28 de Agosto 2016. El orgullo, el arribismo, la vanidad, la ostentación son la causa de muchos males. Ángelus Regina coeli, papa Francisco. «¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! El episodio del Evangelio de hoy nos muestra a Jesús en la casa de uno de los jefes de los fariseos, concentrado en observar cómo los invitados a almorzar se esforzaban por elegir los primeros lugares. Es una escena que hemos visto muchas veces: buscar el
mejor lugar incluso ‘con los codos’. Al ver esta escena, él narra dos breves parábolas con las cuales ofrece dos indicaciones: una se refiere al lugar, la otra se refiere a la recompensa.
La primera semejanza está ambientada en un banquete nupcial. Jesús dice: “Cuando te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’
Con esta recomendación Jesús no quiere dar normas de comportamiento social, sino una lección sobre el valor de la humildad. La historia nos enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad, la ostentación son la causa de muchos males. Y Jesús nos hace entender la necesidad que tenemos de elegir los últimos lugares, o sea, buscar la pequeñez y el ocultamiento: la humildad. Cuando nos ponemos ante Dios en esta dimensión de humildad, entonces Dios nos exalta, se inclina hacia nosotros para elevarnos hacia él; “Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (v. 11).
Las palabras de Jesús subrayan actitudes completamente diferentes y opuestas: la actitud de quien se elige su propio sitio y la actitud de quien se lo deja asignar por Dios y espera de Él la recompensa. No lo olvidemos: ¡Dios paga mucho más que los hombres! ¡Él nos da un lugar mucho más bello de aquel que nos dan los hombres! El lugar que nos da Dios está cercano a su corazón y su recompensa es la vida eterna. “¡Serás bienaventurdado – dice Jesús, recibirás tu recompensa en la rela resurrección de los justos”.
Es lo que se describe en la segunda parábola, en la que Jesús indica la actitud de desinterés que debe caracterizar la hospitalidad, y dice: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte!”. Se trata de elegir la gratuidad en vez del cálculo oportunista que trata de obtener una recompensa, que busca el interés y que busca enriquecerse mucho más.
En efecto, los pobres, los sencillos, aquellos que no cuentan, jamás podrán retribuir una invitación a comer. Así Jesús demuestra su preferencia por los pobres y los excluidos, que son los privilegiados del Reino de Dios y transmite el mensaje fundamental del Evangelio que es servir al prójimo por amor a Dios.
Hoy Jesús se vuelve la voz de quien no tiene voz y dirige a cada uno de nosotros un llamamiento afligido a abrir el corazón y a hacer nuestros los sufrimientos y las angustias de los pobres, de los hambrientos, de los marginados, de los prófugos, de los derrotados por la vida, de cuantos son descartados por la sociedad y por la prepotencia de los más fuertes. Y estos descartados representan, en realidad, la mayor parte de la población.
En este momento, pienso con gratitud a los comedores donde tantos voluntarios ofrecen su servicio, dando de comer a personas solas, en dificultad, sin trabajo o sin casa. Estos comedores y otras obras de misericordia –como visitar a los enfermos y a los encarcelados– son palestras de caridad que difunden la cultura de la gratuidad, porque cuantos trabajan en ellas están movidos por el amor de Dios y son iluminados por la sabiduría del Evangelio. De este modo el servicio a los hermanos se convierte en testimonio de amor, que hace creíble y visible el amor de Cristo. Pidamos a la Virgen María que nos conduzca cada día por el camino de la humildad. Ella ha sido humilde toda su vida, que nos haga capaces de gestos gratuitos de acogida y de solidaridad hacia los marginados, para llegar a ser dignos de la recompensa divina».
21 de Agosto 2016. El objetivo importante que debemos alcanzar
es la salvación eterna.
Ángelus Regina coeli, papa Francisco. «Queridos hermanos y hermanas, buenos días. La página del evangelio de hoy nos exhorta a meditar sobre el tema de la salvación. El evangelista Lucas cuenta que Jesús está en viaje hacia Jerusalén y durante el recorrido se le acerca un tal que le plantea esta pregunta: “¿Señor, son pocos los que se salvan?”. Jesús no da una respuesta directa, pero desplaza el debate a otro plano, con un lenguaje sugestivo: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán”.
Con la imagen de la puerta, Él quiere hacer entender a quienes le escuchan que no es cuestión de números, no importa saber cuántos se salvan, sino que lo importante es que todos sepan cuál es el camino que conduce a la salvación, a la puerta. Y tal recorrido prevé que se cruce una puerta. ¿Pero dónde está la puerta, quién es la puerta? Jesús mismo es la puerta. Nos los dice Él en el evangelio de San Juan: ‘Yo soy la puerta’. Él nos conduce a la comunión con el Padre, donde encontramos amor, comprensión y protección. ¿Pero por qué esta puerta es angosta?, nos podemos preguntar.
Es una puerta angosta no porque sea opresora, sino porque pide restringir y contener nuestro orgullo y nuestro miedo, para abrirnos con corazón humilde y confiado a Él, reconociéndonos pecadores, necesitados de su perdón. Por esto es estrecha, para contener nuestro orgullo que nos hincha.
¡La puerta de la Misericordia es Dios, es estrecha pero está siempre, enteramente abierta para todos! Dios no tiene preferencias, sino que recibe siempre a todos sin distinciones. Una puerta estrecha para contener nuestro orgullo y nuestro miedo; una puerta amplia porque Dios recibe a todos sin distinción. Y la salvación que Él nos da es un flujo incesante de misericordia que derrumba todas las barreras y abre sorprendentes perspectivas de luz y de paz. La puerta es estrecha pero siempre abierta, no se olviden de esto.
Hoy Jesús nos dirige, una vez más, una invitación insistente para ir hacia Él, para atravesar la puerta de la vida plena, reconciliada y feliz. Él nos espera, a cada uno de nosotros, a pesar de cualquier pecado hayamos cometido, para abrazarnos, para ofrecernos su perdón. Solamente Él puede transformar mi corazón. Solamente Él puede dar sentido plena a nuestra existencia, donándolos la verdadera alegría. Entrando por la puerta de Jesús, la puerta de la fe y del evangelio, nosotros podremos salir de las actitudes mundanas, de las malas costumbres, de los egoísmos y de cerrarnos en nosotros mismos. Cuando hay un contacto con el amor y la misericordia de Dios hay un cambio auténtico. Y nuestra vida es iluminada por la luz del Espíritu Santo: ¡una luz inextinguible!
Quiero hacerles una propuesta: pensemos ahora en silencio y por algunos instantes en las cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden cruzar la puerta: mi orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y después pensemos a otra puerta, esa abierta de la misericordia de Dios que de la otra parte nos espera para darnos el perdón.
El Señor nos ofrece muchas ocasiones para salvarnos y entrar a través de la puerta de la salvación. Esta puerta es una ocasión que no debemos desperdiciar: no debemos hacer discursos académicos sobre la salvación, como el del tal que se dirigió a Jesús, sino que debemos aferrar las ocasiones de salvación. Porque en un determinado momento “el patrón de la casa se levantará y cerrará la puerta”, como nos ha recordado el Evangelio.
Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿por qué cierra la puerta? Porque nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo importante que debemos alcanzar es la salvación eterna. A la Virgen María, Puerta del Cielo, le pedimos que nos ayude a no perder las ocasiones que el Señor nos ofrece para cruzar la puerta de la fe y así entrar en un camino ancho: es el camino de la salvación, capaz de recibir a todos quienes se dejan abrazar por el amor.
Es el amor que salva, el amor que ya en la tierra es fuente de bienaventuranza de quienes, en la mansedumbre, en la paciencia y en la justicia se olvidan de sí mismos y se dan a los otros, especialmente a los más débiles. Angelus Domini… (Texto traducido desde el audio por ZENIT)
14 de Agosto 2016. La Iglesia necesita misioneros apasionados.
Ángelus Regina coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de este domingo (Lucas 12,49-53) forma parte de las enseñanzas de Jesús dirigidas a los discípulos a lo largo de su camino hacia Jerusalén, donde espera la muerte de cruz. Para indicar el fin de su misión, Él usa tres imágenes: el fuego, el bautismo y la división. Hoy quiero hablar de la primera imagen, la del fuego, el fuego. Jesús la expresa con estas palabras: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo” (v.49). El fuego del que Jesús habla es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Esto, el fuego, es una fuerza creadora que purifica y renueva, quema toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar. Jesús desea que el Espíritu Santo se encienda como fuego en nuestro corazón, porque solo saliendo del corazón, estad atentos a esto, y solo saliendo del corazón que el incendio del amor divino podrá desarrollarse y hacer crecer el Reino de Dios. No sale de la cabeza, sale del corazón, y por eso Jesús quiere que este fuego salga de nuestro corazón. Si nos abrimos completamente a la acción del Espíritu Santo, Él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su mensaje consolador de misericordia y de salvación, navegando en mar abierto, sin miedos. El fuego comienza en el corazón.
En el cumplimiento de su misión en el mundo, la Iglesia, es decir, todos nosotros, Iglesia, necesita la ayuda del Espíritu Santo para no dejarse frenar por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarse a caminar dentro de las fronteras seguras. Estas dos actitudes llevan a la Iglesia a ser una Iglesia funcional que no corre riesgo nunca. Sin embargo la valentía apostólica que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos urge a ponernos en movimiento para caminar también por caminos inexplorados o incómodos, ofreciendo esperanza a los que encontramos. Estamos llamados a convertirnos cada vez más en comunidad de personas guiadas y transformadas por el Espíritu Santo, llenas de comprensión, personas de corazón dilatado y de rostro alegre. Más que nunca hay necesidad, más que nunca hoy hay necesidad de sacerdotes, de consagrados y de fieles laicos, con la mirada atenta del apóstol, para conmoverse y detenerse delante de los desfavorecidos y a las pobrezas materiales y espirituales, caracterizando así el camino de la evangelización y de la misión con el ritmo sanador de la proximidad. Es precisamente el fuego del Espíritu Santo que nos lleva a hacernos prójimos de los otros, de las personas que sufren, de los necesitados, de tantas miserias humanas, de problemas, de refugiados, de los que sufren. Ese fuego que viene del corazón. Fuego.
En este momento pienso con admiración sobre todo en los numerosos sacerdotes, religiosos y laicos que, en todo el mundo, se dedican al anuncio del Evangelio con gran amor y fidelidad, no pocas veces a costa de la vida. Su testimonio ejemplar nos recuerda que la Iglesia no necesita burócratas y funcionarios diligentes, sino misioneros apasionados, devorados por el ardor de llevar a todos la palabra consoladora de Jesús y de su gracia regeneradora. Esto es el fuego del Espíritu Santo, si la Iglesia no recibe este fuego o no le deja entrar en sí, se convierte en una Iglesia fría o solo tibia, incapaz de dar vida porque está hecha de cristianos fríos y tibios. Nos hará bien hoy, tomar cinco minutos, y cada uno de nosotros preguntarnos, ¿cómo va mi corazón? ¿está frío, tibio, o es capaz de tomar este fuego? Tomemos cinco minutos para esto. Nos hará bien a todos.
Pidamos a la Virgen María rezar con nosotros y por nosotros al Padre celeste, para que derrame sobre todos los creyentes el Espíritu Santo, fuego divino que caliente los corazones y nos ayude a ser solidarios con las alegrías y los sufrimientos de nuestros hermanos. Nos sostenga en nuestro camino el ejemplo de san Massimiliano Kolbe, mártir de la caridad, de quien hoy celebramos la fiesta: él nos enseñe a vivir el fuego del amor para Dios y para el prójimo. Fuente: Zenit.
24 de Julio 2016 la oración de Jesús es la oración cristiana,
es antes que nada, un hacer sitio a Dios.
Ángelus Regina coeli. El Papa Francisco explicó la importancia de llamar Padre a Dios y rezar cada día confiando en Él. Explicó que el Evangelio muestra a Jesús que ora el Padre Nuestro, una oración que comienza con la palabra “Padre”. “Esta palabra es el ‘secreto’ de la oración de Jesús, es la llave que Él mismo nos da para que podamos entrar también nosotros en esa relación de diálogo confidencial con el Padre que ha acompañado y sostenido su vida”. Francisco afirmó que “la oración de Jesús es la oración cristiana, es antes que nada, un hacer sitio a Dios, dejándole manifestar su santidad en nosotros y haciendo avanzar su reino a partir de la posibilidad de ejercitar su señoría de amor en nuestra vida”.
El Papa recordó que en el Padre Nuestro también se pide por el pan, el perdón y la ayuda en las tentaciones. “El pan que Jesús nos hace pedir es el necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, un pan que no se acumula y no se estropea, que no retarda nuestra marcha”. “El perdón es, antes de todo, aquél que nosotros mismos recibimos de Dios: solo la conciencia de ser pecadores perdonados de la infinita misericordia divina puede hacernos capaces de cumplir concretos gestos de reconciliación fraterna”.
Por último, “no caer en la tentación” expresa “la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción”. En el Evangelio del día también hay dos parábolas que “quieren enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre”. “Él nos conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades. Pero quiere que le presentemos con audacia e insistencia, porque este es nuestro modo de participar en su obra de salvación”, añadió. El Papa explicó que “la oración es el primer y principal ‘instrumento de trabajo’ que tenemos en nuestras manos”. “Insistir a Dios no sirve para convencerlo, pero robustece nuestra fe y nuestra paciencia, es decir, nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas de verdad importantes y necesarias”. Francisco destacó también la importancia del Espíritu Santo y afirmó que sirve “para vivir bien, vivir con sabiduría y amor, haciendo la voluntad de Dios”. Fuente: Aciprensa.
17 de Julio 2016. Os pido aprender a escuchar y dedicar más tiempo, en la capacidad de escucha está la raíz de la paz.
Ángelus Regina Coeli, papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. En el Evangelio de hoy el Evangelista Lucas cuenta que Jesús, mientras iba de camino hacia Jerusalén, entra en un pueblo y es acogido en la casa de dos hermanas: Marta y María (cfr Lc 10,38- 42). Ambas acogen al Señor, pero lo hacen de forma diferente. María se sienta a los pies de Jesús y escucha su palabra (cfr v. 39), sin embargo, Marta está muy ocupada preparando las cosas; y en un determinado momento dice a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano” (v. 40). Y Jesús le responde: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán” (vv. 41-42).
En su ocuparse y hacer cosas, Marta corre el riesgo de olvidar, y este es el problema, corre el riesgo de olvidar lo más importante, es decir, la presencia del invitado, que era Jesús en este caso. Se olvida la presencia del invitado. El invitado no tiene que ser solamente servido, alimentado, cuidado en todos los sentidos. Sobre todo es necesario que sea escuchado, recordar bien esta palabra, escuchar. Que el invitado sea acogido como persona, con su historia, su corazón rico de sentimientos y de pensamientos, para que pueda sentirse realmente en familia. Pero si tú acoges un invitado en tu casa, y sigues haciendo las cosas, y haces que se siente y está callado, callado tú, como si fuera de piedra, el invitado de piedra. No. El invitado tiene que ser escuchado. Ciertamente, la respuesta que Jesús da a Marta –cuando le dice que solamente necesita una cosa— encuentra su pleno significado en referencia a la escucha de la palabra de Jesús mismo, esa palabra que ilumina y sostiene todo lo que somos y hacemos. Si vamos a rezar, por ejemplo, delante del crucifijo, y hablamos, hablamos, hablamos y después nos vamos, no escuchamos a Jesús, no dejamos que Él hable a nuestro corazón. Escuchar, esa palabra es clave. No la olvidéis. No tenemos que olvidar que la palabra de Jesús nos ilumina, nos sostiene y sostiene todo lo que somos y hacemos.
No tenemos que olvidar que también en la casa de Marta y María, Jesús, antes de ser Señor y Maestro, es peregrino e invitado. Por tanto, su respuesta tiene este primer y más inmediato significado: “Marta, Marta, ¿por qué te preocupas tanto del invitado hasta el punto de olvidar su presencia?” El invitado de piedra. Para acogerlo no son necesarias muchas cosas; es más, es necesaria una sola: escucharle, la palabra, escucharle, demostrarle una actitud fraterna, de forma que sienta que está en familia, y no en un refugio temporal.
Entendida así, la hospitalidad, que es una de las obras de misericordia, se presenta realmente como una virtud humana y cristiana, una virtud que en el mundo de hoy corre el peligro de ser descuidada. De hecho, se multiplican las casas de acogida y los albergues, pero no siempre en estos ambientes se practica una hospitalidad real. Se da vida a varias instituciones que asisten muchas formas de enfermedad, soledad, marginación, pero disminuye la probabilidad para quien es extranjero, marginado, excluido, de encontrar a alguien dispuesto a escucharlo. El extranjero, refugiado, migrante, escuchar esa historia dolorosa. Incluso en la propia casa, entre los propios familiares, se pueden encontrar más fácilmente servicios y cuidados de distinto tipo que escucha y acogida. Hoy estamos tan ocupados y con prisas, por tantos problemas, algunos no importantes, que faltamos a la capacidad de escucha. Estamos ocupados continuamente y así no tenemos tiempo para escuchar. Yo quisiera preguntarnos, que cada uno responsa en su corazón. Tú, marido, ¿tienes tiempo para escuchar a tu mujer? Tú, mujer, ¿tienes tiempo para escuchar a tu marido? Vosotros, padres, ¿tenéis tiempo, tiempo para perder para escuchar a vuestros hijos, o vuestro abuelos, los ancianos? ‘Los abuelos siempre dicen las cosas, son aburridos’. Pero necesitan ser escuchados. Escuchar. Os pido aprender a escuchar y dedicar más tiempo, en la capacidad de escucha está la raíz de la paz. La Virgen María, Madre de la escucha y del servicio atento, nos enseñe a ser acogedores y hospitalarios con nuestros hermanos y hermanas.
10 de Julio 2016. Depende de mí ser o no ser prójimo, la decisión es mía.
Ángelus regina coeli, papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy la liturgia nos propone la parábola llamada del “buen samaritano”, del Evangelio de Lucas (10,25-37). Esta, en su historia sencilla y estimulante, indica un estilo de vida, cuyo centro no somos nosotros mismos, sino los otros, con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino y nos interpelan. Los otros nos interpelan. Y cuando los otros no nos interpelan, hay algo que no funciona, hay algo en ese corazón que no es cristiano. Jesús usa esta parábola en el diálogo que con un doctor de la ley, a propósito del doble mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a ti mismo (vv. 25-28). “Sí – replica ese doctor de la ley – pero quién es mi prójimo?” (v. 29). También nosotros podemos hacernos esta pregunta: ¿quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿Mis padres? ¿Mis amigos? ¿Mis connacionales? ¿Los de mi religión? ¿Quién es mi prójimo? Jesús responde con esta parábola. Un hombre, en el camino de Jerusalén a Jericó, fue asaltado por ladrones, golpeado y abandonado. Por ese camino pasan primero un sacerdote y después un levita, los cuales, incluso viendo al hombre herido, no se detuvieron y continuaron su camino (vv. 31-32). Después pasa un samaritano, es decir un habitante de Samaria, como tal despreciado por los judíos por no seguir la verdadera religión; y sin embargo él, precisamente él, cuando vio ese pobre desgraciado, dice el Evangelio, “tuvo compasión. Se acercó, le curó las heridas […], le llevó a una posada y cuidó de él” (vv. 33-34); y el día después le encomendó a los cuidados del posadero, pagó por él y dijo que pagaría también el resto (cfr v. 35). En ese momento Jesús se dirige al doctor de la ley y le pregunta: “¿Cuál de estos tres, –el sacerdote, el levita, el samaritano– te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?”. Y ese naturalmente, porque era inteligente, responde: “Quién ha tenido compasión de él” (vv. 36-37). De esta forma Jesús ha volcado completamente la perspectiva inicial del doctor de la ley – ¡y también la nuestra!-: no debo catalogar a los otros para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser o no ser prójimo, la decisión es mía, depende de mí ser o no ser prójimo de la persona que encuentro y que necesita ayuda, también si es extranjera o quizá hostil. Y Jesús concluye: “Anda, haz tú lo mismo” (v. 37). Bonita lección. Y lo repite a cada uno de nosotros: “Anda, haz tú lo mismo”. “Hazte prójimo del hermano y hermana que ves en dificultad”. “Anda, haz tú lo mismo”. Hacer buenas obras, no solo decir palabras que se las lleva el viento. Me viene a la cabeza esa canción “palabras, palabras, palabras”. Hacer, hacer y mediante las buenas obras, que cumplimos con amor y con alegría hacia el prójimo, nuestra fe germina y da fruto. Preguntémonos, cada uno de nosotros que responda en el corazón, preguntémonos: ¿nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe produce buenas obras? ¿O es más bien estéril, y por tanto más muerta que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de largo? ¿Soy de esos que seleccionan la gente según el propio placer? Está bien hacerse estas preguntas, y hacerlo a menudo, porque al final seremos juzgados sobre las obras de misericordia; el Señor podrá decirnos: “Pero tú, tú, tú, ¿te acuerdas esa vez, en el camino de Jerusalén a Jericó? Ese hombre medio muerto era yo” (cfr Mt 25,40-45). “¿Te acuerdas? Ese niño hambriento era yo”. “¿Te acuerdas? Ese inmigrante que muchos quieren expulsar, era yo”. “Esos abuelos solos abandonados en las residencias, era yo”. “Ese enfermo solo en el hospital que nadie visita, era yo”. Que la Virgen María nos ayude a caminar en el camino del amor generoso hacia los otros, el camino del buen samaritano. Nos ayude a vivir el mandamiento principal que Cristo nos ha dejado. Es este el camino para entrar en la vida eterna. Fuente: Zenit. Redacción.
3 de Julio 2016. La misión del cristiano es anunciar la Buena Nueva.
Ángelus regina coeli, papa Francisco. “Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En la página evangélica del día de hoy, en el capítulo décimo del Evangelio, Lucas nos hace entender cuánta necesidad tenemos de invocar a Dios, “el Señor de la mies, para que envíe operarios a su mies”. Los operarios de los cuales habla Jesús son los misioneros del Reino de Dios, que Él mismo llamaba y enviaba “de dos en dos delante de sí en cada ciudad y lugar a donde estaba por ir”. Su tarea era anunciar un mensaje de salvación dirigido a todos, diciendo: “Está cerca el Reino de Dios”. De hecho Jesús ha ‘acercado’ Dios a nosotros, Dios reina en medio de nosotros, su amor misericordioso vence el pecado y la miseria humana. Esta es la Buena Noticia que los ‘operarios’ tienen que llevar a todos: un mensaje de esperanza y de consolación, de paz y de caridad. Jesús, cuando envía a sus discípulos delante de él en los pueblos les recomienda: ‘Antes digan: paz a esta casa’ (…) curen a los enfermos que allí se encuentren’.
Todo esto significa que el Reino de Dios se construye día a día y ofrece ya en esta tierra sus frutos de conversión, de purificación, de amor y de consolación entre los hombres. ¿Con cuál espíritu el discípulo de Jesús deberá realizar esta misión? Sobre todo deberá ser consciente de la realidad difícil y a veces hostil que lo espera. De hecho Jesús dice: ‘Les envío como corderos en medio de los lobos’, porque sabe que la misión es obstaculizada por la obra del maligno.
Por esto, el operario del Evangelio se esforzará en ser libre de los condicionamientos humanos de todo tipo, no llevando ni bolsa, ni alforja, ni sandalias, como ha recomendado Jesús, para solamente confiar en la potencia de la Cruz de Cristo. Esto significa abandonar todo motivo de vanagloria personal y volverse humilde instrumento de la salvación obrada por el sacrificio de Jesús, muerto y resuscitado por nosotros. La del cristiano en el mundo es una misión estupenda y destinada a todos, ninguno excluído. Esta necesita de tanta generosidad y sobre todo de la mirada y del corazón dirigido hacia lo alto para invocar la ayuda del Señor.
Hay mucha necesidad de que hayan cristianos que testimonien con alegría el Evangelio en la vida de cada día. Los discípulos enviados por Jesús, ‘llegaron llenos de alegría’. Todos nosotros, los pastores y los fieles estamos llamados a aprender siempre mejor el arte de ser alegres, no por motivos humanos, sino por la certeza de que ‘nuestros nombres están escritos en los cielos’, que estamos predestinados a ser colmados por el amor de Jesús, ya en esta tierra y especialmente en la otra vida.
La alegría está presente y obra en nosotros por medio del Espíritu Santo. A su Guía y apoyo confiamos la vocación de todos los bautizados para que sean testimonios de Cristo, constructores de comunidades cristianas ricas de fe y de caridad, renovadores del mundo de acuerdo al Evangelio. Recemos al Señor, por la intercesión de la Virgen María, para en la Iglesia no falten nunca corazones generosos, que trabajen para llevar a todos el amor y la ternura del Padre celeste”. Fuente: Zenit.
19 de junio 2016. Quien pierde la propia vida por Cristo la salvará.
El papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventana de su estudio, ante miles de fieles y peregrinos que llenaban la Plaza de San Pedro en una hermosa jornada de primavera europea. « Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El párrafo del Evangelio de este domingo, (Lc 9,18-24) nos llama una vez más a confrontarnos por así decir, cara a cara, con Jesús. En uno de los raros momentos de tranquilidad, cuando se encontraba con sus discípulos, Él les pide a ellos: ‘¿Las multitudes, quien dicen que yo sea?’. Y ellos responden: ‘Juan Bautista; otros dicen Elías; otros, uno de los antiguos profetas que ha resucitado’.
Por lo tanto la gente tenía estima de Jesús y lo consideraba un gran profeta, pero no tenían aún la conciencia de su verdadera identidad, o sea que Él era el Mesías, el Hijo de Dios enviado por el Padre para la salvación de todos. Jesús entonces se dirige directamente a los apóstoles –porque es esto lo que más le interesa– y les pregunta: ‘Pero ustedes quien dicen que yo sea?’.
Inmediatamente, en el nombre de todos, Pedro responde: ‘El Cristo de Dios’. Vale a decir: Tú eres el Mesías, el consagrado de Dios, enviado por Él a salvar a su pueblo según la Alianza y la promesa. Así Jesús se da cuenta que los doce, en particular Pedro, han recibido del Padre el don de la fe; y por ello inicia a hablarles abiertamente de lo que le espera en Jerusalén: ‘El Hijo del hombre –dice– tiene que sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y de los escribas, ser asesinado y resucitar el tercer día’.
Estas mismas preguntas se proponen nuevamente a cada uno de nosotros: “¿Quién es Jesús para la gente de nuestro tiempo? ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros?”. Estamos llamados a hacer de la respuesta de Pedro nuestra respuesta, profesando con alegría que Jesús es el Hijo del Dios, la Palabra eterna del Padre que se ha hecho hombre para redimir a la humanidad, volcando sobre ella la abundancia de la misericordia divina.
El mundo más que nunca necesita de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso. Muchas personas advierten un vacío en torno a sí y dentro de sí; otras viven en la inquietud y en la inseguridad debida a la precariedad y de los conflictos. Todos necesitamos respuestas adecuadas a nuestras interrogaciones existenciales. En Cristo, solamente en Él es posible encontrar la verdadera paz y el cumplimiento de cada aspiración humana. Jesús conoce el corazón del hombre como ningún otro. Por ello lo puede sanar, dándole vida y consolación.
Después de haber concluido el diálogo con los apóstoles, Jesús se dirige a todos diciendo: ‘Si alguien quiere venir detrás de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga’. No se trata de una cruz ornamental o ideológica, pero es la cruz del propio deber, del sacrificarse por los otros con amor, de la disponibilidad de ser solidarios con los pobres, a empeñarse por la justicia y la paz. Al asumir estas actitudes, no tenemos nunca que olvidarnos que ‘Quien pierde la propia vida por Cristo la salvará’.
Por lo tanto abandonémonos con confianza en Él, Jesús nuestro hermano, amigo y salvador. Él mediante el Espíritu Santo, nos da la fuerza de ir adelante en el camino de la fe y del testimonio. Y en este camino siempre está cerca de nosotros la Virgen: dejemos que Ella nos tome de la mano, cuando cruzamos los momentos oscuros y difíciles. Fuente: Zenit. Vaticano.
22 de mayo 2016. Dios es una “familia” de tres Personas que se aman.
Ángelus Regina coeli, papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, el Evangelio de san Juan nos presenta un fragmento del largo discurso de despedida, pronunciado por Jesús poco antes de su Pasión. En este discurso, Él explica a los discípulos las verdades más profundas que tienen que ver con él; y así se delinea la relación entre Jesús, el Padre y el
Espíritu Santo. Jesús sabe que está cerca de la realización del diseño del Padre, que se cumplirá con su muerte y resurrección; por eso quiere asegurar a los suyos que nos les abandonará, porque su misión será prolongada por el Espíritu Santo. Será el Espíritu Santo quien prolongue la misión de Jesús. Es decir, guiar la Iglesia hacia adelante.
Jesús revela en qué consiste esta misión. En primer lugar, el Espíritu nos guía a entender las muchas cosas que Jesús mismo todavía tiene que decir (cfr Gv 16,12). No se trata de doctrinas nuevas o especiales, sino de una plena comprensión de todo lo que el Hijo ha escuchado del Padre y que ha hecho conocer a los discípulos (cfr v. 15). El Espíritu nos guía en las nuevas situaciones existenciales con una mirada dirigida a Jesús y, al mismo tiempo, abierto a los eventos y al futuro. Él nos ayuda a caminar en la historia firmemente arraigados en el Evangelio y también con fidelidad dinámica a nuestras tradiciones y costumbres.
Pero el misterio de la Trinidad nos habla también de nosotros, de nuestra relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. De hecho, mediante el Bautismo, el Espíritu Santo nos ha metido en la oración y en la vida misma de Dios, que es comunión de amor. Dios es una “familia” de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta “familia divina” no está cerrada en sí misma, sino que está abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para llamar a todos a formar parte. El horizonte trinitario de comunión nos rodea a todos y nos estimula a vivir en el amor y en el compartir fraterna, seguros de que allí donde hay amor, está Dios.
Nuestro ser creados a imagen y semejanza de Dios-comunión nos llama a comprendernos a nosotros mismo como ser-en-relación y a vivir las relaciones interpersonales en la solidaridad y en el amor mutuo. Tales relaciones se juegan, sobre todo, en el ámbito de nuestras comunidades eclesiales, para que se cada vez más evidente la imagen de la Iglesia icono de la Trinidad. Pero se juegan en cada relación social, de la familia a las amistades y al ambiente de trabajo, todo: son ocasiones concretas que se nos ofrecen para construir relaciones cada vez más ricas humanamente, capaces de respeto recíproco y de amor desinteresado.
La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los acontecimientos cotidianos para ser levadura de comunión, de consolación y de misericordia. En esta misión somos sostenidos por la fuerza que el Espíritu Santo nos dona: cuida la carne de la humanidad herida por la injusticia, la opresión, el odio y la avaricia. La Virgen María, en su humildad, ha acogido la voluntad del Padre y ha concebido al Hijo por obra del Espíritu Santo. Nos ayude Ella, espejo de la Trinidad, a reforzar nuestra fe en el Misterio trinitario y a encarnarla con elecciones y actitudes de amor y de unidad. Fuente: Zenit.
15 de mayo 2016.El Espíritu Santo nos lo enseña todo:
amar es indispensable.
Ángelus Regina coeli, papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés, que cierra el Tiempo Pascual, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo. La liturgia nos invita a abrir nuestra mente y nuestro corazón al don del Espíritu Santo, que Jesús prometió varias veces a sus discípulos, el primer y principal don que Él nos ha dado con su Resurrección. Este don, Jesús mismo lo ha pedido al Padre, como indica el Evangelio de hoy, que está ambientado en la Última Cena. Jesús dice a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14,15-16). Estas palabras nos recuerdan sobre todo que el amor por una persona, y también por el Señor, se demuestra no solo con las palabras, sino con los hechos; y también “cumplir los mandamientos” va entendido en sentido existencial, de forma que toda la vida esté implicada. De hecho, ser cristiano no significa principalmente pertenecer a una cierta cultura o adherirse a una cierta doctrina, sino más bien unir la propia vida, en cada aspecto, a la persona de Jesús, y a través de Él, al Padre. Con este fin, Jesús promete la efusión del Espíritu Santo a sus discípulos. Precisamente gracias al Espíritu Santo, Amor que une al Padre y al Hijo y procede de ellos, todos podemos vivir la vida misma de Jesús. El Espíritu, de hecho, nos enseña todas las cosas, y la única cosa indispensable: amar como ama Dios.
En el prometer el Espíritu Santo, Jesús lo define “otro Paráclito” (v. 16), que significa Consolador, Abogado, Intercesor, es decir Aquel que nos asiste, nos defiende, está a nuestro lado en el camino de la vida y en la lucha por el bien y contra el mal. Jesús dice “otro Paráclito” porque el primero es Él mismo, que se ha hecho carne precisamente para asumir sobre él nuestra condición humana y liberarla de la esclavitud del pecado.
Además, el Espíritu Santo ejercita una función de enseñanza y de memoria. Enseñanza y memoria. Nos lo ha dicho Jesús: “El Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho” (v. 26). El Espíritu Santo no lleva una enseñanza diferente, pero hace vivo y operante la enseñanza de Jesús, para que el tiempo que pasa no lo cancele y no lo borre. El Espíritu Santo coloca esta enseñanza dentro de nuestro corazón, nos ayuda a interiorizarlo, haciéndolo ser parte de nosotros, carne de nuestra carne. Al mismo tiempo, prepara nuestro corazón para que sea capaz realmente de recibir las palabras y los ejemplos del Señor. Todas las veces que la palabra de Jesús es acogida con alegría en nuestro corazón, esto es obra del Espíritu Santo.
Rezamos ahora juntos el Regina Coeli –por última vez este año–, invocando la materna intercesión de la Virgen María. Ella nos dé la gracia de ser fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con franqueza evangélica y abrirse cada vez más a la plenitud de su amor.
8 de mayo 2016. Dios es hombre verdadero y su cuerpo
de hombre está en el cielo.
Ángelus Regina coeli. Papa Francisco. «Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy en Italia y en el mundo se celebra la Ascensión de Jesús al cielo, sucedida cuarenta días después de la Pascua. Contemplamos el misterio de Jesús que sale de nuestro espacio terreno para entrar en la plenitud de la gloria de Dios, llevando consigo nuestra humanidad.
Nuestra humanidad entra por primera vez en el cielo. El evangelio de Lucas nos muestra la reacción de los discípulos delante del Señor que “se separó de ellos y era llevado al Cielo”. No hubo en ellos ni dolor ni desorientación, sino que se “postraron delante de él, y después volvieron a Jerusalén con gran alegría”. Es el regreso de quien no tiene más el temor de la ciudad que había rechazado al Maestro, que había visto la traición de Judas y a Pedro que le renegaba, la dispersión de los discípulos y la violencia de un poder que se sentía amenazado.
Desde aquel día para los apóstoles y para cada discípulo de Cristo fue posible habitar en Jerusalén y en todas las ciudades del mundo, inclusive en aquellas más golpeadas por la injusticia y la violencia, porque encima de cada ciudad está el mismo cielo y cada habitante puede levantar la mirada con esperanza.
Dios es hombre verdadero y su cuerpo de hombre está en el cielo, y esta es nuestra esperanza, es el ancla nuestra que está allá y nosotros estamos firmes en esta esperanza si miramos hacia el cielo. En este cielo habita aquel Dios que se ha revelado tan cercano que tomó el rostro de un hombre, Jesús de Nazaret. El se queda para siempre, es Dios-con-nosotros. Recordemos esto, Emanuel, ¡Dios-con-nosotros! y no nos deja solos. Podemos mirar hacia lo alto para reconocer delante de nosotros el futuro. En la Ascención de Jesús, el Crucifijo Resucitado, está la promesa de nuestra participación a la plenitud de vida junto a Dios.
Antes de separarse de sus amigos, Jesús refiriéndose al evento de su muerte y resurrección les dijo: “Ustedes son testigos de todo esto”. O sea los discípulos, los apóstoles son testimonios de la muerte y de la resurrección de Cristo y ese día también de la Ascención de Cristo. Y de hecho, después de haber visto a su Señor subir a los cielos, los discípulos volvieron a la ciudad como testimonios que con alegría anuncian a todos la vida nueva que viene del Crucifijo Resucitado, en cuyo nombre “será predicado a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”.
Este es el testimonio –hecho no solo con palabras pero también con la vida cotidiana– que cada domingo debería salir de nuestras Iglesias para entrar durante la semana en las casas, en las oficinas, en las escuelas, en los lugares de reunión y diversión, en los hospitales, las cárceles, las casas, para los ancianos, en los lugares abarrotados de inmigrantes, en las periferias de la ciudad.
Este testimonio tenemos que llevarlo cada semana: ‘Cristo está con nosotros, Jesús subió al cielo, está con nosotros, Cristo está vivo’. Jesús nos ha asegurado que en este anuncio y en este testimonio seremos “revestidos por la potencia de lo alto”. O sea con la potencia del Espíritu Santo. Aquí está el secreto de esta misión: la presencia real entre nosotros del Señor resucitado, que con el don del Espíritu sigue abriendo nuestra mente y nuestro corazón, para que anunciemos su amor y su misericordia también en los ambientes más hostiles de nuestras ciudades.
Es el Espíritu Santo el verdadero artífice del multiforme testimonio que la Iglesia y cada bautizado dan al mundo. Por lo tanto no podemos nunca descuidar el recogimiento en la oración para alabar a Dios e invocar el don de Espíritu. En esta semana que nos lleva a la fiesta de Pentecostés nos quedamos espiritualmente en el Cenáculo, junto a la Virgen María, para recibir el Espíritu Santo. Lo hacemos también ahora en comunión con los fieles que se han reunido en el Santuario de Pompeya, para la tradicional súplica».
El Papa rezó la oración del Regina Coeli y después dirigió las siguientes palabras «Queridos hermanos y hermanas, Hoy es la 50 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, querida por el Concilio Vaticano II. De hecho los padres conciliares, reflexionando sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, entendieron la importancia crucial de las comunicaciones, que ‘pueden crear puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos. Y esto sea en el ambiente físico que en aquel digital’.
Dirijo a todos los operadores de la comunicación un cordial saludo, y les deseo que nuestro modo de comunicar en la Iglesia tenga siempre un claro estilo evangélico, un estilo que una la verdad y la misericordia. Saludo a todos ustedes, fieles de Roma y a los peregrinos de Italia y de varios países. En particular a los fieles polacos de Varsovia, Lowicz y Ostroda; a la Filarmónica de Viena; al grupo irlandés ‘Amigos de Mons. O’Flaherty‘; a los estudiantes del colegio Corderius (Países Bajos); y a la Katholische Akademische Verbindung ‘Capitolina’. Saludo a los participantes a la Marcha por la Vida, a los amigos de la Obra Don Folci y del preseminario san Pio X, a los Scouts de Europa de Roma Oeste y Roma Sur, y a los numerosos confirmados de la diócesis de Génova. ¡Son ruidosos los genoveses!
Hoy en tantos países se celebra al fiesta de la madre, recordamos con gratitud y afecto a todas las mamás, las que que están hoy en la plaza, a nuestras mamás, a las que están entre nosotros o las que se fueron al cielo. Confiándolas a María la madre de Jesús, por todas ellas rezamos un Ave María: Ave María… A todos les deseo un buen domingo y por favor no se olviden de rezar por mi. ‘Buon pranzo e arrivederci!’».
17 de abril 2016.“Nadie puede decirse seguidor de Jesús
si no escucha su voz”.
Ángelus Regina coeli, papa Francisco “¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! El evangelio de hoy nos ofrece algunas expresiones pronunciadas por Jesús durante la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén, que se celebraba a finales de diciembre. Él estaba justamente en el área del Templo, y quizás aquel espacio sacro delimitado le sugiere la imagen del rebaño y del pastor.
Jesús se presenta como “el buen pastor” y les dice: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”.
Estas palabras nos ayudan a entender que nadie puede decirse seguidor de Jesús si no escucha su voz. Y este escuchar no hay que entenderlo de una manera superficial, sino avasalladora, al punto que vuelve posible un verdadero conocimiento recíproco, del cual puede venir una serie de generosidades, expresadas en las palabras “y ellas me siguen”. Se trata de un escuchar no solamente con el oído, pero con el corazón.
Por lo tanto la imagen del pastor de las ovejas indica la estrecha relación que Jesús quiere establecer con cada uno de nosotros. Él es nuestra guía y nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro modelo, pero sobre todo nuestro Salvador. De hecho la frase sucesiva del evangelio afirma: “Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”. ¿Quién puede hablar así? Solamente Jesús, porque la mano de Jesús es una sola cosa con la mano del Padre, y el Padre es el “superior a todos”.
Estas palabras comunican un sentido de absoluta seguridad y de inmensa ternura. Nuestra vida se encuentra segura en las manos Jesús y del Padre, que son una sola cosa, un único amor, una única misericordia, reveladas por siempre en el sacrificio de la Cruz. Para salvar a las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo. De esta manera Él nos ha dado la vida, pero la vida en abundancia. Este misterio se renueva en en una humildad siempre sorprendente, en la mesa eucarística. Es allí que las ovejas se reúnen para nutrirse; es allí que se vuelven una sola cosa con el Buen Pastor.
Por esto no tenemos más miedo: nuestra vida ha sido salvada de la perdición. Nada ni nadie podrá nunca quitarnos de las manos de Jesús, porque nada ni nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es invencible! El maligno, el gran enemigo de Dios y de sus criaturas intenta de muchas maneras de arrancarnos la vida eterna. Pero el maligno no puede nada si no somos nosotros a abrirle las puertas de nuestra alma, siguiendo sus halagos engañosos. La Virgen María ha escuchado y seguido dócilmente la voz del Buen Pastor. Nos ayude Ella a recibir con alegría la invitación de Jesús a volvernos sus discípulos y a vivir siempre en la certeza de estar en las manos paternas de Dios”.El Santo Padre reza el Regina Coeli. Fuente: Zenit.
10 de abril 2016 “La presencia de Jesús
resucitado transforma cada cosa “.
Ángelus regina coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos en la orilla del lago de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa (cfr Juan 21,1-19). La historia se enmarca en la vida cotidiana de los discípulos, cuando han regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días angustiantes de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había pasado. Pero, mientras todo parecía haber acabado, es una vez más Jesús quien “busca” a sus discípulos. Es Él que va a buscarlos. Esta vez les encuentra en el lago, donde ellos han pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes aparecen vacías, en un cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo para seguirlo, lleno de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado y pensaron ‘se ha ido, nos ha dejado’. Ha sido como un sueño esto.
Pero Jesús al alba se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocieron (cfr v. 4). A esos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” (v. 6). Los discípulos se fiaron de Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. A este punto Juan se dirige a Pedro y dice: “¡Es el Señor!” (v. 7). Y en seguida Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En esa exclamación: “¡Es el Señor!”, está todo el entusiasmo de la fe pascual, “Es el Señor”, llena de alegría y estupor, que contrasta fuertemente con el desconcierto, la desesperación, el sentido de impotencia del que se había llenado el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma cada cosa: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil se convierte nuevamente en fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja lugar a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.
Desde entonces estos sentimientos animan la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. Todos nosotros somos la Comunidad del Resucitado. Si a una mirada superficial puede parecer a veces que las tinieblas del mal y el cansancio del vivir cotidiano dominan la situación, la Iglesia sabe con certeza que sobre los que siguen al Señor Jesucristo resplandece ya para siempre la luz de la Pascua.
El gran anuncio de la Resurrección infunde en los corazones de los creyentes una alegría íntima y una esperanza invencible. ¡Cristo verdaderamente ha resucitado! También hoy la Iglesia continúa a hacer resonar este anuncio festivo: la alegría y la esperanza continúan fluyendo en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a los que encontramos, especialmente al que sufre, al que está solo, al que se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, a los refugiados, a los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso.
Él, el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Nos haga cada vez más conscientes de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos llene de su Santo Espíritu para que, sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia, podamos proclamar la grandeza de su amor y la riqueza de su misericordia. Fuente: Zenit.
27 de marzo 2016. “Dios ha vencido el egoísmo y la muerte
con las armas del amor”.
Ángelus Regina coeli, papa Francisco. «Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1) Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!
Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.
Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.
El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.
Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.
Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.
El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados —incluyendo muchos niños— que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.
Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta
Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).
A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. Lo necesitamos mucho.
13 de marzo 2016. La miseria y la misericordia, una delante de la otra.
Ángelus Regina coeli, papa Francisco. «Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de este quinto domingo de cuaresma, es tan lindo, a mí me gusta tanto leerlo y releerlo. Nos presenta el episodio de la mujer adúltera, poniendo en el centro el tema de la misericordia de Dios, que nunca quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva. La escena ocurre en la explanada del Templo. Jesús está enseñando a la gente, y aquí llegan algunos escribas y fariseos que arrastran delante de él a una mujer sorprendida en adulterio. Aquella mujer se encuentra así en medio de Jesús y de la multitud, entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia de sus acusadores.
En realidad esos no fueron al Maestro para pedirle su opinión, sino para tenderle una trampa. De hecho si Jesús seguirá la severidad de la ley, aprobando la lapidación de la mujer, perderá su fama de mansedumbre y bondad que tanto fascina al pueblo; si en cambio querrá ser misericordioso, deberá ir contra la ley, que Él mismo dijo no quería abolir sino cumplir.
Esta mala intención se esconde bajo la pregunta que le plantean a Jesús: “¿Tú que dices?”. Jesús no responde, se calla y cumple un gesto misterioso: “se inclinó y se puso a escribir con el dedo en la tierra”. Quizás hacía dibujos, algunos dicen que escribía los pecados de los fariseos, vaya a saber, pero escribía, estaba en otro lado. De esta manera invita a todos a la calma, a no actuar en la onda de la impulsividad, a buscar la justicia de Dios.
Pero aquellos malvados insisten y esperan de él una respuesta. Entonces Jesús levanta la mirada y les dice: “Quien de ustedes esté sin pecado, tire primero la primera piedra contra ella”. Esta respuesta desorienta a los acusadores, los desarma a todos en el verdadero sentido de la palabra: todos depusieron las armas, o sea las piedras listas para ser arrojadas, sea aquellas visibles contra la mujer, sean aquellas escondidas contra Jesús.
Y mientras el Señor sigue escribiendo sobre el piso, a hacer dibujo, no lo sé, los acusadores de van uno después del otro, comenzando por los más ancianos que eran más conscientes de no estar sin pecado. Qué bien nos hace tener consciencia de que también nosotros somos pecadores, cuando hablamos mal de los otros, todas estas cosas que todos nosotros conocemos bien.
Qué bien nos hará tener el coraje de hacer caer al piso las piedras que tenemos para arrojarle a los otros y pensar a nuestros pecados. Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una delante de la otra. Y esto cuantas veces nos sucede a nosotros delante del confesionario. Con vergüenza para hacer ver nuestra miseria y pedir perdón. “Mujer dónde están”, le dice Jesús. Y basta esta constatación, y su mirada llena de misericordia y lleno de amor, para hacer sentir a aquella persona –quizás por la primera vez– que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar en una vía nueva.
Queridos hermanos y hermanas, aquella mujer nos representa a todos nosotros, pecadores, o sea adúlteros delante de Dios, traidores a su fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuestra salvación a través de Jesús. Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha escrito en el piso, en el polvo del que está hecho cada ser humano, la sentencia de Dios: “No quiero que tu mueras pero que tú vivas”.
Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos identifica con el mal que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no identifica este nombre con un pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y nosotros también lo queramos junto a Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal al bien, y esto es posible, es posible con su gracia. La Virgen María nos ayude a confiarnos completamente a la misericordia de Dios, para volvernos criaturas nuevas». El papa reza la oración del ángelus °°°
6 de marzo 2016. Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. En el capítulo quince del Evangelio de Lucas encontramos las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja encontrada (vv. 4-7), la de la moneda encontrada (vv. 8-10), y la gran parábola del hijo pródigo, o mejor, del padre misericordioso (vv. 11-32).
Hoy sería bonito que cada uno de nosotros, tomase el Evangelio y en el capítulo quince de Lucas y lea las tres parábolas. Hoy, dentro del itinerario cuaresmal, el Evangelio nos presenta precisamente esta última parábola, que tiene como protagonista a un padre con sus dos hijos. La historia nos da a entender algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Conmociona sobre todo su tolerancia delante de la decisión del hijo más pequeño de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, joven chico o buscar algún abogado para no darle la herencia porque estaba todavía vivo. Sin embargo le permite marchar, aun viendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque creándonos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer buen uso de ella. Este regalo de la libertad que nos da Dios, me emociona siempre.
Pero el desapego de ese hijo es solo físico. El padre lo lleva siempre en el corazón, espera con confianza su regreso, escruta el camino con la esperanza de verlo. Y un día lo ve aparecer a lo lejos (cfr v. 20). Pero esto significa que este padre, cada día subía a la terraza a mirar para ver si volvía su hijo. Entonces se conmueve, corre a su encuentro, lo abraza, lo besa. ¡Cuánta ternura! Y este hijo había hecho cosas… Pero el padre lo recibe así.
La misma actitud reserva el padre al hijo mayor, que siempre se ha quedado en casa, y ahora está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda la bondad hacia el hermano que se ha equivocado. El padre sale al encuentro también de este hijo y le recuerda que ellos han estado siempre juntos, tienen todo en común (v. 31), pero es necesario acoger con alegría al hermano que finalmente ha vuelto a casa. Y esto me hace pensar algo, cuando uno se siente pecador, se siente realmente poca cosa, o como algunos he escuchado, tanta gente que dice ‘Padre soy una basura’. Es uno el que va al padre. Sin embargo cuando uno se siente justo, ‘yo siempre he hecho las cosas bien’. También el padre viene a buscarnos porque esa actitud de sentirse justo es una actitud mala, es la soberbia, es del diablo. El padre espera a los que se reconocen pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. Este es nuestro padre.
En esta parábola se puede intuir también un tercer hijo. Tercer hijo, ¿dónde? ¡escondido! El que era de condición divina, “no consideró esta igualdad con Dios, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” (Fil 2,6-7). Este Hijo-Siervo, es Jesús, es la extensión de los brazos y del corazón del Padre: Él ha acogido el prodigio y ha lavado sus pies sucios; Él ha preparado el banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos enseña a ser “misericordiosos como el Padre”.
La figura del padre de la parábola desvela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de cualquier medida, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos; espera nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando que podemos solos; está siempre preparado a abrirnos sus brazos cualquier cosa haya sucedido. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa considerándonos sus hijos cuando nos hemos perdidos, y viene a nuestro encuentro con ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos ser justos. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre comenzar de nuevo: Él nos coge, nos restituye la dignidad de sus hijos, y nos dice ‘ve adelante, en paz, levántate, ve adelante’.
En este tramo de Cuaresma que aún nos separa de la Pascua, estamos llamados a intensificar el camino interior de conversión. Dejémonos alcanzar por la mirada llena de amor de nuestro Padre, y volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el pecado. La Virgen María nos acompañe hasta el abrazo regenerador con la Divina Misericordia.
28 de febrero 2016. “Nunca es tarde para convertirse”.
Ángelus Regina coeli papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. Cada día, lamentablemente, las crónicas reportan malas noticias: homicidios, accidentes, catástrofes… en el pasaje evangélico de hoy, Jesús se refiere a dos hechos trágicos que en aquel tiempo habían suscitado mucha sensación: una represión cruel realizada por los soldados romanos dentro del templo; y el derrumbe de la torre de Siloé, en Jerusalén, que había causado dieciocho victimas (Cfr. Lc 13, 1-5). Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de sus oyentes y sabe que ellos interpretan este tipo de acontecimientos de modo equivocado. De hecho, piensan que, si aquellos hombres han muerto así, cruelmente, es signo que Dios los ha castigado por alguna culpa grave que habían cometido; como diciendo: “se lo merecían”. Y en cambio, el hecho de ser salvados de la desgracia equivalía a sentirse “bien”. Ellos se lo merecían; yo estoy bien.
Jesús rechaza claramente esta visión, porque Dios no permite las tragedias para castigar las culpas, y afirma que aquellas pobres víctimas no eran peores que los otros. Más bien, Él invita a sacar de estos hechos dolorosos una enseñanza que se refiere a todos, porque todos somos pecadores; de hecho, dice a aquellos que le habían interpelado: “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” (v. 3).
También hoy, frente a ciertas desgracias y a eventos dolorosos, podemos tener la tentación de “descargar” la responsabilidad en las víctimas o incluso en Dios mismo. Pero el Evangelio nos invita a reflexionar: ¿Qué idea de Dios nos hemos hecho? ¿Estamos realmente convencidos de que Dios es así, o esto no es más que nuestra proyección, un dios hecho “a nuestra imagen y semejanza”? Jesús, al contrario, nos invita a cambiar el corazón, a hacer una radical inversión en el camino de nuestra vida, abandonando los compromisos con el mal –y esto lo hacemos todos, ¿eh?, los compromisos con el mal–, las hipocresías –pero, yo creo que casi todos tenemos un poco, de hipocresía–, para retomar decididamente el camino del Evangelio. Pero está ahí, nuevamente, la tentación de justificarse: ¿De qué cosa debemos convertirnos? ¿No somos en fin de cuentas buenas personas –cuantas veces hemos pensado esto: pero, en fin de cuentas yo soy bueno, soy alguien bueno… y no es así, ‘eh?–, no somos creyentes, incluso bastante practicantes? Y nosotros creemos que así nos justificamos.
Lamentablemente, cada uno de nosotros se asemeja mucho a un árbol que, durante años, ha dado múltiples pruebas de su esterilidad. Pero, afortunadamente para nosotros, Jesús se parece a un agricultor que, con una paciencia sin límites, obtiene todavía una prórroga para la higuera infecunda: “Déjala todavía este año –dice el dueño– […] Puede ser que así dé frutos en adelante” (v. 9). Un “año” de gracia: el tiempo del ministerio de Cristo, el tiempo de la Iglesia antes de su regreso glorioso, el tiempo de nuestra vida, marcado por un cierto número de Cuaresmas, que se nos ofrecen como ocasiones de arrepentimiento y de salvación. Un tiempo de un Año Jubilar de la Misericordia. La invencible paciencia de Jesús, ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios? Habéis pensado también en su irreducible preocupación por los pecadores. ¡Cómo debería conducirnos a la impaciencia contra nosotros mismos! ¡Nunca es demasiado tarde para convertirse! ¡Jamás! Hasta el último momento, la paciencia de Dios nos espera. Recordáis aquella pequeña historia de santa Teresa del Niño Jesús, cuando rezaba por aquel hombre condenado a muerte, un criminal, que no quería recibir la consolación de la Iglesia, rechazaba al sacerdote, no quería, quería morir así. Y ella rezaba, en el convento, y cuando aquel hombre está ahí, en el momento de ser asesinado, se dirige al sacerdote, toma el Crucifijo y lo besa. ¡La paciencia de Dios! ¡Lo mismo hace con nosotros, con todos nosotros! Cuantas veces, nosotros no lo sabemos, lo sabremos en el Cielo; pero cuantas veces nosotros estamos ahí, ahí, y ahí el Señor nos salva. Nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su misericordia. Jamás es tarde para convertirnos, pero ¡es urgente, es ahora! Comencemos hoy.
La Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia; y nos ayude a no juzgar jamás a los demás, sino a dejarnos interpelar por las desgracias cotidianas para hacer un serio examen de conciencia y arrepentirnos. Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana: Angelus Domini nuntiavit Mariae…
21 de febrero 2016. Ángelus Regina coeli, papa Francisco. ¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! El segundo domingo de Cuaresma nos presenta El Evangelio de la Transfiguración de Jesús.
El viaje apostólico que cumplí hace unos días a México fue una experiencia de transfiguración. ¿Por qué? Porque el Señor nos ha mostrado la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su Pueblo santo que vive en aquella tierra. Un cuerpo tantas veces herido, un Pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. En efecto, los diversos encuentros vividos en México han sido encuentros llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros y aclara el camino.
El “baricentro” espiritual de mi peregrinación ha sido el Santuario de la Virgen de Guadalupe. Permanecer en silencio ante la imagen de la Madre era aquello que me propuse ante todo. Y agradezco a Dios que me lo haya concedido. He contemplado, y me he dejado mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos, y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, los abusos en perjuicio de tanta gente pobre, de tantas mujeres. Guadalupe es el Santuario mariano más visitado del mundo. De toda América van a rezar allí donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando comienzo a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas.
Y esta es precisamente la herencia que el Señor ha entregado a México: custodiar la riqueza de las diversidades y, al mismo tiempo, manifestar la armonía de la fe común, una fe inquieta y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y de humanidad. Como mis Predecesores, también yo he ido a confirmar la fe del pueblo mexicano, pero al mismo tiempo a ser confirmado; he recogido a manos llenas este don para que sea en beneficio de la Iglesia universal.
Un ejemplo luminoso de lo que estoy diciendo es dado por las familias: las familias mexicanas me han acogido con alegría como mensajero de Cristo, Pastor de la Iglesia; pero a su vez me han donado testimonios límpidos y fuertes, testimonios de fe vivida, de fe que transfigura la vida, y esto para la edificación de todas las familias cristianas del mundo. Y lo mismo se puede decir de los jóvenes, de los consagrados, de los sacerdotes, de los trabajadores, de los carcerados.
Por esto doy gracias al Señor y a la Virgen de Guadalupe por el don de esta peregrinación. Además, agradezco al Presidente de México y a las demás Autoridades civiles por la afectuosa acogida; agradezco vivamente a mis hermanos en el Episcopado, y a todas las personas que han colaborado en tantas maneras.
Elevemos una alabanza especial a la Santísima Trinidad por haber querido que, en esta ocasión, se realizase en Cuba el encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú y de todas la Rusias, el querido hermano Kiril; un encuentro tan deseado también por mis Predecesores. Este evento es asimismo una luz profética de Resurrección, de la que hoy en día el mundo tiene más que nunca necesidad. Que la Santa Madre de Dios continúe a guiarnos en el camino de la unidad. Recemos a la Virgen de Kazan, de la que el Patriarca Kiril me ha regalado un ícono. (Traducción del italiano, Raúl Cabrera- Radio Vaticano). Fuente: News va.
7 de febrero 2016. Sabemos fiarnos de la palabra de Dios. Ángelus Regina coeli, papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. El Evangelio de este domingo cuenta – en la redacción de san Lucas – la llamada de los primeros discípulos de Jesús (Lc 5,1-11). El hecho sucede en un contexto de vida cotidiana: hay algunos pescadores sobre la orilla del mar de Galilea, los cuales, después de una noche de trabajo sin pescar nada, están lavando y preparando las redes. Jesús sube a la barca de uno de ellos, Simón, llamado Pedro, le pide separarse un poco de la orilla y se pone a predicar la Palabra de Dios a la gente que se había reunido numerosa. Cuando terminó de hablar, le dice a Pedro que se adentre en el lago para echar redes. Simón ya había conocido a Jesús y experimentado el poder prodigioso de su palabra, por lo que responde: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes” (v. 5). Y su fe no queda decepcionada: de hecho, las redes se llenaron de tal cantidad de peces que casi se rompían (cfr v. 6).
Frente a este evento extraordinario, los pescadores se asombraron. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (v. 8). Ese signo prodigioso le convenció de que Jesús no es solo un maestro formidable, cuya palabra es realmente poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios. Y tal presencia despierta en Pedro un fuerte sentido de la propia mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debe haber distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su condición de pecador requiere que el Señor no se aleje de él, de la misma forma en la que un médico no se puede alejar de quien está enfermo.
La respuesta de Jesús a Simón Pedro es tranquilizadora y decidida: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (v. 10). Y de nuevo el pescador de Galilea, poniendo su confianza en esta palabra, deja todo y sigue a Aquel que se ha convertido en su Maestro y Señor. Y así hicieron también Santiago y Juan, compañeros de trabajo de Simón. Esta es la lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia: ir a buscar, “pescar” a los hombres y las mujeres, no para hacer proselitismo, sino para restituir a todos la plean dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor regenerante y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia todos, para que cada uno puede encontrar la ternura de Dios y tener plenitud de vida.
Y aquí de forma particular pienso en los confesores, son los primeros en tener que dar la misericordia del Padre siguiendo el ejemplo de Jesús. Como han hecho los dos monjes santos, padre Leopoldo y padre Pío.
El Evangelio de hoy nos interpela: ¿sabemos fiarnos verdaderamente de la palabra del Señor? ¿O nos dejamos desanimar por nuestros fracasos? En este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos frente al Señor y abatidos por los propios errores, diciéndoles las mismas palabras de Jesús: “No temas”. Es más grande la misericordia del padre que tus pecados. Es más grande. No temas. Que la Virgen María nos ayude a comprender cada vez más que ser discípulo significa poner nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro: son las huellas de la gracia divina que regenera vida para todos. Fuente: Zenit.
31 de enero 2016. Ninguna condición humana es motivo de exclusión.
Ángelus Regina coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. El relato evangélico de hoy nos conduce de nuevo, como el pasado domingo, a la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y lo conocían todos. Él, que hacía poco tiempo que había salido para comenzar su vida pública, vuelve ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: “Hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír” (Lc 4,21). Los conciudadanos de Jesús, en un primer momento sorprendidos y admirados, comienzan después a poner cara larga, a murmurar entre ellos y a decir: ¿Por qué este que pretende ser el Consagrado del Señor, no repite aquí los prodigios y milagros que ha realizado en Cafarnaúm y en los pueblos cercanos? Entonces Jesús afirma: “Ningún profeta es bien recibido en su patria” (v. 24) y recuerda a los grandes profetas del pasado, Elías y Eliseo, que realizaron milagros a favor de los paganos para denunciar la incredulidad de su pueblo. Llegados a este punto, los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, expulsan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo desde un precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, “pasando en medio de ellos, continuó su camino” (v. 30). Su hora todavía no había llegado.
Este relato del evangelista Lucas no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidias y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, todos nosotros estamos expuestos, y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias. ¿Y cuál es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a “negociar” con Dios buscando el propio interés. En cambio en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministerio profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana pueda constituir motivo de exclusión, ¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!, del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios. El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos.
“Hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír” (Lc 4, 21). El “hoy”, proclamado por Cristo aquel día, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estos estén. También viene a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos levantar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos. Volvamos a la sinagoga…
Ciertamente aquel día, en la sinagoga de Nazaret, también estaba allí María, la Madre. Podemos imaginar los latidos de su corazón, una pequeña anticipación de aquello que sufrirá debajo de la Cruz, viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después insultado, luego amenazado de muerte. En su corazón, lleno de fe, ella guardaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo. Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana: Angelus Domini nuntiavit Mariae… Al concluir la plegaria, Francisco se refirió a la enfermedad de Hansen:
24 de enero 2016. «Queridos hermanos y hermanas.
Jesús anuncia la buena noticia a todos, sin excluir a nadie.
Ángelus regina coeli, Papa Francisco. En el evangelio de hoy el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente las actividades evangelizadoras. Es una actividad que Él cumple con la potencia del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras. Es una palabra que tiene autoridad, porque ordena, incluso a los espíritus impuros y estos le obedecen.
Jesús es diverso de los maestros de su tiempo, por ejemplo Jesús no ha abierto una escuela para estudiar la Ley, sino que sale para predicar y enseñar por todas partes: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre andando. Jesús también es distinto de Juan Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras que Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora entremos también nosotros, inmaginémonos que entramos en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús creció hasta aproximadamente sus 30 años. Lo que allí sucede es un hecho importante que delínea la misión de Jesús. El se levanta para leer la Sagrada Escritura abre el pergamino del profeta Isaías, el pasaje en donde está escrito: ‘El espíritu del Señor está sobre mi; por esto me ha consagrado con la unción y me ha mandado a llevar a los pobres el anuncio de alegría’. Después, tras un momento de silencio lleno de espera por todos, dice en medio del estupor general: ‘Hoy se ha cumplido estar escritura que ustedes han escuchado’.
Evangelizar a los pobres es esta la misión de Jesús, como Él dice; esta es también la misión de la Iglesia y de cada bautizado en la iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar el evangelio con la palabra, y antes aún con la vida es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la buena noticas a todos sin excluir a nadie. Mas aún, privilegia a los más lejanos, a quienes sufren, a los enfermos y a los descartados por la sociedad.
Pero hagámonos una pregunta: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa acercarlos servirlos, tener la alegría de servirlos, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el espíritu de Cristo, porque es Él el evangelio de Dios, es Él la misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del reino de Dios que vino en medio de nosotros se dije de manera preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.
Probablemente en el tiempo de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de los fieles. Y podemos preguntamos hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones en los movimientos, ¿somos fieles al proyecto, al programa de Cristo. Atención no se trata de hacer asistencia social, menos aún de hacer actividad política, Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios que convierte los corazones, sana a las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales, de acuerdo a la lógica del amor. Los pobres de hecho están en el centro del evangelio.
La Virgen María madre de los evangelizadores nos ayude a sentir fuertemente hambre y sede del evangelio que existe en el mundo. Especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para cada uno de nosotros y a cada comunidad cristiana poder dar testimonio concretamente de la misericordia. la gran misericordia que Cristo nos ha donado». Al concluir el Santo padre les deseó a todos que tengan un buen domingo y “buon pranzo”. Y les pidió: “Y por favor no se olviden de rezar por mí”, y saludó “¡Arrivederci!”. (Traducido desde el audio por ZENIT)
17 de enero 2016.Ángelus Regina Coeli, papa Francisco.
Jesús no impone seguir ciegamente sus órdenes.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. El Evangelio de este domingo presenta el evento prodigioso sucedido en Caná, un pueblo de Galilea, durante la fiesta de una boda en la que también participaron María y Jesús, con sus primeros discípulos (cfr Jn 2,1-11).
La Madre dice al Hijo que falta el vino y Jesús, después de responder que todavía no ha llegado su hora, sin embargo acoge su petición y dona a los novios el vino más bueno de toda la fiesta. El evangelista subraya que aquí “Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él” (v. 11).
Los milagros, por tanto, son signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena Noticia y tienen el fin de suscitar o reforzar la fe en Jesús. En el milagro realizado en Caná, podemos ver un acto de benevolencia por parte de Jesús hacia los novios, un signo de la bendición de Dios a su matrimonio. El amor entre el hombre y la mujer es por tanto un buen camino para vivir el Evangelio, es decir, para emprender el camino con alegría sobre el recorrido de la santidad.
Pero el milagro de Caná no tiene que ver solo con los esposos. Cada persona humana está llamada a encontrar al Señor como Esposo de su vida. La fe cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite encontrar a Dios. La fe atraviesa tiempos de alegría y de dolor, de luz y de oscuridad, como en cada auténtica experiencia de amor. El pasaje de las bodas de Caná nos invita a redescubrir que Jesús no se presenta a nosotros como un juez preparado para condenar nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir ciegamente sus órdenes; se manifiesta como Salvador de la humanidad, como hermano, como nuestro hermano mayor, hijo del Padre, se presenta como Aquel que responde a las esperanzas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros.
Entonces podemos preguntarnos: ¿realmente conozco al Señor así? ¿Lo siento cercano a mí, a mi vida? ¿Le estoy respondiendo en la amplitud de ese amor esponsal que Él me manifiesta cada día y a cada ser humano? Se trata de darse cuenta que Jesús nos busca y nos invita a hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón. Y en este camino de fe con Él no estamos solos: hemos recibido el don de la Sangre de Cristo. Las grandes ánforas de piedra que Jesús llena de agua para convertirlas en vino (v. 7) son signo del paso de la antigua a la nueva alianza: en el lugar del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de forma sacramental en la Eucaristía y de la forma más dura en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que derivan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear la misericordia infinita de Dios.
La Virgen María, modelo de meditación de las palabras y de los gestos del Señor, nos ayude a redescubrir con fe la belleza y la riqueza de la Eucaristía y de los otros Sacramentos, que hacen presente el amor fiel de Dios por nosotros. Podemos así enamorarnos cada vez más del Señor Jesús, nuestro Esposo, e ir a su encuentro con las lámparas encendidas de nuestra fe alegre, convirtiéndonos así en sus testigos en el mundo. Fuente: Zenit.
10 de enero 2016. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!.
Festejar el día del bautismo es reafirmar
nuestra adhesión a Jesús.
Ángelus Regina coeli, Papa Francisco. En este domingo después de la Epifanía celebramos el Bautismo de Jesús, y hacemos memoria grata de nuestro Bautismo. En este contexto, esta mañana bauticé a 26 recién nacidos. ¡Recemos por ellos!
El Evangelio nos presenta a Jesús, en las aguas del río Jordán, al centro de una maravillosa revelación divina. Escribe san Lucas: “Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”. De este modo Jesús es consagrado y manifestado por el Padre como el Mesías salvador y liberador.
En este evento --testificado por los cuatro Evangelios-- tuvo lugar el pasaje del bautismo de Juan Bautista --basado en el símbolo del agua-- al Bautismo de Jesús “en el Espíritu Santo y en el fuego”. De hecho, el Espíritu Santo en el Bautismo cristiano es el artífice principal: es Él que quema y destruye el pecado original, restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina; es Él que nos libera del dominio de las tinieblas, es decir, del pecado y nos traslada al reino de la luz, es decir, del amor, de la verdad y de la paz. Este es el reino de la luz. ¡Pensemos a la dignidad que nos eleva el Bautismo! “Mirad qué amor tan singular nos ha tenido el Padre que no solo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”, y lo somos realmente, exclama el apóstol Juan. Tal estupenda realidad de ser hijos de Dios comporta la responsabilidad de seguir a Jesús, el Siervo obediente, y reproducir en nosotros mismos sus rasgos, es decir: mansedumbre, humildad, ternura. Y esto no es fácil, especialmente si entorno a nosotros hay tanta intolerancia, soberbia, dureza. ¡Pero con la fuerza que nos llega del Espíritu Santo es posible!
El Espíritu Santo, recibido por primera vez el día de nuestro Bautismo, nos abre el corazón a la verdad, a toda la verdad. El Espíritu empuja nuestra vida hacia el camino laborioso pero gozoso de la caridad y de la solidaridad hacia nuestros hermanos. El Espíritu nos dona la ternura del perdón divino y nos impregna con la fuerza invencible de la misericordia del Padre. No olvidemos que el Espíritu Santo es una presencia viva y vivificante en quien lo recibe, reza con nosotros y nos llena de alegría espiritual.
Hoy, fiesta del Bautismo de Jesús, pensemos en el nuestro, en el día de nuestro Bautismo; todos nosotros hemos sido bautizados, agradezcamos este don. Y os hago una pregunta: ¿Quién conoce la fecha de su Bautismo? Seguramente, no todos. Por eso, os invito a ir a buscar la fecha preguntando por ejemplo a vuestros padres, a vuestros abuelos, a vuestros padrinos, o yendo a la parroquia. Es muy importante conocerla porque es una fecha para festejar: es la fecha de nuestro renacimiento como hijos de Dios. Por eso, la tarea para esta semana: ir a buscar la fecha de mi Bautismo. Festejar este día significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús, con el compromiso de vivir como cristianos, miembros de la Iglesia y de una humanidad nueva, en la cual todos somos hermanos.
La Virgen María, primera discípula de su Hijo Jesús, nos ayude a vivir con alegría y fervor apostólico nuestro Bautismo, recibiendo cada día el don del Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios. Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana: Angelus Domini nuntiavit Mariae... Fuente: Zenit.
29 de diciembre de 2015. Hay que dedicar tiempo a los niños.
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Es un día un poco frío... En estos días navideños nos encontramos delante al Niño Jesús. Estoy seguro que en las casas tantas familias han hecho el pesebre, llevando adelante esta bella tradición que se remonta a san Francisco de Asís y que mantiene en nuestro corazón vivo el misterio de Dios que se hace hombre.
La devoción al Niño Jesús es muy difundida. Muchos santos y santas la han cultivado en su oración cotidiana, y han deseado modelar la propia vida con aquella del Niño Jesús. Pienso en particular a santa Teresita de Lisieux, que como monja carmelita tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús y del Santo Rostro. Ella que es también doctora de la Iglesia, ha sabido vivir y dar testimonio de aquella 'infancia espiritual' que se asimila justamente meditando --siguiendo la escuela de la Virgen María-- la humildad de Dios que por nosotros se ha hecho pequeño. Y esto es un misterio grande. Dios es humilde. Nosotros somos orgullosos, llenos de vanidad y nos creemos una gran cosa, somos nada. Él es grande, es humilde y se hace niño. Esto es un verdadero misterio, Dios es humilde. Esto es hermoso.
Hubo un tiempo en el cual, en la persona divina-humana de Cristo, Dios ha sido un niño, y esto debe tomar un significado peculiar para nuestra fe. Es verdad que su muerte en la cruz y su resurrección son la máxima expresión de su amor redentor, pero no nos olvidemos que toda su vida terrena es revelación y enseñanza.
En el período navideño recordemos su infancia. Para crecer en la fe tendremos necesidad de contemplar con más frecuencia al Niño Jesús. Claro, no conocemos nada de este período de su vida. Las raras indicaciones que tenemos se refieren a la imposición del nombre después de ocho días de su nacimiento, la presentación en el Templo, y después la visita de los Reyes Magos con la siguiente fuga a Egipto.
Después hay un salto hasta los doce años, cuando con María y José, Jesús va en peregrinación a Jerusalén para la Pascua y en cambio de regresar con sus progenitores se detiene en el Templo para hablar con los doctores de la ley. Como se ve, sabemos poco del Niño Jesús, pero podemos aprender mucho sobre él si miramos la vida de los niños. Es una hermosa costumbre de los papás, de los abuelos que miran a los niños y saben que es lo que hacen.
Descubrimos, sobretodo que los niños quieren tener nuestra atención. Ellos tienen que estar en el centro, ¿por qué? ¿Porque son orgullosos? No, sino porque necesitan sentirse protegidos. Es necesario también que nosotros pongamos a Jesús en el centro de nuestra vida y saber que, aunque parezca paradójico, tenemos la responsabilidad de protegerlo. Quiere estar en nuestros brazos, desea ser acudido y poner su mirada en la nuestra. Además, hacer sonreír al Niño Jesús para demostrarle nuestro amor y nuestra alegría porque él está en medio de nosotros. Su sonrisa es el símbolo del amor que nos da la certeza de que somos amados. A los niños, además, les gusta jugar. Entretanto hacer jugar a un niño significa abandonar nuestra lógica para entrar en la suya. Si queremos que se divierta es necesario entender lo que a él le gusta.
Es una enseñanza para nosotros. Delante de Jesús estamos llamados a abandonar nuestra pretensión de autonomía --y este es el centro del problema, nuestra pretensión de autonomía-- para acoger en cambio la verdadera forma de libertad que consiste en conocer a quien tenemos adelante y servirlo. Él es el Hijo de Dios que viene a salvarnos. Ha venido entre nosotros para mostrarnos el rostro del Padre rico de amor y misericordia. Estrechemos por lo tanto entre nuestros brazos al Niño Jesús y estemos a su servicio: Él es fuente de amor y de serenidad. Y será una hermosa cosa si hoy, cuando volvamos a casa, ir cerca del pesebre y besar al Niño Jesús y decirle: "Jesús, quiero ser humilde como tu, humilde como Dios", y pedirle esta gracia".
"Invito a rezar por las víctimas de los desastres que en estos días han afectado a Estados Unidos, Gran Bretaña y Sudamérica, especialmente Paraguay, donde han causado desgraciadamente víctimas, muchos desplazados e ingentes daños. Que el Señor consuele a aquellos pueblos y que la solidaridad fraterna los auxilie en sus necesidades". Fuente: Zenit.
13 de diciembre de 2015.Ninguna categoría de personas está
excluida de recorrer el camino de la conversión.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. «Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En el evangelio de hoy hay una pregunta realizada bien tres veces: “¿Qué debemos hacer?”. La dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas: una, la multitud en general; segundo, los publicanos, o sea los exactores de los impuestos; y tercero algunos soldados.
A cada uno de estos grupos el profeta les pregunta qué deben hacer para obtener la conversión que él está predicando. A la pregunta de la multitud Juan responde que compartan los bienes de primera necesidad: Al primer grupo, a la multitud, le dice que compartan los bienes de primera necesidad. Y les dice así: “Quien tiene dos túnicas, dé una a quien no tiene, y quien tiene para comer, haga lo mismo”.
Después, al segundo grupo, al de los exactores de los impuestos les dice que no exijan nada más que la suma debida; ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro.
Y al tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de acontentarse con su salario.
Son las respuestas, tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta en empeños concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su prédica: el camino del amor que actúa en favor del prójimo.
De estas advertencias de Juan Bautista entendemos cuales eran las tendencias generales de quien en aquella época tenía el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no han cambiado tanto ¿eh?
Entretanto ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni siquiera los publicanos considerados pecadores por definición.
Ni siquiera ellos están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él está, se puede usar esta palabra, 'ansioso' de usar misericordia hacia todos y acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y del perdón.
A esta pregunta: ¿Qué debemos hacer?, la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite con las palabras de Juan, que es necesario convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y tomar el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana.
¡Conviértanse!, es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor siente la alegría.
El profeta Sofonías nos dice “Alégrate hija de Sion”, dirigido a Jerusalén; y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses: “Estén siempre alegres en el Señor”.
Hoy es necesario tener coraje para hablar con alegría, es necesario sobretodo fe. El mundo está asechado por tantos problemas, el futuro está gravado de incógnitas y temores. Y entretanto el cristiano es una persona alegre y su alegría no es algo superficial y efímera, sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza de que “el Señor está cerca”. Está cerca con su ternura, con su misericordia, con su amor y perdón.
La Virgen María nos ayude a reforzar nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, que siempre quiere habitar en medio de sus hijos. Y nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa».
El Papa reza la oración del ángelus bendice a los presentes y después dice las siguientes palabras:
«La conferencia del clima en París ha terminado con un acuerdo que muchos han definido de histórico. Su actuación pedirá un empeño coral y una generosa dedicación por parte de cada uno.
Deseo que sea dada una atención a las poblaciones más vulnerables, exhorto a toda la comunidad internacional de seguir en el camino tomado en el signo de una solidaridad que se vuelva siempre más operativa.
El próximo 15 de diciembre en Nairobi iniciará la Conferencia Ministerial de la Organización Internacional del Comercio. Me dirijo a los países que participarán, para que las decisiones que serán tomadas tengan en cuentra las necesidades de las personas más vulnerables.
Como las legítimas aspiraciones de los países menos desarrollados y del bien común de toda la familia humana.
En todas las catedrales del mundo se abren las 'Puertas Santas', de manera que el Jubileo de la Misericordia pueda ser vivido plenamente en las Iglesias particulares. Deseo que este momento fuerte estimule a tantos a volverse instrumentos de la ternura de Dios. Como expresión de las obras de misericordia se abren también las 'Puertas de la Misericordia' en los lugares de malestar y marginación.
A este propósito saludo a los detenidos en las cárceles de todo el mundo, especialmente a los de la cárcel de Padua que hoy se unen a nosotros espiritualmente en este momento para rezar, y les agradezco el regalo del concreto.
Saludo a todos aquí, los peregrinos que han venido de Roma, de Italia y desde tantas partes del mundo. En particular saludo a los que vienen de Varsovia y Madrid.
Un pensamiento especial va a la Fundación Dispensario Santa Marta en el Vaticano: a los progenitores con sus niños, a los voluntarios y a las monjas Hijas de la Caridad; gracias por vuestro testimonio de solidaridad y acogida.
Y saludo también a los miembros del Movimiento de los Focolares junto a amigos de algunas comunidades islámicas. Vayan adelante, vayan adelante con coraje en vuestro recorrido de diálogo y fraternidad. Porque todos somos hijos de Dios. Y a todos les deseo que tengan un buen domingo, y un buen almuerzo. Y no se olviden por favor, de rezar por mí. '¡Arrivederci!'». (Texto traducido y controlado con el vídeo por ZENIT)
6 de diciembre de 2015. “Las mentes cerradas y los corazones duros,
son los desiertos de hoy”.
Ángelus Regina Coeli, papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. En este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos pone a la escuela de Juan el Bautista, que predicaba “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”.
Y nosotros quizá nos preguntemos: '¿Por qué nos tendríamos que convertir? La conversión es para el que de ateo se vuelve creyente, de pecador se hace justo. Pero nosotros no la necesitamos. Nosotros somos ya cristianos'. Podemos preguntarnos esto. Por tanto, 'estamos bien'. Y eso no es verdad. Pensando de este modo, no nos damos cuenta de que es precisamente por esta presunción --que somos cristianos, todos buenos, que estamos en lo correcto-- precisamente por esta presunción, es por lo que nos debemos convertir: de la suposición de que, en fin de cuentas, va bien así y no necesitamos conversión alguna.
Pero preguntémonos: ¿es cierto que en las diversas situaciones y circunstancias de la vida, tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús? ¿Es verdad que sentimos como siente Jesús? Por ejemplo, cuando sufrimos algún mal o alguna afrenta ¿podemos reaccionar sin animosidad y perdonar de corazón a los que nos piden perdón? Que difícil es perdonar, ¿eh? ¡Que difícil! ‘Me la vas a pagar: esta palabra viene de dentro, ¿eh? Cuando estamos llamados a compartir alegrías y tristezas, ¿sabemos llorar sinceramente con el que llora y alegrarnos con el que se alegra? Cuando debemos expresar nuestra fe, ¿sabemos hacerlo con valentía y sencillez, sin avergonzarnos del Evangelio? Y así podemos plantearnos tantas preguntas. No estamos bien. Siempre debemos convertirnos, tener los sentimientos que tenía Jesús.
La voz del Bautista grita aún en los desiertos de hoy de la humanidad, que son --¿cuáles son los desiertos de hoy?-- son las mentes cerradas y los corazones duros, y nos provoca para que nos preguntemos si efectivamente estamos recorriendo el camino correcto, viviendo una vida según el Evangelio. Hoy, como entonces, él nos amonesta con las palabras del profeta Isaías: “¡Preparad el camino del Señor!”. Es una invitación apremiante a abrir el corazón y recibir la salvación que Dios nos ofrece incesantemente, casi con testarudez, porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado. Pero el texto del profeta dilata esa voz, preanunciando que “todos los hombres verán la Salvación de Dios”. Y la salvación es ofrecida a todo hombre, y a todo pueblo, sin excluir a nadie, a cada uno de nosotros: ninguno de nosotros puede decir: ‘Yo soy santo, yo soy perfecto, yo ya estoy salvado’. No. Siempre debemos aceptar este ofrecimiento de la salvación, y por eso el Año de la Misericordia: para avanzar más en ese camino de la salvación, ese camino que nos ha enseñado Jesús. Dios quiere que todos los hombres sean salvados por medio de Jesucristo, el único mediador.
Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a hacer conocer a Jesús a cuantos no lo conocen aún: pero eso no es hacer proselitismo. No. Es abrir una puerta. “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!”, declaraba san Pablo. Si a nosotros el Señor Jesús nos ha cambiado la vida, y nos la cambia cada vez que acudimos a Él, ¿cómo no sentir la pasión de hacerlo conocer a cuantos encontramos en el trabajo, en la escuela, en la comunidad, en el hospital, en los lugares de reunión? Si miramos a nuestro alrededor, encontramos a personas que estarían dispuestas a comenzar o a volver a comenzar un camino de fe, si encontraran a cristianos enamorados de Jesús. ¿No deberíamos y no podríamos ser nosotros esos cristianos? Os dejo la pregunta: ¿De verdad estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy convencido de que Jesús me ofrece y me da la salvación? Y, si estoy enamorado, ¡tengo que hacerlo conocer! Pero debemos ser valientes: allanar las montañas del orgullo y de la rivalidad, rellenar los abismos excavados por la indiferencia y la apatía, enderezar los senderos de nuestras perezas y de nuestros acomodamientos.
Que nos ayude la Virgen María --que es Madre y sabe cómo hacerlo-- a derribar las barreras y los obstáculos que impiden nuestra conversión, es decir, nuestro camino hacia el encuentro con el Señor. ¡Él solo! ¡Solo Jesús puede dar cumplimiento a todas las esperanzas del hombre! Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana: Fuente: Zenit.
22 de noviembre de 2015 El reino de Cristo es un «reino de justicia,
de amor y de paz.
Ángelus Regina Coeli Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. En este último domingo del año litúrgico, celebramos la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que «no es de este mundo» (Jn 18,36).
Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey en otro modo. Se trata de una contraposición entre dos lógicas. La lógica mundana se apoya en la ambición y en la competición, combate con las armas del miedo, del chantaje y de la manipulación de las conciencias.
La lógica evangélica, aquella de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y en la gratuidad, se afirma silenciosamente pero eficazmente con la fuerza de la verdad. Los reinos de este mundo a veces se sostienen con la prepotencia, rivalidad, opresión; el reino de Cristo es un «reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio).
¡Jesús se ha revelado rey en el evento de la Cruz! Quien mira la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que se presenta como el cumplimiento de una vida donada en la total entrega de sí en favor de la humanidad. En el Calvario, los presentes y los jefes se burlan de Jesús clavado en la cruz, y le lanzan el desafío: «¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» (Mc 15,30). Pero paradójicamente la verdad de Jesús es aquella que en forma de ironía le lanzan sus adversarios: «¡No puede salvarse a sí mismo!» (v. 31). Si Jesús habría bajado de la cruz, habría cedido a las tentaciones del príncipe de este mundo; en cambio Él no puede salvar a sí mismo justamente para poder salvar a los demás, para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados.
Esto lo entiende uno de los dos ladrones que son crucificados con Él, llamado el “buen ladrón”, que Le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando entraras a tu reino» (Lc 23,42). La fuerza del reino de Cristo es el amor: por esto la majestad de Jesús no nos oprime, sino nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien, de la reconciliación y del perdón. Cristo es un rey que no nos domina, no nos trata como súbditos, sino nos eleva a su misma dignidad. Jesús nos hace reinar junto a Él , porque, como dice el Libro del Apocalipsis, «ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes para su Dios y Padre» (1,6). Pero reinar como Él significa servir a Dios y a los hermanos; un servicio que surge del amor. Servir por amor es reinar: esta es la majestad de Jesús. Ante tantas laceraciones en el mundo y tantas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María sostenernos en nuestro compromiso de imitar a Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, de comprensión y de misericordia. (Traducción del italiano, Renato Martínez – Radio Vaticano)
15 de noviembre de 2015. Delante de los falsos profetas,
horóscopos, videntes y fatalistas,
hay que saber que Jesús nos quiere
y está a nuestro lado.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. “Queridos hermanos y hermanas. El evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico nos propone una parte de las palabras de Jesús sobre los eventos últimos de la historia humana, orientada hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios. Es la prédica que Jesús hizo en Jerusalén antes de su última pascua. Eso contiene algunos elementos apocalípticos, como las guerras, carestías, catástrofes cósmicas. “El sol se oscurecerá, la luna no dará más su luz, las estrellas caerán del cielo y las potencias que están en el cielo serán trastornadas”.
Entretanto estos elementos no son la cosa esencial del mensaje. El núcleo central en torno al cual giran las palabras de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su retorno al final de los tiempos. Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado. Yo quisiera preguntarles cuántos piensan sobre esto: 'Habrá un día que yo encontraré cara a cara al Señor'. Y esta es nuestra meta, nuestro encuentro.
Nosotros no esperamos un tiempo o un lugar, sino que vamos a encontrar a una persona: Jesús. Por lo tanto el problema no es 'cuando' sucederán los signos premonitores de los últimos tiempos, sino que nos encuentre preparados. Y no se trata tampoco de saber 'cómo' sucederán estas cosas, sino 'cómo' tenemos que comportarnos, hoy en la espera de éstos
Estamos llamados a vivir el presente construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios. La parábola del higo que florece, como signo del verano que se acerca, dice que la perspectiva del final no nos distrae de la vida presente, sino que nos hace mirar hacia nuestros días actuales con una óptica de esperanza.
Esa virtud tan difícil de vivir: la esperanza, la más pequeña de las virtudes pero la más fuerte. Y nuestra esperanza tiene un rostro: el rostro del Señor resucitado, que viene “con gran potencia y gloria!, y que esto manifiesta su amor crucificado y transfigurado en la resurrección. El triunfo de Jesús al final de los tiempos será el triunfo de la cruz, la demostración que el sacrificio de sí mismos por amor del prójimo, a imitación de Cristo, es la única potencia victoriosa, el único punto firme en medio de los trastornos del mundo. El Señor Jesús no es solo el punto de llegada de la peregrinación terrena, sino una presencia constante en nuestra vida: por ello cuando se habla del futuro, y nos proyectamos hacia ese, es siempre para reconducirnos al presente. Él se opone a los falsos profetas, contra los videntes que prevén cercano el fin del mundo, contra el fatalismo. Èl está a nuestro lado, camina con nosotros, nos quiere mucho. Quiere sustraer a sus discípulos de todas las épocas, de la curiosidad por las fechas, las previsiones, los horóscopos, y concentra su atención sobre el hoy de la historia.
Me gustaría preguntarles, pero no respondan, cada uno responda interiormente: ¿Cuántos entre nosotros leen el horóscopo del día? Cada uno se responda y cuando tengan ganas de leer el horóscopo, miren a Jesús que está con nosotros. Es mejor, nos hará mejor.
Esta presencia de Jesús nos llama, esto sí, a la espera y a la vigilancia que excluyen sea la impaciencia que de la modorra, como del escapar hacia adelante como de quedarnos prisioneros del tiempo actual y de la mundanidad.
También en nuestros días no faltan las calamidades naturales y morales, y tampoco las adversidades y dificultades de todo tipo. Todo pasa, nos recuerda el Señor, solamente su palabra queda como luz que mira y alivia nuestros pasos. Nos perdona siempre porque está a nuestro lado, sólo es necesario mirarlo y nos cambia el corazón. La Virgen María nos ayude a confiar en Jesús, el fundamento firme de nuestra vida, y a perseverar con alegría en su amor". (El Papa reza el ángelus junto a los presentes)
El atentado de París. "Queridos hermanos y hermanas, deseo expresar mi profundo dolor por los ataques terroristas que en la noche del viernes ensangrentaron Francia, causando numerosas víctimas. Al presidente de la República de Francia y a todos sus ciudadanos indico la expresión de mi más profundo dolor. Estoy particularmente cercano de los familiares de los que han perdido la vida y a los heridos.
Tanta barbarie nos deja consternados y nos pide como pueda el corazón del hombre idear y realizar eventos tan horribles, que han trastornado no solamente Francia, pero a todo el mundo. Delante de tales actos intolerables o se puede dejar de condenar la incalificable afrenta a la dignidad de la persona humana. Fuente: Zenit.
8 de noviembre de 2015. “La caridad no se hace con lo que sobre,
sino con lo necesario”.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, buenos días con este bonito sol. El pasaje del Evangelio de este domingo se compone de dos partes: una en la que se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; la otra en la que se propone un ideal ejemplar de cristiano. En la primera parte, Jesús critica a los escribas, maestros de la ley, tres defectos que se manifiestan en su estilo de vida: soberbia, codicia e hipocresía. A ellos les gusta “que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes” (Mc 12,38-39). Pero bajo apariencias tan solemnes se esconden falsedades e injusticias. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para “devorar los bienes de las viudas” (cfr v. 40), que eran consideradas, junto a los huérfanos y los extranjeros, las personas más indefensas y menos protegidas.
Finalmente, los escribas “hacen largos rezos para hacerse ver” (v. 40). También hoy existe el riesgo de asumir estas actitudes. Por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios, y sin embargo se antepone a Él la propia vanidad, el propio beneficio.
Y en esta línea se coloca la segunda parte del Evangelio de hoy. La escena ambientada en el templo de Jerusalén, precisamente en el lugar donde la gente echaba las monedas como ofrenda. Hay muchos ricos que echan muchas monedas, y hay una mujer pobre, viuda, que pone apenas dos monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer y llama la atención de sus discípulos sobre el fuerte contraste de la escena. Los ricos han dado, con gran ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con discreción y humildad, ha dado “todo lo que tenía para vivir” (v. 44). Por esto --dice Jesús-- ella ha dado más que nadie. A causa de su extrema pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra. Pero ella no quiere hacer las cosas a medias con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, tiene todo; se sienta amada totalmente por Él y a su vez, lo ama totalmente. Bonito ejemplo esta viejecita, bonito ejemplo.
Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro de juicio no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener mucho dinero y estar vacío. No hay plenitud en tu corazón. Pensad esta semana en la diferencia que hay entre cantidad y plenitud.
No es una cuestión de cartera, sino de corazón. Hay diferencia entre cartera y corazón. Algunos tienen, hay enfermedades cardíacas, que hacen bajar el corazón a la cartera y eso no va bien. Amar a Dios “con todo el corazón” significa fiarse de Él, de su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres sin esperar nada a cambio. Me permito contaros una anécdota que sucedió en mi diócesis anterior. Estaban en la mesa una madre con los tres hijos, el padre estaba en el trabajo. Estaban comiendo chuletas a la milanesa. En ese momento llaman a la puerta, uno de los hijos va, pequeños, 5, 6, 7 años el más grande, y viene y dice ‘mamá hay un mendigo que pide comida’. Y la madre, buena cristiana, les pregunta ‘¿qué hacemos?’ ‘Le damos de comer, mamá’. ‘Vale’. Toma el tenedor y el cuchillo y quita la mitad de la chuleta a cada uno. ‘Ah, no, mamá, así no, toma del frigorífico’. ‘No, hacemos tres bocadillos así’. Y los hijos han aprendido que la verdadera caridad se da, se hace, no de lo que nos sobra sino de lo que es necesario. Y estoy seguro que esa tarde han tenido un poco de hambre, pero se hace así.
Frente a las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos de algo como estos niños, de la mitad de las chuletas, de algo indispensable no solo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no solo lo que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida y sin reservas nuestro talento, no después de haberlo utilizado para nuestros fines personales o de grupo.
Pidamos al Señor que nos admita en la escuela de esta pobre viuda, que Jesús, entre el desconcierto de los discípulos, la hace subir a la cátedra y la presenta como maestra del Evangelio vivo. Por la intercesión de María, la mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el don de un corazón pobre, pero rico de una generosidad feliz y gratuita.
1 de noviembre de 2015. Los santos son ejemplo a imitar.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz fiesta!. “Los santos son ejemplos a imitar”. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. En la celebración de hoy, fiesta de Todos los Santos, sentimos particularmente viva la realidad de la comunión de los santos, nuestra gran familia, formada por todos los miembros de la Iglesia, tanto los que somos todavía peregrinos en la tierra, como aquellos inmensamente más, que ya la han dejado y se han ido al Cielo. Estamos todos unidos, todos, y esto se llama la comunión de los santos, es decir, la comunidad de todos los bautizados.
En la liturgia, el Libro del Apocalipsis se refiere a una característica esencial de los santos, y dice así: ellos son personas que pertenecen totalmente a Dios. Los presenta como una multitud inmensa de “elegidos”, vestidos de blanco y marcados por el “sello de Dios” (cfr 7,2-4.9-14). Mediante este último particular, con lenguaje alegórico, se subraya que los santos pertenecen a Dios de modo pleno y exclusivo, son su propiedad. Y ¿qué significa llevar el sello de Dios en la propia vida y en la propia persona? Nos lo dice también el apóstol Juan: significa que en Jesucristo nos hemos convertido verdaderamente en hijos de Dios (cfr 1 Jn 3,1-3).
¿Somos conscientes de este gran don? ¡Todos nosotros, hijos de Dios! ¿Recordamos que en el Bautismo hemos recibido el “sello” de nuestro Padre celeste y nos hemos convertido en sus hijos? Para decirlo en modo simple: ¡llevamos el apellido de Dios! Nuestro apellido es Dios, porque somos hijos de Dios. ¡Aquí está la raíz de la vocación a la santidad! Y los santos que hoy recordamos son precisamente aquellos que han vivido en la gracia de su Bautismo, han conservado íntegro el “sello” comportándose como hijos de Dios, tratando de imitar a Jesús; y ahora han alcanzado la meta, porque finalmente “ven a Dios así como Él es”.
Una segunda característica propia de los santos es que son ejemplos a imitar. Pero prestemos atención, no solo aquellos canonizados, sino también los santos, por así decir, “de la puerta de al lado”, que con la gracia de Dios se han esforzado por practicar el Evangelio en su vida ordinaria. No están canonizados. De estos santos nos hemos encontrado muchos también nosotros; quizás hemos tenido alguno en la familia, o bien entre los amigos y los conocidos. Debemos estarles agradecidos, y sobre todo debemos estar agradecidos a Dios que nos los ha dado, que nos los ha puesto cerca, como ejemplos vivos y contagiosos del modo de vivir y de morir en la fidelidad al Señor Jesús y a su Evangelio. Pero, ¡cuánta gente buena hemos conocido en la vida! Y conocemos. Y nosotros decimos: “pero esta persona es un santo”. Lo decimos, nos viene espontáneamente. Estos son los santos de “la puerta de al lado”, aquellos no canonizados pero que viven con nosotros.
Imitar sus gestos de amor y de misericordia es un poco como perpetuar su presencia en este mundo. Y, en efecto, aquellos gestos evangélicos son los únicos que resisten a la destrucción de la muerte: un acto de ternura, una ayuda generosa, un tiempo dedicado a escuchar, una visita, una palabra buena, una sonrisa… Ante nuestros ojos estos gestos pueden parecer insignificantes, pero a los ojos de Dios son eternos, porque el amor y la compasión son más fuertes que la muerte.
La Virgen María, Reina de Todos los Santos, nos ayude a confiar más en la gracia de Dios, para caminar con impulso en el camino de la santidad. A nuestra Madre confiamos nuestro compromiso cotidiano, y le rogamos también por nuestros queridos difuntos, en la íntima esperanza de reencontrarnos un día, todos juntos, en la comunión gloriosa del Cielo.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana: Angelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, el Papa hizo un llamamiento ante la dolorosa situación en la República Centroafricana. Fuente: Zenit.
25 de octubre de 2015. Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco.
¡«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Esta mañana con la santa misa concluida en la basílica de San Pedro ha concluido la Asamblea general ordinaria del los obispos sobre la familia. Invito a todos a dar gracias a Dios por estas tres semanas de trabajo intenso, animado por la oración y por un espíritu de verdadera comunión.
Ha sido fatigoso, pero un verdadero don de Dios, que dará seguramente muchos frutos. La palabra 'sínodo' significa 'caminar juntos'. Es la que hemos vivido y ha sido la experiencia de la Iglesia en camino, en camino especialmente con las familias del pueblo santo de Dios esparcido en todo el mundo.
Por eso me ha impresionado la Palabra de Dios que hoy nos encuentra en la profecía de Jeremías: 'Yo los hago venir del país del Norte y los reúno desde los extremos de la tierra; hay entre ellos ciegos y lisiados, mujeres embarazadas y parturientas: ¡es una gran asamblea la que vuelve aquí!'
Y el profeta añade: 'Habían partido llorando, pero yo los traigo llenos de consuelo; los conduciré a los torrentes de agua por un camino llano, donde ellos no tropezarán. Porque yo soy un padre para Israel'.
Esta palabra de Dios nos dice que el primero que quiere caminar con nosotros, que quiere hacer 'sínodo' con nosotros es justamente Él, nuestro Padre.
Su 'sueño' desde siempre y para siempre es el de formar un pueblo, reunirlo, guiarlo hacia la tierra de la libertad y de la paz. Y este pueblo está hecho de familias: están la 'mujer en cinta y la que da a luz', es un pueblo que mientras camina va adelante con la vida, con la bendición de Dios.
Es un pueblo que no excluye a los pobres y a los que están en desventaja, más aún, los incluye. Dice el profeta: 'entre ellos está el ciego y el cojo', dice el Señor.
Es una familia de familias en las cuales quien fatiga no se siente marginado, dejado atrás, sino que logra llevar el paso con los otros, porque este pueblo camina con el paso de los últimos; como se hace en las familias, como nos enseña el Señor, que se ha hecho pobre con los pobres, pequeño con los pequeños, últimos con los últimos. No lo ha hecho para excluir a los ricos, a los grandes y a los primeros, sino porque éste es el único modo de salvarlos también a ellos, para salvar a todos. Ir con los últimos, con los excluidos y con los últimos.
Les confieso que esta profecía del pueblo en camino la he confrontado también con las imágenes de los prófugos en marcha por los caminos de Europa, una realidad dramática de nuestros días. También a ellos Dios les dice: 'Partieron en el llanto, yo los haré regresar en medio de consolaciones'. También estas familias que sufren, desplazadas de sus tierras, estuvieron presentes con nosotros en el Sínodo, en nuestra oración y en nuestro trabajo, a través de la voz de algunos de sus Pastores presentes en la asamblea.
Estas personas que buscan dignidad, estas familias que buscan paz están aún con nosotros, la Iglesia no las abandona porque son parte del pueblo que Dios quiere liberar de la esclavitud y guiar a la libertad.
Por lo tanto en esta palabra de Dios, se refleja sea la experiencia sinodal que hemos vivido, sea el drama de los prófugos en marcha por los caminos de Europa. El Señor por intercesión de la Virgen María nos ayude también a seguir las en estilo de fraterna comunión».
El papa Reza el ángelus y después dice:
«Queridos hermanos y hermanas, saludo a los fieles romanos y a los peregrinos de diversos países. En particular a la Hermandad del Señor de los Milagros de Roma. ¡Cuantos peruanos están en casa! Que con tanta devoción ha traído en procesión la Imagen venerada en Lima, Perú, y en donde hay emigrantes peruanos. Gracias por este testimonio.
Saludo a los peregrinos de la “Musikverein Manhartsberg” que vienen de la diócesis de Viena, y a la orquesta de Landwehr de Friburgo (Suiza), están allí, que ayer ha realizado un concierto de beneficencia. Saludo a la Asociación Voluntarios Hospedantes de 'San Juan' de Lagonegro; al grupo de la Diócesis de Oppidio Mamertina-Palmi.
Les deseo a todos un buen domingo, y les pido especialmente que no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con el «Buon pranzo e arrivederci». (Texto completo traducido desde el audio por ZENIT)
11 de octubre de 2015. “Solo acogiendo con humilde gratitud
el amor del Señor nos liberamos de la seducción
de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones”.
Ángelus Regina Coeli Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, buenos días. El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de Marcos, se articula en tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús. La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un tal, que --según el pasaje paralelo de Mateo-- es identificado como ‘joven’. El encuentro de Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama “Maestro bueno”. Entonces le pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?” (v. 17). Es decir, la felicidad. “Vida eterna” no es solo la vida del más allá, sino que es esta: la vida plena, cumplida, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. A este respecto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón; por lo tanto su respuesta se traduce en una mirada intensa llena de ternura y de cariño. Así dice el Evangelio: “Jesús lo miró con amor” (v. 21). Se dio cuenta de que era un buen joven. Pero Jesús comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre dos dueños: Dios y el dinero, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas. Así, al final, el impulso inicial del joven se desvanece en la infelicidad de un seguimiento naufragado.
En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia. Dice así: “Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” (v. 23). Ante el estupor de los discípulos, que se preguntan: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” (v. 26), Jesús responde con una mirada de aliento --es la tercera mirada-- y dice: la salvación, sí, es “imposible para los hombres, ¡pero no para Dios!” (v. 27). Si nos encomendamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, él nos dará la salvación, él nos acompaña en el camino.
Y así hemos llegado a la tercera escena, aquella de la solemne declaración de Jesús: Les aseguro que el que deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y el ciento por uno ya en el presente (cfr. vv. 29-30). Este “ciento por uno” está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se encuentran multiplicadas hasta el infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y conseguimos la alegría de dar. Lo que Jesús decía: “Hay más alegría en dar que en recibir”.
El joven no se ha dejado conquistar por la mirada de amor de Jesús y así no ha podido cambiar. Solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica y luminosa. Y yo les pregunto a ustedes, jóvenes, chicos y chicas, que están en la plaza: ¿han percibido la mirada de Jesús sobre ustedes? ¿Qué le quieren responder? ¿Prefieren dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en el corazón que la mundanidad nos ofrece?
La Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor de Jesús, a la mirada de Jesús, el único que puede apagar nuestra sed de felicidad.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Papa recordó el trágico atentado en Turquía:
Ayer hemos recibido con gran dolor la noticia de la terrible masacre sucedida en Ankara, en Turquía. Dolor por los numerosos muertos. Dolor por los heridos. Dolor porque los terroristas han atentado contra personas indefensas que se manifestaban por la paz. Mientras rezo por ese querido país, pido al Señor que acoja las almas de los difuntos y conforte a los que sufren y a los familiares. Hagamos una oración en silencio. Todos juntos.
Además, el Pontífice invitó a cuidar la casa común para reducir los desastres naturales:
Queridos hermanos y hermanas,
el martes próximo, 13 de octubre, se celebra la Jornada internacional para la reducción de los desastres naturales. Lamentablemente hay que reconocer que los efectos de semejantes calamidades con frecuencia se agravan por la falta de cuidado del medio ambiente por parte del hombre. Me uno a todos los que, de modo previsor, se comprometen con la tutela de nuestra casa común, para promover una cultura global y local de reducción de los desastres y de mayor resiliencia ante ellos, armonizando los nuevos conocimientos con aquellos tradicionales, y con especial atención a las poblaciones más vulnerables.
A continuación llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
Saludo con afecto a todos los peregrinos, sobre todo a las familias y a los grupos parroquiales, procedentes de Italia y de diversos países. En particular: a los diáconos y a los sacerdotes del Colegio Germano-Húngaro que han sido ordenados ayer y a quienes animo a emprender con alegría y confianza su servicio a la Iglesia; a los nuevos seminaristas del Venerable Colegio Inglés; a la Cofradia de la Santa Vera Cruz de Calahorra.
Saludo a los fieles de la parroquia del Sagrado Corazón y de Santa Teresa Margarita Redi, de Arezzo, en el 50° aniversario de su fundación; así como a los de Camaiore y de Capua; al grupo “Jesús ama” que acaba de realizar una semana de evangelización en el barrio romano de Trastevere; a los chicos y chicas que acaban de recibir la Confirmación; y por último, a la Asociación “Davide Ciavattini” para la asistencia a los niños con graves enfermedades de la sangre.
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo: A todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto! (Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
4 de octubre 2015. Vocación y misión de la familia
en la Iglesia y la sociedad.
Ángelus Regina Coeli Papa Francisco. «Queridos hermanos y hermanas, ha concluido hace poco en la basílica de San Pedro la celebración eucarística con la cual hemos dado inicio a la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Los padres sinodales provenientes de todas las partes del mundo y reunidos entorno al sucesor de Pedro, reflexionarán por tres semanas sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en la sociedad, para lograr un atento discernimiento espiritual y pastoral.
Tendremos la mirada fija en Jesús para individuar, basándonos en sus enseñanzas de verdad y de misericordia, los caminos más oportunos para un empeño adecuado de la Iglesia con las familias y para las familias. De manera que el plan ordinario del Creador para el hombre y la mujer pueda realizarse y obrar en toda su belleza y fortaleza en el mundo de hoy.
La liturgia de este domingo propone justamente el texto fundamental del Libro del Génesis, sobre la complementariedad y reciprocidad entre el hombre y la mujer. Por ello --dice la biblia-- el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su esposa y los dos se vuelven una sola carne, o sea una sola vida, una sola existencia. En tal unidad los cónyuges transmiten la vida a los nuevos seres humanos: se vuelven progenitores. Participan de la potencia creadora del mismo Dios.
¡Pero atención!, Dios es amor y se participa a su obra cuando se ama con Él y como Él. Con tal finalidad --dice san Pablo-- el amor ha sido puesto en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado. Y ésto es también el amor que es dado a los esposos en el sacramento del matrimonio.
Es el amor que alimenta su relación a través de alegrías y dolores, momentos serenos y difíciles. Es el amor que suscita el deseo de general hijos, de atenderlos, acogerlos, hacerlos crecer, educarlos. Es el mismo amor que en el Evangelio de hoy, Jesús manifiesta a los niños: “Dejen que los niños vengan a mi, no se lo impidan: a quien es como ellos de hecho pertenece el reino del Cielo".
Pidamos hoy al Señor que todos los papás y los educadores del mundo, como también la sociedad entera, sean instrumentos de aquella acogida, de aquel amor con el cual Jesús abraza a los más pequeños. Él mira en sus corazones la ternura y la solicitud de un padre y al mismo tiempo de una madre.
Pienso a tantos niños hambrientos, abandonados, explotados, obligados a la guerra, rechazados. Es doloroso ver las imágenes de niños infelices, con la mirada perdida, que huyen de la pobreza y los conflictos, que llaman a nuestras puertas y a nuestros corazones implorando ayuda.
El Señor nos ayude a no ser una sociedad-fortaleza, sino una sociedad-familia, capaces de acogerlos con reglas adecuadas, pero acogerlos, acogerlos siempre, con amor. Les invito a apoyar con la oración los trabajos del Sínodo, para que el Espíritu Santo vuelva a los Padres sinodales plenamente dóciles a sus inspiraciones. Invocamos la materna intercesión de la Virgen María, uniéndonos espiritualmente a quienes en este momento, en el Santuario de Pompei, recitan la 'Súplica a la Virgen del Rosario'».
(El Papa reza la oración del ángelus)
«Ayer en Santander, en España, fueron proclamados beatos, Pío Heredia y 17 compañeros y compañeras del 'Orden de los Cistercienses de estricta observancia y de San Bernardo', asesinados por su fe durante la Guerra Civil Española y la persecución religiosa de los años treinta del siglo pasado. Alabemos al Señor por estos valientes testimonios, y por su intercesión súpliquemos de librar al mundo del flagelo de la guerra.
Quiero dirigir al Señor una oración por las víctimas del alud que ha arrasado a todo un pueblo en Guatemala, así como a los del aluvión en Francia, en la Costa Azul. Estemos cerca de las poblaciones duramente golpeadas también con la solidaridad concreta.
Agradezco a todos ustedes que han venido y son tan numerosos, desde Roma, Italia y de tantas partes del mundo. Saludo a los fieles de la arquidiócesis de Paderborn en Alemania, y a los de Porto de Portugal, y al grupo del colegio Mekhitarista en Roma.
En el día de san Francisco de Asís, patrono de Italia, saludo con particular cariño a los peregrinos italianos, en particular a los fieles de Reggio Calabria, Bollate, Mozzanica, Castano Primo, Nule y Parabita. Saludo a los jóvenes de Belvedere di Spinello y a la asociación de los derechos de los peatones de Roma y del Lazio. Y a todos les deseo un buen domingo, y por favor no se olviden de rezar por mi. 'Buon pranzo e arrivederci'».
20 de septiembre 2015. Que aprendamos a ver a Jesús
en cada hombre postrado en el camino de la vida;
en cada hermano que tiene hambre o sed, que está desnudo o en la cárcel o enfermo. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. «Agradezco al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, sus amables palabras, así como a mis hermanos Obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos. Saludo también al Señor Presidente y a todas las autoridades presentes.
Hemos oído en el evangelio cómo los discípulos tenían miedo de preguntar a Jesús cuando les habla de su pasión y muerte. Les asustaba y no podían comprender la idea de ver a Jesús sufriendo en la Cruz. También nosotros tenemos la tentación de huir de las cruces propias y de las cruces de los demás, de alejarnos del que sufre.
Al concluir la santa Misa, en la que Jesús se nos ha entregado de nuevo con su cuerpo y su sangre, dirijamos ahora nuestros ojos a la Virgen, Nuestra Madre. Y le pedimos que nos enseñe a estar junto a la cruz del hermano que sufre. Que aprendamos a ver a Jesús en cada hombre postrado en el camino de la vida; en cada hermano que tiene hambre o sed, que está desnudo o en la cárcel o enfermo. Junto a la Madre, en la Cruz, podemos comprender quién es verdaderamente «el más importante», y qué significa estar junto al Señor y participar de su gloria.
Aprendamos de María a tener el corazón despierto y atento a las necesidades de los demás. Como nos enseñó en las Bodas de Caná, seamos solícitos en los pequeños de detalles de la vida, y no cejemos en la oración los unos por los otros, para que a nadie falte el vino del amor nuevo, de la alegría que Jesús nos trae.
En este momento me siento en el deber de dirigir mi pensamiento a la querida tierra de Colombia, «consciente de la importancia crucial del momento presente, en el que, con esfuerzo renovado y movidos por la esperanza, sus hijos están buscando construir una sociedad en paz». Que la sangre vertida por miles de inocentes durante tantas décadas de conflicto armado, unida a aquella del Señor Jesucristo en la Cruz, sostenga todos los esfuerzos que se están haciendo, incluso en esta bella Isla, para una definitiva reconciliación.
Y así la larga noche de dolor y de violencia, con la voluntad de todos los colombianos, se pueda transformar en un día sin ocaso de concordia, justicia, fraternidad y amor en el respeto de la institucionalidad y del derecho nacional e internacional, para que la paz sea duradera. Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación.
Les pido ahora que se unan conmigo en la plegaria a María, para poner todas nuestras preocupaciones y aspiraciones cerca del Corazón de Cristo. Y de modo especial, le pedimos por los que han perdido la esperanza, y no encuentran motivos para seguir luchando; por los que sufren la injusticia, el abandono y la soledad; pedimos por los ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes, por todas las familias en dificultad, para que María les enjugue sus lágrimas, les consuele con su amor de Madre, les devuelva la esperanza y la alegría. Madre santa, te encomiendo a estos hijos tuyos de Cuba: ¡No los abandones nunca!. Y por favor no se olviden de rezar por mi». Fuente: Zenit.
13 de septiembre de 2015 “Tomar la propia Cruz,
para acompañar a Jesús en el camino”.
Ángelus Regina Coeli Papa Francisco. ¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que en camino hacia Cesarea de Filipo, interroga a los discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo? Estos responden que algunos lo consideran Juan el Bautista resucitado, otros Elías o uno de los grandes profetas. La gente apreciaba a Jesús, lo consideraba un 'enviado de Dios', pero no lograba aún a reconocerlo como el Mesías anunciado y esperado. Y Jesús pregunta nuevamente '¿Y ustedes quien dicen que soy yo?'.
Esta es la pregunta más importante con la cual Jesús se dirige directamente a aquellos que lo han seguido, para verificar la propia fe. Pedro en nombre de todos exclama de manera espontánea: 'Tu eres el Cristo'. Jesús queda impresionado con la fe de Pedro, reconoce que ésta es fruto de una gracia especial de Dios Padre. Y entonces revela abiertamente a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, o sea que 'El Hijo del hombre deberá sufrir mucho... ser asesinado y después de tres días resucitar'.
El mismo Pedro que ha apenas profesado su fe en Jesús como el Mesías, se escandaliza de estas palabras. Llama aparte al Maestro y le reta atención. ¿Y cómo reacciona Jesús? A su vez le llama la atención a Pedro por ésto, con palabras muy severas. '¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!, --le dice Satanás-- porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres'. Jesús se da cuenta que en Pedro, como en los otros discípulos --y en cada uno de nosotros-- a la gracia del Padre se opone la tentación del maligno, que quiere distraerlo de la voluntad de Dios.
Anunciando que tendrá que sufrir y ser condenado a muerte para después resucitar, Jesús quiere hacerle entender a quienes los siguen que Él es un Mesías humilde y servidor. Es el Siervo obediente a la voluntad del Padre, hasta el sacrificio completo de la propia vida.
Por esto dirigiéndose a la toda la multitud que allí estaba, declara que quien quiere ser su discípulo tiene que aceptar ser siervo, como Él se ha hecho siervo, y advierte: 'Si alguien quiere venir atrás de mi, reniegue a sí mismo, tome su cruz y me siga'. Ponerse en el camino de Jesús significa tomar la propia cruz --todos la tenemos-- para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito o de la gloria terrenal, sino el que lleva a la verdadera libertad, la libertad del egoísmo, del pecado.
Se trata de operar un neto rechazo de aquella mentalidad mundana que pone el propio yo y los propios intereses en el centro de la existencia. No esto no es lo que Jesús quiere de nosotros. En cambio nos invita a perder la propia vida por Cristo y el evangelio, para recibirla renovada y auténtica.
Podemos estar seguros, gracias a Jesús, que este camino lleva a la resurrección, a la vida plena y definitiva con Dios. Decidir seguir a nuestro Maestro y Señor que se ha hecho siervo de todos, exige una unión fuerte con Él, escuchar con atención y asiduidad su palabra, --hay que acordarse de leer todos los días un pasaje del evangelio-- y en los sacramentos.
Hay jóvenes aquí en la plaza, yo les pregunto solamente: ¿han sentido el deseo de seguir a Jesús más de cerca? Piénsenlo, recen y dejen que el Señor les hable. La Virgen María que ha seguido a Jesús hasta el Calvario, nos ayude a purificar siempre nuestra fe de las falsas imágenes de Dios, para adherir plenamente a Cristo y a su evangelio».
El Papa reza el ángelus... y a continuación dice:
«Queridos hermanos y hermanas, hoy en Sudáfica proclaman beato al Samuel Benedict Daswa, padre de familia, asesinado en 1990 --apenas hace 25 años-- por su fidelidad al evangelio. En su vida demostró siempre gran coherencia, asumiendo con coraje actitudes cristianas y rechazando costumbres mundanas y paganas.
Su testimonio ayude especialmente a las familias a difundir la verdad y la caridad de Cristo. Y su testimonio se une al testimonio de tantos hermanos y hermanas nuestros, jóvenes, ancianos, jovencitos, niños, perseguidos, asesinados, desplazados por confesar a Jesús. A todos estos mártires, a Samuel Benedict Daswa, agradecemos su testimonio y le pedimos que rece por nosotros.
Saludo con cariño a todos los aquí presentes, romanos y peregrinos provenientes de diversos países: familias y grupos parroquiales, asociaciones. Saludo a los fieles de las diócesis de Friburgo, a la asociación 'El árbol de Zaqueo” de Aosta, a los fieles de Corte Franca y Orzinuovi, a la Acción Católica 'Ragazzi di Alpago' y al grupo de motociclistas de Ravenna.
Saludo a los maestros precarios que han venido desde Cerdeña y deseo que los problemas del mundo del trabajo sean enfrentados teniendo concretamente en cuenta la familia y sus exigencias. ¡A todos les deseo una buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi !». Y concluyó con: «Buon pranzo e arrivederci!». (Texto traducido desde el audio por ZENIT)
6 septiembre 2015.“Dios no está cerrado en sí mismo,
pero se abre y se conecta con la humanidad.”
Ángelus Regina Coeli, papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, buenos días! El evangelio de hoy (Marcos 7, 31-37) narra la curación de un sordomudo por Jesús, un evento milagroso que muestra cómo Jesús va a restablecer la comunicación plena con Dios y con los demás hombres.
El milagro se encuentra en la zona de la Decápolis, es decir, en territorio pagano completo; Por lo tanto, el sordomudo que es traído por Jesús se convierte en un símbolo de la no-creyente que hace un camino de fe. De hecho, su sordera expresa la incapacidad de escuchar y de entender no sólo las palabras de los hombres, sino también la Palabra de Dios. Y san Pablo nos recuerda que "la fe viene de la predicación" (Romanos 10:17).
La primera cosa que Jesús hace es traer al hombre lejos de la multitud no quiere dar publicidad al gesto que está a punto de cumplir, pero no quiero ni que su palabra está cubierto por el estruendo de voces y la charla del medio ambiente. La Palabra de Dios que Cristo nos da necesita silencio para ser aceptado como la palabra que sana, reconcilia y restaura la comunicación.
A continuación, se destacan dos gestos de Jesús. Él toca las orejas y la lengua del sordomudo. Para restaurar la relación con el hombre "bloqueado" en la comunicación, antes de mirar de volver a conectar. Pero el milagro es un don de lo alto, Jesús implora al Padre; por eso él mira hacia el cielo y los comandos, "Ábrete!". Y los oídos de los sordos abierta, se derrite la ligadura de su lengua y comenzó a hablar correctamente (ver v. 35).
La lección que sacamos de esto es que Dios no está cerrado en sí mismo, pero se abre y se conecta con la humanidad. En su gran misericordia, que supera el abismo de la diferencia infinita entre él y nosotros, y viene a nosotros. Para lograr esta comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: él no sólo hablar a través de la ley y los profetas, pero está presente en la persona de su Hijo, el Verbo hecho carne. Jesús es el gran "constructor de puentes", que se basa en sí mismo el gran puente de la plena comunión con el Padre.
Pero este Evangelio también nos dice: que a menudo se doblan y cerramos en nosotros mismos, y nos creamos tantas islas inaccesibles e inhóspitas. Incluso las relaciones humanas más básicas a veces crean la realidad incapaz de apertura recíproca: el par cerradas, la familia cerrada, el grupo cerró la parroquia cerrada, la casa cerrada ... Y eso no es de Dios! Este es nuestro, es nuestro pecado.
Sin embargo, el origen de nuestra vida cristiana, en el bautismo, es sólo el gesto y las palabras de Jesús: "Ephphatha - le abrirá." Y el milagro se produjo: fuimos nosotros curados de la sordera y la mudez del cierre del egoísmo y el pecado, y se incluyeron en la gran familia de la Iglesia; Podemos escuchar a Dios que nos habla y habla su palabra a aquellos que nunca han oído, o que han olvidado y enterrado bajo los problemas espinosos y engaños del mundo.
Pedimos a la Virgen Santísima, mujer de la escucha y alegre testimonio nos apoya en el compromiso de profesar nuestra fe y comunicar las maravillas del Señor a los que encontramos en nuestro camino.
30 de agosto de 2015. Da escándalo un cristiano que va
a misa pero no se comporta como tal.
Ángelus Regina Coeli, papa Francisco. «El evangelio de este domingo presenta una disputa entre Jesús y algunos fariseos y escribas. La discusión se refiere a la “tradición de los antepasados” (Mc 7,3) que Jesús citando al profeta Isaías define “preceptos humanos”. Y que no deben nunca tomar el “mandamiento de Dios”. Las antiguas prescripciones en cuestión incluían no solamente los preceptos de Dios revelados a Moisés, sino una serie de detalles que especificaban las indicaciones de la ley de Moisés.
Los interlocutores aplicaban tales normas de manera muy escrupulosa y las presentaban como expresión de la auténtica religiosidad. Por lo tanto reprenden a Jesús y a sus discípulos por la trasgresión de éstas, en particular las que se refieren a la purificación exterior del cuerpo.
La respuesta de Jesús tiene la fuerza de un pronunciamiento profético: “Dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres». Son palabras que nos llenan de admiración por nuestro Maestro: sentimos que en Él está la verdad y que su sabiduría nos libera de los prejuicios.
¡Pero atención!, con estas palabras Jesús quiere ponernos en guardia, hoy, ¿no? del pensar que la observancia exterior de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos. Como entonces para los fariseos, existe también para nosotros el peligro de considerar que estamos bien o que somos mejores de los otros por el simple hecho de observar determinadas reglas, costumbres, aunque no amemos al prójimo, seamos duros de corazón y orgullosos.
La observancia literal de los preceptos es algo estéril si no se cambia el corazón y no se traduce en actitudes concretas: abrirse al encuentro con Dios y su palabra, buscar la justicia y la paz, ayudar a los pobres, los débiles y los oprimidos.
Todos sabemos, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestros barrios, el mal que hace a Iglesia y el escándalo dado por aquellas personas que se dicen muy católicas, que van con frecuencia a la Iglesia, pero que después en su vida cotidiana descuidan la familia, hablan mal de los otros, etc. Esto es lo que Jesús condena, porque esto es un anti testimonio cristiano.
Siguiendo en su exhortación, Jesús focaliza la atención en otro aspecto más profundo y afirma: “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo vuelve impuro es aquello que sale del hombre”. De esta manera subraya el primado de la interioridad del 'corazón': no son las cosas exteriores que nos hacen santos o no santos, sino el corazón que expresa nuestras intenciones, nuestros deseos y el deseo de hacer todo por amor de Dios.
Las actitudes exteriores son la consecuencia de lo que hemos decidido en el corazón, y no lo contrario. Con actitudes exteriores, si el corazón no cambia, no somos verdaderos cristianos. La frontera entre el bien y el mal no pasa afuera de nosotros, sino más bien dentro de nosotros, de nuestra conciencia.
Podemos preguntarnos: ¿Dónde está mi corazón? Jesús decía: tu tesoro está donde está tú corazón. ¿Cuál es mi tesoro? ¿Es Jesús y su doctrina? ¿El corazón es bueno o el tesoro es otra cosa? Por lo tanto es el corazón el que tiene que ser purificado y convertirse. Sin un corazón purificado, no se pueden tener nunca las manos verdaderamente limpias y los labios que pronuncien palabras sinceras de amor, de misericordia y de perdón.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen Santa, de darnos un corazón puro, libre de toda hipocresía, este es el adjetivo que Jesús dice a los fariseos: 'hipócritas', porque dicen una cosa y hacen otra. Libres de toda hipocresía para que así seamos capaces de vivir según el espíritu de la ley y alcanzar su fin, que es el amor».
El Papa reza el ángelus y a continuación dice: «Ayer en Harisa, en el Líbano, fue proclamado beato el obispo siro-católico Flaviano Miguel Melki, mártir. En el contexto de una tremenda persecución contra los cristianos, él fue defensor incansable de los derechos de su pueblo, exhortando a todos a que permanecieran firmes en la fe.
También hoy, queridos hermanos y hermanas, en Oriente Medio y en otras partes del mundo los cristianos son perseguidos. La beatificación de este obispo mártir infunda en ellos consolación, coraje y esperanza. Hay más mártires de los que hubo en los primeros siglos.
Pero sea también un estímulo a los legisladores y gobernantes para que sea asegurada en todas partes la libertad religiosa; y a la comunidad internacional le pido que haga algo para que se ponga fin a las violencias y abusos. Lamentablemente también en los días pasados, numerosos inmigrantes han perdido la vida en sus terribles viajes. Para todos estos hermanos y hermanas, rezo e invito a rezar. En particular me uno al cardenal Schönborn --que hoy está aquí presente-- y a toda la Iglesia en Austria, en la oración por las 71 víctimas entre las cuales 4 niños, encontradas en un camión en el autopista Budapest-Viena. Encomendamos cada una de ellas a la misericordia de Dios, y a Él le pedimos de ayudarnos a cooperar con eficacia para impedir estos crímenes que ofenden a toda la familia humana. Recemos en silencio por estos inmigrantes que sufren y por aquellos que han perdido la vida (Instantes de silencio). Saludo a los peregrinos que provienen de Italia y desde tantas partes del mundo, (Traducido por ZENIT desde el audio)
23 de agosto de 2015. Quién es Jesús para mí.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Concluye hoy la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, con el discurso sobre el Pan de la vida, pronunciado por Jesús, al día siguiente del milagro de la multiplicación de los panes y peces. Al final de este discurso, el gran entusiasmo del día anterior se apagó, porque Jesús había dicho que era el Pan bajado del cielo y que daba su carne como alimento y su sangre como bebida, aludiendo así claramente al sacrificio de su misma vida. Estas palabras suscitaron desilusión en la gente, que las juzgó indignas del Mesías, no ‘ganadoras’.
Así, algunos miraban a Jesús como a un mesías que debía hablar y actuar de modo que su misión tuviera éxito, ¡enseguida!
¡Pero, precisamente sobre esto se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías!
Ni siquiera los discípulos logran aceptar ese lenguaje, lenguaje inquietante del Maestro. Y el pasaje de hoy cuenta su malestar: “¡Es duro este lenguaje! --decían-- ¿Quién puede escucharlo?”.
En realidad, ellos entendieron bien las palabras de Jesús. Tan bien que no quieren escucharlo, porque es un discurso que pone en crisis su mentalidad. Siempre las palabras de Jesús nos ponen en crisis; en crisis, por ejemplo, ante el espíritu del mundo, a la mundanidad. Pero Jesús ofrece la clave para superar la dificultad; una clave hecha con tres elementos. Primero, su origen divino: Él ha bajado del cielo y subirá allí donde estaba antes.
Segundo, sus palabras se pueden comprender solo a través de la acción del Espíritu Santo, Aquel que “da la vida”. Y es precisamente el Espíritu Santo el que nos hace comprender bien a Jesús.
Tercero: la verdadera causa de la incomprensión de sus palabras es la falta de fe: “hay entre ustedes algunos que no creen”, dice Jesús. En efecto, desde ese momento, dice el Evangelio, “muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”. Ante estas defecciones, Jesús no hace descuentos y no atenúa sus palabras, aún más obliga a realizar una opción precisa: o estar con Él o separarse de Él, y dice a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”.
En ese momento, Pedro hace su confesión de fe en nombre de los otros Apóstoles: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. No dice: “¿dónde iremos?”, sino “¿a quién iremos?”. El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro, nosotros comprendemos que la fidelidad a Dios es cuestión de fidelidad a una persona, con la cual nos unimos para caminar juntos por el mismo camino. Y esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus palabras de vida eterna!
Creer en Jesús significa hacer de Él el centro, el sentido de nuestra vida. Cristo no es un elemento accesorio: es el “pan vivo”, el alimento indispensable. Unirse a Él, en una verdadera relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino ser profundamente libres, siempre en camino.
Cada uno de nosotros puede preguntarse, ahora: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, es una idea, es un personaje histórico solamente? O es verdaderamente aquella persona que me ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo. ¿Para ti quién es Jesús? ¿Estás con Jesús? ¿Intentas conocerlo en su palabra? ¿Lees el Evangelio todos los días, un pasaje del Evangelio, para conocer a Jesús? ¿Llevas el pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, para leerlo, en todas partes? Porque cuanto más estamos con Él, más crece el deseo de permanecer con él. Ahora les pediré amablemente, hagamos un momentito de silencio y cada uno de nosotros en silencio, en su corazón, se pregunte: ¿quién es Jesús para mí? En silencio, cada uno responda, en su corazón: ¿quién es Jesús para mí?
Que la Virgen María nos ayude a “ir” siempre a Jesús, para experimentar la libertad que Él nos ofrece, y que nos consiente limpiar nuestras opciones de las incrustaciones mundanas y también de los miedos. Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana: Ángelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, el Pontífice renovó su llamamiento para que se respeten los acuerdos de paz en Ucrania:
16 de agosto de 2015. La Eucaristía no es una oración privada o
una bonita experiencia espiritual,
no es una simple conmemoración
de lo que Jesús hizo en la Última Cena.
La Eucaristía es memorial que actualiza y hace presente la muerte y resurrección de Jesús. Ángelus Regina Coeli Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En estos domingos, la Liturgia nos está proponiendo, del Evangelio de Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, que es Él mismo y que es también el sacramento de la eucaristía. El pasaje de hoy (Jn 6, 51 -58) presenta la última parte de este discurso, y habla de algunos que se escandalizaron porque Jesús dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). El estupor de los oyentes es comprensible; Jesús, de hecho, usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente --y también en nosotros-- preguntas y, al final, una decisión. Primero de todo las preguntas: ¿qué significa “comer la sangre y beber la sangre” de Jesús? ¿es solo una imagen, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús mientras parte el pan entre la multitud hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en “signo” del Sacrificio que le espera. Este proceso tiene su cúlmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en su Cuerpo y su Sangre. Y la eucaristía, que Jesús nos deja con un fin preciso: que nosotros podamos convertirnos en una sola cosa con Él. De hecho dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (v. 56). Ese permanecer en Jesús y Jesús en nosotros. La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro “sí”, nuestra adhesión a la fe.
A veces, se escucha sobre la santa misa esta objeción: “¿Para qué sirve la misa? Yo voy a la iglesia cuando me apetece, y rezo mejor en soledad”. Pero la eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que la eucaristía es “memorial”, o sea, un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros.
La eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos de ese “Pan de vida” significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor oblativo y convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que Jesús ha hecho.
Jesús concluye su discurso con estas palabras: “Quien come este pan tendrá vida eterna” (Jn 6, 58). Sí, vivir en comunión real con Jesús sobre esta tierra, nos hace pasar de la muerte a la vida. Y el Cielo empieza precisamente en esta comunión con Jesús. En el Cielo nos espera ya María nuestra Madre --ayer celebramos este misterio. Ella nos obtenga la gracia de nutrirnos siempre con fe de Jesús, Pan de vida.
Palabras del Santo Padre después del ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos con afecto, romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones, los jóvenes. Saludo al grupo folclórico “Organización de arte y cultura mexicana”, los jóvenes de Verona que están viviendo una experiencia de fe en Roma, y los fieles de Beverare.
Dirijo un saludo especial a los numerosos jóvenes del Movimiento Juvenil Salesiano, reunidos en Turín en los lugares de San Juan Bosco para celebrar el bicentenario de su nacimiento; les animo a vivir en lo cotidiano la alegría del Evangelio para generar esperanza en el mundo. Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, ¡no os olvidéis de rezar por mí! ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
9 de agosto 2015. Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco.
“No basta encontrar a Jesús para creer en Él“
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este domingo prosigue la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, donde Jesús, habiendo cumplido el gran milagro de la multiplicación de los panes, explica a la gente el significado de aquel “signo” (Jn 6,41-51).Como había hecho antes con la Samaritana, a partir de la experiencia de la sed y del signo del agua, aquí Jesús parte de la experiencia del hambre y del signo del pan, para revelarse e invitarnos a creer en Él.
La gente lo busca, la gente lo escucha, porque se ha quedado entusiasmada con el milagro, ¡querían hacerlo rey! Pero cuando Jesús afirma que el verdadero pan, donado por Dios, es Él mismo, muchos se escandalizan, no comprenden, y comienzan a murmurar entre ellos: “De él --decían--, ¿no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'? (Jn 6,42)”. Y comienzan a murmurar. Entonces Jesús responde: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió”, y añade “el que cree, tiene la vida eterna” (vv 44.47).
Nos sorprende, y nos hace reflexionar esta palabra del Señor: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre”, “el que cree en mí, tiene la vida eterna”. Nos hace reflexionar. Esta palabra introduce en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana, todos nosotros, y la persona de Jesús, donde el Padre juega un papel decisivo, y naturalmente, también el Espíritu Santo, que está implícito aquí. No basta encontrar a Jesús para creer en Él, no basta leer la Biblia, el Evangelio, eso es importante ¿eh?, pero no basta. No basta ni siquiera asistir a un milagro, como el de la multiplicación de los panes. Muchas personas estuvieron en estrecho contacto con Jesús y no le creyeron, es más, también lo despreciaron y condenaron. Y yo me pregunto: ¿por qué, esto? ¿No fueron atraídos por el Padre? No, esto sucedió porque su corazón estaba cerrado a la acción del Espíritu de Dios. Y si tú tienes el corazón cerrado, la fe no entra. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús. Somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos.
En cambio la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el rostro de Dios y en sus palabras la palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y ahí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe.
Entonces, con esta actitud de fe, podemos comprender el sentido del “Pan de la vida” que Jesús nos dona, y que Él expresa así: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). En Jesús, en su “carne” --es decir, en su concreta humanidad-- está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna.
Aquella que ha vivido esta experiencia en modo ejemplar es la Virgen de Nazaret, María: la primera persona humana que ha creído en Dios acogiendo la carne de Jesús. Aprendamos de Ella, nuestra Madre, la alegría y la gratitud por el don de la fe. Un don que no es “privado”, un don que no es “propiedad privada”, sino que es un don para compartir: es un don “para la vida del mundo”. Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana: Angelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, el Papa recordó a Hiroshima y Nagasaki en el 70 aniversario del trágico suceso. Fuente: Zenit.
2 de agosto 2015 Me buscan no porque han visto signos °°°°
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. «Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En este domingo continua la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan. Después de la multiplicación de los panes, la gente había iniciado a buscar a Jesús y finalmente lo encuentra en Cafarnaún. Él entiende bien el motivo de tanto entusiasmo por seguirlo y lo revela con claridad:
“Me buscan no porque han visto signos, sino porque han comido de aquellos panes y se han saciado”.
En realidad esas personas lo siguen por el pan material que el día anterior había saciado su hambre, cuando Jesús había realizado la multiplicación de los panes. No habían entendido que ese pan partido para tantos, para muchos, era la expresión del amor del mismo Jesús. Han dado más valor a aquellos panes que a su donador.
Delante a esta ceguera espiritual, Jesús evidencia la necesidad de ir más allá del don y descubrir al donador. Dios mismo es el don y el donador. Y así en aquel pan, en aquel gesto, la gente puede encontrar a Aquel que lo da, que es Dios.
Invita a abrirse a una perspectiva que no es solamente la de las preocupaciones cotidianas: el comer, vestir, el éxito, la carrera. Jesús habla de otro alimento, habla de un alimento que no se corrompe y que es necesario buscar y acoger. Él exhorta: “Empéñense no por el alimento que no dura, pero por el alimento que queda para la vida eterna y que el Hijo del hombre dará. O sea busquen la salvación, el encuentro con Dios.
Con estas palabras nos quiere hacer entender que más allá del hambre físico el hombre lleva consigo otro hambre --todos tenemos este hambre-- un hambre más importante que no puede ser saciado con el alimento normal. Se trata de hambre de vida, hambre de eternidad que solamente Él puede satisfacer en cuanto es 'el pan de vida'.
Jesús no elimina la preocupación y la búsqueda del alimento cotidiano, no, no elimina la preocupación de todo esto que puede volver la vida más avanzada. Pero Jesús nos recuerda que el verdadero significado de nuestra existencia terrena está al final en la eternidad, está en el encuentro con Él, que es don y donador. Y nos recuerda también que la historia humana con sus sufrimientos y sus alegría tiene que ser vista en un horizonte de eternidad, o sea en aquel horizonte del encuentro definitivo con Él.
Y este encuentro nos ilumina durante todos los días de nuestra vida. Si pensamos a este encuentro, a este gran don, los pequeños dones de la vida, también los sufrimientos, las preocupaciones serán iluminadas por la esperanza de este encuentro. 'Yo soy el pan de vida, quien viene a mi no tendrá más hambre y quien cree en mi no tendrá nunca sed. Esta es la referencia a la Eucaristía, el don más grande que sacia el alma y el cuerpo.
Encontrar y acoger en nosotros a Jesús, “pan de vida”, da significado y esperanza en el camino habitualmente tortuoso de la vida. Pero este 'pan de vida' nos ha sido dado con una tarea: para que podamos saciar al mismo tiempo el hambre espiritual y material de nuestros hermanos, anunciando el Evangelio por todas partes.
Con el testimonio de nuestra actitud fraterna y solidaria hacia el prójimo, volvamos presente a Cristo y su amor en medio de los hombres. La Virgen Santa nos ayude en la búsqueda y en seguir a su hijo Jesús, el pan verdadero, el pan vivo que no se corrompe y dura en la vida eterna».
El papa ha rezado el ángelus y a continuación ha dicho las siguientes palabras: «Queridos hermanos y hermanas, les dirijo mi saludo a todos ustedes, fieles de Roma y peregrinos de diversos países.
Saludo a los jóvenes españoles de Zizur Mayor, Elizondo y Pamplona, y también a los italianos de Badia, San Matteo della Décima, Zugliano y Grumolo Pedemonte. Y saludo la peregrinación a caballo de la 'Archicofradía Parte Guelfa' de Florencia.
Hoy se recuerda el perdón de Asís. Es un fuerte llamado para acercarnos al Señor en el sacramento de la misericordia y también para recibir la comunión. Hay gente que tiene miedo de acercarse a la confesión olvidándose que allí no encontramos a un juez severo sino al Padre inmensamente misericordioso.
Es verdad que cuando vamos al confesionario sentimos un poco de vergüenza, y esto nos sucede a todos, a todos nosotros, pero tenemos que recordar que también esta vergüenza es una gracia que nos prepara al abrazo del Padre que siempre perdona y siempre perdona todo. A todos ustedes les deseo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. 'Buon pranzo' y 'buona domenica' Fuente: Zenit.
26 de julio 2015 El Papa recuerda que Jesús
no es solamente sanador sino maestro.
Ángelus regina coeli. Queridos hermanos y hermanas, buenos días. El Evangelio de este domingo (Jn 6, 1-15) presenta el gran signo de la multiplicación de los panes, en la narración del evangelista Juan. Jesús está en la orilla del lago Galilea, y está rodeado por “una gran multitud” atraída por “los signos que realizaba sobre los enfermos". En Él actúa la potencia misericordiosa de
Dios, que sana de todo mal de cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es solo sanador, es también maestro: de hecho sube al monte y se siente, en la típica actitud de maestro cuando enseña: sube sobre esa “cátedra” natural creada por su Padre celeste. Es este punto, Jesús, que sabe bien lo que va a hacer, pone a prueba a sus discípulos. ¿Qué hacer para dar de comer a toda esta gente? Felipe, uno de los Doce, hizo un cálculo rápido: organizando una colecta, se podrán recoger como máximo doscientos denarios para comprar pan, y aun así no bastaría para alimentar a cinco mil personas.
Los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica de comprar la sustituye con la del dar. Las dos lógicas, la del comprar y la del dar. Y así, Andrés, otro de los apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un joven que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos peces; pero seguro --dice Andrés-- no son nada para esa multitud (cfr v. 9). Pero Jesús esperaba precisamente esto. Ordena a los discípulos que hagan sentarse a la gente, después tomó esos panes y esos peces, dio gracias al Padre y los distribuyó (cfr v. 11). Estos gestos anticipan los de la Última Cena, que dan al pan de Jesús su significado más profundo y verdadero. El pan de Dios y Jesús mismo. Haciendo la Comunión con Él, recibimos su vida en nosotros y nos hacemos hijos del Padre celeste y hermanos entre nosotros. Haciendo la Comunión nos encontramos con Jesús realmente vivo y resucitado. Participar en la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, del compartir. Y aunque seamos pobres, todos podemos dar algo. “Hacer la Comunión” significa también obtener de Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los otros lo que somos y lo que tenemos.
La multitud se conmueve por el prodigio de la multiplicación de los panes, pero el don que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no solo el hambre material, sino esa más profunda, el hambre del sentido de la vida, el hambre de Dios. Frente al sufrimiento, la soledad, la pobreza y las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros?
Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer ese poco que tenemos. Seguramente tenemos alguna hora de tiempo, algún talento, alguna capacidad… ¿Quién de nosotros no tiene sus “cinco panes y dos peces”? Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarán para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y de alegría.
¡Cuánto es necesaria la alegría en este mundo! Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don.
Nuestra oración apoye el compromiso común para no falte nunca a nadie el Pan del cielo que da vida eterna y lo necesario para una vida digna, y se afirme la lógica del compartir y el amor. La Virgen María nos acompañe con su materna intercesión.
Después del ángelus, Queridos hermanos y hermanas, hoy se abren las inscripciones para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar el año que viene en Polonia. He querido abrir yo mismo las inscripciones y por eso he hecho venir junto a mí a un joven y una joven para que estén conmigo en el momento de abrir las inscripciones aquí delante de vosotros. (El Papa hace la inscripción desde una tablet) ¡
19 de julio 2015. Ver, tener compasión y enseñar.
Ángelus Regina Coeli Papa Francisco.
«Queridos hermanos y hermanas. Buenos días. ¡Veo que son muy valientes con este calor de playa. Felicitaciones! El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio.
Entonces les lleva a aparte, un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. “Muchos entretanto los vieron partir y entendieron... y los anticiparon”.
Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, 'fotografiando' por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”.
Retomemos los tres verbos de este sugestivo fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Los podemos llamar los 'verbos del Pastor'. El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud de Jesús: de hecho su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter, porque Él mira siempre “con los ojos de corazón”.
Estos dos verbos: 'ver' y 'tener compasión', configuran a Jesús como el Buen Pastor. También su compasión no es solo un sentimiento humano, pero es la conmoción del Mesías en la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra.
O sea, enseñar la palabra de Dios a la gente. Jesús ve; Jesús tiene compasión; Jesús enseña. ¡Que bello es esto! Y he pedido al Señor que el espíritu de Jesús, el Buen Pastor, me guiase durante el viaje apostólico que realicé los días pasados en América Latina, que me permitió visitar Ecuador, Bolivia y Paraguay.
Agradezco a Dios con todo el corazón por este don. Agradezco a los pueblos de estos tres países, su cariñosa y calurosa acogida y por su entusiasmo. Y renuevo mi agradecimiento a las autoridades de estos países por su acogida y colaboración. Con gran cariño agradezco a mis hermanos obispos, sacerdotes, a las personas consagradas y a todas las poblaciones por el calor humano con el que han participado.
Con estos hermanos y hermanas he alabado al Señor por las maravillas que ha obrado en el Pueblo de Dios en camino en aquellas tierras. Por la fe que ha animado y anima su vida y su cultura. Y lo hemos alabado también por las bellezas naturales con las cuales ha enriquecido a estos países.
El continente latinoamericano tiene grandes potencialidades humanas y espirituales, custodia los valores cristianos profundamente radicados, pero vive también graves problemas sociales y económicos.
Para contribuir a su solución, la Iglesia está empeñada en movilizar las fuerzas espirituales y morales de sus comunidades, colaborando con todas las componentes de la sociedad.
Ante los grandes desafíos que el anuncio del Evangelio tiene que enfrentar, he invitado a alcanzar de Cristo Señor, la gracia que salva y que da fuerzas al empeño del testimonio cristiano, a desarrollar la difusión de la palabra de Dios, para que la importante religiosidad de aquellas poblaciones pueda siempre ser testimonio fiel del Evangelio.
A la materna intercesión de la Virgen María, que toda América latina venera como patrona con el título de Nuestra Señora de Guadalupe, confío los frutos de este inolvidable viaje apostólico».
Después de rezar el ángelus el Papa dice las siguientes palabras. «Queridos hermanos y hermanas. Saludo a todos cordialmente, romanos y peregrinos. Saludo en particular a los jóvenes de la Diócesis Pamplona y Tudena, de España. Saludo a las hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret reunidas en Roma con motivo del capítulo general. Fuente: Zenit.
29 de junio 2015. "Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Como sabéis, la Iglesia universal celebra hoy
la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo,
pero esta se vive con una alegría particular en la Iglesia de Roma, porque en su testimonio, sellado con la sangre, tiene sus propios cimientos. Roma siente especial afecto y reconocimiento por estos hombres de Dios, que vinieron de una tierra lejana a anunciar, a costa de su vida, aquel Evangelio de Cristo al que se habían dedicado totalmente.
La gloriosa herencia de estos dos apóstoles es motivo de orgullo espiritual para Roma y, al mismo tiempo, es una llamada a vivir las virtudes cristianas, de modo particular la fe y la caridad. La fe en Jesús cual Mesías e Hijo de Dios, que Pedro profesó primero y que Pablo anunció a la gente; y la caridad, que che esta Iglesia está llamada a servir con horizonte universal.
En la oración del Ángelus, en el recuerdo de los santos Pedro y Pablo, asociamos el de María, imagen viva de la Iglesia, esposa de Cristo, que los dos apóstoles “fecundaron con su sangre”.
Pedro conoció personalmente a María y en su diálogo con ella, especialmente en los días que precedieron Pentecostés, pudo profundizar el conocimiento del misterio de Cristo. Pablo, al anunciar el cumplimiento del plan salvífico “en la plenitud de los tiempos”, no dejó de recordar a la “mujer” de la que el Hijo de Dios había nacido en el tiempo.
En la evangelización de los dos apóstoles aquí, en Roma, también están las raíces de la profunda y secular devoción de los romanos a la Virgen, invocada especialmente come Salus Populi Romani.
María, Pedro y Pablo son nuestros compañeros de viaje en la búsqueda de Dios; son nuestras guías en el camino de la fe y la santidad; ellos nos impulsan hacia Jesús, para hacer todo lo que Él nos pide. Invoquemos su ayuda para que nuestro corazón esté siempre abierto a las sugerencias del Espíritu Santo y al encuentro con los hermanos.
En la celebración Eucarística, que tuvo lugar esta mañana en la basílica de San Pedro, he bendecido los palios de los arzobispos metropolitanos nombrados en el último año, procedentes de varias partes del mundo. Renuevo mi saludo y mis felicitaciones a ellos, a sus familiares y a cuantos los acompañan en esta significativa circunstancia, y deseo que el palio, además de acrecentar los lazos de comunión con la Sede de Pedro, sea un aliciente para un servicio cada vez más generoso a las personas encomendadas a su celo pastoral.
En la misma liturgia, tuve el placer de saludar a los miembros de la delegación que ha venido a Roma en nombre del patriarca ecuménico, el queridísimo hermano Bartolomé I, para participar, como cada año, en la fiesta de los santos Pedro y Pablo. También esta presencia es signo de los vínculos fraternos existentes entre nuestras Iglesias. Recemos para que se refuerce entre nosotros el camino de la unidad.
Nuestra oración hoy es sobre todo por la ciudad de Roma, por su bienestar espiritual y material. La gracia divina sostenga a todo el pueblo romano, para que viva en plenitud la fe cristiana, que testimoniaron con intrépido ardor los santos Pedro y Pablo. Que interceda por nosotros la Santísima Virgen, Reina de los Apóstoles".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la tradicional oración mariana: Angelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa: ¡Buen almuerzo y hasta pronto!" (Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
28 de junio de 2015. Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco.
Quien está desesperado y cansado hasta la muerte,
si se encomienda a Jesús y a su amor
puede recomenzar a vivir.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!. El Evangelio de hoy presenta la historia de la resurrección de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga, el cual se postra a los pies de Jesús y le suplica: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva” (Marcos 5,23). En esta oración escuchamos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus hijos. Pero escuchamos también la gran fe que ese hombre tiene en Jesús. Y cuando llega la noticia de que la niña está muerta, Jesús le dice: “No temas; basta que tengas fe” (v.36). Da aliento esta palabra de Jesús, y también nos lo dice a nosotros muchas veces. ‘No temas, basta que tengas fe’. Al entrar en la casa, el Señor echa a la gente que llora y grita y se dirige a la niña muerta diciendo: “Niña, yo te digo: ¡álzate!” (v.41). Y en seguida la niña se alzó y se puso a caminar. Aquí se ve el poder absoluto de Jesús sobre la muerte que para Él es como un sueño del cual poder despertarse. Jesús ha vencido a la muerte, también tiene poder sobre la muerte física.
Dentro de esta historia, el Evangelista introduce otro episodio: la sanación de una mujer que desde hace doce años sufría pérdidas de sangre. A causa de esta enfermedad que, según la cultura del tiempo la hacía “impura”, ella debía evitar todo contacto humano: pobrecilla, estaba condenada a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio de la multitud que sigue a Jesús, se dice a sí misma: “Si logro tan solo tocarle sus vestidos, seré salvada” (v.28). Y así fue: la necesidad de ser liberada la empuja a osar y la fe “arranca”, por así decir, al Señor la sanación. Quien cree “toca” a Jesús y espera de Él la Gracia que salva. La fe es esto, tocar a Jesús y esperar de él la Gracia que salva, nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos problemas. Jesús se da cuenta y, en medio de la gente, busca el rostro de esa mujer. Ella se adelanta temblando y Él le dice: “Hija, tu fe te ha salvado” (v.34). Es la voz del Padre celeste que habla en Jesús: “¡Hija, no eres maldita, no eres excluida, eres mi hija!” Cada vez que Jesús se acerca a nosotros, cuando nosotros vamos a Él con fe. Escuchamos esto del Padre: ‘hijo, tú eres mi hijo, tú eres mi hija, eres salvado, eres salvada. Yo perdono a todos, todo, yo sano a todos y todo’.
Estos dos episodios --una sanación y una resurrección-- tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una pregunta, una pregunta para hacernos: ¿creemos que Jesús nos puede sanar y nos puede despertar de la muerte? Todo el Evangelio está escrito a la luz de esta fe: Jesús ha resucitado, ha vencido a la muerte y por su victoria también nosotros resucitaremos. Esta fe, que para los primeros cristianos era segura, puede nublarse y hacerse incierta, hasta el punto que algunos confunden resurrección con reencarnación. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a vivir en la certeza de la resurrección: Jesús es el Señor, tiene poder sobre el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos a la casa del Padre, donde reina la vida. Y allí nos encontraremos todos, todos los que estamos aquí en la plaza hoy, nos encontraremos en la Casa del Padre, en la vida que Jesús nos dará.
La Resurrección de Cristo actúa en la historia como principio de renovación y de esperanza. Quien está desesperado y cansado hasta la muerte, si se encomienda a Jesús y a su amor puede recomenzar a vivir. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra humanidad; y quien cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en cada situación, para hacer experimentar a todos, especialmente a los más débiles, el amor de Dios que libera y salva.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, el don de una fe fuerte y valiente, que nos empuja a ser difusores de esperanza y de vida entre nuestros hermanos. Al finalizar el ángelus, el Santo Padre ha añadido: Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos. Fuente: Zenit.
14 de junio de 2015. Es Dios quien hace crecer su Reino.
Ángelus Regina Coeli, papa Francisco. «Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece por sí, y la del grano de mostaza (cfr Marcos 4,26–34). A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro empeño en la historia.
En la primera parábola centra atención sobre el hecho que la semilla echada en la tierra, prende y se desarrolla por sí misma, sea que el campesino duerma o esté despierto. Él confía en la potencia interna de la misma semilla y en la fertilidad del terreno.
En el lenguaje evangélico la semilla es símbolo de la palabra de Dios, cuya fecundidad es invocada por esta parábola. Así como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra obra con la potencia de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, o sea a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad.
Podemos tener confianza, porque la palabra de Dios es palabra creadora, destinada a volverse 'el grano lleno en la espiga'. Esta parábola si es acogida, trae seguramente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de una manera que no conocemos. Y de una manera que no sabemos.
Todo esto nos hace entender que es siempre Dios, que es siempre Dios quien hace crecer su Reino. Por esto rezamos tanto, 'Qué venga tu Reino'. Es él quien lo hace crecer, el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera con paciencia los frutos.
La palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí quiero recordarles la importancia de tener el Evangelio, la Biblia al alcance de mano. El Evangelio pequeño en la cartera, en el bolsillo, de nutrirnos cada día con esta palabra viva de Dios. Leer cada día un párrafo del Evangelio o un párrafo de la Biblia. Por favor no se olviden nunca de esto, porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios.
La segunda parábola utiliza la imagen del grano de mostaza. Si bien es el más pequeño de todas las semillas está lleno de vida y crece hasta volverse 'más grande que todas las plantas de huerto'.
Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a ser parte es necesario ser pobres en el corazón; no confiarse en las propias capacidades sino en la potencia del amor de Dios; no actuar para ser importantes a los ojos de mundo, sino preciosos a los ojos de Dios, que tiene predilección por simples y los humildes.
Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar a toda la masa del mundo y de la historia.
De estas dos parábolas nos viene una enseñanza importante: el Reino de Dios pide nuestra colaboración, si bien es sobretodo iniciativa y un don del Señor. Nuestra débil obra aparentemente pequeña delante de los problemas del mundo, si se inserta en la de Dios y no tiene miedo de las dificultades.
La victoria del Señor es segura, su amor hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y al optimismo a pesar de los dramas, las injusticias, y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios.
La Virgen santa, que ha acogido como 'tierra fecunda' la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que nunca nos desilusiona».
El papa Francisco ha rezado el ángelus y después ha dicho las siguientes palabras
«Queridos hermanos y hermanas, hoy es la Jornada mundial de los donantes de sangre. Millones de personas contribuyen de manera silenciosa para ayudar a los hermanos en dificultad. A todos los donantes les expreso mi aprecio e invito a los jóvenes a que sigan su ejemplo.
Saludo a todos ustedes, queridos romanos y peregrinos: grupos parroquiales, familias y asociaciones. En particular saludo a los fieles que llegaron desde Debrecen (Hungheria), de Malta, de Houston (Estados Unidos) y de Panamá. Y de Italia a los files de Altamura, Angri, Treviso y Osimo. Un pensamiento especial a la comunidad de los rumanos católicos que viven en Roma y a los jóvenes de la confirmación de Cerea.
Saludo al grupo de recuerda a todas las personas que han desaparecido y les aseguro mi oración. Y estoy además cercano a todos los trabajadores que defienden de manera solidaria el derecho al trabajo, que es un derecho a la dignidad.
Como ya ha sido anunciado, el jueves próximo será publicada una Carta Encíclica sobre la defensa de lo creado”, e invitó “a acompañar este evento con una renovada atención a la situación del degrado ambiental, pero también de recuperación de los propios territorios.
Esta encíclica está dirigida a todos. Recemos para que todos puedan recibir su mensaje y crecer en la responsabilidad hacia la casa común que Dios nos ha confiado». Y a todos ustedes les deseo un buen domingo, y por favor no se olviden de rezar por mí. Y concluyó con su “buon pranzo e arrivederci”.
7 de junio de 2015. Corpus Domini.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Se celebra hoy en muchos países, entre ellos Italia, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, o, según la expresión en latín más conocida, del Corpus Domini
El Evangelio presenta el pasaje de la institución de la Eucaristía, realizada por Jesús durante la Última Cena, en el cenáculo de Jerusalén. La vigilia de su muerte redentora en la cruz, Él realizó lo que había predicho: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo...El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él (Juan 6,51.56), así ha dicho el Señor. Jesús toma entre las manos el pan y dice “Tomad, esto es mi Cuerpo” (Marcos 14,22). Con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que ya no es la de simple alimento físico, sino la de hacer presente su Persona en medio de la comunidad de los creyentes.
La Última Cena representa el punto de llegada de toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su sacrificio que se cumplirá en la cruz, sino también síntesis de una existencia ofrecida por la salvación de toda la humanidad. Por tanto, no basta afirmar que en la Eucaristía Jesús está presente, sino que es necesario ver en ella la presencia de una vida donada y participar de ella. Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todos a los más pobres.
La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos impulsa a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos viene al encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre que implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la Salvación, que no tiene fe. Está en cada ser humano, también en el más pequeño e indefenso.
La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo ya no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy sabemos es un problema cada vez más grave.
La fiesta del Corpus Domini inspire y alimente cada vez más a cada uno de nosotros el deseo y el compromiso por una sociedad acogedora y solidaria. Pongamos estos deseos en el corazón de la Virgen María, Mujer eucarística. Ella suscite en todos la alegría de participar en la Santa Misa, especialmente el domingo, y la valentía alegre de testimoniar la infinita caridad de Cristo.
(Oración del ángelus)
Queridos hermanos y hermanas,
Leó allí “bienvenido”. Gracias. Porque ayer viajé a Sarajevo, en Bosnia-Herzegovina, como peregrino de paz y de esperanza. Sarajevo es una ciudad símbolo. Durante siglos ha sido lugar de convivencia entre pueblos y religiones, tanto como para ser llamada “Jerusalén de occidente”. En el pasado reciente se ha convertido en símbolo de las destrucciones de la guerra. Ahora está en proceso de reconciliación, y sobre todo he ido por esto: para animar este camino de convivencia pacífica entre poblaciones diferentes; un camino cansado, difícil ¡pero posible! Y lo están haciendo bien. Renuevo mi reconocimiento a las autoridades y a toda la ciudadanía por la acogida calurosa. Doy las gracias a la comunidad católica, a la cuál que he querido llevar el afecto de la Iglesia universal. Y doy las gracias también en particular a todos los fieles, ortodoxos, musulmanes, judíos, y los de las otras minorías religiosas. He apreciado el compromiso de colaboración y de solidaridad entre personas de diferentes religiones, instando a todos a llevar adelante la obra de reconstrucción espiritual y moral de la sociedad. Trabajan juntos como verdaderos hermanos. El Señor bendiga Sarajevo y Bosnia-Herzegovina.
El próximo viernes, es la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, pensemos en el amor de Dios. Cómo nos ha amado. En el corazón de Jesús está todo este amor. También se celebra la Jornada Mundial contra el trabajo infantil. Muchos niños en el mundo no tienen la libertad de jugar, de ir al colegio, y terminan siendo explotados como mano de obra. Espero en el compromiso adquirido y constante de la Comunidad internacional para la promoción del reconocimiento proactivo de los derechos de la infancia.
Y ahora os saludo a todos vosotros, queridos peregrinos de Italia y de distintos países. ¡Veo banderas de distintos países! En particular saludos a los fieles de Madrid, Brasilia y Curitiba; y a los de Chiavari, Catania e Gottolengo (Brescia). A todos deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto! Texto traducido por Zenit.
31 de mayo de 2015. La trinidad es comunión de personas divinas.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco. "Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Buen domingo! Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que nos recuerda el misterio del único Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Trinidad es comunión de personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del Dios Vivo. Y Jesús nos ha revelado este misterio. Él nos ha hablado de Dios como Padre; nos ha hablado del Espíritu; y nos ha hablado de sí mismo como Hijo de Dios. Y así nos ha revelado este misterio. Y cuando, resucitado, ha enviado a los discípulos a evangelizar a las gentes, les dijo que los bautizaran “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Este mandato, Cristo lo confía en todo tiempo a la Iglesia, que ha heredado de los Apóstoles el mandato misionero. Lo dirige también a cada uno de nosotros, que, gracias al Bautismo, formamos parte de su comunidad.
Por lo tanto, la solemnidad litúrgica de hoy, al tiempo que nos hace contemplar el misterio estupendo del cual provenimos y hacia el cual vamos, nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y vivir la comunión entre nosotros, basados en el modelo de esa comunión de Dios. Estamos llamados a vivir no los unos sin los otros, encima o contra los otros, sino los unos con los otros, por los otros y en los otros. Esto significa acoger y testimoniar concordes la belleza del Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas, bajo la guía de los pastores. En una palabra, nos ha encomendado la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y de evangelizar, no sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios, que habita en nosotros.
La Trinidad, como mencionaba, es también el fin último hacia el cual está orientada nuestra peregrinación terrenal. El camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente 'trinitario': el Espíritu Santo nos guía al conocimiento pleno de las enseñanzas de Cristo. Y también nos recuerda lo que Jesús nos ha enseñado. Y Jesús, a su vez, ha venido al mundo para hacernos conocer al Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se cumple en orden a este misterio infinito. Intentemos, por tanto, mantener siempre elevado el 'tono' de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria existimos, trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados.
Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser cristiano. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora los invito a hacer todos juntos, y en voz alta, esta señal de la cruz ¡todos juntos! 'En nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo'.
En este último día del mes de mayo, el mes mariano, nos encomendamos a la Virgen María. Ella, que más que cualquier otra criatura, ha conocido, adorado, amado el misterio de la Santísima Trinidad, nos guíe de la mano; nos ayude a percibir, en los eventos del mundo, los signos de la presencia de Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo; nos obtenga amar al Señor Jesús con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Le pedimos también que ayude a la Iglesia a ser, misterio de comunión, a ser siempre una Iglesia comunidad hospitalaria, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada. Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la tradicional oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Pontífice recordó que este domingo es proclamado beato el sacerdote Louis-Edouard Cestac: "Hoy en Bayonne, Francia, es proclamado beato el sacerdote Louis Edouard Cestac, fundador de las Religiosas Siervas de María; su testimonio de amor a Dios y al prójimo es para la Iglesia un nuevo aliciente para vivir con alegría el Evangelio de la caridad". (Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
24 de mayo de 2015. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas,
buenos días: La fiesta de Pentecostés
nos hace revivir los inicios de la Iglesia.
El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que, cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los discípulos de Jesús “de pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento… y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,1-2). Los discípulos son completamente transformados con esta efusión: al miedo le entra la valentía, la clausura cede lugar al anuncio y toda duda es eliminada por la fe llena de amor. Es el “bautismo” de la Iglesia, que iniciaba así su camino en la historia, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.
Ese evento que cambia el corazón y la vida de los apóstoles y de los otros discípulos, se refleja inmediatamente en el Cenáculo. De hecho, esa puerta cerrada durante cincuenta días finalmente es abierta y la primera Comunidad cristiana, ya no cerrada en sí misma, inicia a hablar a la multitud de distintas procedencias de las grandes cosas que Dios ha hecho (cfr v. 11), es decir de la Resurrección de Jesús, que había sido crucificado. Y cada uno de los presentes escucha hablar a los discípulos en su propia lengua. El don del Espíritu restablece la armonía de las lenguas que se había perdido en Babel y pronostica la dimensión universal de la misión de los apóstoles. La Iglesia no nace aislada, nace universal, una y católica, con una identidad precisa pero abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie. La madre Iglesia no le cierra a nadie la puerta en la cara. A nadie, ni siquiera al más pecador, a nadie, y esto por la gracia y la fuerza del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre sus puertas a todos porque es madre.
El Espíritu Santo derramado en Pentecostés en el corazón de los discípulos es el inicio de una nueva época: la época del testimonio y de la fraternidad. Es un tiempo que viene de lo alto, de Dios, como las llamas de fuego que se posaron sobre la cabeza de cada discípulo. Era la llama del amor que quema cualquier aspereza; era el lenguaje del Evangelio que cruza las fronteras puestas por los hombres y toca los corazones de la multitud, sin distinción de lengua, raza o nacionalidad. Como ese día de Pentecostés, el Espíritu Santo se derrama continuamente hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros para que salgamos de nuestra mediocridad y de nuestras clausuras y comuniquemos al mundo entero el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor misericordioso del Señor. ¡Esta es nuestra misión! También a nosotros nos han dado la “lengua” del Evangelio y el “fuego” del Espíritu Santo, porque mientras anunciamos a Cristo resucitado, vivo y presente en medio de nosotros, calentamos el corazón de los pueblos acercándoles a Él, camino, verdad y vida.
Nos encomendamos a la materna intercesión de María Santísima, que estaba presente como Madre, era la madre de Jesús que se convierte en madre de la Iglesia, en medio a los discípulos en el Cenáculo, para que el Espíritu Santo descienda en abundancia sobre la Iglesia de nuestro tiempo, llene los corazones de todos los fieles y encienda en ellos el fuego de su amor. Regina Coeli…. Después de la oración:
10 de mayo de 2015.“El amor de Dios se realiza en el amor al prójimo”.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de hoy --Juan, capítulo 15-- nos conduce al Cenáculo, donde escuchamos el mandamiento nuevo de Jesús, dice así: “Este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Y, pensando en el sacrificio de la cruz ya inminente, añade: “Nadie tiene un amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. Estas palabras, pronunciadas durante la Última Cena, resumen todo el mensaje de Jesús; es más, resumen todo lo que Él ha hecho: Jesús dio la vida por sus amigos. Amigos que no le habían entendido, que en el momento crucial le abandonaron, traicionaron y renegaron. Esto nos dice que Él nos ama, a pesar de no merecer su amor. Así nos ama Jesús.
De esta manera, Jesús nos muestra el camino para seguirle, el camino del amor. Su mandamiento no es un simple precepto, que siempre es algo abstracto o ajeno a la vida. El mandamiento de Cristo es nuevo porque Él fue el primero en realizarlo, le dio carne, y así la ley del amor se escribe una vez y para siempre en el corazón del hombre. Y ¿cómo está escrita? Está escrita con el fuego del Espíritu Santo. Y con este mismo Espíritu, que Jesús nos da, también podemos caminar nosotros por este camino.
Es un camino concreto, un camino que nos lleva a ir más allá de nosotros mismos para llegar a los demás. Jesús nos enseñó que el amor de Dios se realiza en el amor al prójimo. Los dos van juntos. Las páginas del Evangelio están llenos de este amor: adultos y niños, cultos e ignorantes, ricos y pobres, justos y pecadores, todos han tenido acogida en el corazón de Cristo
Por lo tanto, esta Palabra de Dios nos llama a amarnos los unos a los otros, aunque no siempre nos entendamos, no siempre estemos de acuerdo... pero es precisamente ahí donde se ve el amor cristiano. Una amor que se manifiesta aunque haya diferencias de opinión o de carácter, pero el amor es más grande que estas diferencias. Y este es el amor que nos enseñó Jesús. Es un amor nuevo, porque está renovado por Jesús y su Espíritu. Es un amor redimido, liberado del egoísmo. Un amor que da alegría a nuestro corazón, como Jesús mismo dice: “Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo”.
Es precisamente el amor de Cristo, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones, el que cumple cada día prodigios en la Iglesia y en el mundo. Son muchos pequeños y grandes gestos que obedecen el mandamiento del Señor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Gestos pequeños, de cada día, gestos de cercanía a un anciano, a un niño, a un enfermo, a una persona sola y en dificultad, sin hogar, sin trabajo, inmigrante, refugiada... Gracias a la fuerza de esta Palabra de Cristo, cada uno de nosotros puede ser cercano al hermano y a la hermana que se encuentra. Gestos de cercanía, de proximidad. En estos gestos se manifiesta el amor que Cristo nos enseñó.
Que nuestra Madre Santísima nos ayude, para que en la vida cotidiana de cada uno de nosotros el amor a Dios y el amor al prójimo siempre estén unidos. Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del Regina Coeli. Y al concluir la plegaria mariana, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Y, hablando de vida, hoy en muchos países se celebra el día de la madre. Recordamos con gratitud y afecto a todas las madres. Ahora me dirijo a las madres que están aquí en la Plaza. ¿Hay? ¿Sí? ¿Hay madres? ¡Un aplauso para ellas, para las madres que están en la Plaza! Y que este aplauso abrace a todas las madres, a todas nuestras queridas madres: aquellas que viven con nosotros físicamente, y también aquellas que viven con nosotros espiritualmente. Que el Señor las bendiga a todas, y que la Virgen, a quien está dedicado este mes, las custodie.
Como de costumbre, el Pontífice concluyó su intervención diciendo: Les deseo a todos un buen domingo, un poco caluroso... Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto! (Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
3 de mayo de 2015.La vida de Cristo se vuelve también la nuestra.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco. «El evangelio de hoy nos presenta a Jesús durante la Última Cena en cuando sabe que la muerte está ya cerca. Ha llegado su hora. Por la última vez Él está con sus discípulos, y entonces quiere imprimir bien en su mente una verdad fundamental: también cuando Él no estará más físicamente en medio de ellos,
los apóstoles podrán quedarse aún unidos a Él de un modo nuevo, y así traer mucho fruto. Y todos podemos estar unidos a Jesús en un modo nuevo. ¿Y cómo es este modo nuevo?
Por el contrario si uno perdiera la comunión con Él, se volvería estéril, o peor, dañino para la comunidad. ¿Cuál es el modo nuevo? Y para expresar esta realidad, Jesús usa la imagen de la vid y de los sarmientos. Y dice así: “Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. (Gv 15, 4-5).
Y con esta figura nos enseña cómo quedarnos en Él, aunque no esté físicamente presente. Jesús es la vid y a través de Él --como la linfa en el árbol-- hace llegar a los sarmientos el amor mismo de Dios, el Espíritu Santo. Es así: nosotros somos los sarmientos, y a través de esta parábola, Jesús nos quiere hacer entender la importancia de estar unidos con Él.
Los sarmientos no son autosuficientes, sino que dependen totalmente de la vid, en la cual se encuentra el manantial de la vida de ellos. Así es para nosotros los cristianos. Insertados con el bautismo en Cristo, hemos recibido de Él gratuitamente el don de la vida nueva y podemos quedarnos en comunión vital con Cristo. Es necesario mantenerse fieles al bautismo y crecer en la intimidad con el Señor mediante la oración, la escucha y la docilidad a su palabra, la participación a los sacramentos, especialmente la eucaristía y la reconciliación.
Si uno está íntimamente unido a Jesús, se beneficia de los dones del Espíritu Santo que --como dice San Pablo-- son 'amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí'. (Gal 5,22). Y estos son los dones que nos vienen si permanecemos unidos a Jesús. Y como consecuencia una persona que así unida hace tanto bien al prójimo y a la sociedad, es una persona cristiana. De estas actitudes, de hecho se reconoce que uno es cristiano, como de los frutos se reconoce el árbol.
Los frutos de esta unión con Jesús son maravillosos: toda nuestra persona es transformada por la gracia del Espíritu: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y también el cuerpo, porque nosotros somos una unidad de espíritu y cuerpo. Recibimos un nuevo modo de ser, la vida de Cristo se vuelve también la nuestra: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. Como consecuencia, podemos amar a nuestros hermanos, a partir de los más pobres y sufridores, como él lo ha hecho, y amarlos con su corazón y llevar así al mundo frutos de bondad, de caridad y de paz.
Cada uno de nosotros es un sarmiento de la única vid, y todos juntos estamos llamados a llevar los frutos de este pertenencia común a Cristo y a su Iglesia.
Confiémonos a la intercesión de la Virgen María, para que podamos ser sarmientos vivos en la Iglesia y dar testimonio de manera coherente de nuestra fe, coherencia de vida y de pensamiento, de vida y de fe; conscientes de que todos, de acuerdo a nuestra vocación particular, participamos a la única misión salvadora de Jesucristo, el Señor».
Oración del Regina Coeli.
Después de la oración el Papa saludó a los peregrinos presentes. Recordó que ayer sábado “en Turín fue proclamado santo el beato Luigi Bodrino, laico consagrado de la Congregación de San José Benedetto Cottolengo, quien dedicó su vida a las personas enfermas y sufridoras, y se dedicó sin detenerse hacia los más pobres, medicando y lavando sus llagas. Agradezcamos al Señor por este humilde y generoso discí
26 de abril de 2015 Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
El buen pastor da la vida por sus ovejas.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Cuarto Domingo de Pascua, llamado “Domingo del Buen Pastor”, cada año nos invita a redescubrir, siempre con nuevo asombro, esta definición que Jesús ha dado de sí mismo, leyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección. “El buen pastor ofrece la vida por las ovejas”: estas palabras se realizan plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente la voluntad del Padre, se ha inmolado en la Cruz. Entonces queda completamente claro qué significa que Él es “el buen pastor”: da la vida ha ofrecido su vida en sacrificio por nosotros. Por ti, por ti, por ti, por mí, por todos ¡Por eso es el buen pastor!
Cristo es el verdadero pastor, que realiza el modelo más alto de amor por el rebaño: Él dispone libremente de su vida, nadie se la quita, sino que la dona a favor de las ovejas. En abierta oposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como el verdadero y único pastor del pueblo: el mal pastor piensa en sí mismo y explota a las ovejas; el pastor bueno piensa en sus ovejas y se dona a sí mismo. A diferencia del mercenario, Cristo pastor es un guía pensativo que participa en la vida de su rebaño, no busca otro interés, no tiene otra ambición que la de guiar, alimentar y proteger a sus ovejas. Y todo esto al precio más alto, el del sacrificio de la propia vida.
En la figura de Jesús, buen pastor, nosotros comtemplamos la Providencia de Dios, su preocupación paterna por cada uno de nosotros. La consecuencia de esta contemplación de Jesús Pastor verdadero y bueno, es la exclamación de asombro conmovido que encontramos en la segunda Lectura de la liturgia de hoy: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, mirad qué amor nos ha tenido el Padre, …” Es realmente un amor sorprendente y misterioso, porque donándonos Jesús como Pastor que da la vida por nosotros, ¡el Padre nos ha dado todo lo más grande y precioso que podía darnos! Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no es atraído por ningún deseo de intercambio interesado. Frente a este amor de Dios, nosotros experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al reconocimiento por lo que hemos recibido gratuitamente.
Pero contemplar y dar gracias no basta. Es necesario también seguir al Buen Pastor. En particular, los que tienen la misión de guías en la Iglesia --sacerdotes, obispos, Papas-- están llamados a asumir no la mentalidad del líder sino la de siervo, imitando a Jesús, que despojándose de sí mismo, nos ha salvado con su misericordia. A este estilo de vida pastoral están llamados también los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta mañana en la Basílica de San Pedro. Dos de ellos se asomarán para dar las gracias por vuestras oraciones y para saludaros. María Santísima obtenga para mí, para los obispos y para los sacerdotes de todo el mundo la gracia de servir al pueblo santo de Dios mediante la alegre predicación del Evangelio, la sentida celebración de los sacramentos y la paciencia y mansa guía pastoral.
19 de abril 2015. El testigo es uno que ha cambiado su vida.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. “Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días! En las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy resuena por dos veces la palabra “testigos”. La primera vez, en los labios de Pedro: él, después de la curación del paralítico ante la puerta del templo de Jerusalén, exclama: “Mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos”.
La segunda vez es en los labios de Jesús resucitado: Él, la tarde de Pascua, abre la mente de los discípulos al misterio de su muerte y resurrección y les dice: “Ustedes son testigos de todo esto”. Los Apóstoles, que vieron con los propios ojos a Cristo resucitado, no podían callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado a ellos para que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. Y la Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; cada bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.
Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno que ha visto, que recuerda y cuenta. Ver, recordar y contar son los tres verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha visto y se ha dejado involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda, no solo porque sabe reconstruir en modo preciso los hechos sucedidos, sino también porque aquellos hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo. Entonces el testigo cuenta, no de manera fría y distante sino como uno que se ha dejado poner en cuestión y desde aquel día ha cambiado de vida. El testigo es uno que ha cambiado de vida.
El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo, sino que es un mensaje de salvación, un acontecimiento concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. Él puede ser testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su continúa conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por la Palabra de Dios, cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso. En cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, por las vanidades, por el egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la pregunta sobre la “resurrección” de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo, como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita?
María, nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que podamos convertirnos, con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, en testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que nos encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz”.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del Regina Coeli: Regina coeli, laetare, alleluia...
Al concluir la plegaria, el Papa se refirió al naufragio de un viejo pesquero con centenares de inmigrantes ocurrido este domingo frente a las costas de Libia:
“Queridos hermanos y hermanas, están llegando en estas horas noticias relativas a una nueva tragedia en las aguas del Mediterráneo. Una embarcación cargada de migrantes volcó la pasada noche a unas 60 millas de la costa libia y se teme que haya centenares de víctimas. Expreso mi más sentido dolor ante tal tragedia y aseguro para los desaparecidos y sus familias mi recuerdo y mi oración. Dirijo un apremiante llamamiento para que la comunidad internacional actúe con decisión y rapidez, para evitar que similares tragedias se repitan. Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos nuestros que buscan una vida mejor, hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de guerras, buscan una vida mejor… Buscaban la felicidad…
Les invito a rezar en silencio antes y después todos juntos por estos hermanos y hermanas”. Tras un momento de silencio, el Pontífice y los fieles presentes en la Plaza de San Pedro rezaron un Ave María: Ave María… A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Obispo de Roma:
12 de abril de 2015. El rostro de la misericordia es Jesucristo.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco. "Hoy es el octavo día después de la Pascua, y el evangelio de Juan nos documenta las dos apariciones de Jesús resucitado a los apóstoles reunidos en el cenáculo: en aquella tarde de Pascua estaba ausente Tomás, y en la aquella después de ocho días en cambio estaba presente Tomás. La primera vez, el señor mostró las heridas en su cuerpo a los discípulos, hizo el signo de soplar sobre ellos y dijo: “El padre me ha mandado, también yo les envío”. Transmite a ellos su misma misión con la fuerza del Espíritu Santo.
Pero aquella tarde faltaba Tomás, el cual no quiso creer al testimonio de los otros. “Si no veo y no toco sus llagas --dijo-- no creo. Ocho días después, o sea justamente como hoy, Jesús vuelve a presentarse en medio a los suyos y se dirige enseguida a Tomás, invitándolo tocar las heridas de sus manos y de su costado. Viene al encuentro de su incredulidad para que a través los signos de la pasión pueda alcanzar la plenitud de la fe Pascual o sea la resurrección de Jesús.
Tomás es uno que no contenta y busca, quiere, verificar personalmente, cumplir una propia experiencia personal. Después de las resistencias iniciales e inquietudes, al final llega cree, aunque avanzando con dificultad. Pero llega a la fe.
Jesús lo espera pacientemente y se acerca a las dificultades y a las inseguridades del último que ha llegado. El señor proclama 'beatos' a aquellos que creen sin ver, y la primera es Santa María su madre, pero viene también al encuentro de la exigencia del discípulo incrédulo: “Pon aquí tu dedo, mira mis manos”.
Al contacto salvador con las llagas del Resucitado, Tomás manifiesta sus propias heridas, las propias llagas, las propias laceraciones, la propia humillación, en la herida de los clavos encuentra la prueba decisiva de que era amado, esperado y entendido.
Se encuentra delante de un Mesías lleno de dulzura, de misericordia, de ternura. Era este el Señor que buscaba, en las profundidades secretaras del propio ser, porque siempre había sabido que era así. Y por ello busquemos en lo profundo de nuestro corazón, para encontrar a Jesús. Porque es dulce, misericordioso y tierno. Sabemos que es así.
Encontrado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás entiende el significado profundo de su Resurrección e, íntimamente transformado, declara su fe plena y total en Él exclamando: “Mi Señor y mi Dios”. ¡Esta expresión de Tomás es hermosa!
Él pudo tocar el misterio pascual que manifiesta plenamente el amor salvador de Dios, rico de misericordia. Y Com Tomás también todos nosotros: en este segundo domingo de pascua estamos invitados a contemplar en las llagas del Resucitado la Divina Misericordia, que supera todo límite humano y resplandece en la oscuridad del pecado.
Un tiempo intenso y prolongado para acoger las inmensas riquezas del amor misericordioso de Dios será el próximo Jubileo Extraordinario de la Misericordia, cuya bula de convocación he promulgado ayer por la tarde, aquí en la basílica de San Pedro.
Esta bula inicia con las palabras: 'Misericordiae Vultus', el Rostro de la Misericordia es Jesucristo. Tengamos la mirada puesta en Él.
Tengamos la mirada puesta en Él, que siempre nos busca, nos espera, nos perdona; es tan misericordioso, no se asusta de nuestras miserias. En sus llagas nos cura y perdona todos nuestros pecados. Que la Virgen Madre, nos ayude a ser misericordiosos con los otros como Jesús lo es con nosotros”.El papa reza el Regina Coeli, oración que en el período pascual reemplaza al la oración del ángelus.Después del Regina Coeli, el Santo Padre dirigió algunos saludos, ente ellos a los peregrinos que participaron en Roma en la misa de la Divina Misericordia. También a los neocatecumenales de Roma, que inician una misíón en las plazas de la ciudad para dar testimonio de su fe. Fuente: Zenit.
22 de marzo de 2015. La Cruz de Cristo es fecunda.
Ángelus Regina Coeli, santo Padre Francisco.
«Queridos hermanos y hermanas En este quinto domingo de cuaresma, el evangelista Juan atrae nuestra atención con un particular curioso: algunos 'griegos', de religión judía, llegados a Jerusalén para la fiesta de Pascua, se dirigen al apóstol Felipe y le dicen: “Queremos ver a Jesús”. En la ciudad santa, en donde Jesús se ha dirigido por la última vez hay mucha gente.
Están los pequeños y simples, que han acogido festivamente al profeta de Nazaret, reconociendo el enviado del Señor en él.
Están los sumos sacerdotes y los jefes del pueblo, que lo quieren eliminar porque lo consideran herético y peligroso. Se encuentran también personas, que como aquellos 'griegos', tienen curiosidad por verlo y saber más sobre su persona y las obras por él realizadas, la última de las cuales --la resurrección de Lázaro-- despertó mucha impresión.
“Queremos ver a Jesús”. Estas palabras como tantas otras en los evangelios, llevan más allá del episodio particular y expresan algo de universal; revelan un deseo que atraviesa las épocas y las culturas, un deseo presente en el corazón de tantas personas que han oído hablar de Cristo, pero aún no lo han encontrado. 'Yo deseo ver a Jesús': así siente el corazón de esta gente.
Respondiendo indirectamente, de manera profética a aquel pedido de poder verlo, Jesús pronuncia una profecía que desvela su identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: “Ha llegado la hora que el Hijo del hombre sea glorificado”. ¡Es la hora de la cruz!, es la hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios
Cristo declara que será “elevado de la tierra”, una expresión con un doble significado: “elevado” porque exaltado por el Padre en la Resurrección, para atraer a todos a sí y reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos. La hora de la cruz, la más oscura de la historia, que es también el manantial de la salvación para todos aquellos que creen el él.
Prosiguiendo en la profecía sobre su Pascua, a esta altura inminente, Jesús usa una imagen simple y sugestiva, la del “grano de trigo” que, caído en la tierra, muere para producir su fruto. En esta imagen encontramos otro aspecto de la cruz de Cristo: el de la fecundidad. La cruz de Cristo es fecunda.
La muerte de Jesús es de hecho una fuente interminable de vida nueva, porque lleva en sí la fuerza generadora del amor de Dios. Sumergidos en este amor por el bautismo, los cristianos pueden volverse “granos de trigo” y fructificar mucho si, como Jesús, “pierden la propia vida” por amor de Dios y de los hermanos.
Por esto a quienes también hoy “quieren ver a Jesús”, a quienes están a la búsqueda del rostro de Dios; a quien ha recibido una catequesis cuando era pequeño y nunca más la ha profundizado, que lleva la fe a tantos que aún no han encontrado a Jesús personalmente...; a todas estas personas nosotros podemos ofrecerles tres cosas, tres: el evangelio; el crucifijo; y el testimonio de nuestra fe, pobre pero sincera.
El evangelio: allí podemos encontrar a Jesús, escucharlo, y conocerlo. El crucifico: signo del amor de Jesús que se ha donado por nosotros; y después, una fe que se traduce en gestos simples de caridad fraterna. Pero principalmente, en la coherencia de vida entre lo que decimos y lo que vivimos. Coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones. El evangelio, el crucifijo y el testimonio. Qué la Virgen nos ayude a llevar estas tres cosas. (Texto traducido desde el audio por ZENIT)
15 de marzo de 2015. Dios nos ama con amor gratuito.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, buenos días. El Evangelio de hoy nos propone las palabras dirigidas por Jesús a Nicodemo: “Dios, amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Escuchando esta palabra, dirigimos la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sentimos dentro de nosotros que Dios nos ama, nos ama de verdad, y ¡nos ama mucho! Esta es la expresión más sencilla que resumen todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites. Así nos ama Dios.
Este amor Dios lo demuestra sobre todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Oración eucarística IV: “Has dado origen al universo para infundir tu amor sobre todas tus criaturas y alegrarlas con el esplendor de tu luz”. Al origen del mundo está solo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo, un santo de los primeros siglos, escribió: “Dios no creó a Adán porque necesitara del hombre, sino para tener alguno a quien donar sus beneficios” (Adversus haereses, IV, 14, 1). Así, el amor de Dios es así.
Así prosigue la Oración eucarística IV: “Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca”. Ha venido con su misericordia. Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación resalta la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca, y le dice así, “yo te he elegido precisamente porque eres el más pequeño entre todos los pueblos”. Y cuando vino “la plenitud del tiempo”, no obstante los hombres hubieron incumplido más de una vez la alianza, Dios, en vez de abandonarles, ha estrechado con ellos un nuevo vínculo, en la sangre de Jesús --el vínculo de la nueva y eterna alianza-- un vínculo que nada podrá romper nunca.
San Pablo nos recuerda: “Pero Dios, que es rico en misericordia --no olvidarlo nunca, es rico en misericordia-- por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo” (Ef 2,4). La Cruz de Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por nosotros: Jesús no ha amado “hasta el extremo” (Jn 13,1), es decir, no solo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el extremo límite del amor. Si en la creación el Padre nos ha dado la prueba de su amor inmenso dándonos la vida, en la Pasión de su Hijo nos ha dado la prueba de las pruebas: ha venido a sufrir y morir por nosotros. Y esto por amor. Así de grande es la misericordia de Dios, porque nos ama, nos perdona con su misericordia, Dios perdona todo y Dios perdona siempre.
María, Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios. Esté cerca de nosotros en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia del perdón, de acogida y de caridad.
8 de marzo de 2015. El látigo de Jesús con nosotros es su misericordia.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco.
"Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días! El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de la expulsión de los vendedores del templo. Jesús "hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, con sus ovejas y sus bueyes", el dinero, todo. Este gesto suscitó una fuerte impresión, en la gente y los discípulos. Apareció claramente como un gesto profético, tan es así que algunos de los presentes preguntaron a Jesús, pero dinos: '¿Qué gesto nos muestras para hacer estas cosas? ¿Quién eres tú para hacer estas cosas? Muéstranos un signo de que tienes autoridad para hacerlas'. Buscaban una señal divina, prodigiosa que acreditase a Jesús como enviado de Dios. Y Él respondió: 'Destruid este templo y en tres días lo volveré a levantar'. Le replicaron: 'Este templo ha sido construido en cuarenta y seis años, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?'. No habían entendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que habría sido destruido con la muerte en la cruz, pero que habría resucitado al tercer día. Por eso, en tres días. "Cuando resucitó de entre los muertos --escribe el Evangelista-- sus discípulos recordaron que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado Jesús".
En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se entienden plenamente a la luz de su Pascua. Aquí tenemos, según el Evangelista Juan, el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, se convertirá en la Resurrección en el lugar de la cita universal entre Dios y los hombres. Y Cristo Resucitado es precisamente el lugar de la cita universal de todos, entre Dios y los hombres. Por eso su humanidad es el verdadero templo, donde Dios se revela, habla, se deja encontrar; y los verdaderos adoradores, los verdaderos adoradores de Dios, no son los custodios del templo material, los poseedores del poder o del saber religioso, son aquellos que adoran a Dios "en espíritu y verdad".
En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, cuando renovaremos las promesas de nuestro Bautismo. Caminemos por el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor por nuestros hermanos, especialmente los más débiles y los más pobres, nosotros construimos a Dios un templo en nuestra vida. Y de así lo hacemos 'encontrable' para tantas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero, nos preguntamos, y cada uno de nosotros se puede preguntar, ¿el Señor se siente verdaderamente como en casa en mi vida? ¿Le permito que haga 'limpieza' en mi corazón y eche a los ídolos, o sea aquellas actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, aquella costumbre de hablar mal y 'despellejar' a los otros? ¿Le dejo hacer limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hoy hemos escuchado en la primera lectura? Cada uno se puede responder a sí mismo, en silencio en su corazón. ¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón? 'Padre, tengo miedo de que me apalee'. Pero Jesús jamás apalea. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su manera de hacer limpieza. Dejemos, cada uno de nosotros, dejemos que el Señor entre con su misericordia --no con el látigo, no, con su misericordia-- a hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús con nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta para que haga un poco de limpieza.
Cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su cuerpo crucificado y resucitado. Jesús conoce aquello que hay en cada uno de nosotros, y conoce también nuestro más ardiente deseo: el de ser habitados por Él, sólo por Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestros corazones. Que María Santísima, que es la morada privilegiada del Hijo de Dios, nos acompañe y nos sostenga en el itinerario cuaresmal, para que podamos redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que es el único que nos libera y nos salva".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus: Angelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas,
Doy una cordial bienvenida a los fieles de Roma y a todos los peregrinos procedentes de varias partes del mundo. Saludo a los fieles de Curitiba, Brasil; a los grupos parroquiales de Treviso, Génova, Crotone y L’Aquila, y a los de la zona de Domodossola; dirijo un pensamiento especial a los chicos de Garda que han recibido la Confirmación.
Durante esta Cuaresma, tratemos de estar más cerca de las personas que están viviendo momentos de dificultad: cercanos con el afecto, con la oración y con la solidaridad".
El Obispo de Roma dedicó también unas palabras a las mujeres:
"Y hoy, 8 de marzo, ¡un saludo a todas las mujeres! A todas las mujeres que cada día tratan de construir una sociedad más humana y acogedora. Y un gracias fraterno también a las que de mil maneras testimonian el Evangelio y trabajan en la Iglesia. Y ésta es para nosotros una ocasión para reafirmar la importancia de las mujeres y la necesidad de su presencia en la vida. Un mundo donde las mujeres son marginadas es un mundo estéril, porque las mujeres no sólo traen la vida sino que nos transmiten la capacidad de ver más allá --ven más allá de ellas--, nos transmiten la capacidad de entender el mundo con ojos distintos, de sentir las cosas con corazón más creativo, más paciente, más tierno. ¡Una oración y una bendición particular para todas las mujeres aquí presentes en la Plaza y para todas las mujeres! ¡Un saludo!"
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo: "Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!" (Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
1 de marzo de 2015. Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco.
Jesús se revela así, como la imagen perfecta del Padre, la irradiación de su gloria.
Es el cumplimiento de la revelación «Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El domingo pasado la liturgia nos ha presentado a Jesús tentado en el desierto por Satanás, y victorioso sobre la tentación. A la luz del este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero también de la victoria sobre el mal ofrecida a todos los que toman el camino de conversión y como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre.
En este segundo domingo de cuaresma, la iglesia nos indica la finalidad de este itinerario de conversión, o sea la participación a la gloria de Cristo, en quien resplandece su rostro de Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros.
La página evangélica nos cuenta el evento de la Transfiguración, que se coloca en el ápice del ministerio público de Jesús. Él está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del 'Siervo de Dios' y se consumará su sacrificio redentor. Las multitudes que no entienden esto, y delante a la perspectiva de un Mesías que contradice sus expectativas terrenas, lo han abandonado. Ellos pensaban que el Mesías habría sido un liberador del dominio de los romanos, un liberador de la patria, y esta perspectiva de Jesús no les gusta y lo dejan.
También los apóstoles no entienden las palabras con las cuales Jesús anuncia la finalidad de su misión en la pasión gloriosa. No entienden. Jesús entonces toma la decisión de mostrarle a Pedro, Santiago y Juan, una anticipación de su gloria. La que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlo en la fe y animarlos a seguirlos en la vía de la prueba, en la vía de la cruz. Así en otro monte, inmerso en la oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz fulgurante. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube blanca los envuelve y resuena desde lo alto -como en el bautismo en el Jordán- la voz del Padre: 'Este es mi Hijo el amado: escuchadlo'.(Mc 9,7).
Y Jesús es el Hijo que se hizo Servidor, enviado en el mundo para realizar a través de la cruz el proyecto de la salvación, para salvarnos a todos nosotros. Su plena adhesión a la voluntad del Padre, vuelve su humanidad transparente a la gloria de Dios, que es el Amor. (texto transcrito desde el audio en italiano y traducido por ZENIT)
Jesús se revela así, como la imagen perfecta del Padre, la irradiación de su gloria. Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elías, que representan la Ley de los profetas. Significando que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria. La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: 'Escuchadlo'. Escuchen a Jesús. Es él el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a 'perder la propia vida', donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna. (cfr Mc 8,35)
El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrán en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús non nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino.
Con Pedro, Jacobo y Juan, subimos también nosotros hoy, en el monte de la Transfiguración y nos detenemos en contemplación del rostro de Jesús, para recoger el mensaje y aplicarlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el amor. En realidad el amor es capaz de transfigurar todo, el amor transfigura todo. ¿Creemos en esto?, ¿creemos en esto? ...Pero me parece que no tanto, de lo que escucho. ¿Creen que el amor transfigura todo? (los fieles responden: sí) ha sí, escucho. Nos sostenga en este camino la Virgen María, que ahora invocamos con la oración del ángelus».
(Angelus domini...) «Queridos hermanos y hermanas, lamentablemente no dejan de llegar noticias dramáticas desde Siria e Irak, relativas a violencias, secuestros de personas y abusos contra los cristianos y otros grupos. Queremos asegurar a los que son afectados por esta situación que no los olvidamos, sino que estamos cercanos a ellos y rezamos insistentemente para que lo antes posible se ponga fin a la intolerable brutalidad de la cual son víctimas.
Junto a los miembros de la Curia Romana he ofrecido con esta intención la última santa misa de los ejercicios espirituales que realicé el viernes pasado. Y al mismo tiempo pido a todos, de acuerdo a sus posibilidades, se ocuparse para aliviar los sufrimientos de los hermanos que están en la prueba, muchas veces solamente debido a la fe que profesan. Recemos por estos hermanos y hermanas que sufren debido a su fe en Siria y en Irak. Recemos en silencio... (instantes de silencio).
Deseo recordar también a Venezuela, que está viviendo nuevamente momentos de aguda tensión. Rezo por las víctimas, y en particular por el joven asesinado pocos días atrás en San Cristobal. Exhorto a todos a que rechacen la violencia, al respeto de la dignidad de cada persona y de la sacralidad de la vida humana. Y animo a que retomen un camino común para el bien del país, reabriendo espacios de encuentro y de diálogo sincero y constructivo. Confío a esta querida Nación a la materna intercesión de Nuestra Señora de Coromoto”.
Dirijo un cordial saludo a todos: familias, grupos parroquiales, asociaciones, peregrinos de Roma y de Italia, y de los diversos países. Saludo a los fieles que vienen de San Francisco, California, y a los jóvenes de las parroquias de Isola di Formentera. Saludo a los grupos de Fontaneto d’Agogna y Montello; a los bomberos de Tassullo; y a los jóvenes de Zambana.
Saludo cordialmente a los seminaristas de Pavía, juntos a su rector y al padre espiritual que han apenas terminado los ejercicios espirituales y que hoy regresan a su diócesis. Pidamos por ellos y para todos los seminaristas la gracias de volverse buenos sacerdotes. Y a todos les deseo un buen domingo. No se olviden de rezar por mi. '¡Buon pranzo e arrivederci!'. Fuente: Zenit.
22 de febrero 2015. "Volver por los canimos de Jesús".
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco. "Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días! “volver decididamente al camino de Jesús”. El miércoles pasado, con el rito de las Cenizas, ha comenzado la Cuaresma y hoy es el primer domingo de este tiempo litúrgico que se refiere a los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto, después del bautismo en el río Jordán. San Marcos escribe en el Evangelio de hoy:
“En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras y los ángeles lo servían” (1, 12-13). Con estas descarnadas palabras el evangelista describe la prueba afrontada voluntariamente por Jesús, antes de iniciar su misión mesiánica. Es una prueba de la cual el Señor sale victorioso y que lo prepara a anunciar el Evangelio del Reino de Dios. Él, en aquellos cuarenta días de soledad, se enfrentó a Satanás “cuerpo a cuerpo”, desenmascaró sus tentaciones y lo venció. Y en Él hemos vencido todos, pero a nosotros nos toca proteger en nuestro cotidiano esta victoria.
La Iglesia nos hace recordar tal misterio al comienzo de la Cuaresma, porque ello nos da la perspectiva y el sentido de este tiempo, que es tiempo de lucha --en la Cuaresma se debe luchar-- un tiempo de lucha espiritual contra el espíritu del mal (cfr. Oración colecta del Miércoles de Ceniza). Y mientras atravesamos el ‘desierto’ cuaresmal, tenemos la mirada dirigida hacia la Pascua, que es la victoria definitiva de Jesús contra el maligno, contra el pecado y contra la muerte. He aquí entonces el significado de este primer domingo de Cuaresma: volver decididamente al camino de Jesús, el camino que conduce a la vida. Mirar a Jesús, qué ha hecho Jesús e ir con Él.
Y este camino de Jesús pasa a través del desierto. El desierto es el lugar en el cual se puede escuchar la voz de Dios y la voz del tentador. En el ruido, en la confusión, esto no se puede hacer; se escuchan sólo las voces superficiales. En cambio, en el desierto, podemos bajar en profundidad, donde se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte. ¿Y cómo escuchamos la voz de Dios? La escuchamos en su Palabra. Por esto es importante conocer las Escrituras, porque de otra manera no sabemos responder a las insidias del maligno. Y aquí quisiera volver sobre mi consejo de leer cada día el Evangelio: cada día leer el Evangelio, meditarlo un poquito, diez minutos, y llevarlo también siempre con nosotros, en el bolsillo, en el bolso… Tener siempre el Evangelio a mano. El desierto cuaresmal nos ayuda a decir no a la mundanidad, a los ‘ídolos’, nos ayuda a hacer elecciones valientes conformes al Evangelio y a reforzar la solidaridad con los hermanos.
Entonces, entremos en el desierto sin miedo, porque no estamos solos, estamos con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Es más, como sucedió con Jesús, es precisamente el Espíritu Santo el que nos guía en el camino cuaresmal, aquel mismo Espíritu descendido sobre Jesús y que nos ha sido donado en el Bautismo. La Cuaresma, por lo tanto, es un tiempo propicio que debe conducirnos a tomar siempre más conciencia de cuánto el Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, ha obrado y puede obrar en nosotros. Y al final del itinerario cuaresmal, en la Vigilia Pascual, podremos renovar con mayor conciencia la alianza bautismal y los compromisos que de ella se derivan.
La Virgen Santa, modelo de docilidad al Espíritu, nos ayude a dejarnos conducir por Él, que quiere hacer de cada uno de nosotros una “nueva criatura”.
A Ella confío, en particular, esta semana de Ejercicios Espirituales que iniciará esta tarde y en la cual participaré junto con mis colaboradores de la Curia Romana. Rezad para que en este desierto, entre comillas, que son los Ejercicios podamos escuchar la voz de Jesús y también corregir tantos defectos que todos nosotros tenemos, y también hacer frente a las tentaciones que cada día nos atacan. Os pido, por lo tanto, que nos acompañéis con vuestra oración". Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus: Angelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice
8 de febrero de 2015 Predicar y Sanar.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco.
«Queridos hermanos y hermanas, buenos días. El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a tantos enfermos. Predicar y sanar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación él anuncia el Reino de Dios y con las curaciones demuestra que el mismo está cerca, está en medio de nosotros.
Cuando entra en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está en cama con fiebre; en seguida la toma por la mano, la cura y la hace levantar.
Después del ocaso, cuando ha terminado el sábado, la gente puede salir y llevarle a los enfermos, cura a una multitud de personas afligidas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas y espirituales. Jesús que vino en la tierra para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los hombres, él demuestra una particular predilección por aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Él así se revela médico, sea de las almas que de los cuerpos, buen samaritano del hombre, es el verdadero salvador. Jesús salva; Jesús cura; Jesús sana.
Esta realidad, la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. Sobre este tema nos invita también la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo miércoles 11 de febrero, memoria litúrgica de la bienaventurada Virgen María de Lourdes. Bendigo a las iniciativas preparadas para esta jornada, en particular la vigilia que se realizará en Roma durante la noche del 10 de febrero.
Aquí me detengo para recordar al presidente del Pontificio Consejo (de los Operadores Sanitarios, para los enfermos, para la salud, Mons. Zimowski, que se encuentra muy enfermo en Polonia. Una oración por él, por su salud, porque ha sido él quien ha preparado esta Jornada, y nos acompaña desde su sufrimiento en esta Jornada. Una oración por Mons. Zimowski.
La obra salvadora de Cristo, no se agota con su persona durante su vida terrena; ésta prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios hacia los hombres. Al enviar en misión a sus discípulos, Jesús les confiere una doble misión: anunciar el Evangelio de la salvación y sanar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.
“Los pobres y los que sufren, los tendrán siempre”, advierte Jesús. Y la Iglesia continuamente les encuentra en la calle, considerando a las personas enfermas como una vía privilegiada para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo y servirlo es servir a Cristo, el enfermo es la carne de Cristo.
Esto sucede en nuestro tiempo, cuando a pesar de las diversas adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas despierta fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor, y sobre el porqué de la muerte.
Son preguntas existenciales a las cuales la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo delante de los ojos al Crucifico, en el cual aparece todo el misterio de salvación de Dios padre, que por amor de los hombres no escatimó a su propio Hijo.
Por lo tanto cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a todos aquellos que los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo sea realizado cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, y con ternura.
La Iglesia Madre, a través de nuestras manos acaricias nuestros sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo hace con ternura de madre. Recemos a María, Salud de los Enfermos, para que cada persona en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la solicitud de quien está a su lado, la potencia del amor de Dios y el confort de su ternura materna». A continuación el Pontífice rezó el ángelus. Fuente: Zenit.
1 de febrero de 2015. El Evangelio cambia a las personas.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco. "Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El pasaje evangélico de este domingo (cfr. Mc 1, 21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaún, la ciudad en la que vivía Pedro y que en aquellos tiempos era la más grande de Galilea. Y Él entra en aquella ciudad. El evangelista Marcos relata que Jesús, siendo aquel día un sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y se puso a enseñar (cfr. v. 21). Esto hace pensar en la primacía de la Palabra de Dios, Palabra que hay que escuchar, Palabra que hay que acoger, Palabra que hay que anunciar. Al llegar a Cafarnaún, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa primero en la disposición logística, ciertamente necesaria, de su pequeña comunidad, no se detiene en la organización. Su preocupación principal es la de comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga permanece asombrada, porque Jesús "les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas" (v. 22).
¿Qué significa "con autoridad"? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros con frecuencia pronunciamos palabras vacías, sin raíz, o palabras superfluas, palabras que no corresponden a la verdad. En cambio la Palabra de Dios corresponde a la verdad, está unida a su voluntad y hace lo que dice. En efecto, Jesús, después de haber predicado, demuestra inmediatamente su autoridad liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio (cfr. Mc 1, 23-26).
Precisamente la autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de satanás, escondido en aquel hombre; Jesús, a su vez, reconoció inmediatamente la voz del maligno y "ordenó severamente: ¡Cállate y sal de este hombre!" (v. 25). Sólo con la fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno. Y una vez más los presentes permanecen asombrados: "Pero este hombre, ¿de dónde viene? Da órdenes a los espíritus impuros, ¡y estos le obedecen!" (v. 27). La Palabra de Dios provoca asombro en nosotros. Tiene esa fuerza: nos asombra, bien.
El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a cuantos son esclavos de tantos espíritus malvados de este mundo: tanto el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad… El Evangelio cambia el corazón, El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. ¡El Evangelio es capaz de cambiar a las personas! Por tanto, es deber de los cristianos difundir por doquier su fuerza redentora, llegando a ser misioneros y heraldos de la Palabra de Dios.
Nos lo sugiere también el mismo pasaje de hoy que concluye con una apertura misionera y dice así: "Su fama --la fama de Jesús-- se extendió inmediatamentee por todas partes, en los alrededores de Galilea" (v. 28). La nueva doctrina que Jesús enseña con autoridad es la que la Iglesia lleva al mundo, junto con los signos eficaces de su presencia: la enseñanza competente y la acción liberadora del Hijo de Dios se transforman en las palabras de salvación y los gestos de amor de la Iglesia misionera.
¡Acordaos siempre que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida! No os olvidéis de esto. Él es la Buena Nueva, que nos transforma sólo cuando nos dejamos transformar por ella. Por eso os pido siempre que tengáis un contacto cotidiano con el Evangelio, que leáis cada día un fragmento, un pasaje, que lo meditéis y también que lo llevéis con vosotros a todas partes: en el bolsillo, en el bolso… Es decir, que os alimentéis cada día de esta fuente inagotable de salvación. ¡No os olvidéis! Leed un pasaje del Evangelio cada día. Es la fuerza que nos cambia, que nos trasforma: cambia la vita, cambia el corazón.
Invoquemos la materna intercesión de la Virgen María, Aquella que ha acogido la Palabra y la ha generado para el mundo, para todos los hombres. Que Ella nos enseñe a ser oyentes asiduos y anunciadores competentes del Evangelio de Jesús".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus: Angelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, el Pontífice anunció un nuevo viaje apostólico a Bosnia y Herzegovina:
"Queridos hermanos y hermanas, deseo anunciar que el sábado 6 de junio, si Dios quiere, voy a ir a Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina. Os pido que desde este momento recéis para que mi visita a esas queridas poblaciones sea un estímulo para los fieles católicos, suscite fermentos de bien y contribuya a la consolidación de la fraternidad y de la paz, del diálogo interreligioso, de la amistad".
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre: "Saludo a los presentes, llegados para participar en el IV Congreso Mundial organizado por Scholas Occurrentes, que se llevará a cabo en el Vaticano del 2 al 5 de febrero, sobre el tema "Responsabilidad de todos en la educación para una cultura del encuentro".
Saludo a las familias, las parroquias, las asociaciones y a todos los que han venido de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, a los peregrinos del Líbano y Egipto, los estudiantes de Zafra y Badajoz (España); los fieles de Sassari, Salerno, Verona, Módena, Scano Montiferro y Taranto".
El Obispo de Roma se refirió también a la Jornada por la Vida en Italia:
"Hoy se celebra en Italia la Jornada por la Vida, que tiene como tema "Solidarios para la vida". Dirijo mi aprecio a las asociaciones, a los movimientos y a todos aquellos que defienden la vida humana. Me uno a los obispos italianos para solicitar "un renovado reconocimiento de la persona humana y un cuidado más adecuado de la vida, desde el concebimiento hasta su fin natural" (Mensaje para la 37 Jornada nacional para la Vida).
Cuando nos abrimos a la vida y se sirve a la vida, se experimenta la fuerza revolucionaria del amor y de la ternura (cfr. Evangelii gaudium, 288), inaugurando un nuevo humanismo: el humanismo de la solidaridad, el humanismo de la vida
Saludo al Cardenal Vicario, a los docentes universitarios de Roma y a cuantos están comprometidos en promover la cultura de la vida". Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo: "Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!" © Copyright - Libreria Editrice Vaticana
25 de enero de 2015. “Que el Espíritu Santo nos una”.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! el Evangelio de hoy nos presenta el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. San Marcos subraya que Jesús comenzó a predicar “después de que Juan (el Bautista) fuera arrestado” (1,14). Precisamente en el momento en el que la voz profética del Bautista, que anunciaba la llegada del Reino de Dios, es silenciada por Herodes, Jesús inicia a recorrer los caminos de su tierra
para llevar a todos, especialmente a los pobres, “el Evangelio de Dios”. El anuncio de Jesús es parecido al de Juan, con la diferencia sustancial que Jesús ya no señala a otro que debe venir: Jesús es Él mismo el cumplimiento de las promesas; es Él mismo la “buena noticia” para creer, para acoger y para comunicar a los hombres y las mujeres de todos los tiempos, para que también ellos le confíen su existencia. Jesucristo en persona es la Palabra viviente y operante en la historia: quien le escucha y le sigue entra en el Reino de Dios.
Jesús es el cumplimiento de las promesas divinas porque es aquel que dona al hombre el Espíritu Santo, el “agua viva” que sacia nuestro corazón inquieto, sediento de vida, de amor, de libertad, de paz: sediento de Dios. ¿Cuántas veces hemos escuchado a nuestro corazón sediento? Se lo reveló Él mismo a la mujer samaritana, que se encontró en el pozo de Jacob, a la que dijo: “Dame de beber” (Jn 4, 7). Precisamente estas palabras de Cristo, dirigidas a la Samaritana, son el tema de la Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos que hoy concluye. Esta tarde, con los fieles de la diócesis de Roma y con representantes de distintas Iglesias y Comunidades eclesiales, nos reuniremos en la Basílica de San Pablo Extramuros para rezar intensamente al Señor, para que refuerce nuestro compromiso por la plena unidad de todos los cristianos. Es algo feo que los cristianos estemos divididos. Jesús nos quiere unidos, un solo cuerpo, nuestros pecados, la historia nos han dividido y por eso tenemos que rezar mucho para que sea el mismo Espíritu Santo que nos una de nuevo.
Dios, haciéndose hombre, ha hecho propia nuestra sed, no solo del agua material, sino sobre todo la sed de una vida plena, libre de la esclavitud del mal y de la muerte. Al mismo tiempo, con su encarnación, Dios ha puesto su sed, porque también Dios tiene sed, en el corazón de un hombre: Jesús de Nazaret. Dios tiene sed de nosotros, de nuestros corazones, de nuestro amor, y lo ha puesto en la persona de Jesús. Por tanto, en el corazón de Cristo se encuentran la sed humana y la divina. Y el deseo de la unidad de sus discípulos pertenece a esta sed. Esto se expresa en la oración elevada al Padre antes de la Pasión: “Para que todos sean una sola cosa” (Jn 17,21). Lo que quería Jesús, la unidad de todos. Y el diablo, lo sabemos, es el padre de las divisiones, es uno que siempre divide, siempre hace guerras, hace mucho mal.
¡Qué esta sed de Jesús se convierta cada vez más también en nuestra sed! Continuamos, por lo tanto, rezando y comprometiéndonos en la plena unidad de los discípulos de Cristo, en la certeza de que Él mismo está a nuestro lado y nos sostiene con la fuerza de su Espíritu para que esta meta se acerque. Y confiamos esta nuestra oración a la materna intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia para que ella nos una a todos como buena Madre.
Al finalizar el ángelus. El Papa ha añadido:
Sigo con viva preocupación la escala de enfrentamiento en Ucrania oriental, que continúan provocando numerosas víctimas entre la población civil. Mientras aseguro mi oración por los que sufren, renuevo un apremiante llamamiento para que se retomen los intento de diálogo y se ponga fin y toda hostilidad”. Y ahora seguimos en compañía. (Han salido los dos niños de Acción Católica)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy se celebra la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Expreso mi cercanía a todas las personas que sufren esta enfermedad, como también a los que les cuidan, a quien lucha para eliminar las causas del contagio, es decir, condiciones de vida no dignas del hombre. ¡Renovamos el compromiso solidario para estos hermanos y hermanas!
Os saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos venidos de distintas parroquias de Italia y de otros países, como también las asociaciones y los grupos escolares.
En particular, saludo a la comunidad filipina de Roma. Queridos, el pueblo filipino es maravilloso, por su fe fuerte y alegre. El Señor os sostenga siempre también a vosotros que vivís lejos de la patria. ¡Muchas gracias por vuestro testimonio! Y muchas gracias por todo el bien que hacéis aquí, porque vosotros sembrais la fe aquí, dais un bonito testimonio de fe. Muchas gracias.
Saludo a los estudiantes de Cuenca, Villafranca de los Barros y Badajoz (España), los grupos parroquiales de las Islas Baleares y las jóvenes de Panamá. Saludo a los fieles de Catania Diamante, Delianuova y Crespano del Grappa. Me dirijo ahora a los jóvenes y a las jóvenes de la Acción Católica de Roma. Queridos jóvenes, también este año, acompañados por el cardenal Vicario y monseñor Mansueto, habéis venido muchos al finalizar vuestra “Caravana de la Paz”. Os doy las gracias y os animo a proseguir con alegría el camino cristiano, llevando a todos la paz de Jesús. Ahora escuchamos el mensaje que leerán vuestros amigos, aquí junto a mí. (Mensaje de la joven) Y esos globos que quieren decir ‘paz’. ¡Gracias, jóvenes! A todos os deseo un feliz domingo y buen almuerzo. Por favor, por favor, rezad por mí. ¡Hasta pronto!
11 de enero de 2015. El pecado nos aleja de Dios.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye con el tiempo de Navidad. El Evangelio describe lo que sucede en la orilla del Jordán. En el momento en el que Juan el Bautista bautiza a Jesús, el cielo se abre. “Y al salir del agua --dice Marcos-- vio que los cielos se abrían”.
Vuelve a la mente la dramática súplica del profeta Isaías: “Si rasgaras el cielo y descendieras”. Esta invocación ha sido escuchada en el evento del Bautismo de Jesús. Y así, termina el tiempo de los “cielos cerrados”, que indica la separación entre Dios y el hombre, consecuencia del pecado. El pecado nos aleja de Dios e interrumpe la unión entre la tierra y el cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida. Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra dé su fruto.
Así la tierra se ha convertido en la casa de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar al Hijo de Dios, experimentando todo el amor y la misericordia infinita. Lo podemos encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en particular en los pobres, en los enfermos, en los encarcelados, en los refugiados: ellos son carne viva del Cristo que sufre e imagen visible del Dios invisible.
Con el Bautismo de Jesús no solo se abren los cielos, sino que Dios habla de nuevo haciendo resonar su voz: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”. La voz del Padre proclama el misterio que se esconde en el Hombre bautizado por el Precursor. Jesús, el Hijo de Dios encarnado, es también la Palabra definitiva que el Padre ha querido decir al mundo. Solo escuchando, siguiendo y testimoniando esta Palabra, podemos hacer plenamente fecunda nuestra experiencia de fe, cuya semilla se ha puesto en nosotros el día de nuestro Bautismo.
El descenso del Espíritu Santo, en forma de paloma, consiente a Cristo, el Consagrado del Señor, inaugurar su misión, que es nuestra salvación. El Espíritu Santo, el gran olvidado en nuestras oraciones. Nosotros a menudo rezamos a Jesús, rezamos al Padre, especialmente cuando rezamos el Padre Nuestro, pero no tan frecuentemente rezamos al Espíritu Santo. Es verdad ¿no? El olvidado. Y necesitamos pedir su ayuda, su fortaleza, su inspiración. El Espíritu Santo, que ha animado por entero la vida y el ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la existencia cristiana. La existencia de un hombre, una mujer, que se dicen y quieren ser cristianos. Poner bajo la acción del Espíritu Santo nuestra vida de cristianos y la misión, que todos hemos recibido en virtud del Bautismo, significa reencontrar la valentía apostólica necesaria para superar fáciles comodidades mundanas. Sin embargo un cristiano y una comunidad “sordos” a la voz del Espíritu Santo, que empuja a llevar el Evangelio a los confines de la tierra y de la sociedad, se convierten también en un cristiano y una comunidad “mudos” que no hablan y no evangelizan. Recordad esto, rezar a menudo al Espíritu Santo, para que nos ayude, nos dé la fuerza, nos dé la inspiración, y nos haga ir adelante.
María, Madre de Dios y de la Iglesia, acompañe el camino de todos nosotros bautizados; nos ayude a crecer en el amor hacia Dios y en la alegría de servir el Evangelio, para dar así sentido pleno a nuestra vida.
Al finalizar la oración del ángelus, el Santo Padre ha saludado a los presentes: Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos.
Con gusto saludo al grupo de estudiantes de Estados Unidos de América, como también a la Asociación Laicos Amor Misericordioso. Hay mucha necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven en los distintos ambientes sociales. Adelante, estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Este es el tiempo de la misericordia.
Mañana por la tarde saldré para un viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas. ¡Gracias por vuestro deseo en ese cartel! Muchas gracias. Os pido por favor que me acompañéis con la oración. Pido también a los srilankeses y a los filipinos que están aquí en Roma que recen especialmente por mí, por este viaje.
Os deseo a todos un feliz domingo, aunque es un poco feo el tiempo pero, un feliz domingo. Y también hoy es un día para recordar con alegría el propio bautismo. Recordad lo que os he pedido. Buscad la fecha del bautismo. Así, cada uno de nosotros puede decir. ‘Yo he sido bautizado tal día’. Que sea la alegría del bautismo hoy. No os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
6 de enero de 2015.Ángelus Regina Coeli.
La vida es caminar, buscando a Dios.
«Queridos hermanos y hermanas. Buenos días y una buena fiesta. En la noche de Navidad hemos meditado sobre el acercarse de algunos pastores pertenecientes al pueblo de Israel, a la gruta de Belén. Hoy en la solemnidad de la Epifanía, recordamos la llegado de los Reyes Magos, que vienen desde Oriente para adorar al recién nacido Rey de los Judíos, y Salvador universal, para ofrecerle dones simbólicos.
Con su gesto de adoración, los Magos dieron testimonio de que Jesús vino al mundo para salvar no solamente a un pueblo, pero a toda la gente. Por lo tanto en la fiesta de hoy nuestra mirada se amplía al horizonte del mundo entero para celebrar la 'manifestación' del Señor a todos los pueblos, o sea la manifestación del amor y de la salvación universal de Dios.
Él no reserva su amor para algunos privilegiados, pero lo ofrece a todos. Como de todos es el Creador y el Padre, así de todos quiere ser el Salvador. Por esto estamos llamados a nutrir siempre gran confianza y esperanza hacia a cada persona y su salvación: también los que nos parecen lejanos al Señor son seguidos, o mejor perseguidos, por su amor apasionado, por su amor y fiel, y su amor humilde, porque el amor de Dios es muy humilde.
La narración evangélica de los Magos describe su viaje desde Oriente como un viaje del alma, como un camino hacia el encuentro con Cristo. Ellos están atentos a las señales que indican su presencia; incansables al enfrentar las dificultades de la búsqueda; están llenos de coraje cuando identifican las consecuencias de vida que derivan del encuentro con el Señor.
La vida cristiana es esto, es caminar, atentos, incansables y con coraje. Así camina un cristiano, incansable, atento y con coraje.
La experiencia de los Magos evoca el camino de cada hombre hacia Cristo. Como para los Magos, también para nosotros buscar a Dios significa caminar, o sea incansables, atentos y con coraje; mirando al cielo e interpretando en el signo visible de la estrella, el Dios invisible que habla a nuestro corazón.
La estrella que es capaz de guiar a cada hombre hacia Jesús es la Palabra de Dios: palabra que está en la biblia, en los evangelios. La palabra de Dios es luz que nos orienta en el camino, nutre nuestra fe y la regenera. Es la Palabra de Dios que renueva continuamente nuestros corazones y nuestras comunidades.
Por lo tanto no olvidemos de leerla y meditarla cada día, para que se vuelva para cada uno de nosotros como un fuego que llevamos dentro que sirve para orientar nuestros pasos, y también los de quienes caminan al lado de nosotros, que quizás tienen dificultad en encontrar el camino hacia Cristo.
Siempre con la palabra de Dios, con la palabra de Dios a la mano, un pequeño evangelio en el bolsillo, en la cartera, siempre, para leerlo. No se olviden de esto, siempre conmigo la palabra de Dios.
En este día de la Epifanía, nuestro pensamiento va también a nuestros hermanos y hermanas del oriente cristiano, católicos y ortodoxos, muchos de quienes celebran mañana la Navidad del Señor. A ellos llegue nuestro afectuoso saludo.
Me gusta además recordar que hoy se celebra la Jornada Mundial de la Infancia Misionera. Es la fiesta de los niños que viven con alegría el don de la fe y rezan para que la luz de Jesús llegue a todos los niños del mundo.
Animo a los educadores a cultivar en los pequeños el espíritu misionero, para que no sean niños o jóvenes cerrados, sino abiertos, que vean un gran horizonte, que su corazón vaya hacia ese horizonte, para que nazcan entre ellos testigos de la ternura de Dios y anunciadores de su amor.
Nos dirigimos ahora a la Virgen María, e invocamos su protección para la Iglesia universal, para que difunda en el mundo entero el evangelio de Cristo, 'Lumen gentium', luz de todos los pueblos. Y que Ella nos haga estar cada vez más en el camino, nos haga caminar en el camino, atentos, incansables, y llenos de coraje”.
4 de enero 2015 No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz.
Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco. “Queridos hermanos y hermanas, buenos días. ¡Qué lindo domingo nos regala el nuevo año!, ¡qué lindo día! Dice san Juan en el evangelio que hemos leído hoy: 'En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
Venía al mundo la luz verdadera, la que ilumina a cada hombre'. Los hombres hablan mucho de la luz, pero con frecuencia prefieren la tranquilidad engañosa de la oscuridad. Nosotros hablamos tanto de la paz pero con frecuencia recurrimos a la guerra, o elegimos el silencio cómplice o no hacemos nada de concreto para construir la paz. De hecho dice San Juan: 'Vino entre los suyos y los suyos no lo han acogido'. Porque el juicio es éste: la luz, Jesús, vino al mundo pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malvadas. Quien hace el mal odia la luz y no sale hacia la luz para que sus obras no sean descubiertas. Así lo dice en el evangelio san Juan: el corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la luz pone al descubierto sus obras malvadas. Quien hace el mal odia la luz, quien hace el mal odia la paz.
Hemos iniciado hace pocos días el nuevo año en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada Mundial de la Paz sobre el tema “Nunca más esclavos, sino hermanos”.
Mi deseo es que se acabe la explotación del hombre por el hombre. Esta explotación es una herida social que mortifica las relaciones interpersonales e impide una vida de comunión que busca el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de paz, cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de paz. Por lo tanto es necesario y urgente construir la paz. Seguramente la paz no es solamente ausencia de guerra, pero una condición general en la cual la persona humana está en armonía con si misma, con la naturaleza y con los otros. Esta es la paz.
Entretanto para hacer callar las armas y apagar los focos de guerra es una condición inevitable dar inicio a un camino destinado a alcanzar la paz en sus diferentes aspectos.
Pienso en los conflictos que ensangrientan aún demasiadas regiones del planeta, en las tensiones en las familias y en las comunidades. En cuantas familias y en cuantas comunidades también parroquiales hay guerra. Como las divergencias existentes en nuestras ciudades y en nuestros países entre grupos de diverso origen cultural, étnico y religioso.
Tenemos que convencernos, a pesar de las apariencias contrarias, que la concordia siempre es posible, en todo nivel y en cada situación. ¡No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz! ¡No hay futuro sin la paz!
Dios en el Antiguo Testamento hace una promesa, e Isaías dice: “Romperán sus espadas y harán arados, con sus lanzas harán hoces; una nación no levantará más la espada contra otra nación, no aprenderán el arte de la guerra”. ¡Bello!
La paz es anunciada, como un don especial de Dios, con el nacimiento del Redentor: “Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”. Tal don hay que implorado incesantemente en la oración. Acordémonos, aquí en la plaza de ese cartel: 'En la raíz de la paz está la oración'.
Tiene que ser implorado este don y tiene que ser acogido cada día con empeño, en las situaciones en las que nos encontramos. En el alba de un nuevo año, todos nosotros estamos llamados a encender nuevamente en el corazón un impulso de esperanza, que tiene que traducirse en obras concretas de paz.
Tú no estás bien con aquel, haz la paz; en tu casa, haz la paz; en tu comunidad, haz la paz; en tu trabajo, haz la paz. Obras de paz, de reconciliación y de fraternidad
Cada uno de nosotros tiene que cumplir gestos de fraternidad hacia el prójimo, especialmente de quienes están probados por las tensiones familiares o por dificultades de varios tipos.
Estos pequeños gestos tienen tanto valor y pueden ser semillas que dan esperanza y pueden abrir caminos y perspectivas y de paz. Invoquemos ahora a María, Reina de la Paz. Ella durante su vida terrena, ha conocido no pocas dificultades, relacionadas a la fatiga cotidiana de la existencia. Pero nunca perdió la paz de su corazón, fruto del abandono confiado en la misericordia de Dios. A María, nuestra tierna Madre, pedimos indique al mundo entero el camino seguro del amor y de la paz.
28 de diciembre de 2014. Ángelus Regina Coeli.
Papa Grancisco. En la familia de María
y José, Dios está verdaderamente en el centro,
y es en la persona de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días! En este primer domingo después de Navidad, mientras que todavía estamos inmersos en el ambiente de alegría de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar la Sagrada Familia de Nazaret.
El evangelio de hoy nos presenta la Virgen y de San José en el momento, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, ir al templo de Jerusalén. Lo hacen en la obediencia religiosa a la Ley de Moisés, el cual prescribe que ofrecer al Señor el primogénito (cf. Lc 2,22-24).
Podemos imaginar esta pequeña familia, en medio de tanta gente, en los grandes patios del templo. No se destacan a la vista, no se destaca ... Todavía no pasa desapercibida! Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y comienzan a alabar a Dios por ese Niño, en el que se reconocen al Mesías, la luz y la salvación de las naciones de Israel (cf. Lc 2,22-38). Es un momento sencillo, pero rico de la profecía: el encuentro entre la joven pareja llena de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también lleno de alegría y de fe para el Espíritu. ¿Quién les une? . Jesús, Jesús les une: los jóvenes y los ancianos. Jesús es el único que lleva generaciones. Y 'la fuente del amor que une a las familias y personas, ganando cada desconfianza, todo aislamiento, cada distancia. Esto nos hace pensar incluso los abuelos: la importancia de su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán preciosa es su papel en la familia y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es fundamental para el progreso de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos ancianos, estos dos abuelos - Simeón y Ana -saludamos aquí, con aplausos, todos los abuelos del mundo.
El mensaje que viene de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe. En la vida de la familia de María y José, Dios está verdaderamente en el centro, y es en la persona de Jesús. Esta es la razón por la Sagrada Familia de Nazaret. ¿Por qué? ¿Por qué se centra en Jesús.
Cuando los padres y niños juntos respiran esta atmósfera de fe, poseen una energía que les permite enfrentar ensayos también difíciles, como la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo en caso de vuelo dramático en Egipto: una dura prueba.
El Niño Jesús con su Madre María y San José son icono familiarizado simple pero tan brillante. Es la luz que irradia la luz de la misericordia y de salvación para todo el mundo, la luz de la verdad para todos los hombres, para la familia humana y para las familias individuales. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer calidez en aquellas situaciones familiares donde, por diversas razones, no tienen paz, la armonía que falta, falta de perdón. Nuestra solidaridad concreta no falla en especial a las familias que están pasando por las situaciones más difíciles para las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar ... Y aquí hacemos una pausa un poco y silenciosamente orar por todas estas familias en dificultad, son carga de la enfermedad, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar, son difíciles de entender e incluso la desunión. En silencio oramos por todas esas familias ... (Ave Maria ..).
Nos encomendamos a María, Reina y Madre de la familia, todas las familias del mundo, para que puedan vivir en la fe, la armonía, la ayuda mutua, y para esto he invocamos sobre ellos la protección maternal de la que fue la madre y la hija de su Hijo .
21 Diciembre de 2014. Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco.
“María se fía totalmente en Dios
y se abandona en su amor”.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia quiere prepararnos a la Navidad ya a las puertas, invitándonos a meditar el pasaje del anuncio del Ángel a María. El arcángel Gabriel revela a la Virgen la voluntad del Señor de que ella se convierta en madre de su Hijo unigénito:
“Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo”. Fijamos la mirada sobre esta sencilla joven de Nazaret, en el momento en el que se hace disponible al mensaje divino con su “sí”; acogemos dos aspectos esenciales de su actitud, que es para nosotros modelo de cómo prepararse a la Navidad.
Sobre todo su fe, su actitud de fe, que consiste en el escuchar la Palabra de Dios para abandonarse a esta Palabra con plena disponibilidad de mente y de corazón. Respondiendo al Ángel, María dijo: ”Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. En su “aquí estoy” lleno de fe, María no sabe por qué caminos se deberá aventurar, qué dolores deberá padecer, qué riesgos afrontar. Pero es consciente que es el Señor quien le pide y ella se fía totalmente de Él y se abandona a su amor. Esta es la fe de María.
Otro aspecto es la capacidad de la Madre de Cristo de reconocer el tiempo de Dios. María es aquella que ha hecho posible la encarnación del Hijo de Dios, “la revelación del misterio, que fue guardado en secreto desde la eternidad”. He hecho posible la encarnación del Verbo gracias precisamente a su “sí” humilde y valiente. María nos enseña a acoger el momento favorable en el que Jesús pasa en nuestra vida y pide una respuesta preparada y generosa. Y Jesús pasa. De hecho, el misterio del nacimiento de Jesús en Belén, sucedido históricamente hace más de dos mil años, se implementa, como evento espiritual, en el “hoy de la liturgia”. El Verbo, que encontró morada en el vientre virginal de María, en la celebración de la Navidad viene a llamar nuevamente al corazón de cada cristiano. Pasa y llama. Cada uno de nosotros es llamado a responder, como María, con un “sí” personal y sincero, poniéndose plenamente a disposición de Dios y de su misericordia. Cuántas veces Jesús pasa en Nuestra vida y cuántas veces nos manda un ángel. Y cuántas veces no nos damos cuenta porque estamos muy ocupados, sumergidos en nuestros pensamientos, en nuestros quehaceres, incluso en estos días en los preparativos de la Navidad, que no nos damos cuenta de él que pasa y llama a la puerta de nuestro corazón pidiendo acogida, pidiendo un sí como el de María. Un santo decía “tengo miedo de que el Señor pase”. ¿Sabéis por qué tenía miedo? Miedo de no darse cuenta, de dejarlo pasar. Cuando sentimos en nuestro corazón ‘quisiera ser más bueno, más buena, me arrepiento de esto que he hecho’ aquí está el Señor que llama, que hace sentir esto, las ganas de ser mejor, las ganas de estar más cerca de los otros, de Dios. Si tú sientes esto, párate. El Señor está ahí. Ve a rezar y quizar a la confesión a limpiar un poco la habitación. Eso hace bien. Pero recuerda bien, si tú sientes esas ganas de mejorar, es Él quien llama, no dejarlo pasar.
En el misterio de Navidad, junto a María está silenciosa la presencia de san José, como viene representada en todos los belenes --también en ese que podéis admirar aquí en la plaza de San Pedro. El ejemplo de María y de José es para todos nosotros una invitación a acoger con total apertura de alma a Jesús, que por amor se ha hecho nuestro hermano. Él viene a llevar al mundo el don de la paz: “Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”, como anunciaron a coro los ángeles a los pastores. El don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo es nuestra verdadera paz. Y Cristo llama a nuestros corazones para darnos la paz. La paz del alma, abramos las puertas a Cristo.
Nos confiamos a la intercesión de nuestra Madre y de san José, para vivir una Navidad verdaderamente cristiana, libres de toda mundanidad, preparados a acoger al Salvador, el Dios-con-nosotros.
Palabras del Papa al finalizar el ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos, fieles romanos y peregrinos venidos de distintos países; las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular, saludo a los jóvenes del Movimiento de los Focolares, la Comunidad Juan XXIII, y los scouts AGESCI de Tor Sapienza (Roma). No olvidéis, el Señor pasa y si tú sientes las ganas de mejorar, de ser más bueno, es el Señor que llama a tu puerta. En esta Navidad el Señor pasa. Deseo a todos un buen domingo y una Navidad de esperanza, con las puertas abiertas al Señor, de alegría y de fraternidad. or favor rezad por mí. Buen almuerzo y ¡Hasta pronto!
14 de diciembre de 2014. Ángelus Regina Coeli.
“Con Jesús la alegría es de casa “ Papa Francisco.
«Queridos hermanos y hermanas, queridos niños y jóvenes, buenos días. Desde hace dos semanas el Tiempo de Adviento nos ha invitado a la vigilancia espiritual para preparar el camino al Señor, del Señor que viene. En este tercer domingo la liturgia nos propone otra actitud interior para vivir la espera del Señor, o sea la alegría. La alegría de Jesús, como dice ese cartel, la alegría de Jesús es de casa. O sea que nos propone la alegría del Jesús.
El corazón del hombre desea la alegría, todos nosotros aspiramos a la alegría, Cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la alegría que el cristiano está llamado a vivir y testimoniar? Es la que viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Desde que Jesús entró en la historia, con su nacimiento en Belén, la humanidad ha recibido el germen del Reino de Dios, como un terreno que recibe la semilla, promesa de la futura cosecha. ¡No necesitamos buscar en otras partes! Jesús vino a traer la alegría a todos y para siempre.
No se trata de una alegría solamente esperada o desplazada al paraíso, 'aquí en la tierra estamos tristes pero en el paraíso estaremos alegres', no, no es esto. Pero una alegría ya real y que se puede sentir ahora, porque el mismo Jesús es nuestra alegría, es nuestra casa, Como decía ese cartel vuestro, 'Con Jesús la alegría está en casa', repitamos esto, nuevamente: 'Con Jesús la alegría está en casa', y sin Jesús hay alegría? ¡No! Jesús está vivo, es el resucitado, y opera en nosotros, especialmente con la palabra y los sacramentos.
Todos nosotros bautizados, hijos de la Iglesia, estamos llamados a acoger siempre nuevamente la presencia de Dios en medio de nosotros y a ayudar a los otros a descubrirla, o a redescubrirla si la hubiéramos olvidado. Es una misión bellísima, similar a la de Juan el Bautista: orientar la gente a Cristo -no a nosotros mismos- porque Él es la meta hacia la cual tiende el corazón del hombre cuando busca la alegría y la felicidad.
Nuevamente san Pablo en la liturgia de hoy nos indica las condiciones para ser “misioneros de la alegría”: rezar con perseverancia, dar siempre gracias a Dios, seguir su Espíritu, buscar el bien y evitar el mal. Si esto será nuestro estilo de vida, entonces la Buena Noticia podrá entrar en tantas casas y ayudar a las personas y familias a descubrir que en Jesús está la salvación. En Él es posible encontrar la paz interior y la fuerza para enfrentar cada día las diversas situaciones de la vida, mismo las más pesadas y difíciles.
Nunca se oyó de un tanto triste o de una santa con la cara fúnebre, nunca se ha oído, sería un contrasentido. El cristiano es una persona que tiene el corazón colmo de paz, porque sabe poner su alegría en el Señor, incluso cuando atraviesa momentos difíciles en la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles, pero tener la fuerza de enfrentarlos sabiendo que no estamos solos. Y esta es la Paz que Dios dona a sus hijos.
Con la mirada dirigida a la Navidad que está cerca, la Iglesia nos invita a dar testimonio que Jesús no es un personaje del pasado: Él es la palabra de Dios que hoy sigue iluminando el camino del hombre, sus gestos, los sacramentos, son la manifestación de la ternura, de la consolación y del amor del Padre hacia cada ser humano. La Virgen María 'causa de nuestra alegría' nos vuelva siempre alegres en el Señor, que viene a liberarnos de tantas esclavitudes interiores y exteriores». El Papa reza la oración de el ángelus. Y a continuación dice las siguientes palabras: «Queridos hermanos y hermanas, me he olvidado cómo esta frase, veamos: 'Con Jesús la alegría es de casa'. Todos juntos:' Con Jesús la alegría es de casa'
8 de diciembre de 2014. Ángelus Regina Coeli”.
“El Espíritu Santo es don y debemos serlo para los demás.
En el día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el santo padre Francisco rezó el ángelus desde la ventana de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, en donde decenas de miles de fieles y peregrinos le esperaban. Y les dirigió las siguientes palabras.
«Queridos hermanas y hermanos, el mensaje de la fiesta de hoy, de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: 'todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros'.
El ángel Gabriel llama a María 'llena de gracia', en ella no hay lugar para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre madre de Jesús y la preservó de la culpa original. Y María corresponde a la gracia y se abandona diciéndole al Ángel: 'Hágase en mi según tu palabra'. No dice 'lo haré según tu palabra', sino 'Hágase en mi...' y el Verbo se hizo carne en su vientre. También a nosotros nos es pedido escuchar a Dios que nos habla y de acoger su voluntad: ¡según la lógica evangélica nada obra más y más es profundo que escuchar la Palabra del Señor! que viene del evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre
La actitud de María de Nazaret nos muestra que el ser está antes del hacer, y que es necesario dejar obrar a Dios para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él quien hace en nosotros tantas maravillas.
María es receptiva, no pasiva. Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo, y después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en ella, así en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe.
Por esto San Agustín afirma que la Virgen “ha concebido antes en el corazón que en su vientre”. Ha concebido primero la Fe y después al Señor. Este misterio de la acogida de la gracia, que en María por un privilegio único, no tenía el obstáculo del pecado, es una posibilidad para todos. San Pablo de hecho abre su carta a los Efesinos con estas palabras de alabanza: 'Bendito Dios, Padre del Señor nuestro Jesucristo, que nos ha bendecido con cada bendición espiritual en los cielos en Cristo”.
Así como María es saludada por santa Elisabeth como 'Bendita entre las mujeres', así también nosotros hemos sido 'bendecidos', o sea amados, y por lo tanto 'elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados.
María ha sido preservada, en cambio nosotros hemos sido salvados gracias al bautismo y a la fe. A todos entretanto, sea ella que nosotros, por medio de Cristo, “a alabanza del esplendor de su gracia', esa gracia de la cual la Inmaculada ha sido colma en plenitud'.
Delante del amor, delante de la misericordia, de la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad.
Nadie de nosotros puede comprar la Salvación, la Salvación es un don gratuito del Señor que viene del Señor, y habita dentro de nosotros. Así como hemos recibido gratuitamente, así gratuitamente estamos llamados a dar. A imitación de María que después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Elisabeth.
Porque si todo nos ha sido donado, todo tienen que ser nuevamente donado. ¿De qué manera?Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los otros; que nos haga volver instrumentos de acogida.
El Espíritu Santo es don para nosotros y nosotros con la fuerza del Espíritu deberemos ser don para los demás; que nos haga volver instrumentos de reconciliación y de perdón. Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor, porque la gracia del Señor nos transforma ¿Verdad?
No podemos retener la luz que viene de su rostro, pero la dejaremos pasar para que ilumine a los otros. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en el Hijo, y su rostro se ha vuelto 'el rostro de Cristo que más le asemeja'. Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel».
El Papa Francisco reza la oración del ángelus. Y después dirige las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, saludo a todos con afecto, especialmente a las familias y los grupos parroquiales. Saludo a los fieles de Rocca di Papa, al parroco, a los maratones, los ciclistas, y bendigo su flama. Saludo a los grupos de Felline (Lecce) a la asociación 'Completamente tuoi' y a los jóvenes de Carugate.
En esta fiesta de la Acción Católica Italiana, vive la renovación de la adhesión. Dirijo un pensamiento especial a todas las asociaciones diocesanas y parroquiales. La Virgen Inmaculada bendiga a la Acción Católica y la vuelva cada vez más, una escuela de santidad y de generoso servicio a la Iglesia y al mundo.
Hoy por la tarde iré a Santa María la Mayor para saludar a la Salus Populi Romane, uy depués a plaza de España, para renovar el tradicional homenaje de oración a los pies del monumento a la Inmaculada, será una tarde toda dedicada a la Virgen. Les pido de unirse espiritualmente a mí, en esta peregrinación, que expresa la devoción filial a nuestra Madre celeste. Y no se olviden la salvación es gratuita, nosotros hemos recibido esta gratuidad, esta gracia, y tenemos que darla. Hemos recibido el don y tenemos que volver a darlo a los otros. A todos les deseo buena fiesta y un buen camino de Adviento bajo la guía de la Virgen María. Por favor, por favor no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con sus ya conocidas palabras: '¡Buon pranzo e arrivederci!' Fuente: Zenit.
7 de diciembre de 2014.
Ángelus Regina Coeli, Dejémonos consolar por el Señor.
Papa Francisco. Como cada domingo, el Papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo: "Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Este domingo marca la segunda etapa del Tiempo de Adviento, un tiempo estupendo que despierta en nosotros la espera del regreso de Cristo y el recuerdo de su venida histórica. La liturgia de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza Es la invitación del Señor expresada por boca del profeta Isaías: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios" (40,1). Con estas palabras se abre el Libro de la Consolación, en el que el profeta dirige al pueblo en el exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo de tribulación ha terminado; el pueblo de Israel puede mirar con confianza al futuro: le aguarda finalmente el regreso a casa. Y por eso, la invitación a dejarse consolar por el Señor.
Isaías se dirige a gente que ha pasado por un período oscuro, que ha sufrido una prueba muy dura; pero ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo en el camino de la liberación y la salvación. ¿Cómo se hará todo esto? Con el cuidado y la ternura de un pastor que cuida de su rebaño. De hecho, Él dará unidad y seguridad al rebaño, lo hará pastar, reunirá en su redil seguro a las ovejas dispersas, prestará especial atención a las más frágiles y débiles (v. 11). Esta es la actitud de Dios hacia nosotros sus criaturas. De ahí que el profeta invita a quien le escucha --incluyéndonos a nosotros, hoy-- a difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza. El mensaje es que el Señor nos consuela, y dejar espacio al consuelo que viene del Señor.
Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros primero no experimentamos la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio que tenemos que llevar en el bolsillo. No olvidaros de esto, ¿eh? El Evangelio, en el bolsillo, en el bolso, para leerlo continuamente. Y esto nos da consuelo. Cuando permanecemos en la oración silenciosa en su presencia, cuando nos encontramos con Él en la Eucaristía o en el Sacramento del Perdón. Todo esto nos consuela.
Dejemos entonces que la invitación de Isaías --"Consolad, consolad a mi pueblo"-- resuene en nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Hoy se necesitan personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude a los resignados, reanima a los desalentados, enciende el fuego de la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! ¡Nosotros, no! Muchas situaciones requieren nuestro testimonio consolador. Ser personas alegres, consoladas. Pienso en aquellos que están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; a los que son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad. Pobrecillos. Tienen consuelos falsos. No, el verdadero consuelo del Señor. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. ¡Él puede hacerlo! ¡Es poderoso!
El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y un estímulo para preparar diligentemente el camino del Señor. El profeta, de hecho, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si nos confiamos a Él con corazón humilde y arrepentido, Él derribará los muros del mal, llenará los hoyos de nuestras omisiones, allanará los baches de la soberbia y de la vanidad, y abrirá el camino del encuentro con Él.
Es curioso, pero tantas veces tenemos miedo de la consolación, de ser consolados, es más nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas... En cambio, en la consolación, es el Espíritu Santo el protagonista. Es Él el que nos consuela, es Él el que nos da la valentía de salir de nosotros mismos, es Él el que nos lleva a la fuente de toda verdadera consolación, es decir, al Padre. Y esto es la conversión. Por favor, ¡hay que dejarse consolar por el Señor! ¡Consolar por el Señor!
La Virgen María es el "camino" que Dios mismo se ha preparado para venir al mundo. Encomendamos a ella la esperanza de la salvación y la paz para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus: Angelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas, saludo a todos, fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y otros países: a las familias, a los grupos religiosos, a las asociaciones. En particular, saludo a los misioneros y misioneras Identes. ¡Tan buenos! Que lo hacen tan bien; a los fieles de Bianzè, Dalmine, Sassuolo, Arpaise y Oliveri; a la comunidad de rumanos Cordenons - Pordenone; a la asociación "Porta Aperta" de Modena, a las familias de Polesine, a los chicos Petosino. Y deseo a todos un buen domingo". A continuación, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo: "Por favor, hay que dejarse consolar por el Señor, ¡entendido!¡Dejarse consolar por el Señor! Y sin olvidarse de rezar por mí. Buena comida ¡hasta pronto! Y mañana, buen día de la Inmaculada. Que el Señor os bendiga".
23 de noviembre de 2014. Ángelus Regina Coeli
El santo padre Francisco, tras celebrar la santa misa en la explanada delante de la basílica de San Pedro y proclamar santos a cuatro beatos italianos y dos de la India, rezó el ángelus junto a los miles de peregrinos allí presentes y les dirigió las siguientes palabras:
"Queridos hermanos y hermanas. Al concluir esta celebración deseo saludarles a todos los que han venido a rendir homenaje a los nuevos santos, en modo particular a la delegación oficial de Italia y de India.
El ejemplo de los cuatro santos italianos, nacidos en las provincias de Vicenza, Nápoles, Conseza y Rímini, ayude al querido pueblo italiano a reavivar el espíritu de colaboración y de concordia en favor del bien común y a mirar al futuro con esperanza, confiando en la cercanía de Dios, que nunca nos abandona, ni siquiera en los momentos difíciles.
Por intercesión de los dos santos de la India, provenientes de Kérala, gran tierra de fe y de vocaciones sacerdotales y religiosas, el Señor conceda un nuevo impulso misionero a la Iglesia que está en India, para que inspirándose en su ejemplo de concordia y de reconciliación, los crisitanos de India prosigan en el camino de la solidaridad y de la convivencia fraterna.
Saludo con afecto a los cardenales, obispos, sacerdotes, y también a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y escuelas presentes. Con amor filiar nos dirigimos ahora a la Virgen María madre de la Iglesia, reina de los santos y modelo para todos los cristianos». (El papa rezó: Angelus Domini...) A concluir el Santo padre les deseó a los presentes que tengan "un buen domingo, en paz, con la alegría de estos nuevos santos". Y añadió: “Les pido que recen por mí y 'buon pranzo e buona domenica'".
16 de noviembre de 2014. Ángelus Regina Coeli.
Dios se fía de nosotros, no le defraudemos.
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos. Habla de un hombre que, antes de salir de viaje, convoca a sus siervos y les confía su patrimonio en talentos, monedas antiguas de un grandísimo valor. Ese amo confía al primer siervo cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del amo, los tres siervos deben hacer rendir este patrimonio. El primer y el segundo siervo duplican cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, entierra el talento recibido en un hoyo. Al regreso del amo, los primeros dos reciben el elogio y la recompensa, mientras el tercero, que devuelve solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.
El significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en definitiva, tantas cosas, sus más preciosos bienes. Este es el patrimonio que Él nos confía. ¡No sólo para custodiar, sino para multiplicar! Mientras en el lenguaje común el término "talento" indica una notable cualidad individual – por ejemplo, talento en la música, en el deporte, etcétera –, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos rendir. El hoyo excavado en el terreno por el "siervo malo y perezoso" (v. 26) indica el miedo del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el amor nos bloquea. ¡Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte! No nos pide esto Jesús, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijese: 'Aquí está mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos abundantemente'. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos "contagiado" con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos animado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien hacernos. Cualquier ambiente, también el más lejano e impracticable, puede convertirse en un lugar donde hacer rendir los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano. El testimono que Jesús nos pide no está cerrado, está abierto, depende de nosotros.
Esta parábola nos estimula a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. Así como el perdón, que el Señor nos dona especialmente en el Sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos encerrado en nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que haga caer los muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más comunicación… Y así sucesivamente. Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos ha dado, sean para los demás, crezcan, den fruto, con nuestro testimonio.
Creo que hoy sería un bonito gesto que cada uno tomase el Evangelio en casa, el Evangelio de San Mateo, capítulo 25, versículos del 14 al 30, Mateo 25, 14-30, y leer esto, y meditarlo un poco: 'Los talentos, las riquezas, todo aquello que Dios me ha dado de espiritual, de bondad, la Palabra de Dios, ¿cómo hago para que crezcan en los demás? ¿O solamente los custodio en una caja fuerte?'.
Y además el Señor no da a todos las mismas cosas y del mismo modo: nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros; pero en todos, en todos hay algo parecido: la misma, inmensa confianza. Dios se fía de nosotros, ¡Dios tiene esperanza en nosotros! Y esto es igual para todos. ¡No le defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino correspondamos confianza con confianza! La Virgen María encarna esta actitud del modo más bello y más pleno. Ella ha recibido y acogido el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso. A Ella pidámosle que nos ayude a ser "siervos buenos y fieles", para participar “en el gozo de nuestro Señor”". Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus: Ángelus Domini nuntiavit Mariae... Al concluir la plegaria, el Pontífice se refirió a los incidentes ocurridos en los últimos días, en un barrio a las afueras de Roma:
9 de noviembre de 2014. Ángelus Regina Coeli” Papa Francisco.
“el templo material hecho de ladrillos es signo de la Iglesia
viva y operante en la historia.”
Queridos hermanos y hermanas, buenos días: Hoy la liturgia recuerda la dedicación de la Basílica de Letrán, catedral de Roma, que la tradición define "madre de todas las iglesias del Urbe e del Orbe". Con el término "madre" se refiere no tanto al edificio sagrado de la Basílica, sino a la obra del Espíritu Santo que en este edificio se manifiesta, fructificando mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que él preside. Esta unidad presenta el carácter de una familia universal, y como en la familia está la madre, así también la venerada catedral de Letrán hace de "madre" a la iglesia de todas las comunidades del mundo católico. Con esta fiesta, por tanto, profesamos, en la unidad de la fe, el vínculo de comunión que todas las Iglesias locales, repartidas por el mundo, tienen con la Iglesia de Roma y con su Obispo, sucesor de Pedro.
Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se llama a una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es signo de la Iglesia viva y operante en la historia, es decir, de este "templo espiritual", como dice el apóstol Pedro, del que Cristo mismo es "piedra viva, descartada por los hombres pero elegida y preciosa delante de Dios". Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, hablando del templo ha revelado una realidad impresionante. Es decir, el templo de Dios no es solamente un edificio hecho de ladrillos, es su cuerpo hecho de piedras vivas. En la fuerza del Bautismo, cada cristiano, forma parte del "edificio de Dios". Es más, se convierte en la Iglesia de Dios. El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre de Cristo y del Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de nosotros ser coherente con el don de la fe y cumplir un camino de testimonio cristiano. Y no es fácil, lo sabemos todos. La coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio. Aquí debemos ir adelante y realizar en nuestra vida esta coherencia cotidiana. Este es un cristiano, no tanto por lo que dice, sino por lo que hace. Por la forma en la que se comporta, esta coherencia que nos da vida. Y es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir.
La Iglesia, al origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido otra cosa que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra a través de la caridad. Van juntas ¿eh? También hoy la Iglesia es llamada a ser en el mundo la comunidad que, arraigada en Cristo por medio del Bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, testimoniándola en la caridad. Con esta finalidad esencial deben ser ordenados también los elementos institucionales, las estructuras y los organismos pastorales. Pero, para esta finalidad esencial, testimoniar la fe en la caridad. La caridad es la expresión de la fe. Y también la fe es la explicación y fundamento de la caridad.
La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, esta comunidad cristiana, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad, la Iglesia misma es signo de anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.
Invocamos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a convertirnos, como ella, en "casa de Dios", templo vivo de su amor.
2 de noviembre de 2014. "Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
“La alegría y las lágrimas, se encuentran en Jesucristo”.
Ayer celebramos la solemnidad de Todos los Santos, y hoy la liturgia nos invita a conmemorar a los fieles difuntos. Estas dos fiestas están íntimamente relacionadas entre ellas, así como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. Por un lado, en efecto, la Iglesia, peregrina en la historia, se regocija por la intercesión de los santos y beatos que la sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; por otro lado, ella, como Jesús, comparte las lágrimas de los que sufren la separación de sus seres queridos, y como Él y gracias a Él se hace eco del agradecimiento al Padre que nos ha librado del dominio del pecado y de la muerte.
Entre ayer y hoy muchos hacen una visita al cementerio, que, como dice la misma palabra, es el "lugar de descanso", en la espera del despertar final. Es bello pensar que será Jesús mismo el que nos despierte. Jesús mismo ha revelado que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta. Con esta fe nos sostenemos --incluso espiritualmente-- ante las tumbas de nuestros seres queridos, de los que nos han amado y han hecho algún bien. Pero hoy estamos llamados a recordar a todos, también a aquellos que nadie recuerda. Recordamos a las víctimas de las guerras y de la violencia; muchos "pequeños del mundo" aplastados por el hambre y la miseria; recordamos a los anónimos que descansan en el osario común. Recordamos a los hermanos y hermanas asesinados por ser cristianos; y a cuantos han sacrificado sus vidas por servir a los demás. Confiamos al Señor especialmente a cuantos nos han dejado en este último año.
La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos, en particular, ofreciendo la Celebración Eucarística por ellos: esta es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, particularmente a aquellas más abandonadas. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo Místico. Como reitera el Concilio Vaticano II, "la Iglesia peregrina en la tierra, muy consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros días de la religión cristiana, ha honrado con gran respeto la memoria de los muertos" (Lumen gentium, 50).
La memoria de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonio de una confiada esperanza, radicada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre el destino humano, porque el hombre está destinado a una vida sin límites, que tiene su raíz y su cumplimiento en Dios. Dirigimos a Dios esta oración:
Dios de infinita misericordia, confiamos a tu inmensa bondad a cuantos han dejado este mundo para la eternidad, donde tú esperas a toda la humanidad, redimida por la sangre preciosa de Jesucristo, muerto en rescate por nuestros pecados. No mires, Señor, tantas pobrezas, miserias y debilidades humanas con las que nos presentaremos ante el tribunal para ser juzgados para la felicidad o la condena.
Míranos con la mirada piadosa que nace de la ternura de tu corazón, y ayúdanos a caminar en el camino de una completa purificación. Que ninguno de tus hijos se pierda en el fuego eterno, donde ya no puede haber arrepentimiento. Te confiamos, Señor, las almas de nuestros seres queridos, y de las personas que han muerto sin el consuelo sacramental o no han tenido manera de arrepentirse ni siquiera al final de su vida.
Que nadie tenga el temor de encontrarte después de la peregrinación terrenal, en la esperanza de ser acogidos en los brazos de la infinita misericordia. La hermana muerte corporal nos encuentre vigilantes en la oración y llenos de todo bien, recogido en nuestra breve o larga existencia. Señor, que nada nos aleje de ti en esta tierra, sino que en todo nos sostengas en el ardiente deseo de reposar serena y eternamente. Amén.
Con esta fe en el destino supremo del hombre, nos dirigimos a la Virgen, que ha padecido bajo la Cruz el drama de la muerte de Cristo y ha participado después en la alegría de su resurrección. Nos ayude Ella, Puerta del Cielo, a comprender siempre más el valor de la oración de sufragio por los difuntos. ¡Ellos están con nosotros! Nos sostenga en nuestra peregrinación diaria en la tierra y nos ayude a no perder jamás de vista la meta última de la vida que es el Paraíso. Y nosotros, con esta esperanza que nunca decepciona, ¡vamos adelante!" Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas, saludo a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y a todos los peregrinos venidos de Roma, Italia y muchas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Sevilla (España), Case Finali en Cesena y los voluntarios de Oppeano y Granzette que hacen payaso terapia en los hospitales. Los veo allí. Seguid haciendo esto que hace tanto bien a los enfermos". Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo: "Os deseo un buen domingo, en la memoria cristiana de nuestros seres queridos fallecidos. No os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"
1 de noviembre 2014.Ángelus Regina Coeli. PP Francisco.
Últimos para el mundo, primeros para Dios.
"Queridos hermanos y hermanas. Los dos primeros días del mes de noviembre constituyen para todos nosotros un momento intenso de fe, de oración y de reflexión sobre 'las cosas últimas' de la vida. Al celebrar de hecho a todos los Santos y al recordar a todos los fieles difuntos, la Iglesia peregrina en la tierra vive y expresa en la liturgia el vínculo espiritual que la une a la Iglesia del Cielo.
Hoy damos alabanza a Dios por las filas innumerables de santos y santas de todos los tiempos: hombres y mujeres comunes, simples y a veces 'últimos' para el mundo, pero 'primeros' para Dios.
Al mismo tiempo recordamos también a nuestros queridos difuntos cuando visitamos los cementerios: es motivo de gran consolación pensar que estos están en compañía de la Virgen María, de los apóstoles, de los mártires y de todos los santos y santas del paraíso.
La solemnidad de hoy nos ayuda a considerar una verdad fundamental de la fe cristiana, que profesamos en el Credo: la comunión de los santos. ¿Qué significa esto?: la comunión de los santos. Es la unión común que nace de la fe y une a todos los que pertenecen a Cristo gracias al bautismo. Se trata de una unión espiritual, todos estamos unidos, que no es rota por la muerte, pero sigue en la otra vida.
De hecho subsiste una relación indestructible entre nosotros los vivientes en este mundo y quienes han pasado el límite de la muerte. Nosotros aquí abajo en la tierra junto a quienes han entrado en la eternidad, formamos una sola y gran familia.
Se mantiene esta familiaridad, esta esta maravillosa comunión, maravillosa unión común, entre el cielo y la tierra se realiza de la manera más alta e intensa en la liturgia, y sobre todo en la celebración de la eucaristía, que expresa y realiza la más profunda unión entre los miembros de la Iglesia. En la Eucaristía, de hecho nosotros encontramos a Jesús vivo y su fuerza, y a través de Él entramos en comunión con nuestros hermanos en la fe: aquellos que viven con nosotros aquí en la tierra y aquellos que nos antecedieron en la otra vida, la vida sin final.
Esta realidad de la comunión nos colma de alegría: es hermoso tener a tantos hermanos en la fe que caminan junto con nosotros, nos apoyan con su ayuda y junto a nosotros hacen el mismo recorrido y el mismo camino hacia el cielo, nos esperan y rezan por nosotros, para que juntos podamos contemplar eternamente el rostro glorioso y misericordioso del Padre.
En la gran asamblea de los santos, Dios ha querido reservar el primer lugar a la Madre de Jesús. María está en el centro de la comunión de los santos, como particular custodia del vínculo de la Iglesia universal con Cristo, del vínculo de la familia Ella es nuestra madre, nuestra madre.
Para quien quiere seguir a Jesús en el camino del Evangelio, ella es la guía segura, porque es la primera discípula, la madre cariñosa y atenta, a quien confiar cada deseo y dificultad.
Rezamos junto a la Reina de Todos los Santos, para que nos ayude a responder con generosidad y fidelidad a Dios, que nos llama a ser santos como Él es santo".
Angelus Domini...
Después de la oración del ángelus el Santo Padre dirigió las siguientes palabras:
"La liturgia de hoy habla de la gloria de Jerusalén Celeste. Invito a todos a rezar para que la Ciudad Santa, querida para los judíos, crisitanos y musulmanes, que en estos días ha sido testimonio de diversas tensiones, pueda ser cada vez más signo y anticipación de la paz que Dios desea para toda la familia humana.
Queridos hermanos y hermanas. Hoy en Victoria, España, es proclamado beato el mártir Pietro Asúa Mandía. Sacerdote humilde y austero que predicó el evangelio con santidad de vida, la catequesis y la dedicación hacia los pobres y necesitados. Arrestado, torturado y asesinado por haber manifestado su voluntad de permanecer fiel al Señor en la Iglesia, representa para nosotros un admirable ejemplo de fortaleza en la fe y testimonio de caridad.
Saludo a todos los peregrinos que provienen desde Italia y desde tantos países. En particular saludo a los participantes de la 'Corsa dei Santi' y de la 'Marcia dei santi', promovidas respectivamente por la Fundación Don Bosco en el mundo y por la Asociación Familia Pequeña Iglesia. Me alegro por estas iniciativas que unen el deporte, el testimonio cristiano y el empeño humanitario. Saludo también a los jóvenes de Modena, que han recibido la Confirmación, junto a los papás y catequistas, y también a los voluntarios de la ciudad de Sciacca y al grupo deportivo de la parroquia de Castegnato (Brescia, Italia).
Hoy por la tarde iré al cementerio de El Verano y celebraré la santa misa en sufragio de los difuntos. Visitando al principal cementerio de Roma, me uno espiritualmente a quienes se dirigen en estos días a las tumbas de sus muertos en los cementerios del mundo entero.
Les deseo a todos una hermosa fiesta, en la alegría de ser parte de la gran familia de los santos. Y no se olviden de rezar por mi. 'Buon pranzo' y 'arrivederci'".
26 de octubre de 2014. Ángelus Regina Coeli Santo Padre Francisco.
Hermanos y hermanas buenos días! El evangelio de hoy nos recuerda que toda la ley de Dios se resume en el amor a Dios y al prójimo. El evangelista Mateo nos dice que algunos de los fariseos estuvieron de acuerdo para poner a prueba a Jesús (cf. 22,34-35). Uno de ellos, un abogado, hizo esta pregunta: "¿Maestro, en la Ley, que es el más grande mandamiento" (V. 36). Jesús, citando el libro de Deuteronomio, él contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento "(. Vv 37-38). Podría haber parado aquí. En cambio, Jesús añade algo que no había sido solicitada por el abogado. Él dice: "Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (v. 39). Este segundo mandamiento que Jesús no inventó, pero él regresó del libro de Levítico. Su novedad consiste en la elaboración de estos dos mandamientos - el amor de Dios y amor al prójimo - demostrando que son inseparables y complementarios, son dos caras de la misma moneda. No se puede amar a Dios sin amar a nuestro prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto nos ha dejado un buen comentario al respecto en su primera encíclica Deus caritas est (Nos. 16-18).
De hecho, el signo visible que el cristiano puede mostrar para ser testigos ante el mundo y ante los demás, a la familia de su amor de Dios es el amor de los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero, no porque sea en la parte superior de la lista de mandamientos. Jesús no se lo puso en la parte superior, pero en el centro, que es el corazón de la que todo tiene que empezar y lo que es volver y ver.
En el Antiguo Testamento, la necesidad de ser santo, a imagen de Dios es santo, incluido el deber de cuidar a los más vulnerables como al extranjero, al huérfano, a la viuda (cf. Ex 22,20-26) . Jesús completa la ley del nuevo pacto, que le une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.
Ahora, a la luz de la palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma de amor. No podemos separar la vida religiosa, la vida de piedad desde el servicio de sus hermanos, a los hermanos se encuentran concreto. Ya no podemos dividir a la reunión de oración a Dios en los sacramentos, al escuchar a la otra, por el cierre de su vida, especialmente sus heridas. Recuerde esto: el amor es la medida de la fe. ¿Cuánto me amas? Y cada uno de ellos da la respuesta. ¿Cómo es su fe? Mi fe es como Te amo. Y la fe es el alma de amor.
En medio de la densa selva de normas y reglamentos - los legalismos de ayer y de hoy - Jesús abre un agujero que le permite ver dos rostros: el rostro del Padre y la de su hermano. No daré dos fórmulas o dos preceptos son preceptos y fórmulas; nosotros dos caras, de hecho, una de las caras, la de Dios que se refleja en las muchas caras, porque en el rostro de cada hermano, en especial los más pequeños, frágiles, indefensos y necesitados, es la imagen misma de Dios. Y debemos preguntarnos cuando nos encontramos con uno de estos mis hermanos más pequeños, si somos capaces de reconocerlo como el rostro de Dios, que somos capaces de esto?
De esta manera, Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental en el que basar sus vidas. Pero la mayoría de todo lo que nos ha dado el Espíritu Santo, que nos capacita para amar a Dios y al prójimo como lo hizo, con un corazón libre y generoso. A través de la intercesión de María, nuestra Madre, vamos a abrirnos a recibir este regalo de amor, para siempre andar en la ley de las dos caras, que son de un solo lado: la ley del amor.
19 de octubre de 2014 Ángelus Regina Coeli. Papa Francosco.
Pablo VI firme defensor de la misión.
Queridos hermanos y hermanas, Al finalizar esta solemne celebración, deseo saludar a los peregrinos procedentes de Italia y de otros países, con un pensamiento especial para las delegaciones oficiales. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Brescia, Milán y Roma, unidas de forma significativa a la vida y al ministerio del Papa Montini. Doy las gracias a todos por la presencia y os exhorto a seguir fielmente las enseñanzas y el ejemplo del nuevo beato.
Él fue un firme defensor de la misión ad gentes; es testimonio especialmente de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi con la que ha pretendido despertar el impulso y el empeño por la misión de la Iglesia. Y esta exhortación aún es actual, tiene toda la actualidad. Es significativo considerar este aspecto del pontificado de Pablo VI, precisamente hoy que se celebra la Jornada Mundial de las Misiones.
Antes de invocar todos juntos a la Virgen con la oración del ángelus, me gusta subrayar la profunda devoción mariana del beato Pablo VI. El pueblo cristiano estará siempre agradecido a este Pontífice por la exhortación apostólica Marialis cultus y por haber proclamado María "Madre de la Iglesia", en ocasión de la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II. María, Reina de los Santos, nos ayude a realizar fielmente en nuestra vida la voluntad del Señor, así como ha hecho el nuevo beato. (Oración del ángelus)
12 de octubre 2014. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco
La bondad de Dios no tiene fronteras.
« Queridos hermanos y hermanas. En el evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios --representado por un rey-- a participar a un banquete nupcial.
La invitación tiene tres características fundamentales: la gratuidad, la amplitud, la universalidad. Los invitados son muchos, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta ir a la fiesta, tienen otras cosas que hacer, más aún, algunos muestran indiferencia y hasta fastidio. Dios es bueno hacia nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece su alegría, la salvación, pero tantas veces no acogemos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses.
Algunos invitados incluso maltratan y asesinan a los siervos que llevan la invitación. No obstante la falta de adhesión de los llamados, el proyecto de Dios no se interrumpe. Delante del rechazo de los primeros invitados, él no se desanima, no suspende la fiesta pero repropone la invitación, ampliándola hasta más allá de los límites razonables y manda a sus siervos a las plazas y a los cruces de las rutas para reunir a todos aquellos que encuentren.
Se trata de gente común, pobres, abandonados y desheredados, más aún, 'malos y buenos', incluso los malos son invitados, sin distinción. Y la sala se llena con los 'excluidos'. El Evangelio, rechazado por alguno, encuentra una acogida inesperada en tantos corazones.
La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por esto el banquete de los dones del Señor es universal, universal para todos. A todos le da la posibilidad de responder a su invitación, a su llamado, a su caminata; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de revindicar una exclusiva. Todo esto nos induce a vencer la costumbre de colocarnos cómodamente en el centro, como hacían los jefes de los sacerdotes y fariseos.
Esto no se debe hacer, tenemos que abrirnos a las periferias, reconociendo también que quien está en los márgenes, más aún, quien es rechazado y despreciado por la sociedad, es objeto de la generosidad de Dios. Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios dentro de los límites de nuestra 'iglesita', nuestra 'iglesita pequeñita', esto no sirve, pero a dilatar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios.
Entretanto hay una condición: vestir el hábito nupcial. O sea dar testimonio concreto de la caridad concreta a Dios y al prójimo.
Confiamos a la intercesión María Santísima los dramas y las esperanzas de tantos hermanos y hermanas nuestros; excluidos, débiles, rechazados, despreciados, incluso aquellos que son perseguidos por motivo de su fe. Invocamos su protección en los trabajos del sínodo de los obispos reunidos estos dias en el Vaticano».
Después de rezar la oración del ángelus:
«Queridos hermanos y hermanas, esta mañana en la ciudad de Sassari, ha sido proclamado beato el padre Francesco Zirano, de la Orden de los frailes menores conventuales: él prefirió ser asesinado antes que renegar a su fe. Demos gracias a Dios por este sacerdote mártir, heroico testimonio del Evangelio. Su fidelidad llena de coraje hacia Cristo ha sido un acto de gran elocuencia, especialmente en el actual contexto de despiadadas persecuciones contra los cristianos.
En este momento, nuestro pensamiento va a la ciudad de Génova, otra vez duramente golpeada por el aluvión. Prometo mi oración por la víctima y por todos los que han sufrido graves daños. La Virgen de la Guardia sostenga a la querida población genovesa en el empeño solidario, para que puedan superar esta dura prueba.
Recemos todos juntos a la Virgen de la Guardia. Ave María... María Madre, de la Guardia proteja a Génova.
Saludo a los peregrinos, especialmente a las familias y a los grupos parroquiales. En particular quiero saludar cordialmente al grupo de peregrinos canadienses, venidos a Roma con motivo de la canonización de san Francisco de Laval y santa María de la Encarnación. Que los nuevos santos susciten en el el corazón de los jóvenes canadienses el fervor apostólico.
Saludo al grupo del «Office Chrétien des personnes handicapées» que ha venido desde Francia; a las familias del Colegio Reinado del Corazón de Jesus, de Madrid; a los fieles de Segovia; a los polacos aquí presentes y a quienes han promovido especiales obras de caridad en ocasión de la Jornada del Papa. Saludo al numeroso grupo de la 'Associazione Amici di San Colombano per l’Europa', que han venido en ocasión de la apertura del del XIV centenario de la muerte de San Colombano, gran evangelizador del Continente europeo. Saludo a las Hijas de María Auxiliadora, que están participando al capítulo general; a los fieles de la parroquia de Santa María Inmaculada de Carenno; a los representantes de la diócesis de Lodi reunidos en Roma para la ordenación episcopal de su Pastor; y a los fieles de Bergamo y Marne». Y el Papa deseó a todos un buen domingo y añadió: “Por favor les pido que recen por mí”. Y concluyó con su “Buon pranzo e arrivederci». Fuente: Zenit.
5 de Octubre 2014. Ángelus Regina Coeli. Santo Padre Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! esta mañana, con la concelebración eucarística en la Basílica de San Pedro, hemos inaugurado la Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos. Los padres sinodales, procedentes de todas las partes del mundo, junto conmigo, vivirán dos semanas intensas de escucha y de debate, fecundadas en la oración, sobre el tema "Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización".
Hoy la Palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor ha elegido. Como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros, y así somos llamados a hacer nosotros, Pastores. También cuidar de la familia es una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios.
Pero para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesaria que esté nutrida por la Palabra de Dios. Por esto es una feliz coincidencia que precisamente hoy nuestros hermanos paulinos hayan querido hacer una gran distribución de la Biblia, aquí en la plaza y en muchos otros lugares. Damos las gracias a nuestros hermanos paulinos. Lo hacen en ocasión del centenario de su fundación, por parte del beato Giacomo Alberione, gran apóstol de la comunicación. Entonces hoy, mientras se abre el Sínodo por la familia, con la ayuda de los paulinos podemos decir: ¡Una Biblia en cada familia! ¡Una Biblia en cada familia! 'Pero padre, nosotros tenemos dos, tenemos tres'. 'Pero, ¿dónde las tenéis escondidas?' La Biblia no es para ponerla en una estantería, sino para tenerla a mano, para leerla a menudo, cada día, ya sea de forma individual o juntos, marido y mujer, padres e hijos, quizá en la noche, especialmente el domingo. Así la familia crece, camina, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios.
Esta es la Biblia que os darán los hermanos paulinos. Una para cada familia. Estad atentos, no seáis pícaros, tomadla con una mano, no con las dos. Con una mano para llevarla a casa.
Invito a todos a apoyar los trabajos del Sínodo con la oración, invocando la materna intercesión de la Virgen María. En este momento, nos unimos espiritualmente a los que en el Santuario de Pompeya, elevan la tradicional 'Súplica' a la Virgen del Rosario. ¡Que conceda la paz, a las familias y al mundo entero!
Angelus Domini…
Queridos hermanos y hermanas, ayer en Estados Unidos fue proclamada beata sor María Teresa Demjanovich, de las Hermanas de la caridad de Santa Isabel. Damos gracias a Dios por esta fiel discípula de Cristo, que tuvo una intensa vida espiritual.
Hoy, en Italia se celebra la Jornada por la eliminación de las barreras arquitectónicas. Animo a todos los que trabajan por garantizar oportunidades de vida iguales para todos, independientemente de la condición física de cada individuo. Deseo que las instituciones y los ciudadanos particulares estén cada vez más atentos a este objetivo social importante.
Y ahora saludo cordialmente a todos vosotros, fieles romanos y peregrinos procedentes de Italia y de varios países. Saludo particularmente a los estudiantes llegados desde Australia y los de San Bonaventura Gymnasium Dillingen (Alemania), los jóvenes de Jordania, la Asociación San Giovanni de Matha y los fieles de la parroquia de San Pablo de Bérgamo, que les veo allí.
Saludo a todos los peregrinos que han llegado en bicicleta desde Milán en el recuerdo de Santa Gianna Beretta Molla, santa madre de familia, testigo del Evangelio de la vida, y les animo a seguir en sus iniciativas de solidaridad a favor de las personas más frágiles. Por favor no os olvidéis, rezad por el Sínodo, rezad a la Virgen para que custodie esta Asamblea Sinodal. A todos os deseo buen domingo. Rezad por mí. Buen almuerzo ¡Hasta la vista!. Fuente: Zenit.
28 de septiembre de 2014. Ángelus Regina Coeli,
Papa Francisco. No hay futuro sin el encuentro entre generaciones.
Al finalizar la santa misa celebrada en el sagrado de la Basílica Vaticana, el Papa ha entrega el libro de los Evangelios -impreso con letras grandes- a algunas personas ancianas. El mismo volumen es distribuido después del rito a los participantes al encuentro dedicado a las personas de la tercera edad, esta mañana en la plaza de San Pedro .
Antes de finalizar la celebración eucarística, el Santo Padre ha recitado el ángelus con los fieles y los peregrinos presentes.
Estas son las palabras del Papa antes de la oración mariana:
Antes de concluir esta celebración, deseo saludar a todos los peregrinos, especialmente a vosotros ancianos, venidos de tantos países. ¡Gracias de corazón!
Dirijo un saludo cordial a los participantes al congreso-peregrinación "Cantar la fe", promovido con ocasión del trigésimo aniversario del coro de la diócesis de Roma. Gracias por vuestra presencia, y gracias por haber animado con el canto esta celebración, unidos a la Capilla Sixtina. ¡Continuad desarrollando con alegría y generosidad el servicio litúrgico en vuestras comunidades!
Ayer, en Madrid, fue proclamado beato el obispo Álvaro del Portillo. Su testimonio cristiano y sacerdotal ejemplar, pueda suscitar en muchos el deseo de unirse cada vez más a Cristo y al Evangelio.
El próximo domingo iniciará la Asamblea Sinodal sobre el tema de la familia. Aquí está el responsable principal, el cardenal Baldisseri. Rezad por él para que lo logre. Os invito a todos, particulares y comunidades, a rezar por este importante evento y confío esta intención a la intercesión de María Salus Populi Romani.
Ahora rezamos juntos el ángelus. Con esta oración invocamos la protección de María para los ancianos del mundo entero, de forma particular para los que viven situaciones de mayor dificultad. Fuente: Zenit.
21 de septiembre de 2014. Ángelus Regina Coeli.
“No a la idolatría del dinero” “Si a la cultura del encuentro”.
Santo Padre Francisco. «Queridos hermanos y hermanas: Antes de que acabe esta celebración, me gustaría dirigir un saludo a todos ustedes, venidos de Albania y de otros países vecinos. Les agradezco su presencia y el testimonio que dan de su fe. En especial a ustedes, jóvenes, dicen que Albania es el país con más jóvenes en Europa. Los invito a cimentar su existencia en Jesucristo: quien pone su fundamento en Cristo edifica sobre roca, porque Él siempre permanece fiel, incluso aunque nosotros seamos infieles (cf. 2 Timoteo 2,13). Jesús nos conoce mejor que nadie; cuando nos equivocamos, no nos condena, sino que nos dice: «Anda, y en adelante no peques más» (Juan 8,11).
Queridos jóvenes, ustedes son la nueva generación de Albania, el futuro de la patria. Con la fuerza del Evangelio y el ejemplo de los mártires, digan no a la idolatría del dinero, no a la idolatría del dinero, no a la engañosa libertad individualista, no a las dependencias y a la violencia. Digan sí, en cambio, a la cultura del encuentro y de la solidaridad, sí a la belleza inseparable del bien y de la verdad; sí a la vida entregada con magnanimidad y fidelidad en las pequeñas cosas. Así construirán una Albania y un mundo mejor, siguiendo también el ejemplo de vuestros antecesores.
Dirijámonos ahora a la Virgen Madre, que veneran sobre todo con el título de “Nuestra Señora del Buen Consejo”. Me acerco espiritualmente a su Santuario de Escútari, al que tanta devoción tienen, y pongo en sus manos toda la Iglesia en Albania y todo el pueblo albanés, particularmente las familias, los niños y los ancianos, que son la memoria via del pueblo. La Virgen María los lleve, “juntos con Dios, hacia la esperanza que no defrauda nunca”».
14 de septiembre de 2014. “El odio y el mal
son derrotados con el perdón”.
Ángelus Regina Coeli, Santo Padre Francisco. Queridos hermanos y hermanas, mañana, en la República Centroafricana, comenzará oficialmente la Misión querida por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para favorecer la pacificación del país y proteger la población civil, que está gravemente sufriendo las consecuencias del conflicto en curso.
Mientras aseguro el compromiso y la oración de la Iglesia católica, animo el esfuerzo de la Comunidad internacional, que va en ayuda de los centroafricanos de buena voluntad. Que cuanto antes la violencia ceda el paso al diálogo, las facciones opuestas dejen de lado los intereses particulares y se esfuercen por asegurarse que todo ciudadano, de cualquier etnia y religión a la que pertenezca, puede colaborar a la edificación del bien común. Que el Señor acompañe este trabajo por la paz.
Ayer fui a Redipuglia, al cementerio austrohúngaro y al militar. Allí he rezado por los muertos a causa de la Gran Guerra. Los numerosos asustan: se habla de unos 8 millones de jóvenes soldados caídos y de unos 7 millones de personas civiles. Esto nos hace entender que la guerra es una locura. Una locura de la que la humanidad no ha aprendido todavía la lección, porque después de esa ha habido una Segunda Guerra Mundial y muchas otras que hoy están en curso. ¿Pero cuándo aprenderemos la lección? Invito a todos a mirar a Jesús crucificado, entender que el odio y el mal son derrotados con el perdón y el bien, para entender que la respuesta de la guerra solo consigue aumentar el mal y la muerte.
Y ahora os saludo cordialmente a todos vosotros, fieles romanos y peregrinos procedentes de Italia y de distintos países. Saludo en particular a "Los Amigos de Santa Teresita y de Madre Elisabeth" de Colombia, los fieles de Sotto il Monte Juan XXIII, Messina, Génova, Collegno y Spoleto, y el coro juvenil de Trebaseleghe (Padua). Saludo a los representantes de los trabajadores del Grupo IDI y los miembros del Movimiento Arcobaleno Santa Maria Addolorata. Os pido por favor que recéis por mí. A todos os deseo feliz domingo y buen almuerzo ¡Hasta pronto!
7 de septiembre de 2014. Ángelus Regina Coeli. Santo Padre Francisco.
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos día!
“Insultar no es cristiano”.
El evangelio de este domingo, del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la corrección fraterna en la comunidad de los creyentes. O sea: como yo tengo que corregir a otro cristiano cuando hace una cosa que no es buena. Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una culpa contra hacia mi persona, me ofende, yo tengo que usar la caridad con él y antes de todo hablarle personalmente, explicándole que cuanto ha dicho o hecho no es bueno. ¿Y si el hermano no me escucha?
Jesús sugiere intervenir progresivamente: primero volver a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea más consciente del error que cometió. Si a pesar de esto no recibe la exhortación, es necesario decirlo a la comunidad. Y si no escucha ni siquiera a la comunidad, es necesario hacerle percibir la fractura y la separación que él mismo ha provocado, haciendo venir a menos la comunión con los hermanos en la fe.
Las etapas en este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda. Es necesario ante todo evitar el clamor de la crónica y los chismes en la comunidad. Esto es lo primero que hay que evitar.
'Ve, amonéstalo, tu y él solos'. La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien cometió una culpa, evitando las palabras que puedan herir y asesinar al hermano.
Porque ustedes saben que las palabras matan. Cuando hablo mal y hago una crítica injusta, cuando descarno a un hermano con mi lengua, esto es asesinar la reputación del otro. También las palabras asesinan. ¡ Vamos, con esto, seriamente!
Al mismo tiempo esta discreción, de hablarle estando solo, tiene la finalidad de no mortificar inútilmente al pecador. Se habla entre los dos, ningún otro escucha y todo acaba aquí.
Y a la luz de esta exigencia se entiende también la serie de sucesivas intervenciones, que prevé involucrar a algunos testimonios y después a la misma comunidad. La finalidad es de ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, pero a todos.
Pero debemos ayudarnos también a librarnos de la ira y del resentimiento que hace solamente mal. Esa amargura del corazón, que trae la ira y el resentimiento y que llevan a insultar y a agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo, lo entendieron. Nunca insultar. Insultar no es cristiano, ¿lo han entendido? Insultar no es cristiano.
En realidad delante de Dios somos todos pecadores y necesitados de perdón. Todos. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que debe reinar en la comunidad cristiana, es un servicio recíproco que podemos y debemos darlos los unos a los otros.
Corregir al hermano es un servicio. Y es posible y eficaz solamente si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La misma conciencia que me hace reconocer el error del otro, antes aún me recuerda. que yo mismo me he equivocado y me equivoco tantas veces.
Por esto al inicio de la misa, cada vez estamos invitados a reconocer delante del Señor que somos pecadores, expresando con palabras y con gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y decimos: ten piedad de mi Señor, soy pecador y confesamos nuestros pecados. Y no decimos: Señor ten piedad de este que está a mi lado o de ésta, que son pecadores. No, ten piedad de mí. Todos somos pecadores y necesitamos del perdón del Señor.
Es el Espíritu Santo que habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Y es Jesús mismo que nos invita a todos, santos y pecadores a su mesa, recogiéndonos en las encrucijadas de los caminos y de las diversas situaciones de la vida. Y entre las condiciones que llevan a los participantes a la celebración eucarística, hay dos condiciones fundamentales, para ir a misa. Todos somos pecadores y a todos Dios nos da su misericordia
Son dos condiciones que nos abren las puertas para ir bien a misa. Tenemos que acordarnos de esto antes de ir al hermano para hacer una corrección fraterna.
Siempre tenemos que recordar esto antes de ir a un hermano para la corrección fraterna. Pedimos por todo esto la intercesión de la bienaventurada Virgen María, que mañana celebraremos en fiesta litúrgica de su natividad.
Ángelus domine...
Queridos hermanos y hermanas: en estos últimos días se han cumplido pasos significativos para obtener una tregua en las regiones afectadas por el conflicto en Ucrania oriental, a pesar de que hoy hemos escuchado noticias poco confortantes. De todos modos espero que esto pueda traer alivio a la población y contribuir a los esfuerzos por una paz duradera
Recemos para que en la lógica del encuentro, el diálogo iniciado pueda proseguir y dar el fruto esperado. María Reina de la Paz, reza por nosotros.
Uno además, mi voz a aquella de los obispos de Lesotho. Que han hecho un llamado a la paz en aquel país. Condeno todo acto de violencia y le rezo al Señor para que el reino de Lesotho se restablezca en la paz, en la justicia, y en la fraternidad.
Este domingo un convoy de unos 30 voluntarios y empleados de la Cruz Roja Internacional parte hacia Irak, en la zona de Duovi, cerca de Ebil, en donde se han reunido miles de desplazados iraquíes. Expreso un sentido aprecio por esta obra generosa y concreta, imparto la bendición a todos ellos y a todas las personas que buscan concretamente de ayudar a nuestros hermanos perseguidos y oprimidos. Que el Señor les bendiga ».
Saludó a todos los peregrinos presentes de Italia y de otros países, saludo en particular a los brasileños, a los estudiantes de la Escuela de San Basilio Magno, de Presov, en Esolvaquia. A los fieles de Sulzano, Brescia, Gavino di Puglia, Castiglion Fiorentino, Poggio Rusco, Mantova; Avignasego, Pádova; Molino di altissimo, Vincenza; a los jóvenes de la Confirmación de Mattera, Baldagno y Vibo Valencia.
Envío un cordial saludo al cardenal arzobispo de Lima y a sus diocesanos que hoy inauguran el 20 sínodo de la arquidiócesis de Lima. Que el Señor les acompañe en este camino de fe, de comunicad y de crecimiento. Y acuérdense que mañana, como ya dije, es la fiesta litúrgica de la Natividad de la Virgen, que sería su cumpleaños. ¿Y qué se hace cuando la mamá cumple años?, la saludamos y le deseamos lo mejor. Y desde mañana temprano saludemos a la Virgen y digámosle ¡Tantas felicidades! Y decirle un Ave María, que nazca del corazón del hijo o de la hija. Acuérdense bien. Y a todos ustedes les pido por favor que recen por mi. Les deseo que tengan un buen domingo y '¡buon pranzo'!».
31 de Agosto de 2014. “Es triste encontrar cristianos aguados;
no se sabe si son cristianos o mundanos”.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
En el itinerario dominical con el Evangelio de Mateo, llegamos hoy al punto crucial en el que Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en Él como Mesías e Hijo de Dios "empezó a explicarles que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho..., y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día". Es un momento crítico en el que emerge el contraste entre la forma de pensar de Jesús y la de los discípulos. Pedro, de hecho, se siente en el deber de regañar al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final así de innoble. Entonces Jesús, a su vez, regaña duramente a Pedro, le marcó la línea, porque no piensa "según Dios, sino según los hombres" y sin darse cuenta hace la parte de Satanás, el tentador.
Sobre este punto insiste, en la liturgia de este domingo, también el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los cristianos de Roma, les dice: "No os ajustéis a este mundo, no ir con los esquemas de este mundo, sino transformaros por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios".
De hecho, nosotros cristianos vivimos en el mundo, plenamente insertados en la realidad social y cultural de nuestro tiempo, y es justo así; pero esto lleva el riesgo de que nos convirtamos en "mundanos", el riesgo de que "la sal pierda sabor", como diría Jesús, es decir que el cristiano se "ague", pierda la carga de la novedad que le viene del Señor y del Espíritu Santo. Sin embargo debería ser al contrario: cuando en los cristianos permanece viva la fuerza del Evangelio, esta puede transformar "los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida (Paolo VI, Exort. ap. Evangelii nuntiandi, 19)".
Es triste encontrarse cristianos aguados. Que parecen el vino aguado. Y no se sabe si son cristianos o mundanos. Como el vino aguado no se sabe si es vino o agua. Es triste esto. Es triste encontrarse cristianos que no son ya sal de la tierra. Y sabemos que cuando la sal pierde el sabor, ya no sirve para nada. Su sal ha perdido el sabor porque se han entregado al espíritu del mundo. Es decir, se han convertido en mundanos.
Por eso es necesario renovarse continuamente aprovechando la sabia del Evangelio. ¿Y cómo puedo poner esto en práctica? Ante todo leyendo y meditando el Evangelio cada día, así que la palabra de Jesús esté siempre presente en nuestra vida. Recordad, os ayudará llevar siempre un Evangelio con vosotros, un pequeño Evangelio, en el bolsillo, en el bolso. Y leer durante el día un pasaje. Pero siempre con el Evangelio, porque es llevar la palabra de Jesús. Y poder leerla.
Además participando en la misa dominical, donde encontramos al Señor en la comunidad, escuchamos su Palabra y recibimos la Eucaristía que nos une a Él y entre nosotros; y después son muy importantes para la renovación espiritual los días de retiro y de ejercicios espirituales. Evangelio, Eucaristía, oración. No olvidéis. Evangelio, Eucaristía, oración. Gracias a estos dones del Señor podemos ajustarnos no al mundo, sino a Cristo, y seguirlo sobre su camino, el camino del "perder la propia vida" para encontrarla. "Perderla" en el sentido de donarla, ofrecerla por amor y en el amor - y esto conlleva al sacrificio, también la cruz- para recibirla nuevamente purificada, liberada del egoísmo y de la hipoteca de la muerte, llena de eternidad. La Virgen María nos precede siempre en este camino; dejémonos guiar y acompañar por ella. Fuente: Zenit.
24 de Agosto de 2014. “Nuestra relación con Jesús
construye la Iglesia”
Ángelus Regina Coeli, santo Padre Francisco. «Queridos hermanos y hermanas, el evangelio de este domingo es la célebre parte central de la narración de san Mateo, cuando Simón en nombre de los doce, profesa su fe en Jesús como “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”; y Jesús llama 'beato' a Simón por esta fe que tiene, reconociendo en ésta un don especial del Padre, y le dice: 'Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia'.
Detengámonos un momento justamente sobre este punto, sobre el hecho que Jesús atribuye a Simón este nuevo nombre: 'Pedro', que en el idioma de Jesús se dice 'Kefa', una palabra que significa 'roca'. En la biblia este término 'roca' se refiere a Dios. Jesús lo atribuye a Simón no por sus cualidades o méritos humanos, pero por su fe genuina y sólida que le viene desde lo alto.
Jesús siente en su corazón una gran alegría, porque reconoce en Simon la mano del Padre, la acción del Espíritu Santo. Reconoce que Dios Padre le dio a Simón una fe en la que se puede confiar, sobre la cual Jesús podrá construir su Iglesia, o sea su comunidad. Como en todos nosotros.
Jesús tiene en su ánimo dar vida a su Iglesia, un pueblo fundado no más sobre la descendencia, sino sobre la fe, o sea sobre la relación con Él mismo, una relación de amor y de confianza. Nuestra relación con Jesús construye la Iglesia.
Y por lo tanto para iniciar con su Iglesia Jesús tiene necesidad de encontrar en los discípulos una fe sólida, confiable. Es esto que Él debe verificar en este punto del camino.
El señor tiene en mente la imagen del construir, la imagen de la comunidad como un edificio. Por ello cuando escucha la profesión de fe simple de Simón, lo llama 'roca', y manifiesta la intención de construir su Iglesia sobre esta fe.
Hermanos y hermanas, lo que sucedió de manera única con san Pedro, sucede también con cada cristiano que madura una fe sincera en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
El evangelio de hoy interpela también a cada uno de nosotros: ¿Cómo va tu fe? Cada uno dé una respuesta en su corazón. ¿Cómo va tu fe, cómo es?
¿Qué encuentra el Señor encuentra en nuestro corazón?, un corazón firme como la roca o un corazón arenoso, o sea dubitativo, desconfiado, incrédulo. Nos hará bien durante el día de hoy pensar sobre esto.
Si el Señor encuentra en nuestro corazón una fe, no digo perfecta, pero sincera, genuina, entonces Él ve también en nosotros a piedras vivas con las cuales puede construir su comunidad. De esta comunidad, la piedra fundamental es Cristo, piedra angular y única. Por su parte Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad de la Iglesia. Pero cada bautizado está llamado a ofrecer a Jesús la propia fe, pobre pero sincera, de manera que Él pueda seguir a construir su Iglesia, hoy y en cada parte del mundo.
También en nuestros días la gente piensa que Jesús sea un gran profeta, un maestro de sabiduría, un modelo de justicia... Y también hoy Jesús le pregunta a sus discípulos, o sea todos nosotros: '¿Quienes dicen que yo sea?, ¿un profeta?, ¿un maestro de sabiduría?, ¿un modelo de Justicia?
¿Qué responderemos?, pensemos, pero sobretodo recemos a Dios Padre, para que nos dé la respuesta. Y por intercesión de la Virgen María pidamos que nos dé la gracia de responder con corazón sincero: Tú eres el Cristo, el Dios vivo. Esta es una confesión de fe, este es el Credo propiamente. Podemos repetirlo tres veces todos juntos: 'Tu eres el Cristo el hijo del Dios vivo' ». (Repite tres veces).
Ángelus...
«Queridos hermanos y hermanas, mi pensamiento va de manera particular a la amada tierra de Ucrania, que hoy celebra su fiesta nacional, a todos sus hijos e hijas, a sus deseos de paz y serenidad amenazados por una situación de tensión y de conflicto que no indica querer disminuir, generando tanto sufrimiento entre la población civil. Confiamos toda esta nación al Señor Jesús y a la Virgen, y rezamos unidos especialmente por las víctimas, sus familiares y por todos los que sufren.
Saludo cordialmente a todos los peregrinos romanos y a los que llegan desde diversos países, en particular a los fieles de Santiago de Compostela (España), los niños de Maipú (Chile), i los jóvenes de Chiry- Ourscamp (Francia) y a todos los que participan al encuentro internacional promovido por la diócesis de Palestrina.
Saludo con afecto a los nuevos seminaristas del Pontificio Colegio Norteamericano, que llegaron a Roma para realizar estudios teológicos.
Saludo a los 600 jóvenes de Bérgamo, que a pié junto a su obispo, llegaron a Roma desde Asís. Queridos jóvenes, vuelvan a casa con el deseo de dar testimonio a todos sobre la belleza de la fe cristiana. Saludo a los jóvenes de Verona, Montegrotto Terme y del Valle Liona, así como a los fieles de Giussano y Bassano del Grappa. Y a todos les deseo “buona domenica” y “buon pranzo”». Fuente: Zenit.
10 de agosto de 2014. Ángelus Regina Coeli. Papa Francisco.
“Cuando llega Jesús, todo cambia en la barca.
«El evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús que camina sobre las aguas del lago. Después de la multiplicación de los panes y de los peces, Él invita a los discípulos a su subir a la barca y a esperarle en la otra orilla, mientras se despide de la multitud y después se retira solo a rezar en el monte, hasta la noche tarde. Y mientras tanto en el lago se levantó una fuerte tempestad, y justamente en medio de la tempestad Jesús va a la barca de los discípulos, caminando sobre las aguas del lago. Cuando los discípulos lo ven se asustan, piensan que es un fantasma, pero Él los tranquiliza: “Coraje, soy yo, no tengan miedo”.
Pedro con el arrojo que le caracteriza le pide casi una prueba: “Señor si eres tú, hazme caminar hacia ti sobre las aguas”; y Jesús le dice “¡Ven!”. Pedro baja de la barca y pone a caminar sobre el agua, pero el viento fuerte azota y comienza a hundirse. Entonces grita: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús le tiende la mano y lo levanta.
Esta narración es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice “Ven”, él reconoce el eco del primer encuentro orillas de aquel mismo lago y en seguida, nuevamente, deja la barca y va hacia el Maestro. ¡Y camina sobre las aguas! La respuesta confiada y pronta al llamado del Señor hace cumplir siempre cosas extraordinarias.
Jesús ahora mismo nos decía que nosotros somos capaces de hacer milagros con nuestra fe: la fe en Él, en su palabra, la fe en su amor.
En cambio, Pedro comienza a hundirse cuando que quita la mirada de Jesús y se deja influenciar por las circunstancias que lo circundan.
Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En la persona de Pedro, con sus entusiasmos y debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y a pesar de todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el Señor resucitado, en medio a las tormentas y peligros del mundo.
Es muy importante también la escena final: “Apenas subieron a la barca en viento cesó. Aquellos que estaban en la barca se postraron delante de Él diciéndole: '¡Realmente eres el Hijo de Dios!'”.
En la barca están todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la 'poca fe'. Pero cuando en esa barca sube Jesús, el clima inmediatamente cambia: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos pequeños y asustados se vuelven grandes en el momento en el cual se arrodillan y reconocen en su maestro al Hijo de Dios.
Cuantas veces también a nosotros nos sucede lo mismo: sin Jesús, lejos de Jesús nos sentimos miedosos e inadecuados, a tal punto que pensamos no poder lograr nada. Falta la fe, pero Jesús está siempre con nosotros y escondido quizás, pero presente y siempre pronto a sostenernos.
Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que tiene que enfrentar la tempestad y a veces parece estar a punto de ser embestida.
Lo que la salva no es el coraje ni la calidad de sus hombres, pero la fe, que permite caminar también en la oscuridad, en medio a las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús, siempre a nuestro lado, de su mano que nos aferra para sustraernos a los peligros. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Nos encontramos seguros especialmente cuando nos ponemos de rodillas y adoramos a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A esto nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos con confianza».
Después de rezar la oración del ángelus, Santo Padre dijo:
«Queridos hermanos y hermanas, nos dejan incrédulos y desapuntados las noticias que llegan desde Irak: miles de personas entre las cuales tantos cristianos, son expulsados brutalmente de sus casas; niños que mueren de sed y de hambre durante la fuga; mujeres secuestradas; violencias de todo tipo; destrucción del patrimonio religioso, histórico y cultural.
Todo esto ofende gravemente a Dios y a la humanidad. ¡No se lleva el odio en nombre de Dios! ¡No se hace la guerra en nombre de Dios!
Agradezco a quienes con coraje están llevando ayuda a estos hermanos y hermanas, y confío que una eficaz solución política y a nivel internacional pueda detener estos crímenes y restablecer el derecho.
Para poder asegurarles mejor mi cercanía a estas queridas poblaciones he nombrado como enviado personal a Irak, al cardenal Fernando Filoni.
También en Gaza, después de una tregua ha recomenzado la guerra, que produce víctimas inocentes y que sólo empeora el conflicto entre israelíes y palestinos.
Recémosle juntos al Dios de la paz, por intercesión de la Virgen María: dona la paz Señor, en nuestros días y vuélvenos artífices de la justicia y de la paz.
Recemos también por las víctimas del virus 'ébola' y por quienes están luchando para detenerlo.
Saludo a todos los peregrinos y romanos, en particular a los jóvenes de Verona, Cazzago San Martino, Sarmeola y Mestrino, y a las jóvenes scout de Treviso.
Desde el miércoles próximo hasta el lunes 18 realizaré un viaje apostólico en Corea: ¡Por favor, les pido que me acompáñen con la oración, lo necesito! Gracias, y a todos les deseo ¡Buona doménica e buon pranzo, arrivederci!». (Texto debobinado y traducido por H. Sergio Mora) Fuente: Zenit.
3 de Agosto 2014. “Nuestras exigencias, aún legítimas,
no serán nunca tan urgentes
como las de los pobres”.
Ángelus Regina Coeli, Santo Padre Francisco. Queridos hermanos y hermanas, en este domingo, el Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Jesús lo hizo en el lago de Galilea, en un lugar aislado donde se había retirado con sus discípulos después de enterarse de la muerte de Juan Bautista.
Pero muchas personas le siguieron y le alcanzaron; y Jesús, viéndoles, sintió compasión y curó enfermos hasta la noche. Entonces, los discípulos preocupados porque era tarde, le dijeron que despidiera a la multitud para que pudieran ir a los pueblos y comprarse comida. Pero Jesús, tranquilamente respondió: "Dadles vosotros de comer"; y le dieron cinco panes y dos peces, los bendijo, y comenzó a partirlos y darlos a los discípulos, que los distribuyeron entre la gente. ¡Todos comieron hasta saciarse y aún así sobró!
En este acontecimiento podemos acoger tres mensajes. El primero es la compasión. Frente a la multitud que lo sigue y -por así decir- 'no lo deja en paz', Jesús no actúa con irritación, no dice 'esta gente me molesta'. Sino que siente compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Estemos atentos, compasión es lo que siente Jesús. No es simplemente sentir piedad, es más, significa misericordia, es decir, identificarse con el sufrimiento del otro, al punto de cargarlo en sí mismo. Así es Jesús, sufre junto a nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros.
Y el signo de esta compasión son las numerosas curaciones que hace. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aún legítimas, no serán nunca tan urgentes como las de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir. Nosotros hablamos a menudo de los pobres, pero cuando hablamos de los pobres ¿sentimos a ese hombre, esa mujer, ese niño que no tienen lo necesario para vivir? No tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen la posibilidad de medicinas, también los niños que no pueden ir al colegio. Es por esto que nuestras exigencias, aún legítimas, no serán nunca tan urgentes como la de los pobres que no tienen lo necesario para vivir.
El segundo mensaje es el compartir. Primero la compasión, lo que sentía Jesús y después el compartir. Es útil comparar la reacción de los discípulos, frente a la gente cansada y hambrienta, con la de Jesús. Son distintas. Los discípulos piensan que lo mejor es despedirse, para que puedan ir a buscar para comer. Jesús sin embargo dice: dadles vosotros de comer. Dos reacciones diferentes, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos razonan según el mundo, por lo que cada uno debe pensar en sí mismo. Reaccionan como si dijeran 'arreglároslas solos'. Jesús razona según la lógica de Dios, la del compartir. ¿Cuántas veces nosotros nos giramos hacia otro lado, para no ver a los hermanos necesitados? Y este mirar a otra parte, es una forma educada de decir en muchas cosas 'arreglároslas solos'. Y esto no es de Jesús. Es egoísta. Si hubiera despedido a la gente, muchas personas se habrían quedado sin comer. Sin embargo esos pocos panes y peces, compartidos y bendecidos por Dios, bastaron para todos. Atención: ¡no es magia, es un 'signo'! Un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente, que no permite que nos falte nuestro "pan de cada día", ¡si nosotros sabemos compartirlo como hermanos! Compasión, compartir. El tercer mensaje: el prodigio de los panes preanuncia la Eucaristía. Se ve en el gesto de Jesús que "recitó la bendición" antes de partir los panes y darlos a la multitud. Es el mismo gesto que Jesús hará en la Última Cena, cuando instituyó el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de la vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Pero nosotros, debemos ir a la eucaristía con esos sentimientos de Jesús, la compasión. Y con ese deseo de Jesús, compartir. Quien va a la eucaristía sin tener compasión de los necesitados y sin compartir, no se encuentra bien con Jesús.
Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque sale de Dios y vuelve a Él. La Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino. Traducido por Rocío Lancho García
27 de julio de 2014. “Quien encuentra a Dios, cambia su vida”.
Ángelus Regina Coeli Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Las breves semejanzas propuestas por la liturgia de hoy son la conclusión del capítulo del Evangelio de Mateo dedicado a las parábolas de Reino de Dios. Entre estas hay dos pequeñas obras maestras: la parábola del tesoro escondido en el campo y la de la perla de gran valor. Éstas nos dicen que el descubrimiento del Reino de Dios puede llegar de repente como al campesino que arando, encuentra el tesoro inesperado; o después de una larga búsqueda, como para el comerciante de perlas, que finalmente encontró la perla preciosa soñada durante mucho tiempo. Pero en los dos casos queda el dato primario que el tesoro y la perla valen más que los otros bienes, y por tanto, el campesino y el comerciante, cuando lo encuentran, renuncian a todo lo demás para poder conseguirlo. No necesitan hacer razonamientos, pensar, reflexionar: se dan cuenta en seguida del valor incomparable de lo que han encontrado, y están dispuestos a perder todo para tenerlo.
Así es el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es realmente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, se queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús. Este es el gran tesoro. Cuántas personas, cuántos santas y santos, leyendo a corazón abierto el Evangelio, han sido tan tocados por Jesús, que se han convertido a Él. Pensemos en san Francisco de Asís: él era ya un cristiano, pero de "agua de rosas". Cuando lee el Evangelio, en un momento decisivo de su juventud, encontró a Jesús y descubrió el Reino de Dios, y entonces todos sus sueños de gloria terrena se desvanecieron. El Evangelio te hace conocer a Jesús verdadero, te hace conocer a Jesús vivo; te habla al corazón y te cambia la vida. Y entonces sí, dejas todo. Puedes cambiar efectivamente el tipo de vida, o continuar a hacer lo que hacías antes pero tú eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, sabor, luz a todo, también a las fatigas, también a los sufrimientos, también a la muerte. Leer el Evangelio, leer el Evangelio. Lo hemos hablado, ¿lo recordáis? Cada día leer un fragmento del Evangelio. Y también llevar un pequeño Evangelio con nosotros, en el bolsillo, en el bolso, es decir, a mano. Y allí, leyendo un fragmento, encontraremos a Jesús.
Todo adquiere sentido cuando encuentras este tesoro, que Jesús llama "el Reino de Dios", es decir, Dios que reina en tu vida, en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres. Esto es lo que Dios quiere, es por lo que Jesús se ha donado a sí mismo hasta morir en la cruz, para liberarnos del poder de las tinieblas y llevarnos al reino de la vida, de la belleza, la bondad, la alegría. Leer el Evangelio es encontrar a Jesús y tener esta alegría cristiana que es un don del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y hermanas, la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios transpira, se ve. El cristiano no puede esconder su fe, porque transpira en cada palabra, en cada gesto, también en los más sencillos y cotidianos: transpira el amor que Dios nos ha donado mediante Jesús. Recemos, por intercesión de la Virgen María, para que venga a nosotros y en el mundo entero su Reino de amor, de justicia y de paz.
20 de julio de 2014. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
El diablo es cizañero.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días: en estos domingos la liturgia propone algunas parábolas evangélicas, es decir, breves narraciones que Jesús utilizaba para anunciar a la multitud el Reino de los cielos. Entre las presentes en el Evangelio de hoy hay una más bien compleja, que no se entiende desde el principio, y Jesús da a sus discípulos la explicación:
es la del grano bueno y la cizaña, que afronta el problema del mal en el mundo y resalta la paciencia de Dios. La escena tiene lugar en un campo donde el propietario siembra el grano, pero una noche llega el enemigo y siembra la cizaña, término que en hebreo deriva de la misma raíz que el nombre "Satanás" y reclama el concepto de división. Todos sabemos que el demonio es un cizañero, siempre intenta separar a las personas, las familias, las naciones y los pueblos. Los siervos querían quitar en seguida la hierba mala, pero el amo lo impide con esta motivación: "no, que al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo". Porque todos sabemos que cuando la cizaña crece se parece mucho al grano bueno, y está el peligro de confundirlos.
La enseñanza de la parábola es doble. En primer lugar dice que el mal que hay en el mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Es curioso, este va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión, donde no hay luz pero va él y siembra la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, así es imposible separar claramente a los hombres; pero Dios, al final, podrá hacerlo.
Y aquí llegamos al segundo tema: la contraposición entre la impaciencia de los siervos y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios. Nosotros a veces tenemos mucha prisa en juzgar, clasificar, poner aquí a los buenos, allí a los malos... Recordad, la oración de ese hombre soberbio, 'te doy gracias Dios porque yo soy bueno y no soy como ese otro que es malo'. Recordad esto. Dios sin embargo sabe esperar. Él mira en el "campo" de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también las semillas del bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Que bonito es esto. Nuestro Dios es un Padre paciente que siempre nos espera y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos, siempre nos perdona si vamos donde Él.
La actitud del amo es la de la esperanza fundada en la certeza que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y hay más. Gracias a esta paciente esperanza de Dios, la misma cizaña, es decir, el corazón malo con muchos pecados, al final, puede convertirse en grano bueno. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal, ¡no se puede confundir entre bien y mal! Frente a la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una inquebrantable confianza en la victoria final del bien, es decir, de Dios.
Al final, de hecho, el mal será quitado y eliminado: en el momento de la siega, es decir del juicio, los sembradores seguirán la orden del amo separando la cizaña para quemarla. El día de la siega final el juez será Jesús, el que ha sembrado el grano bueno en el mundo y que se ha convertido Él mismo en "grano de trigo", ha muerto y ha resucitado. Al final todos seremos juzgados con el mismo metro, ¿cuál?, ¿con qué metro seremos juzgados? Con el metro con el que hemos juzgado: la misericordia que hemos usado hacia los otros será usada también con nosotros. Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos ayude a crecer en paciencia, esperanza y misericordia con todos los hermanos.
13 de Julio de 2014. Hermanos y hermanas, buenos días!.
En el Evangelio de este domingo ( Mateo 13,1-23)
nos muestra que Jesús predica en la orilla del lago de Galilea,
y debido a una gran multitud a su alrededor, se sube a un barco, alejándose un poco de la orilla y predica desde allí. Cuando habla con la gente, Jesús usó muchas parábolas: un lenguaje comprensible para todos, con imágenes extraídas de la naturaleza y las situaciones de la vida cotidiana.
La primera es una introducción que dice todas las parábolas es la del sembrador que echa su semilla sin ahorros en todo tipo de terrenos. Y la verdadera estrella de este plato es su semilla, que produce más o menos dependiendo de los frutos de la tierra en la que ha caído. Los tres primeros son tierras improductivas: en el camino de las semillas son comidas por los pájaros; en los brotes de tierra rocosa seca rápidamente porque no tienen raíces; en la semilla entre espinas son ahogados por las espinas. El cuarto motivo es buena tierra, y sólo allí, la semilla echa raíces y da fruto.
En este caso, Jesús no se limitó a la presente parábola, también explicó a sus discípulos. La semilla cayó en el camino indica los que escuchan la proclamación del Reino de Dios, pero no lo reciben; como viene el maligno y se lo lleva. El mal, de hecho, no quiere que la semilla del Evangelio brotan en los corazones de los hombres. Esta es la primera comparación. La segunda es la semilla que cayó sobre las piedras: es la gente que oye la palabra de Dios, y recibir de inmediato, pero superficialmente, porque no tienen raíces y son inconstantes; y cuando llegan las pruebas y tribulaciones, estas personas cortaron inmediatamente. El tercer caso es el de la semilla que cayó entre las espinas, Jesús explica que se refiere a las personas que oyen la palabra, pero, debido a las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza, sigue siendo sofocado. Por último, la semilla cayó en tierra fértil representa a los que oyen la Palabra, la acogen, mantenerlo, y la entiende, y da fruto. El modelo perfecto de esta buena tierra es la Virgen María.
Esta parábola nos habla a cada uno de nosotros hoy en día, mientras hablaba con los oyentes de Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que somos la tierra donde el Señor lanza incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Qué recibimos? Y nos hacemos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿En qué se parece a la tierra: una calle, una piedra, un arbusto? Todo depende de nosotros para convertirse en un buen suelo y sin espinas o piedras, pero labrada y cultivada con esmero, por lo que puede traer buenos resultados para nosotros y para nuestros hermanos.
Y haremos bien en no olvidar que somos sembradores. Dios siembra la buena semilla, y aquí podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿qué clase de semilla viene de nuestro corazón y nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer tanto bien y también para mal; puede sanar y puede hacer daño; puede estimular y puede deprimir. Recuerde, lo que importa no es lo que entra, sino lo que sale de su boca y desde el corazón.
La Virgen nos enseña, con su ejemplo, dar la bienvenida a la palabra, que sea, y llevan fruto en nosotros y en los demás.
Después del Ángelus
APELACIÓN
Dirijo un apremiante llamamiento a todos ustedes para continuar orando fervientemente por la paz en Tierra Santa, a la luz de los trágicos acontecimientos de los últimos días. Todavía vivo en la memoria de la memoria de la reunión del 8 de junio con el Patriarca Bartolomé, el presidente Peres y el Presidente Abbas, con quien hemos invocado el don de la paz y oído el llamado a romper el ciclo de odio y violencia. Algunos podrían pensar que esa reunión tuvo lugar en vano. Pero no! La oración nos ayuda a no dejarnos vencer por el mal, ni aceptar que la violencia y el odio hacerse cargo en el diálogo y la reconciliación. Insto a las partes interesadas ya todos los que tienen responsabilidades políticas a nivel local e internacional para preservar a la oración, y no escatimará esfuerzos para detener todas las hostilidades y lograr la paz deseada por el bien de todos. Y los invito a todos a unirse en oración. En silencio, todos, por favor. (Oración silenciosa) Ahora, Señor, ayúdanos! Usted nos otorga la paz, enseñar la paz, Tú nos conduces hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones y nos da la fuerza para decir: "¡Nunca más la guerra" "Todo está destruido por la guerra." Fortalécenos el valor de tomar acciones concretas para construir la paz ... Haznos dispuesto a escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos están pidiendo para convertir nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros miedos y nuestra confianza en las tensiones en el perdón. Amén.
6 de Julio de 2014. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
“Hay que dar alivio a los necesitados”.
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día! En el evangelio de este domingo, encontramos una invitación de Jesús, dice así: 'Vengan a mí todos ustedes que están cansados y opresos, y Yo les daré alivio'.
Cuando Jesús decía esto, tenía delante de sus ojos a las personas que encontraba cada día por las calles de Galilea, tanta gente simple, pobres, enfermos, pecadores, marginados. Esta gente lo seguía para escuchar su palabra, que daba esperanza. Las palabras de Jesús dan siempre esperanza. Y también para tocar aunque fuera solamente el borde de su vestido. El mismo Jesús buscaba a estas muchedumbres, cansadas, acabadas, como ovejas sin pastor. Así lo dice Él, y las buscaba para anunciarles el Reino de Dios, y para curar a muchos en el cuerpo y en el espíritu.
Les llama a todos a sí, vengan todos a mí, y les promete alivio y consolación. Esta invitación de Jesús se extiende hasta nuestros días para llegar a tantos hermanos y hermanas oprimidos por las condiciones de vida precaria, situaciones existenciales difíciles y a veces sin válidos puntos de referencia. En los países más pobres, pero también en las periferias de los países más ricos se encuentran tantas personas cansadas y acabadas debajo del peso insoportable del abandono y de la indiferencia, ...la indiferencia. Cuanto mal le hace a los necesitados la indiferencia humana, y peor aún, la de los cristianos.
Al margen de la sociedad, hay tantos hombres y mujeres probados por la indigencia, pero también por las insatisfacciones de la vida y la frustración. Tantos se ven obligados a tener que emigrar de su patria, poniendo en peligro la propia vida, muchos más llevan cada día el peso de un sistema económico que explota al hombre y le impone un yugo impensable que pocos privilegiados no quieren llevar.
A cada uno de estos hijos del Padre que está en el Cielo, Jesús les repite: “Vengan a mi todos ustedes”. Pero también lo dice a aquellos que poseen todo y su corazón está vacío. Está vacío, corazón vacío y sin Dios. También a ellos Jesús le hace esta invitación: “Vengan a mi”, la invitación de Jesús es a todos. De manera especial para estos que sufren más. Jesús les promete dar alivio a todos, pero también nos hace una invitación, que es como un mandamiento: “Tomen el yugo sobre ustedes y aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón”.
¿En qué consiste el yugo del Señor? En cargar el peso de los otros con amor fraterno. Una vez recibido el alivio y la consolación de Cristo estamos a su vez, llamados a ser consolación y alivio para los hermanos, con actitudes mansas humildes a imitación del Maestro. La mansedumbre y humildad del corazón, nos ayudan no solamente a hacernos cargo del peso de los otros, pero también a no pesar sobre ellos con nuestros puntos de vista, nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia.
Invoquemos a María Santísima, que acoge bajo su mato a todas las personas cansadas y acabadas, para que a través de una fe iluminada, testimoniada con la vida, podamos ser alivio para quienes necesitan ayuda, ternura y esperanza».
Después de rezar el ángelus, el Papa saludó a todos cordialmente “romanos y peregrinos”, a los fieles de diversas diócesis allí presentes, entre los cuales a los de la parroquia de Salzano, en la diócesis de Treviso, en donde fue párroco Giuseppe Sarto, después papa san Pio X, de quien se cumplen 100 años de su muerte.
Y también “de manera particular y afectuosa “a todos los pobladores de la región italiana de Molise, “que ayer me han recibido en su tierra y también en su corazón”. Y se despidió pidiendo: “no se olviden de rezar por mí, y lo también lo hago por ustedes”. Y concluyó con su ya conocido “¡Buona doménica e buon pranzo!”.
29 de Junio de 2014. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
El apóstol indica la salvación.
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Desde los tiempos antiguos la Iglesia de Roma celebra a los apóstoles Pedro y Pablo en una única fiesta, el mismo día, el 29 de junio. La fe en Jesucristo los ha vuelto hermanos y el martirio los ha hecho volverse una sola cosa. San Pedro y san Pablo, tan distintos entre ellos en el plano humano, fueron elegidos personalmente por el Señor Jesucristo y respondieron a su llamada ofreciendo toda su vida. En ambos la gracia de Cristo ha cumplido grandes cosas, los ha transformado: ¡Y cómo los ha transformado!
Simón había negado a Jesús en el momento dramático de la pasión; Saulo había perseguido duramente a los cristianos. Pero ambos acogieron el amor de Dios y se dejaron transformar por su misericordia. Así se volvieron apóstoles y amigos de Cristo. Por esto ambos siguen hablando a la Iglesia y aún hoy nos indican el camino de la salvación.
También a nosotros, que si por caso cayéramos en los pecados más graves y en la noche más oscura. Dios es siempre capaz de transformarnos como transformó a Pedro y Pablo, transformarnos el corazón y perdonarnos todo, transformando así nuestra oscuridad del pecado en un alba de luz. Porque Dios es así, nos perdona, nos transforma siempre como lo hizo con Pedro y como lo hizo con Pablo.
El libro de los Actos de los Apóstoles muestra muchos aspectos de su testimonio. Pedro por ejemplo nos enseña a mirar a los pobres com mirada de fe y a donarle a ellos lo más precioso que tenemos: la potencia en el nombre de Jesucristo. Esto ha hecho con aquel paralítico, le dio todo lo que tenía, a Jesús.
Sobre Pablo se cuenta tres veces el episodio del llamado en el camino de Damasco, que marca el cambio de su vida, marcando claramente un antes y después. Antes Pablo era un acérrimo enemigo de la Iglesia. Después pone toda su existencia al servicio del evangelio.
También para nosotros, el encuentro con la palabra de Cristo puede transformar completamente nuestra vida. No es posible escuchar esta Palabra, y quedarse quietos en el propio lugar, quedarse detenido en las propias costumbres. Esta nos lleva a vencer el egoísmo que tenemos en el corazón para seguir con decisión a aquel Maestro que ha dado la vida por sus amigos.
Porque es Él que con su palabra nos cambia, es Él que nos transforma, es Él que perdona todo si abrimos el corazón y pedimos perdón.
Queridos hermanos y hermanas, esta fiesta despierta en nosotros una gran alegría, porque nos pone delante de la obra de la misericordia de Dios en el corazón de dos hombres, es la obra de la misericordia de Dios, en estos dos hombres que eran grandes pecadores. Y Dios que quiere colmarnos también a nosotros con su gracia, como lo hizo con Pedro y Pablo.
Que la Virgen María nos ayude a acogerla como ellos, con corazón abierto, a no recibirla en vano. Y nos sostenga en la hora de la prueba, para dar testimonio de Jesús y de su Evangelio. Lo pedimos en particular hoy, para los arzobispos metropolitas que han sido nombrados en el último año, que esta mañana han celebrado conmigo la eucaristía en San Pedro. Los saludamos junto a sus fieles y familiares y rezamos por ellos".
Agelus Domini...
Después de rezar el ángelus el Papa indicó su preocupación “Las noticias que nos llegan desde Irak, son lamentablemente muy dolorosas. Me uno a los obispos del país y hago un llamado a los gobernantes para que a través del diálogo se pueda preservar la unidad nacional y evitar la guerra. Estoy cercano de las miles de familias, especialmente cristianas, que han tenido que dejar sus casas porque están en grave peligro. La violencia genera otra violencia; el diálogo es la única vía hacia la paz. Y rezó por esta intención un Ave María junto a los fieles y peregrinos.
Saludó también a los fieles de Roma en la fiesta de sus santos patronos, así como a los familiares de los arzobispos metropolitas que esta mañana recibieron el palio, así como a las delegaciones que les acompañaron.
Y también a los artistas “de tantas partes del mundo que han realizado esta 'infiorata'” (una gran alfombra con pétalos de flores a lo largo de cuatro cuadras. Y añadió: “Son buenos estos artistas de tantas partes del mundo que han realizado esta gran 'infiorata'” Y reiteró: “son buenos, felicitaciones”.
A continuación saludó a varios grupos de peregrinos entre los cuales los españoles de Cádiz, Elche de la Sierra y de Parla, Madrid, así como a los numerosos alfombristas que han participado en la gran muestra floral. Y concluyó pidiendo oraciones por él y con su ya famoso "Buona domenica" y "buon pranzo".
22 de Junio de 2014 Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
“la tortura es un pecado mortal. "Queridos hermanos y hermanas
En Italia y en muchos otros países del mundo se celebra este domingo la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, y se usa frecuentemente el nombre en latín: Corpus Domini, o Corpus Christi. La comunidad eclesial se recoge en torno a la eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús nos ha dejado. El evangelio de Juan nos presente el discurso sobre el 'pan de vida', que Jesús realizó en la sinagoga de Cafarnaún, en el cual afirmó: 'Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come este pan vivirá eternamente y el pan que yo daré y mi carne para la vida del mundo”.
Jesús subraya que no vino a este mundo para traer alguna cosa, pero para darse, su vida, para nutrir a quienes tiene fe en Él. Esta comunión con el señor nos empeña a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, con nuestra actitud un pan partido para los otros, como el Maestro ha partido el pan que es su realmente su carne.
Para nosotros en cambio son las actitudes generosas hacia el prójimo las que demuestran nuestra actitud hacia los otros.
Cada vez que participamos a la Santa Misa y nos nutrimos del Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo actúa en nosotros, llena nuestro corazón, nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el Evangelio.
Sobre todo la palabra de Dios, después la fraternidad entre nosotros, el coraje del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desanimados, de acoger a los excluidos.
De esta manera la eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo acogida con el corazón abierto nos cambia, nos transforma, nos vuelve capaces de amar, no según una medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios, o sea sin medida.
¿Y cuál es la medida de Dios?, sin medida. La medida de Dios no tiene medida, todo, todo, todo. No se puede medir el amor de Dios, porque no tiene medida. Y entonces nos volvemos capaces de amar también a quien no nos ama. Y no es fácil amar a quien no nos ama, no es fácil, porque si sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros tenemos ganas de no quererlo. Y no, tenemos que amar también a quien no nos ama de oponernos al mal con el bien, de perdonar, de compartir, de acoger.
Gracias a Jesús y al Espíritu, también nuestra vida se vuelve “pan partido” para nuestros hermanos. Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría, la alegría de volverse don, para devolver el gran don que nosotros recibimos primero sin tener mérito.
Es bello esto, nuestra vida se hace don, esto es imitar a Jesús.
Querría recordar dos cosas. Primero: la medida de amar a Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Nuestra vida con el amor de Jesús recibiendo la eucaristía, se hace un don, como fue la vida de Jesús. No nos olvidemos de estas dos cosas: La medida del amor de Dios es amar sin medida. Siguiendo a Jesús con la eucaristía, hacemos de nuestra vida un don.
Jesús, pan de vida eterna, descendió del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María Santísima. Después de haberlo llevado en sí con inefable amor, Ella lo ha seguido fielmente hasta la cruz y la resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a descubrir la belleza de la eucaristía, a hacerla el centro de nuestra vida, especialmente en la misa dominical y en la adoración".
El Santo Padre reza el ángelus y a continuación recuerda que "el 26 de junio próximo es la Jornada de las Naciones Unidas por las víctimas de la tortura. En esta circunstancia reitero la firme condena de todo tipo de tortura e invito a los cristianos a empeñarse para colaborar a la abolición y apoyar a las víctimas y a sus familiares. Torturar a las personas es un pecado mortal, un pecado mortal muy grave"
Y concluyó sus palabras saludando “a todos los romanos y peregrinos aquí presentes”, a los estudiantes de diversas escuelas y a algunas iniciativas varias. Y se despidió de los presentes con su “buona domenica e un buon pranzo. Arrivederci”.
15 de Junio de 2014. Ángelus Regina Coeli.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad,
que presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de cada criatura, Dios. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la cual estamos llamados a amarnos como Jesús nos ha amado.
Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del cristiano, como nos ha dicho Jesús: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35).
Es una contradicción pensar en cristianos que se odian. Es una contradicción. Y esto busca siempre el diablo: hacer que nos odiemos. Porque él siembra siempre la cizaña del odio. Él no conoce el amor, el amor es de Dios.
Todos estamos llamados a testimoniar y anunciar el mensaje que "Dios es amor", que Dios no es lejano o insensible a nuestras situaciones humanas. Él nos está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos ama tanto y hasta tal punto que se ha hecho carne, ha venido al mundo no para juzgarlo sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cfr Jn 3, 16-17). Y esto es el amor de Dios en Jesús, este amor que es tan difícil de entender, pero nosotros lo sentimos cuando nos acercamos a Jesús y Él nos perdona siempre, Él nos espera siempre, Él nos ama tanto. Y el amor de Jesús que nosotros sentimos, es el amor de Dios.
El Espíritu Santo, don de Jesús Resucitado, nos comunica la vida divina y así nos hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio recíproco, de compartir. Una persona que ama a los otros por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que se aman y se ayudan los unos a los otros es un reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la que se quieren y se comparten los bienes espirituales y materiales es un reflejo de la Trinidad.
El amor verdadero no tiene límites, pero sin limitarse, para ir al encuentro del otro, para respetar la libertad del otro. Todos los domingos vamos a misa, celebramos la eucaristía juntos. Y la Eucaristía es como la "zarza ardiente" en la que humildemente habita y se comunica la trinidad. Por esto la Iglesia ha puesto la fiesta del Corpus Domini después de la de la Trinidad. El próximo jueves, según la tradición romana, celebramos la Santa Misa en San Juan de Letrán y después haremos la procesión con el Santísimo Sacramento. Invito a los romanos y a los peregrinos a participar para expresar nuestro deseo de ser un pueblo "reunido en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (San Cipriano). Os espero a todos el próximo jueves a las 19.00, para la misa y la procesión del Corpus Christi.
La Virgen María, criatura perfecta de la Trinidad, nos ayude a hacer de toda nuestra vida, en los pequeños gestos y en las elecciones más importantes, un himno de alabanza a Dios que es Amor.
8 de Junio de 2014. Ángelus Regina Coeli.
Papa Francisco. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas".
Les recordó que esta tarde en el Vaticano los presidentes de Israel y Palestina se unirán a él y al patriarca ecuménico de Constantinopla para invocar de Dios el don de la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en el todo mundo. “Deseo agradecer --dijo el Papa-- a todos los que, personalmente y en comunidad, han rezado y rezan por este encuentro y se unirán espiritualmente a nuestra súplica.
Antes de la oración del Regina Coeli el Papa dijo:
“Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de Pentecostés recuerda la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el cenáculo. Como en la Pascua, es un evento que sucedió durante la preexistente fiesta judía, y que conlleva un cumplimiento sorprendente”.
El libro de los Actos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de esta extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos entienden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura. El evento de Pentecostés indica el nacimiento de la Iglesia y su manifestación pública. Y nos impresionan dos aspectos: es una Iglesia que sorprende y desapunta.
Un elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba nada más de los discípulos: después de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, derrotados y huérfanos de su Maestro. En cambio se verifica un evento inesperado que suscita maravilla: la gente se queda turbada porque cada uno oía a los discípulos hablar en el propio idioma, contando las grandes obras de Dios.
La Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que despierta estupor, porque con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo -la resurrección de Cristo- con un lenguaje nuevo: el universal del amor. (...)
Los discípulos son revestidos de la potencia del alto y hablan con coraje, pero pocos minutos antes eran cobardes, en cambio ahora hablan con coraje y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.
Así es siempre la Iglesia llamada a ser: capaz de sorprender anunciando a todos que Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia es siempre allí a esperarnos para curarnos y perdonarnos.
Justamente para realizar esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia. (...) Alguien en Jerusalén habría preferido que los discípulos de Jesús, bloqueados por el miedo se hubieran quedados cerrados en su casa para no crear desapunto. También hoy tantos quieren esto de los cristianos.
En cambio, el Señor resucitado los empuja hacia el mundo: “Como el Padre me ha enviado, también yo les envío a ustedes”. La Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado destilada, como un elemento decorativo.
Es una Iglesia que no tiene dudas en salir afuera, hacia la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido confiado, mismo si ese mensaje molesta e inquieta las conciencias, nos trae problemas y también nos lleva al martirio.
Ella nace una y universal, con una idea precisa pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no lo captura, como la columnata de esta plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero no se cierran para retener. Los cristianos somos libres y la Iglesia nos quiere libres.
Nos dirigimos a la Virgen María, que en esa mañana de Pentecostés estaba en el Cenáculo, la Madre estaba con los hijos junto a los discípulos. En ella la fuerza del Espíritu Santo cumplió realmente “grandes cosas”.
Ella la Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, nos obtenga con su intercesión una renovada efusión del Espíritu de Dios en la Iglesia y en el mundo”.
Regina Coeli...
En los saludos finales, además de agradecer las oraciones por el encuentro por la paz en el Vaticano con los presidentes de Israel y Palestina, saludó a diversos grupos presentes, como los estudiantes de la diócesis española de Valencia.
Y concluyó deseando a todos “una buona domenica”, pidió “recen por mi; “buon pranzo y arrivederci”.
1 de Junio de 2014. Ángelus Regina Coeli.
“Jesús resucitado está cerca de los perseguidos”.
Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!
Hoy en Italia y en otros países se celebra la Ascensión del Jesús al cielo, que se registró cuarenta días después de pascua. Los Actos de los Apóstoles cuentan este episodio, la separación final del Señor Jesús de sus discípulos y de este mundo. El evangelio de Mateo en cambio indica el mandato que Jesús le da a los discípulos:
la invitación a ir, partir para anunciar a todos los pueblos el mensaje de salvación. 'Salir', o mejor 'partir' se vuelve la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús parte hacia el Padre y les manda a los discípulos que partan hacia el mundo.
Jesús parte, asciende al cielo, o sea vuelve hacia el Padre, quien le había enviado al mundo. Hizo su trabajo y retornó al Padre. Pero no se trata de una separación, porque él se queda siempre con nosotros, de una nueva manera. Con su ascensión el Señor resucitado atrae la mirada de los apóstoles --y también nuestra mirada-- a las alturas del cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre. Él mismo dijo que se habría ido para prepararnos un lugar en el cielo.
Entretanto, Jesús se queda presente y operante en las situaciones de la historia humana con la potencia y los dones de su Espíritu; está al lado de cada uno de nosotros: mismo si no lo vemos con los ojos, él está, nos acompaña y guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos.
Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados, cercano a cada hombre y mujer que sufre, está cercano de todos nosotros. Incluso está hoy aquí con nosotros en esta plaza. El Señor está con nosotros. ¿Ustedes creen esto?
Lo decimos juntos, todos, 'El Señor está con nosotros'. Otra vez: 'El Señor está con nosotros'.
Cuando Jesús va al cielo, le lleva al Padre un regalo. ¿Han pensado a esto? ¿Cuál es el regalo que Jesús le lleva al Padre?
Sus heridas, este es el regalo que le lleva al Padre. Su cuerpo es hermoso, sin hematomas, sin las llagas de la flagelación, todo hermoso. Pero ha conservado las heridas. Y cuando va a lo del Padre le dice: 'Padre, este es el precio del perdón que Tú nos das'.
¡Y cuando el Padre mira las heridas de Jesús, nos perdona siempre! ¡No porque nosotros somos buenos, sino porque él ha pagado por nosotros!
Viendo las heridas de Jesús el Padre se vuelve más misericordioso, más grande y esto es el gran trabajo que Jesús hace en el Cielo. Y Jesús está también presente mediante la Iglesia que él ha enviado a prolongar su misión. La última palabra de Jesús a los discípulos fue el mandato de partir: “Id por lo tanto y haced discípulos a todos los pueblos”.
¡Es un mandato preciso, no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad 'en salida', 'que parte'. Más aún la Iglesia nació en 'salida'. Aunque ustedes me dirán: ¿Y las comunidades de clausura? Sí, también éstas, porque están siempre en salida con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos y enfermos? También ellos, con su oración y la unión a las heridas de Jesús.
A sus discípulos misioneros Jesús les dice: 'Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final del mundo”. ¡Nosotros solos, sin Jesús, no podemos hacer nada! En la obra apostólica nuestras fuerzas no son suficientes, nuestros recursos, nuestras estructuras, mismo si son necesarias, no bastan.
Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu, nuestro trabajo, mismo estando bien organizado, resulta ineficaz.
Y así vamos a decirle a la gente quién es Jesús. Pero no quiero que se olviden cuál es el regalo que Jesús le llevó al Padre: ¿Cuál es el regalo? Las heridas, así, porque con estas heridas le hace ver al Padre el precio de su perdón.
Y junto con Jesús nos acompaña María, nuestra Madre. Ella está ya en la casa del Padre, es Reina del Cielo y así la invocamos en este tiempo, y Ella como Jesús, está con nosotros, camina con nosotros. Es la Madre de nuestra esperanza”. Reina del cielo. Fuente: Zenit.
25 de mayo de 2014. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco.
"Señor Presidente Mahmoud Abbas, en este lugar donde nació el Príncipe de la paz, deseo invitarle a usted y al Señor Presidente Shimon Peres, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco mi casa en el Vaticano para acoger este encuentro de oración".
Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla.
Y todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de sus pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con la oración.
Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento. Los hombres y mujeres de esta tierra y del todo el mundo nos piden presentar a Dios sus anhelos de paz".
Con estas palabras, Francisco ha invitado a ambos presidentes a este encuentro e ración por la paz en Roma. Lo ha hecho antes de la oración del Regina Coeli, en la plaza de San del Pesebre en Belén.
Antes de la oración mariana, el Papa ha pronunciado las siguientes palabras:
"Mientras nos preparamos para concluir esta celebración, dirigimos nuestro pensamiento
María Santísima, que precisamente aquí en Belén dio a luz a su hijo Jesús. La Virgen es la persona que más ha contemplado a Dios en el rostro humano de Jesús. Ayudada por José, lo envolvió en pañales y lo recostó en el pesebre.
A Ella encomendamos esta tierra y todos los que la habitan, para que vivan con justicia, con paz y fraternidad. Encomendamos también los peregrinos que aquí llegan para beber de las fuentes de la fe cristiana, algunos de los cuales están presentes también en esta Santa Misa. Vela, Oh Madre, por las familias, los jóvenes, los ancianos. Vela por todos los que han perdido la fe y la esperanza; consuela a los enfermos, los encarcelados y todos los que sufren; sostén a los Pastores y a toda la Comunidad de los creyentes, para que sean “sal y luz” en esta tierra bendita; fortalece las instituciones educativas, en particular la Bethlehem University.
Contemplando a la Sagrada Familia aquí, en Belén, mi pensamiento se dirige espontáneamente a Nazaret, adonde espero ir, si Dios quiere, en otra ocasión. Abrazo desde aquí a los fieles cristianos que viven en Galilea y aliento la realización del Centro Internacional para la Familia en Nazaret.
Encomendamos a la Virgen Santa la suerte de la humanidad, para que se le abra al mundo un horizonte nuevo y prometedor de fraternidad, solidaridad y paz"
18 de mayo de 2014. El Santo Padre ha rezado esta mañana
la oración del Regina Coeli
desde la ventana de estudio del Palacio Apostólico ante la plaza de San Pedro repleta de fieles, más de 50.000. Estas son las palabras de Francisco antes de la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas, Hoy la Lectura de los Hechos de los Apóstoles nos hace ver que también en la Iglesia de los orígenes emergen las primeras tensiones y primeros desacuerdos. En la vida, los conflictos están, el problema es cómo se afrontan. Hasta el momento la unidad de la comunidad cristiana había sido favorecida por la pertenencia a una única etnia y cultura, la judía. Pero cuando el cristianismo, que por deseo de Jesús es destinado a todos los pueblos, se abre al ámbito cultural griego, y comienza a faltar esta homogeneidad, surgen las primeras dificultades. Comienza el descontento, hay quejas, corren voces de favoritismo y disparidad de trato. Esto sucede también en nuestras parroquias. La ayuda de las comunidades a las personas necesitadas -viudas, huérfanos y pobres en general-, parece privilegiar a los cristianos de origen judío respecto a los otros.
Entonces, delante de este conflicto, los apóstoles se encargan de la situación: convocan una reunión también con los discípulos, discuten juntos la cuestión. Todos. ¡Los problemas, de hecho, no se resuelven fingiendo que no existen! Y es bello este encuentro contundente entre pastores y los otros fieles. Se llega por tanto a una subdivisión de las tareas. Los apóstoles hacen una propuesta que viene acogida por todos: ellos se dedicarán a la oración y al ministerio de la Palabra, mientras que siete hombres, los diáconos, proveerán al servicio de los comedores para los pobres. Estos siete no son elegidos por ser expertos, sino por ser hombres honestos y de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría; y están constituidos en su servicio mediante la imposición de las manos por parte de los apóstoles. Y así, de ese descontento, de esas quejas, de esas voces de favoritismo, de disparidad en el trato, se llega a una solución. Confrontándose, discutiendo y rezando, así se resuelven los conflictos en la Iglesia. Confrontándose, discutiendo y rezando. Con la seguridad que el chismorreo, las envidias, los celos no podrán nunca llevarnos a la concordia, a la armonía o a la paz. Ha sido ahí también el Espíritu Santo a coronar este acuerdo y esto nos hace entender que cuando dejamos al Espíritu Santo la guía, él nos lleva a la armonía, a la unidad y al respeto de los distintos dones y talentos. ¿Habéis entendido bien? Nada de chismorreo, nada de envidias, nada de celos. ¿Entendido?
La Virgen María nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos estimarnos unos a otros y converger siempre más profundamente en la fe y en la caridad, teniendo el corazón abierto a las necesidades de los hermanos.
Al concluir la oración del Regina Coeli, el Papa ha añadido:
Queridos hermanos y hermanas,
Graves inundaciones han devastado amplias zonas de los Balcanes, sobre todo en Serbia y Bosnia. Mientras confío al Señor las víctimas de estas calamidades expreso mi personal cercanía a los que están viviendo horas de angustia y tribulación. Rezamos juntos a la Virgen por estos hermanos y hermanas que están en tanta dificultad. Ave María....
Ayer en Iaşi, en Rumania, se ha proclamado beato al obispo Anton Durcovici, mártir de la fed. Pastor celante y valiente, fue perseguido por el régimen comunista rumano y murió en la cárcel, murió de hambre y sed en 1951. Junto con los fieles de Iaşi y de toda Rumania, ¡damos gracias a Dios por este ejemplo!
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones, las escuelas. En particular, saludo a los estudiantes de las escuelas católicas de Madrid y Pamplona, los procedentes de México y de Colombes (Francia), los chicos de la escuela "Nuestra Señora de las Nieves" de Génova y los niños del Centro "Rostro Santo" de Bari.
Saludo las delegaciones de las ciudades de Perth (Australia) y Vasto (Italia), hermanadas desde hace 25 años; los fieles de Tombolo, Grezzana, Cerignola, San Biagio, San Fiorano, Parabita, Patù, Bronte, Cassino y Dogana; el coro de Brindisi, el Círculo de ancianos de Locara, la Pequeña Fraternidad Emaus de San Benedicto del Tronto, los chicos de Lodi y los de Atri.
Animo a las asociaciones de voluntariado venidas por la Jornada del enfermo oncológico: rezo por vosotros, por los enfermos y las familias. ¡Y vosotros rezad por mí! A todos deseo un feliz domingo. ¡Buena comida y hasta la vista! Fuente: Zenit
11 de Mayo de 2014. Ángelus Regina Coeli,
“He venido para que tengan vida en abundancia.”
Santo Padre Francisco. Queridos hermanos y hermanas, buen día.
El evangelista Juan nos presenta en este cuarto domingo del Tiempo Pascual, la imagen de Jesús como el Buen Pastor. Contemplando esta página del evangelio podemos entender el tipo de relación que Jesús tenía con sus discípulos.
Una relación basada en la ternura, en el amor, en el conocimiento recíproco y sobre la promesa de un don inconmensurable: 'Yo he venido --dice Jesús-- para que tengan la vida y en abundancia. Tal relación es el modelo de las relaciones entre los cristianos, y de las relaciones humanas.
Muchos hoy como en el tiempo de Jesús, se proponen como pastores de nuestra existencia, pero solamente el Resucitado es el verdadero pastor que nos da la vida en abundancia. Invito a todos a que tengan confianza en el Señor que nos guía, y no solamente nos guía, pero nos acompaña y camina con nosotros. Escuchemos con corazón y mente abierta su palabra para alimentar nuestra fe, iluminar nuestra conciencia y seguir las enseñanzas del Evangelio.
En este domingo recemos por los pastores de la Iglesia, por todos los obispos, incluido el obispo de Roma, por todos los sacerdotes, por todos, por todos. En particular recemos por los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma que he ordenado en la basílica de San Pedro. Demos un saludo a estos trece sacerdotes, que el Señor nos ayude a nosotros pastores a ser siempre fieles al Maestro, y guías sabias e iluminadas del Pueblo de Dios a nosotros confiado.
También a ustedes les pido por favor que nos ayuden, nos ayuden a ser buenos pastores. Una vez he leído una cosa hermosa sobre cómo el Pueblo de Dios ayuda a los obispos y sacerdotes a ser buenos pastores, en un escrito de San Cesareo de Arlé, un padre de los primeros siglos de la Iglesia.
Y daba este ejemplo: cuando el ternero tiene hambre va a lo de la madre para tomar la leche, pero la vaca no lo da enseguida, parecería que se lo guardara para ella. ¿Entonces qué hace el ternero? Golpea con su nariz al pezón de la vaca para que llegue la leche. Es muy linda esta imagen. Así ustedes -dice este santo- tienen que hacer con los pastores: llamar a su puerta, a su corazón para que le den la leche de la doctrina, de la gracia y la leche de la guía.
Y les pido por favor, importunen a los pastores, moléstenlos, a todos nosotros los pastores, para que le demos el alimento de la gracia, de la guía y de la doctrina. Piensen a aquella bella imagen del ternero, cómo importuna a la madre para que le dé de comer.
A imitación de Jesús, cada pastor a veces se pondrá adelante para indicar el camino y apoyar la esperanza del pueblo. Otras veces estará simplemente en medio de todos, con su cercanía simple y misericordiosa. Y en algunas circunstancias deberá caminar detrás del pueblo, para ayudar aquellos que se quedaron atrás. Que todos los pastores sean así.
Pero ustedes importunen para que den la guía de la doctrina y de la gracia. En este domingo se recuerda la Jornada mundial por las vocaciones. En el mensaje de este año he recordado que cada vocación requiere de todos modos, un nexo para centrar la existencia en Cristo y su evangelio. Por esto la llamada de seguir a Jesús es al mismo tiempo entusiasmante y empeñativa. Y para que se realice es necesario entrar siempre en profunda amistad con el Señor para poder vivir siempre con él y en él.
Recemos para que en este tiempo tantos jóvenes sientan la voz del Señor, porque existe el riesgo a veces, que sea sofocada por otras voces diversas. Recemos para que en este tiempo tantos jóvenes escuchen la voz del Señor. Recemos por los jóvenes quizás aquí en la plaza haya alguno que sienta esta voz del Señor que lo llama al sacerdocio, recemos por él si está aquí y por todos los jóvenes que están así.
En las palabras después del Regina Coeli, el Santo Padre recordó que este domingo los miembros del Camino Neocatecumenal “llevan el anuncio de Jesús resucitado a cien plazas de Roma y del mundo” y añadió: “Sigan adelante ustedes, que son buenos...”.
Y al concluir indicó que en muchos países se festeja hoy el Día de la Madre. "Hoy les invito a dedicar un lindo recuerdo y una oración a todas las mamás, saludemos a todas las mamás. Y le confiamos a la madre de Jesús, nuestra mamá. Y por todas las mamás recemos a la Virgen". Y junto a los miles de presentes rezó un Ave María. “Un gran saludo a las mamás, un gran saludo” dijo. Y concluyó con su ya habitual: “Buona domenica a tutti, buon pranzo e arrivederci”.
20 Abril 2014. Ángelus Regina Coeli, Santo Padre Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, Feliz y Santa Pascua. El anuncio del ángel a las mujeres resuena en la Iglesia esparcida por todo el mundo: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí. Ha resucitado... Venid a ver el sitio donde lo pusieron». Vosotros, no tengais miedo. ¡El Señor ha resucitado!
Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría sin brío, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí reemprende siempre de nuevo. El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
Por esto decimos a todos: «Venid y veréis». En toda situación humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es sólo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido... «Venid y veréis»: El amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.
Con esta gozosa certeza, nos dirigimos hoy a ti, Señor resucitado. Ayúdanos a buscarte para que todos podamos encontrarte, saber que tenemos un Padre y no nos sentimos huérfanos; que podemos amarte y adorarte.
Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravada por los conflictos y los inmensos derroches de los que a menudo somos cómplices.
Haz nos disponibles para proteger a los indefensos, especialmente a los niños, a las mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a la explotación y al abandono.
Haz que podamos curar a los hermanos afectados por la epidemia de Ébola en Guinea Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a aquellos que padecen tantas otras enfermedades, que también se difunden a causa de la incuria y de la extrema pobreza.
Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos, por haber sido injustamente arrancados de su afecto, como tantas personas, sacerdotes y laicos, secuestradas en diferentes partes del mundo.
Conforta a quienes han dejado su propia tierra para emigrar a lugares donde poder esperar en un futuro mejor, vivir su vida con dignidad y, muchas veces, profesar libremente su fe. Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas las guerras, toda hostilidad pequeña o grande, antigua o reciente.
Te pedimos por Siria, la amada Siria: que cuantos sufren las consecuencias del conflicto puedan recibir la ayuda humanitaria necesaria; que las partes en causa dejen de usar la fuerza para sembrar muerte, sobre todo entre la población inerme, y tengan la audacia de negociar la paz, tan anhelada desde hace tanto tiempo.
Jesús glorioso, te rogamos que consueles a las víctimas de la violencia fratricida en Irak y sostengas las esperanzas que suscitan la reanudación de las negociaciones entre israelíes y palestinos.
Te invocamos para que se ponga fin a los enfrentamientos en la República Centroafricana, se detengan los atroces ataques terroristas en algunas partes de Nigeria y la violencia en Sudán del Sur. Y te pedimos por Venezuela, para que los ánimos se encaminen hacia la reconciliación y la concordia fraterna.
Que por tu resurrección, que este año celebramos junto con las iglesias que siguen el calendario juliano, te pedimos que ilumines e inspires iniciativas de paz los esfuerzos en Ucrania, para que todas las partes implicadas, apoyadas por la Comunidad internacional, lleven a cabo todo esfuerzo para impedir la violencia y construir, con un espíritu de unidad y diálogo, el futuro del País. Y ellos como hermanos puedan hoy gritar 'Christus surrexit'.
Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la Tierra: Tú, que has vencido a la muerte, concédenos tu vida, danos tu paz. 'Christus surrexit', venid y ved. Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!
Después de la bendición, el Santo Padre ha añadido:
Queridos hermanos y hermanas, renuevo mi deseo de feliz Pascua a todos vosotros llegados a esta Plaza de todas partes del mundo. Extiendo mis felicitaciones pascuales a todos aquellos, que desde varios países, están conectados a través de los medios de comunicaicón social. Llevad a vuestras familias y a vuestras comunidades el alegre anuncio que ¡Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza, ha resucitado!
Gracias por vuestra presencia, gracias por vuestra oración y por vuestro testimonio de fe. Un pensamiento particular y de reconocimiento por el regalo de las preciosas flores, que proceden de Holanda. ¡Feliz Pascua a todos! ¡Buena comida y hasta la vista!