchate y después vuelve. No, sucio pero vestido de fiesta. Se pone el anillo al dedo igual que su padre. Tiene sandalias nuevas en los pies. Está en medio de la fiesta, entre la gente
Algo así como a nosotros, si alguna vez nos pasó, que nos confesamos antes de la misa y ahí nomás nos encontramos «revestidos» y en medio de una ceremonia. Es un estado de avergonzada dignidad Detengámonos en esa «avergonzada dignidad» de este hijo pródigo, de este hijo y predilecto. Si nos animamos a mantener serenamente el corazón entre esos dos extremos -la dignidad y la vergüenza-, sin soltar ninguno de ellos, quizás podamos sentir cómo late el corazón de nuestro Padr
Un corazón que latía con ansia, subía todos los días a la terraza a mirar si el hijo volvía… Y en este punto, y en este lugar en donde hay dignidad y vergüenza, podemos imaginar cómo late el corazón de nuestro padre, Podemos imaginar que la misericordia brote como sangre. Que él sale a buscarnos –a nosotros pecadores– nos atrae a sí, nos purifica y nos lanza de nuevo, renovados, a todas las periferias a llevar misericordia a todos.
Su sangre es la sangre de Cristo, sangre de la Nueva y Eterna Alianza de misericordia, derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Esta sangre la contemplamos entrando y saliendo de su corazón, y del corazón del Padre. Esto es nuestro único tesoro, lo único que tenemos para dar al mundo: la sangre que purifica y pacifica todo y a todos. La sangre del Señor que perdona los pecados. La sangre que es verdadera bebida, que resucita y da la vida a lo que está muerto debido al pecado.
En nuestra oración serena, que va de la vergüenza a la dignidad, de la dignidad a la vergüenza, las dos juntas, pedimos la gracia de sentir esa misericordia como constitutiva de nuestra vida entera; la gracia de sentir cómo ese latido del corazón del Padre se aúna con el latir del nuestro. No basta sentirla como un gesto que Dios tiene de vez en cuando, perdonándonos algún pecado gordo, y luego nos las arreglamos solos, autónomamente. No es suficiente. San Ignacio propone una imagen caballeresca propia de su época, pero, como la lealtad entre amigos es un valor perenne, puede ayudarnos. Dice que, para sentir «confusión y vergüenza» por nuestros pecados (y no perdernos de sentir la misericordia), podemos usar un ejemplo: imaginemos que un caballero se hallase delante de su rey y de toda su corte, avergonzado y confundido en haberle mucho ofendido, siendo que por parte del rey había recibido muchos dones y muchas mercedes.
Imaginemos esta imagen. No obstante, siguiendo la dinámica del hijo pródigo en la fiesta, imaginemos a este caballero como alguien que, en vez de ser avergonzado delante de todos, el rey lo toma inesperadamente de la mano y le devuelve su dignidad. Y vemos que no sólo lo invita a seguirlo en su batalla, sino que lo pone al frente de sus compañeros. ¡Con qué humildad y lealtad lo servirá este caballero de ahora en adelante! Esto me hace pensar al último párrafo del capítulo XVI de Ezequiel. Ya sea sintiéndonos como el hijo pródigo festejado o como el caballero desleal convertido en superior, lo importante es que cada uno se sitúe en esa tensión fecunda en la que la misericordia del Señor nos pone: no solamente de pecadores perdonados, sino de pecadores dignificados. No que el Señor solamente nos limpia, sino que nos encorona, nos da dignidad.
Simón Pedro nos ofrece la imagen ministerial de esta sana tensión. El Señor lo educa y lo forma progresivamente y lo ejercita en mantenerse así: Simón y Pedro. El hombre común, con sus contradicciones y debilidades, y el que es piedra, el que tiene las llaves, el que conduce a los demás. Cuando Andrés lo lleva a Cristo, así como está, vestido de pescador, el Señor le pone el nombre de Piedra. Apenas acaba de alabarle por la profesión de fe que viene del Padre, cuando ya le recrimina duramente por la tentación de escuchar la voz del mal espíritu al decirle que se aparte de la cruz
Lo invitará a caminar sobre las aguas y lo dejará hundirse en su propio miedo, para tenderle enseguida una mano; apenas se confiese pecador lo misionará a ser pescador de hombres; lo interrogará repetidamente sobre su amor, haciéndole sentir dolor y vergüenza por su deslealtad y cobardía, y también por tres veces le confiará el pastoreo de sus ovejas. Siempre estos dos polos.
Tenemos que situarnos allí, en ese espacio en el que conviven nuestra miseria más vergonzante y nuestra dignidad más alta. ¿Qué sentimos cuando la gente nos besa la mano? Y miramos nuestra miseria más íntima, mientras somos honrados por el pueblo de Dios, es otro momento para sentir esto. Tenemos que situarnos, en ese espacio en el que conviven nuestra miseria más vergonzante y nuestra dignidad más alta. El mismo espacio. Sucios, impuros, mezquinos, vanidosos, egoístas –es el pecado de los curas la vanidad– y a la vez, con los pies lavados, llamados y elegidos, repartiendo sus panes multiplicados, bendecidos por nuestra gente, queridos y cuidados. Sólo la misericordia hace soportable ese lugar.
Sin ella, o nos creemos justos como los fariseos o nos alejamos como los que no se sienten dignos. En ambos casos, se nos endurece el corazón. Cuando nos sentimos justos como los fariseos o nos alejamos como esos que se sienten indignos. Yo no me siento digno, pero no tengo que alejarme: allí tengo que estar, con la vergüenza y la dignidad, ambas cosas juntas
Profundizamos un poco más. Nos preguntamos: Y, ¿por qué es tan fecunda esta tensión? Entre miseria y dignidad, entre miseria y fiesta. Diría que es fecunda porque mantenerla nace de una decisión libre. Y el Señor actúa principalmente sobre nuestra libertad, aunque nos ayude en todo. La misericordia es cuestión de libertad. El sentimiento brota espontáneo y cuando decimos que es visceral parecería que es sinónimo de «animal». Pero en realidad los animales desconocen la misericordia «moral», aunque algunos puedan experimentar algo de esa compasión, como un perro fiel que permanece al lado de su dueño enfermo
La misericordia es una conmoción que toca las entrañas, pero puede brotar también de una percepción intelectual aguda, directa como un rayo, pero no por simple menos compleja: uno intuye muchas cosas cuando siente misericordia.
Uno comprende, por ejemplo, que el otro está en una situación desesperada, límite; le pasa algo que excede sus pecados o sus culpas; también uno comprende que el otro es uno como yo, que él mismo podría estar en su lugar; y que el mal es tan grande y devastador que no se arregla sólo con justicia… En el fondo, uno se convence de que hace falta una misericordia infinita, como la del corazón de Cristo, para remediar a tanto mal y tanto sufrimiento como vemos que hay en la vida de los seres humanos… Si la misericordia está debajo de este nivel, no alcanza. ¡Tantas cosas comprende nuestra mente con sólo ver a alguien tirado en la calle, descalzo, en una mañana fría, o al Señor clavado en la cruz por mí!
Además, la misericordia se acepta y se cultiva, o se rechaza libremente. Si uno se deja llevar, un gesto trae el otro. Si uno pasa de largo, el corazón se enfría. La misericordia nos hace experimentar nuestra libertad y es allí donde podemos experimentar la libertad de Dios, que es misericordioso con quien es misericordioso, como le dijo a Moisés. En su misericordia el Señor expresa su libertad. Y nosotros, la nuestra.
Podemos vivir mucho tiempo sin la misericordia del Señor. Es decir: podemos vivir sin hacerla consciente y sin pedirla explícitamente hasta que uno cae en la cuenta de que todo es misericordia y llora con amargura no haberla aprovechado antes, siendo así que la necesitaba tanto.
La miseria de la que hablamos es la miseria moral, intransferible, esa donde uno toma conciencia de sí mismo como persona que, en un punto decisivo de su vida, actuó por su propia iniciativa: eligió algo y eligió mal. Este es el fondo que hay que tocar para sentir dolor de los pecados y para arrepentirse verdaderamente.
Porque, en otros ámbitos, uno no se siente tan libre ni siente que el pecado afecta toda su vida y por tanto no experimenta su miseria, con lo cual se pierde la misericordia, que sólo actúa con esa condición. Uno no va a la farmacia y dice: «Por misericordia, le pido una aspirina». Por misericordia pide que le den morfina para una persona sumida en los dolores atroces de una enfermedad terminal. O todo o nada, o se va hasta el fondo o no se entiende nada.
El corazón que Dios une a esa miseria moral nuestra es el corazón de Cristo, su Hijo amado, que late como un solo corazón con el del Padre y el del Espíritu. Recuerdo cuando Pio XII escribió la encíclica Haurietis Aquas, sobre el Sagrado Corazón, alguien dijo que eso era para las monjas. El corazón de Cristo es el centro de la misericordia, quizás las monjas lo entienden mejor de nosotros porque son madres e íconos de la Virgen en la Iglesia, Haurietis Aquas. -Pero es preconciliar, -sí pero nos hará muy bien.
Es un corazón que elige el camino más cercano y que lo compromete. Esto es propio de la misericordia, que se ensucia las manos, toca, se mete, quiere involucrarse con el otro, va a lo personal con lo más personal, no «se ocupa de un caso» sino que se compromete con una persona, con su herida. Y miremos a nuestro lenguaje, tengo un caso, o una persona, hay un poco de clericalismo en reducir el amor de Dios a un caso, así no me toca, y hago una pastoral de horarios en la que no arriesgo nada. Ni siquiera -no se escandalicen- no tengo la posibilidad de un pecado vergonzoso.
La misericordia excede la justicia y lo hace saber y lo hace sentir; queda implicado uno con el otro. Al dignificar, la misericordia eleva a aquel hacia el que uno se abaja y vuelve pares a los dos, es misericordioso el que recibió misericordia. A este se le ha perdonado mucho porque ha amado mucho. De aquí la necesidad del Padre de hacer fiesta, para que se restaure todo de una sola vez, devolviendo a su hijo la dignidad perdida. Esto posibilita mirar al futuro de manera nueva. No es que la misericordia no tome en cuenta la objetividad del daño hecho por el mal. Pero le quita poder sobre el futuro, ese es el poder de la misericordia, le quita poder sobre la vida que corre hacia delante.
La misericordia es la verdadera actitud de vida que se opone a la muerte, que es el fruto amargo del pecado. En eso es lúcida, no es para nada ingenua la misericordia. No es que no vea el mal, sino que mira lo corta que es la vida y todo el bien que queda por hacer. Por eso hay que perdonar totalmente, para que el otro mire hacia adelante y no pierda tiempo en culparse y compadecerse de sí mismo y los motivos de su error. En el camino de ir a curar a otros, uno irá haciendo su examen de conciencia y, en la medida en que ayuda a otros, reparará el mal que hizo. La misericordia es fundamentalmente esperanzada, es madre de esperanza.
Dejarse atraer y enviar por el movimiento del corazón del Padre es mantenerse en esa sana tensión de avergonzada dignidad. Dejarse atraer por el centro de su corazón, como sangre que se ha ensuciado yendo a dar vida a los miembros más lejanos, para que el Señor nos purifique y nos lave los pies; dejarse enviar llenos del oxígeno del Espíritu para llevar vida a todos los miembros, especialmente a los más alejados, frágiles y heridos.
Un cura contaba, esto es histórico, de una persona en situación de calle que terminó viviendo en una hospedería. Era alguien cerrado en su propia amargura que no interactuaba con los demás. Persona culta, se enteraron después. Pasado algún tiempo, este hombre fue a parar al hospital por una enfermedad terminal y le contaba al cura que, estando allí, sumido en su nada y en su decepción por la vida, el que estaba en la cama de al lado le pidió que le alcanzara la escupidera y que luego se la vaciara. Contó que ese pedido de alguien que verdaderamente lo necesitaba y estaba peor que él, le abrió los ojos y el corazón a un sentimiento poderosísimo de humanidad y a un deseo de ayudar al otro y de dejarse ayudar él por Dios y se confesó. De este modo, un sencillo acto de misericordia lo conectó con la misericordia infinita, se animó a ayudar al otro y luego se dejó ayudar él: murió confesado y en paz. Este es el misterio de la misericordia.
Así, los dejo con la parábola del padre misericordioso, una vez que nos hemos situado en ese momento en que el hijo se siente sucio y revestido, pecador dignificado, avergonzado de sí y orgulloso de su padre. El signo para saber si uno está bien situado son las ganas de ser de ahora en adelante, misericordioso con todos. Ahí está el fuego que vino a traer Jesús a la tierra, ese que enciende otros fuegos. Si no se prende la llama, es que alguno de los polos no permite el contacto. O la excesiva vergüenza, que no «pela los cables» y, en vez de confesar abiertamente «hice esto y esto», se tapa; o la excesiva dignidad, que toca las cosas con guantes.
Una palabra para terminar, sobre los excesos de la misericordia
El único exceso ante la excesiva misericordia de Dios es excederse en recibirla y en desear comunicarla a los demás. El Evangelio nos muestra muchos lindos ejemplos de los que se exceden para recibirla: el paralítico, cuyos amigos lo hacen entrar por el techo en medio del sitio donde estaba predicando el Señor, exagera; el leproso, que deja a sus nueve compañeros y regresa glorificando y dando gracias a Dios a grandes voces y va a ponerse de rodillas a los pies del Señor; el ciego Bartimeo, que logra detener a Jesús con sus gritos, y también logra vencer la aduana de los curas para ir al Señor; la mujer hemorroisa, que en su timidez se las ingenia para lograr una estrecha cercanía con el Señor y que, como dice el Evangelio, cuando tocó el manto, el Señor sintió que salía de él una dynamis…; todos son ejemplos de ese contacto que enciende un fuego y desencadena la dinámica, desencadenar la dinámica, la fuerza positiva de la misericordia.
También está la pecadora, cuyas excesivas muestras de amor al Señor al lavarle los pies con sus lágrimas y secárselos con sus cabellos, son para el Señor signo de que ha recibido mucha misericordia, y por eso lo expresa así, exagerado, pero siempre la misericordia es exagerada, excesiva. La gente más simple, los pecadores, los enfermos, los endemoniados…, son exaltados inmediatamente por el Señor, que los hace pasar de la exclusión a la inclusión plena, de la distancia a la fiesta y esto no se entiende sino en clave de esperanza, en clave apostólica, en clave del que es misericordiado para misericordiar.
Podemos terminar rezando, con el Magnificat de la misericordia, el Salmo 50 del rey David, que recitamos en los laudes todos los viernes. Es el Magnificat de «un corazón contrito y humillado» que, en su pecado, tiene la grandeza de confesar al Dios fiel que es más grande que el pecado. Dios es más grande que el pecado.
Situados en el momento en que el hijo pródigo esperaba un trato distante y, en cambio, el padre lo metió de lleno en una fiesta, podemos imaginarlo rezando el Salmo 50. Y rezarlo a dos coros con él. Con el hijo pródigo. Podemos escucharlo cómo dice: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa…». Y nosotros decir: Pues yo también reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Y a una voz, decir: «Contra ti, Padre, contra ti solo pequé».
Rezamos desde esa tensión íntima que enciende la misericordia, esa tensión entre la vergüenza que dice: «Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa»; y esa confianza que dice: «Rocíame con el hisopo y quedaré limpio, lávame; quedaré más blanco que la nieve». Confianza que se vuelve apostólica: «Devuélveme la alegría de la salvación, afiánzame con espíritu firme y enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti»”. Al concluir rezaron el salmo Miserere, y el Santo Padre recordó que se hacía todos juntos, pero pensando como si fuera a dos coros y en el otro estuviera el hijo pródigo. (Texto de ZENIT con los añadidos improvisados por el Papa).
28 de mayo 2016. “El religioso santo, suscita vocaciones”.
Así lo ha asegurado el papa Francisco en su discurso a los participantes del Capítulo General de la Pequeña Obra de la Divina Providencia (San Luis Orione). De este modo, el Santo Padre ha recordado en su discurso que “todos estamos encaminados para seguir a Jesús”. Toda la Iglesia –ha recordado– está llamada a caminar con Jesús por las calles del mundo, para encontrar la humanidad de hoy que necesita, como escribía don Orione, del ‘pan del cuerpo y del divino bálsamo de la fe’. Además, ha explicado que el “camino maestro” es tener siempre unidas las dos dimensiones, la de la vida: la personal y la apostólica.
El Papa recordando a los allí presentes su llamada a servir a los pobres y excluidos de la sociedad, ha precisado que en ellos tocan y sirven “la carne de Cristo” y crecen “en la unión con Él, vigilando siempre para que la fe no se convierta en ideología y la caridad no se reduzca a filantropía”. Asimismo, ha observado que “el ser siervos de Cristo cualifica todo lo que se es y se hace, garantiza la eficacia apostólica, hace fecundo el servicio”.
Por otro lado, el Santo Padre ha explicado que el anuncio del Evangelio, especialmente en nuestros días, requiere mucho amor al Señor, unido a una iniciativa particular. El Papa ha exhortado a los presentes a no permanecer cerrados en sus ambientes, sino a salir “fuera”. Hay mucha necesidad de sacerdotes y religiosos que no se detengan solo en las instituciones de caridad –necesarias– sino que sepan ir más allá de sus confines, para llevar a cada ambiente, también al más lejano, el perfume de la caridad de Cristo. Del mismo modo, les ha pedido que no pierdan nunca de vista “ni la Iglesia” ni “la comunidad religiosa”, es más, “el corazón debe estar allí donde vuestro cenáculo”, pero “es necesario salir para llevar la misericordia de Dios a todos, indistintamente”.
También ha querido recordar a los presentes que su servicio a la Iglesia será más eficaz, cuanto más se esfuercen en cuidar su adhesión personal a Cristo y a su familia espiritual. “Testimoniando la belleza de la consagración, la vida buena de religiosos ‘siervos de Cristo y de los pobres’, se es ejemplo para los jóvenes”, ha concluido el Santo Padre. Fuente: Zenit.
4 de marzo 2016.La misericordia, antes que una actitud
o una virtud humana, es la elección que hace Dios
a favor de cada ser humano
destinada a su eterna salvación; elección sellada con la sangre del Hijo de Dios. Así lo ha indicado el papa Francisco en su discurso esta mañana a los participantes del curso anual sobre el Fuero Interno, promovido por la Penitenciaría Apostólica.
De este modo, aseguró que la divina misericordia puede alcanzar gratuitamente a todos aquellos que la invocan, porque “la posibilidad del perdón está realmente abierta a todos, es más, está abierta de par en par, como la más grande de las ‘puertas santas’, porque coincide con el corazón mismo del Padre, que ama y espera a todos sus hijos, de forma particular a los que se han equivocado más y están lejos”.
Asimismo, el Pontífice precisó que la misericordia del Padre puede llegar a cada persona de muchas formas: a través de la apertura de una conciencia sincera; por medio de la lectura de la Palabra de Dios que convierte el corazón, mediante un encuentro con una hermana o hermano misericordiosos; en las experiencias de la vida que nos hablan de heridas, de pecado, de perdón y de misericordia.
En esta línea, recordó que el sacramento de la reconciliación es “el lugar privilegiado para experimentar la misericordia de Dios y celebrar la fiesta del encuentro con el Padre”. El Papa indicó que la fiesta es parte del sacramento, del mismo modo que lo es la absolución.
Asimismo, subrayó que cuando, como confesores “nos dirigimos al confesionario para recibir a los hermanos y hermanas, debemos siempre recordar que somos instrumentos de la misericordia de Dios para ellos” y por tanto hay que estar “atentos a no poner obstáculos a este don de salvación”. Por eso es necesario tener siempre “actitud de fe humilde y generosa, con un único deseo, que cada fiel pueda experimentar el amor del Padre”.
Por otro lado, el papa Francisco reconoció que cada fiel arrepentido, después de la absolución del sacerdote, tiene la certeza, por fe, que los pecados ya no existen, son cancelados por la divina misericordia. A propósito, reconoció que le gusta pensar que Dios tiene una debilidad: mala memoria. Los pecados ya no existen –precisó– porque el Señor los olvida. Por eso es importante que “el confesor sea también un ‘canal de alegría’ y que el fiel, después de haber recibido el perdón, no se sienta más oprimido por la culpa”. También señaló que “somos guardianes, nunca padrones, tanto de las ovejas como de la gracia”. El Papa exhortó a poner en el centro, y no solo en el Año Jubilar, el sacramento de la reconciliación, “verdadero espacio del Espíritu Santo en el cual, todos, confesores y penitentes, podamos experimentar el único amor definitivo y fiel, el de Dios por cada uno de sus hijos, un amor que no decepciona nunca”.
Para concluir, Francisco dio un consejo a los presentes para las situaciones en las que no se puede dar la absolución. Les recomendó buscar siempre un camino, porque muchas veces se encuentra. Por eso recordó que además del lenguaje hablado existe “el lenguaje de los gestos”. Y les pidió que hablen como padres, recuerden al fiel que Dios les ama y les den la bendición. De tal modo que estas personas puedan salir de confesionario con la sensación de haber encontrado un padre y no de haber sido regañados. Fuente: Zenit. Ciudad del Vaticano.
16 de febrero 2016.Prefiero “una familia herida, que intenta todos
los días conjugar el amor, a una familia y sociedad enferma
por el encierro y la comodidad del miedo a amar”,
“una familia que una y otra vez intenta volver a empezar a una familia y sociedad narcisista y obsesionada por el lujo y el confort”, “una familia con rostro cansado por la entrega a rostros maquillados que no han sabido de ternura y compasión”. Palabras del papa Francisco a las familias en el encuentro en el Estadio de Tuxtla Gutiérrez en México. 16 de febrero 2016.
Queridos hermanos y hermanas
Doy gracias a dios por estar en esta tierra chiapaneca. Es bueno estar en este suelo, es bueno estar en esta tierra, es bueno estar en este lugar que con ustedes tiene sabor a familia, a hogar. Le doy gracias por sus rostros y presencia, le doy gracias dios por el palpitar de su presencia las familias de ustedes. Gracias también a ustedes, familias y amigos, que nos han regalado sus testimonios, que nos han abierto las puertas de sus casas, las puertas de sus vidas; nos han permitido estar en sus «mesas» compartiendo el pan que los alimenta y el sudor frente a las dificultades cotidianas. El pan de las alegrías, de la esperanza, de los sueños y el sudor frente a las amarguras, la desilusión y las caídas. Gracias por permitirnos entrar en sus familias, en su mesa, en su hogar.
Manuel, antes de darte gracias a vos por tu testimonio, quiero dar a tus padres, los dos de rodillas delante tuyo teniéndote el papel. ¿vieron qué imagen es esa? Los padres de rodilla ante el hijo que está enfermo. No nos olvidemos de esa imagen. Por ahí de vez en cuando ellos se pelean. Por ahí. ¿qué marido y qué mujer no se pelean? Y más cuando se mete la suegra, pero no importa. Pero se aman y nos han demostrado que se aman y son capaces, por el amor que se tienen, de ponerse de rodillas delante de su hijo enfermo. Gracias amigos por este testimonio que han dado. Y sigan adelante. Gracias. Y a vos Manuel gracias por tu testimonio y especialmente por tu ejemplo. Me gustó esa expresión que usaste: «echarle ganas», como la actitud que tomaste después de hablar con tus padres. Comenzaste a echarle ganas a la vida, echarle ganas a tu familia, echar ganas entre tus amigos; y nos has echado ganas a nosotros aquí́ reunidos. Gracias. Creo que es lo que el Espíritu Santo siempre quiere hacer en medio nuestro: echarnos ganas, regalarnos motivos para seguir apostando a la familia, sonando y construyendo una vida que tenga sabor a hogar y a familia. ¿le echamos ganas? Gracias
Y es lo que el padre dios siempre ha sonado y por lo que desde tiempos lejanos el padre dios ha peleado. Cuando parecía todo perdido esa tarde en el jardín del edén, el padre dios le echó ganas a esa joven pareja y le dijo que no todo estaba perdido. Cuando el pueblo de Israel sentía que no daba mas en el camino por el desierto, el padre dios le echó ganas con el maná. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, el padre dios le echó ganas a la humanidad para siempre y nos mandó a su hijo. De la misma manera, todos los que estamos acá́ hemos hecho experiencia de eso, en muchos momentos y de diferentes formas: el padre dios le ha echado ganas a nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿por qué? Porque no sabe hacer otra cosa. Nuestro padre dios no sabe hacer otra cosa que querernos, echarnos ganas y llevarnos adelante. No sabe hacer otra cosa. Porque su nombre es amor, su nombre es donación, su nombre es entrega, su nombre es misericordia. Eso nos lo ha manifestado con toda fuerza y claridad en Jesús, su hijo, que se la jugó hasta el extremo para volver hacer posible el reino de dios. Un reino que nos invita a participar de esa nueva lógica, que pone en movimiento una dinámica capaz de abrir los cielos, capaz de abrir nuestros corazones, nuestras mentes, nuestras manos y desafiarnos con nuevos horizontes. Un reino que sabe de familia, que sabe de vida compartida. En Jesús y con Jesús ese reino es posible. El es capaz de transformar nuestras miradas, nuestras actitudes, nuestros sentimientos muchas veces aguados en vino de fiesta superficial. El es capaz de sanar nuestros corazones e invitarnos una y otra vez, setenta veces siete, a volver a empezar. El es capaz de hacer siempre nuevas todas las cosas.
Me pediste, Manuel, que rezara por muchos adolescentes que están desanimados y en malos pasos. Lo sabemos ¿no? Muchos adolescentes sin ánimo, sin fuerza, sin ganas. Y, como bien dijiste, Manuel, muchas veces esa actitud nace porque se sienten solos, porque no tienen con quien hablar. Piensen los padres, pienses las madres. ¿hablan con sus hijos e sus hijas? ¿o están siempre ocupados, apurados? ¿juegan con sus hijos y sus hijas?
Y eso me recordó el testimonio que nos regaló Beatriz. Beatriz, vos dijiste: «la lucha siempre ha sido difícil por la precariedad y la soledad».¿cuántas veces te sentiste, señalada, juzgada? Esa. Pensemos en todas las mujeres que pasan por lo que pasó Beatriz. La precariedad, la escasez, el no tener muchas veces lo mínimo nos puede desesperar, nos puede hacer sentir una angustia fuerte ya que no sabemos como hacer para seguir adelante y más cuando tenemos hijos a cargo. La precariedad no solo amenaza el estómago (y eso es ya decir mucho), sino que puede amenazar el alma, nos puede desmotivar, sacar fuerza y tentar con caminos o alternativas de aparente solución, pero que al final no solucionan nada. Y vos fuiste valiente Beatriz. Gracias. Existe una precariedad que puede ser muy peligrosa, que se nos puede ir colando sin darnos cuenta, es la precariedad que nace de la soledad y el aislamiento. Y el aislamiento siempre es un mal consejero.
Manuel y Beatriz usaron sin darse cuenta la misma expresión, ambos nos muestran como muchas veces la mayor tentación a la que nos enfrentamos es «cortarnos solos» y lejos de «echarle ganas»; esa actitud es como una polilla que nos va corroyendo el alma, nos va secando el alma.
La forma de combatir esta precariedad y aislamiento, que nos deja vulnerables a tantas aparentes soluciones, como la que Beatriz mencionaba, se tiene que dar a distintos niveles. Una es por medio de legislaciones que protejan y garanticen los mínimos necesarios para que cada hogar y para que cada persona pueda desarrollarse por medio del estudio y un trabajo digno. Por otro lado, como bien lo resaltaba el testimonio de Humberto y Claudia cuando nos decían que buscaban la manera de transmitir el amor de dios que habían experimentado en el servicio y en la entrega a los demás. Leyes y compromiso personal son un buen binomio para romper la espiral de la precariedad. Y ustedes se animaron, y ustedes rezan , y ustedes están con Jesús, y ustedes están integrado en la vida de la iglesia. Usaron una linda expresión, comulgamos con el hermano débil, el enfermo, el necesitado. Gracias, gracias.
Hoy en día vemos y vivimos por distintos frentes como la familia está siendo debilitada, cuestionada. Como se cree que es un modelo que ya pasó y que no tiene espacio en nuestras sociedades que, bajo la pretensión de modernidad, propician cada vez más un modelo basado en el aislamiento. Y se van inoculando en nuestras sociedades, se dice sociedades libres, democráticas, soberanas, se van inoculando colonizaciones ideológicas que la destruyen y terminamos siendo colonias de ideologías destructoras del núcleo de la familia, de la familia que es la base de toda sana sociedad.
Es cierto, vivir en familia no siempre es fácil, muchas veces es doloroso y fatigoso, pero creo que se puede aplicar a la familia lo que más de una vez he referido a la iglesia: prefiero una familia herida, que intenta todos los días conjugar el amor, a una familia y sociedad enferma por el encierro y la comodidad del miedo a amar. Prefiero una familia que una y otra vez intenta volver a empezar a una familia y sociedad narcisista y obsesionada por el lujo y el confort. ¿cuántos chicos tienes? No, no tenemos porque claro nos gusta salir de vacaciones, salir a turismo ,quiero comprarme una quinta. El lujo y el confort y los hijos quedan… Y cuando quisiste tener uno ya se te pasó la hora. Que daño que hace eso ¿eh?. Prefiero una familia con rostro cansado por la entrega a rostros maquillados que no han sabido de ternura y compasión. Prefiero un hombre y una mujer, don Aniceto y señora, con el rostro arrugado por las luchas de todos los días que después de más de 50 años se siguen queriendo. Y ahí los tenemos. Y el hijo aprendió la lección. Ya lleva 25 de casado. Esas son las familias. Cuando les pregunté recién ¿quién tuvo más paciencia en esos 50 años? Los dos. Porque en la familia para llegar a lo que ellos llegaron hay que tener paciencia amor, hay que saber perdonarse. Padre, una familia perfecta nunca discute. Mentira. Es conveniente que de vez en cuando discutan. Y que vuelve algún plato. Está bien, no le tengan miedo. El único consejo es que no terminen el día sin hacer la paz. Porque si terminan el día en guerra van a amanecer ya en guerra fría, y la guerra fría es muy peligrosa en la familia porque va socavando desde abajo. Las arrugas de la fidelidad conyugal. Gracias por el testimonio de quererse por más de cincuenta años. Muchas gracias.
Y hablando de arrugas, para cambiar un poco el tema, recuerdo el testimonio de una gran actriz. Actriz de cine latinoamericana, cuando ya casi sesentona, comenzaba a mostrarse las arrugas de la cara, le recomendaron un arreglito para poder seguir trabajando bien. Su respuesta fue muy clara: estas arrugas me costaron mucho trabajo, mucho esfuerzo, mucho dolor y una vida plena. Ni soñando las quiero tocar. Son las huellas de mi historia. Y siguió siendo una gran actriz. En el matrimonio pasa lo mismo. La vida matrimonial tiene que renovarse todos los días. Como dije antes prefiero familias arrugadas, con heridas , con cicatrices pero que sigan andando porque esas heridas, esas cicatrices, esas arrugas, son fruto de la fidelidad de una amor que no siempre les fue fácil. El amor no es fácil, no es fácil no. Pero lo más lindo que un hombre y una mujer se pueden dar entre sí es el verdadero amor, para toda la vida.
Me han pedido que rezara por ustedes y quiero empezar a hacerlo ahora mismo, con ustedes. Ustedes queridos mexicanos tienen un plus, corren con ventaja. Tienen a la madre: la guadalupana quiso visitar estas tierras y eso nos da la certeza de tener su intercesión para que este sueño llamado familia no se pierda por la precariedad y la soledad. Ella es madre y está siempre dispuesta a defender nuestras familias, a defender nuestro futuro; está siempre dispuesta a «echarle ganas» dándonos a su hijo. Por eso, los invito, como están sin moverse mucho, a tomarse las manos y decir juntos a ella: dios te salve María.
30 de enero 2016.Todo cristiano es un portador de Cristo.
Primera audiencia jubilar Papa Francisco. “Queridos hermanos y hermanas, entramos día tras día en el corazón del Año Santo de la Misericordia. Con su gracia, el Señor guía nuestros pasos mientras atravesamos la Puerta Santa y sale a nuestro encuentro para permanecer siempre con nosotros, no obstante nuestras faltas y nuestras contradicciones. No nos cansemos jamás de sentir la necesidad de su perdón, porque cuando somos débiles su cercanía nos hace fuertes y nos permite vivir con mayor alegría nuestra fe.
Quisiera indicaros hoy la estrecha relación que existe entre la misericordia y la misión. Como recordaba san Juan Pablo II: “La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia” (Dives in misericordia, 13). Como cristianos tenemos la responsabilidad de ser misioneros del Evangelio. Cuando recibimos una buena noticia, o cuando vivimos una hermosa experiencia, es natural que sintamos la exigencia de comunicarla también a los demás. Sentimos dentro de nosotros que no podemos contener la alegría que nos ha sido donada. Queremos extenderla. La alegría suscitada es tal que nos lleva a comunicarla.
Y debería ser la misma cosa cuando encontramos al Señor. La alegría de este encuentro, de su misericordia. Comunicar la misericordia del Señor. Es más, el signo concreto de que de verdad hemos encontrado a Jesús es la alegría que sentimos al comunicarlo también a los demás. Y esto no es hacer proselitismo. Esto es hacer un don. Yo te doy aquello que me da alegría a mí. Leyendo el Evangelio vemos que esta ha sido la experiencia de los primeros discípulos: después del primer encuentro con Jesús, Andrés fue a decírselo enseguida a su hermano Pedro, y la misma cosa hizo Felipe con Natanael. Encontrar a Jesús equivale a encontrarse con su amor. Este amor nos transforma y nos hace capaces de transmitir a los demás la fuerza que nos dona. De alguna manera, podríamos decir que desde el día del Bautismo nos es dado a cada uno de nosotros un nuevo nombre además del que ya nos dan mamá y papá, y este nombre es “Cristóforo”. ¡Todos somos “Cristóforos”! ¿Qué significa esto? “Portadores de Cristo”. Es el nombre de nuestra actitud, una actitud de portadores de la alegría de Cristo, de la misericordia de Cristo. Todo cristiano es un “Cristóforo”, es decir, un portador de Cristo.
La misericordia que recibimos del Padre no nos es dada como una consolación privada, sino que nos hace instrumentos para que también los demás puedan recibir el mismo don. Existe una estupenda circularidad entre la misericordia y la misión. Vivir de misericordia nos hace misioneros de la misericordia, y ser misioneros nos permite crecer cada vez más en la misericordia de Dios. Por lo tanto, tomémonos en serio nuestro ser cristianos, y comprometámonos a vivir como creyentes, porque solo así el Evangelio puede tocar el corazón de las personas y abrirlo para recibir la gracia del amor, para recibir esta grande misericordia de Dios que acoge a todos. Gracias”. (Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
26 de enero 2016. “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13).
Las obras de misericordia en el camino jubilar.
Mensaje del papa Francisco para la cuaresma del año 2016.
1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada
En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempeña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
21 de diciembre de 2015. PROPUESTAS PARA VIVIR FRUCTUOSAMENTE, ESTE AÑO DE GRACIA EN LA MISERICORDIA
Para los sacerdotes, consagrados, consagradas. Para quienes le sirven a la Iglesia Papa Francisco.
El Santo Padre ha reflexionado durante su discurso de “volver a lo esencial”, cuando “estamos iniciando la peregrinación del Año Santo de la Misericordia” y que representa “una fuerte llamada a la gratitud, a la conversión, a la renovación, a la penitencia y a la reconciliación”.
El acróstico está basado en la Palabra MISERICORDIA °°°°
El primer punto del acróstico ha sido la “Misionariedad y pastoralidad”. El Santo Padre ha indicado que “la misionariedad es lo que hace y muestra a la curia fértil y fecunda; es prueba de la eficacia, la capacidad y la autenticidad de nuestro obrar”. La pastoralidad sana --ha añadido-- es una virtud indispensable de modo especial para cada sacerdote.
La Idoneidad y sagacidad en segundo lugar. El Papa ha explicado que “la idoneidad necesita el esfuerzo personal de adquirir los requisitos necesarios y exigidos para realizar del mejor modo las propias tareas y actividades, con la inteligencia y la intuición”. Esta --ha observado-- es contraria a las recomendaciones y los sobornos. Asimismo ha precisado que “la sagacidad es la prontitud de mente para comprender y para afrontar las situaciones con sabiduría y creatividad”.
Espiritualidad y humanidad. El Pontífice ha recordado que “la espiritualidad es la columna vertebral de cualquier servicio en la Iglesia y en la vida cristiana”. Esta alimenta todo nuestro obrar, lo corrige y lo protege de la fragilidad humana y de las tentaciones cotidianas. La humanidad --ha añadido-- es aquello que encarna la autenticidad de nuestra fe. Al respecto, el papa Francisco ha subrayado que la humanidad nos hace diferentes de las máquinas y los robots. Además ha advertido que “cuando nos resulta difícil llorar seriamente o reír apasionadamente, entonces ha iniciado nuestro deterioro y nuestro proceso de transformación de «hombres» a algo diferente”.
Ejemplaridad y fidelidad. Francisco ha hecho referencia a su antecesor, el beato Pablo VI, quien recordó a la Curia “su vocación a la ejemplaridad”. Ejemplaridad para evitar los escándalos que hieren las almas y amenazan la credibilidad de nuestro testimonio. Fidelidad a nuestra consagración, a nuestra vocación.
Racionalidad y amabilidad, ha proseguido el Papa. La racionalidad --ha indicado-- sirve para evitar los excesos emotivos, y la amabilidad para evitar los excesos de la burocracia, las programaciones y las planificaciones. Son dotes necesarias, ha añadido, para el equilibrio de la personalidad.
Inocuidad y determinación. La inocuidad, ha explicado Francisco, que nos hace cautos en el juicio, capaces de abstenernos de acciones impulsivas y apresuradas, es la capacidad de sacar lo mejor de nosotros mismos, de los demás y de las situaciones, actuando con atención y comprensión. Por otro lado, ha explicado que “la determinación es la capacidad de actuar con voluntad decidida, visión clara y obediencia a Dios”.
Caridad y verdad. A propósito de esto, el Santo Padre ha asegurado que “la caridad sin la verdad se convierte en la ideología del bonachón destructivo, y la verdad sin la caridad, en el afán ciego de judicializarlo todo”.
A continuación ha hablado sobre la Honestidad y madurez. “La honestidad es la rectitud, la coherencia y el actuar con sinceridad absoluta con nosotros mismos y con Dios”, ha afirmado Francisco. La madurez --ha añadido-- es el esfuerzo para alcanzar una armonía entre nuestras capacidades físicas, psíquicas y espirituales.
Respeto y humildad. El papa Francisco ha asegurado que “el respeto es una cualidad de las almas nobles y delicadas, de las personas que tratan siempre de demostrar la justa consideración a los demás, a la propia misión, a los superiores y a los subordinados, a los legajos, a los documentos, al secreto y a la discreción; es la capacidad de saber escuchar atentamente y hablar educadamente”. La humildad, en cambio, es la virtud de los santos y de las personas llenas de Dios, que cuanto más crecen en importancia, más aumenta en ellas la conciencia de su nulidad y de no poder hacer nada sin la gracia de Dios.
Sobre la Dadivosidad y atención, el Pontífice ha precisado que “seremos mucho más dadivosos de alma y más generosos en dar, cuanta más confianza tengamos en Dios y en su providencia, conscientes de que cuanto más damos, más recibimos”. La atención “consiste en cuidar los detalles y ofrecer lo mejor de nosotros mismos, y también en no bajar nunca la guardia sobre nuestros vicios y carencias”.
Impavidez y prontitud. El Papa ha indicado que ser impávido significa “no dejarse intimidar por las dificultades”, “actuar con audacia y determinación y sin tibieza” “ser capaz de dar el primer paso sin titubeos”. La prontitud, ha precisado Francisco, “consiste en saber actuar con libertad y agilidad, sin apegarse a las efímeras cosas materiales”.
Finalmente ha hablado de la Atendibilidad y sobriedad. “El atendible es quien sabe mantener los compromisos con seriedad y fiabilidad cuando se cumplen, pero sobre todo cuando se encuentra solo; es aquel que irradia a su alrededor una sensación de tranquilidad, porque nunca traiciona la confianza que se ha puesto en él”, ha indicado. Sobre la sobriedad ha explicado que “es la capacidad de renunciar a lo superfluo y resistir a la lógica consumista dominante”.
Para concluir su discurso, el Santo Padre ha recordado que “la misericordia no es un sentimiento pasajero”, sino la síntesis de la Buena Noticia. Por eso ha deseado que sea la misericordia “la que guíe nuestros pasos, la que inspire nuestras reformas, la que ilumine nuestras decisiones”, “el soporte maestro de nuestro trabajo”, “la que nos enseñe cuándo hemos de ir adelante y cuándo debemos dar un paso atrás”, “la que nos haga ver la pequeñez de nuestros actos en el gran plan de salvación de Dios y en la majestuosidad y el misterio de su obra”. Fuente: Zenit.
29 de noviembre de 2015. 'La grandeza del ser humano es
trabajar por la dignidad de sus semejantes.
“Vengo como peregrino de la paz, y me presento como apóstol de la esperanza”. Con estas palabras ha querido iniciar el papa Francisco su primer discurso en la República Centroafricana, en su encuentro con las autoridades en el Palacio Presidencia.
El Santo Padre ha llegado a Bangui, última etapa de su viaje a África. Después de aterrizar este domingo a las 10.00 de la mañana en el aeropuerto de Bangui, el Papa se ha dirigido directamente a la visita de cortesía a la Jefa de Estado de la Transición de la República Centroafricana, Catherine Samba-Panza.
A su llegada al palacio presidencial, después de escuchar los himnos y rendir homenaje a las banderas, el Papa ha sido recibido por la Jefe de Estado, con la que se ha reunidos en privado. A la vez, ha tenido un encuentro entre la delegación vaticana y la del Gobierno de Centroáfrica. Tras el encuentro privado, ha tenido lugar el intercambio de regalos. A continuación, el Santo Padre se ha reunido con las autoridades del Estado, la clase dirigente y el cuerpo diplomático de la nación, en el patio del palacio presidencial de Bangui.
En su discurso, el Papa ha observado que en este momento este país se encamina, poco a poco y a pesar de las dificultades, hacia la normalización de su vida social y política. Por ello ha querido felicitar a las diversas autoridades nacionales e internacionales “por los esfuerzos que han realizado para dirigir el país en esta etapa”. Y así, ha deseado que las diferentes consultas nacionales, que se celebrarán en las próximas semanas, “permitan al país entrar con serenidad en una nueva etapa de su historia”.
Haciendo referencia al lema de la República Centroafricana, «Unidad – Dignidad – Trabajo», el Santo Padre ha asegurado que “hoy más que nunca, esta trilogía expresa las aspiraciones de todos los centroafricanos y, por tanto, es una brújula segura para las autoridades que han de guiar los destinos del país”. De este modo, ha estructurado su discurso en estas tres ideas.
A propósito de la unidad, el Pontífice ha recordado que “es un valor fundamental para la armonía de los pueblos”. Se ha de vivir y construir “teniendo en cuenta la maravillosa diversidad del mundo circundante, evitando la tentación de tener miedo de los demás, del que no nos es familiar, del que no pertenece a nuestro grupo étnico, a nuestras opciones políticas o a nuestra religión”, ha indicado. Asimismo ha añadido que la unidad requiere “crear y promover una síntesis de la riqueza que cada uno lleva consigo”.
En segundo lugar, la dignidad. El Santo Padre ha subrayado que este valor moral es el que “caracteriza a los hombres y mujeres conscientes de sus derechos y de sus deberes, y que lleva al respeto mutuo”. Hay que hacer lo que sea --ha añadido-- para salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana. De este modo, también ha asegurado que el que tiene los medios para vivir una vida digna “debe tratar de ayudar a los pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y social”. Por lo tanto, el Obispo de Roma ha reconocido que “el acceso a la educación y a la sanidad, la lucha contra la desnutrición y el esfuerzo por asegurar a todos una vivienda digna, ha de tener un puesto principal en un plan de desarrollo que se preocupe de la dignidad humana”. La grandeza del ser humano --ha precisado-- consiste en trabajar por la dignidad de sus semejantes.
Finalmente ha reflexionado sobre el trabajo. Así, Francisco ha indicado que los centroafricanos “pueden mejorar esta maravillosa tierra, usando con responsabilidad sus múltiples recursos”. Recordando que este país se encuentra en una zona que, por su excepcional riqueza en biodiversidad, está considerada como uno de los dos pulmones de la humanidad, el Papa ha llamado la atención acerca de la grave responsabilidad que les corresponde en la explotación de los recursos medioambientales, en las opciones y proyectos de desarrollo. La construcción de una sociedad próspera --ha observado-- debe ser una obra solidaria.
Por otro lado, el Santo Padre ha hecho hincapié en la importancia crucial que tiene la conducta y la gestión de las autoridades públicas, ya que debeb ser las primeras que han de encarnar en sus vidas con coherencia los valores de la unidad, la dignidad y el trabajo, y ser un ejemplo para sus compatriotas.
Para concluir su discurso, el Santo Padre ha dedicado unas palabras al papel de la Iglesia en este país. Y junto con los obispos, ha renovado “el propósito de esta Iglesia particular de contribuir cada vez más a la promoción del bien común, especialmente a través de la búsqueda de la paz y la reconciliación”. También ha reconocido los esfuerzos realizados por la Comunidad internacional. Y les ha animado a que sigan avanzando todavía más en el camino de la solidaridad, “con la esperanza de que su compromiso, unido al de las Autoridades centroafricanas, sirva para que el país progrese, sobre todo en la reconciliación, el desarme, la preservación de la paz, la asistencia sanitaria y la cultura de una buena gestión en todos los ámbitos”. Fuente: Zenit.
28 de noviembre de 2015. Los mártires nos invitan a acercarnos a los necesitados.
El santo padre Francisco celebró este sábado la santa misa en la basílica ubicada en la colina de Namugongo, lugar en el que fueron martirizados a fines del siglo XVIII 22 laícos católicos que no quisieron renunciar a la fe católica.
Poco antes vistió el santuario de otros 23 mártires anglicanos ejecutados por el mismo rey. El Papa les invitó siguiendo el ejemplo de los mártires a profesar la fe y dar el ejemplo. Recordó que no hace falta viajar como los misioneros para evangelizar, ya que en los propios lugares es posible encontrar oportunidades de hacer el bien y dar testimonio.
A continuación el texto de la homilía:
«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).
Desde la época Apostólica hasta nuestros días, ha surgido un gran número de testigos para proclamar a Jesús y manifestar el poder del Espíritu Santo. Hoy, recordamos con gratitud el sacrificio de los mártires ugandeses, cuyo testimonio de amor por Cristo y su Iglesia ha alcanzado precisamente «los extremos confines de la tierra». Recordamos también a los mártires anglicanos, su muerte por Cristo testimonia el ecumenismo de la sangre. Todos estos testigos han cultivado el don del Espíritu Santo en sus vidas y han dado libremente testimonio de su fe en Jesucristo, aun a costa de su vida, y muchos de ellos a muy temprana edad.
También nosotros hemos recibido el don del Espíritu, que nos hace hijos e hijas de Dios, y también para dar testimonio de Jesús y hacer que lo conozcan y amen en todas partes. Hemos recibido el Espíritu cuando renacimos por el bautismo, y cuando fuimos fortalecidos con sus dones en la Confirmación. Cada día estamos llamados a intensificar la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, a «reavivar» el don de su amor divino para convertirnos en fuente de sabiduría y fuerza para los demás.
El don del Espíritu Santo se da para ser compartido. Nos une mutuamente como fieles y miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo. No recibimos el don del Espíritu sólo para nosotros, sino para edificarnos los unos a los otros en la fe, en la esperanza y en el amor. Pienso en los santos José Mkasa y Carlos Lwanga que, después de haber sido instruidos por otros en la fe, han querido transmitir el don que habían recibido. Lo hicieron en tiempos difíciles. No estaba amenazada solamente su vida, sino también la de los muchachos más jóvenes confiados a sus cuidados. Dado que ellos habían cultivado la propia fe y habían crecido en el amor de Cristo, no tuvieron miedo de llevar a Cristo a los demás, aun a precio de la propia vida. Su fe se convirtió en testimonio; venerados como mártires, su ejemplo sigue inspirando hoy a tantas personas en el mundo. Ellos siguen proclamando a Jesucristo y el poder de la cruz.
Si, a semejanza de los mártires, reavivamos cotidianamente el don del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, entonces llegaremos a ser de verdad los discípulos misioneros que Cristo quiere que seamos. Sin duda, lo seremos para nuestras familias y nuestros amigos, pero también para los que no conocemos, especialmente para quienes podrían ser poco benévolos e incluso hostiles con nosotros. Esta apertura hacia los demás comienza en la familia, en nuestras casas, donde se aprende a conocer la misericordia y el amor de Dios. Y se expresa también en el cuidado de los ancianos y de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.
El testimonio de los mártires muestra, a todos los que han conocido su historia, entonces y hoy, que los placeres mundanos y el poder terreno no dan alegría ni paz duradera. Es más, la fidelidad a Dios, la honradez y la integridad de la vida, así como la genuina preocupación por el bien de los otros, nos llevan a esa paz que el mundo no puede ofrecer. Esto no disminuye nuestra preocupación por las cosas de este mundo, como si mirásemos solamente a la vida futura. Al contrario, nos ofrece un objetivo para la vida en este mundo y nos ayuda a acercarnos a los necesitados, a cooperar con los otros por el bien común y a construir, sin excluir a nadie, una sociedad más justa, que promueva la dignidad humana, defienda la vida, don de Dios, y proteja las maravillas de la naturaleza, la creación, nuestra casa común.
Queridos hermanos y hermanas, esta es la herencia que han recibido de los mártires ugandeses: vidas marcadas por la fuerza del Espíritu Santo, vidas que también ahora siguen dando testimonio del poder transformador del Evangelio de Jesucristo. Esta herencia no la hacemos nuestra como un recuerdo circunstancial o conservándola en un museo como si fuese una joya preciosa. En cambio, la honramos verdaderamente, y a todos los santos, cuando llevamos su testimonio de Cristo a nuestras casas y a nuestros prójimos, a los lugares de trabajo y a la sociedad civil, tanto si nos quedamos en nuestras propias casas como si vamos hasta los más remotos confines del mundo.
Que los mártires ugandeses, junto con María, Madre de la Iglesia, intercedan por nosotros, y que el Espíritu Santo encienda en nosotros el fuego del amor divino. ¡Omukama abawe omukisa! (Que Dios los bendiga)". Fuente: Zenit.
28 de noviembre de 2015. El Papa invita a los jóvenes a superar las dificultades, transformar lo negativo en positivo y a orar.
El papa Francisco habla a los jóvenes en Uganda. Escuché con mucho dolor en el corazón el testimonio de Winnie y de Emmanuel. Pero a medida que iba escuchando me hice una pregunta: ¿una experiencia negativa puede servir para algo en la vida? Sí Tanto Winnie como Emmanuel han sufrido experiencias negativas. Winnie pensaba que no había futuro para ella. Que la vida para ella era una pared delante. Pero Jesús le fue haciendo entender que en la vida se puede hacer un gran milagro. Transformar una pared en horizonte. Un horizonte que me abra el futuro. Delante de una experiencia negativa, como muchos de los que estamos acá hemos tenido experiencias negativas, siempre está la posibilidad de abrir un horizonte. De abrirlo con la puerta de Jesús. Hoy Winnie transformó su depresión, su amargura en esperanza.
Y esto no es magia, es obra de Jesús. Porque Jesús es el Señor. Jesús puede todo. Y Jesús sufrió la experiencia más negativa de la historia. Fue insultado, fue rechazado y fue asesinado. Y Jesús, por el poder de Dios, resucitó. Él puede hacer en cada uno de nosotros lo mismo con cada experiencia negativa. Porque Jesús es el Señor.
Yo me imagino, y todos juntos hagamos un acto de imaginarnos, el sufrimiento de Emmanuel. Cuando veía que sus compañeros eran torturados. Cuando veía que sus compañeros eran asesinados. Emmanuel fue valiente. Se animó. Él sabía que si lo encontraban el día que se escapaba, lo mataban. Arriesgó. Se confió en Jesús. Y se escapó. Y hoy lo tenemos aquí, después de catorce años, graduado en Ciencias Administrativas.
Siempre se puede. Nuestra vida es como una semilla, para vivir hay que morir. Y morir a veces físicamente como los compañeros de Emmanuel. Morir como murió Carlo Lwanga y los mártires de Uganda. Pero a través de esa muerte hay una vida. Una vida para todos. Si yo transformo lo negativo en positivo soy un triunfador. Pero eso solamente se puede hacer con la gracia de Jesús.
¿Están seguros de esto? ¡No escuché nada? ¿Están seguros? ¿Están dispuestos a transformar en la vida todas las cosas negativas en positivo? ¿Están dispuestos a transformar el odio en amor? ¿Están dispuestos a transformar, a querer transformar la guerra en la paz?
Ustedes tengan conciencia de que son un pueblo de mártires. Por las venas de ustedes corre sangre de mártires. Y por eso tienen la fe y la vida que tienen ahora. Y esta vida es tan linda que se la llama la perla del África. Parece que el micrófono no funciona bien, a veces también nosotros no funcionamos bien, ¿si o no? Y cuando no funcionamos bien, ¿a quién tenemos que ir a pedirle que nos ayude? No oigo. Más alto. A Jesús, Jesús puede cambiarte la vida. Jesús puede tirarte abajo todos los muros que tienes delante. Jesús puede hacer que tu vida sea un servicio para los demás.
Algunos de ustedes me puede npreguntar, ¿y para esto hay un barita mágica? Si vos quieres que Jesús te cambie la vida, pídele ayuda. Y esto se llama rezar. ¿Entendieron bien? Rezar. Les pregunto, ¿ustedes rezan? ¿Seguro? Rezarle a Jesús porque Él es el Salvador. Nunca dejen de rezar. La oración es el arma más fuerte que tiene un joven. Jesús nos quiere. Les pregunto. ¿Jesús quiere a unos sí y a otros no? ¿Jesús quiere a todos? ¿Jesús quiere ayudar a todos? Entonces ábrele la puerta de tu corazón y déjalo entrar. Dejar entrar a Jesús en mi vida. Y cuando Jesús entra en tu vida, te ayuda a luchar. A luchar contra todos los problemas que señaló Winnie. Luchar contra la depresión, luchar contra el Sida, pedir ayuda para superar esas situaciones. Pero siempre luchar. Luchar con mi deseo. Y luchar con mi oración. ¿Están dispuestos a luchar? ¿Están dispuestos a desear lo mejor para ustedes? ¿Están dispuestos a rezar, a pedirle a Jesús que los ayude en la lucha?
Y una tercera cosa que les quiero decir. Todos nosotros estamos en la Iglesia, pertenecemos a la Iglesia. ¿Verdad? Y la Iglesia tiene una Madre. ¿Cómo se llama? ¡No puedo oír! Rezar a la Madre. Cuando un chico se cae, se lastima, se pone a llorar y va a buscar a la mamá. Cuando nosotros tenemos un problema lo mejor que podemos hacer es ir donde nuestra Madre. Y rezarle a María nuestra madre. ¿Están de acuerdo? ¿Y ustedes le rezan a la Virgen Nuestra Madre? Y por aquí pregunto, ¿ustedes rezan a Jesús y a la Virgen Nuestra Madre?
Las tres cosas: superar las dificultades, segundo, transformar lo negativo en positivo y tercero, oración. Oración a Jesús que lo puede todo. Jesús que entre en nuestro corazón. Y nos cambia la vida. Jesús que vino para salvarme y dio su vida por mí. Rezar a Jesús porque Él es el único Señor. Y como en la Iglesia no somos huérfanos y tenemos una Madre, rezar a nuestra Madre. Y cómo se llama nuestra Madre. ¡Más fuerte! Les agradezco mucho que hayan escuchado. Les agradezco que quieran cambiar lo negativo en positivo. Que quieran luchar contra la malo con Jesús al lado y sobre todo les agradezco que tengan ganas de nunca dejar de rezar.
Y ahora los invito a rezar juntos a nuestra madre, para que nos proteja. ¿Estamos de acuerdo? Todos juntos. Después de rezar el Ave María y dar la bendición, el Papa ha añadido: Un último pedido: recen por mí, recen por mí, lo necesito. No lo olviden. Adiós. Fuente: Zenit.
27 de noviembre 2015.“No le tomen el gusto a esa azúcar
que le llaman corrupción”.
Después de visitar el suburbio de Kangemi, en Nairobi, el papa Francisco ha mantenido este viernes por la mañana un encuentro con los jóvenes keniatas en el Estadio Kasarani. La reunión ha comenzado con un momento de cantos polifónicos, danzas y actuaciones musicales, que son un importante modo de comunicarse para los pueblos africanos. A continuación, se ha leído la lectura de la carta a Timoteo, leída en braille por una niña ciega.
En medio de un clima festivo y colorido, el obispo encargado de la pastoral de los laicos, Mons. Anthony Muheria, ha dirigido un discurso de bienvenida al Santo Padre, y dos jóvenes han compartido sus inquietudes y esperanzas con todos los presentes, incluido el presidente del país. A continuación, el Pontífice ha recibido una placa que indica el número de rosarios recitados en los últimos meses por sus intenciones.
Como en otras ocasiones, el Papa ha querido responder a las preguntas de la juventud de Kenia de forma espontánea e improvisada, y lo ha hecho en su lengua madre, con la ayuda de un traductor.
En sus palabras, Francisco ha invitado a los jóvenes a no dejarse arrastrar por el azúcar de la corrupción ni por el tribalismo, al tiempo que ha reclamado a las autoridades educación y trabajo para que ellos no se vean seducidos por el reclutamiento de los grupos radicales. "El espíritu del mal nos lleva a la destrucción. Y el espíritu del mal nos lleva a la desunión, al tribalismo, a la corrupción, a la drogadicción, a la destrucción por los fanatismos", ha señalado.
"Hay una palabra que puede parecer incómoda pero no la quiero evitar porque ustedes la usaron antes que yo, la usaron cuando me trajeron contándome los rosarios que habían rezado por mí. La usó el obispo cuando presentó que se prepararon a esta visita con la oración. Lo primero que respondería es que un hombre o una mujer pierde lo mejor de su ser humano cuando se olvida de rezar porque se siente omnipotente, porque no siente necesidad de pedir ayuda delante de tantas tragedias", ha proseguido.
"La vida está llena de dificultades, pero hay dos maneras de ver las dificultades: como algo que te bloquea, te destruye o te detiene o lo miras como una oportunidad", ha dicho. "Chicos y chicas, no vivimos en el cielo, vivimos en la tierra y la tierra está llena de dificultades, está llena también de invitaciones para desviarte hacia el mal. Pero hay algo que todos ustedes, los jóvenes, tienen, que dura un tiempo más o menos grande: la capacidad de elegir qué camino quiero, cuál de estas dos cosas quiero elegir, dejarme vencer por la dificultad o transformar la dificultad en una oportunidad para vencer yo", ha insistido.
Así, el Santo Padre les ha preguntado: "¿Ustedes son como los deportistas que cuando vienen a jugar al estadio quieren ganar? ¿O son como aquellos que ya vendieron la victoria a los otros y se pusieron la plata en los bolsillos?" "A ustedes les toca elegir", ha añadido.
Hablando de los desafíos, el Pontífice se ha referido al tribalismo que "destruye una nación. Es tener las manos escondidas por detrás y tener una piedra en cada mano para tirársela al otro". "El tribalismo solo se vence con el oído, con el corazón y con la mano", ha asegurado.
"Si ustedes no dialogan y no se escuchan entre ustedes siempre va a existir el tribalismo que es como una polilla que va a roer la sociedad", ha recordado. "¡Todos somos una nación! ¡Todos somos una nación! Así tienen que ser nuestros corazones y el tribalismo no es solo levantar las manos hoy. Este es el deseo, es la decisión. Pero el tribalismo es un trabajo de todos los días. Vencer el tribalismo es un trabajo de todos los días. Un trabajo del oído, escuchar al otro. Del corazón, abrir mi corazón al otro, y un trabajo de las manos, darse las manos unos con otros", ha enfatizado.
Sobre la corrupción, el Pontífice ha asegurado que "es algo que se nos mete adentro, es como el azúcar, es dulce, nos gusta, es fácil y después terminamos mal y de tanto azúcar fácil terminamos diabéticos o nuestro país termina diabético. Cada vez que aceptamos una coima (soborno) y la metemos en el bolsillo destruimos nuestro corazón, destruimos nuestra personalidad y destruimos nuestra patria. Por favor, ¡no le tomen el gusto a ese azúcar que se llama corrupción!" En todas las instituciones, "incluso en el Vaticano hay casos de corrupción", ha lamentado.
"Como en todas las cosas hay que empezar, si no querés corrupción en tu corazón, en tu vida, en tu patria empezá vos. Si no empezás vos tampoco va a empezar el vecino", ha indicado. "La corrupción además nos roba la alegría, nos roba la paz, la persona corrupta no vive en paz", ha reiterado
Los jóvenes también han preguntado al Papa sobre cómo usar los medios de comunicación para divulgar el mensaje de esperanza de Cristo y promover iniciativas justas para que se vea la diferencia. "El primer medio de comunicación es la palabra, es el gesto, es la sonrisa. El primer gesto de comunicación es la cercanía, es buscar la amistad. Si ustedes hablan bien entre ustedes, se sonríen, se acercan como hermanos; si ustedes están cerca el uno del otro aunque sean de diversas tribus; y si ustedes se acercan a los que necesitan, a los pobres, enfermos, abandonados, al anciano que nadie visita, esos gestos de comunicación son más contagiosos que cualquier red de televisión", ha afirmado.
Frente a un joven lleno de ilusiones que se deja reclutar o va a buscar ser reclutado y se aparta de su familia, de sus amigos, de su tribu y de su patria, Francisco ha explicado que "lo primero que tenemos que hacer para evitar que un joven sea reclutado o quiera ser reclutado es educación y trabajo". "Si un joven no tiene trabajo, ¿qué futuro le espera? Y ahí entra la idea de dejarse reclutar. Si un joven no tiene posibilidades de educación, incluso de educación de emergencia, de pequeños oficios, ¿qué puede hacer? Ahí está el peligro", ha advertido. "Es un peligro social que está más allá de nosotros, incluso más allá del país porque depende de un sistema internacional que es injusto, que tiene al centro de la economía no a la persona sino al dios dinero", ha subrayado.
"Les voy a contar una confidencia: en el bolsillo llevo siempre dos cosas. Un rosario, un rosario para rezar y una cosa que parece extraña, que es esto (lo muestra) y esto es la historia del fracaso de Dios, es un Via Crucis, un pequeño Via Crucis, es como Jesús fue sufriendo desde que lo condenaron a muerte hasta que fue sepultado. Con estas dos cosas me arreglo como puedo, pero gracias a estas dos cosas no pierdo la esperanza", les ha confiado el Pontífice.
Por último, el Santo Padre ha destacado el papel de la familia: "En todas partes hay chicos abandonados o porque los abandonaron cuando nacieron o porque la vida les abandonó, la familia, los padres y no sienten el afecto de la familia. Por eso la familia es tan importante. ¡Defiendan la familia! Defiéndanla siempre. En todas partes no solo hay chicos abandonados, sino también ancianos abandonados que están sin que nadie los visite, sin que nadie los quiera"
"¿Cómo salir de esa experiencia negativa, de abandono, de lejanía de amor? Hay un solo remedio para salir de esas experiencias. ¡Hacer aquello que yo no recibí! Si vos no recibiste comprensión sé comprensivo con los demás. Si vos no recibiste amor, ama a los demás, si vos sentiste el dolor de la soledad, acércate a aquellos que están solos. La carne se cura con la carne y Dios se hizo carne para curarnos a nosotros. Hagamos lo mismo nosotros con los demás", ha exhortado.
"Bueno, yo creo que antes de que el árbitro suene el pito es hora de terminar. Yo les agradezco de corazón que hayan venido, que me hayan permitido hablar en mi lengua materna. Les agradezco que hayan rezado tantos rosarios por mí, y por favor, les pido que recen por mí porque yo también necesito, y mucho. Cuento con las oraciones de ustedes y antes de irnos, les pediría que nos pongamos todos de pie y recemos juntos a nuestro Padre del cielo, que tiene un solo defecto: no puede dejar de ser Padre", ha concluido. Al término del encuentro, el papa Francisco ha bendecido unas plantas y otros objetos que le han presentado. Fuente: Zenit.
26 de noviembre de 2015. Sin oración la vida se seca.
El papa Francisco se ha dirigido este jueves por la tarde al campo de deportes de la St Mary’s School en Nairobi, donde ha mantenido un encuentro con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas de Kenia. A su llegada, el Santo Padre ha sido recibido por el superior regional de los Espiritanos y el párroco de la iglesia de San Agustín, que se encuentra dentro del mismo recinto escolar.
La reunión ha comenzado con el saludo de Mons. Anthony Ireri Mukobo, IMC, vicario apostólico de Isiolo y presidente de la Comisión para el Clero y los Religiosos de la Conferencia de Obispos Católicos de Kenia. Poco después, el padre Felix J. Phiri, Mafr, presidente de la Conferencia de Superiores Religiosos de Kenia (RSCK) y la hermana Michael Marie Rottinghaus, presidente de la Asociación de Comunidades de Kenia (AOSK), han compartido su testimonio con el Pontífice y todos los presentes.
En su discurso improvisado en español, el Papa ha señalado que en el seguimiento de Jesucristo, sea en el sacerdocio, sea en la vida consagrada, se entra por la puerta. "La puerta es Cristo. Él llama, Él empieza, Él va haciendo el trabajo. Hay algunos que quieren entrar por la ventana. ¡No sirve eso!", ha explicado. "Por favor, si alguno ve que un compañero o compañera entró por la ventana, abrácenlo y explíquenle que mejor que se vaya, y que sirva a Dios en otro lado. Porque nunca va a llevar a término una obra que no empezó Jesús por la puerta", ha advertido.
"El Señor nos cambia a todos, y Él comenzó su obra el día en que nos miró en el Bautismo. Y el día que nos miró después, cuando nos dijo, si tenéis ganas, venid conmigo. Y ahí nos metimos en fila y empezamos el camino. Pero el camino lo empezó Él, no nosotros", ha recordado. "Esto nos tiene que llevar a una conciencia de elegidos. Yo fui mirado, yo fui elegido", ha añadido.
A continuación, Francisco ha apuntado que "hay algunos que no saben para qué los llama Dios, pero sienten que Dios los llamó". "Vayan tranquilos, Él les hará comprender para qué los llamó", ha asegurado. "Hay otros que quieren seguir al Señor, pero por interés", ha lamentado. "Acordémonos de la mamá de Santiago y Juan: 'Señor, te quiero pedir que cuando partas la torta le des la parte más grande a mis dos hijos, uno a la derecha y otra a la izquierda'. Es la tentación de seguir a Jesús por ambición. Ambición de dinero, de poder", ha indicado.
"Todos podemos decir cuándo yo empecé a seguir a Jesús ni se me ocurrió eso. Pero a otros se les ocurrió. Y poco a poco te lo sembraron en el corazón como una cizaña", ha proseguido. "En la vida del seguimiento de Jesús no hay lugar para la ambición, ni para las riquezas, ni para ser una persona importante en el mundo. A Jesús se le sigue hasta el último paso de su vida terrena, la cruz. Después Él se encarga de resucitarte", ha enfatizado.
Así, el Santo Padre ha afirmado que "la Iglesia no es una empresa, no es una ONG. La Iglesia es un misterio, el misterio de la mirada de Jesús sobre cada uno". "El que llama es Jesús; se entra por la puerta, no por la ventana; y se sigue el camino de Jesús", ha vuelto a decir. "Jesús cuando nos elige no nos canoniza, seguimos siendo los mismos pecadores", ha apuntado. "Todos somos pecadores. Yo el primero, después ustedes. Pero nos lleva adelante la ternura y el amor de Jesús", ha subrayado.
Tras estas palabras, el Pontífice ha pedido a los presentes que "nunca dejen de llorar". "Cuando a un sacerdote, a un religioso o religiosa se le secan las lágrimas, algo no funciona. Llorar por la propia infidelidad, por el dolor del mundo, llorar por la gente que está descartada, por los viejitos abandonados, por los niños asesinados, por las cosas que no entendemos. Llorar cuando nos preguntan por qué. Ninguno de nosotros tiene todas las respuestas a los por qué", ha reconocido.
"Hay situaciones en la vida que solo nos llevan a llorar mirando a Jesús en la cruz. Y esa es la única respuesta para ciertas injusticias, para ciertos dolores, para ciertas dificultades en la vida", ha señalado. "Cuando un consagrado o consagrada, un sacerdote, se olvida de Cristo crucificado... pobrecito, cayó en un pecado muy feo. Un pecado que le da asco a Dios, que le hace vomitar. El pecado de la tibieza", ha advertido. "Cuiden de no caer en el pecado de la tibieza", les ha exhortado
El Papa también ha invitado a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas a que "nunca se alejen de Jesús". "Esto quiere decir que nunca dejen de orar", ha explicado. "Si un consagrado deja la oración, el alma se seca, como esos higos secos. Son feos, tienen una apariencia fea. El alma de un religioso o un sacerdote que no reza es un alma fea". "¿Yo le quito tiempo al sueño, le quito tiempo a la radio, a la televisión, a las revistas, para rezar ? ¿O prefiero lo otro?", les ha preguntado.
Casi al final de su intervención, Francisco ha destacado que "todo el que se dejó elegir por Jesús es para servir. Para servir al pueblo de Dios. Para servir a los más pobres, los más descartados, los más humildes. Para servir a los niños y a los ancianos. Para servir también a la gente que no es consciente de la soberbia y el pecado que llevan dentro. Para servir a Jesús". "Dejarse elegir por Jesús es dejarse elegir para servir, no para ser servido. Seguir a Jesús es servir a los demás y no servirse de los demás", ha recordado.
"¡Qué Papa más mal educado es este! Nos dio consejos, nos dio palos, ¡y no nos dice gracias! Era lo último que les quería decir. La frutilla de la torta. Quiero darles gracias a ustedes. Gracias por animarse a seguir a Jesús. Gracias por cada vez que se sienten pecadores. Gracias por cada caricia de ternura que dan a quien lo necesita. Gracias por todas las veces que ayudaron a morir en paz a tanta gente. Gracias por quemar la vida en la esperanza. Gracias por dejarse ayudar y corregir, y perdonar todos los días por Dios. Y les pido, al darles las gracias, que no se olviden de rezar por mí, porque yo lo necesito", ha asegurado el Obispo de Roma.
El encuentro ha concluido con la bendición apostólica y el canto del Salve Regina en latín. Pero antes de abandonar el campo deportivo, el Santo Padre ha vuelto sobre sus pasos para decir a los asistentes: "Les agradezco el buen rato que pasamos juntos, pero yo tengo que salir por esta puerta porque están los niños enfermos de cáncer. Y quisiera verlos a ellos, ¿eh? Y darles una caricia. A ustedes les agradezco mucho. Y ustedes los seminaristas, que no los nombré pero están incluidos, están incluidos en todo lo que dije. Y si alguno no se anima por este camino, está a tiempo, busque otro trabajo, cásese y haga una buena familia".
26 de noviembre de 2015. El diálogo interreligioso no es un lujo, es fundamental. El papa Francisco inició su segundo día del viaje apostólico en Kenia con un encuentro interreligioso y ecuménico en la capital Nairobi, en el salón de la Nunciatura Apostólica.
En un país en el que conviven diversas religiones: musulmanes, anglicanos, hindúes, pentecostales, católicos y de otros credos, en donde el diálogo interreligioso es algo familiar, el Papa recordó que “cuidando el crecimiento espiritual nos convertimos en una bendición para las comunidades en las que viven nuestros pueblos”. Y que por lo tanto “la cooperación entre los líderes religiosos y sus comunidades se convierte en un importante servicio al bien común”.
El Pontífice quiso subrayar el rol esencial de las religiones “en la formación de las conciencias, infundiendo en los jóvenes los profundos valores espirituales de nuestras respectivas tradiciones” y preparando buenos ciudadanos que sean “capaces de impregnar la sociedad civil de honradez, integridad” y fundamentalmente una visión del mundo que “valore a la persona humana por encima del poder y del beneficio material”. El Papa quiso también aseverar que “el Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo Nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia”. Así al recordar el Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia católica se ha comprometido con el diálogo ecuménico e interreligioso, el Pontífice reafirmó "este compromiso, que brota de nuestra convicción en la universalidad del amor de Dios y en la salvación que Él ofrece a todos”.
A continuación el texto completo del mensaje:
«Queridos amigos: les agradezco su presencia esta mañana y la oportunidad de compartir con ustedes estos momentos de reflexión. Deseo dar las gracias, de modo particular, a Monseñor Kairo, Arzobispo de Wabukala, y al profesor El-Busaidy por las palabras de bienvenida que me han dirigido en nombre de ustedes y de sus respectivas comunidades.
Siempre que visito a los fieles católicos de una Iglesia local considero importante el poder reunirme con los líderes de otras comunidades cristianas y tradiciones religiosas. Espero que este tiempo que pasamos juntos sea un signo de la estima que la Iglesia tiene por los seguidores de todas las religiones y afiance los lazos de amistad que ya nos unen. En realidad, nuestra relación nos impone desafíos e interrogantes. Sin embargo, el diálogo ecuménico e interreligioso no es un lujo. No es algo añadido u opcional sino fundamental; algo que nuestro mundo, herido por conflictos y divisiones, necesita cada vez más. En efecto, nuestras creencias y prácticas religiosas influyen en nuestro modo de entender nuestro propio ser y el mundo que nos rodea. Son para nosotros una fuente de iluminación, sabiduría y solidaridad, que enriquece a las sociedades en las que vivimos.
Cuidando el crecimiento espiritual de nuestras comunidades, mediante la formación de la inteligencia y el corazón en las verdades y en los valores que nuestras tradiciones religiosas custodian, nos convertimos en una bendición para las comunidades en las que viven nuestros pueblos.
En las sociedades democráticas y pluralistas como la keniata, la cooperación entre los líderes religiosos y sus comunidades se convierte en un importante servicio al bien común.
Desde esta perspectiva, y en un mundo cada vez más interdependiente, vemos siempre con mayor claridad la necesidad de una mutua comprensión interreligiosa, de amistad y colaboración para la defensa de la dignidad otorgada por Dios a cada persona y a cada pueblo, y el derecho que tienen de vivir en libertad y felicidad. Al promover el respeto de esa dignidad y de esos derechos, las religiones juegan un papel esencial en la formación de las conciencias, infundiendo en los jóvenes los profundos valores espirituales de nuestras respectivas tradiciones, preparando buenos ciudadanos, capaces de impregnar la sociedad civil de honradez, integridad y una visión del mundo que valore a la persona humana por encima del poder y del beneficio material.
Pienso aquí en la importancia de nuestra común convicción, según la cual el Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo Nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia.
Sé que está aún vivo en sus mentes el recuerdo de los bárbaros ataques al Westgate Mall, al Garissa University College y a Mandera. Con demasiada frecuencia, se radicaliza a los jóvenes en nombre de la religión para sembrar la discordia y el miedo, y para desgarrar el tejido de nuestras sociedades.
Es muy importante que se nos reconozca como profetas de paz, constructores de paz que invitan a otros a vivir en paz, armonía y respeto mutuo. Que el Todopoderoso toque el corazón de los que cometen esta violencia y conceda su paz a nuestras familias y a nuestras comunidades. Queridos amigos, este año se celebra el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia católica se ha comprometido con el diálogo ecuménico e interreligioso al servicio de la comprensión y la amistad.
Deseo reafirmar este compromiso, que brota de nuestra convicción en la universalidad del amor de Dios y en la salvación que Él ofrece a todos. El mundo espera justamente que los creyentes trabajen junto con las personas de buena voluntad, para afrontar los numerosos problemas que afectan a la familia humana. Mirando hacia el futuro, imploremos que todos los hombres y las mujeres se consideren hermanos y hermanas, pacíficamente unidos en y a través de sus diferencias. Recemos por la paz. Les agradezco su atención y suplico a Dios Todopoderoso que les conceda a ustedes y a sus comunidades la abundancia de sus bendiciones. Fuente: Zenit.
25 de noviembre de 2015. Que las autoridades se preocupen por las necesidades de los pobres, las aspiraciones de los jóvenes, y una justa distribución de los recursos naturales.
“La experiencia demuestra que la violencia, los conflictos y el terrorismo que se alimenta del miedo, la desconfianza y la desesperación, nacen de la pobreza y la frustración. En última instancia, la lucha contra estos enemigos de la paz y la prosperidad debe ser llevada a cabo por hombres y mujeres que creen en ella sin temor, y den testimonio creíble de los grandes valores espirituales y políticos que inspiraron el nacimiento de la nación”.
Con estas palabras el papa Francisco se ha dirigido a las autoridades y el cuerpo diplomático de Kenia, en su primer discurso de su gira en África, que ha comenzado hoy y concluye el 30 de noviembre. El Pontífice ha llegado a Nairobi este miércoles por la tarde, primera etapa de una gira que le llevará también a otros dos países africanos, Uganda y República Centroafricana. Desde el aeropuerto, se ha dirigido directamente a la State House, para reunirse con el presidente, Uhuru Kenyatta, y con las autoridades y los miembros del cuerpo diplomático del país.
En el discurso que les ha dirigido, el Santo Padre ha asegurado que “Kenia es una nación joven y vibrante, una sociedad de gran diversidad, que desempeña un papel significativo en la región”. En muchos aspectos --ha precisado-- su experiencia de dar forma a una democracia es compartida por muchas otras naciones africanas que al igual que Kenia, también están trabajando para construir, sobre las bases sólidas del respeto mutuo, el diálogo y la cooperación, una sociedad multiétnica que sea verdaderamente armoniosa, justa e inclusiva.
El Papa ha dedicado también unas palabras a los jóvenes de este país, a quienes espera poder alentar “sus esperanzas y aspiraciones para el futuro”. Señalando que los jóvenes son la riqueza más valiosa de una nación, ha asegurado que “protegerlos, invertir en ellos y tenderles una mano es la mejor manera que tenemos para garantizarles un futuro digno de la sabiduría y de los valores espirituales apreciados por sus mayores, valores que son el corazón y el alma de un pueblo”.
Por otro lado, ha subrayado que Kenia ha sido bendecida sino también con la abundancia de recursos naturales. “Los keniatas tienen gran aprecio por estos dones recibidos de Dios, y son conocidos por su cultura de la conservación, lo cual les honra”, ha indicado. Pero, también ha recordado que “la grave crisis ambiental que afronta nuestro mundo exige cada vez más una mayor sensibilidad por la relación entre los seres humanos y la naturaleza”.
El Pontífice ha asegurado que “renemos la responsabilidad de transmitir a las generaciones futuras la belleza de la naturaleza en su integridad, y la obligación de administrar adecuadamente los dones que hemos recibido”. Estos valores --ha precisado-- están profundamente arraigados en el alma africana.
A propósito, el Santo Padre ha explicado que en la medida en que nuestras sociedades experimentan divisiones, ya sea étnicas, religiosas o económicas,” todos los hombres y mujeres de buena voluntad están llamados a trabajar por la reconciliación y la paz, el perdón y la sanación”. El Santo Padre ha indicado que “la tarea de construir un orden democrático sólido, de fortalecer la cohesión y la integración, la tolerancia y el respeto por los demás, está orientada primordialmente a la búsqueda del bien común”.
Por todo ello, el Pontífice ha recordado a los presentes que la promoción y preservación de estos grandes valores se les confía a ellos de un modo especial. Asimismo, les ha animado a trabajar con integridad y transparencia por el bien común, y fomentar un espíritu de solidaridad en todos los ámbitos de la sociedad. Y de forma particular, les ha exhortado a “preocuparse verdaderamente por las necesidades de los pobres, las aspiraciones de los jóvenes y una justa distribución de los recursos naturales y humanos con que el Creador ha bendecido a su país”. Al mismo tiempo, les ha asegurado el compromiso constante de la comunidad católica, a través de sus obras educativas y caritativas.
Para finalizar su discurso, el Santo Padre ha contado haber escuchado que en Kenia es una tradición que los escolares jóvenes planten árboles para la posteridad. Por eso, ha pedido que este signo elocuente de esperanza en el futuro y la confianza en que Dios acompaña su crecimiento, los sostenga en sus esfuerzos por cultivar una sociedad solidaria, justa y pacífica, en este país y en todo el gran continente africano. El papa Francisco ha concluido diciendo “Mungu abariki Kenya” que quiere decir “Que Dios bendiga Kenia”. Fuente: Zenit.
24 de octubre de 2015. Discurso del santo padre Francisco, en la clausura de los trabajos de la XIV asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos.
Queridos hermanos y hermanas:
Quisiera ante todo agradecer al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo. Agradezco de corazón al Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdő, y al Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores, consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón. Y quisiera dar las gracias a la Comisión que ha redactado la Relación: algunos han pasado la noche en blanco
Agradezco a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras, asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa. Doy las gracias igualmente a los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo generosamente a los trabajos de este Sínodo. Les aseguro mi plegaria para que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia. Mientras seguía los trabajos del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia?
Ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia milenaria de la Iglesia, infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho.
Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra.
Significa haber instado a todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana.
Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias.
Significa haber dado prueba de la vivacidad de la Iglesia católica, que no tiene miedo de sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia.
Significa haber tratado de ver y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios, para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de predominio de la negatividad.
Significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás.
Significa haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.
Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.
Significa haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible.
En el curso de este Sínodo, las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos– han enriquecido y animado sin duda el diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza «módulos impresos», sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para refrescar los corazones resecos.[1]
Y –más allá de las cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo –¡casi!– para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general –como he dicho, las cuestiones dogmáticas bien definidas por el Magisterio de la Iglesia–, todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado.[2] El Sínodo de 1985, que celebraba el vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, habló de la inculturación como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas humanas».[3]
La inculturación no debilita los valores verdaderos, sino que muestra su verdadera fuerza y su autenticidad, porque se adaptan sin mutarse, es más, trasforman pacíficamente y gradualmente las diversas culturas.[4]
Hemos visto, también a través de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todos los ataques ideológicos e individualistas.
Y, sin caer nunca en el peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.
Queridos Hermanos:
La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas: son necesarias; la importancia de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf. Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54). Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).
En este sentido, el arrepentimiento debido, las obras y los esfuerzos humanos adquieren un sentido más profundo, no como precio de la invendible salvación, realizada por Cristo en la cruz gratuitamente, sino como respuesta a Aquel que nos amó primero y nos salvó con el precio de su sangre inocente, cuando aún estábamos sin fuerzas (cf. Rm 5,6).
El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor (cf. Jn 12,44-50).
El beato Pablo VI decía con espléndidas palabras: «Podemos pensar que nuestro pecado o alejamiento de Dios enciende en él una llama de amor más intenso, un deseo de devolvernos y reinsertarnos en su plan de salvación [...]. En Cristo, Dios se revela infinitamente bueno [...]. Dios es bueno. Y no sólo en sí mismo; Dios es –digámoslo llorando– bueno con nosotros. Él nos ama, busca, piensa, conoce, inspira y espera. Él será feliz –si puede decirse así–el día en que nosotros queramos regresar y decir: “Señor, en tu bondad, perdóname. He aquí, pues, que nuestro arrepentimiento se convierte en la alegría de Dios».[5]
También san Juan Pablo II dijo que «la Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia [...] y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora».[6]
Y el Papa Benedicto XVI decía: «La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios [...] Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10)».[7]
En este sentido, y mediante este tiempo de gracia que la Iglesia ha vivido, hablado y discutido sobre la familia, nos sentimos enriquecidos mutuamente; y muchos de nosotros hemos experimentado la acción del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista y artífice del Sínodo. Para todos nosotros, la palabra «familia» no suena lo mismo que antes del Sínodo, hasta el punto que en ella encontramos la síntesis de su vocación y el significado de todo el camino sinodal.[8]
Para la Iglesia, en realidad, concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a «caminar juntos» para llevar a todas las partes del mundo, a cada Diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios.
5 de octubre de 2015.si no se dejan guiar por el Espíritu Santo,
“todas nuestras decisiones serán solo decoraciones
que en vez de ensalzar el Evangelio, lo cubren y lo esconden”
El Santo Padre, en su discurso al inicio de la primera Congregación General del Sínodo.
El Sínodo es un caminar juntos con espíritu de colegialidad y sinodalidad, aceptando con valentía la “parresía, el celo pastoral y doctrinal, la sabiduría, la franqueza y poniendo siempre delante de nuestros ojos el bien de la Iglesia y de las familias”. El Sínodo no es un congreso, ni un parlamento o un senado donde hay que ponerse de acuerdo. El Sínodo es una expresión eclesial, “es la Iglesia que camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios”, “es la Iglesia que se interroga sobre la fidelidad al depósito de la fe que por eso no representa un museo para verlo o cuidarlo sino una fuente viva de la que la Iglesia se sacia para saciar el depósito de la vida”.
Con estas palabras, el santo padre Francisco se dirigió esta mañana a la Asamblea General del Sínodo, en el primer día que se reúnen para comenzar la primera Congregación General. Durante las próximas tres semanas, obispos y expertos de todo el mundo hablarán sobre La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo en el Vaticano.
Aunque no estaba previsto en el programa, el Pontífice ha querido saludar a los participantes y recordarles el sentido de este encuentro y el objetivo principal. Sin escuchar a Dios --advirtió-- todas nuestras palabras serán solamente palabras, que no sacian y no sirven. Sin dejarse guiar por el Espíritu Santo, “todas nuestras decisiones serán solo decoraciones que en vez de ensalzar el Evangelio, lo cubren y lo esconden”.
De este modo, señaló que el Sínodo se mueve necesariamente en el seno de la Iglesia y “dentro del Santo Pueblo de Dios del que formamos parte en calidad de pastores, o sea, servidores”. El Sínodo --prosiguió Francisco-- es un espacio protegido, donde la Iglesia experimenta la acción del Espíritu Santo. “En el Sínodo el Espíritu habla a través de la lengua de todas las personas que se dejan guiar del Dios que sorprende siempre, del Dios que se revela a los pequeños, lo que esconde a los sabios y a los inteligentes. Del Dios que ha creado la Ley y el sábado para el hombre y no al revés. Del Dios que deja a las 99 ovejas para buscar a la única oveja perdida. Del Dios que siempre es más grande que nuestras lógicas y nuestros cálculos”, explicó el Santo Padre.
Por otro lado, quiso recordar también que el “Sínodo podrá ser un espacio a la acción del Espíritu Santo solo si nosotros, participantes, nos revestimos de valentía apostólica, de unidad evangélica y de oración confiada”.
Y continuó: “la valentía apostólica que no se deja asustar por las seducciones del mundo que tienden a apagar en el corazón de los hombres la luz de la verdad sustituyéndola con pequeñas luces temporales”. La valentía apostólica de “llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos”.
El Santo Padre también habló de la humildad evangélica que sabe vaciarse de las propias convicciones y prejuicios para escuchar a los hermanos obispos y llenarse de Dios”. Humildad --indicó-- que lleva a no apuntar a los otros con el dedo para juzgarlos sino para tenderles la mano y levantarles sin sentirse nunca superiores a ellos. “La acción confiada es la acción del corazón cuando se abre a Dios, cuando hace callar todos nuestros ruidos para escuchar la suave voz de Dios que habla en el silencio”, observó el Papa.
Al concluir su intervención, Francisco volvió a insistir en que el Sínodo no es un parlamento donde para llegar a un consenso o acuerdo común se recurre a la negociación o a los compromisos. “El único método del Sínodo es el de abrirse al Espíritu Santo con valentía apostólica, humildad evangélica y con oración silenciosa para que sea Él quien nos guíe, nos ilumine, y ponernos delante de los ojos con nuestras opiniones personales la fe en Dios, la fidelidad al Magisterio, el bien de la Iglesia y la salus animarum”. Para finalizar dio las gracias a todos los que de una forma u otra y con distintos tipos de responsabilidad, participan y trabajan por este Sínodo. En este sentido, agradeció también a los periodistas “su atención” y “su participación”. Fuente: Zenit
26 de septiembre de 2015. En el B. Franklin Parkway de Filadelfia, el Papa Francisco afirma que la carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios,
para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza.
Gracias a quienes han dado testimonio. Gracias a quienes nos alegraron con el arte, con la belleza, que es el camino para llegar a Dios. La belleza nos lleva a Dios. Y un testimonio verdadero nos lleva a Dios, porque Dios también es la verdad, es la belleza y es la verdad, y un testimonio dado para servir es bueno, nos hace buenos, porque Dios es bondad. Nos lleva a Dios. Todo lo bueno, todo lo verdadero y todo lo bello nos lleva a Dios. Porque Dios es bueno, Dios es bello, Dios es verdad. Gracias a todos, a los que nos dieron un mensaje aquí y a la presencia de ustedes que también es un testimonio, un verdadero testimonio de que vale la pena la vida en familia, de que una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y crece verdadera si se edifica sobre la base de la familia.
Una vez un chico me preguntó… Ustedes saben que los chicos preguntan cosas difíciles. Me preguntó: 'Padre, ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo?' Les aseguro que me costó contestarle. Y le dije lo que les digo ahora a ustedes: antes de crear el mundo, Dios amaba, porque Dios es amor. Pero era tal el amor que tenía en sí mismo, ese amor entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, era tan grande, tan desbordante que, esto no sé si es muy teológico pero lo van a entender, era tan grande que no podía ser egoísta, tenía que salir de sí mismo para tener a quien amar fuera de sí.
Y ahí Dios creó el mundo. Ahí Dios hizo esta maravilla en la que vivimos y que, como estamos un poquito mareados, la estamos destruyendo. Pero lo más lindo que hizo Dios, dice la Biblia, fue la familia. Creo al hombre y a la mujer: ¡y les entrego todo, les entregó el mundo! Crezcan, multiplíquense, cultiven la tierra, háganla producir, háganla crecer. Todo el amor que hizo en esa creación maravillosa se la entregó a una familia.
Volvemos atrás un poquito. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí la entrega a la familia. Y una familia es realmente familia cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor.
Por supuesto que el paraíso terrenal no está más acá, que la vida tiene sus problemas, que los hombres por la astucia del demonio aprendieron a dividirse. Y todo ese amor que Dios nos dio casi se pierde. Y al poquito tiempo el primer crimen, el primer fratricidio. Un hermano mata a otro hermano, la guerra. El amor, la belleza y la verdad de Dios, y la destrucción de la guerra. Y entre esas dos posiciones caminamos nosotros hoy. Nos toca a nosotros elegir. Nos toca a nosotros decidir el camino para andar.
Pero volvamos atrás. Cuando el hombre y su esposa se equivocaron y se alejaron de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto el amor, tanto el amor, que empezó a caminar con la humanidad. Empezó a caminar con su pueblo, hasta que llegó el momento maduro, y le dio la muestra de amor más grande, su Hijo. Y a su hijo ¿dónde lo mandó? ¿a un palacio, a una ciudad, a hacer una empresa? ¡Lo mando a una familia! Dios entró al mundo en una familia.
Y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía el corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas al amor. Pensemos en María, jovencita. No lo podía creer. ¿Cómo puede suceder esto? Y cuando le explicaron, obedeció. Pensemos en José, lleno de ilusiones de formar un hogar. Se encuentra con esta sorpresa que no entiende. Acepta. Obedece. Y en la obediencia de amor de esta mujer María y de este hombre José se da una familia en la que viene Dios. Dios siempre golpea las puertas de los corazones. Le gusta hacerlo. Le sale de adentro. Pero ¿saben qué es lo que más le gusta? Golpear las puertas de la familias y encontrar la familias unidas, encontrar las familias que se quieren, encontrar las familias que hacen crecer a sus hijos y los educan y que los llevan adelante y que crean una sociedad de bondad, de verdad y de belleza.
Estamos en la Fiesta de las familias. La familia tiene carta de ciudadanía divina, ¿está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios, para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza. Claro, alguno de ustedes me pueden decir: 'Padre, usted habla así porque es soltero'. En las familias hay dificultades. En las familias discutimos, en las familias a veces vuelan los platos, en las familias los hijos traen dolores de cabeza. No voy a hablar de la suegra, pero en las familias siempre, siempre, hay cruz. Siempre. Porque el amor de Dios, el Hijo de Dios, nos abrió también ese camino. Pero en las familias también, después de la cruz hay resurrección. Porque el Hijo de Dios nos abrió ese camino. Por eso, la familia es, perdónenme la palabra, es una fábrica de esperanza, de esperanza de vida y resurrección. Dios fue el que abrió ese camino.
Y los hijos. Los hijos dan trabajo. Nosotros como hijos dimos trabajo. A veces, en casa veo algunos de mis colaboradores que vienen a trabajar con ojeras. Tienen un bebé de un mes, dos meses, y les pregunto: '¿No dormiste?' 'Eh no, lloró toda la noche'. En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad, solamente el amor es capaz de superar la dificultad. El amor es fiesta, el amor es gozo, el amor es seguir adelante.
Y no quiero seguir hablando, porque se hace demasiado largo. Pero quisiera marcar dos puntitos de la familia en los que quisiera que se tuviera un especial cuidado. No solo quisiera, tenemos que tener un especial cuidado: los niños y los abuelos. Los niños y los jóvenes son el futuro, son la fuerza, los que llevan adelante. Son aquellos en los que ponemos esperanzas. Los abuelos son la memoria de la familia, son los que nos dieron la fe, nos transmitieron la fe. Cuidar a los abuelos y cuidar a los niños es la muestra de amor, no sé si más grande, pero yo diría más promisoria de la familia, porque promete el futuro. Un pueblo que no sabe cuidar a los niños y un pueblo que no sabe cuidar a los abuelos es un pueblo sin futuro, porque no tiene la fuerza y no tiene la memoria que lo lleve adelante.
Y bueno... La familia es bella, pero cuesta. Trae problemas. En la familia a veces hay enemistades. El marido se pelea con la mujer o se miran mal, o los hijos con el padre… Les sugiero un consejo: nunca terminen el día sin hacer la paz en la familia. En una familia no se puede terminar el día en guerra. Que Dios los bendiga, que Dios les de fuerzas, que Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia, defendemos la familia, porque ahí, ahí se juega nuestro futuro. Gracias, que Dios los bendiga, y recen por mí, por favor. (Texto transcrito del audio por ZENIT)
25 de septiembre de 2015. Discurso del santo padre Francisco ante la ONU, en Estados Unidos. “En la Asamblea General, precisa que los objetivos son: "Vivienda propia, trabajo digno y remunerado, alimentación y agua potable; libertad religiosa y de educación" Señor Presidente, Señoras y Señores:
Una vez más, siguiendo una tradición de la que me siento honrado, el Secretario General de las Naciones Unidas ha invitado al Papa a dirigirse a esta honorable Asamblea de las Naciones. En nombre propio y en el de toda la comunidad católica, Señor Ban Ki-moon, quiero expresarle el más sincero y cordial agradecimiento. Agradezco también sus amables palabras. Saludo asimismo a los Jefes de Estado y de Gobierno aquí presentes, a los Embajadores, diplomáticos y funcionarios políticos y técnicos que les acompañan, al personal de las Naciones Unidas empeñado en esta 70a Sesión de la Asamblea General, al personal de todos los programas y agencias de la familia de la ONU, y a todos los que de un modo u otro participan de esta reunión. Por medio de ustedes saludo también a los ciudadanos de todas las naciones representadas en este encuentro. Gracias por los esfuerzos de todos y de cada uno en bien de la humanidad.
Esta es la quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades.
La historia de la comunidad organizada de los Estados, representada por las Naciones Unidas, que festeja en estos días su 70 aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en un período de inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de exhaustividad, se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho internacional, la construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en todos los campos de la proyección internacional del quehacer humano. Todas estas realizaciones son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero es evidente que, si hubiera faltado toda esa actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades. Cada uno de estos progresos políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del ideal de la fraternidad humana y un medio para su mayor realización.
Rindo por eso homenaje a todos los hombres y mujeres que han servido leal y sacrificadamente a toda la humanidad en estos 70 años. En particular, quiero recordar hoy a los que han dado su vida por la paz y la reconciliación de los pueblos, desde Dag Hammarskjöld hasta los muchísimos funcionarios de todos los niveles, fallecidos en las misiones humanitarias, de paz y de reconciliación.
La experiencia de estos 70 años, más allá de todo lo conseguido, muestra que la reforma y la adaptación a los tiempos es siempre necesaria, progresando hacia el objetivo último de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones. Tal necesidad de una mayor equidad, vale especialmente para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas. Esto ayudará a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo. Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia.
La labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión.
Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero «derecho del ambiente» por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está dotado de «capacidades inéditas» que «muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico» (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad. Segundo, porque cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás creaturas. Los cristianos, junto con las otras religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental (cf. ibíd., 81).
El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión política. La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte».
Lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano y a tantos otros a tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de París sobre cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces.
No bastan, sin embargo, los compromisos asumidos solemnemente, aun cuando constituyen un paso necesario para las soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos.
La multiplicidad y complejidad de los problemas exige contar con instrumentos técnicos de medida. Esto, empero, comporta un doble peligro: limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicadores estadísticos–, o creer que una única solución teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos. No hay que perder de vista, en ningún momento, que la acción política y económica, solo es eficaz cuando se la entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho.
Para que estos hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay que permitirles ser dignos actores de su propio destino. El desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana –amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos. La educación, así concebida, es la base para la realización de la Agenda 2030 y para recuperar el ambiente.
Al mismo tiempo, los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Ese mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad del espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos.
Por todo esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana.
La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: «El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza» (Benedicto XVI, Discurso al Parlamento Federal de Alemania, 22 septiembre 2011; citado en Laudato si’, 6). La creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias [...] El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos» (Id., Discurso al Clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008; citado ibíd.). Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123; 136).
Sin el reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de «salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra» (Carta de las Naciones Unidas, Preámbulo) y de «promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad» (ibíd.) corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables.
La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos.
Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La experiencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico.
El Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas indican los cimientos de la construcción jurídica internacional: la paz, la solución pacífica de las controversias y el desarrollo de relaciones de amistad entre las naciones. Contrasta fuertemente con estas afirmaciones, y las niega en la práctica, la tendencia siempre presente a la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza». Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos.
El reciente acuerdo sobre la cuestión nuclear en una región sensible de Asia y Oriente Medio es una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para que este acuerdo sea duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las partes implicadas.
En ese sentido, no faltan duras pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional. Por eso, aun deseando no tener la necesidad de hacerlo, no puedo dejar de reiterar mis repetidos llamamientos en relación con la dolorosa situación de todo el Oriente Medio, del norte de África y de otros países africanos, donde los cristianos, junto con otros grupos culturales o étnicos e incluso junto con aquella parte de los miembros de la religión mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio y la locura, han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han sido puestos en la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia vida o con la esclavitud.
Estas realidades deben constituir un serio llamado a un examen de conciencia de los que están a cargo de la conducción de los asuntos internacionales. No solo en los casos de persecución religiosa o cultural, sino en cada situación de conflicto, como en Ucrania, en Siria, en Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, hay rostros concretos antes que intereses de parte, por legítimos que sean. En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestras, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando solo la actividad consiste en enumerar problemas, estrategias y discusiones.
Como pedía al Secretario General de las Naciones Unidas en mi carta del 9 de agosto de 2014, «la más elemental comprensión de la dignidad humana [obliga] a la comunidad internacional, en particular a través de las normas y los mecanismos del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas» y para proteger a las poblaciones inocentes.
En esta misma línea quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra «asumida» y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones.
Comencé esta intervención recordando las visitas de mis predecesores. Quisiera ahora que mis palabras fueran especialmente como una continuación de las palabras finales del discurso de Pablo VI, pronunciado hace casi exactamente 50 años, pero de valor perenne: «Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca, como hoy, [...] ha sido tan necesaria la conciencia moral del hombre, porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán [...] resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad» (Discurso a los Representantes de los Estados, 4 de octubre de 1965). Entre otras cosas, sin duda, la genialidad humana, bien aplicada, ayudará a resolver los graves desafíos de la degradación ecológica y de la exclusión. Continúo con Pablo VI: «El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas» (ibíd.).
La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada.
Tal comprensión y respeto exigen un grado superior de sabiduría, que acepte la trascendencia, renuncie a la construcción de una elite omnipotente, y comprenda que el sentido pleno de la vida singular y colectiva se da en el servicio abnegado de los demás y en el uso prudente y respetuoso de la creación para el bien común. Repitiendo las palabras de Pablo VI, «el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo» (ibíd.).
El gaucho Martín Fierro, un clásico de la literatura en mi tierra natal, canta: «Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera».
El mundo contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo «todo fundamento de la vida social» y por lo tanto «termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses» (Laudato si’, 229).
El tiempo presente nos invita a privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad hasta que fructifiquen en importantes y positivos acontecimientos históricos (cf. Evangelii gaudium, 223). No podemos permitirnos postergar «algunas agendas» para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos y necesitados.
La laudable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común. Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les aseguro mi apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano. La bendición del Altísimo, la paz y la prosperidad para todos ustedes y para todos sus pueblos. Gracias. Fuente. Zenit.
24 de septiembre de 2015. Washington: Vida, inmigrantes, libertad de religión y extremismos, trabajo y libre iniciativa, respeto del ambiente, nuevas esclavitudes, pena de muerte, bloqueo a Cuba y familia, los temas centrales que ha tratado el Papa
El Papa Francisco tras saludar a un numeroso público de jóvenes a la salida de la nunciatura apostólica en Washington, en donde pasó la noche y por la mañana celebró la santa misa, partió hacia el Congreso de los Estados Unidos, centro del poder político estadounidense. Durante su paso en la Fiat que le llevaba rodeada de vehículos blindados, muchos le saludaban y gritaban viva en Papa.
El primer Pontífice que habla en el Capitolio --el edificio que alberga el Senado y la Cámara de diputados-- ha sido recibido por el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, con quien tuvo un encuentro privado, Después dirigió sus palabras a ambas Cámaras, al vicepresidente Joe Biden, jueces y autoridades del Estado.
El Papa agradeció “la invitación que me han hecho a que les dirija la palabra en esta sesión conjunta del Congreso en «la tierra de los libres y en la patria de los valientes»”, y el hemiciclo se puso de pie y le aplaudió, como otras 36 veces.
La política
El Santo Padre les recordó que los políticos “están llamados a defender y custodiar la dignidad de sus conciudadanos en la búsqueda constante y exigente del bien común” y le gustaría “tener la oportunidad de dialogar con miles de hombres y mujeres que luchan cada día para trabajar honradamente, para llevar el pan a su casa, para ahorrar y –poco a poco– conseguir una vida mejor para los suyos”.
Voluntariado y ancianos
Francisco elogió a las personas “que no se resignan solamente a pagar sus impuestos”, sino que “crean lazos de solidaridad por medio de iniciativas espontáneas pero también a través de organizaciones que buscan paliar el dolor de los más necesitados”. Elogió a los voluntarios entre los cuales tantos que “se jubilan pero no se retiran”.
Libertad de Religión y peligro de extremismos
“El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión”, indicó el Papa y reconoció que “ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico”. Y al mismo tiempo “proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas”
No dividir en buenos y malos, sino respetar talentos y diferencias
Invitó también a reflexionar en una visión reductiva y simplista que divide la realidad en buenos y malos, y del riesgo que en el afán de “liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior”. El reto que tenemos que afrontar hoy --aseguró el Santo Padre-- “exige poner en común los recursos y los talentos que poseemos y empeñarnos en sostenernos mutuamente, respetando las diferencias y las convicciones de conciencia”.
Nuevas formas de esclavitud
El Santo Padre señaló también como importante “que la voz de la fe” pueda seguir siendo escuchada para erradicar las nuevas formas mundiales de esclavitud”.
Democracia promover la dignidad y bien de la persona
Se apeló por ello “a la historia política de los Estados Unidos, donde la democracia está radicada en la mente del Pueblo”, y el la que “toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad”. Indicó también su satisfacción porque Estados Unidos siga siendo para muchos la tierra de los 'sueños', “que movilizan a la acción, a la participación, al compromiso”.
Inmigración
Así el Pontífice indicó que “no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes”, dijo, si bien “cuando el extranjero nos interpela, no podemos cometer los pecados y los errores del pasado”, en particular ante la actual crisis de refugiados, recordando: 'Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes'.
Pena de muerte
Indicó también la necesidad de “custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo”, y “solicitar la abolición mundial de la pena de muerte”, porque “este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito.
Recursos naturales, empresas y creación de trabajo
“El justo uso de los recursos naturales, la aplicación de soluciones tecnológicas y la guía del espíritu emprendedor son parte indispensable de una economía que busca ser moderna pero especialmente solidaria y sustentable”. Citando la Laudato Si', recordó, porque “la actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común”.
Desafío ambiental
Por ello ha invitado a un diálogo “que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”. Así indicó el Parlamento “no tengo alguna duda de que los Estados Unidos --y este Congreso-- están llamados a tener un papel importante”. Para una “aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”.
Cuba
Y sobre Cuba, sin mencionarla directamente dijo que “cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos, se abren nuevos horizontes para todos”.
Tráfico de armas
Invitó así a acabar con el tráfico de armas y los muchos conflictos armados que afligen nuestro mundo. E interrogó: ¿Por qué las armas letales son vendidas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad? Y respondió “simplemente por dinero”.
La familia
Al señalar su participación en Filadelfia, al Encuentro Mundial de las Familias, les recordó lo fundamental que “ha sido la familia en la construcción de este País”. No escondió su preocupación porque las relaciones fundamentales son puestas en duda, como el mismo fundamento del matrimonio y de la familia. No puedo más que confirmar no sólo la importancia, sino por sobre todo, la riqueza y la belleza de vivir en familia. Y de prestar atención a los “más vulnerables”, es decir, los jóvenes.
“Aun a riesgo de simplificar, podríamos decir que existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia”.
Libertad, cultura, justicia, fe
Una Nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a sus hombres «soñar» con plenitud de derechos para sus hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante trabajo; siendo fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.
Y concluyó que desea que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar. Que Dios bendiga a América.
Saludo final en el balcón del Capitolio
Al salir de la Cámara, el Santo Padre se asomó al balcón del Capitolio, saludó y dijo:
"Les agradezco por su acogida y su presencia ya los personajes importantes que están aquí. Quiero pedirle a Dios que les bendiga. Señor padre de Todos bendice a este pueblo, a cada uno de ellos, bendice a sus familias, y da a ellos lo que más necesitan. Y le pido a todos los presentes que recen por mi. Y si hay alguien que no cree, o no puede rezar, le pido por favor que me deseen cosas buenas". Fuente: Zenit. Sergio Mora.
1 de septiembre de 2015. Carta del santo padre Francisco,
con la que se concede la indulgencia,
con ocasión del jubileo extraordinario de la misericordia.
Al venerado hermano, Monseñor Rino Fisichella, Presidente del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización. La cercanía del Jubileo extraordinario de la Misericordia me permite centrar la atención en algunos puntos sobre los que considero importante intervenir para facilitar que la celebración del Año Santo sea un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes. Es mi deseo, en efecto, que el Jubileo sea experiencia viva de la cercanía del Padre, como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz.
Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a todos los fieles que en cada diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la gracia del Jubileo. Deseo que la indulgencia jubilar llegue a cada uno como genuina experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado cometido. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo.
Pienso, además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar. Mi pensamiento se dirige también a los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El Jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.
He pedido que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la misericordia, en efecto, se hace visible en el testimonio de signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. De aquí el compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad.
La indulgencia jubilar, por último, se puede ganar también para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.
Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por dónde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.
Una última consideración se dirige a los fieles que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este Año jubilar de la Misericordia no excluye a nadie. Desde diversos lugares, algunos hermanos obispos me han hablado de su buena fe y práctica sacramental, unida, sin embargo, a la dificultad de vivir una condición pastoralmente difícil. Confío que en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad. Al mismo tiempo, movido por la exigencia de corresponder al bien de estos fieles, por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados. Confiando en la intercesión de la Madre de la Misericordia, encomiendo a su protección la preparación de este Jubileo extraordinario. Vaticano, 1 de septiembre de 2015.
10 de julio de 2015. Reclusión no es lo mismo que exclusión.
Discurso papa Francisco, cárcel Palmasola, en Santa Cruz de la sierra, Bolivia. Queridos hermanos y hermanas, buenos días: No podía dejar Bolivia sin venir a verles, sin dejar de compartir la fe y la esperanza que nace del amor entregado en la cruz. Gracias por recibirme. Sé que se han preparado y rezado por mí. Muchas gracias.
En las palabras de Mons. Jesús Juárez y en el testimonio (por el aire se vuela el solideo y el Papa dice: mientras no se me vuele la cabeza no hay problema) de quienes han intervenido, he podido comprobar cómo el dolor no es capaz de apagar la esperanza en lo más profundo del corazón, y que la vida sigue brotando con fuerza en circunstancias adversas.
¿Quién está ante ustedes? Podrían preguntarse. Me gustaría responderles la pregunta con una certeza de mi vida, con una certeza que me ha marcado para siempre. El que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de sus muchos pecados. Y así es como me presento. No tengo mucho más para darles u ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, sí quiero dárselos, sí quiero compartirlo: es Jesús, Jesucristo, la misericordia del Padre.
Él vino a mostrarnos, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros. Por vos, por vos, por vos, por vos, por mí. Un amor activo, real. Un amor que tomó en serio la realidad de los suyos. Un amor que sana, perdona, levanta, cura. Un amor que se acerca y devuelve dignidad. Una dignidad que la podemos perder de muchas maneras y formas. Pero Jesús es un empecinado de esto: dio su vida por esto, por devolvernos la identidad perdida, para revestirnos con toda su fuerza de dignidad.
Me viene a la memoria, una experiencia que nos puede ayudar, Pedro y Pablo, discípulos de Jesús también estuvieron presos. También fueron privados de libertad. En esa circunstancia hubo algo que los sostuvo, algo que nos los dejó caer en la desesperación, en la oscuridad que puede brotar del sin sentido. Fue la oración. Fue orar. Oración personal y Comunitaria. Ellos rezaron y por ellos rezaban. Dos movimientos, dos acciones que generan entre sí una red que sostiene la vida y la esperanza. Nos sostiene de la desesperanza y nos estimula a seguir caminando. Una red que va sosteniendo la vida, la de ustedes y la de sus familias.
Vos hablabas de tu madre. La oración de las madres, la oración de las esposas, la oración de los hijos, eso es una red, y la de ustedes, que va llevando adelante la vida.
Porque cuando Jesús entra en la vida, uno no queda detenido en su pasado sino que comienza a mirar el presente de otra manera, con otra esperanza. Uno comienza a mirar con otros ojos su propia persona, su propia realidad. No queda anclado en lo que sucedió, sino que es capaz de llorar y encontrar ahí la fuerza para volver a empezar. Y si en algún momento estamos tristes, estamos mal, bajoneados, les invito a mirar el rostro de Jesús crucificado. En su mirada, todos podemos encontrar espacio. Todos podemos poner junto a Él nuestras heridas, nuestros dolores, así como también nuestros errores, nuestros pecados. Tantas cosas en las que nos podemos haber equivocado. En las llagas de Jesús, encuentran lugar nuestras llagas. Todos estamos llagados de una u otra manera. Llevar nuestras llagas a las llagas de Jesús, ¿para qué? Para ser curadas, lavadas, transformadas, resucitadas. El murió por vos, por mí, para darnos su mano y levantarnos. Charlen, charlen con los curas que vienen, charlen, charlen con los hermanos y hermanas que vienen, charlen, charlen con todo aquel que viene a hablarles de Jesús. Jesús quiere levantarnos siempre.
Esta certeza nos moviliza a trabajar por nuestra dignidad. Reclusión no es lo mismo que exclusión, que quede claro, porque la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad. Son muchos los elementos que juegan en su contra en este lugar –lo sé bien y vos mencionaste con mucha realidad–: el hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta de terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia, la carencia de facilidades de estudios universitario, lo cual hace necesaria una rápida y eficaz alianza interinstitucional para encontrar respuestas.
Sin embargo, mientras se lucha por eso no podemos dar todo por perdido. Hay cosas que hoy ya podemos hacer.
Aquí, en este Centro de Rehabilitación, la convivencia depende en parte de ustedes. El sufrimiento y la privación pueden volver nuestro corazón egoísta y dar lugar a enfrentamientos, pero también tenemos la capacidad de convertirlo en ocasión de auténtica fraternidad. Ayúdense entre ustedes. No tengan miedo a ayudarse entre ustedes. El demonio busca la pelea, la rivalidad, la división, los bandos. No le haga el juego. Luchen por salir adelante.
Me gustaría pedirles que lleven mi saludo a sus familias, algunos están aquí. ¡Es tan importante su presencia y su ayuda! Los abuelos, el padre, la madre, los hermanos, la pareja, los hijos. Nos recuerdan que merece la pena vivir y luchar por un mundo mejor.
Por último, una palabra de aliento a todos los que trabajan en este Centro: a sus dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todo el personal. Cumplen un servicio público fundamental. Tienen una importante tarea en este proceso de reinserción. Tarea de levantar y no rebajar; de dignificar y no humillar; de animar y no afligir. Este proceso que pide dejar una lógica de buenos y malos para pasar a una lógica centrada en ayudar a la persona. Y esta lógica de ayudar a las personas los va a salvar a ustedes de todo tipo de corrupción y mejorará condiciones para todos. Ya que un proceso así vivido nos dignifica, anima y levanta a todos.
Antes de darles la bendición me gustaría que rezáramos un rato en silencio, en silencio desde su corazón. Cada uno como sepa hacerlo...
Por favor, les pido que sigan rezando por mí, porque también yo tengo mis errores y debo hacer penitencia. Muchas gracias. Y que Dios Nuestro Padre, mire en nuestro corazón, Dios Nuestro Padre que nos quiere, nos dé su fuerza, su paciencia, su ternura de Padre, nos bendiga. Y no se olviden de rezar por mí.
8 de julio de 2015. Discurso Papa Francisco Aeropuerto
el Alto, la paz, Bolivia. Vengo para confirmar
la fe de los creyentes en Cristo resucitado.
"Señor Presidente, Distinguidas Autoridades, Hermanos en el Episcopado, Queridos hermanas y hermanos, buenas tardes: Al iniciar esta visita pastoral, quiero dirigir mi saludo a todos los hombres y mujeres de Bolivia con los mejores deseos de paz y prosperidad. Agradezco al Señor Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia la cálida acogida y fraternal acogida que me ha dispensado y sus amables palabras de bienvenida. Doy las gracias también a los señores Ministros y Autoridades del Estado, de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, que han tenido la bondad de venir a recibirme. A mis hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles cristianos, a toda la Iglesia que peregrina en Bolivia, quiero expresarle mis sentimientos de fraterna comunión en el Señor. Llevo en el corazón especialmente a los hijos de esta tierra que por múltiples razones no están aquí y han tenido que buscar «otra tierra» que los cobije; otro lugar donde esta madre los haga fecundos y posibilite la vida.
Me alegro de estar en esta país de singular belleza, bendecido por Dios en sus diversas zonas: el altiplano, los valles, las tierras amazónicas, los desiertos, los incomparables lagos; el preámbulo de su Constitución lo ha acuñado de modo poético: «En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nuestro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores», y esto me recuerda que «el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza» (Laudato si’ 12). Pero sobre todo, es una tierra bendecida en sus gentes, con su variada realidad cultural y étnica, que constituye una gran riqueza y un llamado permanente al respeto mutuo, al diálogo: pueblos originarios milenarios y pueblos originarios contemporáneos; cuánta alegría nos da saber que el castellano traído a estas tierras hoy convive con 36 idiomas originarios, amalgamándose –como lo hacen en las flores nacionales de kantuta y patujú el rojo y el amarillo– para dar belleza y unidad en lo diverso. En esta tierra y en este pueblo, arraigó con fuerza el anuncio del Evangelio, que a lo largo de los años ha ido iluminando la convivencia, contribuyendo al desarrollo del pueblo y fomentando la cultura.
Como huésped y peregrino, vengo para confirmar la fe de los creyentes en Cristo resucitado, para que cuantos creemos en Él, mientras peregrinamos en esta vida, seamos testigos de su amor, fermento de un mundo mejor, y colaboremos en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Bolivia está dando pasos importantes para incluir a amplios sectores en la vida económica, social y política del País; cuenta con una Constitución que reconoce los derechos de los individuos, de las minorías, del medio ambiente, y con unas instituciones sensibles a estas realidades. Todo esto requiere un espíritu de colaboración ciudadana, de diálogo y participación de los individuos y los actores sociales en las cuestiones que interesan a todos. El progreso integral de un pueblo incluye el crecimiento en valores de las personas y la convergencia en ideales comunes que consigan aunar voluntades, sin excluir ni rechazar a nadie. Si el crecimiento es solo material, siempre se corre el riesgo de volver a crear nuevas diferencias, de que la abundancia de unos se construya sobre la escasez de otros. Por eso, además de la transparencia institucional, la cohesión social requiere un esfuerzo en la educación de los ciudadanos.
En estos días me gustaría alentar la vocación de los discípulos de Cristo a comunicar la alegría del Evangelio, a ser sal de la tierra y luz del mundo. La voz de los Pastores, que tiene que ser profética, habla a la sociedad en nombre de la Iglesia madre, porque la Iglesia es madre, y la habla desde la opción preferencial y evangélica por los últimos, por los descartados, por los excluidos. Esa es la opción preferencial de la Iglesia. La caridad fraterna, expresión viva del mandamiento nuevo de Jesús, se expresa en programas, obras e instituciones que buscan la promoción integral de la persona, así como el cuidado y la protección de los más vulnerables. No se puede creer en Dios Padre sin ver un hermano en cada persona y no se puede seguir a Jesús sin entregar la vida por los que Él murió en la cruz.
En una época en la que tantas veces se tiende a olvidar o tergiversar los valores fundamentales, la familia merece una especial atención por parte de los responsables del bien común porque es la célula básica de la sociedad, que aporta lazos sólidos de unión sobre los que se basa la convivencia humana y, con la generación y educación de sus hijos, asegura el futuro y la renovación de la sociedad.
La Iglesia también siente una preocupación especial por los jóvenes que, comprometidos con su fe y con grandes ideales, son una promesa de futuro, «vigías que anuncian la luz del alba y la nueva primavera del Evangelio», decía Juan Pablo II. Cuidar a los niños, hacer que la juventud se comprometa en nobles ideales, es garantía de futuro para una sociedad. Y la Iglesia quiere una sociedad que encuentra su reaseguro cuando valora, admira y custodia también a sus mayores, que son los que nos traen la sabiduría de los pueblos. Custodiar a los que hoy son descartados por tantos intereses que ponen al centro de la vida económica al dios dinero. Y son descartados los niños y los jóvenes, que son el futuro de un país, y los ancianos, que son la memoria del pueblo. Por eso hay que cuidarlos, hay que protegerlos, son nuestro futuro. La Iglesia hace opción por ir generando con este cuidado una «cultura memoriosa» que le garantiza a los ancianos no solo la calidad de vida en sus últimos años sino la calidez, como bien lo expresa la constitución de ustedes.
Señor Presidente, queridas hermanas y hermanos, gracias por estar aquí. Estos días nos permitirán tener diversos momentos de encuentro, diálogo y celebración de la fe. Lo hago alegre y contento de estar en esta Patria que se dice a sí misma pacifista, patria de paz, y que promueve la cultura de la paz y el derecho a la paz.
Pongo esta visita bajo el amparo de la Santísima Virgen de Copacabana, Reina de Bolivia, y a Ella pido que proteja a todos sus hijos. Muchas gracias y que el Señor los bendiga. Jallalla Bolivia". Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano
8 de julio 2015. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva.
Discurso Papa Francisco a los educadores en Quito – Ecuador. Hermanos en el Episcopado, Señor Rector, Distinguidas autoridades, queridos profesores y alumnos, amigos y amigas: Siento una gran alegría por estar esta tarde con ustedes en esta Pontificia Universidad del Ecuador, que desde hace casi setenta años, realiza y actualiza la fructífera misión educadora de la Iglesia al servicio de los hombres y mujeres de esta nación. Agradezco las amables palabras con las que me han recibido y me han transmitido las inquietudes y las esperanzas que brotan en ustedes ante el reto, personal y social, de la educación. Pero veo que hay algunos nubarrones ahí en el horizonte, espero que no venga la tormenta, no más una leve garúa.
En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús, el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos, acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico en el modo de enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús, no buscaba, «doctorear». Por el contrario, quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida, para que ésta dé fruto.
La parábola del sembrador, nos habla de cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la relación que entre estos se genera. Ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, la tierra, el agua, el sol, te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un regalo, un don, una oferta. No es algo adquirido, comprado. Nos precede y nos sucederá.
Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo contrario. La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio que Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo el nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida, siempre esconde esa invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre permanece.
Pero notemos una peculiaridad. En el relato del Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a partir de la otra. Una va de la mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva.
No sólo estamos invitados a ser parte de la obra creadora cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos invitados también a cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy esta invitación se nos impone a la fuerza. Ya no como una mera recomendación, sino como una exigencia que nace «por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesta en la tierra. Hemos crecido pensado tan solo que debíamos “cultivar” que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más abandonados y maltratados, que hay hoy en día en el mundo está nuestra oprimida y desbastada tierra” (Laudato si’ 2).
Existe una relación entre nuestra vida y la de nuestra madre la tierra. Entre nuestra existencia y el don que Dios nos dio. «El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podemos afrontar adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención a las causas que tiene que ver con la degradación humana y social» (Laudato si’ 48) Pero así como decimos se «degradan», de la misma manera podemos decir, «se sostienen y se pueden transfigurar». Es una relación que guarda una posibilidad, tanto de apertura, de transformación, de vida como de destrucción y de muerte.
Hay algo que es claro, no podemos seguir dándole la espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra. No nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra realidad. No nos es lícito, más aún, no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte.
Una y otra vez, sigue con fuerza esa pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta seguirá siendo: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9). Yo vivo en Roma. En invierno hace frío. Sucede muy cerquita del Vaticano, que aparezca un anciano en la mañana muerto de frío. No es noticia en ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas. Un pobre que muere de frío y de hambre hoy no es noticia. Pero si las bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos, se arma el gran escándalo mundial. Yo me pregunto ¿dónde está tu hermano? Y les pido que se hagan otra vez cada uno esa preguntó. Y la hagan a la universidad. A vos, universidad católica, ¿dónde está tu hermano?
En este contexto universitario sería bueno preguntarnos sobre nuestra educación de frente a esta tierra que clama al cielo.
Nuestros centros educativos son un semillero, una posibilidad, tierra fértil que debemos cuidar, estimular y proteger. Tierra fértil sedienta de vida.
Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda? No desentenderse de lo que pasa alrededor. ¿Son capaces de estimularlo a eso? Para eso hay que sacarlos del aula. Su mente tiene que salir del aula. Su corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, interrogantes, cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente. Esa palabra que crea puente.
Hay una reflexión que nos involucra a todos, a las familias, a los centros educativos, a los docentes: cómo ayudamos a nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor status, dinero, prestigio social. No son sinónimos. Cómo ayudamos a identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del ambiente.
Y con Ustedes, queridos jóvenes, presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío. Ustedes son semilla de transformación de esta sociedad, quisiera preguntarme: ¿saben que este tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino también un privilegio que tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por distintas circunstancias no lo han tenido? En qué medida nuestro estudio, nos ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos. Háganse estas preguntas, queridos jóvenes.
Las comunidades educativas tienen un papel fundamental, esencial en la construcción de la ciudadanía y de la cultura. Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad; es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy. Es necesario ir a lo concreto.
Ante la globalización del paradigma tecnocrático que tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de valores, como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (Laudato si’ 105), hoy a ustedes, a mí, a todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Y digo urgencia, que nos animemos a pensar sobre qué cultura, qué tipo de cultura queremos o pretendemos no solo para nosotros, sino para nuestros hijos, para nuestros nietos. Esta tierra, la hemos recibido como herencia, como un don, como un regalo. Qué bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo la queremos dejar? ¿Qué orientación, qué sentido queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué luchamos y trabajamos? (cf. Laudato si’ 160). ¿Para qué estudiamos?
Las iniciativas individuales siempre son buenas y fundamentales, pero se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la realidad orgánicamente y no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyen a todos, ya que todo «está relacionado entre sí» (Laudato si’ 138). No hay derecho a la exclusión.
Como Universidad, como centros educativos, como docentes y estudiantes, la vida los desafía a responder a estas dos preguntas: ¿Para qué nos necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?
Que el Espíritu Santo nos inspire y acompañe, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la luz que necesitamos. Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que encontremos caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro maestro y compañero de camino. Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano
5 de julio de 2015. El papa Francisco en el aeropuerto
Mariscal Sucre de Quito,
dio este domingo por la tarde, su primer discurso del viaje apostólico a América Latina. A continuación el texto completo. "Distinguidas autoridades del gobierno, hermanos del episcopado, señoras y señores, amigos todos. Doy gracias a Dios por haberme permitido volver a América Latina y estar hoy aquí con ustedes, en esta hermosa tierra del Ecuador. Siento alegría y gratitud al ver la calurosa bienvenida que me brindan: es una muestra más del carácter acogedor que tan bien define a las gentes de esta noble Nación.
Le agradezco, Señor Presidente, sus amables palabras que me ha dirigido su consonancia con mi pensamiento, me ha citado demasiadas veces, gracias. A las que correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión para que pueda obtener el bien de su pueblo.
Saludo cordialmente a las distinguidas autoridades del Gobierno, a mis hermanos obispos, a los fieles de la Iglesia en el país y a todos aquellos que me abren hoy las puertas de su corazón, de su hogar y de su Patria. A todos ustedes mi afecto y sincero reconocimiento.
Visité Ecuador en distintas ocasiones por motivos pastorales; así también hoy, vengo como testigo de la misericordia de Dios y de la fe en Jesucristo. La misma fe que durante siglos ha modelado la identidad de este pueblo y dado tan buenos frutos, entre los que destacan figuras preclaras como Santa Mariana de Jesús, el santo hermano Miguel Febres, santa Narcisa de Jesús o la beata Mercedes de Jesús Molina, beatificada en Guayaquil hace treinta años durante la visita del Papa san Juan Pablo II. Ellos vivieron la fe con intensidad y entusiasmo, y practicando la misericordia contribuyeron, desde distintos ámbitos, a mejorar la sociedad ecuatoriana de su tiempo.
En el presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio las claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros en progreso y desarrollo que se están consiguiendo se consoliden y garanticen un futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más vulnerables, que son la deuda que toda América Latina tiene.
Para esto, Señor Presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la colaboración de la Iglesia. Para que el pueblo Ecuatoriano que se ha puesto de pié con dignidad.
Amigos todos, comienzo con ilusión y esperanza los días que tenemos por delante. En Ecuador está el punto más cercano al espacio exterior: es el Chimborazo, llamado por eso al lugar “más cercano al sol”, a la luna y las estrellas.
Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el sol, y a la luna con la iglesia, la luna no tiene luz propia, y si la luna es escondida por el sol se vuelve oscura y el sol es Jesucristo. Y si la Iglesia se aleja de Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio. Que estos días se nos haga más evidente a todos la cercanía del sol que nace de lo alto, y que seamos reflejo de su luz, de su amor.
Desde aquí quiero abrazar al Ecuador entero. Que desde la cima del Chimborazo, hasta las costas del Pacífico; desde la selva amazónica, hasta las Islas Galápagos, nunca pierdan la capacidad de dar gracias a Dios por lo que hizo y hace por ustedes, la capacidad de proteger lo pequeño y lo sencillo, de cuidar de sus niños y ancianos, que son la memoria de vuestro pueblo. De confiar en la juventud y de maravillarse por la nobleza de su gente y la belleza singular de su País, que según el presidente es el paraíso. Que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, a quienes Ecuador ha sido Consagrado, derramen sobre ustedes su gracia y bendición. Muchas gracias". Fuente: Zenit.
20 de junio de 2015. El Papa advierte que el desempleo juvenil es una verdadera plaga social.
En una audiencia con los miembros de la Federación Nacional de los Caballeros del Trabajo de Italia, el Pontífice apuesta por una economía que no margine a individuos y pueblos. El papa Francisco ha afirmado este sábado por la mañana que el desempleo juvenil es una “verdadera plaga social”.
Que en estos años los jóvenes hayan sentido que no son necesarios “es síntoma de una disfunción grave”, ha añadido el Pontífice argentino.
“(El desempleo juvenil) es una verdadera plaga social, debido a que priva a los jóvenes de un elemento esencial para su realización y al mundo económico de la aportación de sus fuerzas más frescas”, ha dicho el Santo Padre durante una audiencia con unos cuatrocientos miembros de la Federación Nacional de los Caballeros del Trabajo de Italia.
En su discurso, Francisco ha señalado que “el mundo laboral debería estar esperando a jóvenes preparados y deseosos de esforzarse y emerger. Al contrario, el mensaje que en estos años han recibido a menudo es que no se les necesita”. Y ha advertido que “esto es síntoma de una disfunción grave, que no se puede atribuir únicamente a causas del ámbito global o internacional”.
El Papa ha defendido también que el bien común, “fin último de la vida en convivencia, no puede ser alcanzado a través de un mero incremento de las ganancias o de la producción, sino que se debe implicar activamente a todos los sujetos que componen el cuerpo social”.
En este sentido, el Obispo de Roma ha subrayado que la doctrina social de la Iglesia dice continuamente “que el ser humano es el centro del desarrollo y que, mientras hombres y mujeres permanezcan pasivos o al margen, el bien común no podrá ser considerado plenamente alcanzado”.
“Vosotros habéis destacado porque habéis osado y os habéis arriesgado, habéis invertido ideas, energías y capitales haciéndoles fructificar, delegando tareas, pidiendo resultados y contribuyendo a hacer de los otros más emprendedores y colaboradores”, ha indicado el Pontífice a los Caballeros del Trabajo de Italia.
Para el Santo Padre, “la envergadura social del trabajo” debe partir de la capacidad de “implicar a las personas y encargarles responsabilidades, de tal modo que se estimule su capacidad de emprender, su creatividad y su compromiso”.
“Esto tiene efectos positivos sobre las nuevas generaciones y hace que una sociedad comience a mirar hacia adelante, ofreciendo prospectivas y oportunidades y, por lo tanto, esperanza para el futuro”, ha enfatizado.
Además de abordar la dimensión social del mundo laboral, Francisco ha insistido en su “esfera ética”. “Solo si la economía está basada en la justicia y en el respeto podrá experimentar un auténtico desarrollo que no margine a individuos y pueblos, que aleje a la corrupción y los delitos y no descuide el cuidado del medio ambiente”, ha recordado.
El Papa ha concluido sus palabras asegurando que “es verdaderamente justo quien, además de respetar las reglas, actúa con conciencia e interés por el bien de todos además de por el suyo. Es justo quien lleva en el corazón la suerte de los más desfavorecidos y pobres, quien no se cansa de trabajar y está preparado a emprender siempre caminos nuevos”. Fuente: Zenit.
Jueves 11 de junio de 2015.“
El acceso a los alimento es un derecho para todos”.
Discurso del santo padre francisco a los participantes en la 39 conferencia de la fao] Sala Clementina. Señor Presidente, Señores Ministros, Señor Director General, Distinguidos Representantes Permanentes, Señoras y Señores, ¡Buenos Dias!
1. Me alegra acogerlos mientras participan en la 39 Conferencia de la FAO, continuando así una larga tradición. Dirijo un cordial saludo a usted, señor Presidente, La Mamea Ropati, a los representantes de las diferentes Naciones y Organizaciones que están presentes y al Director General, el profesor José Graziano da Silva.
Todavía tengo vivo el recuerdo de la participación en la Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición (el 20 noviembre 2014), que ha emplazado a los Estados a encontrar soluciones y recursos. Espero que aquella decisión no se quede sólo en el papel o en las intenciones que guiaron las negociaciones, sino que prevalezca decididamente la responsabilidad de responder concretamente a los hambrientos y a todos los que esperan del desarrollo agrícola una respuesta a su situación.
Ante la miseria de muchos de nuestros hermanos y hermanas, a veces pienso que el tema del hambre y del desarrollo agrícola se ha convertido hoy en uno de los tantos problemas en este tiempo de crisis. Y, sin embargo, vemos crecer por doquier el número de personas con dificultades para acceder a comidas regulares y saludables. Pero, en vez de actuar, preferimos delegar, y delegar a todos los niveles. Y pensamos que alguien habrá que se ocupe, tal vez otro país, o aquel gobierno, aquella Organización internacional. Nuestra tendencia a «desertar» ante cuestiones difíciles es humana, aunque luego no faltemos a una reunión, a una conferencia, a la redacción de un documento. Por el contrario, debemos responder al imperativo de que el acceso al alimento necesario es un derecho para todos. Los derechos no permiten exclusiones.
No basta señalar el punto de la situación de la nutrición en el mundo, aunque es necesario actualizar los datos, porque nos muestran la dura realidad. Ciertamente, puede consolarnos el saber que aquellos mil doscientos millones de hambrientos en 1992 se ha reducido, aun cuando crece la población mundial. No obstante, de poco sirve tener en cuenta los números o incluso proyectar una serie de compromisos concretos y de recomendaciones que han de aplicar las políticas y las inversiones, si descuidamos la obligación de «erradicar el hambre y prevenir todas las formas de malnutrición en todo el mundo» (FAO-OMS, Declaración de Roma sobre la Nutrición, noviembre 2014, 15a).
2. Preocupan mucho las estadísticas sobre los residuos: en esta partida se incluye un tercio de los alimentos producidos. E inquieta saber que una buena cantidad de los productos agrícolas se utiliza para otros fines, tal vez fines buenos, pero que no son la necesidad inmediata de quien pasa hambre. Preguntémonos entonces, ¿qué podemos hacer? Más aún, ¿qué es lo que ya yo estoy haciendo?
Reducir los residuos es esencial, así como reflexionar sobre el uso no alimentario de los productos agrícolas, que se utilizan en grandes cantidades para la alimentación animal o para producir biocombustibles. Ciertamente, hay que garantizar condiciones ambientales cada vez más sanas, pero ¿podemos seguir haciéndolo excluyendo a alguien? Se ha de sensibilizar a todos los países sobre el tipo de nutrición adoptada, y esto varía dependiendo de las latitudes. En el Sur del mundo se ha de poner la atención en la cantidad de alimentos suficiente para garantizar una población en crecimiento, en el Norte, el punto central es la calidad de la nutrición y de los alimentos. Pero, tanto en la calidad como en la cantidad, pesa la situación de inseguridad determinada por el clima, por el aumento de la demanda y la incertidumbre de los precios.
Intentemos, por tanto, asumir con mayor decisión el compromiso de modificar los estilos de vida, y tal vez necesitemos menos recursos. La sobriedad no se opone al desarrollo, más aún, ahora se ve claro que se ha convertido en una condición para el mismo. Para la FAO, esto también significa proseguir en la descentralización, para estar en el medio del mundo rural y entender las necesidades de la gente que la Organización está llamada a servir.
Preguntémonos además: ¿Cuánto incide el mercado con sus reglas sobre el hambre en el mundo? De los estudios que ustedes realizan, resulta que desde 2008 el precio de los alimentos ha cambiado su tendencia: duplicado, después estabilizado, pero siempre con valores altos respecto al período precedente. Precios tan volátiles impiden a los más pobres hacer planes o contar con una nutrición mínima. Las causas son muchas. Nos preocupa justamente el cambio climático, pero no podemos olvidar la especulación financiera: un ejemplo son los precios del trigo, el arroz, el maíz, la soja, que oscilan en las bolsas, a veces vinculados a fondos de renta y, por tanto, cuanto mayor sea su precio más gana el fondo. También aquí, tratemos de seguir otro camino, convenciéndonos de que los productos de la tierra tienen un valor que podemos decir «sacro», ya que son el fruto del trabajo cotidiano de personas, familias, comunidades de agricultores. Un trabajo a menudo dominado por incertidumbres, preocupaciones por las condiciones climáticas, ansiedades por la posible destrucción de la cosecha.
En la finalidad de la FAO, el desarrollo agrícola incluye el trabajo de la tierra, la pesca, la ganadería, los bosques. Es preciso que este desarrollo esté en el centro de la actividad económica, distinguiendo bien las diferentes necesidades de los agricultores, ganaderos, pescadores y quienes trabajan en los bosques. El primado del desarrollo agrícola: he aquí el segundo objetivo. Para los objetivos de la FAO, esto significa apoyar una resilience efectiva, reforzando de modo específico la capacidad de las poblaciones para hacer frente a las crisis – naturales o provocadas por la acción humana – y prestando atención a las diferentes exigencias. Así será posible perseguir un nivel de vida digno.
3. En este compromiso quedan otros puntos críticos. En primer lugar, parece difícil aceptar una resignación genérica, el desinterés y hasta la ausencia de tantos, incluso los Estados. A veces se tiene la sensación de que el hambre es un tema impopular, un problema insoluble, que no encuentra soluciones dentro de un mandato legislativo o presidencial y, por tanto, no garantiza consensos. Las razones que llevan a limitar aportes de ideas, tecnología, expertise y financiación residen en la falta de voluntad para asumir compromisos vinculantes, ya que nos escudamos tras la cuestión de la crisis económica mundial y la idea de que en todos los países hay hambre: «Si hay hambrientos en mi territorio, ¿cómo puedo pensar en destinar fondos para la cooperación internacional?». Pero así se olvida que, si en un país la pobreza es un problema social al que pueden darse soluciones, en otros contextos es un problema estructural y no bastan sólo las políticas sociales para afrontarla. Esta actitud puede cambiar si reponemos en el corazón de las relaciones internacionales la solidaridad, trasponiéndola del vocabulario a las opciones de la política: la política del otro. Si todos los Estados miembros trabajan por el otro, los consensos para la acción de la FAO no tardarán en llegar y, más aún, se redescubrirá su función originaria, ese «fiat panis» que figura en su emblema.
Pienso también en la educación de las personas para una correcta dieta alimenticia. En mis encuentros cotidianos con Obispos de tantas partes del mundo, con personajes políticos, responsables económicos, académicos, percibo cada vez más que hoy también la educación nutricional tiene diferentes variantes. Sabemos que en Occidente el problema es el alto consumo y los residuos. En el Sur, sin embargo, para asegurar el alimento, es necesario fomentar la producción local que, en muchos países con «hambre crónica», es sustituida por remesas provenientes del exterior y tal vez inicialmente a través de ayudas. Pero las ayudas de emergencia no bastan, y no siempre llegan a las manos adecuadas. Así se crea dependencia de los grandes productores y, si el país carece de los medios económicos necesarios, entonces la población termina por no alimentarse y el hambre crece.
El cambio climático nos hace pensar también al desplazamiento forzado de poblaciones y a tantas tragedias humanitarias por falta de recursos, a partir de agua, que ya es objeto de conflictos, que previsiblemente aumentarán. No basta afirmar que hay un derecho al agua sin esforzarse por lograr un consumo sostenible de este bien y eliminar cualquier derroche. El agua sigue siendo un símbolo que los ritos de muchas religiones y culturas utilizan para indicar pertenencia, purificación y conversión interior. A partir de este valor simbólico, la FAO puede contribuir a revisar los modelos de comportamiento para asegurar, ahora y en el futuro, que todos puedan tener acceso al agua indispensable para sus necesidades y para las actividades agrícolas. Viene a la mente aquel pasaje de la Escritura que invita a no abandonar la «fuente de agua viva para cavarse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen agua» (Jr 2,13): una advertencia para decir que las soluciones técnicas son inútiles si olvidan la centralidad de la persona humana, que es la medida de todo derecho.
Además del agua, también el uso de los terrenos sigue siendo un problema serio. Preocupa cada vez más el acaparamiento de las tierras de cultivo por parte de empresas transnacionales y Estados, que no sólo priva a los agricultores de un bien esencial, sino que afecta directamente a la soberanía de los países. Ya son muchas las regiones en las que los alimentos producidos van a países extranjeros y la población local se empobrece por partida doble, porque no tiene ni alimentos ni tierra. Y ¿qué decir de las mujeres que en muchas zonas no pueden poseer la tierra que trabajan, con una desigualdad de derechos que impide la serenidad de la vida familiar, porque se corre el peligro de perder el campo de un momento a otro? Sin embargo, sabemos que la producción mundial de alimentos es en su mayor parte obra de haciendas familiares. Por eso es importante que la FAO refuerce la asociación y los proyectos en favor de las empresas familiares, y estimule a los Estados a regular equitativamente el uso y la propiedad de la tierra. Esto podrá contribuir a eliminar las desigualdades, ahora en el centro de la atención internacional.
4. La seguridad alimentaria ha de lograrse aunque los pueblos sean diferentes por localización geográfica, condiciones económicas o culturas alimenticias. Trabajemos para armonizar las diferencias y unir esfuerzos y, así, ya no leeremos que la seguridad alimentaria para el Norte significa eliminar grasas y favorecer el movimiento y que, para el Sur, consiste en obtener al menos una comida al día.
Debemos partir de nuestra vida cotidiana si queremos cambiar los estilos de vida, conscientes de que nuestros pequeños gestos pueden asegurar la sostenibilidad y el futuro de la familia humana. Y sigamos luego la lucha contra el hambre sin segundas intenciones. Las proyecciones de la FAO dicen que para el año 2050, con nueve mil millones de personas en el planeta, la producción tiene que aumentar e incluso duplicarse. En lugar de dejarse impresionar ante los datos, modifiquemos nuestra relación de hoy con los recursos naturales, el uso del suelo; modifiquemos el consumo, sin caer en la esclavitud del consumismo; eliminemos el derroche y así venceremos el hambre.
La Iglesia, con sus instituciones e iniciativas camina con ustedes, consciente de que los recursos del planeta son limitados y su uso sostenible es absolutamente urgente para el desarrollo agrícola y alimentario. Por eso se compromete a favorecer ese cambio de actitud necesario para el bien de las generaciones futuras. Que el Todopoderoso bendiga el trabajo de ustedes.
Santa Marta. Lunes 8 de junio de 2015 cuanto más intensa es la comunión,
tanto más se favorece la misión.
Discurso del santo padre Francisco a los obispos de la conferencia episcopal de puerto rico en visita "ad limina”. Queridos hermanos en el Episcopado: Me alegro de poder saludarlos con ocasión de la visita ad limina Apostolorum, peregrinación que deseo constituya una experiencia fecunda de comunión para cada uno de ustedes, y para la Iglesia que peregrina en Puerto Rico. Agradezco a Monseñor Roberto Octavio González Nieves, Arzobispo de San Juan y Presidente de la Conferencia Episcopal, las palabras que me ha dirigido en nombre de todos.
En ese bello archipiélago caribeño se fundó una de las tres primeras diócesis que se establecieron en el continente americano. Desde entonces, su historia eclesiástica está entretejida por la fidelidad y la tenacidad de tantos pastores, religiosos, misioneros y laicos que, respondiendo a los tiempos y lugares, han sabido comunicar la alegría del anuncio de Cristo Salvador, en cuyo nombre se han creado tantas iniciativas en favor del bien común, en el campo litúrgico, social y educativo, que han marcado profundamente la vida pública y privada del pueblo puertorriqueño.
Ustedes, como pregoneros del Evangelio y custodios de la esperanza de su pueblo, están llamados a continuar escribiendo esa obra de Dios en sus Iglesias locales, animados por un espíritu de comunión eclesial, procurando que la fe crezca y la luz de la verdad brille también en nuestros días. La confianza mutua y la comunicación sincera entre ustedes permitirán al clero y a los fieles ver la auténtica unidad querida por Cristo. Además, ante la magnitud y la desproporción de los problemas, el Obispo necesita recurrir no sólo a la oración, sino también a la amistad y a la ayuda fraterna de sus hermanos en el episcopado. No gasten energías en divisiones y enfrentamientos, sino en construir y colaborar. Ya saben que, «cuanto más intensa es la comunión, tanto más se favorece la misión» (Pastores gregis, 22). Sepan tomar distancia de toda ideologización o tendencia política que les puede hacer perder tiempo y el verdadero ardor por el Reino de Dios. La Iglesia, por razón de su misión, no está ligada a sistema político alguno, para poder ser siempre «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana» (Gaudium et spes, 76). El Obispo es modelo para sus sacerdotes y los anima a buscar siempre la renovación espiritual y a redescubrir la alegría de apacentar su grey dentro de la gran familia de la Iglesia. Les pido una actitud acogedora con ellos; que se sientan escuchados y guiados para que puedan crecer en comunión, santidad y sabiduría, y lleven a todos los misterios de la salvación. Ante el próximo Jubileo de la Misericordia, recuerden primero ustedes y luego los sacerdotes el servicio de ser fieles servidores del perdón de Dios, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación, que permite experimentar en carne propia el amor de Dios y ofrecer a cada penitente la fuente de la verdadera paz interior (cf. Misericordiae vultus, 17).
Para tener buenos pastores, es necesario cuidar la pastoral vocacional, de manera que haya un número adecuado de vocaciones, y especialmente los seminarios, que ofrezcan la debida formación a los candidatos. El seminario es la parcela que más solicitud pide al Obispo Pastor.
Facilitar a los fieles la vida sacramental y ofrecerles una adecuada formación permanente hace posible que también éstos puedan cumplir su propia misión. Los fieles boricuas, y en particular las asociaciones, los movimientos y las instituciones de educación, están llamados a colaborar generosamente para que se anuncie la Buena Nueva en todos los ambientes, incluso en los más hostiles y alejados de la Iglesia. Deseo de corazón que, animados por el ejemplo de insignes laicos como el beato Carlos Manuel Rodríguez Santiago, modelo de entrega y servicio apostólico, o el venerable maestro Rafael Cordero y Molina, sigan avanzando por el camino de una gozosa adhesión al Evangelio, profundizando en la Doctrina Social de la Iglesia y participando lúcida y serenamente en los debates públicos que atañen a la sociedad en la que viven.
Entre las iniciativas que es necesario consolidar cada vez más está la pastoral familiar, ante los graves problemas sociales que la aquejan: la difícil situación económica, la emigración, la violencia doméstica, la desocupación, el narcotráfico, la corrupción. Son realidades que generan preocupación. Permítanme llamar su atención sobre el valor y la belleza del matrimonio. La complementariedad del hombre y la mujer, vértice de la creación divina, está siendo cuestionada por la llamada ideología de género, en nombre de una sociedad más libre y más justa. Las diferencias entre hombre y mujer no son para la contraposición o subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a «imagen y semejanza» de Dios. Sin la mutua entrega, ninguno de los dos puede siquiera comprenderse en profundidad (cf. Audiencia general, 15 abril 2015). El sacramento del matrimonio es signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su Esposa, la Iglesia. Cuiden este tesoro, uno de los «más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños» (Aparecida, 433).
Finalmente, entre los mayores retos actuales para el trabajo apostólico se encuentra la implementación del Plan Pastoral de Conjunto en las diócesis, mediante programas elaborados para anunciar a Cristo y responder a las inquietudes de la sociedad y del Pueblo de Dios hoy, en los que debe estar siempre presente la dimensión misionera hasta las últimas periferias existenciales.
Les aseguro mi oración, también por los sacerdotes, consagrados y por todos los fieles laicos de esa amada tierra borinqueña. Lleven a todos, por favor, el saludo del Papa. Velen con celo y paciencia por la porción de la viña del Señor que les ha sido encomendada, y vayan adelante todos juntos. Encomiendo la obra de la evangelización en Puerto Rico a la Santísima Virgen María y, pidiéndoles que no se olviden de rezar por mí, les imparto con afecto la Bendición Apostólica.
11 de abril de 2015. Presentamos a continuación el texto leído por el cardenal Pietro Parolín en la VII Cumbre de las América
y publicado en el Facebook del nuncio apostólico en Panamá, Mons. Andrés Carrascosa. Al Excelentísimo Señor Juan Carlos Varela Rodríguez Presidente de Panamá Como anfitrión de la VII Cumbre de las Américas, deseo hacerle llegar mi saludo cordial y, a través de Usted, a todos los Jefes de Estado y de Gobierno, así como a las delegaciones participantes. Al mismo tiempo, me gustaría manifestarles mi cercanía y aliento para que el diálogo sincero logre esa mutua colaboración que suma esfuerzos y supera diferencias en el camino hacia el bien común.
Pido a Dios que, compartiendo valores comunes, lleguen a compromisos de colaboración en el ámbito nacional o regional que afronten con realismo los problemas y trasmitan esperanza. Me siento en sintonía con el tema elegido para esta Cumbre: “Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas”.
Estoy convencido – y así lo expresé en la Exhortacion Apostolica Evangelii gaudium – de que la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos, es fuente de conflictos y de violencia entre los pueblos, porque supone que el progreso de unos se construye sobre el necesario sacrificio de otros y que, para poder vivir dignamente, hay que luchar contra los demás (cf. 52, 54).
El bienestar así logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las personas. Hay “bienes básicos”, como la tierra, el trabajo y la casa, y “servicios públicos”, como la salud, la educación, la seguridad, el medio ambiente ..., de los que ningún ser humano debería quedar excluido.
Este deseo – que todos compartimos -, desgraciadamente aún esta lejos de la realidad. Todavía hoy siguen habiendo injustas desigualdades, que ofenden a la dignidad de las personas.
El gran reto de nuestro mundo es la globalización de la solidaridad y la fraternidad en lugar de la globalización de la discriminación y la indiferencia y, mientras no se logre una distribución equitativa de la riqueza, no se resolverán los males de nuestra sociedad (cf. Evangelii gaudium 202).
No podemos negar que muchos países han experimentado un fuerte desarrollo económico en los últimos años, pero no es menos cierto que otros siguen postrados en la pobreza. Además, en las economías emergentes, gran parte de la población no se ha beneficiado del progreso económico general, sino que frecuentemente se ha abierto una brecha mayor entre ricos y pobres. La teoría del “goteo” o “derrame” (cf. Evangelii gaudium 54) se ha revelado falaz: no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los ricos. Son necesarias acciones directas en pro de los más desfavorecidos, cuya atención, como la de los más pequeños en el seno de una familia, debería ser prioritaria para los gobernantes. La Iglesia siempre ha defendido la “promoción de las personas concretas” (“Centesimus annus, 46), atendiendo sus necesidades y ofreciéndoles posibilidades de desarrollo.
Me gustaría también llamar su atención sobre el problema de la inmigración. La inmensa disparidad de oportunidades entre unos países y otros hace que muchas personas se vean obligadas a abandonar su tierra y su familia, convirtiéndose en fácil presa del tráfico de personas y del trabajo esclavo, sin derechos, ni acceso a la justicia ... En ocasiones, la falta de cooperación entre los Estados deja a muchas personas fuera de la legalidad y sin posibilidad de hacer valer sus derechos, obligándoles a situarse entre los que se aprovechan de los demás o a resignarse a ser victima de los abusos.
Son situaciones en las que no basta salvaguardar la ley para defender los derechos básicos de la persona, en las que la norma, sin piedad y misericordia, no responde a la justicia.
A veces, incluso dentro de cada país, se dan diferencias escandalosas y ofensivas, especialmente en las poblaciones indígenas, en las zonas rurales o en los suburbios de las grandes ciudades. Sin una auténtica defensa de estas personas contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia, el Estado de derecho perdería su legitimidad.
Señor Presidente, los esfuerzos por tender puentes, canales de comunicación, tejer relaciones, buscar el entendimiento nunca son vanos. La situación geográfica de Panamá, en el centro del continente Americano, que la convierte en un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos Pacifico y Atlántico, es seguramente una llamada, pro mundi beneficio, a generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación.
Con el deseo de que la Iglesia sea también instrumento de paz y reconciliación entre los pueblos, reciba mi más atento y cordial saludo. PP Francisco.
12 de marzo de 2015 Discurso del Papa: no existe ningún pecado
que Dios no pueda perdonar
Al recibir a los participantes de un curso organizado por la Penitenciaría Apostólica, el Santo Padre recuerda que cada fiel que se acerca a la confesión es 'tierra sagrada' Los sacramentos son el lugar de la proximidad y de la ternura de Dios para los hombres, son la forma concreta en la que Dios piensa para venir a nuestro encuentro, para abrazarnos, sin avergonzarse de nosotros y de nuestros límites. Lo ha explicado el Papa en su discurso a los participantes del Curso sobre el Foro Interno organizado por la Penitenciaría Apostólica. Así, Francisco ha afirmado que entre los sacramentos, ciertamente el de la reconciliación hace presente con especial eficacia el rostro misericordioso de Dios, “lo concretiza y lo manifiesta continuamente, sin descanso”. Asimismo ha afirmado que no existe ningún pecado que Dios no pueda perdonar. “Solo lo que se resta a la misericordia no puede ser perdonado como quien se aparta del sol no puede ser iluminado ni calentado”, ha precisado.
De este modo, a la luz de este “maravilloso don de Dios”, el Pontífice ha subrayado tres exigencias: “vivir el sacramento como medio para educar a la misericordia”, “dejarse educar por lo que celebramos”, “cuidar la mirada sobrenatural”.
En primer lugar, el Santo Padre ha recordado que “vivir el sacramento como medio para educar en la misericordia, significa ayudar a nuestros hermanos a hacer experiencia de paz y de comprensión, humana y cristiana”. A propósito ha asegurado que la confesión no debe ser una “tortura”, sino que todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el corazón, con el rostro radiante de esperanza, aunque a veces también bañados por las lágrimas de la conversión y de la alegría que se deriva. Además, el sacramento “no implica que se convierta en un interrogatorio pesado, fastidioso e invasivo”. Al contrario, Francisco ha afirmado que “debe ser un encuentro liberador y rico de humanidad, a través del cual poder educar en la misericordia, que no excluye, sino que comprende también el justo compromiso de reparar, en la medida de lo posible, el mal cometido”. A este punto, el Papa ha advertido que muchas veces se confunde la misericordia con ser confesores de manga ancha. “Ni confesores de manga ancha, ni confesores rígidos son misericordiosos”, ha asegurado. El confesor misericordioso “lo escucha, lo perdona, pero lo toma y lo acompañan, porque la conversión sí, comienza --quizá-- hoy, pero debe continuar con la perseverancia… Lo toma consigo, como el Buen Pastor que va a buscar la oveja perdida y la toma consigo”.
En el segundo aspecto abordado por el Papa, ha exhortado a los confesores a que se dejen educar por el sacramento de la reconciliación. “¡Cuántas veces sucede escuchar confesiones que nos edifican!”, ha exclamado. Del mismo modo ha señalado que ocurre a menudo “asistir a verdaderos milagros de conversión”. Personas que desde hace meses, a veces años, están bajo el dominio del pecado y que, como el hijo pródigo, vuelven sobre sí mismos y deciden levantarse de nuevo y volver a la casa del Padre para implorar el perdón.
A propósito, Francisco ha asegurado que pueden aprender mucho de la conversión y del arrepentimiento de estos hermanos. “Ellos nos empujan a hacer también nosotros un examen de conciencia: ‘Yo, sacerdote, ¿amo así al Señor, que me ha hecho ministro de su misericordia?’ ‘Yo, confesor, estoy dispuesto al cambio, a la conversión, como este penitente, al cual he sido puesto a su servicio?’”
Para finalizar, el Pontífice ha reflexionado sobre el tercer aspecto afirmando que “cuando se escuchan las confesiones sacramentales de los fieles, es necesario tener siempre la mirada interior dirigida al Cielo, a lo sobrenatural". De este modo, el Papa ha recordado que deben reavivar la conciencia de que ninguno ha sido puesto en este ministerio por méritos propios, ni por las capacidades teológicas o jurídicas, ni por el trato humano o psicológico.
“Todos hemos sido constituidos ministros de la reconciliación por pura gracia de Dios, gratuitamente y por amor, es más, precisamente por misericordia", ha recordado. “Somos ministros de la misericordia gracias a la misericordia de Dios, no debemos nunca perder esta mirada sobrenatural, que nos hace verdaderamente humildes, acogedores y misericordiosos hacia el hermano y hermana que pide confesión”. Asimismo ha pedido que el momento de la escucha de la administración del sacramento también debe ser sobrenatural “escuchar de forma sobrenatural, de forma divina; respetuosa con la dignidad y las historias personales de cada uno, para que pueda comprender qué quiere Dios para él o para ella”.
Y finalmente, Francisco ha asegurado que también “el pecador más grande que viene delante de Dios a pedir perdón es ‘tierra sagrada’, y también yo, que debo perdonarlo en nombre de Dios, puedo hacer cosas más feas que las que él ha hecho”. Cada fiel penitente que se dirige a la confesión --ha subrayado-- es tierra sagrada, tierra sagrada para cultivar con dedicación, cuidado y atención pastoral. Fuente: Zenit.
6 de marzo de 2015. El Papa Francisco ha recibido este viernes en audiencia
a los miembros del Camino Neocatecumenal
y les ha instado a "ir en nombre de Cristo a todo el mundo y llevar su Evangelio". En su mensaje, el Santo Padre ha destacado que "el Camino Neocatecumenal hace un gran bien en la Iglesia" y ha recordado a sus miembros que "con el testimonio de vida manifiestan el corazón de la revelación de Cristo".
Es decir, que "Dios ama al hombre hasta entregarse a la muerte por él y que ha sido resucitado por el Padre para darnos la gracia de donar nuestra vida a los demás", ha apuntado. "El mundo de hoy tiene necesidad extrema de este gran mensaje", ha asegurado.
El Pontífice argentino ha entrado en el Aula Pablo VI y ha ido saludando durante varios minutos a los presentes, entre aplausos y vivas al Papa, mientas se escuchaba una canción a la Virgen María acompañada por guitarras y entonada por Kiko Argüello, iniciador de esta realidad eclesial.
La audiencia celebrada esta mañana ha consistido en una ceremonia con la que el Pontífice ha enviado a 250 familias a realizar la missio ad gentes.
A estas familias el Papa les ha animado a que sigan adelante, confiando en la Madre de Dios, que ha inspirado el Camino Neocatecumenal, y que se se nutran de la Palabra, la Liturgia y la Comunidad.
Francisco ha vuelto a bendecir el carisma que recibieron los españoles Kiko Argüello y Carmen Hernández, que le han regalado un icono como recuerdo de este encuentro. Posteriormente, le han presentado a algunos de estos misioneros que partirán hacia diferentes países de varios continentes.
Las missio ad gentes son uno de los frutos del Camino Neocatecumenal. Desde hace años envía a la misión a familias que se muestran dispuestas a dejarlo todo por la evangelización y que acuden a lugares en los que el propio obispo les haya solicitado. En muchas ocasiones son enviadas a zonas donde la Iglesia no existe o apenas tiene presencia. Esto es precisamente lo que hacen las familias que forman una missio ad gentes.
Cada una de estas misiones está constituida por cuatro familias con numerosos hijos, un sacerdote responsable de la missio y de un “socio” que le acompaña, tres mujeres jóvenes que ayudan a las familias y a sus hijos y una mujer mayor que ayuda a los sacerdotes. En total, cada missio ad gentes está formada por unas 45 personas.
14 de febrero de 2015. Discurso del Santo Padre Francisco,
con motivo de la creación de 20 nuevos cardenales.
Queridos hermanos cardenales. El cardenalato ciertamente es una dignidad, pero no una distinción honorífica. Ya el mismo nombre de «cardenal», que remite a la palabra latina «cardo - quicio», nos lleva a pensar, no en algo accesorio o decorativo, como una condecoración, sino en un perno, un punto de apoyo y un eje esencial para la vida de la comunidad. Sois «quicios» y estáis incardinados en la Iglesia de Roma, que «preside toda la comunidad de la caridad» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 13; cf. Ign. Ant., Ad Rom., Prólogo).
En la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar: al igual que ella preside en la caridad, toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad.
Por eso creo que el «himno a la caridad», de la primera carta de san Pablo a los Corintios, puede servir de pauta para esta celebración y para vuestro ministerio, especialmente para los que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio. Será bueno que todos, yo en primer lugar y vosotros conmigo, nos dejemos guiar por las palabras inspiradas del apóstol Pablo, en particular aquellas con las que describe las características de la caridad. Que María nuestra Madre nos ayude en esta escucha. Ella dio al mundo a Aquel que es «el camino más excelente» (cf. 1 Co 12,31): Jesús, caridad encarnada; que nos ayude a acoger esta Palabra y a seguir siempre este camino. Que nos ayude con su actitud humilde y tierna de madre, porque la caridad, don de Dios, crece donde hay humildad y ternura.
En primer lugar, san Pablo nos dice que la caridad es «magnánima» y «benevolente». Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo. La magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes, porque «non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est». Saber amar con gestos de bondad. La benevolencia es la intención firme y constante de querer el bien, siempre y para todos, incluso para los que no nos aman.
A continuación, el apóstol dice que la caridad «no tiene envidia; no presume; no se engríe». Esto es realmente un milagro de la caridad, porque los seres humanos –todos, y en todas las etapas de la vida– tendemos a la envidia y al orgullo a causa de nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación. Pero precisamente por eso, queridos hermanos, puede resaltar todavía más en nosotros la fuerza divina de la caridad, que transforma el corazón, de modo que ya no eres tú el que vive, sino que Cristo vive en ti. Y Jesús es todo amor.
Además, la caridad «no es mal educada ni egoísta». Estos dos rasgos revelan que quien vive en la caridad está des-centrado de sí mismo. El que está auto-centrado carece de respeto, y muchas veces ni siquiera lo advierte, porque el «respeto» es la capacidad de tener en cuenta al otro, su dignidad, su condición, sus necesidades. El que está auto-centrado busca inevitablemente su propio interés, y cree que esto es normal, casi un deber. Este «interés» puede estar cubierto de nobles apariencias, pero en el fondo se trata siempre de «interés personal». En cambio, la caridad te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo. Entonces sí, serás una persona respetuosa y preocupada por el bien de los demás.
La caridad, dice Pablo, «no se irrita; no lleva cuentas del mal». Al pastor que vive en contacto con la gente no le faltan ocasiones para enojarse. Y tal vez entre nosotros, hermanos sacerdotes, que tenemos menos disculpa, el peligro de enojarnos sea mayor. También de esto es la caridad, y sólo ella, la que nos libra. Nos libra del peligro de reaccionar impulsivamente, de decir y hacer cosas que no están bien; y sobre todo nos libra del peligro mortal de la ira acumulada, «alimentada» dentro de ti, que te hace llevar cuentas del mal recibido. No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia. Aunque es posible entender un enfado momentáneo que pasa rápido, no así el rencor. Que Dios nos proteja y libre de ello
La caridad, añade el Apóstol, «no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad». El que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la Iglesia. Al mismo tiempo, «goza con la verdad»: ¡Qué hermosa es esta expresión! El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra plenamente en la Palabra y en la Carne de Jesucristo. Él es la fuente inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad.
Por último, la caridad «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites». Aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral. El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados.
Queridos hermanos, todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu. Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos. Incardinados en la Iglesia que preside en la caridad, dóciles al Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5,5). Que así sea.
16 de enero de 2015. Es un 'deber escuchar la voz de los pobres y romper las cadenas de la injusticia'.
Pide que los políticos se distingan 'por su honestidad, integridad y compromiso con el bien común' El papa Francisco ha dirigido este viernes por la mañana un discurso al presidente de Filipinas, Benigno Aquino, y demás autoridades del país. A continuación, publicamos el texto del mensaje del Santo Padre: Señoras y Señores
Gracias, señor Presidente, por su amable acogida y por sus palabras de saludo en nombre de las autoridades y el pueblo de Filipinas, y de los distinguidos miembros del Cuerpo diplomático. Le agradezco de corazón su invitación a visitar Filipinas. Mi visita es sobre todo pastoral. Tiene lugar cuando la Iglesia en este país se prepara para celebrar el quinto centenario del primer anuncio del Evangelio de Jesucristo en estas costas. El mensaje cristiano ha tenido una inmensa influencia en la cultura filipina. Espero que este importante aniversario resalte su constante fecundidad y su capacidad para seguir plasmando una sociedad que responda a la bondad, la dignidad y las aspiraciones del pueblo filipino.
De manera particular, esta visita quiere expresar mi cercanía a nuestros hermanos y hermanas que tuvieron que soportar el sufrimiento, la pérdida de seres queridos y la devastación causada por el tifón Yolanda. Al igual que tantas personas en todo el mundo, he admirado la fuerza heroica, la fe y la resistencia demostrada por muchos filipinos frente a éste y otros desastres naturales. Esas virtudes, enraizadas en la esperanza y la solidaridad inculcadas por la fe cristiana, dieron lugar a una manifestación de bondad y generosidad, sobre todo por parte de muchos jóvenes. En esos momentos de crisis nacional, un gran número de personas acudieron en ayuda de sus vecinos necesitados. Con gran sacrificio, dieron su tiempo y recursos, creando redes de ayuda mutua y trabajando por el bien común.
Este ejemplo de solidaridad en el trabajo de reconstrucción nos enseña una lección importante. Al igual que una familia, toda sociedad echa mano de sus recursos más profundos para hacer frente a los nuevos desafíos. En la actualidad, Filipinas, junto con muchos otros países de Asia, se enfrenta al reto de construir sobre bases sólidas una sociedad moderna, una sociedad respetuosa de los auténticos valores humanos, que tutele nuestra dignidad y los derechos humanos dados por Dios, y lista para enfrentar las nuevas y complejas cuestiones políticas y éticas. Como muchas voces en vuestro país han señalado, es más necesario ahora que nunca que los líderes políticos se distingan por su honestidad, integridad y compromiso con el bien común. De esta manera ayudarán a preservar los abundantes recursos naturales y humanos con que Dios ha bendecido este país. Y así serán capaces de gestionar los recursos morales necesarios para hacer frente a las exigencias del presente, y transmitir a las generaciones venideras una sociedad de auténtica justicia, solidaridad y paz.
Para el logro de estos objetivos nacionales es esencial el imperativo moral de garantizar la justicia social y el respeto por la dignidad humana. La gran tradición bíblica prescribe a todos los pueblos el deber de escuchar la voz de los pobres y de romper las cadenas de la injusticia y la opresión que dan lugar a flagrantes e incluso escandolosas desigualdades sociales. La reforma de las estructuras sociales que perpetúan la pobreza y la exclusión de los pobres requiere en primer lugar la conversión de la mente y el corazón. Los Obispos de Filipinas han pedido que este año sea proclamado el «Año de los Pobres». Espero que esta profética convocatoria haga que en todos los ámbitos de la sociedad se rechace cualquier forma de corrupción que sustrae recursos de los pobres, y se realice un esfuerzo concertado para garantizar la inclusión de todo hombre, mujer y niño en la vida de la comunidad.
La familia, y sobre todo los jóvenes, desempeñan un papel fundamental en la renovación de la sociedad. Un momento destacado de mi visita será el encuentro con las familias y los jóvenes, aquí en Manila. Las familias tienen una misión indispensable en la sociedad. Es en la familia donde los niños aprenden valores sólidos, altos ideales y sincera preocupación por los demás. Pero al igual que todos los dones de Dios, la familia también puede ser desfigurada y destruida. Necesita nuestro apoyo. Sabemos lo difícil que es hoy para nuestras democracias preservar y defender valores humanos básicos como el respeto a la dignidad inviolable de toda persona humana, el respeto de los derechos de conciencia y de libertad religiosa, así como el derecho inalienable a la vida, desde la de los no nacidos hasta la de los ancianos y enfermos. Por esta razón, hay que ayudar y alentar a las familias y las comunidades locales en su tarea de transmitir a nuestros jóvenes los valores y la visión que permita lograr una cultura de la integridad: aquella que promueve la bondad, la veracidad, la fidelidad y la solidaridad como base firme y aglutinante moral para mantener unida a la sociedad.
Señor Presidente, distinguidas autoridades, queridos amigos:
Al comenzar mi visita a este país, no puedo dejar de mencionar el papel importante de Filipinas para fomentar el entendimiento y la cooperación entre los países de Asia, así como la contribución eficaz, y a menudo no reconocida, de los filipinos de la diáspora a la vida y el bienestar de las sociedades en las que viven. A la luz de la rica herencia cultural y religiosa, que enorgullece a su país, les dejo un desafío y una palabra de aliento. Que los valores espirituales más profundos del pueblo filipino sigan manifestándose en sus esfuerzos por proporcionar a sus conciudadanos un desarrollo humano integral. De esta forma, toda persona será capaz de realizar sus potencialidades, y así contribuir de manera sabia y eficaz al futuro de este país. Espero que las meritorias iniciativas para promover el diálogo y la cooperación entre los fieles de distintas religiones consigan su noble objetivo. De modo particular, confío en que el progreso que ha supuesto la consecución de la paz en el sur del País promueva soluciones justas que respeten los principios fundantes de la nación y los derechos inalienables de todos, incluidas las poblaciones indígenas y las minorías religiosas. Invoco sobre ustedes, y todos los hombres, mujeres y niños de esta amada nación, abundantes bendiciones de Dios. Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano
13 de enero de 2015. “La recuperación de un país,
debe incluir la búsqueda de la verdad.
Discurso del Papa Francisco en su visita a Sri Lanka. Señor Presidente. Distinguidas Autoridades del Gobierno. Eminencia, Excelencias
Queridos amigos. Quiero agradecerles su cordial recibimiento. He deseado mucho esta visita a Sri Lanka y pasar estos días junto a ustedes. Sri Lanka es conocida como la Perla del Océano Índico por su belleza natural. Pero es aún más importante que esta isla sea célebre por la calidez de su gente y la rica diversidad de sus tradiciones culturales y religiosas.
Señor Presidente, le expreso mis mejores deseos en su nueva responsabilidad. Le agradezco su invitación a visitar Sri Lanka y sus palabras de bienvenida. Saludo a los distinguidos miembros del Gobierno y autoridades civiles que nos honran con su presencia. Agradezco especialmente la presencia de los distinguidos líderes religiosos, que desempeñan un papel tan importante en la vida de este país. Y naturalmente, quisiera expresar mi agradecimiento a los fieles, al coro, y a todas las personas que han contribuido a hacer posible esta visita. Agradezco de corazón a todos su amabilidad y hospitalidad. Mi visita a Sri Lanka es fundamentalmente pastoral. Como Pastor universal de la Iglesia católica, he venido para conocer, animar y rezar con los fieles católicos de esta isla. Un momento culminante de esta visita será la canonización del beato José Vaz, cuyo ejemplo de caridad cristiana y respeto a todas las personas, independientemente de su raza o religión, sigue siendo una fuente de inspiración y enseñanza en la actualidad. Pero mi visita también quiere expresar el amor y preocupación de la Iglesia por todos los ciudadanos de Sri Lanka, y confirmar el deseo de la comunidad católica de participar activamente en la vida de esta sociedad.
Una tragedia constante en nuestro mundo es que tantas comunidades estén en guerra entre sí. La incapacidad para conciliar diferencias y desacuerdos, ya sean antiguos o nuevos, ha dado lugar a tensiones étnicas y religiosas, acompañadas con frecuencia por brotes de violencia.
Durante muchos años, Sri Lanka ha conocido los horrores de la contienda civil, y ahora trata de consolidar la paz y curar las heridas de esos años. No es tarea fácil superar el amargo legado de injusticias, hostilidad y desconfianza que dejó el conflicto. Esto sólo se puede conseguir venciendo el mal con el bien (cf. Rm 12,21) y mediante el cultivo de las virtudes que favorecen la reconciliación, la solidaridad y la paz. El proceso de recuperación debe incluir también la búsqueda de la verdad, no con el fin de abrir viejas heridas, sino más bien como un medio necesario para promover la justicia, la recuperación y la unidad.
Queridos amigos, estoy convencido de que los creyentes de las diversas tradiciones religiosas tienen un papel esencial en el delicado proceso de reconciliación y reconstrucción que se está llevando a cabo en este país. Para que el proceso tenga éxito, todos los miembros de la sociedad deben trabajar juntos; todos han de tener voz. Todos han de sentirse libres de expresar sus inquietudes, sus necesidades, sus aspiraciones y sus temores. Pero lo más importante es que todos deben estar dispuestos a aceptarse mutuamente, a respetar las legítimas diferencias y a aprender a vivir como una única familia. Siempre que las personas se escuchan unos a otros con humildad y franqueza, sus valores y aspiraciones comunes se hacen más evidentes. La diversidad ya no se ve como una amenaza, sino como una fuente de enriquecimiento. El camino hacia la justicia, la reconciliación y la armonía social se ve con más claridad aún.
En este sentido, la gran obra de reconstrucción debe abarcar no sólo la mejora de las infraestructuras y la satisfacción de las necesidades materiales, sino también, y más importante aún, la promoción de la dignidad humana, el respeto de los derechos humanos y la plena inclusión de cada miembro de la sociedad. Tengo la esperanza de que los líderes políticos, religiosos y culturales de Sri Lanka, considerando el bien y el efecto positivo de cada una de sus palabras y actuaciones, contribuirán de manera duradera al progreso material y espiritual del pueblo de Sri Lanka.
Señor Presidente, queridos amigos, les doy las gracias una vez más por su acogida. Que estos días que pasaremos juntos sean días de amistad, diálogo y solidaridad. Invoco la abundancia de las bendiciones de Dios sobre Sri Lanka, la Perla del Océano Índico, y rezo para que su belleza resplandezca en la prosperidad y la paz de todos sus habitantes. Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano
12 de enero de 2015. Discurso del Papa Francisco,
al cuerpo diplomático acreditado ante la santa sede.
Invoca la paz, condena la violencia
y el terrorismo y pide a la comunidad
internacional promover la dignidad humana.
Excelencias, señoras y señores:
Les agradezco su presencia en este tradicional encuentro que, al comenzar el año, me da la oportunidad de dirigirles a ustedes, a sus familias y a los pueblos que representan un cordial saludo y los mejores deseos. Particularmente, agradezco al Decano, el Excelentísimo Sr. Jean Claude Michel, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, y a cada uno de ustedes su compromiso constante por favorecer e incrementar, en espíritu de colaboración recíproca, las relaciones de los países y las organizaciones internacionales que representan con la Santa Sede. En este último año, se han seguido consolidando, ya sea mediante el aumento del número de Embajadores residentes en Roma, o mediante la firma de nuevos Acuerdos bilaterales de carácter general, como el rubricado en enero con Camerún, y de interés específico, como los firmados con Malta y Serbia.
Me gustaría hacer resonar hoy con fuerza una palabra que a nosotros nos gusta mucho: paz. La anuncian los ángeles en la noche de la Navidad (cf. Lc 2,14) como don precioso de Dios y, al mismo tiempo, como responsabilidad personal y social que reclama nuestra solicitud y diligencia. Pero, junto a la paz, la Navidad nos habla también de otra dramática realidad: el rechazo. En algunas representaciones iconográficas, tanto de Occidente como de Oriente –pienso, por ejemplo, en el espléndido icono de la Natividad de Andréi Rubliov–, el Niño Jesús no aparece recostado en una cuna sino en un sepulcro. Esta imagen, que pretende unir las dos fiestas cristianas principales –la Navidad y la Pascua–, indica que, junto a la acogida gozosa del recién nacido, está también todo el drama que sufre Jesús, despreciado y rechazado hasta la muerte en Cruz.
Los mismos relatos de Navidad nos permiten ver el corazón endurecido de la humanidad, a la que le cuesta acoger al Niño. Desde el primer momento es rechazado, dejado fuera, al frío, obligado a nacer en un establo porque no había sitio en la posada (cf. Lc 2,7). Y, si así ha sido tratado el Hijo de Dios, ¡cuánto más lo son tantos hermanos y hermanas nuestros! Hay un tipo de rechazo que nos afecta a todos, que nos lleva a no ver al prójimo como a un hermano al que acoger, sino a dejarlo fuera de nuestro horizonte personal de vida, a transformarlo más bien en un adversario, en un súbdito al que dominar. çEsa es la mentalidad que genera la cultura del descarte que no respeta nada ni a nadie: desde los animales a los seres humanos, e incluso al mismo Dios. De ahí nace la humanidad herida y continuamente dividida por tensiones y conflictos de todo tipo.
En los relatos evangélicos de la infancia, es emblemático en este sentido el rey Herodes, que viendo amenazada su autoridad por el Niño Jesús, hizo matar a todos los niños de Belén. La mente vuela enseguida a Paquistán, donde hace un mes fueron asesinados cien niños con una crueldad inaudita. Deseo expresar de nuevo mi pésame a sus familias y asegurarles mi oración por los muchos inocentes que han perdido la vida.
Así pues, a la dimensión personal del rechazo, se une inevitablemente la dimensión social: una cultura que rechaza al otro, que destruye los vínculos más íntimos y auténticos, acaba por deshacer y disgregar toda la sociedad y generar violencia y muerte. Lo podemos comprobar lamentablemente en numerosos acontecimientos diarios, entre los cuales la trágica masacre que ha tenido lugar en París estos últimos días. Los otros «ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos» (Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de la Paz, 8 diciembre 2014, 4). Y el ser humano libre se convierte en esclavo, ya sea de las modas, del poder, del dinero, incluso a veces de formas tergiversadas de religión. Sobre estos peligros, he pretendido alertar en el Mensaje de la pasada Jornada Mundial de la Paz, dedicado al problema de las numerosas esclavitudes modernas. Todas ellas nacen de un corazón corrompido, incapaz de ver y de hacer el bien, de procurar la paz.
Constatamos con dolor las dramáticas consecuencias de esta mentalidad de rechazo y de la «cultura de la esclavitud» (ibid., 2) en la constante proliferación de conflictos. Como una auténtica guerra mundial combatida por partes, se extienden, con modalidades e intensidad diversas, a diferentes zonas del planeta, como en la vecina Ucrania, convertida en un dramático escenario de confrontación y para la que deseo que, mediante el diálogo, se consoliden los esfuerzos que se están realizando para que cese la hostilidad, y las partes implicadas emprendan cuanto antes, con un renovado espíritu de respeto a la legalidad internacional, un sincero camino de confianza mutua y de reconciliación fraterna que permita superar la crisis actual.
Mi pensamiento se dirige, sobre todo, a Oriente Medio, comenzando por la amada tierra de Jesús, que he tenido la alegría de visitar el pasado mes de mayo y a la que no nos cansaremos nunca de desear la paz. Así lo hicimos, con extraordinaria intensidad, junto al entonces Presidente israelí, Shimon Peres, y al Presidente palestino, Mahmud Abbas, con la esperanza firme de que se puedan retomar las negociaciones entre las dos partes, para que cese la violencia y se alcance una solución que permita, tanto al pueblo palestino como al israelí, vivir finalmente en paz, dentro de unas fronteras claramente establecidas y reconocidas internacionalmente, de modo que “la solución de dos Estados” se haga efectiva.
Desgraciadamente, Oriente Medio sufre otros conflictos, que se arrastran ya durante demasiado tiempo y cuyas manifestaciones son escalofriantes también a causa de la propagación del terrorismo de carácter fundamentalista en Siria e Iraq. Este fenómeno es consecuencia de la cultura del descarte aplicada a Dios. De hecho, el fundamentalismo religioso, antes incluso de descartar a seres humanos perpetrando horrendas masacres, rechaza a Dios, relegándolo a mero pretexto ideológico. Ante esta injusta agresión, que afecta también a los cristianos y a otros grupos étnicos de la Región, es necesaria una respuesta unánime que, en el marco del derecho internacional, impida que se propague la violencia, reestablezca la concordia y sane las profundas heridas que han provocado los incesantes conflictos. Aprovecho esta oportunidad para hacer un llamamiento a toda la comunidad internacional, así como a cada uno de los gobiernos implicados, para que adopten medidas concretas en favor de la paz y la defensa de cuantos sufren las consecuencias de la guerra y de la persecución y se ven obligados a abandonar sus casas y su patria. Con una carta enviada poco antes de la Navidad, he querido manifestar personalmente mi cercanía y asegurar mi oración a todas las comunidades cristianas de Oriente Medio, que dan un testimonio valioso de fe y coraje, y tienen un papel fundamental como artífices de paz, de reconciliación y de desarrollo en las sociedades civiles de las que forman parte. Un Oriente Medio sin cristianos sería un Oriente Medio desfigurado y mutilado. A la vez que pido a la comunidad internacional que no sea indiferente ante esta situación, espero que los dirigentes religiosos, políticos e intelectuales, especialmente musulmanes, condenen cualquier interpretación fundamentalista y extremista de la religión, que pretenda justificar tales actos de violencia.
En otras partes del mundo, tampoco faltan parecidas formas de crueldad, que con frecuencia generan víctimas entre los más pequeños e indefensos. Pienso especialmente en Nigeria, donde no cesa la violencia que sufre indiscriminadamente la población, y crece cada vez más el trágico fenómeno de los secuestros de personas, a menudo jóvenes raptadas para ser objeto de trata. ¡Es un tráfico execrable que no puede continuar! Una plaga que hay que arrancar y que afecta a todos, desde las familias a la comunidad mundial (cf. Discurso a los nuevos Embajadores acreditados ante la Santa Sede, 12 diciembre 2013).
Sigo también con preocupación los no pocos conflictos de carácter civil que afectan a otras partes de África, como Libia, devastada por una larga guerra intestina que causa incontables sufrimientos entre la población y tiene graves repercusiones en el delicado equilibrio de la Región. Pienso en la dramática situación de la República Centroafricana, en la que constatamos con dolor cómo la buena voluntad que ha animado los trabajos de quienes quieren construir un futuro de paz, seguridad y prosperidad, encuentra resistencias e intereses egoístas de parte que ponen en peligro las expectativas de un pueblo que ha sufrido tanto y desea construir libremente su futuro. Particularmente preocupante es también la situación de Sudán del Sur y algunas regiones de Sudán, del Cuerno de África y de la República Democrática del Congo, donde no deja de aumentar el número de víctimas entre la población civil, y miles de personas, muchas de ellas mujeres y niños, se ven obligadas a huir y a vivir en condiciones de extrema necesidad. A este respecto, espero que los gobiernos y la comunidad internacional lleguen a un compromiso común para que se ponga fin a todo tipo de lucha, de odio y de violencia y se apueste por la reconciliación, la paz y la defensa de la dignidad transcendente de la persona.
No podemos olvidar que las guerras llevan consigo otro horrible crimen: la violación. Se trata de una ofensa gravísima a la dignidad de la mujer, que no sólo es deshonrada en la intimidad de su cuerpo, sino también en su alma, con un trauma que difícilmente desaparecerá y cuyas consecuencias son también de carácter social. Lamentablemente, se constata que también allí donde no hay guerras, muchas mujeres sufren violencia hoy.
Todos los conflictos bélicos son la manifestación más clara de la cultura del descarte, pues, en ellos, las vidas son deliberadamente pisoteadas por quien ostenta la fuerza. Existen, sin embargo, formas más sutiles y veladas de rechazo, que alimentan también esa cultura. Pienso sobre todo en los enfermos, aislados y marginados, como los leprosos de los que habla el Evangelio. Entre los leprosos de nuestro tiempo están también los afectados por esta nueva y tremenda epidemia del Ébola, que, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea, ha acabado con más de seis mil vidas. Quiero reconocer y agradecer hoy públicamente el trabajo de los agentes sanitarios que, junto a religiosos y voluntarios, prestan todos los cuidados posibles a los enfermos y a sus familiares, sobre todo a los niños que se han quedado huérfanos. Al mismo tiempo, hago de nuevo un llamamiento a la comunidad internacional para que se asegure una adecuada asistencia humanitaria a los pacientes y hagan un esfuerzo común por erradicar el virus.
A la lista de las vidas descartadas a causa de las guerras y de las enfermedades, hay que añadir las de los numerosos desplazados y refugiados. También en este caso podemos sacar luz de la infancia de Jesús, que es testigo de otra forma de cultura del descarte que rompe las relaciones y “deshace” la sociedad. Efectivamente, ante la crueldad de Herodes, la Sagrada Familia se ve obligada a huir a Egipto, de donde regresará unos años más tarde (cf. Mt 2,13-15). Las situaciones de conflicto que acabamos de describir provocan con frecuencia la huida de miles de personas de su lugar de origen. A veces ni siquiera en busca de un futuro mejor, sino simplemente de un futuro, porque permanecer en su patria puede significar una muerte segura. ¿Cuántas personas pierden la vida en viajes inhumanos, sometidas a vejaciones por parte de auténticos verdugos, ávidos de dinero? Ya me referí a esto en mi reciente visita al Parlamento Europeo, indicando que «no se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio» (Discurso al Parlamento Europeo, Estrasburgo, 25 noviembre 2014). Hay también otro dato alarmante: muchos emigrantes, sobre todo en América, son niños solos, más expuestos a los peligros y necesitados de mayor atención, cuidados y protección.
Cuando llegan sin documentos a lugares desconocidos, cuya lengua no hablan, es difícil para los inmigrantes situarse y encontrar trabajo. Además de los peligros de la huida, tienen que afrontar también el drama del rechazo. Es necesario un cambio de actitud: pasar de la indiferencia y del miedo a una sincera aceptación del otro. Esto requiere naturalmente «poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes» (ibid.). A la vez que expreso mi agradecimiento a cuantos, incluso a costa de su propia vida, se dedican a prestar asistencia a los refugiados y a los inmigrantes, exhorto tanto a los Estados como a las Organizaciones internacionales a actuar decididamente para resolver estas graves situaciones humanitarias y prestar la ayuda necesaria a los países de origen de los inmigrantes para favorecer su desarrollo socio-político y la superación de los conflictos internos, que son la causa principal de este fenómeno. «Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos» (ibid.). Además, esto consentirá a los inmigrantes volver un día a su patria y contribuir a su crecimiento y desarrollo.
Junto a los inmigrantes, a los desplazados y a los refugiados, hay también tantos «exiliados ocultos» (Angelus, 29 diciembre 2013), que viven en el seno de nuestras casas y en nuestras mismas familias. Me refiero a los ancianos y a los discapacitados, y también a los jóvenes. Los primeros son rechazados cuando se convierten en un peso y en «presencias que estorban» (ibid.), mientras que los últimos son descartados porque se les niega la posibilidad de trabajar para forjarse su propio futuro. No existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo (cf. Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos Populares, 28 octubre 2014), y que convierte el trabajo en una forma de esclavitud. Ya me referí a esto en un reciente encuentro con los Movimientos populares, que están fuertemente comprometidos en la búsqueda de soluciones adecuadas a algunos problemas de nuestro tiempo, como la plaga cada vez más extendida del desempleo juvenil y del trabajo negro, y el drama de tantos trabajadores, especialmente niños, explotados por codicia. Todo esto es contrario a la dignidad humana y es fruto de una mentalidad que pone en el centro el dinero, los beneficios y los intereses económicos en detrimento del hombre.
No pocas veces, la misma familia es objeto de descarte, a causa de una cada vez más extendida cultura individualista y egoísta que anula los vínculos y tiende a favorecer el dramático fenómeno de la disminución de la natalidad, así como de leyes que privilegian diversas formas de convivencia en lugar de sostener adecuadamente a la familia por el bien de toda la sociedad.
Una de las causas de estos fenómenos es esa globalización uniformante que descarta incluso a las culturas, acabando así con los factores propios de la identidad de cada pueblo que constituyen la herencia imprescindible para un sano desarrollo social. En un mundo uniformado y carente de identidad, es fácil percibir el drama y la frustración de tantas personas, que han perdido literalmente el sentido de la vida. Este drama se ve agravado por la persistente crisis económica, que provoca desconfianza y favorece la conflictividad social. He podido notar sus consecuencias incluso aquí en Roma, donde me he encontrado con muchas personas que viven situaciones difíciles, y en los diversos viajes realizados en Italia.
Precisamente a la querida nación italiana quiero dedicarle unas palabras llenas de esperanza para que, en el continuo clima de incertidumbre social, política y económica, el pueblo italiano no ceda al desaliento y a la tentación del enfrentamiento, sino que redescubra los valores de la atención recíproca y la solidaridad sobre los que se funda su cultura y su convivencia ciudadana, y que son fuente de confianza tanto en el prójimo como en el futuro, sobre todo para los jóvenes.
Pensando en la juventud, deseo mencionar mi viaje a Corea, donde, el pasado mes de agosto, me encontré con miles de jóvenes en la VI Jornada Mundial de la Juventud Asiática y donde recordé que es necesario valorar a los jóvenes, «intentando transmitirles el legado del pasado aplicándolo a los retos del presente» (Discurso a las Autoridades, Seúl, 14 agosto 2014). Para eso, es necesario reflexionar «sobre el modo adecuado de transmitir nuestros valores a la siguiente generación y sobre el tipo de mundo y sociedad que estamos construyendo para ellos» (ibid.).
Esta tarde tendré la alegría de volver a Asia, para visitar Sri Lanka y Filipinas, y mostrar así el interés y la solicitud pastoral con que sigo los acontecimientos de los pueblos de ese vasto continente. A ellos y a sus gobiernos, deseo manifestarles una vez más el deseo de la Santa Sede de contribuir al bien común, a la armonía y a la concordia social. Especialmente, espero que se retome el diálogo entre las dos Coreas, países hermanos, que hablan la misma lengua.
Excelencias, señoras y señores:
Al inicio del nuevo año, no queremos, sin embargo, que nuestra mirada quede dominada por
el pesimismo, los defectos y las deficiencias de nuestro tiempo. Queremos también dar las gracias a Dios por lo que nos ha dado, por los beneficios que nos ha dispensado, por los diálogos y los encuentros que nos ha concedido y por algunos frutos de paz que nos ha dado la alegría de saborear
Una clara demostración de que la cultura del encuentro es posible, la he experimentado durante mi visita a Albania, una nación llena de jóvenes, que son esperanza de futuro. A pesar de las heridas de su historia reciente, el país se caracteriza por «la convivencia pacífica y la colaboración entre los que pertenecen a diversas religiones» (Discurso a las Autoridades, Tirana, 21 septiembre 2014), en un clima de respeto y confianza recíproca entre católicos, ortodoxos y musulmanes. Es un signo importante de que la fe sincera en Dios abre al otro, genera diálogo y contribuye al bien, mientras que la violencia nace siempre de una mistificación de la religión, tomada como pretexto para proyectos ideológicos que tienen como único objetivo el dominio del hombre sobre el hombre. Asimismo, en el reciente viaje a Turquía, puente histórico entre Oriente y Occidente, he podido constatar los frutos del diálogo ecuménico e interreligioso, además del compromiso a favor de los refugiados provenientes de otros países de Oriente Medio. He encontrado este mismo espíritu de acogida en Jordania, país que visité al inicio de mi peregrinación a Tierra Santa, así como en los testimonios que me llegan del Líbano, al que deseo que pueda superar las dificultades políticas actuales.
Un ejemplo que aprecio particularmente de cómo el diálogo puede verdaderamente edificar y construir puentes es la reciente decisión de los Estados Unidos de América y Cuba de poner fin a un silencio recíproco que ha durado medio siglo y de acercarse por el bien de sus ciudadanos. En este mismo sentido, dirijo un pensamiento al pueblo de Burkina Faso, que está pasando por un período de importantes transformaciones políticas e institucionales, para que un renovado espíritu de colaboración pueda contribuir al desarrollo de una sociedad más justa y fraterna. Quiero destacar también con satisfacción la firma, el paso mes de mayo, del Acuerdo que pone fin a largos años de tensión en Filipinas. Igualmente, animo los esfuerzos realizados para lograr una paz estable en Colombia, así como las iniciativas encaminadas a restablecer la concordia en la vida política y social de Venezuela. Sin olvidar los esfuerzos realizados hasta el momento, espero que se pueda llegar cuanto antes a un entendimiento definitivo entre Irán y el así llamado Grupo 5+1, sobre el uso de la energía nuclear para fines pacíficos. Me llena de satisfacción también la decisión de los Estados Unidos de cerrar la cárcel de Guantánamo, para lo cual algunos países han manifestado generosamente su disponibilidad para acoger a los presos. Finalmente, deseo expresar mi reconocimiento y animar a todos aquellos países que están comprometidos activamente en la consecución del desarrollo humano, la estabilidad política y la convivencia civil entre sus ciudadanos.
Excelencias, señoras y señores:
El 6 de agosto de 1945, la humanidad asistía a una de las catástrofes más tremendas de su
historia. De un modo nuevo y sin precedentes, el mundo experimentaba hasta qué punto podía llegar el poder destructivo del hombre. De las cenizas de aquella terrible tragedia que ha sido la segunda Guerra mundial surgió una voluntad nueva de diálogo y de encuentro entre las naciones que dio vida a la Organización de las Naciones Unidas, cuyo 70o Aniversario celebraremos este año. En la visita que realizó al Palacio de Cristal mi predecesor, el Beato Pablo VI, hace ya cincuenta años, recordaba que «la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el pacto que les une en un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad» (Pablo VI, Discurso a las Naciones Unidas, Nueva York, 4 octubre 1965).
También yo pido lo mismo para el nuevo año, en el que además culminarán dos importantes procesos: la redacción de la Agencia del Desarrollo post-2015, con la adopción de los Objetivos del desarrollo sostenible, y la elaboración de un nuevo Acuerdo sobre el clima. Su condición indispensable es la paz, que proviene de la conversión del corazón, antes incluso que del final de las guerras.
Con estos sentimientos, les deseo de nuevo a cada uno de ustedes, a sus familias y a sus conciudadanos, un año 2015 de esperanza y de paz.
Ciudad del Vaticano, 15 de diciembre de 2014 (Zenit.org) Rocío Lancho García.
El Santo Padre pide que los medios hablen a las personas en su conjunto,
a su mente y a su corazón,
en su discurso a los trabajadores de la televisión de la Conferencia Episcopal Italiana Los pecados de los medios de comunicación son la desinformación, la calumnia y la difamación. Así lo ha asegurado el santo padre Francisco a los dirigentes, trabajadores, empleados y familiares de la televisión de la Conferencia Episcopal Italiana, TV2000, a quienes ha recibido en el Aula Pablo VI esta mañana. Como es habitual en el Papa, ha desarrollado su discurso sobre tres ideas principales, en este caso, “tres pensamientos que tengo particularmente en el corazón en torno al rol del comunicador”.
En primer lugar, el Pontífice ha señalado que los medios católicos tienen una misión muy difícil en lo relacionado con la comunicación social: “tratar de preservarla de todo lo que la gira y la dobla para otros fines”. A propósito, Francisco ha advertido que a menudo la comunicación “ha estado sometida a la propaganda, a las ideologías, a los fines políticos o de control de la economía y de la técnica”. Por eso, ha precisado que lo que hace bien a la comunicación es, en primer lugar, la parresía, es decir, “la valentía de hablar a la cara, con franqueza y libertad”. Si estamos verdaderamente convencidos de lo que tenemos que decir, las palabras vienen, ha asegurado el Papa. Pero, “si estamos preocupados por los aspectos tácticos, nuestro hablar será artefacto y poco comunicativo, insípido. Un hablar de laboratorio, y esto no comunicada nada”. Y así, el Santo Padre ha advertido que la libertad es también la de respecto a las modas, los lugares comunes, las fórmulas preconfeccionadas; que al final anulan la capacidad de comunicar. “Despertar las palabras: cada palabra tiene dentro de sí una chispa, fuego de vida, despertar esa chispa para que venga. Esta es la primera tarea del comunicador”, ha afirmado.
En segundo lugar, el Papa ha indicado que la comunicación evita tanto “rellenar” como “cerrar”. Se “rellena” cuando se tiende a saturar nuestra percepción con un exceso de eslóganes que, en vez de poner en lema el pensamiento, lo anulan, ha explicado. Y ha añadido que se “cierra” cuando, en vez de recorrer el camino largo de la comprensión, se prefiere la breve de presentar personas como si fueran capaces de resolver todos los problemas, o al contrario, como chivos expiatorios sobre los que cargar toda responsabilidad. Asimismo, el Papa ha señalado un error frecuente dentro de una comunicación cada vez más veloz y poco reflexiva: “correr en seguida a la solución, sin concederse el esfuerzo de representar la complejidad de la vida real”. De este modo, ha señalado la segunda tarea del comunicador: abrir y no cerrar, “que será más fecundo cuanto más se deje conducir por la acción del Espíritu Santo, el único capaz de construir unidad y armonía”.
Por último, ha señalado cuál es la tercera tarea del comunicador: “hablar a toda la persona”. Por eso Francisco ha pedido evitar los que son los pecados de los medios de comunicación: la desinformación, la calumnia y la difamación. A propósito ha precisado que la desinformación “empuja a decir la mitad de las cosas, y esto lleva a no poder hacerse un juicio preciso de la realidad”. Una comunicación auténtica --ha señalado-- no está preocupada de golpear: la alternancia entre alarmismo catastrófico y desconexión reconfortante, dos extremos que continuamente vemos propuestos en la comunicación de hoy, “no es un buen servicio que los medios pueden ofrecer a las personas”. De este modo, el Papa ha indicado que es necesario hablar a las personas en su conjunto: a su mente y a su corazón, “para que sepan ver más allá de lo inmediato, más allá de un presente que corre el riesgo de ser olvidado y temeroso del futuro”.
Al finalizar su discurso, el Papa les ha animado en este fase que están viviendo a “repensar y reorganizar vuestra profesionalidad al servicio de la Iglesia” así como les ha dado las gracias por lo que hacen “con profesionalidad y amor al Evangelio” y por su “esfuerzo de honestidad, profesional y moral con el que queréis hacer vuestro trabajo”.
28 de noviembre de 2014. Discurso del Santo Padre Francisco. En la presidencia de asuntos religiosos.
Señor Presidente, Autoridades religiosas y civiles, Señoras y señores Es para mí un motivo de alegría encontrarles hoy, durante mi visita a su país. Agradezco al señor Presidente de este importante Organismo por la cordial invitación, que me ofrece la ocasión estar con los dirigentes políticos y religiosos, musulmanes y cristianos.
Es tradición que los Papas, cuando viajan a otros países como parte de su misión, se encuentren también con las autoridades y las comunidades de otras religiones. Sin esta apertura al encuentro y al diálogo, una visita papal no respondería plenamente a su finalidad, como yo la entiendo, en la línea de mis venerados predecesores. En esta perspectiva, me complace recordar de manera especial el encuentro que tuvo el Papa Benedicto XVI en este mismo lugar, en noviembre de 2006.
En efecto, las buenas relaciones y el diálogo entre los dirigentes religiosos tiene gran importancia. Representa un claro mensaje dirigido a las respectivas comunidades para expresar que el respeto mutuo y la amistad son posibles, no obstante las diferencias. Esta amistad, además de ser un valor en sí misma, adquiere especial significado y mayor importancia en tiempos de crisis, como el nuestro, crisis que en algunas zonas del mundo se convierten en auténticos dramas para poblaciones enteras.
Hay efectivamente guerras que siembran víctimas y destrucción; tensiones y conflictos inter-étnicos e interreligiosos; hambre y pobreza que afligen a cientos de millones de personas; daños al ambiente natural, al aire, al agua, a la tierra.
La situación en el Medio Oriente es verdaderamente trágica, especialmente en Irak y Siria. Todos sufren las consecuencias de los conflictos y la situación humanitaria es angustiosa. Pienso en tantos niños, en el sufrimiento de muchas madres, en los ancianos, los desplazados y refugiados, en la violencia de todo tipo. Es particularmente preocupante que, sobre todo a causa de un grupo extremista y fundamentalista, enteras comunidades, especialmente – aunque no sólo – cristianas y yazidíes, hayan sufrido y sigan sufriendo violencia inhumana a causa de su identidad étnica y religiosa. Se los ha sacado a la fuerza de sus hogares, tuvieron que abandonar todo para salvar sus vidas y no renegar de la fe. La violencia ha llegado también a edificios sagrados, monumentos, símbolos religiosos y al patrimonio cultural, como queriendo borrar toda huella, toda memoria del otro.
Como dirigentes religiosos, tenemos la obligación de denunciar todas las violaciones de la dignidad y de los derechos humanos. La vida humana, don de Dios Creador, tiene un carácter sagrado. Por tanto, la violencia que busca una justificación religiosa merece la más enérgica condena, porque el Todopoderoso es Dios de la vida y de la paz. El mundo espera de todos aquellos que dicen adorarlo, que sean hombres y mujeres de paz, capaces de vivir como hermanos y hermanas, no obstante la diversidad étnica, religiosa, cultural o ideológica.
A la denuncia debe seguir el trabajo común para encontrar soluciones adecuadas. Esto requiere la colaboración de todas las partes: gobiernos, dirigentes políticos y religiosos, representantes de la sociedad civil y todos los hombres y mujeres de buena voluntad. En particular, los responsables de las comunidades religiosas pueden ofrecer la valiosa contribución de los valores que hay en sus respectivas tradiciones. Nosotros, los musulmanes y los cristianos, somos depositarios de inestimables riquezas espirituales, entre las cuales reconocemos elementos de coincidencia, aunque vividos según las propias tradiciones: la adoración de Dios misericordioso, la referencia al patriarca Abraham, la oración, la limosna, el ayuno... elementos que, vividos de modo sincero, pueden transformar la vida y dar una base segura a la dignidad y la fraternidad de los hombres. Reconocer y desarrollar esto que nos acomuna espiritualmente mediante el diálogo interreligioso – nos ayuda también a promover y defender en la sociedad los valores morales, la paz y la libertad. El común reconocimiento de la sacralidad de la persona humana sustenta la compasión, la solidaridad y la ayuda efectiva a los que más sufren. A este propósito, quisiera expresar mi aprecio por todo lo que el pueblo turco, los musulmanes y los cristianos, están haciendo en favor de los cientos de miles de personas que huyen de sus países a causa de los conflictos. Hay dos millones. Y esto es un ejemplo concreto de cómo trabajar juntos para servir a los demás, un ejemplo que se ha de alentar y apoyar.
He sabido con satisfacción de las buenas relaciones y de la colaboración entre la Diyanet y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Espero que continúen y se consoliden, por el bien de todos, porque toda iniciativa de diálogo auténtico es signo de esperanza para un mundo tan necesitado de paz, seguridad y prosperidad. Y también, después del diálogo con el señor presidente, deseo que este diálogo interreligioso se haga creativo, de nuevas formas.
Señor Presidente, expreso nuevamente gratitud a usted y a sus colaboradores por este encuentro, que llena de gozo mi corazón. Agradezco también a todos ustedes su presencia y las oraciones que tendrán la bondad que ofrecer por mi servicio. Por mi parte, les aseguro que yo rogaré igualmente por ustedes. Que el Señor nos bendiga. Fuente: Zenit.
28 de noviembre de 2014. Discurso del Santo Padre Francisco
a su llegada a Turquía.
Señor Presidente, Señor Primer Ministro, Distinguidas Autoridades, Señoras y Señores. Me alegra visitar su país, rico en bellezas naturales y en historia, plagado de huellas de antiguas civilizaciones y puente natural entre dos continentes y entre diferentes expresiones culturales. Esta tierra es bien querida por todos los cristianos por haber sido cuna de san Pablo, que fundó aquí diferentes comunidades cristianas; por haberse celebrado en esta tierra los siete primeros concilios de la Iglesia, y por la presencia, cerca de Éfeso, de lo que una venerable tradición considera la «Casa de María», el lugar donde la Madre de Jesús vivió durante unos años, y que es meta de la devoción de tantos peregrinos de todas las partes del mundo, no sólo cristianos, sino también musulmanes.
Pero las razones de la consideración y el aprecio por Turquía no se deben sólo a su pasado, a sus antiguos monumentos, sino también a la vitalidad de su presente, la laboriosidad y generosidad de su pueblo, el papel que desempeña en el concierto de las naciones.
Es para mí un motivo de alegría tener la oportunidad de continuar con ustedes un diálogo de amistad, estima y respeto, en la línea emprendida por mis predecesores, el beato Papa Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, diálogo preparado y favorecido a su vez por la actuación del entonces Delegado Apostólico, Mons. Angelo Giuseppe Roncalli, después san Juan XXIII, y por el Concilio Vaticano II.
Necesitamos un diálogo que profundice el conocimiento y valore con discernimiento tantas cosas que nos acomunan, permitiéndonos al mismo tiempo considerar con ánimo lúcido y sereno las diferencias, con el fin de aprender también de ellas.
Es preciso llevar adelante con paciencia el compromiso de construir una paz sólida, basada en el respeto de los derechos fundamentales y en los deberes que comporta la dignidad del hombre. Por esta vía se pueden superar prejuicios y falsos temores, dejando a su vez espacio para la estima, el encuentro, el desarrollo de las mejores energías en beneficio de todos.
Para ello, es fundamental que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos, gocen – tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva – de los mismos derechos y respeten las mismas obligaciones. De este modo, se reconocerán más fácilmente como hermanos y compañeros de camino, alejándose cada vez más de las incomprensiones y fomentando la colaboración y el entendimiento. La libertad religiosa y la libertad de expresión, efectivamente garantizadas para todos, impulsará el florecimiento de la amistad, convirtiéndose en un signo elocuente de paz.
El Medio Oriente, Europa, el mundo, esperan este florecer. El Medio Oriente, en particular, es teatro de guerras fratricidas desde hace demasiados años, que parecen nacer una de otra, como si la única respuesta posible a la guerra y la violencia debiera ser siempre otra guerra y otras de violencias.
¿Por cuánto tiempo deberá sufrir aún el Medio Oriente por la falta de paz? No podemos resignarnos a los continuos conflictos, como si no fuera posible cambiar y mejorar la situación. Con la ayuda de Dios, podemos y debemos renovar siempre la audacia de la paz. Esta actitud lleva a utilizar con lealtad, paciencia y determinación todos los medios de negociación, y lograr así los objetivos concretos de la paz y el desarrollo sostenible.
Señor Presidente, para llegar a una meta tan alta y urgente, una aportación importante puede provenir del diálogo interreligioso e intercultural, con el fin de apartar toda forma de fundamentalismo y de terrorismo, que humilla gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentaliza la religión.
Es preciso contraponer al fanatismo y al fundamentalismo, a las fobias irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad de todos los creyentes, que tenga como pilares el respeto de la vida humana, de la libertad religiosa – que es libertad de culto y libertad de vivir según la ética religiosa –, el esfuerzo para asegurar todo lo necesario para una vida digna, y el cuidado del medio ambiente natural. De esto tienen necesidad con especial urgencia los pueblos y los Estados del Medio Oriente, para poder «invertir el rumbo» finalmente y llevar adelante un proceso de paz exitoso, mediante el rechazo de la guerra y la violencia, y la búsqueda del diálogo, el derecho y la justicia.
En efecto, hasta ahora estamos siendo todavía testigos de graves conflictos. En Siria y en Irak, en particular, la violencia terrorista no da indicios de aplacarse. Se constata la violación de las leyes humanitarias más básicas contra los presos y grupos étnicos enteros; ha habido, y sigue habiendo, graves persecuciones contra grupos minoritarios, especialmente – aunque no sólo – los cristianos y los yazidíes: cientos de miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y su patria para poder salvar su vida y permanecer fieles a sus creencias.
Turquía, acogiendo generosamente a un gran número de refugiados, está directamente afectada por los efectos de esta dramática situación en sus confines, y la comunidad internacional tiene la obligación moral de ayudarla en la atención a los refugiados. Además de la ayuda humanitaria necesaria, no se puede permanecer en la indiferencia ante lo que ha provocado estas tragedias. Reiterando que es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre el derecho internacional, quiero recordar también que no podemos confiar la resolución del problema a la mera respuesta militar.
Es necesario un gran esfuerzo común, fundado en la confianza mutua, que haga posible una paz duradera y consienta destinar los recursos, finalmente, no a las armas sino a las verdaderas luchas dignas del hombre: contra el hambre y la enfermedad, en favor del desarrollo sostenible y la salvaguardia de la creación, del rescate de tantas formas de pobreza y marginación, que tampoco faltan en el mundo moderno.
Turquía, por su historia, por su posición geográfica y por la importancia en la región, tiene una gran responsabilidad: sus decisiones y su ejemplo tienen un significado especial y pueden ser de gran ayuda para favorecer un encuentro de civilizaciones e identificar vías factibles de paz y de auténtico progreso. Que el Altísimo bendiga y proteja Turquía, y la ayude a ser un válido y convencido artífice de la paz. Fuente: Zenit.
Ciudad del Vaticano, 25 de noviembre de 2014 “Que la persona sea el centro y no la economía”.
Señor Presidente, Señoras y Señores Vicepresidentes, Señoras y Señores Eurodiputados, Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo, Queridos amigos
Les agradezco que me hayan invitado a tomar la palabra ante esta institución fundamental de la vida de la Unión Europea, y por la oportunidad que me ofrecen de dirigirme, a través de ustedes, a los más de quinientos millones de ciudadanos de los 28 Estados miembros a quienes representan. Agradezco particularmente a usted, Señor Presidente del Parlamento, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los miembros de la Asamblea.
Mi visita tiene lugar más de un cuarto de siglo después de la del Papa Juan Pablo II. Muchas cosas han cambiado desde entonces, en Europa y en todo el mundo. No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y aún más la historia».
Junto a una Unión Europea más amplia, existe un mundo más complejo y en rápido movimiento. Un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre menos «eurocéntrico». Sin embargo, una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha.
Al dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento.
Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.
Un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente. En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.
Quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: «dignidad» y «trascendente».
La «dignidad» es la palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda postguerra. Nuestra historia reciente se distingue por la indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las múltiples violencias y discriminaciones, que no han faltado, tampoco en Europa, a lo largo de los siglos. La percepción de la importancia de los derechos humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, hecho también de muchos sufrimientos y sacrificios, que ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo, en el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente, dando lugar al concepto de «persona».
Hoy, la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.
Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad?
Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos.
Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» (μονάς), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma.
Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.3 En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.
Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado;4 significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor.
Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas.
Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.
A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica.5 El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer.
Este es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la técnica»,6 que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios».7 Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo exasperado». Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.8
Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes?
Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.
El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende.
Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un
peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.
Por ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia Católica, a través de la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas (COMECE), para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia».9
A este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.
El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. Poner en el centro la persona humana significa sobre todo dejar que muestre libremente el propio rostro y la propia creatividad, sea en el ámbito particular que como pueblo.
Por otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en la medida en que se ponen al servicio de todos. Es preciso recordar siempre la arquitectura propia de la Unión Europea, construida sobre los principios de solidaridad y subsidiariedad, de modo que prevalezca la ayuda mutua y se pueda caminar, animados por la confianza recíproca.
En esta dinámica de unidad-particularidad, se les plantea también, Señores y Señoras Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma... y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político. Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.10
Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico, evitando que su fuerza real – fuerza política expresiva de los pueblos – sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece.
Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.
Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.
Europa ha estado siempre en primera línea de un loable compromiso en favor de la ecología. En efecto, esta tierra nuestra necesita de continuos cuidados y atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos de los hombres. Esto significa, por una parte, que la naturaleza está a nuestra disposición, podemos disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, significa que no somos los dueños. Custodios, pero no dueños. Por eso la debemos amar y respetar. «Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la “custodiamos”, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar».11 Respetar el ambiente no significa sólo limitarse a evitar estropearlo, sino también utilizarlo para el bien. Pienso sobre todo en el sector agrícola, llamado a dar sustento y alimento al hombre. No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras mesas. Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar dirigiéndome a ustedes.
El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos.
Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes,
favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos.
Señor Presidente, Excelencias, Señoras y Señores Diputados:
Ser conscientes de la propia identidad es necesario también para dialogar en modo propositivo con los Estados que han solicitado entrar a formar parte de la Unión en el futuro. Pienso sobre todo en los del área balcánica, para los que el ingreso en la Unión Europea puede responder al ideal de paz en una región que ha sufrido mucho por los conflictos del pasado. Por último, la conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.
A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren de nuevo la confianza en las instituciones de la Unión y en el proyecto de paz y de amistad en el que se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva».12 Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.
Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».13 La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de edificación común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte, debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.
Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad. Gracias.
21 de noviembre de 2014.
“La Iglesia reconoce a Jesús en el rostro del prójimo”.
El santo padre Francisco se ha dirigido este viernes en el Vaticano a los participantes del VII Congreso mundial de la pastoral de la migración, evento organizado por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes.
El congreso en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma, que ha iniciado el lunes 17 y concluye hoy, tuvo como tema "Cooperación y desarrollo en la pastoral de las migraciones", y ha buscado dar "respuestas adecuadas al fenómeno de la migración económica y promover el potencial social que los pueblos en movimiento traen a la Iglesia y a la entera comunidad".
“La Iglesia además de ser una comunidad de fieles que reconoce a Jesucristo en el rostro del prójimo, es madre sin confines y sin fronteras”. Este fue el pensamiento expuesto por el Santo Padre. Y añadió que la Iglesia: “Es madre de todos y se esfuerza por alimentar la cultura de la acogida y de la solidaridad, en donde nadie es inútil, está fuera de lugar, o es descartable”.
En sus palabras el Papa recuerda que a pesar de los hechos registrados “a veces penosos e incluso dramáticos” la emigración “es aún una aspiración a la esperanza. Sobre todo en las áreas deprimidas del planeta, donde la falta de trabajo impide la realización de una existencia digna para los individuos y para sus familias”.
“Este congreso --consideró el Santo Padre-- ha puesto en foco las dinámicas de la cooperación y del desarrollo en la pastoral de los migrantes”. Y se ha analizado “los factores que causan las migraciones, en particular las desigualdades, la pobreza, el incremento demográfico, la creciente necesidad de ocupación en algunos sectores del mercado del trabajo, las calamidades causadas por los cambios climáticos, las guerras y las persecuciones, y el deseo de las nuevas generaciones de moverse para buscar nuevas oportunidades.
Recordó que las migraciones de un lado dan ventajas a los países que la acogen, con mano de obra y “no raramente limitando también los vacíos creados por la crisis demográfica”. Por su parte los países desde los cuales parten los emigrantes, “obtienen beneficio de las remesas que cubren la necesidad de las familias que se han quedado en la patria”.
“Los emigrantes, en fin --señala el Santo Padre-- pueden realizar el deseo de un futuro mejor para sí y para las propias familias".
El Papa reconoce entretanto que dichos beneficios son acompañados “también de algunos problemas”, como la fuga de 'cerebros' por parte de los países de emigración y la fragilidad de los niños y jóvenes que crecen sin un progenitor o sin ambos, y “el peligro de rotura de los matrimonios debido a la ausencia prolongada”. Y en las naciones que los reciben se ven “las dificultades de inserción en los tejidos urbanos ya problemáticos”.
Al dirigirse a los presentes, el Santo Padre elogió que la reflexión de este congreso se haya “empujado más allá”, para entender “la solicitud de la Iglesia en la relación entre cooperación, desarrollo y migraciones”.
Recordó que la comunidad cristiana se encuentra empeñada en “acoger a los inmigrantes y compartir con ellos el don de Dios” y que “acompañan a los migrantes a lo largo de todo el viaje”, con especial atención “a sus exigencias espirituales a través de la catequesis, la liturgia y la celebración de los sacramentos”.
“Lamentablemente los inmigrantes viven con frecuencia situaciones de desilusión, de necesidad y de soledad” y precisó que ellos se encuentran con frecuencia entre la “erradicación” y la “integración”. Y aquí la Iglesia --dijo-- tiene que ser lugar de esperanza, con programas varios, voz en defensa de los derechos de los migrantes, y asistencia también material, sin exclusiones, de manera que cada uno sea tratado como Hijo de Dios.
20 de noviembre de 2014. "Dar de comer a los hambrientos
para salvar la vida en el planeta".
Esta ha sido la petición del santo padre Francisco durante su visita esta mañana a la sede de la FAO en Roma, en ocasión de la 2ª Conferencia Internacional sobre nutrición a la que asisten representantes de 170 países del mundo.
"La total unidad de propósitos y de obras, pero sobre todo el espíritu de hermandad, pueden ser decisivos para soluciones adecuadas", ha iniciado Francisco. Asimismo, ha asegurado que Iglesia "siempre trata de estar atenta y solícita respecto a todo lo que se refiere al bienestar espiritual y material de las personas, ante todo de los que viven marginados y son excluidos, para que se garanticen su seguridad y su dignidad".
De este modo, ha observado que los destinos de cada nación están más que nunca enlazados entre sí, como los miembros de una misma familia. Pero, ha advertido, "vivimos en una época en la que las relaciones entre las naciones están demasiado a menudo dañadas por la sospecha recíproca, que a veces se convierte en formas de agresión bélica y económica, socava la amistad entre hermanos y rechaza o descarta al que ya está excluido". Y esto lo sabe bien "quien carece del pan cotidiano y de un trabajo decente", ha indicado el Papa.
Así ha expresado su deseo de durante este Congreso, en la formulación de compromisos, "los Estados se inspiren en la convicción de que el derecho a la alimentación sólo quedará garantizado si nos preocupamos por su sujeto real, es decir, la persona que sufre los efectos del hambre y la desnutrición". A propósito, ha reconocido que "tal vez nos hemos preocupado demasiado poco de los que pasan hambre". Por ello, "duele constatar" que la "lucha contra el hambre y la desnutrición se ve obstaculizada por la prioridad del mercado y por la preminencia de la ganancia". Con voz firme, el Santo Padre ha advertido que "mientras se habla de nuevos derechos, el hambriento está ahí, en la esquina de la calle, y pide carta de ciudadanía, ser considerado en su condición, recibir una alimentación de base sana. Nos pide dignidad, no limosna". Esta frase ha provocado un fuerte aplauso de los presentes.
A continuación, el Pontífice ha indicado que los planes de desarrollo y la labor de las organizaciones internacionales deberían tener en cuenta el deseo de ver que se respetan en todas las circunstancias los derechos fundamentales de la persona humana y, en nuestro caso, la persona con hambre.
El interés por la producción, la disponibilidad de alimentos y el acceso a ellos, el cambio climático, el comercio agrícola, "deben ciertamente inspirar las reglas y las medidas técnicas", ha solicitado Francisco. Pero, ha proseguido, la primera preocupación debe ser la persona misma, aquellos que carecen del alimento diario y han dejado de pensar en la vida, en las relaciones familiares y sociales, y luchan sólo por la supervivencia.
Haciendo referencia a su antecesor, el santo Papa Juan Pablo II, Francisco ha explicado que en la inauguración de la Primera Conferencia sobre Nutrición, en 1992, puso en guardia a la comunidad internacional ante el riesgo de la 'paradoja de la abundancia': hay comida para todos, pero no todos pueden comer. Por desgracia, ha advertido el Papa, esta 'paradoja' sigue siendo actual.
Por otro lado, ha advertido sobre el reto de la falta de la solidaridad, "la queremos sacar del diccionario" y nuevamente ha provocado el aplauso del público. "Cuando falta la solidaridad en un país, se resiente todo el mundo", ha precisado. Al igual que "los seres humanos, en la medida en que toman conciencia de ser parte responsable del designio de la creación, se hacen capaces de respetarse recíprocamente, en lugar de combatir entre si", los Estados, "concebidos como una comunidad de personas y de pueblos, se les pide que actúen de común acuerdo, que estén dispuestos a ayudarse unos a otros mediante los principios y normas que el derecho internacional pone a su disposición".
De este modo, el Santo Padre ha indicado que la ley natural habla un lenguaje que todos pueden entender: amor, justicia, paz, elementos inseparables entre sí. Francisco ha subrayado que también los Estados y las instituciones internacionales "están llamados a acoger y cultivar estos valores, en un espíritu de diálogo y escucha recíproca".
Cada mujer, hombre, niño, anciano, debe poder contar en todas partes con estas garantías, ha pedido el Papa. Y es deber de todo Estado "suscribirlas sin reservas, y preocuparse de su aplicación". La Iglesia Católica - ha afirmado- trata de ofrecer también en este campo su propia contribución, mediante una atención constante a la vida de los pobres en todas las partes del planeta,
A continuación, ha subrayado que "ninguna forma de presión política o económica que se sirva de la disponibilidad de alimentos puede ser aceptable". Improvisando en su discurso, Francisco en este punto ha afirmado que "aquí pienso en nuestra hermana Tierra". Y ha recordado una frase que escuchó a un anciano "Dios siempre perdona, los hombres a veces, la Tierra nunca". Por eso ha pedido cuidar de la hermana Tierra, para que no nos responda con la destrucción.
Para finalizar su discurso, el Santo Padre ha pedido a Dios "que bendiga a todos los que, con diferentes responsabilidades, se ponen al servicio de los que pasan hambre y saben atenderlos con gestos concretos de cercanía". Asimismo ha pedido para que la comunidad internacional "sepa escuchar el llamado de esta Conferencia y lo considere una expresión de la común conciencia de la humanidad: dar de comer a los hambrientos para salvar la vida en el planeta". Fuente: Zenit
Ciudad del Vaticano, 11 noviembre 2014(VIS).-
La responsabilidad con los pobres y marginados
debe ser elemento esencial de toda decisión política
''El Santo Padre ha escrito una carta pontificia a Tony Abbott, Primer Ministro de Australia, que presidirá la Cumbre de los Jefes de Estado y Gobierno de 20 países (G-20) que tendrá lugar el 15 y 16 de noviembre en Brisbane. La agenda de la reunión se concentrará en los esfuerzos para relanzar un crecimiento sostenible de la economía y en el imperativo -surgido durante la preparación de la Cumbre- de crear oportunidades de trabajo dignas y estables para todos. Ofrecemos a continuación amplios extractos del mensaje del Papa.
''Quisiera pedir a los Jefes de Estado y de Gobierno del G-20 que no olviden que detrás de estas discusiones políticas y técnicas están en juego muchas vidas y que sería lamentable que tales discusiones se quedasen sólo en declaraciones de principio. En el mundo, incluso dentro de los países pertenecientes al G-20, hay demasiadas mujeres y hombres que sufren a causa de la desnutrición severa, del crecimiento en el número de parados, por el altísimo porcentaje de jóvenes sin trabajo y por el aumento la exclusión social que puede desembocar en la actividad criminal e incluso, en el reclutamiento de terroristas. Además, hay una agresión constante al ambiente natural, resultado de un consumismo desenfrenado y todo ello producirá graves consecuencias en la economía mundial''.
''Tengo la esperanza de que se logre un consenso sustancial y real sobre los temas del programa. Del mismo modo, espero que la evaluación de los resultados de este consenso no se limite a los índices mundiales, sino que tenga también en cuenta la mejora real en las condiciones de vida de las familias más pobres y la reducción de todas las formas de desigualdad inaceptable. Expreso estas esperanzas de cara a la Agenda post-2015, que será aprobada durante la actual Asamblea de las Naciones Unidas y que debería incluir los temas vitales del trabajo decente para todos y del cambio climático''.
''El mundo entero espera del G-20 un acuerdo cada vez más amplio que pueda llevar, en el marco de la ordenación de las Naciones Unidas, al fin definitivo en Oriente Medio de la injusta agresión contra diferentes grupos, religiosos y étnicos, incluidas las minorías. También tendría que llevar a la eliminación de las causas profundas del terrorismo que ha alcanzado proporciones hasta ahora inimaginables; entre esas causas están la pobreza, el subdesarrollo y la exclusión. Cada vez es más evidente que la solución a este grave problema no puede ser exclusivamente de naturaleza militar, sino que también debe centrarse en aquellos que de una u otra manera alientan a los grupos terroristas con el apoyo político, el comercio ilegal de petróleo o el suministro de armas y tecnología. También es necesario un esfuerzo educativo y una conciencia más clara de que la religión no puede utilizarse como forma de justificar la violencia''.
''Estos conflictos dejan cicatrices profundas y producen en varias partes del mundo situaciones humanitarias insoportables. Aprovecho esta oportunidad para pedir a los Estados Miembros del G20 que sean ejemplo de generosidad y solidaridad a la hora de hacer frente a las necesidades de las víctimas de estos conflictos, especialmente de los refugiados''.
''La situación en Oriente Medio ha replanteado el debate sobre la responsabilidad de la Comunidad internacional de proteger a los individuos y los pueblos de los ataques extremos a los derechos humanos y del total desprecio del derecho humanitario. La Comunidad internacional y en particular los Estados Miembros del G20, deberían también preocuparse de la necesidad de proteger a los ciudadanos de cada país de formas de agresión, que son menos evidentes, pero igualmente reales y graves. Me refiero específicamente a los abusos en el sistema financiero, tales como las transacciones que condujeron a la crisis de 2008, y en particular a la especulación desligada de vínculos políticos o jurídicos, y a la mentalidad que ve en el máximo beneficio el objetivo final de toda actividad económica. Con una mentalidad que, en último término descarta a las personas nunca se logrará la paz y la justicia. Tanto a nivel nacional como a nivel internacional, la responsabilidad con los pobres y marginados debe ser, por lo tanto, un elemento esencial de toda decisión política''.
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN LA CLAUSURA DE LA III ASAMBLEA GENERAL EXTRAORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS Aula del Sínodo Sábado 18 de octubre de 2014
Eminencias, beatitudes, excelencias, hermanos y hermanas: Con un corazón lleno de agradecimiento y gratitud quiero agradecer, juntamente con vosotros, al Señor que, en los días pasados, nos ha acompañado y guiado con la luz del Espíritu Santo.
Doy las gracias de corazón al señor cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo, a monseñor Fabio Fabene, subsecretario, y con él agradezco al relator, cardenal Péter Erdő, que tanto ha trabajado en los días de luto familiar, al secretario especial, monseñor Bruno Forte, a los tres presidentes delegados, los escritores, los consultores, los traductores y los anónimos, todos aquellos que trabajaron con auténtica fidelidad detrás del telón y total entrega a la Iglesia y sin pausa: ¡muchas gracias!
Doy las gracias igualmente a todos vosotros, queridos padres sinodales, delegados fraternos, auditores, auditoras y asesores por vuestra participación activa y fructuosa. Os llevaré en la oración, pidiendo al Señor que os recompense con la abundancia de sus dones de gracia.
Podría decir serenamente que —con un espíritu de colegialidad y sinodalidad— hemos vivido de verdad una experiencia de «Sínodo», un itinerario solidario, un «camino juntos». Y habiendo sido «un camino» —y como todo camino hubo momentos de marcha veloz, casi queriendo ganar al tiempo y llegar lo antes posible a la meta; otros momentos de cansancio, casi queriendo decir basta; otros momentos de entusiasmo e ímpetu. Hubo momentos de profunda consolación escuchando los testimonios de auténticos pastores (cf. Jn 10 y can. 375, 386, 387) que llevan sabiamente en el corazón las alegrías y las lágrimas de sus fieles. Momentos de consolación y de gracia y de consuelo escuchando los testimonios de las familias que participaron en el Sínodo y compartieron con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial. Un camino donde el más fuerte sintió el deber de ayudar al menos fuerte, donde el más experto se dispuso a servir a los demás, incluso a través de la confrontación. Y puesto que es un camino de hombres, con las consolaciones hubo también otros momentos de desolación, de tensión y de tentaciones, de las cuales se podría mencionar alguna posibilidad:
—una: la tentación del endurecimiento hostil, es decir, el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos aún aprender y alcanzar. Desde los tiempos de Jesús, es la tentación de los celantes, los escrupulosos, los diligentes y de los así llamados —hoy— «tradicionalistas», y también de los intelectualistas.
—La tentación del buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañadora venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los «buenistas», de los temerosos y también de los así llamados «progresistas y liberales».
—La tentación de transformar la piedra en pan para romper un ayuno largo, pesado y doloroso (cf. Lc 4, 1-4), y también de transformar el pan en piedra y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (cf. Jn 8, 7), es decir, transformarlo en «cargas insoportables» (Lc 11, 46).
—La tentación de bajar de la cruz, para contentar a la gente, y no permanecer allí, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu mundano en lugar de purificarlo y conducirlo al Espíritu de Dios.
—La tentación de descuidar el «depositum fidei», considerándose no custodios sino propietarios y dueños, o, por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando una lengua minuciosa y un lenguaje pulido para decir muchas cosas y no decir nada. Los llamaban «bizantinismos», creo, a estas cosas...
Queridos hermanos y hermanas, las tentaciones no nos deben ni asustar ni desconcertar, y ni siquiera desalentar, porque ningún discípulo es más grande que su maestro. Por lo tanto, si Jesús fue tentado —y además llamado Belzebú (cf. Mt 12, 24)—, sus discípulos no deben esperarse un trato mejor.
Personalmente me hubiese preocupado mucho y entristecido si no hubiesen estado estas tentaciones y estas animados debates; este movimiento de los espíritus, como lo llamaba san Ignacio (EE, 6), si todos hubiesen estado de acuerdo o silenciosos en una falsa y quietista paz. En cambio, he visto y escuchado —con alegría y gratitud— discursos e intervenciones llenas de fe, de celo pastoral y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de valentía y de parresia. Y he percibido que se puso delante de los propios ojos el bien de la Iglesia, de las familias y la «suprema lex», la «salus animarum» (cf. can. 1752). Y esto siempre —lo hemos dicho aquí, en el aula— sin poner jamás en duda las verdades fundamentales del sacramento del matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreación, o sea la apertura a la vida (cf. can. 1055, 1056 y Gaudium et spes, 48).
Y esta es la Iglesia, la viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra atenta, que no tiene miedo de arremangarse para derramar el óleo y el vino sobre las heridas de los hombres (cf. Lc 10, 25-37); que no mira a la humanidad desde un castillo de cristal para juzgar o clasificar a las personas. Esta es la Iglesia una, santa, católica, apostólica y formada por pecadores, necesitados de su misericordia. Esta es la Iglesia, la verdadera esposa de Cristo, que trata de ser fiel a su Esposo y a su doctrina. Es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos (cf. Lc 15). La Iglesia que tiene las puertas abiertas de par en par para recibir a los necesitados, a los arrepentidos y no sólo a los justos o a aquellos que creen ser perfectos. La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y no finge de no verlo, es más, se siente implicada y casi obligada a levantarlo y animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo, con su Esposo, en la Jerusalén celestial.
Esta es la Iglesia, nuestra madre. Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del sensus fidei, de ese sentido sobrenatural de la fe, dado por el Espíritu Santo a fin de que, juntos, podamos entrar todos en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida, y esto no se debe ver como motivo de confusión y malestar.
Muchos cronistas, o gente que habla, imaginaron ver una Iglesia en disputa donde una parte está contra la otra, dudando incluso del Espíritu Santo, el auténtico promotor y garante de la unidad y la armonía en la Iglesia. El Espíritu Santo que a lo largo de la historia siempre condujo la barca, a través de sus ministros, incluso cuando el mar iba en sentido contrario y estaba agitado y los ministros eran infieles y pecadores.
Y, como me atreví a deciros al inicio, era necesario vivir todo esto con tranquilidad, con paz interior, también porque el Sínodo se desarrolla cum Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos.
Ahora hablemos un poco del Papa en relación con los obispos... Por lo tanto, la tarea del Papa es garantizar la unidad de la Iglesia; es recordar a los pastores que su primer deber es alimentar al rebaño —nutrir al rebaño— que el Señor les encomendó y tratar de acoger —con paternidad y misericordia y sin falsos miedos— a las ovejas perdidas. Me equivoqué aquí. Dije acoger: ir a buscarlas.
Su tarea es recordar a todos que la autoridad en la Iglesia es servicio (cf. Mc 9, 33-35) como explicó con claridad el Papa Benedicto XVI, con palabras que cito textualmente: «La Iglesia está llamada y comprometida a ejercer este tipo de autoridad, que es servicio, y no la ejerce a título personal, sino en el nombre de Jesucristo... a través de los pastores de la Iglesia, en efecto, Cristo apacienta su rebaño: es Él quien lo guía, lo protege y lo corrige, porque lo ama profundamente. Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha querido que el Colegio apostólico, hoy los obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro... participen en esta misión suya de hacerse cargo del pueblo de Dios, de ser educadores en la fe, orientando, animando y sosteniendo a la comunidad cristiana o, como dice el Concilio, “procurando personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó” (Presbyterorum Ordinis, 6) ... a través de nosotros —continúa el Papa Benedicto— el Señor llega a las almas, las instruye, las custodia, las guía. San Agustín, en su Comentario al Evangelio de san Juan, dice: “Apacentar el rebaño del Señor ha de ser compromiso de amor” (123, 5); esta es la norma suprema de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como el del buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y solícito por los alejados (cf. San Agustín, Discurso 340, 1; Discurso 46, 15), delicado con los más débiles, los pequeños, los sencillos, los pecadores, para manifestar la misericordia infinita de Dios con las tranquilizadoras palabras de la esperanza (cfr. Id., Carta 95, 1)» (Benedicto XVI, Audiencia general, miércoles 26 de mayo de 2010: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de mayo de 2010, p. 15).
Por lo tanto, la Iglesia es de Cristo —es su Esposa— y todos los obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro, tienen la tarea y el deber de custodiarla y servirla, no como padrones sino como servidores. El Papa, en este contexto, no es el señor supremo sino más bien el supremo servidor, el «servus servorum Dei»; el garante de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia, dejando de lado todo arbitrio personal, incluso siendo —por voluntad de Cristo mismo— el «Pastor y doctor supremo de todos los fieles» (can. 749) y también gozando «de la potestad ordinaria que es suprema, plena, inmediata e universal en la Iglesia» (cf. cann. 331-334).
Queridos hermanos y hermanas, ahora tenemos todavía un año por delante para madurar, con verdadero discernimiento espiritual, las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas a tantas dificultades e innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuestas a los numerosos desánimos que circundan y ahogan a las familias.
Un año para trabajar sobre la «Relatio synodi» que es el resumen fiel y claro de todo lo que se dijo y debatió en esta aula y en los círculos menores. Y se presenta a las Conferencias episcopales como «Lineamenta».
Que el Señor nos acompañe, nos guíe en este itinerario para gloria de Su nombre con la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de san José. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí.
6 de septiembre de 2014. Discurso del santo padre francisco
a los obispos de camerún en visita "ad limina".
Queridos hermanos en el episcopado , Les doy la bienvenida. Estoy muy contento de encontrarme con vosotros con ocasión de vuestra visita ad limina ! Agradezco a monseñor Samuel Kleda, Presidente de la Conferencia Episcopal, por las palabras que acaba de dirigirme en vuestro nombre. Les pido que transmita mi cordial saludo a todos los miembros de vuestras diócesis, en particular, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, sacerdotes y laicos comprometidos en el servicio pastoral, así como a todos los habitantes de Camerún. Dirijo un saludo fraterno al cardenal Tumi cristiana. Que vuestra oración ante las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo os confirme en la fe y la perseverancia para el ejercicio de su cargo pastoral, para servir a las personas que le han encomendado. Son modelos para nosotros que tenemos que seguir en el don total de sí mismos que lo hicieron - a derramar su propia sangre - a Cristo ya su Evangelio.
Vuestra visita me da la oportunidad de renovar mi aliento y mi confianza, y hacer hincapié en el espíritu de comunión que tiene un corazón para seguir con la Sede Apostólica. Para el Evangelio toca y convertir los corazones en el fondo, tenemos que recordar que en realidad es sólo permaneciendo unidos en el amor que podemos dar testimonio de auténtica y efectiva. Unidad y diversidad son una realidad para usted que debe mantenerse firmemente juntos para hacer justicia a la riqueza humana y espiritual de vuestras diócesis, que se expresa en múltiples formas. También espero que la buena cooperación entre la Iglesia, el Estado y la sociedad camerunesa en su conjunto, tal como se muestra recientemente por la firma de un Acuerdo Marco entre la Santa Sede y la República de Camerún , rendimiento abundantes frutos. Yo invito a poner realmente en práctica este Acuerdo, como el reconocimiento legal de muchas instituciones de la Iglesia les dará una luz mayor, en beneficio no sólo de la Iglesia sino también de toda la sociedad camerunesa.
En este sentido, acojo con satisfacción los considerables esfuerzos de vuestras Iglesias locales en numerosas obras sociales. Este compromiso en las áreas de la educación, la salud y la caridad es reconocido y apreciado por las autoridades civiles; debe ser el alcance de una fructífera colaboración entre la Iglesia y el Estado, en cumplimiento de la libertad de este último. Invertir en trabajo social es una parte integral de la evangelización, ya que existe una estrecha relación entre evangelización y promoción humana. Este último debe expresar y desarrollar todo el trabajo de la evangelización (cf .. Evangelii gaudium , n. 178 ). Os animo a perseverar en la atención que se está prestando a los más vulnerables, apoyo, material y espiritualmente, a todos aquellos que se dedican, en particular los miembros de institutos religiosos y laicos; Les doy las gracias de todo corazón por su dedicación y por el testimonio que haga el auténtico amor de Cristo por todos los hombres.
Su acción evangelizadora se hará mucho más eficaz si el Evangelio es realmente experimentado por aquellos que lo han recibido y profesarla. Esta es la manera de atraer a Cristo a los que no lo conocen todavía, mostrándoles el poder de su amor puede transformar e iluminar la vida de los hombres. Sólo así podremos hacer frente, mirando con serenidad, el desarrollo de varias nuevas propuestas que cautivan las mentes sin renovar el corazón profundamente. Por otra parte, la importante presencia de los musulmanes en algunas de vuestras diócesis es una invitación urgente para presenciar valentía y con alegría la fe en Cristo resucitado. Desarrollar un diálogo de vida con los musulmanes, en un espíritu de confianza mutua, ahora es esencial para mantener un clima de convivencia pacífica y desalentar el desarrollo de la violencia que los cristianos son víctimas en ciertas regiones del continente.
Por tanto, creo que es esencial, como una prioridad, continúe sus esfuerzos para establecer y fortalecer la fe en los corazones de los fieles. La formación es un elemento esencial en el desarrollo del pueblo de Dios, especialmente en estos tiempos en los que el relativismo y la secularización están empezando a hacerse un hueco en África. Muchos laicos están implicados en sus parroquias y movimientos, y que son sin duda esencial para la transmisión de la fe. Su entrenamiento debe ser firme y permanente. Yo pido que transmita a ellos los fieles laicos ya todas las personas involucradas en el trabajo de la formación de mi aprecio y mi aliento más cálido.
Las familias también tienen que seguir siendo el centro de su atención especial, sobre todo hoy en día a medida que experimentan graves dificultades - ya sean de la pobreza, el desplazamiento de las personas, la falta de seguridad, la tentación de volver a las prácticas ancestrales incompatibles con la fe cristiana o incluso nuevo estilo de vida que ofrece un mundo secularizado. Los invito a sacar el máximo provecho de la X Asamblea Plenaria de la Asociación de las Conferencias Episcopales de África Central celebrado en el Congo, cuyas obras han participado y que - no tengo ninguna duda - dar abundantes frutos.
También es fundamental que el clero dar testimonio de una vida donde el Señor mora, de acuerdo con los requisitos y principios del Evangelio. Me gustaría expresar mi agradecimiento a todos los sacerdotes para el celo apostólico de que dan pruebas, a menudo en difíciles y precarias, y os aseguro mi cercanía y mi oración. No obstante, es conveniente mantener la vigilancia en el acompañamiento y el discernimiento de las vocaciones sacerdotales - gracias a Dios muchos en Camerún - y también apoyar la formación permanente de los sacerdotes y la vida espiritual de los que es consciente de los padres, y las tentaciones del mundo son tantos , en particular las de poder, honores y dinero. Sobre este último punto, en particular, la lucha contra el testimonio que se puede dar por una mala gestión de los activos, el personal o por el enriquecimiento sería de residuos particularmente escandaloso en una región en la que muchas personas carecen de las necesidades de la vida.
Por otra parte, la unidad del clero es un elemento esencial del testimonio de Cristo resucitado: "que todos sean uno [...] para que el mundo crea" ( Jn 17, 21); que es la unidad de los obispos, que a menudo se enfrentan a los mismos retos y están llamados a ofrecer soluciones comunes y concertadas, o la unidad del presbiterio que el Señor nos invita a construir todos los días superar el prejuicio, especialmente las étnicas.
Por último, la vida consagrada debe ir acompañado, con el fin, arraigados en Cristo en el servicio del Reino, siempre seguirá siendo un testimonio profético y un modelo en el campo de la reconciliación, la justicia y la paz (cf .. Evangelii gaudium , n. 117 ). Los invito a ofrecer su apoyo a los institutos religiosos en sus esfuerzos a la formación humana y espiritual, ya la recepción y acompañe con discernimiento prudente, nuevas iniciativas.
Queridos hermanos, los valientes esfuerzos de evangelización que se realizan en nuestro ministerio pastoral llevan muchos frutos de conversión. Los invito a dar incesantes gracias a ellos y para renovar el don de sí mismo a Cristo ya las personas que le han encomendado. Sin dificultades miedo, con valentía de seguir adelante con un renovado espíritu misionero a fin de llevar la Buena Nueva a todos los que todavía están esperando o que más lo necesitan. Felicito a todos ustedes, así como vuestras diócesis a la intercesión de san Juan Pablo II que, en dos ocasiones visitó su país, y para la maternal protección de la Virgen María. Dios los bendiga!
1 de septiembre de 2014. Discurso del santo Padre Francisco,
con motivo del partido de futbol por la paz.
Queridos amigos, buenas noches!. Me alegra encontrarme con vosotros en la paz interreligiosa juego , que jugará esta noche en el Stadio Olimpico de Roma. Le doy las gracias porque has accedido fácilmente a mi deseo de ver muestras y entrenadores de diferentes países y de diferentes religiones competir en un evento deportivo, para presenciar los sentimientos de fraternidad y amistad. Mi gratitud en particular a las personas y organizaciones que han contribuido a la realización de este evento. Creo que sobre todo los " occurrentes Scholas ", que opera en la Academia Pontificia de las Ciencias, y el" Pupi Fundación Onlus ".
El partido de esta noche será sin duda una oportunidad para recaudar fondos para apoyar proyectos de solidaridad, pero sobre todo a reflexionar sobre los valores universales que el fútbol y el deporte en general pueden promover: lealtad, intercambio, apertura, diálogo, la confianza en el otro. Estos son los valores que son comunes a todas las personas sin distinción de raza, cultura y credo. De hecho, el evento deportivo de esta noche es un gesto altamente simbólico para demostrar que es posible construir la cultura de la reunión y un mundo en paz, donde los creyentes de las diferentes religiones, la preservación de su identidad - porque cuando dije "sin tener en cuenta "Esto no significa" dejar de lado ", no - creyentes de las diferentes religiones, la preservación de su identidad, pueden vivir juntos en armonía y respeto mutuo.
Todos sabemos que el deporte, en especial el fútbol, es un fenómeno humano y social que tiene tanta importancia y el impacto en el comportamiento y la mentalidad de arte contemporáneo. La gente, especialmente los jóvenes, que te miran con admiración por su capacidad atlética: es importante dar un buen ejemplo en ambos campos y fuera del campo. En competiciones deportivas están llamados a mostrar que el deporte es una alegría de vivir, jugar, fiesta, y como tales deben ser evaluadas por la recuperación de su generosidad, su capacidad de forjar lazos de amistad y la apertura hacia los demás. Incluso con sus actitudes cotidianas, llenas de fe y espiritualidad, humanidad y altruismo, usted puede hacer un testimonio en favor de los ideales de la convivencia pacífica y la sociedad civil, para la edificación de una civilización basada en el amor, la solidaridad y la en la paz. Y esta es la cultura de la reunión: a funcionar bien.
Que el partido de fútbol esta noche revivir en los que toman parte en la conciencia de la necesidad de participar porque el deporte le ayudará a hacer una contribución efectiva a la convivencia pacífica y fructífera de todos los pueblos, con exclusión de toda discriminación de raza, idioma, y de religión. Usted sabe que discriminar puede ser sinónimo de desprecio. La discriminación es un desprecio, y con este juego de hoy, usted va a decir "no" a cualquier discriminación. Las religiones, en particular, están llamados a ser un vehículo para la paz y nunca a odiar, ¿por qué en nombre de Dios siempre debe llevar y único amor. La religión y el deporte, es decir, de esta manera auténtica, pueden colaborar y ofrecen toda la compañía signos elocuentes de la nueva era en la que las naciones "no alzará espada unos contra los otros" (cf. Es 2,4) .
En este altamente inusual y significativo, lo que es la carrera de fútbol esta noche, quiero ofrecer a todos ustedes este mensaje: difundir sus corazones como hermanos a hermanos! Este es uno de los secretos de la vida: ampliar los corazones de hermanos a hermanos, y es también la dimensión más profunda y auténtica del deporte. Gracias.
16 de Agosto de 2014. “La fecundidad de la Fe, se expresa
en la práctica de la caridad.”
Discurso del Santo Padre Francisco en Corea.
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegro de tener la oportunidad de encontrarme con ustedes, que representan las diversas manifestaciones del floreciente apostolado de los laicos en Corea. Floreciente porque siempre ha sido floreciente. Son flores que permanecen. Agradezco al Presidente del Consejo del Apostolado Seglar Católico, el señor Paul Kwon Kil-joog, sus amables palabras de bienvenida en nombre de todos.
La Iglesia en Corea, como todos sabemos, ha heredado la fe de generaciones de laicos que perseveraron en el amor a Jesucristo y en la comunión con la Iglesia, a pesar de la escasez de sacerdotes y de la amenaza de graves persecuciones. El beato Pablo Yun Ji-chung y los mártires que hoy han sido beatificados constituyen un capítulo extraordinario de esta historia. Dieron testimonio de la fe no sólo con los tormentos y la muerte, sino también con su vida de afectuosa solidaridad de unos con otros en las comunidades cristianas, que se distinguían por una caridad ejemplar.
Este precioso legado sigue vivo en sus obras actuales de fe, de caridad y de servicio. Hoy, como siempre, la Iglesia tiene necesidad del testimonio creíble de los laicos sobre la verdad salvífica del Evangelio, su poder para purificar y trasformar el corazón humano, y su fecundidad para edificar la familia humana en unidad, justicia y paz. Sabemos que no hay más que una misión en la Iglesia de Dios, y que todo cristiano bautizado tiene un puesto vital en ella. Sus dones como hombres y mujeres laicos son múltiples y sus apostolados variados, y todo lo que hacen contribuye a la promoción de la misión de la Iglesia, asegurando que el orden temporal esté informado y perfeccionado por el Espíritu de Cristo y ordenado a la venida de su Reino.
De modo particular, me gustaría reconocer la labor de las numerosas asociaciones que se ocupan directamente de la atención a los pobres y necesitados. Como demuestra el ejemplo de los primeros cristianos coreanos, la fecundidad de la fe se expresa en la práctica de la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas, independientemente de su cultura o condición social, ya que en Cristo «no hay judío ni griego» (Ga 3,28). Quiero manifestar mi profundo agradecimiento a cuantos, con su trabajo y su testimonio, llevan la presencia consoladora del Señor a los que viven en las periferias de nuestra sociedad. Esta tarea no se puede limitar a la asistencia caritativa, sino que debe extenderse también a la consecución del crecimiento humano, no solo la asistencia, también el desarrollo de la persona. Asistir a los pobres es bueno y necesario, pero no basta. Los animo a multiplicar sus esfuerzos en el ámbito de la promoción humana, de modo que todo hombre y mujer llegue a conocer la alegría que viene de la dignidad de ganar el pan de cada día y de sostener a su propia familia. Y esta dignidad, en este momento está amenzada de ser eliminada por esta cultura del dinero, que deja sin trabajo a tantas personas. Y nosotros podemos decir, 'padre, nosotros les damos de comer'. Pero no es suficiente. Él y ella, que están sin trabajo, deben sentir en su corazón la dignidad de llevar el pan a casa, de ganarse el pan. Y os confío este trabajo a vosotros.
También quiero reconocer la valiosa contribución de las mujeres católicas coreanas a la vida y la misión de la Iglesia en este país como madres de familia, como catequistas y maestras y de tantas otras formas. Asimismo, no puedo dejar de destacar la importancia del testimonio dado por las familias cristianas. En una época de crisis de la vida familiar, lo sabemos todos, nuestras comunidades cristianas están llamadas a ayudar a los esposos cristianos y a las familias a cumplir su misión en la vida de la Iglesia y de la sociedad. La familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades.
Queridos hermanos, cualquiera que sea su colaboración con la misión de la Iglesia, les pido que sigan promoviendo en sus comunidades una formación cada vez más completa de los fieles laicos, mediante la catequesis continua y la dirección espiritual. Les pido que todo lo hagan en completa armonía de mente y corazón con sus pastores, intentando poner sus intuiciones, talentos y carismas al servicio del crecimiento de la Iglesia en unidad y en espíritu misionero. Su colaboración es esencial, puesto que el futuro de la Iglesia en Corea, como en toda Asia, dependerá en gran medida del desarrollo de una visión eclesiológica basada en una espiritualidad de comunión, de participación y de poner en común los dones (cf. Ecclesia in Asia, 45).
Una vez más les expreso mi gratitud por todo lo que hacen para la edificación de la Iglesia en Corea en santidad y celo. Que encuentren constante inspiración y fuerza para su apostolado en el Sacrificio eucarístico, que comunica y alimenta “el amor a Dios y a los hombres, alma de todo apostolado” (Lumen gentium, 33). Para ustedes, sus familias y cuantos participan en las obras corporales y espirituales de sus parroquias, de las asociaciones y de los movimientos, imploro la alegría y la paz del Señor Jesucristo y la solícita protección de María, nuestra Madre. Os pido por favor que recéis por mí. Y ahora todos junto, rezamos a la Virgen y después os doy la bendición. Fuente: Zenit.
5 de agosto de 2014. “Que los monaguillos
no pierdan tiempo con la Internet, móviles,
telenovelas".
El santo padre Francisco ha respondido a las preguntas de cuatro jóvenes monaguillos, dos chicos y dos chicas, que en representación de los 50 mil monaguillos de lengua alemana reunidos en la plaza de San Pedro, han transmitido sus inquietudes al Papa. Los jóvenes, de entre 13 y 27 años y procedentes de las diócesis de Alemania, de Viena, de Linz y de Letonia, se encuentran en Roma con ocasión de la peregrinación nacional que se celebra esta semana.
El Papa ha respondido a los jóvenes en italiano, aunque previamente durante la oración de las vísperas ha realizado la reflexión de la Palabra en alemán. El discurso del Pontífice ha sido traducido simultáneamente para que los monaguillos pudiera entender sus palabras. En primer lugar, el Santo Padre les ha explicado qué pueden hacer para ser más protagonistas en la Iglesia y qué espera la comunidad cristiana de los ministrantes. "Recordemos que el mundo necesita personas que testimonien a los otros que Dios nos ama, que es nuestro Padre", ha iniciado. En la sociedad todos los individuos tienen la tarea de poner al servicio del bien común, pero, el Papa ha recordado que "nosotros discípulos de Jesús tenemos una misión más: la de ser 'canales' que tramitan el amor de Jesús". Por esta razón, el Papa ha recordado a los niños y jóvenes presentes en la plaza que están "llamados a hablar de Jesús a vuestros coetáneos, no solo dentro de la comunidad parroquial o de vuestra asociación, sino sobre todo fuera". Y esto, porque "con vuestra valentía, vuestro entusiasmo, la espontaneidad y la facilidad para el encuentro podéis llegar más fácilmente a la mente y al corazón de los que están lejos del Señor", ha explicado el Pontífice. Del mismo modo, les ha advertido que muchos niños y jóvenes de sus edades "tienen una necesidad inmensa de que alguien diga con la propia vida que Jesús nos conoce, nos ama, nos perdona, comparte con nosotros nuestras dificultades y nos sostiene con su gracia".
Para hacer esto es necesario conocer a Jesús y amarlo. Por eso el Papa ha recordado a los jóvenes monaguillos que su servicio litúrgico les ayuda en esta tarea. Y les ha dado un consejo: "el Evangelio que escuchéis en la liturgia, releedlo personalmente, en silencio, y aplicadlo a vuestra vida; y con el amor de Cristo, recibido en la santa Comunión, podréis ponerlo en práctica".
A continuación, Francisco ha reconocido que les comprende en dificultades para conciliar su compromiso de ministrantes con otras actividades necesarias para su crecimiento humano y cultural. "Es necesario organizarse, programar de forma equilibrada las cosas... pero vosotros sois alemanes... y ¡esto se os da bien!" El Papa ha recordado que el tiempo es un don de Dios y por eso hay que usarlo en acciones buenas y fructíferas. De este modo ha advertido sobre las horas que a veces se pierden con cosas inútiles: chatear en Internet o con los móviles, las 'telenovelas', los productos del progreso tecnológico, que deberían simplificar y mejorar la calidad de vida, y a veces desvían la atención de lo que es realmente importante". Y así, Francisco ha observado que entre todas las cosas que hay que hacer en la rutina cotidiana, "una de las prioridades debería ser la de acordarse de nuestro Creador que nos permite vivir, nos ama, nos acompaña en nuestro camino".
En una tercera idea desarrollada en el discurso, el Papa ha hablado sobre la libertad. "Si no la ejercitamos bien, la libertad nos puede conducir lejos de Dios, puede hacernos perder la dignidad de la que Él nos ha revestido". Es por eso -ha matizado- que son necesarias las orientaciones, las indicaciones y también las reglas, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Francisco ha invitado a los monaguillos a no usar mal su libertad. ¡No perdáis la gran dignidad de hijos de Dios que se os ha donado!, ha exclamado. Finalmente, el Santo Padre les ha indicado que así encontrarán la alegría auténtica "porque Él nos quiere hombres y mujeres plenamente felices y realizados", "¡solo cumpliendo la voluntad de Dios Padre podemos cumplir el bien y ser luz del mundo y sal de la tierra!"
Las últimas palabras las ha dedicado a la Virgen María, para que sea "vuestro modelo en el servir a Dios".
El encuentro ha finalizado con los saludos del Papa en el Sagrato y después ha bajado para saludar a los enfermos de las primeras filas, mientras la banda tocaba y cantaba animadas canciones.
15 de Julio de 2014. Mensaje del santo padre Francisco
con ocasión del "coloquio México santa sede sobre movilidad humana
y desarrollo" (ciudad de México,)
«Deseo dirigir mi saludo a los organizadores, a los relatores y a los participantes en el "Coloquio México Santa Sede sobre movilidad humana y desarrollo". La globalización es un fenómeno que nos interpela, especialmente en una de sus principales manifestaciones como lo es la emigración. Se trata de uno de los "signos" de este tiempos que vivimos y que nos recuerda las palabras de Jesús "¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?" (Lc 12,57). No obstante el gran flujo de migrantes presentes en todos los continentes y en casi todos los países, la migración es vista aún como emergencia, o como un hecho circunstancial y esporádico, mientras se ha convertido ya en un elemento característico y en un desafío de nuestras sociedades.
Es un fenómeno que trae consigo grandes promesas junto a múltiples desafíos. Muchas personas obligadas a emigrar sufren y a menudo, mueren trágicamente; muchos de sus derechos son violados, son obligados a separarse de sus familias y lamentablemente continúan siendo objeto de actitudes racistas y xenófobas.
Frente a tal situación, repito aquello que he tenido oportunidad de afirmar en el Mensaje para la Jornada mundial del Migrante y del Refugiado de este año: 'Es necesario un cambio de actitud hacia los migrantes y refugiados por parte de todos. Pasar de una actitud de defensa y de miedo, de desinterés o de marginación que, al final, corresponde precisamente a la cultura del descarte, a una actitud que tenga a la base la cultura del encuentro, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor'.
Me urge, además, llamar la atención sobre decenas de miles de niños que emigran solos, no acompañados, para escapar a la pobreza y a las violencias: esta es una categoría de migrantes que, desde Centro America y desde México, atraviesa la frontera con los Estados Unidos de América en condiciones extremas, en busca de una esperanza que la mayoría de las veces resulta vana. Ellos aumentan día a día.
Tal emergencia humanitaria reclama en primer lugar intervención urgente, que estos menores sean acogidos y protegidos. Tales medidas, sin embargo no serán suficientes, sino son acompañadas por políticas de información sobre los peligros de un tal viaje y sobre todo, de promoción del desarrollo en sus países de origen.
Finalmente es necesario frente a este desafío, llamar la atención de toda la comunidad internacional para que puedan ser adoptadas nuevas formas de migración legal y segura. Deseo un gran éxito a la admirable iniciativa del Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno mexicano de organizar un coloquio de estudio y reflexión sobre el gran desafío de la emigración e imparto de corazón a cada uno de los presentes mi Bendición Apostólica.
5 de Julio de 2014. El trabajo dominical da prioridad al dinero
y no a la persona.
Trabajar no es sólo llevar el pan a casa, significa dignidad. Hay que 'perder el tiempo jugando con los hijos'. El santo padre Francisco partió esta mañana en helicóptero desde el Vaticano para su visita pastoral a las diócesis de Campobasso-Boiano e Isernia-Venafro. Llegó a las 8,45 a Campobasso al helipuerto de la Universidad de Molise, allí el Santo Padre ha sido recibido por el arzobispo de la diócesis, Giancarlo Maria Bregantini y por las autoridades locales.
Poco después en el aula magna de la 'Università degli Studi del Molise' ha sido recibido por el rector Giammaría Palmieri, y allí encontró al mundo del trabajo y de la industria. Dirigieron unas palabras un agricultor que recordó la dignidad del 'noble oficio agrícola', y de una obrera de la fábrica FIAT, que indicó también la dificultad de conciliar el trabajo con la familia.
El Santo Padre dirigió las siguientes palabras:
"Queridas autoridades, profesores, estudiantes, personal de la universidad, queridos hermanos y hermanas del mundo del trabajo. Les agradezco por la acogida, especialmente por haber compartido conmigo la realidad que viven, los esfuerzos y las esperanzas.
El señor rector tomó la expresión que dije, que nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Es verdad, cada día no da una, así es Nuestro Padre. Y digo otra cosa sobre Dios, que la indico ahora: es el Dios que rompe los esquemas, y si nosotros no tenemos el coraje, de romper los esquemas nunca iremos hacia adelante, porque nuestro Dios nos empuja a esto, a ser creativos para el futuro.
Mi visita en Molise inicia a partir de este encuentro con el mundo del trabajo, aunque el lugar en que nos encontramos es la universidad. Y esto es significativo: expresa la importancia de la investigación y de la formación también para responder a las nuevas y complejas necesidades que la actual crisis económica pone en el plano local, nacional e internacional. Dio testimonio de ésto el joven agricultor con su decisión de hacer un curso universitario agrícola y de trabajar la tierra por 'vocación'.
El quedarse del campesino en la tierra no es quedarse quieto, sino hacer un diálogo fecundo, creativo, el diálogo del hombre con su tierra, que la hace florecer, que la hace volverse fecunda para todos nosotros. Esto es importante. Un buen recorrido formativo no ofrece soluciones fáciles, sino que ayuda a tener una mirada más creativa, para valorizar mejor los recursos del territorio.
Comparto plenamente lo que ha sido dicho sobre 'custodiar' la tierra, para que dé fruto sin ser explotada. Esta es una de los mayores desafíos de nuestra época convertirnos a un desarrollo que sepa respetar lo creado
Cuando veo en América y mismo en mi país, tantos bosques arrasados que se vuelven tierra que no se puede cultivar ni dar vida. Este es el pecado nuestro de explotar la tierra y no dejar que nos dé lo que tiene adentro con nuestro ayuda de la cultivación.
Otro desafío emergió de la voz de esta buena mamá obrera, que ha hablado también en nombre de su familia: el marido, el niño pequeño y el niño que lleva en su vientre. El suyo ha sido una llamada en favor del trabajo y al mismo tiempo por la familia. ¡Gracias por este testimonio! De hecho hay que tratar de encontrar conciliar los tiempos del trabajo con los tiempos de la familia.
Y les diré una cosa, cuando voy y confieso gente, ahora no tanto como lo hacía en la otra diócesis. Cuando viene un papá o una mamá joven le pregunto cuántos niños tiene, y el pregunto: ¿Tú juegas con tus niños? La mayoría dice: ¡Cómo padre! Sí, ¿tú juegas, pierdes el tiempo con tus niños? Sí estamos perdiendo esta sabiduría de jugar con nuestros niños. La situación económica los lleva a esto. ¡Por favor pierdan el tiempo con sus niños! El domingo, este domingo de familia al que la señora hizo referencia, este domingo de familia no es perder el tiempo
Esto es un punto crítico, un punto que nos permite discernir, evaluar la calidad humana del sistema económico en el cual nos encontramos. Y en el interior de este ámbito se coloca también el tema del domingo laborable, que no afecta solamente a los creyentes, pero a todos como decisión ética. Y este es un espacio de la gratuidad que estamos perdiendo.
La pregunta es: ¿a qué cosa queremos dar la prioridad? El domingo libre del trabajo -exceptuados los servicios necesarios- afirma que la prioridad no es la economía, pero lo humano, lo gratuito, las relaciones no comerciales pero familiares, de amigos, para los creyentes es la relación con Dios y con la comunidad. Quizás haya llegado el momento de plantearnos si trabajar el domingo sea una verdadera libertad. Porque el Dios de las sorpresas rompe los esquemas, da sorpresas y rompe los esquemas para que nosotros nos volvamos más libres, es el Dios de la libertad.
Queridos amigos, hoy me gustaría unir mi voz a la de tantos trabajadores y empresarios de este territorio para perder que se pueda efectuar 'un pacto por el trabajo'. He visto que en Molise se está intentando responder al drama de la desocupación juntando las fuerzas de una manera constructiva.
Tantos puestos de trabajo podrían ser recuperados a través de una estrategia concordada con las autoridades nacionales, un 'pacto para el trabajo' que sepa aprovechar las oportunidades ofrecidas por las normas nacionales y europeas. Les animo a ir hacia adelante por este camino, que puede traer buenos frutos aquí como en otras regiones.
No tener trabajo no significa sólo no tener lo necesario para vivir, no, porque nosotros podemos comer todos los días, porque vamos a la Cáritas, a aquella asociación, vamos al club, allá, y nos dan de comer. Ese no es el problema, porque el problema es no llevar el pan a casa, porque eso tome la dignidad. Y el problema más grave no es el hambre sino la dignidad. Sobre esto tenemos que trabajar y defender nuestra dignidad que la da el trabajo.
Para finalizar querría decirles que me ha impresionado en hecho que me hayan donado una cuadro que representa una 'maternidad'. Maternidad comporta dar a luz, pero ese sufrimiento está orientado a la vida, está lleno de esperanza. Entonces no solamente les agradezco por este don, pero más aún por el testimonio que contiene: la de un dar a luz lleno de esperanza. Gracias". Fuente: Zenit.
14 de Junio de 2014. Mensaje del Santo Padre Francisco,
con motivo de la jornada mundial por las misiónes.
“No dejemos que nos roben
la alegría de la Evangelización”.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy en día hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la iglesia están llamados a participar, ya que la iglesia es misionera por naturaleza: la iglesia ha nacido “en salida”. La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera. Precisamente sobre la alegría de Jesús y de los discípulos misioneros quisiera ofrecer una imagen bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas (cf.10,21-23).
1. El evangelista cuenta que el Señor envió a los setenta discípulos, de dos en dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino de Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con Jesús. Después de cumplir con esta misión de anuncio, los discípulos volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema dominante de esta primera e inolvidable experiencia misionera. El Maestro Divino les dijo: «No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. En aquella hora, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra...” (...) Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!”» (Lc 10,20-21.23).
Son tres las escenas que presenta san Lucas. Primero, Jesús habla a sus discípulos, y luego se vuelve hacia el Padre, y de nuevo comienza a hablar con ellos. De esta forma Jesús quiere hacer partícipes de su alegría a los discípulos, que es diferente y superior a la que ellos habían experimentado.
2. Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se le ha concedido experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás.
Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación.
3. «Sí, Padre, porque así te ha parecido bien» (Lc 10,21). Las palabras de Jesús deben entenderse con referencia a su júbilo interior, donde la benevolencia indica un plan salvífico y benevolente del Padre hacia los hombres. En el contexto de esta bondad divina Jesús se regocija, porque el Padre ha decidido amar a los hombres con el mismo amor que Él tiene para el Hijo. Además, Lucas nos recuerda el júbilo similar de María: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador » (Lc 1,47). Se trata de la Buena Noticia que conduce a la salvación. María, llevando en su vientre a Jesús, el Evangelizador por excelencia, encuentra a Isabel y cantando el Magnificat exulta de gozo en el Espíritu Santo. Jesús, al ver el éxito de la misión de sus discípulos y por tanto su alegría, se regocija en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en oración. En ambos casos, se trata de una alegría por la salvación que se realiza, porque el amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros, y por obra del Espíritu Santo, nos envuelve, nos hace entrar en la vida de la Trinidad.
El Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador. Inmediatamente después de alabar al Padre, como dice el evangelista Mateo, Jesús nos invita: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (11,28-30). «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1).
De este encuentro con Jesús, la Virgen María ha tenido una experiencia singular y se ha convertido en “causa nostrae laetitiae”. Y los discípulos a su vez han recibido la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él para predicar el Evangelio (cf. Mc 3,14), y así se ven colmados de alegría. ¿Por qué no entramos también nosotros en este torrente de alegría?
4. «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización. Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio, donde hay más personas pobres que esperan.
En muchas regiones escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe a que en las comunidades no hay un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones. Entre éstas no deben olvidarse las vocaciones laicales a la misión. Hace tiempo que se ha tomado conciencia de la identidad y de la misión de los fieles laicos en la Iglesia, así como del papel cada vez más importante que ellos están llamados a desempeñar en la difusión del Evangelio. Por esta razón, es importante proporcionarles la formación adecuada, con vistas a una acción apostólica eficaz.
5. «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes. La contribución económica personal es el signo de una oblación de sí mismos, en primer lugar al Señor y luego a los hermanos, porque la propia ofrenda material se convierte en un instrumento de evangelización de la humanidad que se construye sobre el amor.
Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de las Misiones mi pensamiento se dirige a todas las Iglesias locales. ¡No dejemos que nos roben la alegría de la evangelización! Os invito a sumergiros en la alegría del Evangelio y a nutrir un amor que ilumine vuestra vocación y misión. Os exhorto a recordar, como en una peregrinación interior, el “primer amor” con el que el Señor Jesucristo ha encendido los corazones de cada uno, no por un sentimiento de nostalgia, sino para perseverar en la alegría. El discípulo del Señor persevera con alegría cuando está con Él, cuando hace su voluntad, cuando comparte la fe, la esperanza y la caridad evangélica.
Dirigimos nuestra oración a María, modelo de evangelización humilde y alegre, para que la Iglesia sea el hogar de muchos, una madre para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un nuevo mundo.
9 de Junio de 2014. Palabras del Papa Francisco
en el encuentro interreligioso por la paz.
Señores presidentes
Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide.
Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.
Su presencia, señores presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.
Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.
Señores presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.
Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.
Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre.
A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra. Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.
Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.
Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.
5 de Junio de 2014. Discurso del santo padre
Francisco, a los participantes en el encuentro
promovido por el consejo pontificio
para la pastoral de los emigrantes e itinerantes "
la iglesia y los gitanos: anunciar el evangelio en las periferias" Sala Clementina
Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión el Encuentro mundial de promotores episcopales y directores nacionales de la pastoral de los gitanos, os doy mi bienvenida y os saludo a todos cordialmente. Agradezco al cardenal Antonio Maria Vegliò sus palabras de introducción. Vuestro congreso tiene como tema «La Iglesia y los gitanos: anunciar el Evangelio en las periferias». En este tema está, ante todo, la memoria de una relación, la relación entre la comunidad eclesial y el pueblo gitano, la historia de un camino para conocerse y encontrarse; y luego está el desafío, un desafío referido tanto a la pastoral ordinaria, como a la nueva evangelización.
A menudo los gitanos se encuentran al margen de la sociedad, y a veces se les mira con hostilidad y sospecha —recuerdo muchas veces, aquí en Roma, cuando algunos gitanos subían al autobús y el conductor decía: «¡Atención con las carteras!». Esto es desprecio. Tal vez será verdad, pero es desprecio...—; son escasamente implicados en las dinámicas políticas, económicas y sociales del territorio. Sabemos que es una realidad compleja, pero ciertamente también el pueblo gitano está llamado a contribuir al bien común, y esto es posible con itinerarios adecuados de corresponsabilidad, en la observancia de los deberes y en la promoción de los derechos de cada uno.
Entre las causas que en la sociedad actual provocan situaciones de miseria en una parte de la población, podemos indicar la falta de estructuras educativas para la formación cultural y profesional, el difícil acceso a la atención sanitaria, la discriminación en el mercado del trabajo y la carencia de alojamientos dignos. Si estas llagas del tejido social afectan indistintamente a todos, los grupos más débiles son los que con mayor facilidad se convierten en víctimas de las nuevas formas de esclavitud. Son, en efecto, las personas menos protegidas las que caen en la trampa de la explotación, de la mendicidad forzada y de diversas formas de abuso. Los gitanos están entre los más vulnerables, sobre todo cuando faltan las ayudas para la integración y la promoción de la persona en las diversas dimensiones de la vida civil.
Aquí se introduce la solicitud de la Iglesia y vuestra aportación específica. El Evangelio, en efecto, es anuncio de alegría para todos y de modo especial para los más débiles y marginados. A ellos estamos llamados a asegurar nuestra cercanía y nuestra solidaridad, siguiendo el ejemplo de Jesucristo que les dio testimonio de la predilección del Padre.
Es necesario que, junto a esta acción solidaria en favor del pueblo gitano, se cuente con el compromiso de las instituciones locales y nacionales y el apoyo de la comunidad internacional, para señalar proyectos e intervenciones orientadas al mejoramiento de la calidad de vida. Ante las dificultades y las necesidades de los hermanos, todos deben sentirse interpelados a poner la dignidad de cada persona humana en el centro de sus atenciones. En lo que se refiere a la situación de los gitanos en todo el mundo, hoy es más necesario que nunca elaborar nuevas propuestas en ámbito civil, cultural y social, así como la estrategia pastoral de la Iglesia, para afrontar los desafíos que surgen de formas modernas de persecución, de opresión y, algunas veces, también de esclavitud.
Os aliento a continuar con generosidad vuestra importante obra, a no desalentaros, sino a continuar comprometiéndoos en favor de quien mayormente se encuentra en condiciones de necesidad y marginación en las periferias humanas. Que los gitanos puedan encontrar en vosotros hermanos y hermanas que les aman con el mismo amor con el que Cristo amó a los marginados. Sed para ellos el rostro acogedor y alegre de la Iglesia.
Invoco la maternal protección de la Virgen María sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo. Muchas gracias y rezad por mí.
Discurso del santo padre Francisco a los participantes
en la 37 asamblea nacional de renovación
carismática en el Espíritu Santo.
Estadio Olímpico, Roma.
Domingo 1 de junio de 2014
Palabras del Papa a los sacerdotes:
A vosotros sacerdotes, se me ocurre deciros una sola palabra: cercanía. Cercanía a Jesucristo, en la oración y en la adoración. Cerca del Señor, y cercanía con la gente, con el pueblo de Dios que se os ha confiado. Amad a vuestra gente, estad cerca de la gente. Esto es lo que os pido, esta doble cercanía: cercanía a Jesús y cercanía a la gente.
Palabras del Papa a los jóvenes:
Sería triste que un joven guarde su juventud en una caja fuerte: así esta juventud se hace vieja, en el peor sentido de la palabra; se convierte en un trapo; no sirve para nada. La juventud es para arriesgarla: arriesgarla bien, arriesgarla con esperanza. Es para apostarla por cosas grandes. La juventud es para darla, para que otros conozcan al Señor. No guardéis para vosotros vuestra juventud: ¡adelante!
Palabras del Papa a las familias:
Las familias son la Iglesia doméstica, en donde Jesús crece, crece en el amor de los cónyuges, crece en la vida de los hijos. Y por eso el enemigo ataca tanto a la familia: el demonio no la quiere. E intenta destruirla, busca que no haya amor allí. Las familias son esta Iglesia doméstica. Los esposos son pecadores, como todos, pero desean ir adelante en la fe, en su fecundidad, en los hijos y en la fe de los hijos. Que el Señor bendiga la familia, la fortalezca en esta crisis con la que el diablo quiere destruirla.
Palabras del Papa a los discapacitados:
Los hermanos y hermanas que sufren, que tienen una enfermedad, que están discapacitados, son hermanos y hermanas unidos por el sufrimiento de Jesucristo, imitan a Jesús en el difícil momento de su cruz, de su vida. Esta unción del sufrimiento la llevan adelante por toda la Iglesia. Muchas gracias, hermanos y hermanas; muchas gracias por vuestro aceptar y estar unidos en el sufrimiento. Muchas gracias por la esperanza que testimoniáis, esa esperanza que nos lleva adelante buscando la caricia de Jesús.
Palabras sobre los ancianos
Decía a Salvador que tal vez falta alguno, tal vez los más importantes: faltan los abuelos. Faltan los ancianos, y ellos son la seguridad de nuestra fe, los «viejos». Mirad, cuando María y José llevaron a Jesús al Templo, había dos; y cuatro veces, si no cinco –no me acuerdo bien- el Evangelio dice que «fueron llevados por el Espíritu Santo». De María y José en cambio dicen que fueron llevados por la Ley. Los jóvenes deben cumplir la Ley, los ancianos –como el buen vino– tienen la libertad del Espíritu Santo. Y así este Simeón, que era valiente, inventó una «liturgia», y alababa a Dios, alababa… y era el Espíritu el que lo empujaba a hacer esto. ¡Los ancianos! Son nuestra sabiduría, son la sabiduría de la Iglesia; los ancianos que tantas veces nosotros descartamos, los abuelos, los ancianos… Y aquella abuelita, Ana, hizo algo extraordinario en la Iglesia: ¡canonizó las murmuraciones! ¿Y cómo lo hizo? Así: porque en vez de murmurar contra alguien, iba de una parte a otra diciendo [de Jesús]: «Es este, es este el que nos salvará». Y esta es una cosa buena. Las abuelas y los abuelos son nuestra fuerza y nuestra sabiduría. Que el Señor nos dé siempre ancianos sabios. Ancianos que nos den la memoria de nuestro pueblo, la memoria de la Iglesia. Y nos den también lo que de ellos nos dice la Carta a los Hebreos: el sentido de la alegría. Dice que los ancianos, estos, saludaban las promesas de lejos: que nos enseñen esto
Oración del Papa:
Señor, mira a tu pueblo que aguarda el Espíritu Santo. Mira a los jóvenes, mira a las familias, mira a los niños, mira a los enfermos, mira a los sacerdotes, los consagrados, las consagradas, mira a nosotros, obispos, mira a todos. y concédenos aquella santa borrachera, la del Espíritu, la que nos hace hablar todas las lenguas, las lenguas de la caridad, siempre cercanos a los hermanos y a las hermanas que tienen necesidad de nosotros. Enséñanos a no luchar entre nosotros para tener un trozo más de poder; enséñanos a ser humildes, enséñanos a amar más a la Iglesia que a nuestro partido, que nuestras «peleas» internas; enséñanos a tener el corazón abierto para recibir el Espíritu. Envía, oh Señor, tu Espíritu sobre nosotros. Amén.
Queridos hermanos y hermanas
Os agradezco mucho vuestra acogida. Seguro que alguien le ha dicho a los organizadores que me gusta mucho este canto, «Vive Jesús, el Señor…» Cuando celebraba en la catedral de Buenos Aires la Santa Misa con la Renovación carismática, después de la consagración y de algunos segundos de adoración en lenguas, cantábamos este canto con mucha alegría y fuerza, como vosotros lo habéis hecho hoy. Gracias. Me he sentido como en casa
Doy gracias a la Renovación carismática, la ICCRS y a la Catholic Fraternity por este encuentro con vosotros, que me alegra tanto. agradezco también la presencia de los primeros que tuvieron una fuerte experiencia de la potencia del Espíritu Santo; creo que está aquí Patty… Vosotros, Renovación carismática, habéis recibido un gran don del Señor. Habéis nacido de una voluntad del Espíritu Santo como «una corriente de gracia en la Iglesia y para la Iglesia». Ésta es vuestra definición: una corriente de gracia.
¿Cuál es el primer don del Espíritu Santo? El don de sí mismo, que es amor y hace que te enamores de Jesús. Y este amor cambia la vida. Por esto se dice «nacer de nuevo a la vida en el Espíritu». Lo había dicho Jesús a Nicodemo. Habéis recibido el gran don de la diversidad de los carismas, la diversidad que lleva a la armonía del Espíritu Santo, al servicio de la Iglesia.
Cuando pienso en vosotros, carismáticos, me viene a la mente la misma imagen de la Iglesia, pero de una manera particular: pienso a una gran orquesta, en que cada instrumento es distinto y también las voces son distintas, pero todos son necesarios para la armonía de la música. San Pablo nos lo dice, en el capítulo XII de la primera Carta a los Corintios. Así, como en una orquestra, que nadie en la Renovación piense que es más importante o más grande que otro, por favor. Porque cuando alguno de vosotros se cree más importante que otro o más grande, comienza la peste. Nadie puede decir: «Yo soy la cabeza». Vosotros, como toda la Iglesia, tenéis una sola cabeza, un solo Señor: el Señor Jesús. Repetid conmigo: ¿Quién es la cabeza de la Renovación? El Señor Jesús. ¿Quién es la cabeza de la Renovación? [la multitud:] El Señor Jesús. Y decimos esto con la fuerza que nos da el Espíritu Santo, porque nadie puede decir «Jesús es el Señor» sin el Espíritu Santo.
Como tal vez sabéis –porque las noticias corren– en los primeros años de la Renovación carismática en Buenos Aires, yo no quería mucho a estos carismáticos. Yo les decía: «Parecen una escuela de samba». No compartía su modo de rezar y tantas cosas nuevas que sucedían en la Iglesia. Después, comencé a conocerlos y al final entendí el bien que la Renovación carismática hace a la Iglesia. Y esta historia, que va de la «escuela de samba» hacia adelante, termina de un modo particular: pocos meses antes de participar en el Cónclave, fui nombrado por la Conferencia Episcopal asistente espiritual de la Renovación carismática en Argentina.
La Renovación carismática es una gran fuerza al servicio del anuncio del Evangelio, en la alegría del Espíritu Santo. Habéis recibido el Espíritu Santo que os ha hecho descubrir el amor de Dios por todos sus hijos y el amor a la Palabra. En los primeros tiempos se decía que vosotros, carismáticos, llevabais siempre con vosotros una Biblia, el Nuevo Testamento… ¿Lo seguís haciendo todavía? [la multitud:] Sí. No estoy seguro de ello. Si no, volved a este primer amor, llevad siempre en el bolsillo, en la bolsa, la Palabra de Dios. Y leed un trozo. Siempre con la Palabra de Dios.
Vosotros, pueblo de Dios, pueblo de la Renovación carismática, vigilad para no perder la libertad que el Espíritu Santo os ha dado. El peligro para la Renovación, como dice con frecuencia nuestro querido Padre Raniero Cantalamessa, es el de la excesiva organización: el peligro de la excesiva organización.
Sí, tenéis necesidad de organización, pero no perdáis la gracia de dejar que Dios sea Dios. «Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos!» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 280).
Otro peligro es el de convertirse en «controladores» de la gracia de Dios. Muchas veces, los responsables (a mí me gusta más el nombre «servidores») de algún grupo o comunidad se convierten, tal vez sin querer, en administradores de la gracia, decidiendo quién puede recibir la oración de efusión o el bautismo en el Espíritu y quién no. Si algunos hacen así, os ruego de no hacerlo más, no hacerlo más. Vosotros sois dispensadores de la gracia de Dios, non controladores. No seáis una aduana para el Espíritu Santo.
En los documentos de Malinas, tenéis una guía, una ruta segura para no equivocaros de camino. El primer documento es: Orientación teológica y pastoral. El segundo es: Renovación carismática y ecumenismo, escrito por el mismo Cardenal Suenens, gran protagonista del Concilio Vaticano II. El tercero es: Renovación carismática y servicio al hombre, escrito por el Card. Suenes y por el Obispo Hélder Camara
Ésta es vuestra ruta: evangelización, ecumenismo espiritual, atención a los pobres y necesitados y acogida de los marginados. Y todo esto basado en la adoración. El fundamento de la renovación es adorar a Dios.
Me han pedido que diga a la Renovación qué espera el Papa de vosotros.
La primera cosa es la conversión al amor de Jesús que cambia la vida y hace del cristiano un testigo del Amor de Dios. La Iglesia espera este testimonio de vida cristiana y el Espíritu Santo nos ayuda a vivir la coherencia del Evangelio para nuestra santidad.
Espero de vosotros que compartáis con todos, en la Iglesia, la gracia del Bautismo en el Espíritu Santo (expresión que se lee en los Hechos de los Apóstoles).
Espero de vosotros una evangelización con la Palabra de Dios que anuncia que Jesús está vivo y ama a todos los hombres.
Que deis un testimonio de ecumenismo espiritual con todos aquellos hermanos y hermanas de otras Iglesias y comunidades cristianas que creen en Jesús como Señor y Salvador.
Que permanezcáis unidos en el amor a todos los hombres que el Señor Jesús nos pide, y en la oración al Espíritu Santo para llegar a esta unidad, necesaria para la evangelización en el nombre de Jesús. Recordad que «La Renovación carismática es ecuménica por su misma naturaleza … La Renovación católica se alegra de lo que el Espíritu Santo realiza en el seno de otras Iglesias» (1Malinas 5,3).
Acercaos a los pobres, a los necesitados, para tocar en su carne la carne herida de Jesús. Acercaos, por favor.
Buscad la unidad en la Renovación, porque la unidad viene del Espíritu Santo y nace de la unidad de la Trinidad. La división, ¿de quién viene? Del demonio. La división viene del demonio. Huid de las luchas internas, por favor. Que no se den entre vosotros.
Quiero agradecer al ICCRS y a la Catholic Fraternity, los dos organismos de Derecho Pontificio del Pontificio Consejo para los Laicos al servicio de la Renovación mundial, comprometidos en la preparación del encuentro mundial para sacerdotes y obispos que tendrá lugar en junio del próximo año. Sé que han decidido compartir incluso la oficina y trabajar juntos como signo de unidad y para gestionar mejor sus recursos. Me alegro mucho. Quiero agradecerles también porque están ya organizando el gran jubileo del 2017.
Hermanos y hermanas, recordad: Adorad a Dios el Señor: éste es el fundamento. Adorar a Dios. Buscad la santidad en la nueva vida del Espíritu Santo. Sed dispensadores de la gracia de Dios. Evitad el peligro de la excesiva organización.
Salid a las calles a evangelizar, anunciando el Evangelio. Recordad que la Iglesia nació «en salida», aquella mañana de Pentecostés. Acercaos a los pobres y tocad en su carne la carne herida de Jesús. Dejaos guiar por el Espíritu Santo, con esa libertad; y, por favor, no enjaular al Espíritu Santo. ¡Con libertad!
Buscad la unidad de la Renovación, unidad que viene de la Trinidad.
Y os espero a todos, carismáticos del mundo, para celebrar, junto al Papa, vuestro gran Jubileo en Pentecostés del 2017 en la plaza de San Pedro. Gracias.
25 de Mayo de 2014 El Papa Francisco llega a Israel.
El helicóptero en el que viajaba el Santo Padre procedente de Belén ha aterrizado a las 16.30 hora local, en el aeropuerto internacional Ben Gourion de Tel Aviv.
El Papa ha sido recibido por el presidente de la República de Israel, Shimon Peres y por el primer ministro Benjamin Netanyahu. Estaban también presentes otras autoridades políticas, civiles y religiosas. Así como los Ordinarios de Tierra Santa y una representación de jóvenes.
Tras los honores militares, escuchar los himnos nacionales y las palabras del presidente de la República y el primer ministro, el Papa ha pronunciado su discurso.
Francisco ha manifestado su "deseo que esta Tierra bendita sea un lugar en el que no haya espacio alguno para quien, instrumentalizando y exasperando el valor de su pertenencia religiosa, se vuelve intolerante o violento con la ajena". También ha dedicado unas palabras a quienes han perdido la vida en el atentado que tuvo lugar ayer en Bruselas y manifestando su rechazo por este crimen de odio antisemita. El Papa ha pedido a Dios por las víctimas y la sanación de los heridos. El acto violento acabó con la vida de cuatro personas en el Museo Judío de Bruselas. Una persona irrumpió en el museo a primera hora del sábado 24 por la tarde y abrió fuego contra varias personas.
Asimismo, durante el discurso el Pontífice ha aprovechado esta ocasión, para invitar al presidente Shimon Peres -tal y como ha hecho por la mañana con el presidente palestino, Mahmoud Abbas- a un encuentro de oración por la paz en el Vaticano.
El Papa ha recordado que este viaje conmemora los 50 años del histórico viaje del Papa Pablo VI. "Desde entonces han cambiado muchas cosas entre la Santa Sede y el Estado de Israel: las relaciones diplomáticas, que desde hace 20 años se han establecido entre nosotros, han favorecido cada vez más intercambios buenos y cordiales, como atestiguan los dos Acuerdos ya firmados y ratificados y el que se está fraguando en estos momentos", ha observado el Papa.
Francisco ha observado que Jerusalén significa “ciudad de la paz”. "Así la quiere Dios y así desean que sea todos los hombres de buena voluntad", ha indicado. Pero -ha matizado- desgraciadamente esta ciudad padece todavía las consecuencias de largos conflictos. De este modo, Francisco ha exhortado a que se redoblen los esfuerzos y las energías para alcanzar una resolución justa y duradera de los conflictos que han causado tantos sufrimientos. Y ha suplicado "a cuantos están investidos de responsabilidad que no dejen nada por intentar en la búsqueda de soluciones justas a las complejas dificultades, de modo que israelíes y palestinos puedan vivir en paz".
El Santo Padre ha renovado el llamamiento que Benedicto XVI hizo en este lugar, "que sea universalmente reconocido que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad dentro de unas fronteras internacionalmente reconocidas. Que se reconozca igualmente que el pueblo palestino tiene derecho a una patria soberana, a vivir con dignidad y a desplazarse libremente. Que la “solución de los dos Estados” se convierta en una realidad y no se quede en un sueño".
Por otro lado, el Obispo de Roma ha explicado que un moment especialmente intenso de su estancia en Israel "será la visita al Memorial de YadVashem, en recuerdo de los seis millones de judíos víctimas de la Shoah, tragedia que se ha convertido en símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad fundamental de la persona, que merece respeto absoluto independientemente del pueblo al que pertenezca o la religión que profese". Por esta razón, ha pedido a Dios "que no suceda nunca más un crimen semejante, entre cuyas víctimas se cuentan también muchos cristianos y otras personas".
Y así ha pedido la promoción de "una educación en la que la exclusión y la confrontación dejen paso a la inclusión y el encuentro, donde no haya lugar para el antisemitismo, en cualquiera de sus formas, ni para manifestaciones de hostilidad, discriminación o intolerancia hacia las personas o los pueblos".
Al finalizar, el Papa ha indicado que por la brevedad del viaje se limitan inevitablemente los encuentros, por esta razón a querido saludar "a todos los ciudadanos israelíes y manifestarles mi cercanía, especialmente a los que viven en Nazaret y en Galilea, donde están presentes también muchas comunidades cristianas". Así como se ha dirigido a los obispos y fieles laicos cristianos, "los animo a proseguir con confianza y esperanza su sereno testimonio a favor de la reconciliación y del perdón, siguiendo la enseñanza y el ejemplo del Señor Jesús, que dio la vida por la paz entre los hombres y Dios, entre hermano y hermano. Sean fermento de reconciliación, portadores de esperanza, testigos de caridad. Sepan que están siempre en mis oraciones".
24 de mayo de 2014. Discurso del Papa Francisco
a Amman Visita a Tierra Santa.
Sus Majestades, Sus Excelencias, Queridos Hermanos en el Episcopado, Queridos Amigos,
Doy gracias a Dios por haber podido visitar el Reino Hachemita de Jordania, tras las huellas de mis predecesores Pablo VI , Juan Pablo II y Benedicto XVI , y agradezco a Su Majestad el Rey Abdullah II por sus amables palabras de bienvenida, en la memoria viva de la reciente reunión, en el Vaticano . Extiendo mi saludo a los miembros de la Familia Real, el Gobierno y el pueblo de Jordania, una tierra rica en historia y gran significado religioso para el judaísmo, el cristianismo y el Islam.
Este país paga una generosa acogida a un gran número de refugiados palestinos procedentes de Irak y otras zonas en crisis, sobre todo de la vecina Siria, convulsionado por un conflicto que ha durado demasiado tiempo. Esto merece la bienvenida, Su Majestad, la estima y el apoyo de la comunidad internacional. La Iglesia católica, según sus medios, que quiere participar en la asistencia a los refugiados y las personas necesitadas, sobre todo a través de Caritas Jordania.
Mientras observo con tristeza la persistencia de las tensiones en el Medio Oriente, agradezco a las autoridades del Reino por lo que hacen y le animamos a seguir participando en la búsqueda de la paz duradera deseada en toda la región; para este fin, es necesario y urgente que nunca para una solución pacífica a la crisis siria, así como una solución justa al conflicto israelí-palestino.
Aprovecho esta oportunidad para reiterar mi profundo respeto y mi respeto por la comunidad musulmana, y expreso reconocimiento por el liderazgo mostrado por Su Majestad el Rey en promover una comprensión más adecuada de las virtudes proclamadas por el Islam y la coexistencia pacífica entre los seguidores de las diferentes religiones. Ella es conocida como un hombre de paz, pacificador y: ¡gracias! Expreso mi agradecimiento a Jordania por haber alentado una serie de iniciativas importantes en favor del diálogo interreligioso para la promoción de la comprensión entre los Judíos, cristianos y musulmanes, entre ellos uno de los " Mensaje interreligioso de Ammán ", y por haber promovido dentro de la celebración anual de la ONU de la " Semana de la armonía entre las religiones. "
Ahora me gustaría saludar con afecto a las comunidades cristianas aceptados por este Reino, la comunidad presente en el país desde la época apostólica: ofrecen su contribución al bien común de la sociedad en la que se incorporen plenamente. Aunque minoritaria numéricamente hoy, tienen la oportunidad de jugar una acción calificada y valorada en el ámbito de la educación y la salud, a través de escuelas y hospitales, y pueden profesar su fe con la paz, el respeto a la libertad religiosa, que es un derecho humano fundamental y que Espero sinceramente que se llevó a cabo en alta estima en todo el Oriente Medio y en el mundo entero. Es "implica tanto la libertad individual y colectiva para seguir su conciencia en materia de religión, y la libertad de culto ... la libertad de elegir la religión que se cree que es verdad y demostrar públicamente su fe" (Benedicto XVI, Apostólica. Ap . Ecclesia en Oriente Medio , 26). Los cristianos se sienten y son ciudadanos de pleno derecho y tienen la intención de contribuir a la construcción de la empresa junto con sus compatriotas musulmanes, ofreciendo su contribución específica.
Por último, dirijo un saludo especial a la paz y la prosperidad del Reino de Jordania y de su pueblo, con la esperanza de que esta visita contribuirá a incrementar y fomentar buenas relaciones de amistad entre cristianos y musulmanes. Y el Señor Dios nos defienda de todo temor del cambio a la que Su Majestad se ha referido.
Gracias por su cálida hospitalidad y la cortesía de usted. Dios Todopoderoso y Misericordioso conceda Su Majestades felicidad y larga vida llena de Jordania y sus bendiciones. Salam!
19 de Mayo de 2014. Discurso del santo padre Francisco,
a los obispos de la conferencia episcopal de México,
en visita "ad limina apostolorum" Sala Clementina
Queridos hermanos en el episcopado:
Reciban mi más cordial bienvenida con motivo de la visita ad limina Apostolorum. Agradezco las amables palabras que el Cardenal José Francisco Robles, Arzobispo de Guadalajara y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, me ha dirigido en nombre de todos, como testimonio de la comunión que nos une en el auténtico anuncio del Evangelio.
En estos últimos años, la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y del Centenario de la Revolución Mexicana ha constituido una ocasión propicia para unir esfuerzos en favor de la paz social y de una convivencia justa, libre y democrática. A esto mismo los animó mi predecesor Benedicto XVI invitándolos a “no dejarse amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valientes y trabajar para que la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro” (Despedida en el Aeropuerto de Guanajuato, 26 marzo 2012).
Como en muchos otros países latinoamericanos, la historia de México no puede entenderse sin los valores cristianos que sustentan el espíritu de su pueblo. No es ajena a esto Santa María de Guadalupe, Patrona de toda América, que en más de una oportunidad, con ternura de Madre, ha contribuido a la reconciliación y a la liberación integral del pueblo mexicano, no con la espada y a la fuerza, sino con el amor y la fe. Ya desde el principio, la “Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive” pidió a San Juan Diego que le construyera “una Casita” en la que pudiera acoger maternalmente tanto a los que “están cerca” como a los que “están lejos” (Nican Mopohua, n. 26).
En la actualidad, las múltiples violencias que afligen a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, constituyen un renovado llamamiento a promover este espíritu de concordia a través de la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz. A los Pastores no compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral; sin embargo, no pueden dejar de anunciar a todos la Buena Noticia: que Dios, en su misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre (cf. 2 Co 8, 9), y ha querido sufrir con quienes sufren, para salvarnos. La fidelidad a Jesucristo no puede vivirse sino como solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo desde dentro los valores del Evangelio.
Conozco vuestros desvelos por los más necesitados, por quienes carecen de recursos, los desempleados, los que trabajan en condiciones infrahumanas, los que no tienen acceso a los servicios sociales, los migrantes en busca de mejores condiciones de vida, los campesinos… Sé de vuestra preocupación por las víctimas del narcotráfico y por los grupos sociales más vulnerables, y del compromiso por la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral de la persona. Todo esto, que es expresión de la “íntima conexión” que existe entre el anuncio del Evangelio y la búsqueda del bien de los demás (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 178), coopera, sin duda, a dar credibilidad a la Iglesia y relevancia a la voz de sus Pastores
No tengan reparo en destacar el inestimable aporte de la fe a “la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común” (Carta enc. Lumen fidei, 54). En este contexto, la tarea de los fieles laicos es insustituible. Su apreciada colaboración intraeclesial no debería implicar merma alguna en el cumplimiento de su vocación específica: transformar el mundo según Cristo. La misión de la Iglesia no puede prescindir de laicos, que, sacando fuerzas de la Palabra de Dios, de los sacramentos y de la oración, vivan la fe en el corazón de la familia, de la escuela, de la empresa, del movimiento popular, del sindicato, del partido y aun del gobierno, dando testimonio de la alegría del Evangelio. Los invito a que promuevan su responsabilidad secular y les ofrezcan una adecuada capacitación para hacer visible la dimensión pública de la fe. Para eso, la Doctrina social de la Iglesia es un valioso instrumento que puede ayudar a los cristianos en su diario afán por edificar un mundo más justo y solidario.
De esta forma también se superarán las dificultades que surgen en la transmisión generacional de la fe cristiana. Los jóvenes verán con sus propios ojos testigos vivos de la fe, que encarnan realmente en su vida lo que profesan sus labios (cf. Carta enc. Lumen fidei, 38). Y, además, se irán generando espontáneamente nuevos procesos de evangelización de la cultura, que, a la vez que contribuyen a regenerar la vida social, hacen que la fe sea más resistente a los embates del secularismo (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 68, 122).
En este sentido, el potencial de la piedad popular, que es “el modo en que la fe recibida se encarnó en la cultura y se sigue transmitiendo” (íbid., 123), constituye “un imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más profunda” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, n. 64).
La familia, célula básica de la sociedad y “primer centro de evangelización” (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla, n. 617), es un medio privilegiado para que el tesoro de la fe pase de padres a hijos. Los momentos de diálogo frecuentes en el seno de las familias y la oración en común permiten a los niños experimentar la fe como parte integrante de la vida diaria. Los animo, pues, a intensificar la pastoral de la familia –seguramente, el valor más querido en nuestros pueblos– para que, frente a la cultura deshumanizadora de la muerte, se convierta en promotora de la cultura del respeto a la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su ocaso natural.
En la hora presente, en la que las mediaciones de la fe son cada vez más escasas, la pastoral de la iniciación cristiana adquiere un relieve especial para facilitar la experiencia de Dios. Para ello es necesario que cuenten con catequistas apasionados por Cristo, que, habiéndose encontrado personalmente con Él, sean capaces de cultivar una fe sincera, libre y gozosa en los niños y en los jóvenes.
No quiero dejar de destacar la importancia que tiene la parroquia para vivir la fe con coherencia y sin complejos en la sociedad actual. Ella es “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici, 438), el ámbito eclesial que asegura el anuncio del Evangelio, la caridad generosa y la celebración litúrgica. En esta tarea, los sacerdotes son sus primeros y más preciosos colaboradores para llevar a Dios a los hombres y los hombres a Dios. Además de promover espacios de formación y capacitación permanente, no olviden el encuentro personal con cada uno de ellos, para interesarse por su situación, alentar sus trabajos pastorales y proponerles una y otra vez como modelo, de palabra y con el ejemplo, a Jesucristo Sacerdote, que nos invita a despojarnos de los oropeles de la mundanidad, del dinero y del poder.
No se cansen de sostener y acompañar en su camino a los consagrados y consagradas. Ellos, con la riqueza de su espiritualidad específica y desde la común tensión a la perfecta caridad, pertenecen “indiscutiblemente a la vida y santidad” de la Iglesia (Lumen Gentium, 44). Por tanto, su integración en la pastoral diocesana es también incuestionable, como ‘centinelas’ que mantienen vivo en el mundo el deseo de Dios y lo despiertan en el corazón de tantas personas con sed de infinito.
Finalmente, pienso con esperanza en los jóvenes que sienten el llamado de Cristo. Cuiden especialmente la promoción, selección y formación de las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada. Son expresión de la fecundidad de la Iglesia y de su capacidad de generar discípulos y misioneros que siembren en el mundo entero la buena simiente del Reino de Dios.
Queridos hermanos, me alegra ver que, en sus planes pastorales, han asumido las indicaciones de Aparecida, de la que en estos días se cumple el 7º aniversario, destacando la importancia de la Misión continental permanente, que pone toda la pastoral de la Iglesia en clave misionera y nos pide a cada uno de nosotros crecer en parresía. Así podremos dar testimonio de Cristo con la vida también entre los más alejados, y salir de nosotros mismos a trabajar con entusiasmo en la labor que nos ha sido confiada, manteniendo a la vez los brazos levantados en oración, ya que la fuerza del Evangelio no es algo meramente humano, sino prolongación de la iniciativa del Padre que ha enviado a su Hijo para la salvación del mundo.
Antes de despedirme, les ruego que lleven mi saludo al pueblo mexicano. Pidan a sus fieles que recen por mí, pues lo necesito. Y también les pido que le lleven un saludo mío, saludo de hijo, a la Madre de Guadalupe. Que Ella, Estrella de la nueva evangelización, los cuide y los guíe a todos hacia su divino Hijo. Con el deseo de que la alegría de Cristo Resucitado ilumine sus corazones, les imparto la Bendición Apostólica.
15 de Mayo de 2014. El Santo Padre habla del comercio
de armas y de la inmigración forzosa
durante su discurso en la presentación de Cartas Credenciales de nuevos embajadores. La paz. Esta palabra resume todos los bienes a los que aspiran cada persona y todas las sociedades humanas. El Papa Francisco, mirando a los desafíos que en este nuestro tiempo es urgente afrontar para construir un mundo más pacífico, ha subrayado dos aspectos: el comercio de armas y las migraciones forzadas. Así lo ha explicado durante el encuentro de presentación de las Cartas Credenciales de los embajadores de Suiza, Liberia, Etiopía, Sudán, Jamaica, Sudáfrica e India. Además, Francisco les ha asegurado su oración por ellos y por sus respectivos países.
"También el compromiso con quien buscamos promover las relaciones diplomáticas no tiene, en último análisis, otro objetivo que este: hacer crecer en la familia humana la paz en el desarrollo y en la justicia", ha observado. Asimismo, el Pontífice ha expresado que "se trata de una meta nunca alcanzada plenamente, que pide ser buscada nuevamente por parte de cada generación, afrontando los desafíos que trae cada época".
De este modo, el Papa ha observado que todos hablan de paz, todos declaran quererla, "pero lamentablemente el proliferar de armamento de todo tipo conduce un sentido contrario". El comercio de armas -ha afirmado- tiene el efecto de complicar y alejar la solución de los conflictos, tanto más en cuanto que se desarrolla e implementa en gran parte fuera de la ley.
De este modo, ha indicado que "podemos unir nuestras voces en el desear que la comunidad internacional dé lugar a una nueva estación de compromiso concertado y valiente contra el crecimiento de los armamentos y por su reducción".
El otro desafío sobre el que ha reflexionado el Papa ha sido la migración forzosa. "Se trata de un fenómeno muy complejo, y es necesario reconocer que se están realizando esfuerzos notables por parte de las organizaciones internacionales, de los estados, de las fuerzas sociales, como también de las comunidades religiosas y del voluntariado, para buscar responder de forma civil y organizada a los aspectos más críticos, a las emergencias, a las situaciones de mayor necesidad", ha mencionado el Papa. Pero, ha añadido, "no se puede limitar a asistir las emergencias". Francisco ha afirmado que "ha llegado el momento de afrontarlo con una mirada política seria y responsable, que implique a todos los niveles: global, continental, de macro-regiones, de relaciones entre naciones, hasta el nivel nacional y local".
Al respecto, el Obispo de Roma ha reconocido que en este campo podemos observar experiencias opuestas entre ellas. Por un lado "historias estupendas de humanidad, de encuentro, de acogida; personas y familias que han conseguido salir de realidades deshumanas y han encontrado la dignidad, la libertad, la seguridad". Y por otro lado -ha añadido- "lamentablemente, hay historias que nos hacen llorar y avergonzarnos: seres humanos, nuestros hermanos y hermanas, hijos de Dios que, empujados por la voluntad de vivir y trabajar en paz, afrontan viajes extenuantes y sufren chantajes, torturas, acosos de todo tipo, para terminar a veces muriendo en el desierto o en el fondo del mar".
Para finalizar su discurso, el Santo Padre ha especificado que el fenómeno de las migraciones forzosas está estrechamente unido a los conflictos y a las guerras, y por tanto, "también al problema de la proliferación de las armas". Francisco ha indicado que "sería una absurda contradicción hablar de paz, negociar la paz y, al mismo tiempo, promover o permitir el comercio de armas. Asimismo, ha concluido, "podríamos también pensar que sería una actitud de un cierto sentido cínico proclamar los derechos humanos y, contemporáneamente, ignorar y no hacerse cargo de hombres y mujeres que, obligados a dejar su tierra, mueren en el intento y no son acogidos por la solidaridad internacional". Fuente: Zenit.
2 de Mayo de 2014. El Papa al Consejo de Economía:
un recorrido complejo que requiere coraje y determinación
En audiencia les recuerda que tienen la tarea de vigilar la gestión económica, las estructuras y actividades financieras de la Santa Sede. (Zenit.org) H. Sergio Mora
El Papa Francisco recibió esta mañana en audiencia al Consejo de Economía, en la sala Clementina del Palacio Apostólico. El Consejo de Economía (CE) asesora y da las líneas a la Secretaría de Economía, que las ejecuta. El Santo Padre les recordó que en este trabajo de transparencia en el que se ha empeñado la Santa Sede “el recorrido no será simple y requiere un coraje y determinación”.
El Pontífice explicó que el CE “tiene un rol significativo en este proceso de reforma”, porque “tiene la tarea de vigilar la gestión económica, y vigilar sobre las estructuras y actividades financieras de estas administraciones”. Y que desarrolla su actividad en estrecha relación con la Secretaría de Economía.
“Agradezco al cardenal Pell por su esfuerzo y su trabajo”, dijo el Papa, e indicó que “el Consejo representa a la Iglesia universal: ocho cardenales de diversas Iglesias particulares, siete laicos que representan a varias partes del mundo y que contribuyen con su experiencia a bien de la Iglesia en su particular misión, los laicos son miembros con pleno título en el nuevo Consejo”.
“El trabajo del Consejo -quiso precisar el Santo Padre- es de gran peso y de gran importancia porque ofrecerá una contribución fundamental al servicio desarrollado por la Curia Romana y las varias administraciones de la Santa Sede”.
“Les deseo un buen trabajo -concluyó el Santo Padre- y les agradezco mucho por la labor que hacen y harán. Y recen por mí que lo necesito”. Con el motu proprio Fidelis dispensator et prudens, del 24 de febrero de 2014, el papa Francisco creó el Consejo de Economía cuyo coordinador es el cardenal Reinhard Marx. El CE tiene la tarea de proporcionar orientación sobre la gestión económica, de supervisar las estructuras, las actividades administrativas y financieras de los dicasterios de la Curia Romana, de las instituciones relacionadas con la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano. Se compone de quince miembros, ocho de los cuales son elegidos entre los cardenales y obispos para reflejar la universalidad de la Iglesia, y siete laicos expertos de varias nacionalidades con competencia financiera y profesionalidad reconocidas.
La Secretaría de Economía, en cambio está presidida por el cardenal George Pell y ejecuta las indicaciones del CE, responde directamente al Santo Padre y lleva a cabo el control económico y la supervisión económica de los entes de la Santa Sede.
14 Abril 2014. El Papa Francisco ha recibido esta mañana,
a las 12 horas, a la comunidad del Pontificio Colegio Leoniano
de Anagni en la Sala Clementina del Palacio Apostólico. En su discurso, el Santo Padre ha advertido a los seminaristas de que no se están preparando para hacer "un trabajo", para convertirse en "funcionarios de una empresa" o de un "organismo burocrático". "Tenemos tantos, tantos curas a mitad de camino. Es un dolor que no hayan logrado llegar a la plenitud, tienen algo de funcionarios, algo de burocrático, y esto no hace bien a la Iglesia", ha lamentado. "Estad atentos, no os convirtáis en esto", ha señalado el Pontífice, al tiempo que ha recordado de que en la escuela ministerial de Cristo "no hay lugar para la mediocridad"
Así, el Papa ha indicado que se están preparando para ser "pastores a imagen y semejanza de Jesús" y ha asegurado que se trata de "algo demasiado grande" para los hombres que son "demasiado pequeños", pero que cuentan con la fuerza del Espíritu Santo. Francisco ha afirmado también que para ser pastores a imagen y semejanza de Jesús tienen que "meditar todos los días el Evangelio" para así trasmitirlo con su vida y predicación, "experimentar la misericordia de Dios" en el sacramento del perdón, "nutrirse con la fe del amor a la Eucaristía" y "ser hombres de oración"
Además, el Pontífice ha destacado que en el seminario se propone a los candidatos a sacerdote "una experiencia" que transforma "los proyectos vocacionales en fecunda realidad apostólica" y tiene como objetivo "preparar a los futuros ministros ordenados en un clima de oración, estudio y fraternidad". ''Si no estáis dispuestos a seguir este camino, con este comportamiento y estas experiencias, es mejor que seáis valientes y busquéis otro camino. Hay muchas maneras de dar testimonio en la Iglesia'', ha apuntado el Santo Padre.
"Cuidado con los malos pastores, porque digamos la verdad, el seminario no es un refugio para tantas limitaciones que podamos tener, carencias psicológicas, o porque no tengo valor para ir adelante en la vida y allí busco un lugar que me defienda", ha explicado el Papa. "No es eso, si el seminario fuera eso se convertiría en una hipoteca para la Iglesia", ha añadido, exhortando a los seminaristas a "reflexionar seriamente sobre su futuro".
Por último, Francisco ha elogiado a los seminaristas que habían llegado a pie a Roma, los ha llamado "valientes", y les ha explicado que la peregrinación es "un símbolo del camino de formación para recorrer con entusiasmo y perseverancia en amor a Cristo y en comunión fraterna".
El Pontificio Colegio Leoniano de Anagni es un seminario regional, fundado por León XIII en 1897, que atiende a las vocaciones de algunas diócesis del Lacio. La localidad de Anagni es famosa por el incidente denominado "La Bofetada", que se refiere al conflicto surgido entre el papa Bonifacio VIII y el rey Felipe IV de Francia en 1303.
11 de abril 2014 Discurso del santo Padre francisco,
Al movimiento italiano por la vida Sala Clementina.
Queridos hermanos y hermanas, cuando entré pensé que tenía la puerta equivocada, que se consignará en un jardín de la infancia ... Me disculpo!
Extiendo mi cordial bienvenida a cada uno de ustedes. Saludo al Carlo Casini honorable y le doy las gracias por sus palabras, pero sobre todo con gratitud por todo el trabajo que ha realizado durante muchos años en el Movimiento Pro-Vida.
Ojalá que cuando el Señor le llamará para tener hijos Aprigliano la puerta hasta allí! Saludo a los presidentes de los centros de ayuda del "Proyecto Gemma," La vida y los jefes de los distintos departamentos, en particular, que en los últimos 20 años ha hecho posible, a través de una forma particular de la solidaridad, que es el nacimiento de muchos niños que de otra manera no habrían visto la luz. Gracias por el testimonio de que la promoción y la defensa de la vida humana desde el momento de la concepción usted! Lo sabemos, la vida humana es sagrada e inviolable. Cada ley civil se basa en el reconocimiento de la primera y más fundamental derecho, el derecho a la vida, que no está sujeta a ninguna condición, ni cualitativa ni económico ni ideológico. "Así como el mandamiento" No matarás "plantea un límite claro para garantizar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir" no a una economía de la exclusión y la inequidad ". Esta economía mata ... Se considera al ser humano en sí mismo como una mercancía, que se puede usar y luego tirar. Empezamos la cultura de "residuos" que, efectivamente, se promueve "(ibid., n. Gaudium Evangelii , 53 ). Y por lo que se descarta incluso su vida.
Uno de los riesgos más graves que está expuesto a esta edad moderna, es el divorcio entre la economía y la moral, entre las posibilidades que ofrece un mercado equipado con todas las innovaciones tecnológicas, y las normas éticas elementales de la naturaleza humana, cada vez más descuidado. Por tanto, es necesario reiterar en la oposición más fuerte a cualquier ataque directo sobre la vida, sobre todo inocente e indefenso, y su hijo por nacer en el vientre es el inocente por excelencia. Recordemos las palabras del Concilio Vaticano II : "La vida ya concebida ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables "(Constitución Gaudium et Spes , 51). Recuerdo una vez, hace mucho tiempo, tuve una conferencia con los médicos. Después de la conferencia, me despedí de los médicos - esto ocurrió hace mucho tiempo. Saludó a los doctores con los que hablé con ellos, y uno me llamó a un lado. Tenía un paquete y me dijo: "Padre, te va a dejar esto a ella. Estas son las herramientas que he usado para hacer un aborto. Me encontré con el Señor, me he arrepentido, y ahora el lote para la vida ". Me dio todas estas herramientas. Oremos por este hombre bravo!
¿Quién es este siempre responsabilidad del testimonio cristiano en el Evangelio: para proteger la vida con valentía y amor en todas sus fases. Os animo a hacer más con el estilo de la cercanía, la proximidad, para que toda mujer se siente considerado como una persona, escuchado, aceptado, acompañadas.
Hablamos de los niños: hay tantos! Pero también me gustaría hablar de los abuelos, la otra parte de la vida! ¿Por qué también hay que tener cuidado de sus abuelos, ya que los niños y los abuelos son la esperanza de un pueblo. Los niños, los jóvenes, porque van a presentar, dar a luz a este pueblo; y los abuelos, porque tienen la sabiduría de la historia, son la memoria de un pueblo. Acariciar viviendo en una época donde los niños y los abuelos entran en esta cultura de material de desecho y están diseñados como excluibles. ¡No! Los niños y los abuelos son la esperanza de un pueblo!
Queridos hermanos y hermanas, el Señor puede sostener la acción a llevar a cabo como centros de apoyo de la vida y como movimiento de la vida, en particular el proyecto "One of Us". Os encomiendo a la intercesión de la Virgen Madre María y ustedes ya sus familias, sus hijos, sus abuelos bendigo y rezo por mí que lo necesito!
Cuando se trata de la vida una vez que la memoria es la madre. Volvamos a nuestra Madre porque nos guarde a todos. Ave Maria
Bendición
Una última cosa. Para mí, cuando los bebés lloran cuando los niños se quejan, cuando lloran, es una música hermosa. Pero algunos niños llorando de hambre. Por favor, darles de comer aquí a salvo!
3 Abril 2014. Discurso del santo Padre Francisco
conferencia episcopal en la Ruanda en tour ad limina
Queridos hermanos en el episcopado,
Les doy la bienvenida a Roma, con ocasión de su visita ad limina Apostolorum . Espero con todo mi corazón que la intercesión de San Pedro y St. Paul ya la luz de su testimonio, usted puede renovar en sus corazones la fe y el coraje de su misión pastoral exigente.
Agradezco al arzobispo Smaragde Mbonyintege, presidente de vuestra Conferencia episcopal, el mensaje cordial que me acaba de enviar. A través de vosotros, quiero expresar mi profundo afecto por los sacerdotes, religiosos, fieles de vuestras diócesis ya todos los habitantes de su país estaba.
Rwanda conmemorará en unos pocos días en el vigésimo aniversario del inicio de la terrible genocidio que causó tanto sufrimiento y las heridas que aún están lejos de cerrarse. Me uno con todo mi corazón de luto, y les aseguro mi oración por vosotros mismos, para sus comunidades a menudo desgarrado por todas las víctimas y sus familias, para todos los ruandeses, independientemente de su religión, opción étnica o política.
Veinte años después de estos trágicos acontecimientos, la reconciliación y la curación de heridas sin duda siguen siendo la prioridad de la Iglesia en Ruanda. Y os animo a perseverar en este compromiso, ya asumir por muchas iniciativas. El perdón de los pecados y la reconciliación genuina, que podría parecer imposible a la vista humana, después de tanto sufrimiento, sin embargo, una donación es posible recibir a Cristo, la vida de fe y oración, incluso si el camino es largo y requiere paciencia, el diálogo y el respeto mutuo. Por tanto, la Iglesia tiene su lugar en la reconstrucción de la sociedad ruandesa reconciliado; con toda la fuerza de su fe y de la esperanza cristiana, así que adelante con vigor, por lo que constantemente testimonio de la verdad.
Pero debemos recordar que es sólo por estar unidos en el amor que podemos hacer que la clave del Evangelio y convertir los corazones de Fondo: "Llegan a ser perfectamente uno, para que el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado "( Jn 17,23) Jesús nos dice. Por tanto, es importante que, más allá de los prejuicios y las divisiones étnicas, la Iglesia habla con una sola voz, la unidad manifiesta y sanó a su comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro.
En este contexto de la reconciliación nacional, también es necesario fortalecer las relaciones de confianza entre la Iglesia y el Estado. La celebración en junio seis, el quincuagésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Ruanda y la Santa Sede, puede ser una oportunidad para recordar a los frutos benéficos que todo el mundo puede esperar que tales relaciones para el beneficio del pueblo de Ruanda . El diálogo constructivo y genuino con las autoridades sólo puede fomentar el trabajo en común de la reconciliación y la reconstrucción de la sociedad sobre los valores de la dignidad humana, la justicia y la paz. Ser una "salida" de la Iglesia que puede tomar la iniciativa (cf. Gaudium Evangelii n.24) y generar confianza.
No tenga miedo de poner de relieve la valiosa contribución de la Iglesia al bien común. Sé que el trabajo, en particular en las áreas de educación y salud es considerable. Y doy la bienvenida, en este sentido, el trabajo perseverante de los institutos religiosos, que, con tantas personas de buena voluntad están dedicados a todas aquellas víctimas de la guerra en el alma o el cuerpo, especialmente de las viudas y los huérfanos, sino también para los ancianos, los enfermos y los niños. La vida religiosa a través de la ofrenda de adoración y oración, hace creíble el testimonio que la Iglesia hace a Cristo resucitado y de su amor para todas las personas, especialmente los más pobres.
La educación de los jóvenes es la clave para el futuro en un país donde la población se renueva rápidamente. "Esta juventud es un don de Dios y un tesoro que toda la Iglesia está agradecida al Señor de la vida. Tienes que amar a este joven, estimación y respeto "( Africae munus ,. n 60). Por lo tanto, es deber de la Iglesia para enseñar a los niños y jóvenes a los valores del Evangelio se encuentran sobre todo en la familiaridad con la Palabra de Dios, que será para ellos como una brújula que indica el camino. Ellos aprenden a ser miembros activos y generosos de la sociedad, porque es en ellos que su futuro está. Para ello, es necesario fortalecer la Universidad y las escuelas pastoral, pública y católica, siempre tratando de vincular la misión educativa y el anuncio explícito del Evangelio, que no debe ser separado (cf. Gaudium Evangelii , nn. 132134).
En la tarea de la evangelización y la reconstrucción de lograr los laicos tienen un papel crucial. Y aquí me gustaría primero agradecer a todos los catequistas por su generosa y perseverante compromiso. Los laicos están muy involucrado en la vida de las comunidades eclesiales de base , movimientos, escuelas, organizaciones de beneficencia, y en diversas áreas de la vida social. Particular atención debe prestarse a la formación y el apoyo, tanto en su vida espiritual en su formación humana e intelectual debe ser de alta calidad. De hecho, su compromiso con la sociedad será creíble en la medida en que son competentes y honestos.
Especial cuidado se debe dar a las familias que son la célula fundamental de la sociedad y de la Iglesia, ya que ahora están altamente amenazados por el proceso de secularización, y en su país, por lo que muchas familias fueron destrozadas y recompuesto. Ellos necesitan su cuidado, de su ubicación y su estímulo. Este es el primero dentro de las familias que los jóvenes pueden experimentar los auténticos valores cristianos de la integridad, la lealtad, la honestidad, el desinterés que puede conocer la verdadera felicidad como el corazón de Dios.
Por último, deseo expresar mi gratitud a los sacerdotes que dan generosamente en el ministerio. Su tarea es aún más pesado que todavía no son lo suficientemente numerosos. Insto a mejorar constantemente la formación humana, intelectual y espiritual de los seminaristas. Siempre tienen como formadores de los modelos de cumplimiento sacerdotal alegres. Tenga mucho cuidado de hacer que cerca de sus sacerdotes, de escuchar, de estar disponible. Su trabajo es difícil y que absolutamente necesita su apoyo y su estímulo personal. No pase por alto su educación extendida y le insto a ampliar las oportunidades de encuentro y contactos fraternos.
Queridos hermanos, os renuevo la expresión de mi apego a ti mismo, a vuestras comunidades diocesanas a todo el Rwanda, y os encomiendo a la protección materna de la Virgen María. La Madre de Jesús quiso manifestar en su país los niños, recordándoles la eficacia de ayuno y oración, especialmente el Rosario. Es mi ferviente esperanza que usted puede hacer que el Santuario de Kibeho irradia aún más el amor de María por sus hijos, especialmente los más pobres y heridos, y que es para la Iglesia de Ruanda, y más allá, una llamada a dirigirse con confianza a "Nuestra Señora de los Dolores", para acompañar todo en su andar y se pone el don de la reconciliación y la paz. Te doy mi corazón la Bendición Apostólica. Vaticano, 03 de abril 2014
8 Marzo 2014. Mensaje del santo padre Francisco
a los participantes en el simposio internacional
sobre el tema: "la gestión de los bienes eclesiásticos
de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica al servicio del humanum y de la misión en la iglesia" Pontificia Universidad Antonianum, Al venerado hermano cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica
Envío mi cordial saludo a usted y a todos los participantes en el simposio internacional sobre el tema: «La gestión de los bienes eclesiásticos de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica al servicio del humanum y de la misión en la Iglesia».
Nuestro tiempo se caracteriza por cambios y avances significativos en numerosos ámbitos, con importantes consecuencias para la vida de los hombres. Sin embargo, incluso habiendo reducido la pobreza, los logros alcanzados han contribuido a menudo a construir una economía de la exclusión y de la iniquidad: «Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil» (cf. Evangelii gaudium, 53). Frente a la precariedad en la que viven la mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, así como ante las fragilidades espirituales y morales de muchas personas, en particular los jóvenes, nos sentimos interpelados como comunidad cristiana.
Los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica pueden y deben ser sujetos protagonistas y activos al vivir y testimoniar que el principio de gratuidad y la lógica del don encuentran su lugar en la actividad económica. El carisma fundacional de cada instituto se inscribe plenamente en esta «lógica»: en el ser-don, como consagrados, dais vuestra verdadera contribución al desarrollo económico, social y político. La fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual, junto a los fines propios de cada instituto, siguen siendo el primer criterio de valoración de la administración, gestión y de todas las intervenciones realizadas en los institutos en todo nivel: «La naturaleza del carisma encauza las energías, sostiene la fidelidad y orienta el trabajo apostólico de todos hacia la única misión» (Vita consecrata, 45).
Se debe vigilar atentamente para que los bienes de los institutos sean administrados con cautela y transparencia, sean tutelados y preservados, conjugando la prioritaria dimensión carismático-espiritual con la dimensión económica y la eficiencia, que tiene su propio humus en la tradición administrativa de los institutos que no tolera derroches y está atenta al buen uso de los recursos.
Tras la clausura del Concilio Vaticano II, el siervo de Dios Pablo VI llamaba a «una nueva y auténtica mentalidad cristiana» y a un «nuevo estilo de vida eclesial»: «Observamos con atención vigilante cómo en un período como el nuestro, todo absorto en la conquista, la posesión, el disfrute de los bienes económicos, se advierta en la opinión pública, dentro y fuera de la Iglesia, el deseo, casi la necesidad, de ver la pobreza del Evangelio y quererla reconocer principalmente allí donde el Evangelio es predicado, está representado» (Audiencia general, 24 de junio de 1970).
He querido recordar tal necesidad también en el Mensaje para la Cuaresma de este año. Los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica han sido siempre voz profética y testimonio vivo de la novedad que es Cristo, de la conformación a Aquel que se hizo pobre enriqueciéndonos con su pobreza. Esta pobreza amorosa es solidaridad, compartir y caridad, y se expresa en la sobriedad, en la búsqueda de la justicia y en la alegría de lo esencial, para alertar ante los ídolos materiales que ofuscan el verdadero sentido de la vida. No sirve una pobreza teórica, sino la pobreza que se aprende al tocar la carne de Cristo pobre, en los humildes, los pobres, los enfermos y los niños. Sed incluso hoy, para la Iglesia y para el mundo, la avanzada de la atención a todos los pobres y a todas las miserias, materiales, morales y espirituales, como superación de todo egoísmo en la lógica del Evangelio, que enseña a confiar en la Providencia de Dios.
Mientras expreso mi gratitud a la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, que ha promovido y preparado el simposio, deseo que el mismo dé los frutos esperados. Invoco para ello la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y os bendigo a todos.
27 Febrero 2014. Discurso del Santo Padre Francisco
a la Congregación de los Obispos.
Los obispos deben ser kerigmáticos,
hombres de oración, pacientes, testigos del Resucitado y pastores.
Estas son algunas de las indicaciones que el Santo Padre ha dado en su largo discurso a la Congregación de los obispos, a quienes ha recibido esta mañana en la Sala Bolonia del Palacio Apostólico Vaticano. En primer lugar les ha hablado de la labor y la misión de la Congregación, que "existe para asegurarse que el nombre de quien es elegido haya sido primero pronunciado por el Señor", un trabajo muy importante porque deben "identificar a aquellos que el mismo Espíritu Santo pone a la guía de su Iglesia". Y es que el Pueblo Santo de Dios habla y dice que "necesitamos uno que nos supervise desde arriba, necesitamos uno que nos mire con la amplitud del corazón de Dios, no necesitamos un manager, un administrador delegado de una empresa", ha indicado Francisco. "Necesitamos uno que sepa alzarse a la altura de la mirada de Dios sobre nosotros para mirarnos hacia Él. Solo en la mirada de Dios está el futuro para nosotros". Por eso el Pontífice les ha recordado que la gente "recorre con fatiga la llanura de lo cotidiano y necesita ser guiada por quien es capaz de ver las cosas de lo alto". Asimismo ha indicado que "no existe un pastor estándar para todas las Iglesias. Cristo conoce la singularidad del pastor que cada Iglesia requiere para que responda a sus necesidades y la ayude a realizar sus potencialidades".
Francisco ha advertido que "no podemos contentarnos con las medidas bajas. Debemos alzarnos más allá y por encima de nuestras eventuales preferencias, simpatías, pertenencias o tendencias para entrar en la amplitud del horizonte de Dios".
A continuación, el Santo Padre, agradeciendo la labor a todos y cada uno de los miembros de la Congregación, ha afirmado que su trabajo no puede ser otro que ese "humilde, silencioso y laborioso proceso dirigido bajo la luz que viene de lo alto. Profesionalidad, servicio y santidad de vida: si nos desviamos de este trinomio decaemos de la grandeza a la que estamos llamados".
¿Y dónde encontramos esta luz?, ha preguntado el Papa. El mañana de la Iglesia - ha indicado - habita siempre en sus orígenes. Por eso, les ha invitado a hacer memoria y "visitar" la Iglesia apostólica para buscar algunos criterios. El Colegio episcopal sucede al Colegio apostólico, ha recordado, y "el mundo necesita saber que existe esta Sucesión interrumpida". Asimismo, ha afirmado que "las personas ya conocen con sufrimiento la experiencia de muchas rupturas: necesitan encontrar en la Iglesia esa permanecer indeleble de la gracia del principio".
Al dar las pautas sobre cómo debe ser un obispo, Francisco ha indicado que "es necesario seleccionar entre los seguidores de Jesús los testigos del Resucitado", y de aquí deriva el criterio esencial. El obispo es aquel que "sabe hacer actual todo cuanto le ha sucedido a Jesús y sobre todo sabe, junto con la Iglesia, hacerse testigo de su Resurrección". Del mismo modo ha subrayado que "la valentía de morir, la generosidad de ofrecer la propia vida y de consumirse por el rebaño están inscritos en el ADN del episcopado". Por ello, "la renuncia y el sacrificio son connaturales a la misión episcopal". El Papa ha afirmado que "el episcopado no es para sí sino para la Iglesia, para el rebaño, para los otros, sobre todo para aquellos que según el mundo son descartados". Del mismo modo ha explicado que el perfil de un obispo "no es la suma algebraica de sus virtudes".
Siempre es imprescindible - ha advertido - asegurar la soberanía de Dios. "Las decisiones no pueden estar condicionadas por nuestras pretensiones, por eventuales grupos, camarillas o hegemonías", ha propuesto. Y para garantizar la soberanía existen dos actitudes fundamentales: "la propia conciencia ante Dios y la colegialidad".
Francisco ha hablado de obispos kerigmáticos, "ya que la fe viene del anuncio". Los ha definido como "hombres que hagan accesible ese 'para vosotros' del que habla san Pablo. Hombres custodios de la doctrina no para medir cuánto el mundo viva distante de la verdad que ésta contiene, sino para fascinar al mundo, para encantarlo con la belleza del amor, para seducirlo con la oferta de la libertad donada por el Evangelio". Así como "obispos conscientes que también cuando sea de noche y el cansancio del día les encontrará cansados, en el campo las semillas están germinando".
Francisco ha querido subrayar también la cualidad de la paciencia. "Es necesario por tanto esforzarse más bien en la preparación del terreno, en la grandeza de la siembra. Actuar como sembradores confiados, evitando el miedo de quien se engaña pensando que la recogida depende solo de sí, o la actitud desesperada de los escolares que, al no haber hecho sus deberes, gritan que ya no hay nada que hacer".
El obispo debe ser un hombre de oración, ha explicado a continuación Francisco. "La misma parresia que debe tener en el anuncio de la Palabra, debe tenerla en la oración, tratando con Dios nuestro Señor el bien de su pueblo, la salvación de su pueblo". El Obispo de Roma ha señalado que "un nombre que no tiene la valentía de discutir con Dios a favor de su pueblo no puede ser obispo - esto lo digo desde el corazón, estoy convencido -, y tampoco aquel que no es capaz de asumir la misión de llevar al pueblo de Dios al lugar que Él, el Señor, le indica". El obispo - explica el Santo Padre - debe ser capaz de "entrar en paciencia" delante de Dios, mirando y dejándose mirar, buscando y dejándose buscar, encontrando y dejándose encontrar". Francisco recuerda que "¡muchas veces durmiéndose delante del Señor, pero esto es bueno, hace bien!"
Finalmente el Papa ha hablado de obispos pastores. Recordando su discurso a los representantes pontificios cuando dio el perfil a los candidatos al episcopado, ha confirmado que la Iglesia necesita pastores auténticos. Por ello el Papa ha querido profundizar sobre el perfil de pastores. San Pablo, en el único discurso pronunciado por él en los Hechos de los Apóstoles dirigido a los cristianos, confía a los pastores de la Iglesia "a la Palabra de la gracia que tiene en poder de edificar y de conceder la herencia". Por lo tanto - ha subrayado - "no dueños de la Palabra, sino entregados a ella, siervos de la Palabra". Solo así "es posible edificar y obtener la herencia de los santos", ha advertido el Santo Padre.
Recuerda Francisco que l Concilio Vaticano II afirma que a los obispos 'se les confía plenamente el oficio pastoral, o sea el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas'. En nuestra época - ha obervado - lo habitual y lo cotidiano se asocian a menudo con la rutina y al aburrimiento. "El rebaño necesita encontrar sitio en el corazón del Pastor. Si éste no está sólidamente anclado en sí mismo, en Cristo y en su Iglesia, estará continuamente a merced de las olas, en búsqueda de compensaciones efímeras y no ofrecerá al rebaño ningún refugio”, ha advertido el Papa. El rebaño necesita encontrar espacio en el corazón del Pastor, ha exhortado el Santo Padre.
En la conclusión de su largo y profundo discurso Francisco se ha preguntado "¿dónde podemos encontrar estos hombres? Y aunque afirma que no es fácil ha manifestado que está "seguro de que los hay porque el Señor no abandona a su Iglesia. Quizás somos nosotros los que no vamos bastante a los campos para buscarlos”.
Jueves 20 febrero de 2014 CONSISTORIO EXTRAORDINARIO
Palabras del santo padre Francisco. Aula Nueva del Sínodo
. Queridos hermanos:
Os saludo cordialmente y doy gracias con vosotros al Señor, que nos concede estos días para encontrarnos y trabajar juntos. Damos la bienvenida especialmente a los hermanos que este sábado serán creados cardenales, y los acompañamos con la oración y el afecto fraterno. Agradezco al Cardenal Sodano sus amables palabras.
En estos días reflexionaremos de modo particular sobre la familia, que es la célula básica de la sociedad humana. El Creador ha bendecido desde el principio al hombre y a la mujer para que fueran fecundos y se multiplicaran sobre la tierra; así, la familia representa en el mundo como un reflejo de Dios, Uno y Trino.
Nuestra reflexión tendrá siempre presente la belleza de la familia y del matrimonio, la grandeza de esta realidad humana, tan sencilla y a la vez tan rica, llena de alegrías y esperanzas, de fatigas y sufrimientos, como toda la vida. Trataremos de profundizar en la teología de la familia, y en la pastoral que debemos emprender en las condiciones actuales. Hagámoslo con profundidad y sin caer en la casuística, porque esto haría reducir inevitablemente el nivel de nuestro trabajo. Hoy, la familia es despreciada, es maltratada, y lo que se nos pide es reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad. Se nos pide que realcemos el plan luminoso de Dios sobre la familia, y ayudemos a los cónyuges a vivirlo con alegría en su vida, acompañándoles en sus muchas dificultades, con una pastoral inteligente, animosa y llena de amor. Gracias en nombre de todos al cardenal Walter Kasper por la valiosa contribución que nos ofrece con su introducción. Gracias a todos, y buena jornada de trabajo.
4 Febrero 2014. MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014
Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9) “Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”.
Queridos hermanos y hermanas: Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión.
Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico
La gracia de Crist
Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22)
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2)
¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29)
Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo
Nuestro testimoni
Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.
El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.
Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.
Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.
PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
DE LA DELEGACIÓN DE LA
"UNIVERSIDAD DE NOTRE DAME" (Indiana, EE.UU.)
Sala Clementina Jueves, 30 de enero 2014
Queridos amigos, Tengo el placer de dar la bienvenida al Consejo Ejecutivo de la Universidad de Notre Dame, con motivo de su reunión en Roma, que coincide con la apertura del Centro de la Universidad de Roma. Confío en que el nuevo Centro contribuirá a la misión de la Universidad, poner a los estudiantes en contacto con la singularidad de los ricos aspectos culturales, históricos y espirituales de la Ciudad Eterna, y abriendo sus mentes y sus corazones a la notable continuidad entre la fe de los santos Pedro y Pablo, uno de los confesores y mártires de todos los tiempos, y la fe católica será trasmitida en las familias, escuelas y parroquias. Desde su fundación, la Universidad de Notre Dame ha hecho una contribución significativa a la Iglesia en su país, con su compromiso con la educación de los jóvenes y la enseñanza de conocimientos religiosos inspirados por la confianza en la armonía entre la fe y la razón en la búsqueda de la verdad y la justicia. Consciente de la especial importancia de la pastoral de la nueva evangelización, me gustaría expresar mi gratitud por el compromiso que la Universidad de Notre Dame ha demostrado a lo largo de los años, la ayuda y el fortalecimiento de la enseñanza católica en las escuelas primarias y secundarias en los Estados Unidos.
La inspiración que condujo Padre Edward Sorin y los primeros religiosos de la Congregación de la Santa Cruz en el establecimiento de la Universidad de Notre Dame du Lac es central, en las nuevas circunstancias del siglo XXI, la identidad que distingue a la Universidad y su servicio para la Iglesia y para la sociedad estadounidense. En la " Exhortación apostólica sobre la alegría del Evangelio, hice hincapié en la dimensión misionera del discipulado cristiano, que debe llegar a ser evidente en las vidas y el trabajo de cada institución de la Iglesia de la gente. Esta participación en un "discipulado misionero" debe ser percibido de manera muy especial en las universidades católicas (cf. nn. 132-134 ), que, por su propia naturaleza, se ha comprometido a mostrar la armonía entre fe y razón, y poner en destacar la relevancia del mensaje cristiano de una vida humana vivida en plenitud y autenticidad. En este sentido, es esencial para dar un testimonio valiente de las universidades católicas en contra de la enseñanza moral de la Iglesia y la defensa de la libertad para apoyar a estas enseñanzas, como fue proclamado por el Magisterio de los pastores con la autoridad, precisamente en ya través de las instituciones educativas de la Iglesia. Espero que la Universidad de Notre Dame sigue ofreciendo su testimonio indispensable e inequívoca a este aspecto fundamental de su identidad católica, especialmente en la cara de los intentos, de donde vienen, para diluirlo. Y esto es importante: la identidad propia, como estaba previsto desde el principio. Defiende que, almacena y hacer que se vaya hacia adelante!
Queridos amigos, os pido que recéis por mí, para que yo pueda cumplir el ministerio que recibí en el servicio del Evangelio, y os aseguro mi oración por vosotros y por todos aquellos que llevan a cabo su misión educativa de la Universidad de Notre Dame . Sobre vosotros y sobre vuestras familias, y en particular en los estudiantes, profesores y personal de esta querida universidad, invoco los dones divinos de sabiduría, alegría y paz, y os imparto de corazón mi bendición.
23 Enero 2013. MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO. PARA LA XLVIII JORNADA
MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
A realizarse el 1 de Junio del año 2014. Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros.
El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.
Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».
Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.
No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.
Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.
No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013)
Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios. Vaticano, 24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco de Sales
13 Enero 2014. Discurso del Santo Padre Francisco,
a los miembros del cuerpo diplomático
acreditado ante la Santa Sede.
“Es necesaria una cultura del encuentro”.
Señoras y Señores
Es ya una larga y consolidada tradición que el Papa encuentre, al comienzo de cada año, al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, para manifestar los mejores deseos e intercambiar algunas reflexiones, que brotan sobre todo de su corazón de pastor, que se interesa por las alegrías y dolores de la humanidad.
Por eso, el encuentro de hoy es un motivo de gran alegría. Y me permite formularos a vosotros personalmente, a vuestras familias, a las autoridades y pueblos que representáis mis mejores deseos de un 2014 lleno de bendiciones y de paz.
Agradezco, en primer lugar, al Decano Jean-Claude Michel, quien en nombre de todos ha dado voz a las manifestaciones de afecto y estima que unen vuestras naciones con la Sede Apostólica. Me alegra veros aquí, en tan gran número, después de haberos encontrado la primera vez pocos días después de mi elección. Desde entonces se han acreditado muchos nuevos embajadores, a los que renuevo la bienvenida, a la vez que no puedo dejar de mencionar, entre los que nos han dejado, al difunto embajador Alejandro Valladares Lanza, durante varios años Decano del Cuerpo diplomático, y al que el Señor llamó a su presencia hace algunos meses.
El año que acaba de terminar ha estado especialmente cargado de acontecimientos no sólo en la vida de la Iglesia, sino también en el ámbito de las relaciones que la Santa Sede mantiene con los Estados y las Organizaciones internacionales. Recuerdo, en concreto, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Sudán del Sur, la firma de acuerdos, de base o específicos, con Cabo Verde, Hungría y Chad, y la ratificación del que se suscribió con Guinea Ecuatorial en el 2012. También en el ámbito regional ha crecido la presencia de la Santa Sede, tanto en América central, donde se ha convertido en Observador Extra-Regional ante el Sistema de la Integración Centroamericana, como en África, con la acreditación del primer Observador permanente ante la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental.
En el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, dedicado a la fraternidad como fundamento y camino para la paz, he subrayado que «la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia»,1 que «por vocación, debería contagiar al mundo con su amor»2 y contribuir a que madure ese espíritu de servicio y participación que construye la paz.3 Nos lo señala el pesebre, donde no vemos a la Sagrada Familia sola y aislada del mundo, sino rodeada de los pastores y los magos, es decir de una comunidad abierta, en la que hay lugar para todos, pobres y ricos, cercanos y lejanos. Se entienden así las palabras de mi amado predecesor Benedicto XVI, quien subrayaba cómo «la gramática familiar es una gramática de paz».4
Por desgracia, esto no sucede con frecuencia, porque aumenta el número de las familias divididas y desgarradas, no sólo por la frágil conciencia de pertenencia que caracteriza el mundo actual, sino también por las difíciles condiciones en las que muchas de ellas se ven obligadas a vivir, hasta el punto de faltarles los mismos medios de subsistencia. Se necesitan, por tanto, políticas adecuadas que sostengan, favorezcan y consoliden la familia.
Sucede, además, que los ancianos son considerados como un peso, mientras que los jóvenes non ven ante ellos perspectivas ciertas para su vida. Ancianos y jóvenes, por el contrario, son la esperanza de la humanidad. Los primeros aportan la sabiduría de la experiencia; los segundos nos abren al futuro, evitando que nos encerremos en nosotros mismos.5 Es sabio no marginar a los ancianos en la vida social para mantener viva la memoria de un pueblo. Igualmente, es bueno invertir en los jóvenes, con iniciativas adecuadas que les ayuden a encontrar trabajo y a fundar un hogar. ¡No hay que apagar su entusiasmo! Conservo viva en mi mente la experiencia de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. ¡Cuántos jóvenes contentos pude encontrar! ¡Cuánta esperanza y expectación en sus ojos y en sus oraciones! ¡Cuánta sed de vida y deseo de abrirse a los demás! La clausura y el aislamiento crean siempre una atmósfera asfixiante y pesada, que tarde o temprano acaba por entristecer y ahogar. Se necesita, en cambio, un compromiso común por parte de todos para favorecer una cultura del encuentro, porque sólo quien es capaz de ir hacia los otros puede dar fruto, crear vínculos de comunión, irradiar alegría, edificar la paz.
Por si fuera necesario, lo confirman las imágenes de destrucción y de muerte que hemos tenido ante los ojos en el año apenas terminado. Cuánto dolor, cuánta desesperación provoca la clausura en sí mismos, que adquiere poco a poco el rostro de la envidia, del egoísmo, de la rivalidad, de la sed de poder y de dinero. A veces, parece que esas realidades estén destinadas a dominar. La Navidad, en cambio, infunde en nosotros, cristianos, la certeza de que la última y definitiva palabra pertenece al Príncipe de la Paz, que cambia «las espadas en arados y las lanzas en podaderas» (cf. Is 2,4) y transforma el egoísmo en don de sí y la venganza en perdón.
Con esta confianza, deseo mirar al año que nos espera. No dejo, por tanto, de esperar que se acabe finalmente el conflicto en Siria. La solicitud por esa querida población y el deseo de que no se agravara la violencia me llevaron en el mes de septiembre pasado a convocar una jornada de ayuno y oración. Por vuestro medio, agradezco de corazón a las autoridades públicas y a las personas de buena voluntad que en vuestros países se asociaron a esa iniciativa. Se necesita una renovada voluntad política de todos para poner fin al conflicto. En esa perspectiva, confío en que la Conferencia «Ginebra 2», convocada para el próximo 22 de enero, marque el comienzo del deseado camino de pacificación. Al mismo tiempo, es imprescindible que se respete plenamente el derecho humanitario. No se puede aceptar que se golpee a la población civil inerme, sobre todo a los niños. Animo, además, a todos a facilitar y garantizar, de la mejor manera posible, la necesaria y urgente asistencia a gran parte de la población, sin olvidar el encomiable esfuerzo de aquellos países, sobre todo el Líbano y Jordania, que con generosidad han acogido en sus territorios a numerosos prófugos sirios.
Permaneciendo en Oriente Medio, advierto con preocupación las tensiones que de diversos modos afectan a la Región. Me preocupa especialmente que continúen las dificultades políticas en Líbano, donde un clima de renovada colaboración entre las diversas partes de la sociedad civil y las fuerzas políticas es más que nunca indispensable, para evitar que se intensifiquen los contrastes que pueden minar la estabilidad del país. Pienso también en Egipto, que necesita encontrar de nuevo una concordia social, como también en Iraq, que le cuesta llegar a la deseada paz y estabilidad. Al mismo tiempo, veo con satisfacción los significativos progresos realizados en el diálogo entre Irán y el «Grupo 5+1» sobre la cuestión nuclear.
En cualquier lugar, el camino para resolver los problemas abiertos ha de ser la diplomacia del diálogo. Se trata de la vía maestra ya indicada con lucidez por el papa Benedicto XV cuando invitaba a los responsables de las naciones europeas a hacer prevalecer «la fuerza moral del derecho» sobre la «material de las armas» para poner fin a aquella «inútil carnicería»6que fue la Primera Guerra Mundial, de la que en este año celebramos el centenario. Es necesario animarse «a ir más allá de la superficie conflictiva»7 y mirar a los demás en su dignidad más profunda, para que la unidad prevalezca sobre el conflicto y sea «posible desarrollar una comunión en las diferencias».8 En este sentido, es positivo que se hayan retomado las negociaciones de paz entre israelitas y palestinos, y deseo que las partes asuman con determinación, con la ayuda de la Comunidad internacional, decisiones valientes para encontrar una solución justa y duradera a un conflicto cuyo fin se muestra cada vez más necesario y urgente. No deja de suscitar preocupación el éxodo de los cristianos de Oriente Medio y del Norte de África. Ellos desean seguir siendo parte del conjunto social, político y cultural de los países que han ayudado a edificar, y aspiran a contribuir al bien común de las sociedades en las que desean estar plenamente incorporados, como artífices de paz y reconciliación.
También en otras partes de África, los cristianos están llamados a dar testimonio del amor y la misericordia de Dios. No hay que dejar nunca de hacer el bien, aún cuando resulte arduo y se sufran actos de intolerancia, por no decir de verdadera y propia persecución. En grandes áreas de Nigeria no se detiene la violencia y se sigue derramando mucha sangre inocente. Mi pensamiento se dirige especialmente a la República Centroafricana, donde la población sufre a causa de las tensiones que el país atraviesa y que repetidamente han sembrado destrucción y muerte. Aseguro mi oración por las víctimas y los numerosos desplazados, obligados a vivir en condiciones de pobreza, y espero que la implicación de la Comunidad internacional contribuya al cese de la violencia, al restablecimiento del estado de derecho y a garantizar el acceso de la ayuda humanitaria también a las zonas más remotas del país. La Iglesia católica por su parte seguirá asegurando su propia presencia y colaboración, esforzándose con generosidad para procurar toda ayuda posible a la población y, sobre todo, para reconstruir un clima de reconciliación y de paz entre todas las partes de la sociedad. Reconciliación y paz son una prioridad fundamental también en otras partes del continente africano. Me refiero especialmente a Malí, donde incluso se observa el positivo restablecimiento de las estructuras democráticas del país, como también a Sudán del Sur, donde, por el contrario, la inestabilidad política del último período ha provocado ya muchos muertos y una nueva emergencia humanitaria.
La Santa Sede sigue con especial atención los acontecimientos de Asia, donde la Iglesia desea compartir los gozos y esperanzas de todos los pueblos que componen aquel vasto y noble continente. Con ocasión del 50 aniversario de las relaciones diplomáticas con la República de Corea, quisiera implorar de Dios el don de la reconciliación en la península, con el deseo de que, por el bien de todo el pueblo coreano, las partes interesadas no se cansen de buscar puntos de encuentro y posibles soluciones. Asia, en efecto, tiene una larga historia de pacífica convivencia entre sus diversas partes civiles, étnicas y religiosas. Hay que alentar ese recíproco respeto, sobre todo frente a algunas señales preocupantes de su debilitamiento, en particular frente a crecientes actitudes de clausura que, apoyándose en motivos religiosos, tienden a privar a los cristianos de su libertad y a poner en peligro la convivencia civil. La Santa Sede, en cambio, mira con gran esperanza las señales de apertura que provienen de países de gran tradición religiosa y cultural, con los que desea colaborar en la edificación del bien común.
La paz además se ve herida por cualquier negación de la dignidad humana, sobre todo por la imposibilidad de alimentarse de modo suficiente. No nos pueden dejar indiferentes los rostros de cuantos sufren el hambre, sobre todo los niños, si pensamos a la cantidad de alimento que se desperdicia cada día en muchas partes del mundo, inmersas en la que he definido en varias ocasiones como la «cultura del descarte». Por desgracia, objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos, que vienen «descartados» como si fueran «cosas no necesarias». Por ejemplo, suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto, o en los que son utilizados como soldados, violentados o asesinados en los conflictos armados, o hechos objeto de mercadeo en esa tremenda forma de esclavitud moderna que es la trata de seres humanos, y que es un delito contra la humanidad.
No podemos ser insensibles al drama de las multitudes obligadas a huir por la carestía, la violencia o los abusos, especialmente en el Cuerno de África y en la Región de los Grandes Lagos. Muchos de ellos viven como prófugos o refugiados en campos donde no vienen considerados como personas sino como cifras anónimas. Otros, con la esperanza de una vida mejor, emprenden viajes aventurados, que a menudo terminan trágicamente. Pienso de modo particular en los numerosos emigrantes que de América Latina se dirigen a los Estados Unidos, pero sobre todo en los que de África o el Oriente Medio buscan refugio en Europa.
Permanece todavía viva en mi memoria la breve visita que realicé a Lampedusa, en julio pasado, para rezar por los numerosos náufragos en el Mediterráneo. Por desgracia hay una indiferencia generalizada frente a semejantes tragedias, que es una señal dramática de la pérdida de ese «sentido de la responsabilidad fraterna»,9 sobre el que se basa toda sociedad civil. En aquella circunstancia, sin embargo, pude constatar también la acogida y dedicación de tantas personas. Deseo al pueblo italiano, al que miro con afecto, también por las raíces comunes que nos unen, que renueve su encomiable compromiso de solidaridad hacia los más débiles e indefensos y, con el esfuerzo sincero y unánime de ciudadanos e instituciones, venza las dificultades actuales, encontrando el clima de constructiva creatividad social que lo ha caracterizado ampliamente.
En fin, deseo mencionar otra herida a la paz, que surge de la ávida explotación de los recursos ambientales. Si bien «la naturaleza está a nuestra disposición»,10 con frecuencia «no la respetamos, no la consideramos un don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos, también de las generaciones futuras».11 También en este caso hay que apelar a la responsabilidad de cada uno para que, con espíritu fraterno, se persigan políticas respetuosas de nuestra tierra, que es la casa de todos nosotros. Recuerdo un dicho popular que dice: «Dios perdona siempre, nosotros perdonamos algunas veces, la naturaleza -la creación-, cuando viene maltratada, no perdona nunca». Por otra parte, hemos visto con nuestros ojos los efectos devastadores de algunas recientes catástrofes naturales. En particular, deseo recordar una vez más a las numerosas víctimas y las grandes devastaciones en Filipinas y en otros países del sureste asiático, provocadas por el tifón Haiyan.
Excelencias, Señoras y Señores:
El Papa Pablo VI afirmaba que la paz «no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres».12 Éste es el espíritu que anima la actividad de la Iglesia en cualquier parte del mundo, mediante los sacerdotes, los misioneros, los fieles laicos, que con gran espíritu de dedicación se prodigan entre otras cosas en múltiples obras de carácter educativo, sanitario y asistencial, al servicio de los pobres, los enfermos, los huérfanos y de quienquiera que esté necesitado de ayuda y consuelo. A partir de esta «atención amante»,13 la Iglesia coopera con todas las instituciones que se interesan tanto del bien de los individuos como del común.
Al comienzo de este nuevo año, deseo renovar la disponibilidad de la Santa Sede, y en particular de la Secretaría de Estado, a colaborar con vuestros países para favorecer esos vínculos de fraternidad, que son reverberación del amor de Dios, y fundamento de la concordia y la paz. Que la bendición del Señor descienda copiosa sobre vosotros, vuestras familias y vuestros pueblos. Gracias.
31 Diciembre 2013. El Papa Francisco presidió este martes
por la tarde en la basílica de San Pedro,
la celebración de las vísperas de
la solemnidad de María Santísima Madre de Dios.
Le siguió la exposición del Santísimo Sacramento y el Te Deum para agradecer por el año civil transcurrido. La ceremonia solemne animada por el coro pontificio de la Capilla Sixtina concluyó con la bendición eucarística.
Palabras del Santo Padre: “El apóstol Juan define el tiempo presente de una manera precisa: “Ha llegado la última hora”. Esta afirmación que se repite en la misa del 31 de diciembre, significa que con la venida de Dios en la historia estamos ya en los tiempos “últimos”, después de los cuales el paso final será la segunda y definitiva venida de Cristo.
Naturalmente aquí se habla de la 'calidad' del tiempo, no de su 'cantidad'. Con Jesús ha venido la plenitud del tiempo, plenitud de significado y plenitud de salvación. Y no habrá más una nueva revelación, pero la manifestación plena de lo que Jesús ha ya revelado. Fuente: Zenit.
En este sentido estamos ya en la 'última hora'; cada momento de nuestra vida no es provisorio es definitivo y cada acción nuestra está cargada de eternidad. De hecho la respuesta que damos hoy a Dios que nos ama en Jesucristo, incide en nuestro futuro.
La visión bíblica y cristiana del tiempo y de la historia no es cíclica, pero linear: es un camino que va hacia un cumplimiento. Un año que ha pasado por lo tanto no nos lleva a una realidad que termina pero a una realidad que se cumple, es un paso ulterior hacia la meta que está delante de nosotros: una meta de esperanza y de felicidad, porque encontraremos a Dios, razón de nuestra esperanza y fuente de nuestra alegría
Mientras llega a su término el año 2013, recogemos como en un cesto, los días, las semanas, los mese que hemos vivido, para ofrecer todo al Señor. Y preguntarnos: ¿cómo hemos vivido el tiempo que él nos ha donado? ¿Lo hemos vivido sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses, o hemos sabido usarlo también para los otros? ¿Cuánto tiempo hemos reservado para 'estar con él', en la oración, en el silencio, en la adoración
Y después pensemos, nosotros ciudadanos romanos, también a esta ciudad de Roma. ¿Qué ha sucedido este año? ¿Qué está sucediendo, qué sucederá? ¿Cómo es la calidad de la vida en esta ciudad? ¡Depende de todos nosotros! ¿Cómo es la calidad de nuestra ciudadanía? ¿Este año hemos contribuido en nuestra pequeña capacidad a volverla vivible, ordenada, acogedora?
De hecho el rostro de una ciudad es como un enorme mosaico cuyos azulejos son todos los que allí viven. Seguramente quien recubre cargos públicos tiene mayor responsabilidad, pero cada uno es corresponsable en el bien y en el mal.
Roma es una ciudad de una belleza única. Su patrimonio espiritual y cultural es extraordinario. Y al mismo tiempo en Roma existen tantas personas marcadas por las miserias materiales y morales, personas pobres, infelices, sufridoras, que interpelan la conciencia de cada ciudadano.
En Roma quizás sentimos más fuerte este contraste entre el ambiente majestuoso y cargado de belleza artística y el malestar social de quien hace más esfuerzo. Roma es una ciudad llena de turistas, pero también llena de refugiados. Roma está llena de gente que trabaja, pero también de personas que no encuentran trabajo o realizan trabajos mal pagados y a veces indignos. Y todos tienen derecho a ser tratados con la misma actitud de acogida y equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana.
Es el último día del año. ¿Qué haremos, como actuaremos en el próximo año para volver un poco mejor a nuestra ciudad? Roma del año nuevo tendrá un rostro aún más bello si será aún más rica de humanidad, que sabe hospedar, acoger. Si todos nosotros estaremos atentos y seremos generosos hacia quien está en dificultad; si sabremos colaborar con el espíritu constructivo y solidario, en favor del bien de todos
Roma del año nuevo será mejor si no habrán personas que la miran 'de lejos', como a una tarjeta postal, que miran la vida solamente 'desde el balcón', sin involucrarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que al final... y desde el principio, queramos o no, son nuestros hermanos.
En esta perspectiva la Iglesia de Roma se siente impregnada para dar su contribución a la vida y al futuro de la ciudad. Pero es su deber, se siente animada y a animar con la levadura del evangelio, a ser signo e instrumento de la misericordia de Dios.
Esta noche concluimos el Año del Señor 2013, agradeciendo y pidiendo perdón. Las dos cosas juntas, agradecemos y pedimos perdón
Agradecemos por todos los beneficios que Dios nos ha dado, y especialmente por su paciencia y su fidelidad, que se manifiestan en el sucederse de los tiempos, pero en modo singular en la plenitud del tiempo cuando “Dios mandó a su Hijo, nacido de mujer”.
La Madre de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un nuevo tramo de nuestra peregrinación terrena, nos enseñe a acoger a Dios hecho hombre, porque cada año, cada mes, cada día sea lleno de su eterno amor”.
25 Diciembre 2013. El Papa Francisco impartió este domingo
de Navidad al medio día, la bendición Urbi et Orbi,
ante una abarrotada plaza de San Pedro, con los fieles que llenaban incluso Vía de la Conciliación. El Papa dio un discurso que más bien ha sido una oración pidiendo a Dios por la paz del mundo, e indicó los principales lugares de conflicto, así como la tragedia que viven los inmigrantes. A los creyentes les pidió que recen por esta intención y a los no creyentes que la deseen.
"A todos ustedes, queridos hermanos y hermanas, venidos de todas partes del mundo a esta Plaza, y a cuantos desde distintos países se unen a nosotros a través de los medios de comunicación, les deseo una ¡Feliz Navidad!" dijo el papa desde el balcón de la logia de la basílica de San Pedro.
"En este día, iluminado por la esperanza evangélica que proviene de la humilde gruta de Belén, pido para todos ustedes el don navideño de la alegría y de la paz: para los niños y los ancianos, para los jóvenes y las familias, para los pobres y marginados. Que Jesús, que vino a este mundo por nosotros, consuele a los que pasan por la prueba de la enfermedad y el sufrimiento y sostenga a los que se dedican al servicio de los hermanos más necesitados. ¡Feliz Navidad! ".
Minutos antes leyó sus palabras por la Navidad, que reportamos íntegras a continuación. Fuente: Zenit.
"Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, ¡Buen díay feliz Navidad! Hago mías las palabras del cántico de los ángeles, que se aparecieron a los pastores de Belén la noche de la Navidad.
Un cántico que une cielo y tierra, elevando al cielo la alabanza y la gloria y saludando a la tierra de los hombres con el deseo de la paz. Les invito a todos a hacer suyo este cántico, que es el de cada hombre y mujer que vigila en la noche, que espera un mundo mejor, que se preocupa de los otros, intentado hacer humildemente su proprio deber.
Gloria a Dios. A esto nos invita la Navidad en primer lugar: a dar gloria a Dios, porque es bueno, fiel, misericordioso. En este día mi deseo es que todos puedan conocer el verdadero rostro de Dios, el Padre que nos ha dado a Jesús. Me gustaría que todos pudieran sentir a Dios cerca, sentirse en su presencia, que lo amen, que lo adoren. Y que todos nosotros demos gloria a Dios, sobre todo, con la vida, con una vida entregada por amor a Él y a los hermanos.
Y paz a los hombres. La verdadera paz no es un equilibrio de fuerzas opuestas. No es pura "fachada", que esconde luchas y divisiones. La paz es un compromiso artesanal, que se logra contando con el don de Dios, con la gracia que nos ha dado en Jesucristo.
Viendo al Niño en el Belén, Niño de paz, pensemos en los niños que son las víctimas más vulnerables de las guerras, pero pensemos también en los ancianos, en las mujeres maltratadas, en los enfermos… ¡Las guerras destrozan tantas vidas y causan tanto sufrimiento! Demasiadas ha destrozado en los últimos tiempos el conflicto de Siria, generando odios y venganzas. Sigamos rezando al Señor para que el amado pueblo sirio se vea libre de más sufrimientos y las partes en conflicto pongan fin a la violencia y garanticen el acceso a la ayuda humanitaria.
Hemos podido comprobar la fuerza de la oración. Y me alegra que hoy se unan a nuestra oración por la paz en Siria también creyentes de diversas confesiones religiosas. No perdamos nunca la fuerza de la oración. La fuerza para decir a Dios: Señor, concede tu paz a Siria y al mundo entero.
Y también a los no creyentes les invito a desear la paz, con un deseo que amplía el corazón, con la oración o el deseo, pero todos por la paz.
Concede la paz, Niño, a la República Centroafricana, a menudo olvidada por los hombres. Pero tú, Señor, no te olvidas de nadie. Y quieres que reine la paz también en aquella tierra, destrozada por una espiral de violencia y de miseria, donde muchas personas carecen de techo, agua y alimento, sin lo mínimo indispensable para vivir. Que se afiance la concordia en Sudán del Sur, donde las tensiones actuales ya han provocado víctimas y amenazan la pacífica convivencia de este joven Estado.
Tú, Príncipe de la paz, convierte el corazón de los violentos, allá donde se encuentren, para que depongan las armas y emprendan el camino del diálogo. Vela por Nigeria, lacerada por continuas violencias que no respetan ni a los inocentes e indefensos. Bendice la tierra que elegiste para venir al mundo y haz que lleguen a feliz término las negociaciones de paz entre israelitas y palestinos
Sana las llagas de la querida tierra de Iraq, azotada todavía por frecuentes atentados. Tú, Señor de la vida, protege a cuantos sufren persecución a causa de tu nombre. Alienta y conforta a los desplazados y refugiados, especialmente en el Cuerno de África y en el este de la República Democrática del Congo.
Haz que los emigrantes, que buscan una vida digna, encuentren acogida y ayuda. Que no asistamos de nuevo a tragedias como las que hemos visto este año, con los numerosos muertos en Lampedusa, no sucedan nunca más.
Oh Niño de Belén, toca el corazón de cuantos están involucrados en la trata de seres humanos, para que se den cuenta de la gravedad de este delito contra la humanidad. Dirige tu mirada sobre los niños secuestrados, heridos y asesinados en los conflictos armados, y sobre los que se ven obligados a convertirse en soldados, robándoles su infancia.
Señor, del cielo y de la tierra, mira a nuestro planeta, que a menudo la codicia y el egoísmo de los hombres explota indiscriminadamente. Asiste y protege a cuantos son víctimas de los desastres naturales, sobre todo al querido pueblo filipino, gravemente afectado por el reciente tifón.
Queridos hermanos y hermanas, en este mundo, en esta humanidad hoy ha nacido el Salvador, Cristo el Señor. No pasemos de largo ante el Niño de Belén. Tenemos miedo de esto, no tengamos miedo que nuestro corazón se conmueva.
Dejemos que nuestro corazón se conmueva, se enardezca con la ternura de Dios; necesitamos sus caricias.Las caricias de Dios no producen heridas, las caricias de Dios nos dan paz y fuerza, necesitamos las caricias de Dios.
El amor de Dios es grande; a Él la gloria por los siglos. Dios es nuestra paz: pidámosle que nos ayude a construirla cada día, en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras ciudades y naciones, en el mundo entero. Dejémonos conmover por la bondad de Dios.
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO. A LA CURIA ROMANA CON MOTIVO. DE LA NAVIDAD
Sala Clementina. Sábado 21 de diciembre de 2013
Señores Cardenales, Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, Queridos hermanos y hermanas
Agradezco de corazón las palabras del Cardenal Decano. ¡Gracias! El Señor nos ha dado la gracia de recorrer una vez más el camino del Adviento, y hemos llegado rápidamente a los últimos días previos a la Navidad, días impregnados de un clima espiritual único, lleno de sentimientos, recuerdos, signos litúrgicos y no litúrgicos, como el Portal de Belén... En este clima se enmarca también el tradicional encuentro con ustedes, Superiores y Oficiales de la Curia Romana, que colaboran cotidianamente en el servicio a la Iglesia. Saludo a todos cordialmente. Y permítanme que lo haga en particular a Monseñor Pietro Parolin, que ha comenzado recientemente su servicio de Secretario de Estado y necesita nuestras oraciones.
Este tiempo, en el que nuestros corazones rebosan de gratitud a Dios, que nos ha amado hasta dar a su Hijo Unigénito por nosotros, es el momento de darnos las gracias también entre nosotros. Y, en esta primera Navidad como Obispo de Roma, siento la necesidad de decirles a ustedes un efusivo «gracias»: a todos como comunidad de trabajo y a cada uno personalmente. Gracias por su servicio cotidiano: por el celo, la diligencia, la creatividad; gracias por el esfuerzo, no siempre fácil, de colaborar en el trabajo, de escucharse y confrontarse, de valorar personalidades y cualidades diferentes en el respeto recíproco.
Deseo expresar mi gratitud de manera particular a los que en este periodo terminan su servicio y se jubilan. Ya sabemos que nunca se jubilan como sacerdotes y obispos, pero sí del cargo, y es justo que sea así, también para dedicarse un poco más a la oración y la cura de almas, comenzando por la suya. Así pues, un «gracias» especial, de corazón, a ustedes, queridos hermanos que dejan la Curia, sobre todo a los que han trabajado aquí durante muchos años y con tanta dedicación, en lo escondido. Esto es verdaderamente digno de admiración. Admiro mucho a estos monseñores que siguen el modelo de los antiguos curiales, personas ejemplares... Pero también hoy los tenemos. Personas que trabajan con competencia, con rigor, con abnegación, desempeñando con esmero sus tareas de cada día. Quisiera mencionar aquí alguno de estos hermanos nuestros para expresarle mi admiración y reconocimiento, pero sabemos que lo primero que se nota en una lista son los que faltan; y, si lo hiciera, correría el riesgo de olvidarme de alguno y de cometer así una injusticia y una falta de caridad. Pero quiero decir a estos hermanos que constituyen un testimonio muy importante en el camino de la Iglesia.
Y son un modelo, y de este modelo y de este testimonio, tomo las características del oficial de la Curia y, más aún, del Superior que me gustaría destacar: la profesionalidad y el servicio.
La profesionalidad, que significa competencia, estudio, actualización... Es un requisito fundamental para trabajar en la Curia. Naturalmente, la profesionalidad se va formando, y en parte también se adquiere; pero pienso que, precisamente para que se forme y para que se adquiera, es necesario que haya una buena base desde el principio.
Y la segunda característica es el servicio, servicio al Papa y a los obispos, a la Iglesia universal y a las iglesias particulares. En la Curia Romana se aprende, «se respira» de un modo especial esta doble dimensión de la Iglesia, esta compenetración entre lo universal y lo particular; y me parece que ésta es una de las más bellas experiencias de quien vive y trabaja en Roma: «sentir» la Iglesia de esta manera. Cuando no hay profesionalidad, lentamente se va resbalando hacia el área de la mediocridad. Los expedientes se convierten en informes de «cliché» y en comunicaciones sin levadura de vida, incapaces de generar horizontes de grandeza. Por otro lado, cuando la actitud no es de servicio a las iglesias particulares y a sus obispos, crece entonces la estructura de la Curia como una pesada aduana burocrática, controladora e inquisidora, que no permite la acción del Espíritu Santo y el crecimiento del Pueblo de Dios.
A estas dos cualidades, la profesionalidad y el servicio, quisiera añadir una tercera, que es la santidad de vida. Sabemos muy bien que esto es lo más importante en la jerarquía de valores. En efecto, también está en la base de la calidad del trabajo, del servicio. Y quisiera decir que aquí, en la Curia Romana, ha habido y hay santos. Lo he dicho públicamente más de una vez, para agradecérselo al Señor. Santidad significa vida inmersa en el Espíritu, apertura del corazón a Dios, oración constante, humildad profunda, caridad fraterna en las relaciones con los colegas. También significa apostolado, servicio pastoral discreto, fiel, ejercido con celo en contacto directo con el Pueblo de Dios. Esto es indispensable para un sacerdote. La santidad en la Curia significa también hacer objeción de conciencia. Sí, objeción de conciencia a las habladurías. Nosotros insistimos mucho en el valor de la objeción de conciencia, y con razón, pero tal vez deberíamos ejercerla también para oponernos a una ley no escrita de nuestros ambientes, que por desgracia es la de las chácharas. Así pues, hagamos todos objeción de conciencia; y fíjense ustedes que no lo digo sólo desde un punto de vista moral. Porque las chácharas dañan la calidad de las personas, dañan la calidad del trabajo y del ambiente.
Queridos hermanos, sintámonos todos unidos en este último tramo del camino a Belén. Nos puede venir bien meditar sobre el papel de san José, tan callado y tan necesario al lado de la Virgen María. Pensemos en él, en su preocupación por su esposa y por el Niño. Esto nos dice mucho sobre nuestro servicio a la Iglesia. Por tanto, vivamos esta Navidad muy unidos espiritualmente a san José. Esto nos hará bien a todos.
Les agradezco mucho su trabajo, y sobre todo sus oraciones. Me siento realmente «sostenido» por las oraciones, y les pido que sigan apoyándome así. También yo les recordaré ante el Señor y los bendigo, deseándoles una Navidad de luz y de paz a cada uno de ustedes y a sus seres queridos. ¡Feliz Navidad!
JORNADA MUNDIAL POR LA PAZ
Mensaje del Santo Padre Francisco. 1 Enero. 2014.
1. En este mi primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, quisiera desear a todos, a las personas y a los pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza. El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer.
De hecho, la fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional.
La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera. Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor.
El número cada vez mayor de interdependencias y de comunicaciones que se entrecruzan en nuestro planeta hace más palpable la conciencia de que todas las naciones de la tierra forman una unidad y comparten un destino común. En los dinamismos de la historia, a pesar de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación de formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros.
Sin embargo, a menudo los hechos, en un mundo caracterizado por la "globalización de la indiferencia", que poco a poco nos "habitúa" al sufrimiento del otro, cerrándonos en nosotros mismos, contradicen y desmienten esa vocación.
En muchas partes del mundo, continuamente se lesionan gravemente los derechos humanos fundamentales, sobre todo el derecho a la vida y a la libertad religiosa. El trágico fenómeno de la trata de seres humanos, con cuya vida y desesperación especulan personas sin escrúpulos, representa un ejemplo inquietante.
A las guerras hechas de enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias, de empresas.
La globalización, como ha afirmado Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia revelan no sólo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales, fomentando esa mentalidad del "descarte", que lleva al desprecio y al abandono de los más débiles, de cuantos son considerados "inútiles". Así la convivencia humana se parece cada vez más a un mero do ut des pragmático y egoísta.
Al mismo tiempo, es claro que tampoco las éticas contemporáneas son capaces de generar vínculos auténticos de fraternidad, ya que una fraternidad privada de la referencia a un Padre común, como fundamento último, no logra subsistir. Una verdadera fraternidad entre los hombres supone y requiere una paternidad trascendente. A partir del reconocimiento de esta paternidad, se consolida la fraternidad entre los hombres, es decir, ese hacerse "prójimo" que se preocupa por el otro.
"¿Dónde está tu hermano?" (Gn 4,9)
2. Para comprender mejor esta vocación del hombre a la fraternidad, para conocer más adecuadamente los obstáculos que se interponen en su realización y descubrir los caminos para superarlos, es fundamental dejarse guiar por el conocimiento del designio de Dios, que nos presenta luminosamente la Sagrada Escritura.
Según el relato de los orígenes, todos los hombres proceden de unos padres comunes, de Adán y Eva, pareja creada por Dios a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26), de los cuales nacen Caín y Abel. En la historia de la primera familia leemos la génesis de la sociedad, la evolución de las relaciones entre las personas y los pueblos.
Abel es pastor, Caín es labrador. Su identidad profunda y, a la vez, su vocación, es ser hermanos, en la diversidad de su actividad y cultura, de su modo de relacionarse con Dios y con la creación. Pero el asesinato de Abel por parte de Caín deja constancia trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos.
Su historia (cf. Gn 4,1-16) pone en evidencia la dificultad de la tarea a la que están llamados todos los hombres, vivir unidos, preocupándose los unos de los otros. Caín, al no aceptar la predilección de Dios por Abel, que le ofrecía lo mejor de su rebaño –"el Señor se fijó en Abel y en su ofrenda, pero no se fijó en Caín ni en su ofrenda" (Gn 4,4-5)–, mata a Abel por envidia.
De esta manera, se niega a reconocerlo como hermano, a relacionarse positivamente con él, a vivir ante Dios asumiendo sus responsabilidades de cuidar y proteger al otro. A la pregunta "¿Dónde está tu hermano?", con la que Dios interpela a Caín pidiéndole cuentas por lo que ha hecho, él responde: "No lo sé; ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?" (Gn 4,9). Después –nos dice el Génesis– "Caín salió de la presencia del Señor" (4,16).
Hemos de preguntarnos por los motivos profundos que han llevado a Caín a dejar de lado el vínculo de fraternidad y, junto con él, el vínculo de reciprocidad y de comunión que lo unía a su hermano Abel. Dios mismo denuncia y recrimina a Caín su connivencia con el mal: "El pecado acecha a la puerta" (Gn 4,7). No obstante, Caín no lucha contra el mal y decide igualmente alzar la mano "contra su hermano Abel" (Gn 4,8), rechazando el proyecto de Dios. Frustra así su vocación originaria de ser hijo de Dios y a vivir la fraternidad.
El relato de Caín y Abel nos enseña que la humanidad lleva inscrita en sí una vocación a la fraternidad, pero también la dramática posibilidad de su traición. Da testimonio de ello el egoísmo cotidiano, que está en el fondo de tantas guerras e injusticias: muchos hombres y mujeres mueren a manos de hermanos y hermanas que no saben reconocerse como tales, es decir, como seres hechos para la reciprocidad, para la comunión y para el don.
"Y todos ustedes son hermanos" (Mt 23,8)
3. Surge espontánea la pregunta: ¿los hombres y las mujeres de este mundo podrán corresponder alguna vez plenamente al anhelo de fraternidad, que Dios Padre imprimió en ellos? ¿Conseguirán, sólo con sus fuerzas, vencer la indiferencia, el egoísmo y el odio, y aceptar las legítimas diferencias que caracterizan a los hermanos y hermanas?
Parafraseando sus palabras, podríamos sintetizar así la respuesta que nos da el Señor Jesús: Ya que hay un solo Padre, que es Dios, todos ustedes son hermanos (cf. Mt 23,8-9). La fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios. No se trata de una paternidad genérica, indiferenciada e históricamente ineficaz, sino de un amor personal, puntual y extraordinariamente concreto de Dios por cada ser humano (cf. Mt 6,25-30).
Una paternidad, por tanto, que genera eficazmente fraternidad, porque el amor de Dios, cuando es acogido, se convierte en el agente más asombroso de transformación de la existencia y de las relaciones con los otros, abriendo a los hombres a la solidaridad y a la reciprocidad.
Sobre todo, la fraternidad humana ha sido regenerada en y por Jesucristo con su muerte y resurrección. La cruz es el "lugar" definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos. Jesucristo, que ha asumido la naturaleza humana para redimirla, amando al Padre hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2,8), mediante su resurrección nos constituye en humanidad nueva, en total comunión con la voluntad de Dios, con su proyecto, que comprende la plena realización de la vocación a la fraternidad.
Jesús asume desde el principio el proyecto de Dios, concediéndole el primado sobre todas las cosas. Pero Cristo, con su abandono a la muerte por amor al Padre, se convierte en principio nuevo y definitivo para todos nosotros, llamados a reconocernos hermanos en Él, hijos del mismo Padre. Él es la misma Alianza, el lugar personal de la reconciliación del hombre con Dios y de los hermanos entre sí.
En la muerte en cruz de Jesús también queda superada la separación entre pueblos, entre el pueblo de la Alianza y el pueblo de los Gentiles, privado de esperanza porque hasta aquel momento era ajeno a los pactos de la Promesa. Como leemos en la Carta a los Efesios, Jesucristo reconcilia en sí a todos los hombres. Él es la paz, porque de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando el muro de separación que los dividía, la enemistad. Él ha creado en sí mismo un solo pueblo, un solo hombre nuevo, una sola humanidad (cf. 2,14-16).
Quien acepta la vida de Cristo y vive en Él reconoce a Dios como Padre y se entrega totalmente a Él, amándolo sobre todas las cosas. El hombre reconciliado ve en Dios al Padre de todos y, en consecuencia, siente el llamado a vivir una fraternidad abierta a todos. En Cristo, el otro es aceptado y amado como hijo o hija de Dios, como hermano o hermana, no como un extraño, y menos aún como un contrincante o un enemigo.
En la familia de Dios, donde todos son hijos de un mismo Padre, y todos están injertados en Cristo, hijos en el Hijo, no hay "vidas descartables". Todos gozan de igual e intangible dignidad. Todos son amados por Dios, todos han sido rescatados por la sangre de Cristo, muerto en cruz y resucitado por cada uno. Ésta es la razón por la que no podemos quedarnos indiferentes ante la suerte de los hermanos.
La fraternidad, fundamento y camino para la paz
4. Teniendo en cuenta todo esto, es fácil comprender que la fraternidad es fundamento y camino para la paz. Las Encíclicas sociales de mis Predecesores aportan una valiosa ayuda en este sentido. Bastaría recuperar las definiciones de paz de la Populorum progressio de Pablo VI o de la Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II. En la primera, encontramos que el desarrollo integral de los pueblos es el nuevo nombre de la paz. En la segunda, que la paz es opus solidaritatis .
Pablo VI afirma que no sólo entre las personas, sino también entre las naciones, debe reinar un espíritu de fraternidad. Y explica: "En esta comprensión y amistad mutuas, en esta comunión sagrada, debemos […] actuar a una para edificar el porvenir común de la humanidad".
Este deber concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus obligaciones hunden sus raíces en la fraternidad humana y sobrenatural, y se presentan bajo un triple aspecto: el deber de solidaridad, que exige que las naciones ricas ayuden a los países menos desarrollados; el deber de justicia social, que requiere el cumplimiento en términos más correctos de las relaciones defectuosas entre pueblos fuertes y pueblos débiles; el deber de caridad universal, que implica la promoción de un mundo más humano para todos, en donde todos tengan algo que dar y recibir, sin que el progreso de unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros.
Asimismo, si se considera la paz como opus solidaritatis, no se puede soslayar que la fraternidad es su principal fundamento. La paz –afirma Juan Pablo II– es un bien indivisible. O es de todos o no es de nadie. Sólo es posible alcanzarla realmente y gozar de ella, como mejor calidad de vida y como desarrollo más humano y sostenible, si se asume en la práctica, por parte de todos, una "determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común".
Lo cual implica no dejarse llevar por el "afán de ganancia" o por la "sed de poder". Es necesario estar dispuestos a "‘perderse’ por el otro en lugar de explotarlo, y a ‘servirlo’ en lugar de oprimirlo para el propio provecho. […] El ‘otro’ –persona, pueblo o nación– no [puede ser considerado] como un instrumento cualquiera para explotar a bajo coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un ‘semejante’ nuestro, una ‘ayuda’".
La solidaridad cristiana entraña que el prójimo sea amado no sólo como "un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos", sino como "la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo" , como un hermano. "Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, ‘hijos en el Hijo’, de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo, conferirá –recuerda Juan Pablo II– a nuestra mirada sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo", para transformarlo.
La fraternidad, premisa para vencer la pobreza
5. En la Caritas in veritate, mi Predecesor recordaba al mundo entero que la falta de fraternidad entre los pueblos y entre los hombres es una causa importante de la pobreza. En muchas sociedades experimentamos una profunda pobreza relacional debida a la carencia de sólidas relaciones familiares y comunitarias. Asistimos con preocupación al crecimiento de distintos tipos de descontento, de marginación, de soledad y a variadas formas de dependencia patológica.
Una pobreza como ésta sólo puede ser superada redescubriendo y valorando las relaciones fraternas en el seno de las familias y de las comunidades, compartiendo las alegrías y los sufrimientos, las dificultades y los logros que forman parte de la vida de las personas.
Además, si por una parte se da una reducción de la pobreza absoluta, por otra parte no podemos dejar de reconocer un grave aumento de la pobreza relativa, es decir, de las desigualdades entre personas y grupos que conviven en una determinada región o en un determinado contexto histórico-cultural
En este sentido, se necesitan también políticas eficaces que promuevan el principio de la fraternidad, asegurando a las personas –iguales en su dignidad y en sus derechos fundamentales– el acceso a los "capitales", a los servicios, a los recursos educativos, sanitarios, tecnológicos, de modo que todos tengan la oportunidad de expresar y realizar su proyecto de vida, y puedan desarrollarse plenamente como personas.
También se necesitan políticas dirigidas a atenuar una excesiva desigualdad de la renta. No podemos olvidar la enseñanza de la Iglesia sobre la llamada hipoteca social, según la cual, aunque es lícito, como dice Santo Tomás de Aquino, e incluso necesario, "que el hombre posea cosas propias" , en cuanto al uso, no las tiene "como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás".
Finalmente, hay una forma más de promover la fraternidad –y así vencer la pobreza– que debe estar en el fondo de todas las demás. Es el desprendimiento de quien elige vivir estilos de vida sobrios y esenciales, de quien, compartiendo las propias riquezas, consigue así experimentar la comunión fraterna con los otros. Esto es fundamental para seguir a Jesucristo y ser auténticamente cristianos. No se trata sólo de personas consagradas que hacen profesión del voto de pobreza, sino también de muchas familias y ciudadanos responsables, que creen firmemente que la relación fraterna con el prójimo constituye el bien más preciado.
El redescubrimiento de la fraternidad en la economía
6. Las graves crisis financieras y económicas –que tienen su origen en el progresivo alejamiento del hombre de Dios y del prójimo, en la búsqueda insaciable de bienes materiales, por un lado, y en el empobrecimiento de las relaciones interpersonales y comunitarias, por otro– han llevado a muchos a buscar el bienestar, la felicidad y la seguridad en el consumo y la ganancia más allá de la lógica de una economía sana.
Ya en 1979 Juan Pablo II advertía del "peligro real y perceptible de que, mientras avanza enormemente el dominio por parte del hombre sobre el mundo de las cosas, pierda los hilos esenciales de este dominio suyo, y de diversos modos su humanidad quede sometida a ese mundo, y él mismo se haga objeto de múltiple manipulación, aunque a veces no directamente perceptible, a través de toda la organización de la vida comunitaria, a través del sistema de producción, a través de la presión de los medios de comunicación social" .
El hecho de que las crisis económicas se sucedan una detrás de otra debería llevarnos a las oportunas revisiones de los modelos de desarrollo económico y a un cambio en los estilos de vida. La crisis actual, con graves consecuencias para la vida de las personas, puede ser, sin embargo, una ocasión propicia para recuperar las virtudes de la prudencia, de la templanza, de la justicia y de la fortaleza.
Estas virtudes nos pueden ayudar a superar los momentos difíciles y a redescubrir los vínculos fraternos que nos unen unos a otros, con la profunda confianza de que el hombre tiene necesidad y es capaz de algo más que desarrollar al máximo su interés individual. Sobre todo, estas virtudes son necesarias para construir y mantener una sociedad a medida de la dignidad humana.
La fraternidad extingue la guerra
7. Durante este último año, muchos de nuestros hermanos y hermanas han sufrido la experiencia denigrante de la guerra, que constituye una grave y profunda herida infligida a la fraternidad.
Muchos son los conflictos amados que se producen en medio de la indiferencia general. A todos cuantos viven en tierras donde las armas imponen terror y destrucción, les aseguro mi cercanía personal y la de toda la Iglesia. Ésta tiene la misión de llevar la caridad de Cristo también a las víctimas inermes de las guerras olvidadas, mediante la oración por la paz, el servicio a los heridos, a los que pasan hambre, a los desplazados, a los refugiados y a cuantos viven con miedo.
Además la Iglesia alza su voz para hacer llegar a los responsables el grito de dolor de esta humanidad sufriente y para hacer cesar, junto a las hostilidades, cualquier atropello o violación de los derechos fundamentales del hombre.
Por este motivo, deseo dirigir una encarecida exhortación a cuantos siembran violencia y muerte con las armas: Redescubran, en quien hoy consideran sólo un enemigo al que exterminar, a su hermano y no alcen su mano contra él. Renuncien a la vía de las armas y vayan al encuentro del otro con el diálogo, el perdón y la reconciliación para reconstruir a su alrededor la justicia, la confianza y la esperanza.
"En esta perspectiva, parece claro que en la vida de los pueblos los conflictos armados constituyen siempre la deliberada negación de toda posible concordia internacional, creando divisiones profundas y heridas lacerantes que requieren muchos años para cicatrizar. Las guerras constituyen el rechazo práctico al compromiso por alcanzar esas grandes metas económicas y sociales que la comunidad internacional se ha fijado".
Sin embargo, mientras haya una cantidad tan grande de armamentos en circulación como hoy en día, siempre se podrán encontrar nuevos pretextos para iniciar las hostilidades. Por eso, hago mío el llamamiento de mis Predecesores a la no proliferación de las armas y al desarme de parte de todos, comenzando por el desarme nuclear y químico.
No podemos dejar de constatar que los acuerdos internacionales y las leyes nacionales, aunque son necesarias y altamente deseables, no son suficientes por sí solas para proteger a la humanidad del riesgo de los conflictos armados. Se necesita una conversión de los corazones que permita a cada uno reconocer en el otro un hermano del que preocuparse, con el que colaborar para construir una vida plena para todos.
Éste es el espíritu que anima muchas iniciativas de la sociedad civil a favor de la paz, entre las que se encuentran las de las organizaciones religiosas. Espero que el empeño cotidiano de todos siga dando fruto y que se pueda lograr también la efectiva aplicación en el derecho internacional del derecho a la paz, como un derecho humano fundamental, pre-condición necesaria para el ejercicio de todos los otros derechos.
La corrupción y el crimen organizado se oponen a la fraternidad
8. El horizonte de la fraternidad prevé el desarrollo integral de todo hombre y mujer. Las justas ambiciones de una persona, sobre todo si es joven, no se pueden frustrar y ultrajar, no se puede defraudar la esperanza de poder realizarlas. Sin embargo, no podemos confundir la ambición con la prevaricación. Al contrario, debemos competir en la estima mutua (cf. Rm 12,10). También en las disputas, que constituyen un aspecto ineludible de la vida, es necesario recordar que somos hermanos y, por eso mismo, educar y educarse en no considerar al prójimo un enemigo o un adversario al que eliminar.
La fraternidad genera paz social, porque crea un equilibrio entre libertad y justicia, entre responsabilidad personal y solidaridad, entre el bien de los individuos y el bien común. Y una comunidad política debe favorecer todo esto con trasparencia y responsabilidad. Los ciudadanos deben sentirse representados por los poderes públicos sin menoscabo de su libertad.
En cambio, a menudo, entre ciudadano e instituciones, se infiltran intereses de parte que deforman su relación, propiciando la creación de un clima perenne de conflicto.
Un auténtico espíritu de fraternidad vence el egoísmo individual que impide que las personas puedan vivir en libertad y armonía entre sí. Ese egoísmo se desarrolla socialmente tanto en las múltiples formas de corrupción, hoy tan capilarmente difundidas, como en la formación de las organizaciones criminales, desde los grupos pequeños a aquellos que operan a escala global, que, minando profundamente la legalidad y la justicia, hieren el corazón de la dignidad de la persona. Estas organizaciones ofenden gravemente a Dios, perjudican a los hermanos y dañan a la creación, más todavía cuando tienen connotaciones religiosas.
Pienso en el drama lacerante de la droga, con la que algunos se lucran despreciando las leyes morales y civiles, en la devastación de los recursos naturales y en la contaminación, en la tragedia de la explotación laboral; pienso en el blanqueo ilícito de dinero así como en la especulación financiera, que a menudo asume rasgos perjudiciales y demoledores para enteros sistemas económicos y sociales, exponiendo a la pobreza a millones de hombres y mujeres; pienso en la prostitución que cada día cosecha víctimas inocentes, sobre todo entre los más jóvenes, robándoles el futuro; pienso en la abominable trata de seres humanos, en los delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que todavía difunde su horror en muchas partes del mundo, en la tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad.
Juan XXIII escribió al respecto: "Una sociedad que se apoye sólo en la razón de la fuerza ha de calificarse de inhumana. En ella, efectivamente, los hombres se ven privados de su libertad, en vez de sentirse estimulados, por el contrario, al progreso de la vida y al propio perfeccionamiento".
Sin embargo, el hombre se puede convertir y nunca se puede excluir la posibilidad de que cambie de vida. Me gustaría que esto fuese un mensaje de confianza para todos, también para aquellos que han cometido crímenes atroces, porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 18,23).
En el contexto amplio del carácter social del hombre, por lo que se refiere al delito y a la pena, también hemos de pensar en las condiciones inhumanas de muchas cárceles, donde el recluso a menudo queda reducido a un estado infrahumano y humillado en su dignidad humana, impedido también de cualquier voluntad y expresión de redención.
La Iglesia hace mucho en todos estos ámbitos, la mayor parte de las veces en silencio. Exhorto y animo a hacer cada vez más, con la esperanza de que dichas iniciativas, llevadas a cabo por muchos hombres y mujeres audaces, sean cada vez más apoyadas leal y honestamente también por los poderes civiles.
La fraternidad ayuda a proteger y a cultivar la naturaleza
9. La familia humana ha recibido del Creador un don en común: la naturaleza. La visión cristiana de la creación conlleva un juicio positivo sobre la licitud de las intervenciones en la naturaleza para sacar provecho de ello, a condición de obrar responsablemente, es decir, acatando aquella "gramática" que está inscrita en ella y usando sabiamente los recursos en beneficio de todos, respetando la belleza, la finalidad y la utilidad de todos los seres vivos y su función en el ecosistema.
En definitiva, la naturaleza está a nuestra disposición, y nosotros estamos llamados a administrarla responsablemente. En cambio, a menudo nos dejamos llevar por la codicia, por la soberbia del dominar, del tener, del manipular, del explotar; no custodiamos la naturaleza, no la respetamos, no la consideramos un don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos, también de las generaciones futuras.
En particular, el sector agrícola es el sector primario de producción con la vocación vital de cultivar y proteger los recursos naturales para alimentar a la humanidad. A este respecto, la persistente vergüenza del hambre en el mundo me lleva a compartir con ustedes la pregunta: ¿cómo usamos los recursos de la tierra?
Las sociedades actuales deberían reflexionar sobre la jerarquía en las prioridades a las que se destina la producción. De hecho, es un deber de obligado cumplimiento que se utilicen los recursos de la tierra de modo que nadie pase hambre. Las iniciativas y las soluciones posibles son muchas y no se limitan al aumento de la producción.
Es de sobra sabido que la producción actual es suficiente y, sin embargo, millones de personas sufren y mueren de hambre, y eso constituye un verdadero escándalo. Es necesario encontrar los modos para que todos se puedan beneficiar de los frutos de la tierra, no sólo para evitar que se amplíe la brecha entre quien más tiene y quien se tiene que conformar con las migajas, sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, de equidad y de respeto hacia el ser humano.
este sentido, quisiera recordar a todos el necesario destino universal de los bienes, que es uno de los principios clave de la doctrina social de la Iglesia. Respetar este principio es la condición esencial para posibilitar un efectivo y justo acceso a los bienes básicos y primarios que todo hombre necesita y a los que tiene derecho.
Conclusión
10. La fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero sólo el amor dado por Dios nos permite acoger y vivir plenamente la fraternidad.
El necesario realismo de la política y de la economía no puede reducirse a un tecnicismo privado de ideales, que ignora la dimensión trascendente del hombre. Cuando falta esta apertura a Dios, toda actividad humana se vuelve más pobre y las personas quedan reducidas a objetos de explotación.
Sólo si aceptan moverse en el amplio espacio asegurado por esta apertura a Aquel que ama a cada hombre y a cada mujer, la política y la economía conseguirán estructurarse sobre la base de un auténtico espíritu de caridad fraterna y podrán ser instrumento eficaz de desarrollo humano integral y de paz.
Los cristianos creemos que en la Iglesia somos miembros los unos de los otros, que todos nos necesitamos unos a otros, porque a cada uno de nosotros se nos ha dado una gracia según la medida del don de Cristo, para la utilidad común (cf. Ef 4,7.25; 1 Co 12,7). Cristo ha venido al mundo para traernos la gracia divina, es decir, la posibilidad de participar en su vida.
Esto lleva consigo tejer un entramado de relaciones fraternas, basadas en la reciprocidad, en el perdón, en el don total de sí, según la amplitud y la profundidad del amor de Dios, ofrecido a la humanidad por Aquel que, crucificado y resucitado, atrae a todos a sí: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo les he amado, ámense también entre ustedes. La señal por la que conocerán todos que son discípulos míos será que se aman unos a otros" (Jn 13,34-35).
Ésta es la buena noticia que reclama de cada uno de nosotros un paso adelante, un ejercicio perenne de empatía, de escucha del sufrimiento y de la esperanza del otro, también del más alejado de mí, poniéndonos en marcha por el camino exigente de aquel amor que se entrega y se gasta gratuitamente por el bien de cada hermano y hermana.
Cristo se dirige al hombre en su integridad y no desea que nadie se pierda. "Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él" (Jn 3,17). Lo hace sin forzar, sin obligar a nadie a abrirle las puertas de su corazón y de su mente.
"El primero entre ustedes pórtese como el menor, y el que gobierna, como el que sirve" –dice Jesucristo–, "yo estoy en medio de ustedes como el que sirve" (Lc 22,26-27). Así pues, toda actividad debe distinguirse por una actitud de servicio a las personas, especialmente a las más lejanas y desconocidas. El servicio es el alma de esa fraternidad que edifica la paz.
Que María, la Madre de Jesús, nos ayude a comprender y a vivir cada día la fraternidad que brota del corazón de su Hijo, para llevar paz a todos los hombres en esta querida tierra nuestra. Vaticano, 8 de diciembre de 2013.
2 Diciembre 2013. Discurso del Santo Padre Francisco
a los Obispos de los países bajos,
en visita Ad Limina.
Queridos hermanos en el episcopado; En estos días en los que usted está haciendo su visita ad limina Apostolorum , saludo a cada uno de vosotros con afecto en el Señor, y os aseguro mis oraciones para que esta peregrinación es lleno de gracia y fructífera para la Iglesia en los Países Bajos. Gracias, querido cardenal Willem Jacobus Eijk, por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos!
Permítanme en primer lugar expresar mi gratitud por el servicio de Cristo y del Evangelio, que usted lleva a cabo por el pueblo confiado a usted, a menudo en circunstancias difíciles. No es fácil mantener la esperanza en los desafíos que enfrenta! El ejercicio colegial de vuestro ministerio episcopal, en comunión con el Obispo de Roma, es una necesidad para crecer esta esperanza, en un verdadero diálogo y una colaboración efectiva. Que va a hacer bien en mirar con confianza a los signos de vitalidad que se producen en las comunidades cristianas de vuestras diócesis. Son signos de la presencia activa del Señor en medio de los hombres y las mujeres en su país que esperan auténticos testigos de la esperanza que nos da la vida, el que viene de Cristo.
La Iglesia, con paciencia materna continúa con sus esfuerzos para responder a las preocupaciones de muchos hombres y mujeres que sufren de ansiedad y el desánimo frente al futuro. Con vuestros sacerdotes, vuestros colaboradores, que quieren hacer que cerca de las personas que sufren de vacío espiritual y que están buscando un sentido a sus vidas, aunque no siempre sabemos cómo expresar. Cómo acompañarlos fraternalmente en esta investigación, si no por escuchar a compartir con ellos la esperanza, la alegría, la capacidad de seguir adelante que Jesucristo nos da?
Por lo tanto, la Iglesia trata de presentar la fe en un auténtico, comprensible y pastoral. L ' Año de la Fe era una feliz oportunidad para mostrar cómo el contenido de la fe para llegar a todos los hombres. La antropología cristiana y la doctrina social de la Iglesia son parte de la herencia de la experiencia y de la humanidad en la que la civilización europea, y que en realidad puede ayudar a reafirmar la primacía del hombre sobre la tecnología y las estructuras. Y esto presupone la primacía de la apertura a la trascendencia. Por el contrario, la supresión de la dimensión trascendente, una cultura se empobrece, mientras que debería mostrar la capacidad de conectarse en constante armonía entre fe y razón, la verdad y la libertad. Por lo tanto, la Iglesia no es sólo propone las verdades morales inmutables y actitudes contra la corriente del mundo, sino que los ofrece como la clave para un buen desarrollo humano y social. Los cristianos tienen una misión especial para afrontar este reto. La educación de la conciencia se convierte en una prioridad, especialmente a través de la formación de un juicio crítico, mientras que tener un enfoque positivo sobre las realidades sociales, por lo que evitar la superficialidad de los juicios de la indiferencia y la resignación. Por lo tanto, esto requiere que los católicos, sacerdotes, personas consagradas y laicos adquirir una educación de calidad y sólido. Le recomiendo a usted a unirse a sus esfuerzos para responder a esta necesidad y permiten una mejor anuncio del Evangelio. En este contexto, el testimonio y el compromiso de los laicos en la Iglesia y en la sociedad tienen un papel importante y deben ser fuertemente apoyados. Todos los bautizados están invitados a ser discípulos-misioneros, donde estamos.
En su sociedad, fuertemente marcada por la secularización, os animo también a estar presente en el debate público, en todas las áreas en las que es debido al hombre, para hacer visible la misericordia de Dios y su compasión por todas las criaturas. En el mundo actual, la Iglesia tiene el deber de repetir incansablemente las palabras de Jesús: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" ( Mt. 11:28). Pero preguntémonos: ¿quién nos encontramos, que conoce a un cristiano percibe algo de la bondad de Dios, la alegría de haber encontrado a Cristo? Como he dicho a menudo, de la experiencia de ministerio episcopal auténtica, la Iglesia se expande, no para hacer proselitismo, sino a la atracción. Se envía por todo el mundo a despertar, despertar, mantener la esperanza! De ahí la importancia de alentar a su gente para aprovechar las oportunidades para el diálogo, por estar presente en los lugares donde se decida el futuro va a ser capaz de hacer su contribución en los debates sobre las grandes cuestiones sociales relativas, por ejemplo, la familia, el matrimonio, final de la vida.
Hoy más que nunca nos sentimos la necesidad de avanzar en el camino de la vocación ecuménica para un diálogo genuino que rodea los elementos de verdad y bondad, y ofrecer respuestas inspiradas en el Evangelio. El Espíritu Santo nos impulsa a ir más allá de nosotros mismos para llegar a los demás!
En un país rico en muchos aspectos, la pobreza afecta a un número creciente de personas. Mejorar la generosidad de los fieles para llevar la luz y la compasión de Cristo en los lugares donde se espera y, en particular, a las personas más marginadas! Además, la escuela católica, ofreciendo a los jóvenes una educación sólida, seguirá promoviendo su formación humana y espiritual, en un espíritu de diálogo y de comunión con aquellos que no comparten su fe. Por tanto, es importante que los jóvenes cristianos reciben la calidad de la catequesis, que sostienen su fe y guiarlos a encontrar a Cristo. Educación sólida y una mente abierta! Así es como la buena noticia sigue propagándose.
Usted sabe muy bien que el futuro y la vitalidad de la Iglesia en los Países Bajos también depende de las vocaciones sacerdotales y religiosas! Y 'urgente despiertan vocaciones vigorosa y atractiva, así como acompañar a la búsqueda común de la madurez humana y espiritual de los seminaristas. Ellos viven una relación personal con el Señor, que será la base de su vida sacerdotal! También podría sentir la necesidad de orar al Señor de la mies! El redescubrimiento de la oración en varias formas, y especialmente la adoración eucarística, es una fuente de esperanza para la Iglesia crezca y eche raíces. ¿Qué tan importante y esencial para estar cerca de vuestros sacerdotes, disponible con cada uno de sus sacerdotes para apoyar y orientar a ellos si lo necesitan! Como padres, encontró el tiempo para darles la bienvenida y escuchar a los mismos, siempre que así lo exigen. Y no nos olvidemos también de llegar a los que no se acercan, y algunos de ellos son, por desgracia, no pudieron cumplir con sus compromisos. De una manera muy especial, quiero expresar mi simpatía y le aseguro mis oraciones por cada una de las víctimas de abuso sexual y sus familias, les pido que sigan apoyando en su viaje de sanación doloroso, emprendido con valentía. Cuidado para responder al deseo de Cristo, el Buen Pastor, tienen un corazón para defender y crecer en toda la unidad y todos los demás
Para concluir, me gustaría darle las gracias por los signos de la vitalidad con la que el Señor ha bendecido a la Iglesia que está en los Países Bajos, en este contexto, que no siempre es fácil. Él le animará y fortalecerá en la delicada tarea de dirigir sus comunidades en el camino de la fe y de la unidad, la verdad y la caridad. Mientras os encomiendo a vosotros, sacerdotes, personas consagradas y los fieles laicos de vuestras diócesis a la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia, os imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de paz y de alegría espiritual, y fraternalmente pido que no te olvides de orar para mí!
28 Noviembre 2013 Discurso del Santo Padre Francisco,
a los participantes en la plenaria del pontificio consejo
para el diálogo interreligioso.
"una actitud de apertura en la verdad y el amor debe prevalecer en el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los diversos obstáculos y dificultades, especialmente el fundamentalismo de ambas partes.
Señores Cardenales, Queridos Hermanos en el Episcopado, Queridos hermanos y hermanas: en primer lugar, pido disculpas por el retraso. La audiencia se ha retrasado. Gracias por su paciencia. Tengo el placer de conocerlo en el contexto de la Sesión Plenaria: ofrecer a cada uno la más cordial bienvenida y agradecer el cardenal Jean-Louis Tauran por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.
La Iglesia católica es consciente del valor que la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas. Entiendo cada vez más la importancia, tanto porque el mundo es, de alguna manera, se convierten en "más pequeño", tanto por el fenómeno de la migración aumenta el contacto entre las personas y las comunidades de la tradición, la cultura, la religión y diferente. Esta realidad desafía nuestra conciencia cristiana, es un desafío para la comprensión de la fe y la vida concreta de las Iglesias locales, parroquias, para muchos creyentes.
Por ello es de especial relevancia para el tema de la reunión es: "Los miembros de las diferentes tradiciones religiosas en la sociedad." Como dije en mi Evangelii Gaudium, "una actitud de apertura en la verdad y el amor debe prevalecer en el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los diversos obstáculos y dificultades, especialmente el fundamentalismo de ambas partes" (n . 250). De hecho, hay situaciones en el mundo donde la convivencia es difícil a menudo razones políticas o económicas se superponen con las diferencias culturales y religiosas, apoyándose también en los malos entendidos y errores del pasado: todo es susceptible de generar desconfianza y miedo. Sólo hay una manera de superar este miedo, y es el del diálogo, el encuentro marcado por la amistad y el respeto. Cuando vas a este camino es un ser humano.
El diálogo no significa renunciar a tu identidad cuando vaya a otra reunión, e incluso se niega a renunciar a la fe ya la moral cristiana. Por el contrario, "la verdadera apertura implica permanecer firmes en sus convicciones más profundas, con una clara y alegre" ( ibid. , 251) y por lo tanto abierto a comprender a los demás, capaz de las relaciones humanas respetuosas, convencidos que la reunión con los que son diferentes a nosotros puede ser una oportunidad para el crecimiento en la fraternidad, el enriquecimiento y el testimonio. Es por esta razón que el diálogo interreligioso y la evangelización no son mutuamente excluyentes, sino que se alimentan mutuamente. No imponemos nada, no utilizamos cualquier estrategia solapada para atraer a los fieles, pero somos testigos de alegría y sencillez de lo que creemos y lo que somos. De hecho, un partido en el que cada uno de dejar a un lado lo que cree, fingiendo que renunciar a lo más preciado, ciertamente no sería una auténtica relación. En este caso se podría hablar de una fraternidad fingir. Como discípulos de Jesús, debemos esforzarnos para superar el miedo, siempre dispuesto a dar el primer paso, sin desanimarse ante las dificultades e incomprensiones.
El diálogo constructivo entre personas de diferentes tradiciones religiosas también sirve para superar otro temor, que, por desgracia, nos encontramos con un aumento en la sociedad más fuertemente secularizado: el miedo a las diferentes tradiciones religiosas y de la dimensión religiosa como tal. La religión es vista como algo inútil o incluso peligroso, a veces pretendes que los cristianos la entrega de sus convicciones religiosas y morales de la profesión (cf. Benedicto XVI , Discurso al Cuerpo Diplomático , 10 de enero de 2011). En general se piensa que la convivencia es posible sólo ocultar su afiliación religiosa, reunirse con nosotros en una especie de espacio neutral, carente de referencias a la trascendencia. Pero aquí, también: ¿cómo sería posible crear relaciones de confianza, construir una empresa que es auténtica casa común, que requiere dejar a un lado lo que cada uno considera ser una parte íntima de su ser? No se puede pensar en una hermandad "laboratorio". Por supuesto, es necesario que todo sucede de acuerdo con las creencias de los demás, incluso a aquellos que no creen, pero hay que tener el coraje y la paciencia para acomodar entre sí por lo que somos. El futuro está en la convivencia respetuosa de la diversidad, no en la aprobación de un pensamiento único teóricamente neutral. Hemos visto a lo largo de la historia, la tragedia de los pensamientos únicos. Por lo tanto, se convierte en esencial para el reconocimiento del derecho fundamental a la libertad religiosa, en todas sus dimensiones. En esta Magisterio de la Iglesia ha hablado en las últimas décadas con un gran compromiso. Estamos convencidos de que de esta manera pasa a la construcción de la paz en el mundo.
Doy las gracias al Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso por el valioso servicio que realiza, y en cada uno de vosotros invoco la abundancia de las bendiciones de Dios. Gracias
DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL PLENO DE LA SUPREMA
CORTE de la Signatura Apostólica Sala Clementina
Viernes, 08 de noviembre 2013
Señores cardenales, queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas, Su sesión plenaria esto me da la oportunidad de dar la bienvenida a todos los que trabajan en el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica , cada una expresando mi gratitud por la promoción de la buena administración de la justicia en la Iglesia. Os saludo cordialmente y agradezco al cardenal prefecto para las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro.
Su actividad consiste en apoyar el trabajo de los tribunales eclesiásticos , llamado a responder adecuadamente a los fieles que acuden a la justicia de la Iglesia para obtener una decisión justa. Usted se esfuerza para que esto funcione bien, mientras que el apoyo a la responsabilidad de los obispos en la formación de idóneos ministros de justicia. Entre ellos, el defensor del vínculo juega un papel importante, especialmente en el proceso de nulidad del matrimonio. Es necesario, en efecto, para que pudiera realizar su misión de manera efectiva, para facilitar la consecución de la verdad en el juicio final a favor del bien pastoral de las partes involucradas.
En este sentido, la Signatura Apostólica ha ofrecido importantes contribuciones. Pienso, en particular, a la colaboración en la preparación de la " Instrucción Dignitas connubii , que enucleates normas de procedimiento de la aplicación. En esta línea también se ocupa esta Sesión Plenaria, que pone el foco de la promoción de una defensa efectiva del vínculo matrimonial en los procesos canónicos de nulidad.
La atención prestada al Ministerio de Defensa de la restricción es ciertamente apropiado, porque su presencia y sus palabras son necesarias en todo el proceso de desarrollo (cf. Dignitas connubii , 56, 1-2, 279, 1). Del mismo modo, se pretende que se debe proponer todo tipo de pruebas, excepciones, apelaciones y recursos, de acuerdo con la verdad, promover la defensa de la fianza.
L ' Educación citado describe, en particular, el papel del defensor del vínculo en las causas de nulidad por incapacidad mental, que en algunos tribunales son el único jefe de nulidad. Hace hincapié en la diligencia que debe hacer para evaluar las preguntas a los expertos, y los resultados de esas encuestas (cf. 56, 4). Por lo tanto, el defensor del vínculo que quiere hacer un buen servicio no se puede limitar a una lectura apresurada de los actos, ni las respuestas burocráticas y genéricos. En su delicada tarea, que tiene que tratar de armonizar los requisitos del Código de Derecho Canónico de la situación concreta de la Iglesia y de la sociedad.
El cumplimiento completo y fiel de la tarea del Defensor del Vínculo no constituye una reclamación, en detrimento de las prerrogativas del juez eclesiástico, a quien sólo es responsable de la definición de la causa. Cuando el defensor del vínculo lleva a la obligación de apelar, incluso a la Rota romana , contra una decisión que considera perjudicial para la verdad de la unión, el trabajo prevalece sobre la de la corte. En efecto, los jueces pueden encontrar en el trabajo cuidadoso de quien defiende la asistencia matrimonio para su negocio.
El Concilio Vaticano II describe la Iglesia como comunión. En esta perspectiva, hay que ver tanto el servicio del defensor del vínculo, es la consideración que debe darse a la misma, en un diálogo atento y respetuoso.
Una nota final, muy importante, con respecto a los involucrados en el ministerio de justicia de la Iglesia. Actúan en nombre de la Iglesia, son parte de la Iglesia. Por lo tanto, siempre hay que mantener viva la conexión entre la acción evangelizadora de la Iglesia, de la Iglesia y que se administra la justicia. El servicio es un compromiso con la justicia de la vida apostólica: que debe ser ejercido fijos los ojos en el icono del Buen Pastor, que se inclina hacia la oveja perdida y el dolor.
Al término de este encuentro, os animo a todos a perseverar en la búsqueda de un ejercicio claro y recto de la justicia en la Iglesia, en respuesta a un deseo legítimo que los fieles a su vez a los pastores, especialmente cuando se confía requieren autoridad para aclarar su situación . Santa María, a quien invocamos bajo el título de Espejo de justicia, ayuda a usted ya toda la Iglesia a caminar en el camino de la justicia, que es la primera forma de caridad. Gracias y buena suerte!
4 Noviembre 2013. En el tercer concierto del XII
Festival Internacional de Música y Arte Sacra
que se realiza en Roma, hasta el 10 de noviembre, este domingo fue el momento del polifónico, con el Coro de la Capilla Pontificia Sixtina, que desplegó la armonía de la música latina, junto al Coro Sinodal del Patriarcado de Moscú, que puso en luz las valiosas tradiciones de la música sacra rusa.
Al inicio del concierto realizado en la basílica de Santa María La Mayor, el cardenal Sandri indicó: “He venido a petición de la Secretaría de Estado de su santidad, para representar a la Santa Sede en este concierto. He aceptado con mucho gusto y estoy muy honrado de participar con este mensaje, que su santidad el papa Francisco me ha encomendado para esta ocasión”. Fuente: Zenit.
El mensaje del santo Padre Francisco:
“Vivir un momento de elevación espiritual en la basílica de Santa María la Mayor a través del arte musical de la Iglesia latina y de la Iglesia ortodoxa rusa es una experiencia interesante y profunda. Esta basílica de hecho ha nacido para celebrar en occidente el Concilio Ecuménico de Éfeso, que había reconocido a María Theotókos, Madre de Dios. Esta basílica entonces une dos tradiciones eclesiales que se reconocen en la misma fe, enriqueciéndola con su diversidad cultural.
Evaluando la historia del cristianismo en su dimensión milenaria, podemos observar que cuanto fue separado por acontecimientos históricos, impuestos por los diversos modos de entender la revelación, entretanto mantuvo una profunda unidad en el arte. Hoy esta unidad artística puede continuamente encontrar puntos de encuentro fecundos en la inteligente frecuentación, estudio y reflexión de las fuentes comunes. Esto significa verdadera y mutua comprensión, respeto y enriquecimiento para ambos.
En la Iglesia de hecho, el arte en todas sus formas no existe solamente teniendo como finalidad una simple fruición estética, sino de manera que a través de ésta, la Iglesia en cada momento histórico y en cada cultura sea intérprete de la revelación al pueblo de Dios. El arte existe en la Iglesia fundamentalmente para evangelizar y en esta perspectiva es que podemos decir con Dostoevskij: 'la belleza salvará al mundo”.
Hoy la Iglesia puede y debe respirar con sus dos pulmones: el de oriente y el de occidente. Donde no hemos aún logrado a hacerlo enteramente, según la medida solicitada por Jesús en su oración al Padre, podemos hacerlo de otras maneras, como por ejemplo a través del gran patrimonio de arte y de cultura que las diversas tradiciones han producido en abundancia para la vida del pueblo de Dios.
Música, pintura, escultura, arquitectura, en una sola palabra: la belleza se une para hacer crecer en la fe celebrada, en la esperanza profética, y en la caridad testimoniada. Buscando de anticipar en la historia aquella unidad deseada que todos buscamos y que por la gracia de Dios un día realizaremos. Franciscum Papam
26 Octubre 2013Discurso del Santo Padre,
Jornada mundial de la Familia. “La familia vive la alegría de la Fe”
Queridas familias, ¡'buona sera' y bienvenidas a Roma! Han venido aquí como peregrinos desde muchas partes del mundo, para profesar la fe delante de la tumba de San Pedro. Esta plaza les acoge y abraza: somos un sólo pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor, que nos ama y sostiene. Saludo también a todas las familias que están unidas a través de la televisión y de internet: una plaza que se extiende sin confines.
Quisieron llamar a este momento “¡La familia vive la alegría de la fe!”. ¡Me gusta este título! He escuchado las experiencias de ustedes, los casos que han contado. Vi tantos niños, tantos abuelos... Sentí la tristeza de las familias que viven en situación de pobreza y de guerra. He oído a los jóvenes que se quieren casar, aún entre mil dificultades. Y entonces nos preguntamos: ¿Cómo es posible, hoy, vivir la alegría de la fe en familia? ¿Es posible o no es posible vivir esta alegría?
En el evangelio de Mateo, hay una palabra de Jesús que nos ayuda: 'Venid a mí todos los que están cansados y oprimidos, que yo les aliviaré'. Muchas veces la vida es pesada y tantas veces trágica, lo hemos apenas escuchado. Trabajar es fatigoso; buscar trabajo es fatiga y encontrar trabajo hoy nos pide tanta fatiga.
Pero, aquello que más pesa en la vida, no es esto, lo que más pesa es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser acogidos. Pesan ciertos silencios, a veces aún en familia, entre marido y esposa, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor, el cansancio se hace más pesado. Pienso en los ancianos solos, a las familias en dificultad porque no tienen ayuda para sostener a quienes en casa precisan de especiales atenciones y cuidados. 'Venid a Mí todos los que están cansados y oprimidos', dice Jesús.
Queridas familias, el Señor conoce nuestros cansancios, los conoce y los pesos de nuestra vida. Pero conoce también nuestro deseo profundo de hallar la alegría del alivio. ¿Se acuerdan? Jesús dijo: 'Vuestra alegría sea plena'. Jesús quiere que nuestra alegría sea plena.
Lo dijo a los apóstoles, y hoy lo repite a todos nosotros. Así, esta es la primera cosa que quiero compartir con ustedes en esta tarde, y es una palabra de Jesús: 'Venid a mi, familias de todo el mundo --dice Jesús-- y yo les aliviaré para que vuestra alegría sea completa'.
Y esta palabra de Jesús llévenla a casa, en el corazón, compártanla en familia, él nos invita a ir hacia él para darnos a todos la alegría.
La segunda palabra, la tomo del rito del matrimonio. En este sacramento, quien se casa dice: 'Prometo serte fiel, amarte y respetarte, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, y de honrarte y amarte todos los días de nuestra vida'. En aquel momento, los esposos no saben qué sucederá, no saben cuáles son las alegrías y las tristezas que les esperan. Parten, como Abrahan; se ponen juntos en camino. Esto es el matrimonio, partir y caminar juntos, de manos dadas, entregándose en la mano grande del Señor. Mano en la mano por toda la vida y sin hacer caso de esta cultura de lo provisorio que nos corta la vida a pedazos.
Con esta confianza en la fidelidad de Dios, todo se enfrenta, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y los peligros de la vida. Pero no tienen miedo de asumir la propia responsabilidad, delante de Dios y de la sociedad. Sin huir ni aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo hijos.
Pero hoy, santo padre, es difícil. ¡Seguro que es difícil! ¡Por eso, es necesaria la gracia del sacramento! ¡Los sacramentos no sirven para decorar la vida; ¡que lindo matrimonio, que linda la ceremonia, que linda la fiesta! Eso no es la gracia del sacramento, eso es una decoración y la gracia no es para decorar la vida pero para hacernos fuertes en la vida, para hacernos corajosos y poder ir adelante! Sin aislarse, siempre juntos.
Los cristianos se casan sacramentalmente, porque son conscientes que necesitan el sacramento. Necesitan a este para vivir unidos entre sí y cumplir la misión de padres. 'En la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad'. Así dicen los esposos en el matrimonio y rezan juntos y con la comunidad, ¿por qué? Solamente porque es costumbre hacerlo así? No, lo hacen, porque les sirve para el largo viaje que deben hacer juntos, no a tramos, necesitan de la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para acogerse uno al otro cada día y perdonarse cada día.
Y esto es importante en las familias, saber perdonarse, porque todos nosotros tenemos defectos, todos y a veces hacemos cosas que no son buenas y le hacen mal a los otros. Tener el coraje de pedir perdón en familia cuando nos equivocamos. Hace pocas semanas atrás recordé en esta plaza que para llevar adelante una familia es necesario usar tres palabras, quiero repetirlo, tres palabras: permiso, gracias y perdón. Tres palabras claves.
Pidamos permiso para no ser invasores. En familia: ¿Puedo hacer esto, te gusta que haga esto? El leguaje del permiso. Demos gracias, gracias por el amor, pero dime tú, cuántas veces al día le dices gracias a tu mujer o a tu marido? Cuántos días pasan sin decir esta palabra: gracias.
Y todos nos equivocamos, y a veces alguno se ofende en la familia, o en el matrimonio. A veces, digo, vuelan los platos, se dicen palabras fuertes, pero escuchen este consejo: no terminen la jornada sin hacer la paz, cada día. Disculpa y se recomienza. Permiso, gracias, perdón. ¿Lo decimos juntos?: Permiso, gracias, disculpa, usemos estas tres palabras en familia, perdonarse cada día.
En la vida, la familia experimenta muchos momentos hermosos: el descanso, la comida juntos, el paseo hasta al parque o por los campos, la visita a los abuelos, o a una persona enferma... Pero, si falta el amor, faltará la alegría, faltará la fiesta. Porque el amor nos lo da siempre Jesús: él es la fuente inagotable y se da a nosotros en la Eucaristía. Allí en el sacramento, Jesús nos da su palabra y el pan de la vida, para que nuestra alegría sea completa.
Y para concluir, está aquí delante de nosotros, este ícono de la presentación de Jesús en el templo. Es un ícono verdaderamente bello e importante. Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de la escena tienen su camino: María y José se pusieron en camino, yendo como peregrinos a Jerusalén, obedeciendo a la ley del Señor; y también el viejo Simeon y la profetisa Ana, también ella muy anciana, van al templo impelidos por el Espíritu Santo. La escena nos muestra este entrecruzarse de tres generaciones: el entrelazarse de tres generaciones,
Simeon toma en los brazos al niño Jesús, en quien reconoce al Mesías, y Ana es representada en el gesto de alabar a Dios y anunciar la salvación a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como memoria.
Y les pregunto: ¿Ustedes escuchan a los abuelos?, ¿le abren el corazón a la memoria que nos dan los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, la sabiduría de un pueblo, y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. Hay que scuchar a los abuelos.
María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús que es el cumplimiento de todas las promesas. Cada familia, como la de Nazaret está insertada en la historia de un pueblo y no puede existir sin las generaciones anteriores. Y por ello tenemos aquí a los abuelos, los abuelos, y los niños. Los niños aprenden de los abuelos y de las generaciones anteriores.
Queridas familias, también ustedes son parte del pueblo de Dios. Caminen felices, juntamente con este pueblo. Permanezcan siempre unidas a Jesús y llévenlo a todos con vuestro testimonio. Gracias por haber venido. Juntos, hagamos nuestras estas palabras de san Pedro, que nos dan fuerza y continuarán a darnos fuerza en los momentos difíciles: '¿Señor, de quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!'. ¡Con la gracia de Cristo, vivan la alegría de la fe! ¡El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les proteja y acompañe!
25 Octubre 2013. El santo Padre ha recibido esta mañana a los participantes
de la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia,
reunidos desde el miércoles en Roma. “La familia se funda en el matrimonio para siempre”. Durante su discurso el Papa Francisco ha analizado tres aspectos importantes: la familia es una comunidad de vida que tiene una consistencia autónoma; la familia se funda sobre el matrimonio; y la infancia y la vejez.
Respecto a la primera idea, el Papa ha retomado las palabras del beato Juan Pablo II en la exhortación apostólica Familiaris Consortio: "La familia no formada por una suma de personas, sino que es una 'comunidad de personas'". Un lugar, ha explicado, "donde se aprende a amar, el centro natural de la vida humana". Incluso, continúa, "se podría decir, sin exagerar, que la familia es el motor del mundo y de la historia". Del mismo modo, ha indicado que la familia "es el lugar donde recibimos el nombre, es el lugar de los afectos, el espacio de la intimidad, donde se aprender el arte del diálogo y de la comunicación interpersonal". Así como en la familia, "la persona toma conciencia de la propia dignidad, y especialmente si la educación es cristiana reconoce la dignidad de cada persona singular, de manera particular de la que es enferma, débil o marginada". Por ello, ha concluido este punto, subrayando que la comunidad-familia "pide ser reconocida como tal, aún más hoy, cuando prevalece la tutela de los derechos individuales". Fuente: Zenit.
El segundo aspecto tratado por el Papa se ha centra en la familia fundada en el matrimonio. "A través de un acto de amor libre y fiel, los esposos cristianos testimonian que el matrimonio, en cuanto sacramento, es la base sobre la que se funda la familia y hace más sólida la unión de los cónyuges y su recíproco donarse". Ha añadido que el matrimonio es "como si fuese un primer sacramento de lo humano, donde la persona se descubre a sí misma, se auto-comprende en relación con los otros y en relación al amor que es capaz de recibir y de dar. El amor esponsal y familiar revela la vocación de la persona a amar en un modo único y para siempre, y que las pruebas, los sacrificio y las crisis de la pareja como de la misma familia representan los pasajes para crecer en el bien, en la verdad y en la belleza", ha indicado Francisco.
Asimismo, ha matizado que en el matrimonio "se da completamente sin cálculos ni reservas, compartiendo todo, dones y renuncias, confiando en la Providencia de Dios". Algo que, según el santo padre, los jóvenes pueden aprender de los padre y los abuelos. "Hay problemas en el matrimonio, siempre hay distintos puntos de vista, celos, se discute, pero hay que decirle a los jóvenes esposos que nunca terminen el día sin hacer las paces. El sacramento del matrimonio es renovado en este acto de paz después de una discusión, un malentendido, una envida escondida, también un pecado. Hacer la paz que da unidad a la familia", ha afirmado Francisco. Hay que decírselo a las parejas jóvenes, que no es un camino fácil pero que es bonito seguir este camino, dijo.
De este modo ha llegado al tercer y último aspecto del discurso: la infancia y la juventud. Francisco ha contado que cuando confiesa a un hombre o una mujer casada joven y en la confesión sale algún tema sobre el hijo o la hija, él pregunta: "¿cuántos hijos tiene?" y la segunda pregunta que les hace es, "¿usted juega con sus hijos?", "¿'pierde' el tiempo con sus hijos?". Por esto, el papa ha explicado que "también la gratuidad de papá y mamá con los hijos es muy importante, perder el tiempo con los hijos, jugar con los hijos". También ha subrayado que "una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro". Al respecto, el pontífice señala que "cada vez que un niño es abandonado o un anciano marginado, se cumple no solamente un acto de injusticia, sino que se ve también el fracaso de esa sociedad".
El papa, ha reconocido que le gusta el fragmento del evangelio cuando los jóvenes José, María y el Niño hacen todo lo que la Ley dice. "Cuatro veces lo dice san Lucas, para cumplir la Ley, son obediente a la Ley". Y también señala que los dos ancianos, hacen ruido, "Simeón inventa en ese momento una liturgia propia, y alaba las alabanzas al Dios y la anciana va y charla, predica con las charlas. Mirad esto, como son libres. Y tres veces se dice de los ancianos son conducidos por el Espíritu Santo".
En la conclusión de su discurso, el santo padre subraya que "las familias verdaderamente cristianas se reconocen por la fidelidad, la paciencia, la apertura a la vida, el respeto a los ancianos... el secreto de todo esto es la presencia de Jesús en la familia".
19 Octubre 2013. Mensaje que el santo Padre Francisco
ha enviado al director del Centro Televisivo Vaticano
(CTV), Monseñor Darío Edoardo Viganò, y a los participantes al Congreso "Treinta años del Centro Televisivo Vaticano. La Tv que cuenta el Papa al mundo", promovido en ocasión del 30ª aniversario de la institución de la emisora.
Deseo dirigir un cordial saludo a todos los presentes al Congreso, a quienes quiero no solo recordar los treinta años °°° del Centro Televisivo Vaticano sino, sobre todo, reflexionar sobre las prospectivas para un servicio cada vez más atento y cualificado. Saludos a los relatores, a los invitados, en particular a monseñor Claudio María Celli y a los miembros del Consejo de Administración.
1. Quisiera en primer lugar subrayar que vuestro trabajo es un servicio al Evangelio y a la Iglesia. El aniversario del CTV se coloca sobre el fondo de otro evento importante: los cincuenta años de la aprobación del Decreto Conciliar Inter Mirifica, que menciona entre los maravillosos regalos de Dios, los instrumentos de la comunicación social, incluso, de hecho, el medio televisivo. Las palabras de los Padres Conciliares nos aparecen proféticas; ellos subrayaban precisamente cuánto es importante el uso de estos medios, de forma que "como sal y luz fecunden e iluminen al mundo", llevando la luz de Jesucristo y contribuyendo al progreso de toda la humanidad.
En estos decenios la tecnología ha viajado a gran velocidad, creando redes interconectadas inesperadas. Es necesario mantener la perspectiva evangélica en esta especia de "autopista global de la comunicación", tener siempre presente la finalidad que quería establecer el beato Juan Pablo II dando vida al CTV: favorecer "una acción más eficaz de la Iglesia en lo relacionado con las comunicaciones sociales... con el fin de ofrecer nuevos instrumentos con los que desarrollar en el mundo la misión universal de la Iglesia (texto del 22 de octubre de 1983).
Como les ha recordado también Benedicto XVI: "al poner las imágenes a disposición de las mayores agencias televisivas mundiales y de las grandes televisiones nacionales o comerciales, favorecen una información adecuada e inmediata sobre la vida y la enseñanza de la Iglesia en el mundo de hoy, al servicio de la dignidad de la persona humana, la justicia, el diálogo y la paz" (Discurso al CTV, 18 diciembre 2008). No olviden por tanto que este trabajo es un servicio eclesial, dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia.
2. Por esto - y es el segundo elemento que quisiera subrayar - en el presentar los eventos vuestra óptica no puede ser nunca "mundana", sino eclesial. Nosotros vivimos en un mundo en el que prácticamente no existe casi nada que no tenga que ver con el universo de los medios. Instrumentos cada vez más sofisticados que refuerzan el rol cada vez más penetrante jugado por las tecnologías, los lenguajes y las formas de la comunicación en el desarrollarse de nuestra vida cotidiana, y esto no solo en el mundo juvenil.
Como recordé poco después de mi elección como obispo de Roma, precisamente al encontrar a los representantes de los medios de comunicación social presentes en Roma en ocasión del Cónclave, "El papel de los medios de comunicación ha ido creciendo cada vez más en los últimos tiempos, hasta el punto de que se hecho imprescindible para relatar al mundo los acontecimientos de la historia contemporánea". Todo esto se refleja también en la vida de la Iglesia. Pero si no es tan sencillo contar los eventos de la historia, aún más complejo es contar los eventos unidos a la Iglesia, la cual es "signo e instrumento de la íntima unión con Dios", es Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, Templo del Espíritu Santo.
Esto implica una responsabilidad particular, una fuerte capacidad de leer la realidad en clave espiritual. De hecho, los eventos de la Iglesia "tienen una característica de fondo peculiar: responden a una lógica que no es principalmente la de las categorías, por así decirlo, mundanas; y precisamente por eso, no son fáciles de interpretar y comunicar a un público amplio y diversificado" (Discurso a los Representantes de los medios, 18 de marzo de 2013)
Hablar de responsabilidad, de una visión respetuosa de los sucesos que se quieren contar, significa también tener presente que la selección, la organización, la emisión y la difusión de contenidos requieren una atención particular porque se usan instrumentos que no son neutros ni transparentes.
Esta toma de conciencia atraviesa hoy el CTV, comprometido en una reorganización según paradigmas tecnológicos capaces de servir mejor a todas las latitudes del mundo, contribuyendo a favorecer la respiración de la catolicidad de la Iglesia. Quisiera darle las gracias de corazón a usted, monseñor Dario Edoardo Viganò, y a todo el personal del CTV, por tener la capacidad de establecer relaciones con realidades diferentes de todo el mundo, por construir puentes, superando muros y zanjas, y llevar la luz del Evangelio. Todo lo que según las indicaciones de Inter Mirifica que precisa, como también en el mundo de los medios la eficacia de la actividad apostólica requiere "la unión de intentos y de fuerzas" (n. 21). Converger en lugar de competir es la estrategia de las iniciativas de los medios de comunicación en el mundo católico.
3. Para finalizar quisiera recordar que ustedes no desempeñan solamente una función puramente documental, "neutral" de los acontecimientos, sino que contribuyen a acercar la Iglesia al mundo, eliminando las distancias, llevando la palabra del papa a millones de católicos, también allí donde a menudo profesar la propia fe es una elección valiente. Gracias a las imágenes, el CTV está en camino con el papa para llevar Cristo en las muchas formas de soledad del hombre contemporáneo, alcanzando también las "sofisticadas periferias tecnológicas".
En esta vuestra misión, es importante recordar que la Iglesia está presente en el mundo de la comunicación, en todas sus diferentes expresiones, sobre todo para conducir a las personas al encuentro con el Señor Jesús. Es solo el encuentro con Jesús, de hecho, que puede transformar el corazón y la historia del hombre. Les doy las gracias y les animo a proceder con parresia en vuestro testimonio del Evangelio, dialogando con un mundo que necesita ser escuchado, ser comprendido, pero también recibir el mensaje de la vida verdadera. Pidamos al Señor para que nos haga capaces de llegar al corazón del hombre, más allá de las barreras de las deficiencias, y pidamos a la Virgen que vele sobre nuestros pasos de "peregrinos de la comunicación". Y les pido que recen por mí- ¡Lo necesito! Invoco la intercesión de Santa Clara, patrona de la televisión, y os acompaño con mi Bendición. (Traducido del italiano por Rocío Lancho)
16 Octubre 2013. Mensaje del Santo Padre Francisco a la FAO.
"El desperdicio de alimentos no es sino uno de los frutos de la «cultura del descarte» que a menudo lleva a sacrificar hombres y mujeres a los ídolos de las ganancias y del consumo; un triste signo de la «globalización de la indiferencia», que nos va «acostumbrando» lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal". Este es uno de los párrafos más impresionantes del mensaje que el santo Padre Francisco ha enviado con ocasión de la Jornada mundial de la Alimentación, que este año tiene por tema "Sistemas alimentarios sostenibles por la seguridad alimentar y la nutrición". Fuente: Zenit.
El mensaje fue enviado al director general de la FAO, ente de la Organización de las Naciones Unidas que se ocupa de alimentación y la agricultura, el brasileño José Graziano da Silva, y la misiva ha sido leída por el Observador Permanente de la Santa Sede en la FAO, monseñor Luigi Travaglino, durante la solemne ceremonia que ha tenido lugar esta mañana en la sede de la Organización en Roma.
En el texto, el santo Padre destaca que la Jornada Mundial de la Alimentación "nos pone ante uno de los desafíos más serios para la humanidad: el de la trágica condición en la que viven todavía millones de personas hambrientas y malnutridas, entre ellas muchos niños". Y advierte el Papa que "esto adquiere mayor gravedad aún en un tiempo como el nuestro, caracterizado por un progreso sin precedentes en diversos campos de la ciencia y una posibilidad cada vez mayor de comunicación".
Así mismo, el santo Padre advierte en el texto que "es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo". Señalando que no se trata sólo de responder a las emergencias inmediatas, sino de afrontar juntos un problema que interpela nuestra conciencia personal y social, para lograr una solución justa y duradera. También subraya la paradoja que vivimos, en un "momento en que la globalización permite conocer las situaciones de necesidad en el mundo y multiplicar los intercambios y las relaciones humanas, parece crecer la tendencia al individualismo y al encerrarse en sí mismos, lo que lleva a una cierta actitud de indiferencia"
El hambre y la desnutrición es algo a lo que nos hay que acostumbrarse, advierte del mismo modo Francisco. Y propone una solución "creo que un paso importante es abatir con decisión las barreras del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la ganancia a toda costa; y esto, no sólo en la dinámica de las relaciones humanas, sino también en la dinámica económica y financiera global". Ha indicado también que es necesario "educarnos en la solidaridad, redescubrir el valor y el significado de esta palabra tan incómoda, y muy frecuentemente dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las decisiones en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones".
En una segunda parte del texto, el santo padre habla sobre el tema elegido por la FAO para la celebración de este año habla de «sistemas alimentarios sostenibles para la seguridad alimentaria y la nutrición». Así, ha señalado que en este lema, le parece leer "una invitación a repensar y renovar nuestros sistemas alimentarios desde una perspectiva de la solidaridad, superando la lógica de la explotación salvaje de la creación y orientando mejor nuestro compromiso de cultivar y cuidar el medio ambiente y sus recursos, para garantizar la seguridad alimentaria y avanzar hacia una alimentación suficiente y sana para todos".
Francisco recuerda en el texto que los datos proporcionados en este sentido por la FAO indican que aproximadamente un tercio de la producción mundial de alimentos no está disponible a causa de pérdidas y derroches cada vez mayores. Bastaría eliminarlos para reducir drásticamente el número de hambrientos.
Por esto, señala que "el desperdicio de alimentos no es sino uno de los frutos de la «cultura del descarte» que a menudo lleva a sacrificar hombres y mujeres a los ídolos de las ganancias y del consumo; un triste signo de la «globalización de la indiferencia», que nos va «acostumbrando» lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal".
El reto del hambre, ha explicado el papa, no tiene sólo una dimensión económica o científica, sino también " ética y antropológica". De este modo explica que "educar en la solidaridad significa entonces educarnos en la humanidad: edificar una sociedad que sea verdaderamente humana significa poner siempre en el centro a la persona y su dignidad, y nunca malvenderla a la lógica de la ganancia".
Y finalmente, el pontífice ha recordado que estamos ya a las puertas del Año internacional que, por iniciativa de la FAO, estará dedicado a la familia rural. Por eso, el tercer punto de reflexión en el discurso ha sido "la educación en la solidaridad y en una forma de vida que supere la «cultura del descarte» y ponga realmente en el centro a toda persona y su dignidad, como es característico de la familia". De la familia, ha explicado el papa, "es la primera comunidad educativa, se aprende a cuidar del otro, del bien del otro, a amar la armonía de la creación y a disfrutar y compartir sus frutos, favoreciendo un consumo racional, equilibrado y sostenible". Y por eso ha invitado a "apoyar y proteger a la familia para que eduque a la solidaridad y al respeto es un paso decisivo para caminar hacia una sociedad más equitativa y humana".
Para concluir el mensaje, Francisco señala que la "Iglesia Católica recorre junto con ustedes esta senda, consciente de que la caridad, el amor, es el alma de su misión" a la vez que ha invitado a que la celebración de hoy no sea una simple recurrencia anual, sino una verdadera oportunidad para apremiarnos a nosotros mismos y a las instituciones a actuar según una cultura del encuentro y de la solidaridad.
24 Septiembre 2013. “Mensaje del Santo Padre Francisco
con motivo del día mundial del emigrante
y del refugiado.
“el rechazo, la discriminación y el tráfico de la explotación,
el dolor y la muerte se contraponen a la solidaridad”.
Queridos hermanos y hermanas:
Nuestras sociedades están experimentando, como nunca antes había sucedido en la historia, procesos de mutua interdependencia e interacción a nivel global, que, si bien es verdad que comportan elementos problemáticos o negativos, tienen el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la familia humana, no sólo en el aspecto económico, sino también en el político y cultural. Toda persona pertenece a la humanidad y comparte con la entera familia de los pueblos la esperanza de un futuro mejor. De esta constatación nace el tema que he elegido para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de este año: Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor.
Entre los resultados de los cambios modernos, el creciente fenómeno de la movilidad humana emerge como un "signo de los tiempos"; así lo ha definido el Papa Benedicto XVI (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2006). Si, por un lado, las migraciones ponen de manifiesto frecuentemente las carencias y lagunas de los estados y de la comunidad internacional, por otro, revelan también las aspiraciones de la humanidad de vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la hospitalidad que hacen posible la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser humano.
Desde el punto de vista cristiano, también en los fenómenos migratorios, al igual que en otras realidades humanas, se verifica la tensión entre la belleza de la creación, marcada por la gracia y la redención, y el misterio del pecado. El rechazo, la discriminación y el tráfico de la explotación, el dolor y la muerte se contraponen a la solidaridad y la acogida, a los gestos de fraternidad y de comprensión. Despiertan una gran preocupación sobre todo las situaciones en las que la migración no es sólo forzada, sino que se realiza incluso a través de varias modalidades de trata de personas y de reducción a la esclavitud. El "trabajo esclavo" es hoy moneda corriente. Sin embargo, y a pesar de los problemas, los riesgos y las dificultades que se deben afrontar, lo que anima a tantos emigrantes y refugiados es el binomio confianza y esperanza; ellos llevan en el corazón el deseo de un futuro mejor, no sólo para ellos, sino también para sus familias y personas queridas.
¿Qué supone la creación de un "mundo mejor"? Esta expresión no alude ingenuamente a concepciones abstractas o a realidades inalcanzables, sino que orienta más bien a buscar un desarrollo auténtico e integral, a trabajar para que haya condiciones de vida dignas para todos, para que sea respetada, custodiada y cultivada la creación que Dios nos ha entregado. El venerable Pablo VI describía con estas palabras las aspiraciones de los hombres de hoy: «Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más» (Cart. enc. Populorum progressio, 26 marzo 1967, 6).
Nuestro corazón desea "algo más", que no es simplemente un conocer más o tener más, sino que es sobre todo un ser más. No se puede reducir el desarrollo al mero crecimiento económico, obtenido con frecuencia sin tener en cuenta a las personas más débiles e indefensas. El mundo sólo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie, comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los forasteros (cf. Mt 25,31-46); si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida.
Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser "algo más". Es impresionante el número de personas que emigra de un continente a otro, así como de aquellos que se desplazan dentro de sus propios países y de las propias zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los tiempos. La Iglesia, en camino con los emigrantes y los refugiados, se compromete a comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino de los movimientos migratorios.
Al mismo tiempo que animamos el progreso hacia un mundo mejor, no podemos dejar de denunciar por desgracia el escándalo de la pobreza en sus diversas dimensiones. Violencia, explotación, discriminación, marginación, planteamientos restrictivos de las libertades fundamentales, tanto de los individuos como de los colectivos, son algunos de los principales elementos de pobreza que se deben superar. Precisamente estos aspectos caracterizan muchas veces los movimientos migratorios, unen migración y pobreza. Para huir de situaciones de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades o salvar su vida, millones de personas comienzan un viaje migratorio y, mientras esperan cumplir sus expectativas, encuentran frecuentemente desconfianza, cerrazón y exclusión, y son golpeados por otras desventuras, con frecuencia muy graves y que hieren su dignidad humana.
La realidad de las migraciones, con las dimensiones que alcanza en nuestra época de globalización, pide ser afrontada y gestionada de un modo nuevo, equitativo y eficaz, que exige en primer lugar una cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión. Es importante la colaboración a varios niveles, con la adopción, por parte de todos, de los instrumentos normativos que tutelen y promuevan a la persona humana. El Papa Benedicto XVI trazó las coordenadas afirmando que: «Esta política hay que desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia y de destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas internacionales capaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos, con vistas a salvaguardar las exigencias y los derechos de las personas y de las familias emigrantes, así como las de las sociedades de destino» (Cart. enc. Caritas in veritate, 19 junio 2009, 62). Trabajar juntos por un mundo mejor exige la ayuda recíproca entre los países, con disponibilidad y confianza, sin levantar barreras infranqueables. Una buena sinergia animará a los gobernantes a afrontar los desequilibrios socioeconómicos y la globalización sin reglas, que están entre las causas de las migraciones, en las que las personas no son tanto protagonistas como víctimas. Ningún país puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio, afecta en este momento a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y emigración.
Es importante subrayar además cómo esta colaboración comienza ya con el esfuerzo que cada país debería hacer para crear mejores condiciones económicas y sociales en su patria, de modo que la emigración no sea la única opción para quien busca paz, justicia, seguridad y pleno respeto de la dignidad humana. Crear oportunidades de trabajo en las economías locales, evitará también la separación de las familias y garantizará condiciones de estabilidad y serenidad para los individuos y las colectividades.
Por último, mirando a la realidad de los emigrantes y refugiados, quisiera subrayar un tercer elemento en la construcción de un mundo mejor, y es el de la superación de los prejuicios y preconcepciones en la evaluación de las migraciones. De hecho, la llegada de emigrantes, de prófugos, de los que piden asilo o de refugiados, suscita en las poblaciones locales con frecuencia sospechas y hostilidad. Nace el miedo de que se produzcan convulsiones en la paz social, que se corra el riesgo de perder la identidad o cultura, que se alimente la competencia en el mercado laboral o, incluso, que se introduzcan nuevos factores de criminalidad. Los medios de comunicación social, en este campo, tienen un papel de gran responsabilidad: a ellos compete, en efecto, desenmascarar estereotipos y ofrecer informaciones correctas, en las que habrá que denunciar los errores de algunos, pero también describir la honestidad, rectitud y grandeza de ánimo de la mayoría. En esto se necesita por parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a la "cultura del rechazo"- a una actitud que ponga como fundamento la "cultura del encuentro", la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. También los medios de comunicación están llamados a entrar en esta "conversión de las actitudes" y a favorecer este cambio de comportamiento hacia los emigrantes y refugiados.
Pienso también en cómo la Sagrada Familia de Nazaret ha tenido que vivir la experiencia del rechazo al inicio de su camino: María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7). Es más, Jesús, María y José han experimentado lo que significa dejar su propia tierra y ser emigrantes: amenazados por el poder de Herodes, fueron obligados a huir y a refugiarse en Egipto (cf. Mt 2,13-14). Pero el corazón materno de María y el corazón atento de José, Custodio de la Sagrada Familia, han conservado siempre la confianza en que Dios nunca les abandonará. Que por su intercesión, esta misma certeza esté siempre firme en el corazón del emigrante y el refugiado.
La Iglesia, respondiendo al mandato de Cristo «Id y haced discípulos a todos los pueblos», está llamada a ser el Pueblo de Dios que abraza a todos los pueblos, y lleva a todos los pueblos el anuncio del Evangelio, porque en el rostro de cada persona está impreso el rostro de Cristo. Aquí se encuentra la raíz más profunda de la dignidad del ser humano, que debe ser respetada y tutelada siempre. El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios. En él está impresa la imagen de Cristo. Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio. Las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera.
Queridos emigrantes y refugiados. No perdáis la esperanza de que también para vosotros está reservado un futuro más seguro, que en vuestras sendas podáis encontrar una mano tendida, que podáis experimentar la solidaridad fraterna y el calor de la amistad. A todos vosotros y a aquellos que gastan sus vidas y sus energías a vuestro lado os aseguro mi oración y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Ciudad del Vaticano, 23 de septiembre de 2013
"No hay esperanza social sin un trabajo digno"
En el viaje pastoral del papa Francisco realizado ayer a Cagliari, en la isla italiana de Cerdeña, el santo padre dejó de lado el discurso que había preparado para el encuentro con el mundo del trabajo e improvisó unas palabras y una oración ante la multitud que allí le atendía.
En Radio Vaticana, hoy se puede leer algunos fragmentos del discurso que tenía escrito y que entregó a monseñor Miglio, obispo de Cagliari. Tener el coraje para "afrontar con solidaridad e inteligencia" el desafío del trabajo. Es una de las ideas que el papa subraya en el texto. En primer lugar señala que es necesario "poner de nuevo en el centro a la persona y el trabajo". "La crisis económica tiene una dimensión europea y global", dice el papa. Y añade que no crisis "no es solo económica, sino también ética, espiritual y humana". De hecho, destaca el papa, a la raíz hay "una traición del bien común, sea de parte de individuos que de grupos de poder. A este punto añade que "es necesario por tanto quitar centralidad a la ley del provecho y de la rentabilidad y colocar de nuevo en el centro a la persona y al bien común".
El papa también subraya que un "factor muy importante para la dignidad de la persona es precisamente el trabajo, para que haya una auténtica promoción de la persona se garantiza el trabajo".
Por eso, explica el pontífice en el texto, esta "es una tarea que pertenece a toda la sociedad" y por esto "se reconoce un gran mérito a los emprendedores, que a pesar de todo, no han parado" de comprometerse y "de arriesgar parar garantizar el empleo". Continúa Francisco recordando que la cultura del trabajo "implica educación al trabajo desde jóvenes", "dignidad para toda actividad laboral", "eliminación de cualquier trabajo en negro".
Por esto el papa anima a que "en esta fase toda la sociedad, en todos sus componentes, haga todo tipo de esfuerzo posibles para que el trabajo, que es fuente de dignidad, ¡sea preocupación central!"
Sobre el "Evangelio de la esperanza" se detiene el papa al subrayar que Cerdeña es una tierra bendecida por Dios con muchos recursos, "pero como en el resto de Italia es necesario un nuevo impulso para iniciar". Y realiza una exhortación porque "los cristianos pueden y deben hacer su parte, llevando su contribución: la visión evangélica de la vida".
Francisco propone una "respuesta justa" que es "mirar a la cara a la realidad, conocerla bien, entenderla y buscar juntos los caminos, con el método de colaboración y del diálogo, viviendo la cercanía para llevar esperanza. ¡No confundir nunca la esperanza!". La esperanza que es "creativa, es capaz de crear futuro". Y dirige un llamamiento para que a todos se les garantice un trabajo digno.
Para concluir el texto, el santo padre recuerda que "una sociedad abierta a la esperanza no se cierra en sí misma, en la defensa de los intereses de pocos, sino que mira adelante en la prospectiva del bien común". Y esto, subraya Francisco "requiere por parte de todos un fuerte sentido de responsabilidad".
Así mismo, recordando las palabras de Benedicto XVI en Caritas in veritate, Francisco remarca que "no hay esperanza social sin un trabajo digno para todos, por esto es necesario 'perseguir como prioridad el objetivo del acceso al trabajo o su mantenimiento para todos".
Subraya también que precisamente cuando hay crisis se hace más fuerte la necesidad de trabajo digno porque "aumenta el trabajo deshumano, el trabajo-esclavo, el trabajo sin seguridad justa, o sin respeto por la creación, o sin respeto por el descanso, de la fiesta y de la familia, el trabajo de domingo cuando no es necesario".
Así, concluye Francisco afirmando que "espero que en la lógica de la gratuidad y de la solidaridad, se pueda salir juntos de esta fase negativa, para se asegure un trabajo seguro, digno y estable".
8 Septiembre 2013. Mensaje del Santo Padre Francisco
durante la Vigilia por la paz:
La Guerra es una derrota para la humanidad”
«Y vio Dios que era bueno» (Génesis 1,12.18.21.25). El relato bíblico de los orígenes del mundo y de la humanidad nos dice que Dios mira la creación, casi como contemplándola, y dice una y otra vez: Es buena. Nos introduce así en el corazón de Dios y, de su interior, recibimos este mensaje. Podemos preguntarnos: ¿Qué significado tienen estas palabras? ¿Qué nos dicen a ti, a mí, a todos nosotros?
1. Nos dicen simplemente que nuestro mundo, en el corazón y en la mente de Dios, es "casa de armonía y de paz" y un lugar en el que todos pueden encontrar su puesto y sentirse "en casa", porque "es bueno". Toda la creación forma un conjunto armonioso, bueno, pero sobre todo los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, forman una sola familia, en la que las relaciones están marcadas por una fraternidad real y no sólo de palabra: el otro y la otra son el hermano y la hermana que hemos de amar, y la relación con Dios, que es amor, fidelidad, bondad, se refleja en todas las relaciones humanas y confiere armonía a toda la creación. El mundo de Dios es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de todos. Esta noche, en la reflexión, con el ayuno, en la oración, cada uno de nosotros, todos, pensemos en lo más profundo de nosotros mismos: ¿No es ése el mundo que yo deseo? ¿No es ése el mundo que todos llevamos dentro del corazón? El mundo que queremos ¿no es un mundo de armonía y de paz, dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, en las familias, en las ciudades, en y entre las naciones? Y la verdadera libertad para elegir el camino a seguir en este mundo ¿no es precisamente aquella que está orientada al bien de todos y guiada por el amor?
2. Pero preguntémonos ahora: ¿Es ése el mundo en el que vivimos? La creación conserva su belleza que nos llena de estupor, sigue siendo una obra buena. Pero también hay "violencia, división, rivalidad, guerra". Esto se produce cuando el hombre, vértice de la creación, pierde de vista el horizonte de belleza y de bondad, y se cierra en su propio egoísmo.
Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento. Eso es exactamente lo que quiere hacernos comprender el pasaje del Génesis en el que se narra el pecado del ser humano: El hombre entra en conflicto consigo mismo, se da cuenta de que está desnudo y se esconde porque tiene miedo (Gn 3,10), tiene miedo de la mirada de Dios; acusa a la mujer, que es carne de su carne (v. 12); rompe la armonía con la creación, llega incluso a levantar la mano contra el hermano para matarlo. ¿Podemos decir que de la "armonía" se pasa a la "desarmonía"? No, no existe la "desarmonía": o hay armonía o se cae en el caos, donde hay violencia, rivalidad, enfrentamiento, miedo…
Precisamente en medio de este caos, Dios pregunta a la conciencia del hombre: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se pierde la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano. También hoy nos dejamos llevar por los ídolos, por el egoísmo, por nuestros intereses; y esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra traen sólo muerte, hablan de muerte. La violencia y la guerra utilizan el lenguaje de la muerte.
3. En estas circunstancias, me pregunto: ¿Es posible seguir otro camino? ¿Podemos salir de esta espiral de dolor y de muerte? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz? Invocando la ayuda de Dios, bajo la mirada materna de la Salus populi romani, Reina de la paz, quiero responder: Sí, es posible para todos. Esta noche me gustaría que desde todas las partes de la tierra gritásemos: Sí, es posible para todos. Más aún, quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: Sí, queremos. Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. ¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz. Quisiera pedir al Señor, esta noche, que nosotros cristianos, los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y escuche la palabra que dice: Sal de tus intereses que atrofian tu corazón, supera la indiferencia hacia el otro que hace insensible tu corazón, vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido; y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad. Resuenen una vez más las palabras de Pablo VI: «Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más… ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!» (Discurso a las Naciones Unidas, 4 octubre 1965: AAS 57 [1965], 881). «La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de la justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976: AAS 67 [1975], 671). Perdón, diálogo, reconciliación son las palabras de la paz: en la amada nación siria, en Oriente Medio, en todo el mundo. Recemos por la reconciliación y por la paz, contribuyamos a la reconciliación y a la paz, y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de reconciliación y de paz. Amén.
5 Septiembre 2013.
“Retornar a la sencillez del Evangelio es el camino”.
El Papa Francisco ha enviado un mensaje al Padre Fernando Millán Romeral, prior general de la Orden de los Hermanos de la Beata Virgen María del Monte Carmelo en ocasión del Capítulo general.
El santo Padre les indica: "La vuelta a la sencillez de una vida centrada sobre el Evangelio es el desafío para la renovación de la Iglesia, comunidad de fe que encuentra siempre recorridos nuevos para evangelizar el mundo en continua transformación". °°° Les ha invitado a preguntarse: "¿Cómo es mi vida de contemplación?" y les advierte que "¡un carmelitano sin esta vida contemplativa es un cuerpo muerto!". Fuente: Zenit.
El Papa les ha dirigido esta palabra de ánimo y esperanza en "un momento de gracia y de renovación, que os llama a discernir la misión de la gloriosa orden carmelita". Y les recuerda que "el antiguo carisma del Carmelo ha sido durante ocho siglos un don para toda la Iglesia, y todavía hoy continúa a ofrecer su peculiar contribución para la edificación del Cuerpo de Cristo y para mostrar al mundo el rostro luminoso y santo".
Las tres palabras clave que el Papa ha dado en su carta han sido don, oración y misión. Sobre el don Francisco ha subrayado que "la Iglesia tiene la misión de llevar Cristo al mundo y por esto, como Madre y Maestra, invita a cada uno a acercarse a Él", recordando que en la liturgia carmelitana por la fiesta de la Virgen del Monte Carmelo contemplamos a María que está "junto a la Cruz de Cristo": "este es el lugar de la Iglesia: cerca de Cristo", señala el papa.
Reflexionado sobre los orígenes de la orden, el pontífice les indica:"Descubrirán también la vocación actual de ser profetas de esperanza. Y es precisamente en esta esperanza que serán regenerados. A menudo lo que aparece nuevo es algo muy antiguo iluminado por nueva luz".
El santo Padre afirma que la llamada a seguir a Cristo y unirse a Él es de vital importancia en este mundo tan desorientado porque, citando la Lumen Fidei, "cuando su llama se apagan también todas las otras luces terminan por perder su vigor".
En relación a la oración, Francisco cita a su predecesor Benedicto XVI cuando en el Capítulo general del 2007 de los carmelitas, les recordó que "el peregrinaje interior de fe hacia Dios inicia en la oración" y en Castel Gandolfo en agosto del 2010 les dijo: "Ustedes son quienes nos enseñan a rezar". A esto Francisco añade que la oración es el "camino real" que abre a las profundidades del misterio de Dios Uno y Trino, pero es también el camino obligado que serpentea en medio del pueblo de Dios que peregrina en el mundo hacia la Tierra prometida. Del mismo modo, recuerda que la lectio divina "introduce a la conversación directa con el Señor y abre los tesoros de la sabiduría".
Finalmente les ha hablado sobre la misión,: "Vuestra es la misma misión de Jesús. Cada planificación, cada discusión sería poco útil, si el Capítulo no realizase sobre todo un camino de verdadera renovación". Del mismo modo les ha recordado que "no debemos nunca olvidar que, también si somos arrojados en aguas turbias y desconocidas, Él que nos llama a la misión no da también la valentía y la fuerza para llevarlo a cabo".
Para concluir el papa Francisco ha dicho que "el testimonio del Carmelo en el pasado pertenece a la profunda tradición espiritual crecida en una de las grandes escuelas de oración. Éste ha suscitado también la valentía de hombres y mujeres que han afrontado el peligro y hasta la muerte". Y poniendo como ejemplo a santa Teresa Benedicta de la Cruz y del beato Titus Brandsma les ha preguntado: "¿Hoy, entre ustedes, se vive con el temple, con la valentía de estos santos?". Al concluir ha pedido la Virgen María, Madre y Reina del Carmelo que "acompañe vuestros pasos y haga fecundos de frutos el camino cotidiano hacia el Monte de Dios".
31 Julio 2013.
“LA FRATERNIDAD, FUNDAMENTO Y CAMINO PARA LA PAZ”
El santo Padre Francisco anuncia el tema para la celebración de la 47ª jornada mundial de la paz. “La fraternidad, fundamento y camino para la paz”. Éste es el tema de la 47ª Jornada Mundial de la Paz, la primera del Papa Francisco.
La Jornada Mundial de la Paz fue iniciada por el Papa Pablo VI y se celebra el primer día de cada año. El Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz se envía a las Iglesias particulares y a las cancillerías del todo el mundo para destacar el valor esencial de la paz y la necesidad de trabajar incansablemente para lograrla.
El Papa Francisco ha elegido como tema de su primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz la fraternidad. Desde el inicio de su ministerio como Obispo de Roma, el Papa ha subrayado la importancia de superar una “cultura del descarte” y promover la «cultura del encuentro», para avanzar en la consecución de un mundo más justo y pacífico.
La fraternidad es una dote que todo hombre y mujer lleva consigo en cuanto ser humano, hijo de un mismo Padre. Frente a los múltiples dramas que afectan a la familia de los pueblos —pobreza, hambre, subdesarrollo, conflictos bélicos, migraciones, contaminación, desigualdad, injusticia, crimen organizado, fundamentalismos —, la fraternidad es fundamento y camino para la paz. La cultura del bienestar lleva a la pérdida del sentido de la responsabilidad y de la relación fraterna.
Los demás, en lugar de ser nuestros «semejantes», se convierten en antagonistas o enemigos, y frecuentemente son cosificados. No es extraño que los pobres sean considerados un «lastre», un impedimento para el desarrollo. A lo sumo son objeto de una ayuda asistencialista o compasiva. No son vistos como hermanos, llamados a compartir los dones de la creación, los bienes del progreso y de la cultura, a participar en la misma mesa de la vida en plenitud, a ser protagonistas del desarrollo integral e inclusivo.
La fraternidad, don y tarea que viene de Dios Padre, nos convoca a ser solidarios contra la desigualdad y la pobreza que debilitan la vida social, a atender a cada persona, en especial de los más pequeños e indefensos, a amarlos como a uno mismo, con el mismo corazón de Jesucristo. En un mundo cada vez más interdependiente, no puede faltar el bien de la fraternidad, que vence la difusión de esa globalización de la indiferencia, a la cual se ha referido en repetidas ocasiones el Papa Francisco. La globalización de la indiferencia debe ser sustituida por una globalización de la fraternidad.
La fraternidad toca todos los aspectos de la vida, incluida la economía, las finanzas, la sociedad civil, la política, la investigación, el desarrollo, las instituciones públicas y culturales. El Papa Francisco, al inicio de su ministerio, con un Mensaje que está en continuidad con el de sus Predecesores, propone a todos el camino de la fraternidad, para dar un rostro más humano al mundo.
27 Julio 2013. Río de Janeiro.
Discurso del Santo Padre Francisco
a los Obispos Brasileños. "Vida y Misión de la Iglesia. "
Queridos hermanos ¡Qué bueno y hermoso encontrarme aquí con ustedes, obispos de Brasil!
Gracias por haber venido, y permítanme que les hable como amigos; por eso prefiero hablarles en español, para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón. Les pido disculpas. Estamos reunidos aquí, un poco apartados, en este lugar preparado por nuestro hermano Mons. Orani, para estar solos y poder hablar de corazón a corazón, como pastores a los que Dios ha confiado su rebaño. En las calles de Río, jóvenes de todo el mundo y muchas otras multitudes nos esperan, necesitados de ser alcanzados por la mirada misericordiosa de Cristo, el Buen Pastor, al que estamos llamados a hacer presente. Gustemos, pues, este momento de descanso, de compartir, de verdadera fraternidad.
Deseo abrazar a todos y a cada uno, comenzando por el Presidente de la Conferencia Episcopal y el Arzobispo de Río de Janeiro, y especialmente a los obispos eméritos.
Más que un discurso formal, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones.
La primera me ha venido a la mente cuando he visitado el santuario de Aparecida. Allí, a los pies de la imagen de la Inmaculada Concepción, he rezado por ustedes, por sus Iglesias, por los sacerdotes, religiosos y religiosas, por los seminaristas, por los laicos y sus familias y, en particular, por los jóvenes y los ancianos; ambos son la esperanza de un pueblo: los jóvenes, porque llevan la fuerza, la ilusión, la esperanza del futuro; los ancianos, porque son la memoria, la sabiduría de un pueblo.1
1. Aparecida: clave de lectura para la misión de la Iglesia
En Aparecida, Dios ha ofrecido su propia Madre al Brasil. Pero Dios ha dado también en Aparecida una lección sobre sí mismo, sobre su forma de ser y de actuar. Una lección de esa humildad que pertenece a Dios como un rasgo esencial, está en el adn de Dios. En Aparecida hay algo perenne que aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que ni la Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar.
En el origen del evento de Aparecida está la búsqueda de unos pobres pescadores. Mucha hambre y pocos recursos. La gente siempre necesita pan. Los hombres comienzan siempre por sus necesidades, también hoy.
Tienen una barca frágil, inadecuada; tienen redes viejas, tal vez también deterioradas, insuficientes.
En primer lugar aparece el esfuerzo, quizás el cansancio de la pesca, y, sin embargo, el resultado es escaso: un revés, un fracaso. A pesar del sacrificio, las redes están vacías.
Después, cuando Dios quiere, él mismo aparece en su misterio. Las aguas son profundas y, sin embargo, siempre esconden la posibilidad de Dios; y él llegó por sorpresa, tal vez cuando ya no se le esperaba. Siempre se pone a prueba la paciencia de los que le esperan. Y Dios llegó de un modo nuevo, porque siempre puede reinventarse: una imagen de frágil arcilla, ennegrecida por las aguas del río, y también envejecida por el tiempo. Dios aparece siempre con aspecto de pequeñez.
Así apareció entonces la imagen de la Inmaculada Concepción. Primero el cuerpo, luego la cabeza, después cuerpo y cabeza juntos: unidad. Lo que estaba separado recobra la unidad. El Brasil colonial estaba dividido por el vergonzoso muro de la esclavitud. La Virgen de Aparecida se presenta con el rostro negro, primero dividida y después unida en manos de los pescadores
Hay una enseñanza perenne que Dios quiere ofrecer. Su belleza reflejada en la Madre, concebida sin pecado original, emerge de la oscuridad del río. En Aparecida, desde el principio, Dios nos da un mensaje de recomposición de lo que está separado, de reunión de lo que está dividido. Los muros, barrancos y distancias, que también hoy existen, están destinados a desaparecer. La Iglesia no puede desatender esta lección: ser instrumento de reconciliación.
Los pescadores no desprecian el misterio encontrado en el río, aun cuando es un misterio que aparece incompleto. No tiran las partes del misterio. Esperan la plenitud. Y ésta no tarda en llegar. Hay algo sabio que hemos de aprender. Hay piezas de un misterio, como teselas de un mosaico, que encontramos y vemos. Nosotros queremos ver el todo con demasiada prisa, mientras que Dios se hace ver poco a poco. También la Iglesia debe aprender esta espera.
Después, los pescadores llevan a casa el misterio. La gente sencilla siempre tiene espacio para albergar el misterio. Tal vez hemos reducido nuestro hablar del misterio a una explicación racional; pero en la gente, el misterio entra por el corazón. En la casa de los pobres, Dios siempre encuentra sitio.
Los pescadores «agasalham»: arropan el misterio de la Virgen que han pescado, como si tuviera frío y necesitara calor. Dios pide que se le resguarde en la parte más cálida de nosotros mismos: el corazón. Después será Dios quien irradie el calor que necesitamos, pero primero entra con la astucia de quien mendiga. Los pescadores cubren el misterio de la Virgen con el pobre manto de su fe. Llaman a los vecinos para que vean la belleza encontrada, se reúnen en torno a ella, cuentan sus penas en su presencia y le encomiendan sus preocupaciones. Hacen posible así que las intenciones de Dios se realicen: una gracia, y luego otra; una gracia que abre a otra; una gracia que prepara a otra. Dios va desplegando gradualmente la humildad misteriosa de su fuerza.
Hay mucho que aprender de esta actitud de los pescadores. Una iglesia que da espacio al misterio de Dios; una iglesia que alberga en sí misma este misterio, de manera que pueda maravillar a la gente, atraerla. Sólo la belleza de Dios puede atraer. El camino de Dios es el de la atracción, la fascinación. A Dios, uno se lo lleva a casa. Él despierta en el hombre el deseo de tenerlo en su propia vida, en su propio hogar, en el propio corazón. Él despierta en nosotros el deseo de llamar a los vecinos para dar a conocer su belleza. La misión nace precisamente de este hechizo divino, de este estupor del encuentro. Hablamos de la misión, de Iglesia misionera. Pienso en los pescadores que llaman a sus vecinos para que vean el misterio de la Virgen. Sin la sencillez de su actitud, nuestra misión está condenada al fracaso
La Iglesia siempre tiene necesidad apremiante de no olvidar la lección de Aparecida, no la puede desatender. Las redes de la Iglesia son frágiles, quizás remendadas; la barca de la Iglesia no tiene la potencia de los grandes transatlánticos que surcan los océanos. Y, sin embargo, Dios quiere manifestarse precisamente a través de nuestros medios, medios pobres, porque es siempre él quien actúa.
Queridos hermanos, el resultado del trabajo pastoral no se basa en la riqueza de los recursos, sino en la creatividad del amor. Ciertamente, es necesaria la tenacidad, el esfuerzo, el trabajo, la planificación, la organización, pero hay que saber ante todo que la fuerza de la Iglesia no reside en sí misma, sino que está escondida en las aguas profundas de Dios, en las que ella está llamada a echar las redes.
Otra lección que la Iglesia ha de recordar siempre es que no puede alejarse de la sencillez, de lo contrario olvida el lenguaje del misterio, y no sólo se queda fuera, a las puertas del misterio, sino que ni siquiera consigue entrar en aquellos que pretenden de la Iglesia lo no pueden darse por sí mismos, es decir, Dios mismo. A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez, importando de fuera también una racionalidad ajena a nuestra gente. Sin la gramática de la simplicidad, la Iglesia se ve privada de las condiciones que hacen posible «pescar» a Dios en las aguas profundas de su misterio.
Una última anotación: Aparecida se hizo presente en un cruce de caminos. La vía que unía Río de Janeiro, la capital, con San Pablo, la provincia emprendedora que estaba naciendo, y Minas Gerais, las minas tan codiciadas por la Cortes europeas: una encrucijada del Brasil colonial. Dios aparece en los cruces. La Iglesia en Brasil no puede olvidar esta vocación inscrita en ella desde su primer aliento: ser capaz de sístole y diástole, de recoger y difundir
2. Aprecio por la trayectoria de la Iglesia en Brasil
Los obispos de Roma han llevado siempre en su corazón a Brasil y a su Iglesia. Se ha logrado un maravilloso recorrido. De 12 diócesis durante el Concilio Vaticano I a las actuales 275 circunscripciones. No ha sido la expansión de un aparato o de una empresa, sino más bien el dinamismo de los «cinco panes y dos peces» evangélicos, que, en contacto con la bondad del Padre, en manos encallecidas, han sido fecundos.
Hoy deseo reconocer el trabajo sin reservas de ustedes, Pastores, en sus Iglesias. Pienso en los obispos que están en la selva, subiendo y bajando por los ríos, en las zonas semiáridas, en el Pantanal, en la pampa, en las junglas urbanas de las megalópolis. Amen siempre con una dedicación total a su grey. Pero pienso también en tantos nombres y tantos rostros que han dejado una huella indeleble en el camino de la Iglesia en Brasil, haciendo palpable la gran bondad de Dios para con esta iglesia.2
Los obispos de Roma siempre han estado cerca; han seguido, animado, acompañado. En las últimas décadas, el beato Juan XXIII invitó con insistencia a los obispos brasileños a preparar su primer plan pastoral y, desde entonces, se ha desarrollado una verdadera tradición pastoral en Brasil, logrando que la Iglesia no fuera un trasatlántico a la deriva, sino que tuviera siempre una brújula. El Siervo de Dios Pablo VI, además de alentar la recepción del Concilio Vaticano II con fidelidad, pero también con rasgos originales (cf. Asamblea General del celam en Medellín), influyó decisivamente en la autoconciencia de la Iglesia en Brasil mediante el Sínodo sobre la evangelización y el texto fundamental de referencia, que sigue siendo la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi. El beato Juan Pablo II visitó Brasil en tres ocasiones, recorriéndolo «de cabo a rabo», de norte a sur, insistiendo en la misión pastoral de la Iglesia, en la comunión y la participación, en la preparación del Gran Jubileo, en la nueva evangelización. Benedicto XVI eligió Aparecida para celebrar la V Asamblea General del celam, y esto ha dejado una huella profunda en la Iglesia de todo el continente.
La Iglesia en Brasil ha recibido y aplicado con originalidad el Concilio Vaticano II y el camino recorrido, aunque ha debido superar algunas enfermedades infantiles, ha llevado gradualmente a una Iglesia más madura, generosa y misionera.
Hoy nos encontramos en un nuevo momento. Como ha expresado bien el Documento de Aparecida, no es una época de cambios, sino un cambio de época. Entonces, también hoy es urgente preguntarse: ¿Qué nos pide Dios? Quisiera intentar ofrecer algunas líneas de respuesta a esta pregunta.
3. El icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro.
Ante todo, no hemos de ceder al miedo del que hablaba el Beato John Henry Newman: «El mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena».3 No hay que ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones. Hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, como quien debe hacer balance de una temporada ya perdida, viendo a quienes se han marchado o ya no nos consideran creíbles, relevantes.
Releamos una vez más el episodio de Emaús desde este punto de vista (Lc 24, 13-15). Los dos discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la «desnudez» de Dios. Están escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado, humillado, incluso después del tercer día (vv. 24,17-21). Es el misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y, entonces, van solos por el camino con su propia desilusión. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta.4 El hecho es que actualmente hay muchos como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica.
Ante esta situación, ¿qué hacer?
Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en su noche. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarse en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido.
La globalización implacable, la urbanización a menudo salvaje, prometían mucho. Así que muchos se han enamorado de las posibilidades de la globalización, y en ella hay algo realmente positivo. Pero muchos olvidan el lado oscuro: la confusión del sentido de la vida, la desintegración personal, la pérdida de la experiencia de pertenecer a un cualquier «nido», la violencia sutil pero implacable, la ruptura interior y las fracturas en las familias, la soledad y el abandono, las divisiones y la incapacidad de amar, de perdonar, de comprender, el veneno interior que hace de la vida un infierno, la necesidad de ternura por sentirse tan inadecuados e infelices, los intentos fallidos de encontrar respuestas en la droga, el alcohol, el sexo, convertidos en otras tantas prisiones
Y muchos han buscado atajos, porque la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Muchos han pensado: la idea del hombre es demasiado grande para mí, el ideal de vida que propone está fuera de mis posibilidades, la meta a perseguir es inalcanzable, lejos de mi alcance. Sin embargo —siguen pensando—, no puedo vivir sin tener al menos algo, aunque sea una caricatura, de eso que es demasiado alto para mí, de lo que no me puedo permitir. Con la desilusión en el corazón, han ido en busca de alguien que les ilusione de nuevo.
La gran sensación de abandono y soledad, de no pertenecerse ni siquiera a sí mismos, que surge a menudo en esta situación, es demasiado dolorosa para acallarla. Hace falta un desahogo y, entonces, queda la vía del lamento: ¿Cómo hemos podido llegar hasta este punto? Pero incluso el lamento se convierte a su vez en un boomerang que vuelve y termina por aumentar la infelicidad. Hay pocos que todavía saben escuchar el dolor; al menos, hay que anestesiarlo.
Hoy hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay quien se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con valentía.
Quisiera que hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa? En Jerusalén residen nuestras fuentes: Escritura, catequesis, sacramentos, comunidad, la amistad del Señor, María y los Apóstoles... ¿Somos capaces todavía de presentar estas fuentes, de modo que se despierte la fascinación por su belleza?
Muchos se han ido porque se les ha prometido algo más alto, algo más fuerte, algo más veloz.
Pero, ¿hay algo más alto que el amor revelado en Jerusalén? Nada es más alto que el abajamiento de la cruz, porque allí se alcanza verdaderamente la altura del amor. ¿Somos aún capaces de mostrar esta verdad a quienes piensan que la verdadera altura de la vida esté en otra parte?
¿Alguien conoce algo de más fuerte que el poder escondido en la fragilidad del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza?
La búsqueda de lo que cada vez es más veloz atrae al hombre de hoy: internet veloz, coches y aviones rápidos, relaciones inmediatas... Y, sin embargo, se nota una necesidad desesperada de calma, diría de lentitud. La Iglesia, ¿sabe todavía ser lenta: en el tiempo, para escuchar, en la paciencia, para reparar y reconstruir? ¿O acaso también la Iglesia se ve arrastrada por el frenesí de la eficiencia? Recuperemos, queridos hermanos, la calma de saber ajustar el paso a las posibilidades de los peregrinos, al ritmo de su caminar, la capacidad de estar siempre cerca para que puedan abrir un resquicio en el desencanto que hay en su corazón, y así poder entrar en él. Quieren olvidarse de Jerusalén, donde están sus fuentes, pero terminan por sentirse sedientos. Hace falta una Iglesia capaz de acompañar también hoy el retorno a Jerusalén. Una Iglesia que pueda hacer redescubrir las cosas gloriosas y gozosas que se dicen en Jerusalén, de hacer entender que ella es mi Madre, nuestra Madre, y que no están huérfanos. En ella hemos nacido. ¿Dónde está nuestra Jerusalén, donde hemos nacido? En el bautismo, en el primer encuentro de amor, en la llamada, en la vocación.5
Se necesita una Iglesia que también hoy pueda devolver la ciudadanía a tantos de sus hijos que caminan como en un éxodo.
4. Los desafíos de la Iglesia en Brasil
A la luz de lo dicho, quisiera señalar algunos desafíos de la amada Iglesia en Brasil.
La prioridad de la formación: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos
Queridos hermanos, si no formamos ministros capaces de enardecer el corazón de la gente, de caminar con ellos en la noche, de entrar en diálogo con sus ilusiones y desilusiones, de recomponer su fragmentación, ¿qué podemos esperar para el camino presente y futuro? No es cierto que Dios se haya apagado en ellos. Aprendamos a mirar más profundo: no hay quien inflame su corazón, como a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 32).
Por esto es importante promover y cuidar una formación de calidad, que cree personas capaces de bajar en la noche sin verse dominadas por la oscuridad y perderse; de escuchar la ilusión de tantos, sin dejarse seducir; de acoger las desilusiones, sin desesperarse y caer en la amargura; de tocar la desintegración del otro, sin dejarse diluir y descomponerse en su propia identidad.
Se necesita una solidez humana, cultural, afectiva, espiritual y doctrinal.6 Queridos hermanos en el episcopado, hay que tener el valor de una revisión profunda de las estructuras de formación y preparación del clero y del laicado de la Iglesia en Brasil. No es suficiente una vaga prioridad de formación, ni los documentos o las reuniones. Hace falta la sabiduría práctica de establecer estructuras duraderas de preparación en el ámbito local, regional, nacional, y que sean el verdadero corazón para el episcopado, sin escatimar esfuerzos, atenciones y acompañamiento. La situación actual exige una formación de calidad a todos los niveles. Los obispos no pueden delegar este cometido. Ustedes no pueden delegar esta tarea, sino asumirla como algo fundamental para el camino de sus Iglesias.
Colegialidad y solidaridad de la Conferencia Episcopal
A la Iglesia en Brasil no le basta un líder nacional, necesita una red de «testimonios» regionales que, hablando el mismo lenguaje, aseguren por doquier no la unanimidad, sino la verdadera unidad en la riqueza de la diversidad
La comunión es un lienzo que se debe tejer con paciencia y perseverancia, que va gradualmente «juntando los puntos» para lograr una textura cada vez más amplia y espesa. Una manta con pocas hebras de lana no calienta.
Es importante recordar Aparecida, el método de recoger la diversidad. No tanto diversidad de ideas para elaborar un documento, sino variedad de experiencias de Dios para poner en marcha una dinámica vital.
Los discípulos de Emaús regresaron a Jerusalén contando la experiencia que habían tenido en el encuentro con el Cristo resucitado. Y allí se enteraron de las otras manifestaciones del Señor y de las experiencias de sus hermanos. La Conferencia Episcopal es precisamente un ámbito vital para posibilitar el intercambio de testimonios sobre los encuentros con el Resucitado, en el norte, en el sur, en el oeste... Se necesita, pues, una valorización creciente del elemento local y regional. No es suficiente una burocracia central, sino que es preciso hacer crecer la colegialidad y la solidaridad: será una verdadera riqueza para todos.7
Estado permanente de misión y conversión pastoral
Aparecida habló de estado permanente de misión8 y de la necesidad de una conversión pastoral.9 Son dos resultados importantes de aquella Asamblea para el conjunto de la Iglesia de la zona, y el camino recorrido en Brasil en estos dos puntos es significativo.
Sobre la misión se ha de recordar que su urgencia proviene de su motivación interna: la de transmitir un legado; y, sobre el método, es decisivo recordar que un legado es como el testigo, la posta en la carrera de relevos: no se lanza al aire y quien consigue agarrarlo, bien, y quien no, se queda sin él. Para transmitir el legado hay que entregarlo personalmente, tocar a quien se le quiere dar, transmitir este patrimonio.
Sobre la conversión pastoral, quisiera recordar que «pastoral» no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de la Iglesia. La Iglesia da a luz, amamanta, hace crecer, corrige, alimenta, lleva de la mano... Se requiere, pues, una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas de la misericordia. Sin la misericordia, poco se puede hacer hoy para insertarse en un mundo de «heridos», que necesitan comprensión, perdón y amor.
En la misión, también en la continental,10 es muy importante reforzar la familia, que sigue siendo la célula esencial para la sociedad y para la Iglesia; los jóvenes, que son el rostro futuro de la Iglesia; las mujeres, que tienen un papel fundamental en la transmisión de la fe. No reduzcamos el compromiso de las mujeres en la Iglesia, sino que promovamos su participación activa en la comunidad eclesial. Si pierde a las mujeres, la Iglesia se expone a la esterilidad.
La tarea de la Iglesia en la sociedad
En el ámbito social, sólo hay una cosa que la Iglesia pide con particular claridad: la libertad de anunciar el Evangelio de modo integral, aun cuando esté en contraste con el mundo, cuando vaya contracorriente, defendiendo el tesoro del cual es solamente guardiana, y los valores de los que no dispone, pero que ha recibido y a los cuales debe ser fiel.
La Iglesia sostiene el derecho de servir al hombre en su totalidad, diciéndole lo que Dios ha revelado sobre el hombre y su realización. La Iglesia quiere hacer presente ese patrimonio inmaterial sin el cual la sociedad se desmorona, las ciudades se verían arrasadas por sus propios muros, barrancos, barreras. La Iglesia tiene el derecho y el deber de mantener encendida la llama de la libertad y de la unidad del hombre.
Las urgencias de Brasil son la educación, la salud, la paz social. La Iglesia tiene una palabra que decir sobre estos temas, porque para responder adecuadamente a estos desafíos no bastan soluciones meramente técnicas, sino que hay que tener una visión subyacente del hombre, de su libertad, de su valor, de su apertura a la trascendencia. Y ustedes, queridos hermanos, no tengan miedo de ofrecer esta contribución de la Iglesia, que es por el bien de toda la sociedad.
La Amazonia como tornasol, banco de pruebas para la Iglesia y la sociedad brasileña
Hay un último punto al que quisiera referirme, y que considero relevante para el camino actual y futuro, no solamente de la Iglesia en Brasil, sino también de todo el conjunto social: la Amazonia. La Iglesia no está en la Amazonia como quien tiene hechas las maletas para marcharse después de haberla explotado todo lo que ha podido. La Iglesia está presente en la Amazonia desde el principio con misioneros, congregaciones religiosas, y todavía hoy está presente y es determinante para el futuro de la zona. Pienso en la acogida que la Iglesia en la Amazonia ofrece también hoy a los inmigrantes haitianos después del terrible terremoto que devastó su país.
Quisiera invitar a todos a reflexionar sobre lo que Aparecida dijo sobre la Amazonia,11 y también el vigoroso llamamiento al respeto y la custodia de toda la creación, que Dios ha confiado al hombre, no para explotarla salvajemente, sino para que la convierta en un jardín. En el desafío pastoral que representa la Amazonia, no puedo dejar de agradecer lo que la Iglesia en Brasil está haciendo: la Comisión Episcopal para la Amazonia, creada en 1997, ha dado ya mucho fruto, y muchas diócesis han respondido con prontitud y generosidad a la solicitud de solidaridad, enviando misioneros laicos y sacerdotes. Doy gracias a Monseñor Jaime Chemelo, pionero en este trabajo, y al Cardenal Hummes, actual Presidente de la Comisión. Pero quisiera añadir que la obra de la Iglesia ha de ser ulteriormente incentivada y relanzada. Se necesitan instructores cualificados, sobre todo profesores de teología, para consolidar los resultados alcanzados en el campo de la formación de un clero autóctono, para tener también sacerdotes adaptados a las condiciones locales y fortalecer, por decirlo así, el «rostro amazónico» de la Iglesia.
Queridos hermanos, he tratado de ofrecer de una manera fraterna algunas reflexiones y líneas de trabajo en una Iglesia como la que está en Brasil, que es un gran mosaico de teselas, de imágenes, de formas, problemas y retos, pero que precisamente por eso constituye una enorme riqueza. La Iglesia nunca es uniformidad, sino diversidad que se armoniza en la unidad, y esto vale para toda realidad eclesial.
Que la Virgen Inmaculada de Aparecida sea la estrella que ilumine el compromiso de ustedes y su camino para llevar a Cristo, como ella ha hecho, a todo hombre y a toda mujer de este inmenso país. Será él, como lo hizo con los dos discípulos confusos y desilusionados de Emaús, quien haga arder el corazón y dé nueva y segura esperanza.
27 Julio 2013. Discurso del Santo Padre Francisco
a la clase dirigente del Brasil en Río de Janeiro.
“La Humildad social”
Excelencias, Señoras y señores. Doy gracias a Dios por la oportunidad de encontrar a una representación tan distinguida y cualificada de responsables políticos y diplomáticos, culturales y religiosos, académicos y empresariales de este inmenso Brasil. Hubiera deseado hablarles en su hermosa lengua portuguesa, pero para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón, prefiero hablar en español. Les pido la cortesía de disculparme.
Saludo cordialmente a todos y les expreso mi reconocimiento. Agradezco a Monseñor Orani y al Señor Walmyr Júnior, sus amables palabras de bienvenida y presentación y de testimonio. Veo en ustedes la memoria y la esperanza: la memoria del camino, de la conciencia de su patria, y la esperanza de que esta patria abierta a la luz que emana del Evangelio, continúe desarrollándose en el pleno respeto de los principios éticos basados en la dignidad trascendente de la persona.
Memoria del pasado y utopia hacia el futuro se encuentran en el presente que no es una coyuntura sin historia, y sin promesa, sino un momento en el tiempo, un desafio para recoger sabiduría y saber proyectarla.
Quien tiene un papel de responsabilidad en una nación está llamado a afrontar el futuro «con la mirada tranquila de quien sabe ver la verdad», como decía el pensador brasileño Alceu Amoroso Lima («Nosso tempo», en A vida sobrenatural e o mondo moderno, Río de Janeiro 1956, 106). Quisiera compartir con ustedes tres aspectos de esta mirada calma, serena y sabia: primero, la originalidad de una tradición cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el futuro y, tercero, el diálogo constructivo para afrontar el presente.
1. En primer lugar, es de justicia valorar la originalidad dinámica que caracteriza a la cultura brasileña, con su extraordinaria capacidad para integrar elementos diversos. El común sentir de un pueblo, las bases de su pensamiento y de su creatividad, los principios básicos de su vida, los criterios de juicio sobre las prioridades, las normas de actuación, se fundan, se fusionan y crecen en una visión integral de la persona humana.
Esta visión del hombre y de la vida característica del pueblo brasileño ha recibido también la savia del Evangelio: la fe en Jesucristo, el amor de Dios y la fraternidad con el prójimo. La riqueza de esta savia puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad brasileña y a la vez un proceso constructor de un futuro mejor para todos. Un proceso que hacer crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la relación, esta es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir. Y aquí convergen la fe y la razón, la dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte, la ciencia, el trabajo, la literatura... El cristianismo combina trascendencia y encarnación; por la capacidad de revitalizar siempre el pensamiento y la vida ante la amenaza de frustración y desencanto que pueden invadir el corazón y propagarse por las calles.
2. Un segundo punto al que quisiera referirme es la responsabilidad social. Esta requiere un cierto tipo de paradigma cultural y, en consecuencia, de la política. Somos responsables de la formación de las nuevas generaciones, ayudarlos a ser capaces en la economía y en la política, y firmes en los valores éticos. El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la política, rehabilitar la politica, que es una de las formas más altas de la caridad. El futuro nos exige también una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza.
Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: éste es el camino propuesto. Ya en la época del profeta Amós era muy frecuente la admonición de Dios: «Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias. Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los indigentes» (Am. 2,6-7). Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy.
Quien desempeña un papel de guía --permitame que diga aquel a quien la vida ha ungido como guía--, ha de tener objetivos concretos y buscar los medios específicos para alcanzarlos, pero también puede existir el peligro de la desilusión, la amargura, la indiferencia, cuando las expectativas no se cumplen. Aquí apelo a la dinamica de la esperanza que nos impulsa a ir siempre más allá, a emplear todas las energías y capacidades en favor de las personas para las que se trabaja, aceptando los resultados y creando condiciones para descubrir nuevos caminos, entregándose incluso sin ver los resultados, pero manteniendo viva la esperanza. Con esa constancia y coraje que nacen de la aceptación de la propia vocación de guía, de dirigente.
Es propio de la dirigencia elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de una sociedad para superarlos con audacia de acciones valientes y libres. Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprension de la totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando, para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones.
Quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes. Tenemos que buscarlo, tenemos que inserirlo en la misma sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria.
3. Para completar esta reflexión, además del humanismo integral que respete la cultura original y la responsabilidad solidaria, considero fundamental para afrontar el presente: el diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación. ¡Cuánto diálogo hay! Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia que se quede encerrada en la pura lógica o en el mero equilibrio de la representación de los intereses establecidos. Considero también fundamental en este diálogo la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia. La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia de la dimensión religiosa en la sociedad, favoreciendo sus expresiones más concretas.
Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno en cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejucios yo la definiria como «humildad social», que es la que favorece el diálogo. Solo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas y en clima de respeto de los derechos de cada una. Hoy, o se apuesta por el dialogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos, todos perdemos; por aquí va el camino fecundo.
Excelencias Señoras y señores.
Gracias por su atención. Tomen estas palabras como expresión de mi preocupación como Pastor de Iglesia y del respeto y afecto que tengo por el pueblo brasileño. La hermandad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no son un sueño fantasioso, sino el resultado de un esfuerzo concertado de todos hacia el bien común. Los aliento en este su compromiso por el bien común, que requiere por parte de todos sabiduría, prudencia y generosidad. Los encomiendo al Padre celestial pidiéndole, por la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, que colme con sus dones a cada uno de los presentes, a sus familias, comunidades humanas y de trabajo, y de corazón pido a Dios que los bendiga. Muchas gracias.
25 Julio 2013. Discurso que improvisó el Papa Francisco
este mediodía en la Catedral de San Sebastián,
con decenas de miles de argentinos que llegaron a Río de Janeiro:
“Quiero Lío”
"Gracias, gracias, por estar hoy aquí, por haber venido. Gracias a los que están adentro y muchas gracias a los que están afuera, a los 30 mil me dicen que hay afuera. Desde acá los saludo, están bajo la lluvia. Gracias por el gesto de acercarse, gracias por haber venido a la Jornada de la Juventud, yo le sugerí al doctor Gasbarri que es el que maneja, que organiza el viaje, si hubiera un lugarcito para encontrarme con ustedes. Y en medio día tenía arreglado todo, así que también quiero agradecer públicamente también al doctor Gasbparri, esto que ha logrado hoy.
Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá dentro va a haber lío va a haber, que acá en Río va a haber lío va a haber, pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos, las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir, sino salen se convierten en una ONG ¡y la Iglesia no puede ser una ONG!
Que me perdonen los obispos y los curas, si alguno después le arma lío a ustedes, pero es el consejo. Gracias por lo que puedan hacer.
Miren, yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de ‘rosca’, se pasó de ‘rosca’, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos.
Exclusión de los ancianos, por supuesto, porque uno podría pensar que podría haber una especie de eutanasia escondida es decir, no se cuida a los ancianos pero también está una eutanasia cultural. No se los deja hablar, no se los deja actuar. Exclusión de los jóvenes, el porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo y sin empleo es muy alto y es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo, o sea esta civilización nos ha llevado a excluir dos puntas que son el futuro nuestro.
Entonces los jóvenes tiene que salir, tienen que hacerse valer, los jóvenes tienen que salir a luchar por los valores, a luchar por esos valores, y los viejos abran la boca, los ancianos abran la boca y enséñennos, transmítannos la sabiduría de los pueblos.
En el pueblo argentino, yo se los pido de corazón a los ancianos, no claudiquen de ser la reserva cultural de nuestro pueblo que transmite la justicia, que transmite la historia, que trasmite los valores , que transmite la memoria de pueblo. Y ustedes, por favor, no se metan contra los viejos, déjenlos hablar, escúchenlos y lleven adelante. Pero sepan, sepan que en este momento ustedes los jóvenes y los ancianos están condenados al mismo destino: exclusión. No se dejen excluir, ¿está claro? Por eso creo que tienen que trabajar.
Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio. Es un escándalo que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros, es un escándalo, y que haya muerto en la cruz, es un escándalo, el escándalo de la cruz. La cruz sigue siendo escándalo pero es el único camino seguro, el de la cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús.
Por favor, ¡no licúen la fe en Jesucristo!, hay licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana pero, por favor, ¡no tomen licuado de fe!
¡La fe es entera, no se licúa, es la fe en Jesús!, es la fe en el hijo de Dios hecho hombre que me amó y murió por mí. Entonces hagan lío, cuiden los extremos del pueblo que son los ancianos y los jóvenes, no se dejen excluir y que no excluyan a los ancianos, segundo, y no licúen la fe en Jesucristo.
Las bienaventuranzas. ¿Qué tenemos que hacer padre?, Mira lee las bienaventuranzas que te van a venir bien y si querés saber qué cosa práctica tienes que hacer, lee Mateo 25 que es el protocolo con el cual nos van juzgar. Con esas dos cosas tienen el programa de acción: las bienaventuranzas y Mateo 25 no necesitan leer otra cosa, se los pido de corazón. Bueno, les agradezco ya esta cercanía. Me da pena que estén enjaulados. Pero les digo una cosa, yo por momentos siento qué feo que es estar enjaulado, se los confieso de corazón.
Los comprendo y me hubiera gustado estar más cerca de ustedes pero comprendo que por razón de orden no se puede. Gracias por acercarse, gracias por rezar por mí. Se los pido de corazón, necesito, necesito de la oración de ustedes, necesito mucho. Gracias por eso.
Les voy a dar la bendición y después vamos a bendecir la imagen de la Virgen que va a recorrer toda la república y la cruz de San Francisco que van a recorrer ‘misionaramente. Pero no se olviden: hagan lío, cuiden los dos extremos de la vida, los dos extremos de la historia de los pueblos que son los ancianos y los jóvenes, y no licúen la fe".
25 Julio 2013. Discurso del Papa Francisco
en la favela pacificada de Varginha, Manginho, en Brasil,
pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho
Queridos hermanos y hermanas Es bello estar aquí con ustedes. Ya desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir «buenos días», pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho», hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos... Pero Brasil, ¡es tan grande Y no se puede llamar a todas las puertas. Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra Comunidad, que hoy representa a todos los barrios de Brasil. ¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría! Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta. Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida. Agradezco a Mons. Orani Tempesta y a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras.
1. Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.
Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda.
Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano.
Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella. Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.
2. También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.
3. Quisiera decir una última cosa. Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo.
La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).
Hoy digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento. Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición.
24 Julio 2013. Mensaje del Santo Padre Francisco,
con motivo de su visita al hospital Sao Francisco de Assis, na providencia de Deus.
"Todos debemos aprender a abrazar a los necesitados". Querido Arzobispo de Rio de Janeiro, y queridos hermanos en el episcopado; Honorables Autoridades,
Estimados miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia,
Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios, Queridos jóvenes y familiares, Buenas noches °°° Dios ha querido que, después del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y comodidades para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso. Aquel hermano que sufría era «mediador de la luz (...) para san Francisco de Asís» (cf. Carta enc. Lumen fidei, 57), porque en cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo, y pedir que Dios colme de sentido y firme esperanza su camino, y también el mío.
Abrazar, abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química. Sin embargo, lo que prevalece con frecuencia en nuestra sociedad es el egoísmo. ¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad. No es la liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro. Todos tenemos necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de Cristo, aprender a abrazar a aquellos que están en necesidad, para expresar cercanía, afecto, amor.
Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».
Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes. Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57). Quisiera repetirles a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.
En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. No se dejen robar la esperanza. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no vemos. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35). Queridos amigos, creo que aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola del Buen Samaritano. Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés, sino amor. La Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento de Dependencia Química enseñan a inclinarse sobre quien está dificultad, porque en él ve el rostro de Cristo, porque él es la carne de Cristo que sufre. Muchas gracias a todo el personal del servicio médico y auxiliar que trabaja aquí; su servicio es valioso, háganlo siempre con amor; es un servicio que se hace a Cristo, presente en el prójimo: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), nos dice Jesús.
Y quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto. El Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a él en los momentos más duros y les dará consuelo y esperanza. Y confíen también en el amor materno de María, su Madre. Esta mañana, en el santuario de Aparecida, he encomendado a cada uno de ustedes a su corazón. Donde hay una cruz que llevar, allí está siempre ella, nuestra Madre, a nuestro lado. Los dejo en sus manos, mientras les bendigo a todos con afecto. Muchas gracias.
22 Julio 2013. Discurso del Santo Padre Francisco
en su llegada a Río de Janeiro.
Luego de haber salido del Aeropuerto Internacional de “Galeão/Antonio Carlos Jobim” de Río de Janeiro, donde fue recibido por la presidenta de la República, Dilma Rousseff, así como del arzobispo de São Sebastião do Rio de Janeiro, monseñor Orani João Tempesta y del presidente de la Conferencia Episcopal del Brasil, cardenal Raymundo Damasceno Assis, arzobispo de Aparecida, el Papa Francisco llegó al Palacio de Guanabara, residencia oficial del gobernador de Río de Janeiro donde fue recibido por la presidente Rouseff y autoridades de Estado.
Señora Presidente. Distinguidas Autoridades,. Hermanos y amigos: En su amorosa providencia, Dios ha querido que el primer viaje internacional de mi pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la amada América Latina, concretamente a Brasil, nación que se precia de sus estrechos lazos con la Sede Apostólica y de sus profundos sentimientos de fe y amistad que siempre la han mantenido unida de una manera especial al Sucesor de Pedro. Doy gracias por esta benevolencia divina. Fuente: Zenit. Imagen. Aciprensa.
He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: «La paz de Cristo esté con ustedes».
Saludo con deferencia a la señora Presidenta y a los distinguidos miembros de su gobierno. Agradezco su generosa acogida y las palabras con las que han querido manifestar la alegría de los brasileños por mi presencia en su país. Saludo también al Señor Gobernador de este Estado, que amablemente nos acoge en el Palacio del Gobierno, y al alcalde de Río de Janeiro, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante el gobierno brasileño, a las demás autoridades presentes y a todos los que han trabajado para hacer posible esta visita.
Quisiera decir unas palabras de afecto a mis hermanos obispos, a quienes incumbe la tarea de guiar a la grey de Dios en este inmenso país, y a sus queridas Iglesias particulares. Con esta visita, deseo continuar con la misión pastoral propia del Obispo de Roma de confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo, alentarlos a dar testimonio de las razones de la esperanza que brota de él, y animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor.
Como es sabido, el principal motivo de mi presencia en Brasil va más allá de sus fronteras. En efecto, he venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos de Cristo Redentor. Quieren encontrar un refugio en su abrazo, justo cerca de su corazón, volver a escuchar su llamada clara y potente: «Vayan y hagan discípulos a todas las naciones».
Estos jóvenes provienen de diversos continentes, hablan idiomas diferentes, pertenecen a distintas culturas y, sin embargo, encuentran en Cristo las respuestas a sus más altas y comunes aspiraciones, y pueden saciar el hambre de una verdad clara y de un genuino amor que los una por encima de cualquier diferencia.
Cristo les ofrece espacio, sabiendo que no puede haber energía más poderosa que esa que brota del corazón de los jóvenes cuando son seducidos por la experiencia de la amistad con él. Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: «Vayan y hagan discípulos»; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, y creen un mundo de hermanos y hermanas. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados.
Al comenzar mi visita a Brasil, soy muy consciente de que, dirigiéndome a los jóvenes, hablo también a sus familias, sus comunidades eclesiales y naciones de origen, a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones. Es común entre ustedes oír decir a los padres: «Los hijos son la pupila de nuestros ojos».
¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en esta semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por esta pregunta provocadora.
La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación para que llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los que valga la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien; dejarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir, y corresponsable del destino de todos.
Al concluir, ruego a todos la gentileza de la atención y, si es posible, la empatía necesaria para establecer un diálogo entre amigos. En este momento, los brazos del Papa se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el complejo de su riqueza humana, cultural y religiosa. Que desde la Amazonia hasta la pampa, desde las regiones áridas al Pantanal, desde los pequeños pueblos hasta las metrópolis, nadie se sienta excluido del afecto del Papa. Pasado mañana, si Dios quiere, tengo la intención de recordar a todos ante Nuestra Señora de Aparecida, invocando su maternal protección sobre sus hogares y familias. Y, ya desde ahora, los bendigo a todos. Gracias por la bienvenida.
DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
A la delegación del Comité Judío Internacional
para Consultas Interreligiosas Sala de los Papas
Lunes, 24 de junio 2013 Queridos hermanos y hermanas, shalom ! Con este saludo también es muy querida a la tradición cristiana, me complace dar la bienvenida a la delegación de los líderes del "Comité Judío Internacional para Consultas Interreligiosas" (Comité Judío Internacional para Consultas Inter-religiosas ).
También un saludo cordial al cardenal Koch, así como a otros miembros y asociados de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, con el que se mantiene desde hace más de cuarenta años, un diálogo regular. Las veintiuna reuniones celebradas hasta la fecha sin duda han contribuido a mejorar la comprensión mutua y los lazos de amistad entre los Judíos y católicos. Sé que se está preparando para la próxima reunión, que tendrá lugar en octubre en Madrid y tendrá como tema: "Los desafíos a la fe en las sociedades contemporáneas." Gracias por su compromiso!
En estos primeros meses de mi ministerio ya he tenido la oportunidad de conocer a gente famosa del mundo judío, pero esta es la primera oportunidad de conversar con un grupo de representantes oficiales de las organizaciones y de las comunidades judías, y por esto no puedo recordar lo que afirmaba solemnemente en n. 4 de la Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, que representa a la Iglesia Católica un punto de referencia fundamental en lo que respecta a las relaciones con el pueblo judío.
A través de las palabras del texto conciliar, la Iglesia reconoce que "los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya, según el misterio divino de la salvación, en los Patriarcas, Moisés y los profetas." Y en cuanto a los judíos, el Consejo recuerda la enseñanza de St. Paul, que "los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables", y condena enérgicamente el odio, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo. Por nuestras raíces comunes, un cristiano no puede ser anti-semita!
Los principios fundamentales expresados en la Declaración mencionada han marcado el camino para un mayor conocimiento y comprensión camino en las últimas décadas entre los Judíos y católicos, la ruta a la que mis predecesores han dado un gran impulso a través de gestos es particularmente significativo es a través del desarrollo de una serie de documentos que tienen una profunda reflexión sobre los fundamentos teológicos de las relaciones entre los Judíos y los cristianos. Es un camino que debemos dar gracias sinceramente al Señor.
Sin embargo, es sólo la parte más visible de un vasto movimiento que se hace a nivel local todo un poco "sobre el mundo, y de la que yo mismo soy un testigo. A lo largo de mi ministerio como Arzobispo de Buenos Aires - como informó el señor Presidente - tuve la alegría de mantener relaciones de sincera amistad con algunos miembros del mundo judío. A menudo hablamos de nuestras respectivas identidad religiosa, la imagen del hombre contenida en las Escrituras, la forma de mantener vivo el sentido de Dios en un mundo secularizado en muchos lugares. Me encontré con ellos en varias ocasiones en los desafíos comunes que enfrentan Judíos y cristianos. Pero lo más importante, como amigos, disfrutamos de la presencia del otro, nos enriquecemos mutuamente a través del encuentro y el diálogo, con una actitud de aceptación mutua, y esto nos ha ayudado a crecer como seres humanos y como creyentes.
Lo mismo sucedió y sucede en muchas otras partes del mundo, y estas relaciones de amistad son en cierto modo la base del diálogo que se desarrolla en el plan oficial. No puedo, por lo tanto, animo a continuar su viaje, buscando, lo que está haciendo, la participación en las nuevas generaciones. La humanidad necesita de nuestro testimonio común en favor del respeto a la dignidad del hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, y en favor de la paz, sobre todo, es un don de sí mismo. Me gusta recordar aquí las palabras del profeta Jeremías: "Porque yo sé los planes que tengo para ustedes - afirma el Señor - pensamientos de paz y no de mal, para daros un futuro y una esperanza" ( Jer. 29:11).
Con esta palabra: paz, shalom , también me gustaría terminar mi discurso, pidiendo el don de vuestras oraciones y os aseguro la mía. Gracias.
10 Junio 2013. “Todos nosotros tenemos el compromiso
de llevar a Dios al mundo y el mundo a Dios”,
dijo el papa Francisco en el mensaje, leído ayer por la mañana al inicio de la Misa conclusiva en la ciudad alemana de Colonia, del Congreso Eucarístico nacional que se centró sobre el tema “Señor, ¿a quién iremos?”, y en el que participaron no sólo católicos alemanes, sino también muchos fieles de los países vecinos.
Presidió la celebración eucarística el cardenal Paul Josef Cordes, presidente emérito del Consejo pontificio “Cor Unum”, en su calidad de enviado especial del santo padre, informa Radio Vaticana. Fuente. Zenit. “Señor, ¿a quién iremos?” pregunta el apóstol Pedro, portavoz de los seguidores fieles, ante la incomprensión de muchas de las personas que escuchaban a Jesús, y que habrían querido aprovecharse egoístamente de Él. Al plantearnos esta pregunta –escribe el papa Francisco en su mensaje– “también nosotros somos miembros de la Iglesia de hoy”, y si bien la pregunta “es quizá más titubeante en nuestra boca que en los labios de Pedro, nuestra respuesta, como la del apóstol, puede ser sólo la persona de Jesús”, que “vivió hace dos mil años” y “sin embargo, nosotros podemos encontrarlo en nuestro tiempo cuando escuchamos su Palabra y estamos cerca de Él, de modo único, en la Eucaristía”.
De aquí la invitación de Francisco: “¡Que la Santa Misa no caiga para nosotros en una rutina superficial! ¡Que tomemos cada vez más de su profundidad!” El papa explica que es precisamente su profundidad la que nos inserta en la inmensa obra de salvación de Cristo, para que afinemos nuestra “vista espiritual” por su amor. Y añade que es necesario “aprender a vivir la Misa”, como lo pedía el beato Juan Pablo II, recordando que a esto nos ayuda el hecho de detenernos en adoración ante el Señor eucarístico en el tabernáculo y recibir el Sacramento de la Reconciliación”.
El papa Francisco observa asimismo que la misma pregunta “Señor, ¿a quién iremos?”, “se la plantean algunos contemporáneos que –lúcidamente o con un presentimiento oscuro– están aún en busca del Padre de Jesucristo. Y añade que el “Redentor quiere salir al encuentro de ellos a través de nosotros, que gracias al Bautismo, nos hemos convertido en sus hermanos y hermanas, y que en la Eucaristía hemos recibido la fuerza de llevar junto a Él su misión de salvación”.
De ahí que el santo padre añada que “todos nosotros, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos tenemos el compromiso de llevar a Dios al mundo y el mundo a Dios”. A la vez que concluye afirmando que “encontrar a Cristo, encomendarse a Cristo, anunciar a Cristo, son los pilares de nuestra fe que se concentran, siempre, en el punto focal de la Eucaristía”.
Miércoles 5 de Junio de 2013. Discurso del santo padre Francisco
a los organismos de caridad católicos
que trabajan en el contexto de la crisis en siria y en los países vecinos
Salón de la Domus Sanctae Marthae.
Queridos amigos
Os agradezco este encuentro y toda la actividad humanitaria que realizáis en Siria y en los países vecinos, para ayudar a las poblaciones que son víctimas del conflicto actual. Personalmente he animado al Pontificio Consejo Cor Unum °°°
°°° para que promoviera esta reunión de coordinación de la actividad que desarrollan en la región los organismos caritativos católicos. Agradezco al cardenal Sarah sus palabras de saludo. Doy la bienvenida de modo especial a los que vienen de Oriente Medio, en particular a los que representan a la Iglesia en Siria.
Todos conocen la preocupación de la Santa Sede por la crisis siria y de modo concreto por la población, que con frecuencia sufre de manera inerme las consecuencias del conflicto. Benedicto XVI pidió varias veces que callasen las armas y se encontrase una solución a través del diálogo, para alcanzar una profunda reconciliación entre las partes. ¡Que callen las armas! Además, en noviembre pasado, quiso expresar su cercanía personal enviando a aquella zona al cardenal Sarah, al mismo tiempo que acompañó ese gesto con la petición de «no ahorrar ningún esfuerzo en la búsqueda de la paz», y manifestando su concreta y paterna solicitud con un don, al que contribuyeron también los padres sinodales en octubre pasado.
De modo personal, también a mí me preocupa la suerte de la población siria. El día de Pascua pedí la paz «sobre todo para la amada Siria, para su población herida por el conflicto, y para los numerosos prófugos que esperan una ayuda y un consuelo. ¡Cuánta sangre se ha derramado! ¿Y cuántos sufrimientos habrá que soportar todavía antes de que se encuentre una solución política a la crisis?» (Mensaje Urbi et Orbi, 31 marzo 2013).
Frente a la continuación de la violencia y los atropellos renuevo con fuerza mi llamamiento a la paz. En las últimas semanas la comunidad internacional ha reafirmado su intención de promover iniciativas concretas para poner en marcha un diálogo provechoso, con el fin de acabar con la guerra. Son intentos que hay que apoyar y de los que se espera el acercamiento de la paz. La Iglesia se siente llamada a dar el testimonio humilde, pero concreto y eficaz, de la caridad que ha aprendido de Cristo, Buen Samaritano. Sabemos que allí donde alguien sufre, Cristo está presente. No podemos echarnos atrás, especialmente ante las situaciones de mayor dolor. Vuestra presencia en la reunión de coordinación manifiesta la voluntad de continuar con fidelidad la maravillosa obra de asistencia humanitaria, en Siria y en los países vecinos, que generosamente acogen a los que huyen de la guerra. Que vuestra actividad sea puntual y coordinada, expresión de la comunión que, como ha sugerido el reciente Sínodo sobre Oriente Medio, es en sí misma testimonio. Pido a la Comunidad internacional, junto a la búsqueda de una solución negociada del conflicto, favorecer la ayuda humanitaria para los prófugos y refugiados sirios, mirando en primer lugar el bien de la persona y la tutela de su dignidad. Para la Santa Sede, la actividad de las Agencias de caridad católicas es extremadamente significativa: ayudar a la población siria, más allá de las diferencias étnicas o religiosas, es el modo más directo de contribuir a la pacificación y edificación de una sociedad abierta a todos sus componentes. También hacia esto tiende el esfuerzo de la Santa Sede: construir un futuro de paz para Siria, en el que todos puedan vivir libremente y expresarse según su peculiaridad.
El pensamiento del Papa se dirige también en este momento a las comunidades cristianas que viven en Siria y en todo el Oriente Medio. La Iglesia sostiene a sus miembros que hoy pasan por un momento de particular dificultad. Ellos tienen la gran tarea de seguir haciendo presente el cristianismo en la región en que ha nacido. Y nuestro compromiso consistirá en favorecer la permanencia de este testimonio. La participación de toda la comunidad cristiana en esta gran obra de asistencia y ayuda es actualmente un imperativo. Y todos pensamos, todos pensamos en Siria. Cuánto sufrimiento, cuánta pobreza, cuándo dolor de Jesús que sufre, que es pobre, que es arrojado de su Patria. ¡Es Jesús! Esto es un misterio, pero es nuestro misterio cristiano. Veamos a Jesús que sufre en los habitantes de la querida Siria.
Os agradezco una vez más esta iniciativa e invoco sobre cada uno de vosotros la bendición divina. La extiendo de modo particular a los queridos fieles que viven en Siria y a todos los sirios que actualmente se ven obligados a dejar sus casas a causa de la guerra. Que a través de vosotros, aquí presentes, el querido pueblo de Siria y del Oriente Medio sepa que el Papa está cerca y los acompaña. La Iglesia no los abandona.
24 Mayo 2013. "La pobreza es la dictadura del relativismo".
Discurso del Santo Padre Francisco a los miembros del cuerpo
diplomático ante la Santa Sede.
Excelencias, Señoras y señores: Agradezco sinceramente a vuestro decano, el Embajador Jean-Claude Michel, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, y os acojo con gozo en este intercambio de saludos, simple pero intenso al mismo tiempo, que quiere ser idealmente el abrazo del Papa al mundo. En efecto, por vuestro medio encuentro a vuestros pueblos, y así puedo en cierto modo llegar a cada uno de vuestros conciudadanos, con todas sus alegrías, sus dramas, sus esperanzas, sus deseos.
Vuestra numerosa presencia es también un signo de que las relaciones que vuestros países mantienen con la Santa Sede son beneficiosas, son verdaderamente una ocasión de bien para la humanidad. Efectivamente, esto es precisamente lo que preocupa a la Santa Sede: el bien de todo hombre en esta tierra.
Y precisamente con esta idea comienza el Obispo de Roma su ministerio, sabiendo que puede contar con la amistad y el afecto de los Países que representáis, y con la certeza de que compartís este propósito. Al mismo tiempo, espero que sea también la ocasión para emprender un camino con los pocos Países que todavía no tienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, algunos de los cuales –se lo agradezco de corazón– han querido estar presentes en la Misa por el inicio de mi ministerio, o enviado mensajes como gesto de cercanía.
Como sabéis, son varios los motivos por los que elegí mi nombre pensando en Francisco de Asís, una personalidad que es bien conocida más allá de los confines de Italia y de Europa, y también entre quienes no profesan la fe católica. Uno de los primeros es el amor que Francisco tenía por los pobres.
¡Cuántos pobres hay todavía en el mundo! Y ¡cuánto sufrimiento afrontan estas personas! Según el ejemplo de Francisco de Asís, la Iglesia ha tratado siempre de cuidar, proteger en todos los rincones de la Tierra a los que sufren por la indigencia, y creo que en muchos de vuestros Países podéis constatar la generosa obra de aquellos cristianos que se esfuerzan por ayudar a los enfermos, a los huérfanos, a quienes no tienen hogar y a todos los marginados, y que, de este modo, trabajan para construir una sociedad más humana y más justa.
Pero hay otra pobreza. Es la pobreza espiritual de nuestros días, que afecta gravemente también a los Países considerados más ricos. Es lo que mi Predecesor, el querido y venerado Papa Benedicto XVI, llama la «dictadura del relativismo», que deja a cada uno como medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia entre los hombres.
Llego así a una segunda razón de mi nombre. Francisco de Asís nos dice: Esforzaos en construir la paz. Pero no hay verdadera paz sin verdad. No puede haber verdadera paz si cada uno es la medida de sí mismo, si cada uno puede reclamar siempre y sólo su propio derecho, sin preocuparse al mismo tiempo del bien de los demás, de todos, a partir ya de la naturaleza, que acomuna a todo ser humano en esta tierra.
Uno de los títulos del Obispo de Roma es «Pontífice», es decir, el que construye puentes, con Dios y entre los hombres. Quisiera precisamente que el diálogo entre nosotros ayude a construir puentes entre todos los hombres, de modo que cada uno pueda encontrar en el otro no un enemigo, no un contendiente, sino un hermano para acogerlo y abrazarlo.
Además, mis propios orígenes me impulsan a trabajar para construir puentes. En efecto, como sabéis, mi familia es de origen italiano; y por eso está siempre vivo en mí este diálogo entre lugares y culturas distantes entre sí, entre un extremo del mundo y el otro, hoy cada vez más cercanos, interdependientes, necesitados de encontrarse y de crear ámbitos reales de auténtica fraternidad.
En esta tarea es fundamental también el papel de la religión. En efecto, no se pueden construir puentes entre los hombres olvidándose de Dios. Pero también es cierto lo contrario: no se pueden vivir auténticas relaciones con Dios ignorando a los demás.
Por eso, es importante intensificar el diálogo entre las distintas religiones, creo que en primer lugar con el Islam, y he apreciado mucho la presencia, durante la Misa de inicio de mi ministerio, de tantas autoridades civiles y religiosas del mundo islámico. Y también es importante intensificar la relación con los no creyentes, para que nunca prevalezcan las diferencias que separan y laceran, sino que, no obstante la diversidad, predomine el deseo de construir lazos verdaderos de amistad entre todos los pueblos.
La lucha contra la pobreza, tanto material como espiritual; edificar la paz y construir puentes. Son como los puntos de referencia de un camino al cual quisiera invitar a participar a cada uno de los Países que representáis. Pero, si no aprendemos a amar cada vez más a nuestra Tierra, es un camino difícil.
También en este punto me ayuda pensar en el nombre de Francisco, que enseña un profundo respeto por toda la creación, la salvaguardia de nuestro medio ambiente, que demasiadas veces no lo usamos para el bien, sino que lo explotamos ávidamente, perjudicándonos unos a otros.
Queridos Embajadores, Señoras y Señores,
Gracias de nuevo por todo el trabajo que desarrolláis, junto con la Secretaría de Estado, para edificar la paz y construir puentes de amistad y hermandad.
Por vuestro medio, quisiera reiterar mi agradecimiento a vuestros Gobiernos por su participación en las celebraciones con motivo de mi elección, con la esperanza de un trabajo común fructífero. Que el Señor Todopoderoso colme de sus dones a cada uno vosotros, a vuestras familias y a los Pueblos que representáis. Muchas gracias.
16 Mayo 2013 Discurso del Santo Padre Francisco,
ante la posesión de nuevos embajadores ante la Santa Sede.
Señores Embajadores
Me alegra acogerlos con ocasión de la presentación de las Cartas que los acreditan como Embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de sus respectivos países ante la Santa Sede: Kirguistán, Antigua y Barbuda, el Gran Ducado de Luxemburgo y Botswana. Las amables palabras que me han dirigido y que agradezco profundamente, testimonian que los Jefes de Estado de sus países tienen el anhelo de desarrollar las relaciones de estima y de cooperación con la Santa Sede. Les agradezco que ustedes quieran transmitirles mis sentimientos de gratitud y respeto, asegurando mis oraciones por ellos y por sus conciudadanos. Señores Embajadores, nuestra humanidad está viviendo en la actualidad como un momento álgido de su propia historia, teniendo en cuenta los avances registrados en diversos campos. Debemos alabar los logros positivos que contribuyen al auténtico bienestar de la humanidad, como por ejemplo en los ámbitos de la salud, de la educación y de la comunicación. Sin embargo, también hay que reconocer que la mayoría de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo siguen viviendo en precariedad cotidiana, con consecuencias funestas. Algunas patologías aumentan, con sus consecuencias psicológicas, el miedo y la desesperación se apoderan de los corazones de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos; la alegría de vivir va disminuyendo; la indecencia y la violencia aumentan; la pobreza se vuelve cada vez más impactante. Se tiene que luchar para vivir, y, a menudo, para vivir sin dignidad. Una de las causas de esta situación, en mi opinión, se encuentra en nuestra relación con el dinero y en nuestra aceptación de su imperio y dominio en nuestro ser y en nuestras sociedades. De este modo, la crisis financiera que estamos viviendo, nos hace olvidar que su primer origen se encuentra en una profunda crisis antropológica ¡en la negación de la primacía del hombre! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32, 15-34) ha encontrado una imagen nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano.
La crisis mundial que afecta las finanzas y la economía parece poner de relieve sus deformidades, y, sobre todo, la grave falta de su orientación antropológica, que reduce al hombre a una sola de sus necesidades: el consumo. Y peor aún, el ser humano es considerado hoy como un bien en sí que se puede utilizar y luego desechar. Esta deriva se verifica a nivel individual y social. Y además ¡es promovida! En este contexto, la solidaridad, que es el tesoro de los pobres, se considera a menudo contraproducente, contraria a la racionalidad financiera y económica. Al tiempo que los ingresos de una minoría van creciendo de manera exponencial, los de la mayoría van disminuyendo. Este desequilibrio proviene de ideologías que promueven la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando de este modo el derecho de control de los Estados, aun estando encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone de forma unilateral y sin remedio posible, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y el crédito alejan a los Países de su economía real y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade, una corrupción tentacular y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de poseer se ha vuelto sin límites.
Detrás de esta actitud se encuentra el rechazo de la ética, el rechazo de Dios. ¡Igual como la solidaridad, la ética molesta! Se considera contraproducente; demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder; se ve como una amenaza, porque rechaza la manipulación y el sometimiento de la persona. Porque la ética lleva hacia Dios, que está fuera de las categorías del mercado. Dios es considerado por estos financieros, economistas y políticos, como no manejable, incluso peligroso, ya que llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética -una ética no ideológica, naturalmente - permite, en mi opinión, crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los líderes gubernamentales de sus países a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo: "No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles sus vidas. No son nuestros los bienes que poseemos, sino suyos" (Homélie sur Lazare, 1, 6: PG 48, 992D).
Queridos Embajadores, sería conveniente realizar una reforma financiera que fuera ética y, a su vez que comportara una reforma económica saludable para todos. Sin embargo, esto requeriría un cambio audaz de actitud de los dirigentes políticos. Les exhorto a que afronten este reto, con determinación y visión de futuro, por supuesto, teniendo en cuenta la naturaleza específica de sus contextos. ¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres; pero el Papa tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promoverlos. El Papa insta a la solidaridad desinteresada y a un retorno de la ética en favor del hombre en la realidad económica y financiera.
La Iglesia, por su parte, siempre trabaja para el desarrollo integral de cada persona. En este sentido, ella recuerda que el bien común no debe ser una simple suma, un simple esquema conceptual, de calidad inferior, añadido a la agenda política. La Iglesia anima a los gobernantes a estar verdaderamente al servicio del bien común de sus pueblos. Exhorta a los dirigentes de las realidades financieras a tomar en consideración la ética y la solidaridad. ¿Y por qué no acudir a Dios para inspirar los propios diseños? Se formará una nueva mentalidad política y económica que ayudará a transformar la dicotomía absoluta entre lo económico y lo social en una sana convivencia.
Por último, saludo con afecto, a través de ustedes, a los Pastores y los fieles de las comunidades católicas en sus países. Les insto a continuar su testimonio valiente y gozoso de la fe y del amor fraternal enseñados por Cristo. ¡No tengan miedo de ofrecer su contribución al desarrollo de sus países a través de iniciativas y actitudes inspiradas en las Sagradas Escrituras!
Y en el momento en que comienzan su misión, les ofrezco, señores Embajadores, mis mejores deseos, asegurando la cooperación de la Curia Romana para el cumplimiento de su función. Con este fin, de buen grado, invoco sobre ustedes y sus familias y sus colaboradores, la abundancia de las bendiciones divinas.
Texto traducido del original por Radio Vaticana:
DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
A LOS GUARDIAS SUIZOS Y SUS FAMILIAS
Sala Clementina Lunes, 6 de Mayo 2013
Queridos amigos de la Guardia Suiza !Me complace darle la bienvenida y mi cordial saludo a cada uno de vosotros, a vuestras familias, a sus amigos, a los líderes ya los que querían participar en estos días de celebración. A todos vosotros, queridos guardias, renuevan más sincero agradecimiento por su valioso servicio y generoso al Papa ya la Iglesia. Cada día que puedo experimentar personalmente la dedicación, el profesionalismo y el amor con que usted lleva a cabo su negocio. Y para ello le doy las gracias! En particular, doy las gracias a sus familias, que amablemente dio la bienvenida a la decisión de vivir este servicio en el Vaticano y el apoyo que con su amor y sus oraciones.
1. En esta fecha lo hace el recuerdo del sacrificio de la Guardia Suiza que participan en vigorosa defensa del Papa durante el "saqueo de Roma". Hoy en día se le llama a este gesto heroico, sino a otra forma de sacrificio, que también es un reto: poner sus energías juveniles al servicio de la Iglesia y el Papa Y para ello debemos ser fuertes, motivados por el amor y sostenidos por su fe en Cristo. Este año su celebración es parte del " Año de la fe , que la Iglesia está viviendo en el mundo. Estoy seguro de que la decisión de poner años de su vida al servicio del Papa no es ajeno a la fe. En efecto, las motivaciones más profundas que han llevado aquí en Roma tienen su origen en la fe. Una fe que usted ha aprendido en la familia, que se cultiva en sus parroquias, y también pone de manifiesto la unión de los católicos suizos a la Iglesia. Recuérdalo bien: la fe que Dios le ha dado el día del Bautismo es el tesoro más preciado que tienes! Y su misión al servicio del Papa y de la Iglesia tiene su origen ahí: en la fe.
2. Durante su estancia en Roma, estáis llamados a dar testimonio de su fe con alegría y con la amabilidad de la carrera. ¿Qué tan importante es esto para tanta gente que pasan de la Ciudad del Vaticano! Pero también es importante para las personas que trabajan para la Santa Sede, y es para mí! Su presencia es un signo de la fuerza y la belleza del Evangelio, en todo tiempo llama a los jóvenes a seguirlo. Y también me gustaría invitarlos a vivir el tiempo que pasa en la "Ciudad Eterna", con espíritu de auténtica fraternidad, ayudándonos unos a otros a vivir una buena vida cristiana, que corresponde a su fe y de su misión en la Iglesia. Sepa cómo estar atento a los demás, para que le avise cuando cualquiera de ustedes pueden tener un momento difícil. Esté preparado para escuchar, para estar cerca de él. Oremos unos por otros, y poner en práctica en mutua comunión sorteo de Jesús en la Sagrada Eucaristía.
3. Su experiencia eclesial específica en la Guardia Suiza es una ocasión privilegiada para profundizar en el conocimiento de Cristo y de su Evangelio y que lo siguiera, casi respirar, aquí, en Roma, la catolicidad de la Iglesia. Cuando algunos de ustedes hoy prestará juramento de desempeñar fielmente el servicio en la Guardia Nacional y otros renovar el juramento en su corazón, piensa que su servicio es un testimonio de Cristo, que os llama a ser auténticos hombres y verdaderos cristianos, los protagonistas de su existencia. Profundamente unido a Él sabrá obstáculos madurez y hacer frente a los desafíos de la vida, en la firme convicción de que, como nos recuerda la liturgia de la Vigilia de Pascua, el Señor resucitado es "Rey de los siglos, que ganó la oscuridad del mundo". Sólo Él es la Verdad, el Camino y la Vida.
Estimado Guardia Suiza, no se olvide que el Señor camina con vosotros. Esta es una buena idea de que es bueno para el alma: no te olvides que el Señor siempre trabajan con nosotros, que siempre está a su lado para apoyarle, especialmente en momentos de dificultad y de prueba. Esperamos sinceramente a sentir siempre la alegría y el consuelo de su presencia luminosa y misericordioso.
Felicito a cada uno de ustedes y de su inestimable servicio a la intercesión materna de la Virgen María y de vuestros santos patronos, y os imparto de corazón a vosotros, a vuestras familias ya todos los presentes mi bendición como una muestra de afecto y gratitud especial.
12 Abril 2013. DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA Pontificia Comisión Bíblica Sala de los Papas.
Su Eminencia, venerado hermano, Estimados miembros de la Comisión Bíblica Pontificia, Me complace darle la bienvenida al final de vuestra asamblea plenaria anual. Doy las gracias al presidente, monseñor Gerhard Ludwig Müller, el saludo y el resumen del tema que ha sido objeto de una consideración cuidadosa en el curso de su trabajo. Se han reunido una vez más para estudiar un tema muy importante: la inspiración y la verdad de la Biblia. Este es un tema que afecta no sólo al creyente, sino a toda la Iglesia, para la vida y misión de la Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, que es el alma de la teología y, en conjunto, la inspiración de toda la vida cristiana .
Como sabemos, las Sagradas Escrituras son el testimonio escrito de la Palabra de Dios, el canon memorial que acredite acontecimiento de la revelación. La Palabra de Dios, por lo tanto, precede y excede la Biblia. E 'por esta razón que nuestra fe no está en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y sobre todo una Persona, Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne. Precisamente porque la Palabra de Dios abraza y se extiende más allá de la Escritura, para entender correctamente es la presencia constante del Espíritu Santo, que "guiará a toda la verdad" ( Jn 16:13). Debe ser colocado en la corriente de la gran Tradición, con la ayuda del Espíritu Santo y la guía del Magisterio, ha reconocido los escritos canónicos como palabra que Dios dirige a su pueblo y él nunca dejó de meditar y descubrir las riquezas inagotables. El Concilio Vaticano II reiteró con gran claridad en la Constitución dogmática Dei Verbum : "Todo acerca de la manera de interpretar la Escritura queda sometido al juicio de la Iglesia, que Dios el encargo y el ministerio de custodiar e interpretar la palabra de Dios "(n. 12).
Como hemos mencionado todavía recuerda la Constitución conciliar, hay una unidad inseparable entre la Escritura y la Tradición, ya que ambos vienen de la misma fuente: "La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas entre sí. Para ambos, fluyendo de la misma divina fuente, en cierto modo, una unidad y tienden a un mismo fin. De hecho, la Biblia es la Palabra de Dios tal como se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y transmite la Tradición en su totalidad la Palabra de Dios confiada por Cristo Señor y el Espíritu Santo a los apóstoles, sus sucesores, de forma que que, iluminados por el Espíritu de la verdad, con su predicación fielmente conserven, la expongan y la difundan. De esta manera, la Iglesia recibe su certeza acerca de todas las verdades reveladas de las Sagradas Escrituras por sí solos. Tanto la Escritura y la Tradición de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción y reverencia "( ibid. , 9).
De ello se deduce que el exegeta debe tener cuidado para percibir la Palabra de Dios en los textos bíblicos por su inclusión dentro de la fe de la Iglesia. La interpretación de las Sagradas Escrituras no puede ser sólo un esfuerzo científico individual, sino que siempre deben ser comparados, insertado y autentificada por la tradición viva de la Iglesia. Esta norma es decisiva para explicar la relación correcta entre la exégesis y el Magisterio de la Iglesia. Los textos inspirados por Dios fueron confiados a la comunidad de creyentes, la Iglesia de Cristo, para alimentar la fe y guiar la vida de caridad. El cumplimiento de esta naturaleza profunda de la Escritura misma afecta a la validez y eficacia de la hermenéutica bíblica. Esto se traduce en la falta de una interpretación subjetiva o simplemente limitada a un análisis capaz de abrazar el sentido global que a lo largo de los siglos ha sido la tradición de todo el Pueblo de Dios ", en la creencia de nequit ofensas" (Conc. Segundo Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática costo. Lumen gentium , 12).
Queridos hermanos, me gustaría terminar mi intervención dando las gracias a todos ustedes y que le anima en su importante labor. El Señor Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado y el Maestro divino que abre las mentes y los corazones de sus discípulos para comprender las Escrituras (cf. Lc 24:45), guía y mantener siempre su negocio. La Virgen María, modelo de docilidad y obediencia a la Palabra de Dios, y le enseñará a aceptar plenamente la riqueza inagotable de la Sagrada Escritura, no sólo a través de actividades intelectuales, sino en la oración y en la vida de los creyentes, sobre todo en la búsqueda " del Año fe , para que su trabajo ayudará a hacer brillar la luz de la Sagrada Escritura en los corazones de los fieles. Y desearles una exitosa continuación de su negocio, invoco sobre vosotros la luz del Espíritu Santo y os imparto a todos mi bendición apostólica.