31 de Julio 2016. Joven, Dios cuenta contigo por lo que eres y no por lo que tienes. El papa Francisco ha celebrado en el Campus Misericordiae de Cracovia la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud. Entre dos y dos millones y medio, según indica al organización, se encontraban allí esperando para celebrar juntos este gran momento. Muchos de ellos, un millón y medio, ya se encontraban allí desde la tarde del sábado en la
que también celebraron la vigilia con el Papa. Jóvenes de todos los rincones del mundo que han pasado la noche orando y celebrando la alegría de la fe. Hoy concluye una semana de encuentros, catequesis, oración y amistad y tras la que no volverán a sus casas indiferentes tal y como les pidió ayer el Papa en un motivador discurso. Mientras que en la homilía de esta mañana, el Papa ha querido recordar a los jóvenes que Dios cuenta con ellos por lo que son, no por lo que tienen. “Ante Él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio”. El Santo Padre ha hecho referencia a la lectura del día, el encuentro de Jesús con Zaqueo, para explicar que Él “desea acercarse a la vida de cada uno”, “recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente”.
Zaqueo, tal y como ha recordado Francisco, era un rico colaborador de los “odiados ocupantes romanos”. Sin embargo, “el encuentro con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder, con cada uno de nosotros”. De este modo, el Santo Padre ha desarrollado su homilía indicando que Zaqueo tuvo que superar al menos tres obstáculos “que también pueden enseñarnos algo a nosotros”.
El primero es la baja estatura. Una tentación –ha precisado– que no solo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe. Esta es nuestra estatura, nuestra identidad espiritual: “somos los hijos amados de Dios, siempre”. Así, ha subrayado que “no reconocer nuestra identidad más auténtica es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí”, “significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí”. ¡Tú eres importante!, ha exclamado recordando a los jóvenes que “Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes”. Dios, ha precisado, nos ama más de lo que nosotros nos amamos, cree en nosotros más que nosotros mismos, “está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los hinchas”. En este punto, el Santo Padre ha invitado a los jóvenes a rezar cada mañana: “Señor, te doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi vida”.
El segundo obstáculo del que ha hablado es “la vergüenza paralizante”. Por eso ha recordado que Zaqueo superó la vergüenza y subió al árbol “porque la atracción de Jesús era más fuerte”. Zaqueo “sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad”. El Papa ha contado también a los jóvenes un “secreto de la alegría”: “no apagar la buena curiosidad, sino participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón”. Ante Jesús, “no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados”, no podemos responderle con “un simple mensajito”. El Papa ha exhortado a los jóvenes a no avergonzarse de llevar todo a Jesús, “especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión”. Él sabrá –ha asegurado– sorprenderos con su perdón y su paz.
El tercer y último obstáculo no estaba en un interior sino “a su alrededor”: la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego lo criticó. Así, Francisco ha pedido a los jóvenes “no tengáis miedo” y que recuerden el lema de la JMJ: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Del mismo modo les ha invitado a no desanimarse porque “con vuestra sonrisa y vuestros brazos abiertos predicáis la esperanza y sois una bendición para la única familia humana, tan bien representada por vosotros aquí”.
La mirada de Jesús –ha añadido– va más allá de los defectos para ver a la persona. “No se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro”, “no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión”, “no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón”. El Pontífice también ha pedido a los jóvenes que instalen “bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite el bien sin cansarse”.
Para finalizar la homilía, el Santo Padre, haciendo referencia a las palabras de Jesús a Zaqueo “hoy tengo que alojarme en tu casa”, ha asegurado que la JMJ “comienza hoy y continúa mañana, en casa”, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora. Jesús espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, “el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración”. Jesús desea que su Palabra “se convierta en tu ‘navegador’ en el camino de la vida”. Jesús –ha recordado el Papa a los jóvenes– te llama por tu nombre. “Tu nombre es precioso para Él”, ha indicado. La memoria de Dios no es “un disco duro” que almacena todos nuestros datos, “sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal”. De este modo ha invitado a “imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días”. Fuente: Zenit.
29 de Junio 2016. Homilía Papa Francisco con motivo de la fiesta de los santos Pedro y Pablo. La Palabra de Dios de esta liturgia contiene un binomio central: cierre – apertura. A esta imagen podemos unir el símbolo de las llaves, que Jesús promete a Simón Pedro para que pueda abrir la entrada al Reino de los cielos, y no cerrarlo para la gente, como hacían algunos escribas y fariseos hipócritas a los que Jesús reprende (cf. Mt 23, 13). El papa reza a María al concluir la misa de entrega de los palios a los nuevos arzobispos metropolitanos La lectura de los Hechos de los Apóstoles (12,1-11) nos presenta tres encierros: el de Pedro en la cárcel; el de la comunidad reunida en oración; y ‒en el contexto cercano de nuestro pasaje‒ el de la casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde Pedro va a llamar después de haber sido liberado.
Con respecto a los encierros, la oración aparece como la principal vía de salida: salida de la comunidad, que corre el peligro de encerrarse en sí misma debido a la persecución y al miedo; salida para Pedro, que al comienzo de su misión que le había sido confiada por el Señor, es encarcelado por Herodes, y corre el riesgo de ser condenado a muerte. Y mientras Pedro estaba en la cárcel, «la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Y el Señor responde a la oración y le envía a su ángel para liberarlo, «arrancándolo de la mano de Herodes» (cf. v. 11). La oración, como humilde abandono en Dios y en su santa voluntad, es siempre una forma de salir de nuestros encierros personales y comunitarios. Es la gran vía de salida de los encerramientos.
También Pablo, escribiendo a Timoteo, habla de su experiencia de liberación, la salida del peligro de ser, él también, condenado a muerte; en cambio, el Señor estuvo cerca de él y le dio fuerzas para que pudiera llevar a cabo su trabajo de evangelizar a los gentiles (cf. 2 Tm 4,17). Pero Pablo habla de una «apertura» mucho mayor, hacia un horizonte infinitamente más amplio: el de la vida eterna, que le espera después de haber terminado la «carrera» terrena.
Es muy bello ver la vida del Apóstol toda «en salida» gracias al Evangelio: toda proyectada hacia adelante, primero para llevar a Cristo a cuantos no le conocen, y luego para saltar, por así decirlo, en sus brazos, y ser llevado por él «que lo salvará llevándolo a su reino celestial.» (cf. v. 18). Volvamos a Pedro. El relato Evangélico (Mt 16,13-19) de su profesión de fe y la consiguiente misión confiada por Jesús nos muestra que la vida de Simón, pescador de Galilea ‒ como la vida de cada uno de nosotros‒ se abre, florece plenamente cuando acoge de Dios la gracia de la fe. Entonces, Simón se pone en el camino ‒un camino largo y duro‒ que le llevará a salir de sí mismo, de sus seguridades humanas, sobre todo de su orgullo mezclado con valentía y con generoso altruismo.
En este su camino de liberación, es decisiva la oración de Jesús: «yo he pedido por ti (Simón), para que tu fe no se apague» (Lc 22,32). Es igualmente decisiva la mirada llena de compasión del Señor después de que Pedro le hubiera negado tres veces: una mirada que toca el corazón y disuelve las lágrimas de arrepentimiento (cf. Lc 22,61-62). Entonces Simón Pedro fue liberado de la prisión de su ego orgulloso, de su ego miedoso, y superó la tentación de cerrarse a la llamada de Jesús a seguirle por el camino de la cruz.
Como ya he dicho, en el contexto inmediato del pasaje de los Hechos de los Apóstoles, hay un detalle que nos puede hacer bien resaltar (cf. 12.12-17). Cuando Pedro se encuentra milagrosamente libre, fuera de la prisión de Herodes, va a la casa de la madre de Juan, por sobrenombre Marcos. Llama a la puerta, y desde dentro responde una sirvienta llamada Rode, la cual, reconociendo la voz de Pedro, en lugar de abrir la puerta, incrédula y llena de alegría corre a contárselo a su señora.
El relato, que puede parecer cómico –y que puede dar inicio al así llamado «complejo de Herodes– nos hace percibir el clima de miedo en el que vivía la comunidad cristiana, que permanecía encerrada en la casa, y cerrada también a las sorpresas de Dios. Pedro llama a la puerta. «Y fíjate», hay miedo, hay alegría, «¿abrimos?, ¿no abrimos?», mientras él está corriendo peligro, pues la policía puede cogerlo. Pero el miedo nos paraliza, nos paraliza siempre, nos cierra, nos cierra a las sorpresas de Dios.
Este particular nos habla de la tentación que existe siempre para la Iglesia: de cerrarse en sí misma de cara a los peligros. Pero incluso aquí hay un resquicio a través del cual puede pasar a la acción de Dios: dice Lucas que en aquella casa, «había muchos reunidos en oración» (v. 12). La oración permite a la gracia abrir una vía de salida: del cerramiento a la apertura, del miedo a la valentía, de la tristeza a la alegría.
Y podemos añadir: de la división a la unidad. Sí, lo decimos hoy junto a nuestros hermanos de la delegación enviada por el querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, para participar en la fiesta de los Santos Patronos de Roma. Una fiesta de comunión para toda la Iglesia, como pone de manifiesto la presencia de los Arzobispos Metropolitanos venidos para la bendición de Palios, que les serán impuestos por mis Representantes en sus respectivas sedes. Que los santos Pedro y Pablo intercedan por nosotros, para que podamos hacer este camino con la alegría, experimentar la acción liberadora de Dios y testimoniarla a todos. Fuente Zenit. Redacción.
20 de junio 2016.Antes de juzgar a los otros es necesario mirarse al espejo
y ver cómo somos. Es la invitación del papa Francisco en la misa de esta mañana celebrada en Santa Marta, la última antes del descanso por el verano. El Pontífice ha subrayado que lo que diferencia el juicio de Dios del nuestro no es la omnipotencia sino la misericordia. Reflexionando sobre el Evangelio del día, el Santo Padre ha recordado que el juicio pertenece solo a Dios y por eso si no queremos ser juzgados también nosotros no debemos juzgar a los otros. Todos nosotros queremos que en el Día del Juicio, “el Señor nos mire con benevolencia, que el Señor se olvide de muchas cosas feas que hemos hecho en la vida”, ha asegurado.
Por eso si “tú juzgas continuamente a los otros con la misma medida, tú serás juzgado”. El Señor nos pide que nos miremos al espejo. “Mírate al espejo, pero no para maquillarte, para que no se vean las arrugas. No, no, no, ¡ese no es el consejo! Mírate al espejo para mírate a ti, como tú eres”, ha invitado Francisco. Querer quitar la mota del ojo ajeno, mientras que en tu ojo hay una viga. El Señor dice que cuando hacemos esto hay solo una palabra para definirlo: “hipócrita”.
Por eso, el Pontífice ha observado que se ve que el Señor aquí “se enfada un poco”, dice que somos hipócritas cuando nos ponemos “en el sitio de Dios”. Y así, ha recordado que esto es lo que la serpiente ha convencido a hacer a Adán y Eva: “si coméis de esto seréis como Él”. Ellos –ha precisado– querían ponerse en el sitio de Dios.
Asimismo ha explicado que por esto es tan feo juzgar. El juicio corresponde solo a Dios. “A nosotros el amor, la comprensión, el rezar por los otros cuando vemos cosas que no son buenas, pero también hablar con ellos: pero, mira, yo veo esto, quizá…’ pero no juzgar”, ha aseverado.
El Santo Padre ha proseguido su homilía subrayando que cuando juzgamos “nos ponemos en el sitio de Dios” pero “nuestros juicio es un juicio pobre” , nunca “puede ser un juicio verdadero”. Y nuestro juicio no es como el de Dios no por su omnipotencia, sino “porque a nuestro juicio le falta misericordia, y cuando Dios juzga, juzga con misericordia”.
Finalmente, el Papa ha invitado a pensar hoy en lo que el Señor nos pide: no juzgar para no ser juzgados, la medida con la que juzgamos será la misma que usarán con nosotros y mirarnos al espejo antes de juzgar. De lo contrario seremos un “hipócrita” porque nos ponemos en el sitio de Dios y porque nuestro juicio es pobre porque le falta algo importante que tiene el juicio de Dios, le falta misericordia. Fuente: Zenit. Redacción. Vaticano.
16 de junio 2016.Las oraciones no son palabras mágicas y
la palabra ‘Padre’, Jesús la pronuncia siempre
en los momentos emocionantes de su vida.
No debemos pensar que las oraciones sean ‘palabras mágicas’, y por lo tanto no hagamos como los paganos. Lo indicó el Santo Padre en su homilía de la misa matutina en la residencia Santa Marta, comentando el Evangelio de hoy, en el cual Jesús enseña la oración del ‘Padre Nuestro’ a sus discípulos, para indicar el
valor de la oración en la vida del cristiano. O sea que el espacio de una oración entra en la palabra ‘Padre’. Un Padre que “sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos”. Un Padre que “nos escucha escondido, en el secreto como Él, Jesús nos da el consejo de rezar en secreto”, dijo. Un Padre “que nos da la identidad de hijos, y cuando digo ‘Padre’, llego a las raíces de mi identidad: mi identidad cristiana es ser hijo y esta es una gracia del Espíritu. Nadie puede decir ‘Padre’, sin la gracia del Espíritu”. Santi Giovanni e Paolo (Venice) (Wiki commons Didier Descouens) “’Padre’ es una palabra que Jesús usaba en los momentos más emocionantes, cuando estaba lleno de alegría, de emoción: ‘Padre te alabo, porque tú revelas estas cosas a los niños’; o llorando delante a la tumba de su amigo Lázaro: ‘Padre, te doy gracias porque me has escuchado’”.
El Papa señaló también: “Sin sentirse hijo, sin decir ‘Padre’, nuestra oración es pagana, es una oración de palabras”. Y rezarle al Padre es la piedra angular, Èl conoce nuestras necesidades. Seguramente podemos rezar a la Virgen, a los ángeles y a los santos, pero “la piedra angular de la oración es ‘Padre’”. Y si no somos capaces de iniciar la oración de esta manera, “la oración no va bien”. Este es el espacio de la oración cristiana: ‘Padre’. “Y después rezamos a todos los santos y ángeles, hacemos las procesiones y las peregrinaciones. Todo es hermoso, pero siempre iniciando con ‘Padre’ y con la conciencia de que somos hijos”.
El Santo Padre llevó su pensamiento a la parte de la oración del ‘Padre Nuestro’, en donde Jesús se refiere al perdón del prójimo como Dios nos perdona a nosotros. “Si el espacio de la oración es decir ‘Padre’, la atmósfera de la oración es decir ‘nuestro’: somos hermanos somos familia”. Y recordó lo que sucedió con Caín que odió al hijo del Padre, odió a su hermano. Porque el ‘Padre’ nos da la identidad de familia.
Por esto –aseguró Francisco– es tan importante la capacidad de perdón, de olvidar las ofensas, esa buena costumbre: ‘Pero dejemos pasar… que el Señor haga Él’, y no llevar rencor, resentimiento ni deseo de venganza…”.
“Rezar al Padre perdonando a todos, olvidando las ofensas, es la mejor oración que uno pueda hacer”. Y es bueno que algunas veces hagamos un examen de conciencia sobre esto. Para mí Dios es Padre, ¿yo lo siento como un Padre? Y si no lo siento así, debo pedir al Espíritu Santo que me enseñe a sentirlo así, porque “el ‘Padre Nuestro’ nos da la identidad de hijos y de familia para ir juntos en la vida”. Fuente: Zenit. Ciudad del Vaticano.
14 de junio 2016. Saber rezar por los que nos quieren mal
hará mejorar a los enemigos
y nos hará más hijos del Padre.
Lo ha indicado el papa Francisco en su homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. El Santo Padre ha reflexionado sobre el pasaje del Evangelio en el que Jesús exhorta a los discípulos a tender a la perfección de Dios “que hace salir su sol sobre los malos y los buenos”.
“Habéis oído que se dijo. Yo en cambio, os digo”. La Palabra de Dios y dos formas irreconciliables de entenderla: una árida lista de deberes y prohibiciones o la invitación a amar al Padre y a los hermanos con todo el corazón, llegando al culmen de rezar por el propio adversario. Así el papa Francisco ha precisado que es la dialéctica del debate entre Doctores de la Ley y Jesús, entre la Ley propuesta de forma esquemática al pueblo hebreo de sus jefes y la “plenitud” de esa misma Ley que Cristo afirma que ha venido a traer.
El Pontífice ha subrayado una vez más que Jesús, cuando comienza su predicación, obstaculizado por sus adversarios, la explicación de la Ley en ese tiempo estaba en crisis. Así, ha indicado que “había una explicación muy teórica, casuística… Digamos que era una ley en la que no estaba el corazón en la Ley, que es el amor que Dios nos ha dado”. Por eso –ha aclarado el Santo Padre– el Señor repite lo que estaba en el Antiguo Testamento, ¿cuál es el mandamiento más grande? “Amar a Dios con todo el corazón, con todas tus fuerzas, con toda el alma, y al prójimo como a ti mismo. Y en las explicaciones de los Doctores de la Ley esto no estaba en el centro”, ha observado. De este modo el Santo Padre ha recordado que en el centro estaban los casos: ¿pero se puede hacer esto? ¿Hasta qué punto se puede hacer esto? ¿Y si no se puede? “La casuística propia de la Ley”. Así, Francisco ha señalado que Jesús toma esto y retoma el verdadero sentido de la Ley para llevarlo a su plenitud.
Al respecto el Pontífice ha observado cómo Jesús ofrece “muchos ejemplos” para mostrar los mandamientos bajo una nueva luz. “No matar” quiere decir también no insultar a un hermano y así sucesivamente hasta subrayar cómo el amor sea “más generoso que la letra de la Ley”, en el manto añadido como regalo a quien había pedido vestido y en los dos kilómetros hechos con quien había pedido ser acompañado durante solo uno.
Es un trabajo –ha precisado el Santo Padre– que no es solo un trabajo para cumplir la ley, sino que es un trabajo de sanación del corazón. En esta explicación que Jesús hace sobre los mandamientos hay un camino de sanación: un corazón herido por el pecado original debe ir por este camino de sanación y sanar para parecerse al Padre, que es perfecto. Un camino de sanación –ha añadido– para ser hijos como el Padre.
Y la perfección que Jesús indica es la que aparece en el Evangelio de hoy de Mateo. “Es el último peldaño” de este camino, el más difícil. Al respecto, el papa Francisco ha recordado que cuando era pequeño, pensando en uno de los grandes dictadores de la época, se solía rezar para que Dios le reservara pronto el infierno. Sin embargo “Dios pide una examen de conciencia”. Finalmente, el Santo Padre ha pedido que el Señor nos dé la gracia de rezar por los enemigos, rezar por los que no nos quieren. Ha invitado a “rezar por los que nos hacen mal, que nos persiguen”, pensando en su nombre y apellido. El papa Francisco ha asegurado que esta oración hará dos cosas: a él le hará mejorar porque la oración es poderosa, y a nosotros nos hará más hijos del Padre. Fuente: Zenit. Vaticano. Redacción.
9 de junio 2016 El Señor “nos pide que no seamos hipócritas y
no vayamos a alabar a Dios con la misma lengua
con la que se insulta al hermano”.
Es “herético” querer “esto o nada”, no es católico. Lo ha indicado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta, centrada en el “sano realismo” que el Señor ha enseñado a sus discípulos. El Santo Padre también ha subrayado el mal que causan al pueblo de Dios los hombres de Iglesia que hacen el contrario de lo que dicen. Por eso, ha exhortado a librarse de ese idealismo rígido que no permite reconciliarnos entre nosotros.
Jesús, en el Evangelio del día, indica que “vuestra justicia debe superar la de los escribas y los fariseos”. Y a esta afirmación el papa Francisco ha hecho referencia para explicar la importancia del realismo cristiano. De este modo, el Santo Padre ha afirmado que el pueblo estaba “un poco perdido” porque “esos que enseñaban la ley no eran coherentes” en su “testimonio de vida”. Y Jesús pide superar esto, “subir”. Al respecto pone como ejemplo el primer mandamiento: “amar a Dios y amar al prójimo”. Y ha recordado que quien se enfada con su hermano, deberá ser sometido a juicio.
A continuación, el Papa ha advertido que nos hace bien escuchar esto, en este tiempo donde estamos tan acostumbrados a los calificativos y tenemos un vocabulario tan creativo para insultar a los otros. Esto “es pecado”, es “matar, porque es dar una bofetada al alma del hermano”, a “su dignidad”. Y con amarga ironía ha añadido que a menudo decimos muchas palabrotas “con mucha caridad, pero las decimos a los otros”. Por otro lado, haciendo referencia a la presencia de los niños en el misa, el Pontífice ha exhortado a permanecer “tranquilos”, porque “la predicación de un niño en la iglesia es más bonita que la del sacerdote, del obispo o del Papa”. Así, ha invitado a dejarlo hacer “que es la voz de la inocencia la que nos hace bien a todos”.
Retomando la lectura, el Santo Padre ha precisado que Jesús, a este pueblo desorientado le pide que mire “arriba” y vaya “adelante”. Y ha recordado el mal que hace el pueblo el testimonio negativo de los cristianos. En esta línea ha observado cuántas veces algunos sacerdotes, obispos, gente de Iglesia e incluso papas, dicen cómo hacer las cosas y luego hacen lo contrario. Este es el escándalo –ha reconocido– que hiere al pueblo y no deja que el pueblo de Dios crezca, que vaya adelante. No libera.
Por esta razón, el Santo Padre ha recordado que la generosidad y la santidad que pide Jesús “es salir pero siempre, siempre, hacia arriba. Salir hacia arriba”. Esta –ha indicado– es la liberación de la rigidez de la ley y también de los falsos idealismos que no nos hacen bien. En esta línea ha explicado que Jesús nos conoce bien y conoce nuestra naturaleza y nos exhorta a ponernos de acuerdo con el otro cuando tenemos una diferencia con el otro. El Papa ha añadido que Jesús “nos enseña también un sano realismo”. Muchas veces no se puede llegar a la perfección, pero al menos en lo que podamos, ponernos de acuerdo.
Y lo ha explicado así: “este sano realismo de la Iglesia católica: la Iglesia católica nunca enseña ‘o esto, o esto’. Eso no es católico. La Iglesia dice: ‘Esto y esto’. ‘Haz la perfección: reconcíliate con tu hermano, no lo insultes, ámalo. Pero si hay algún problema, al menos hay que ponerse de acuerdo para que no salga la guerra’. Este sano realismo del catolicismo. No es católico decir ‘o esto, o nada’: eso no es católico. Esto es herético”. Asimismo, ha precisado que Jesús sabe caminar con nosotros, nos da el ideal, nos acompaña hacia el ideal, nos libera de este encarcelamiento de la rigidez de la ley y nos dice: ‘Pero hay que hacer esto hasta el donde se pueda’. Y él entiende bien. Y esto es nuestro Señor, es esto lo que nos enseña”. El Pontífice ha aseverado que el Señor “nos pide que no seamos hipócritas y no vayamos a alabar a Dios con la misma lengua con la que se insulta al hermano”. Fuente: Zenit. Vaticano
7 de junio 2016. La pila del cristiano para alumbrar es la oración.
Así lo ha indicado el papa Francisco en la misa matutina de este martes en la residencia Santa Marta, en la que ha advertido a los cristianos sobre ser sal insípida. Asimismo, ha añadido que es necesario vencer la tentación de la “espiritualidad del espejo” por la que se está más preocupado de iluminarnos a nosotros mismos que llevar a los otros la luz de la fe. Luz y sal. De este modo, el Santo Padre ha explicado al comentar el Evangelio del día que Jesús habla siempre “con palabras sencillas, con comparaciones fáciles, para que todos puedan entender el mensaje”. De aquí la definición del cristiano sobre ser luz y sal. Ninguna de las dos cosas es para uno mismo; “la luz es para iluminar a otro; la sal es para dar sabor, conservar a otro”.
Al respecto, el Pontífice se ha preguntado cómo puede un cristiano hacer que no disminuya la sal y la luz, para que no termine el aceite para encender las lámparas. Así, ha explicado que la oración es la pila del cristiano para iluminar. “Tú puedes hacer muchas cosas, muchas obras, también obras de misericordia, tú puedes hacer muchas cosas grandes por la Iglesia –una universidad católica, un colegio, un hospital– y también te harán un monumento como benefactor de la Iglesia, pero si no rezas eso estará un poco oscuro”, ha observado. Cuántas obras se convierten en oscuras, por falta de luz, por falta de oración. Lo que mantiene, lo que da vida a la luz cristiana, lo que ilumina, es la oración, ha advertido. Del mismo modo ha especificado qué es la oración “de verdad”, “la oración de adoración al Padre, de alabanza a la Trinidad, la oración de acción de gracias, también la oración de pedir las cosas al Señor, la oración del corazón”. Ese es “el aceite, la pila que da vida a la luz”. En esta misma línea, ha precisado que la sal “no se da sabor a sí misma”.
El Pontífice ha recordado que la sal se convierte en sal cuando se da. “Y esta es otra actitud del cristiano: darse, dar sabor a la vida de los otros, dar sabor muchas cosas con el mensaje del Evangelio. Darse. No conservarse a sí misma. La sal no es para el cristiano, es para darla. La tiene el cristiano para darlo, es sal para darse, pero no es para sí”, ha recordado. Al respecto ha observado una curiosidad: las dos, sal y luz, son para los otros, no para uno mismo. La luz no se ilumina a sí misma, la sal no da sabor a sí misma.
¿Y hasta cuándo podrán durar la sal y la luz si continuamos dando sin pausa? El papa Francisco ha respondido a esta pregunta afirmando que es ahí donde entra “la fuerza de Dios, porque el cristiano es una sal donada por Dios en el Bautismo”, es “algo que te es dado como regalo y continúa a ser dada como regalo si tú continúas dándola, iluminando y dando. Y no termina nunca”. A este punto, ha hecho referencia a la Primera Lectura, en la que la viuda de Sarepta, que se fía del profeta Elías y así su harina y aceite no se termina nunca.
Así, el Santo Padre ha dirigido un pensamiento a la vida presente de los cristianos: “Ilumina con tu luz, pero defiéndete de la tentación de iluminarte a ti mismo. Esto es algo feo, es un poco la espiritualidad del espejo: me ilumino a mí mismo. Defiéndete de la tentación de cuidarte a tí mismo. Sé luz para iluminar, sé sal para dar sabor y conservar”.
Por esto ha insistido en que la sal y la luz “no son para sí mismo”, son para dar a los otros “en buenas obras”. El Santo Padre ha exhortado en la homilía a que resplandezca “vuestra luz delante de los hombres” para que “vuestras obras buenas den gloria al Padre que está en los Cielos”. Es decir, “volver a Aquel que te ha dado la luz y te ha dado la sal”. Al finalizar, el papa Francisco ha deseado que el Señor “nos ayude en este tener siempre cuidado de la luz, no esconderla, dejarla de lado”. Y la sal, “dar la justa, la necesaria, pero darla” porque así crece. Estas –ha concluido– son las buenas obras del cristiano. Fuente: Zenit. Vaticano.
6 de junio 2016. El papa Francisco ha invitado a seguir y vivir
las bienaventuranzas, que como “navegadores”
indican a los cristianos el itinerario correcto de la vida.
Lo ha hecho durante la homilía de esta mañana en la misa celebrada en Santa Marta. Del mismo modo ha advertido sobre los tres peldaños de la “anti-ley” cristiana donde se puede resbalar: la idolatría de la riqueza, de la vanidad y del egoísmo.
Y para no perderse, a lo largo del camino de la fe, los cristianos tienen un indicador de dirección muy preciso: las bienaventuranzas. Ignorar las ruedas que propone puede suponer resbalar por los “tres peldaños” de los ídolos del egoísmo, idolatría del dinero, vanidad, la saciedad de un corazón que ríe con satisfacción propia ignorando a los otros.
A propósito del discurso de la montaña, el Santo Padre ha afirmado que Jesús “enseñaba la nueva ley, que no cancela la antigua” si no que la “perfecciona” llevándola a su plenitud. Así, ha precisado que “esta es la nueva ley, esta que nosotros llamados las bienaventuranzas”. Es la nueva ley del Señor para nosotros. “Son la hoja de ruta, el itinerario, son los navegadores de la vida cristiana. Precisamente aquí vemos, en este camino, según las indicaciones de este navegador, que podemos ir adelante en nuestra vida cristiana”, ha observado.
El Pontífice ha proseguido la homilía completando el texto de Mateo con las consideraciones que el evangelista Lucas pone al final del mismo pasaje de las bienaventuranzas, es decir, como lo llama, la lista de los “cuatro problemas”: ay de los ricos, de los saciados, de los que ríen, de los que todos hablan bien. En esta línea ha recordado que ha dicho “muchas veces” que las riquezas son buenas” mientras “lo que hace mal” es “el apego a las riquezas” que se convierte en una “idolatría”.
De este modo, ha precisado que esta es la anti-ley, es el navegador equivocado. Al respecto ha observado que es curioso, “estos son tres peldaños que llevan a la perdición, así como las bienaventuranzas son los peldaños que llevan adelante en la vida”. Y estos tres peldaños que llevan a la perdición son el apego a las riquezas, porque no necesito nada. La vanidad que todos hablen bien de mí y el orgullo que es la saciedad, las risas que cierran el corazón. Para concluir la homilía, el papa Francisco ha seleccionado una entre las bienaventuranzas que, afirma, “no digo que sea la llave” de todas “sino que nos hace pensar mucho”. Bienaventurados los mansos.
“Pero, Jesús dice de sí mismo: ‘aprended de mí que soy manso de corazón’, que soy humilde y manso de corazón’. La mansedumbre es una forma de ser que nos acerca mucho a Jesús. Sin embargo, la actitud contraria siempre conlleva a la enemistad, las guerras… muchas cosas, muchas cosas feas que suceden. Pero la mansedumbre, la mansedumbre de corazón que no es una tontería, no: es otra cosa. Es la profundidad en el entender la grandeza de Dios, y adoración”, ha finalizado el Pontífice. Fuente: Zenit. Redacción.
3 de junio 2016 El corazón del sacerdote
“no privatiza ni tiempos ni espacios”.
El papa Francisco celebró este viernes la santa misa delante de la basílica de San Pedro, con motivo del Jubileo de los Sacerdotes y de los seminaristas. La fecha coincide también con la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, instituida hace 160 años por el beato Pío IX. A los más de seis mil sacerdotes que participaron del jubileo y que se encontraban reunidos en la explanada, como a los miles de fieles congregados en la plaza de San Pedro, el Papa les indicó el perfil del verdadero pastor de almas.
O sea el de una persona que incluye y se alegra, que se da a su grey “con todo su ser”, no al 50 por ciento o al 60 por ciento, porque es un pastor y no un ‘inspector’, ni un ‘contador del espíritu’. Es un ministro de la comunión que celebra y vive, que no se espera ni saludos ni felicitaciones, pero que ofrece primero la mano, rechazando las habladurías, juicios y venenos”.
Pero también un padre que ‘con paciencia’ escucha los problemas de la gente, perdona ‘no reprende a quien abandona o pierde el rumbo’, y que por el contrario está ‘inquieto hasta que no encuentra a la oveja perdida, a la cual busca fuera de los horarios de trabajo ‘y sin asustarse por los riesgos’. La orientación dada por el Santo Padre parte de la pregunta: “¿Hacia dónde está orientado mi corazón?”, inquietud que asegura, es “un interrogativo fundamental de nuestra vida sacerdotal” que los sacerdotes “tenemos que plantearnos varias veces cada día, cada semana”.
Porque en medio de las tantas actividades y frentes, como la catequesis, liturgia, caridad, empeños pastorales y administrativos, se corre el riesgo de perder el norte y no entender qué tesoro debe buscar el corazón. Entretanto, reconoce el Pontífice, este corazón va entrenado, para que “pueda arder de la caridad de Jesús el Buen Pastor”, con tres acciones: buscar, incluir, alegrarse.
Buscar a la oveja pedida, “fuera de los lugares del rebaño y de los horarios de trabajo, sin hacerse pagar los extras”. Y una vez que la encuentra se la carga en las espaldas y regresa contento. El corazón del sacerdote “no privatiza ni tiempos ni espacios” y advierte: “¡Hay de los pastores que privatizan!”. Por ello pide tenerlas puertas abiertas, pero aún más, salir afuera para buscar a quien no quiere entrar.
Por ello es un pastor que incluye. Como Cristo, ninguna de sus ovejas le es desconocida. Su rebaño es su familia y su vida. “No es un jefe temido por las ovejas, pero el pastor que camina con ellas y las llama por nombre. Con mirada amorosa y corazón de padre recibe, incluye y cuando tiene que corregir lo hace para acercar, no desprecia a nadie, pero está dispuesto a ensuciarse las manos por todos”.
Por lo tanto, asegura el Santo Padre, es buen sacerdote es un pastor que tiene la alegría que “nace del perdón, de la vida que retorna, del hijo que respira nuevamente el aire de casa”. Motivos que le llevan normalmente a no tener tristeza, solo pasajera, y la dureza le es ajena porque es pastor de acuerdo a Corazón de Dios”. Francisco concluyó dando un gracias, “por vuestro sí a donar la vida unidos a Jesús” y “por tantos ‘sí’ escondidos de todos los días que solamente el Señor conoce”. Fuente Zenit. Sergio Mora.
31 de mayo 2016. “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
Si aprendiéramos el servicio e ir al encuentro de los otros, “cómo cambiaría el mundo”. Así lo ha indicado el papa Francisco al concluir la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. Este martes, el Santo Padre ha dedicado su reflexión a la Virgen, en el último día del mes mariano. Servicio y encuentro hacen experimentar una “alegría” que “llena la vida”.
Así, ha destacado la valentía femenina, capacidad de ir al encuentro de los otros, mano extendida en señal de ayuda, cuidado. Son ideas que el Papa traza del pasaje del Evangelio que narra la visita de María a santa Isabel. Este pasaje –observa– junto a las palabras del profeta Sofonías en la Primera Lectura y de san Pablo en la segunda diseña “una liturgia llena de alegría” que llega como una bocanada de “aire fresco” a “llenar nuestra vida”. Por eso, el Santo Padre ha advertido lo feo que es ver cristianos “con la cara retorcida”, “tristes”. De este modo ha asegurado que “no son plenamente cristianos”. Y ha añadido que “en esta atmósfera de alegría, que la liturgia de hoy nos da como un regalo” ha querido subrayar dos cosas: una actitud y un hecho.
La actitud sobre la que ha reflexionado es “el servicio”. En esta línea, el Santo Padre ha precisado que el de María es un servicio que se lleva a cabo sin dudar. María fue “deprisa” y esto, ha explicado Francisco, a pesar de que estaba embarazada y corriendo el riesgo de encontrar ladrones en el camino. “Esta chica de dieciséis o diecisiete años, no más, era valiente. Se levanta y va”, ha observado.
Al respecto, el Pontífice ha hablado de la “valentía de mujer”. Las mujeres valientes que hay en la Iglesia son como la Virgen. Así ha precisado que son “estas mujeres que llevan adelante la familia, estas mujeres que llevan adelante la educación de los hijos, que enfrentan tantas adversidades, tanto dolor, que curan los enfermos…”. Valientes: “se alzan y sirven, sirven. El servicio es signo cristiano. Quien no vive para servir, no sirve para vivir. Servicio en la alegría, esta es la actitud que yo quisiera subrayar. Hay alegría y también servicio. Siempre para servir”.
El segundo punto sobre el que se ha detenido el Papa es el encuentro entre María y su prima. “Estas dos mujeres se encuentran y se encuentran con alegría”, ese momento es “todo fiesta”. Por eso, ha advertido de que si nosotros aprendiéramos esto, el servicio de ir al encuentro con los otros, “cuánto cambiaría el mundo”. Al respecto, el Santo Padre ha observado que el encuentro es otro signo cristiano. “Una persona que se dice cristiana y no es capaz de ir al encuentro de los otros, de encontrar a los otros, no es totalmente cristiana”, ha precisado. Por eso ha recordado que tanto el servicio como el encuentro requieren salir de uno mismo: salir para servir y salir para encontrar, para abrazar a otra persona. Finalmente, el Papa ha señalado que el Señor está en el servicio, el Señor está en el encuentro”. Fuente: Zenit. Redacción. Vaticano.
29 de mayo 2016 Servir es el estilo mediante el cual se vive la misión.
Homilía papa Francisco en el jubileo de los diáconos, Plaza de san Pedro. “«Servidor de Cristo» (Ga 1,10). Hemos escuchado esta expresión, con la que el apóstol Pablo se define cuando escribe a los Gálatas. Al comienzo de la carta, se había presentado como «apóstol» por voluntad del Señor Jesús (cf. Ga 1,1). Ambos términos, apóstol y servidor, están unidos, no pueden separarse jamás; son como dos caras de una misma moneda: quien anuncia a Jesús está llamado a servir y el que sirve anuncia a Jesús. El Señor ha sido el primero que nos lo ha mostrado: él, la Palabra del Padre; él, que nos ha traído la buena noticia (Is 61,1); él, que es en sí mismo la buena noticia (cf. Lc 4,18), se ha hecho nuestro siervo (Flp 2,7), «no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mc 10,45). «Se ha hecho diácono de todos», escribía un Padre de la Iglesia (San Policarpo, Ad Phil. V,2). Como ha hecho él, del mismo modo están llamados a actuar sus anunciadores. El discípulo de Jesús no puede caminar por una vía diferente a la del Maestro, sino que, si quiere anunciar, debe imitarlo, como hizo Pablo: aspirar a ser un servidor. Dicho de otro modo, si evangelizar es la misión asignada a cada cristiano en el bautismo, servir es el estilo mediante el cual se vive la misión, el único modo de ser discípulo de Jesús. Su testigo es el que hace como él: el que sirve a los hermanos y a las hermanas, sin cansarse de Cristo humilde, sin cansarse de la vida cristiana que es vida de servicio.
¿Por dónde se empieza para ser «siervos buenos y fieles» (cf. Mt 25,21)? Como primer paso, estamos invitados a vivir la disponibilidad. El siervo aprende cada día a renunciar a disponer todo para sí y a disponer de sí como quiere. Si se ejercita cada mañana en dar la vida, en pensar que todos sus días no serán suyos, sino que serán para vivirlos como una entrega de sí. En efecto, quien sirve no es un guardián celoso de su propio tiempo, sino más bien renuncia a ser el dueño de la propia jornada. Sabe que el tiempo que vive no le pertenece, sino que es un don recibido de Dios para a su vez ofrecerlo: sólo así dará verdaderamente fruto. El que sirve no es esclavo de la agenda que establece, sino que, dócil de corazón, está disponible a lo no programado: solícito para el hermano y abierto a lo imprevisto, que nunca falta y a menudo es la sorpresa cotidiana de Dios.
Servidor abierto a la sorpresa, a las sorpresas cotidianas de Dios. El siervo sabe abrir las puertas de su tiempo y de sus espacios a los que están cerca y también a los que llaman fuera del horario, a costo de interrumpir algo que le gusta o el descanso que se merece. El servidor no se aferra a sus horarios, me hace mal al corazón cuando veo en las parroquias el horario de tal hora a tal hora, después no están las puertas abiertas, no hay cura, no hay diácono, no hay laico que reciba a la gente, esto hace mal. Descuidar los horarios, tener este coraje de descuidar los horarios. Así, queridos diáconos, viviendo en la disponibilidad, vuestro servicio estará exento de cualquier tipo de provecho y será evangélicamente fecundo. También el Evangelio de hoy nos habla de servicio, mostrándonos dos siervos, de los que podemos sacar enseñanzas preciosas: el siervo del centurión, que es curado por Jesús, y el centurión mismo, al servicio del emperador.
Las palabras que este manda decir a Jesús, para que no venga hasta su casa, son sorprendentes y, a menudo, son el contrario de nuestras oraciones: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo» (Lc 7,6); «por eso tampoco me creí digno de venir personalmente» (v.7); «porque yo también vivo en condición de subordinado» (v. 8). Ante estas palabras, Jesús se queda admirado. Le asombra la gran humildad del centurión, su mansedumbre.
La mansedumbre es una de las virtudes de los diáconos, cuando el diácono es humilde y servidor y no juega a evitar a los curas, no, es manso. Él, ante el problema que lo afligía, habría podido agitarse y pretender ser atendido imponiendo su autoridad; habría podido convencer con insistencia, hasta forzar a Jesús a ir a su casa. En cambio se hace pequeño, discreto, manso, no alza la voz y no quiere molestar. Se comporta, quizás sin saberlo, según el estilo de Dios, que es «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). En efecto, Dios, que es amor, oír amor llega incluso a servirnos por amor: con nosotros es paciente, comprensivo, siempre solícito y bien dispuesto, sufre por nuestros errores y busca el modo para ayudarnos y hacernos mejores.
Estos son también los rasgos de mansedumbre y humildad del servicio cristiano, que es imitar a Dios en el servicio a los demás: recibirlos con amor paciente, comprenderlos sin cansarnos, hacerlos sentir acogidos, en casa, en la comunidad eclesial, donde no es más grande quien manda, sino el que sirve (cf. Lc 22,26). Y nunca retar, nunca. Así, queridos diáconos, en la mansedumbre, madurará vuestra vocación de ministros de la caridad. Además del apóstol Pablo y el centurión, en las lecturas de hoy hay un tercer siervo, aquel que es curado por Jesús. En el relato se dice que era muy querido por su dueño y que estaba enfermo, pero no se sabe cuál era su grave enfermedad (v.2). De alguna manera, podemos reconocernos también nosotros en ese siervo.
Cada uno de nosotros es muy querido por Dios, amado y elegido por él, y está llamado a servir, pero tiene sobre todo necesidad de ser sanado interiormente. Para ser capaces del servicio, se necesita la salud del corazón: un corazón curado por Dios, que se sienta perdonado y no sea ni cerrado ni duro. Nos hará bien rezar con confianza cada día por esto, pedir que seamos sanados por Jesús, asemejarnos a él, que «no nos llama más siervos, sino amigos» (cf. Jn 15,15).
Queridos diáconos pueden pedir cada día esta gracia en la oración, en una oración donde se presenten las fatigas, los imprevistos, los cansancios y las esperanzas: una oración verdadera, que lleve la vida al Señor y el Señor a la vida. Y al servir en la celebración eucarística, allí se encontrará la presencia de Jesús, que se entrega, para que vosotros os deis a los demás. Así, disponibles en la vida, mansos de corazón y en constante diálogo con Jesús, no tendréis temor de ser servidores de Cristo, de encontrar y acariciar la carne del Señor en los pobres de hoy”.
26 de mayo 2016. El santo padre Francisco, celebró la solemnidad
del Corpus Christi en la basílica pontificia de san Juan
de Letrán: partir el pan es el símbolo de la identidad de Cristo
y de los cristianos.
A continuación su homilía: “‘Haced esto en memoria mía’ (1Co 11,24.25). El apóstol Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto, refiere por dos veces este mandato de Cristo en el relato de la institución de la Eucaristía. Es el testimonio más antiguo de las palabras de Cristo en la Última Cena. «Haced esto». Es decir, tomad el pan, dad gracias y partidlo; tomad el cáliz, dad gracias y distribuidlo. Jesús manda repetir el gesto con el que instituyó el memorial de su Pascua, por el que nos dio su Cuerpo y su Sangre. Y este gesto ha llegado hasta nosotros: es el «hacer» la Eucaristía, que tiene siempre a Jesús como protagonista, pero que se realiza a través de nuestras pobres manos ungidas de Espíritu Santo.
«Haced esto». Ya en otras ocasiones, Jesús había pedido a sus discípulos que «hicieran» lo que él tenía claro en su espíritu, en obediencia a la voluntad del Padre. Lo acabamos de escuchar en el Evangelio. Ante una multitud cansada y hambrienta, Jesús dice a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). En realidad, Jesús es el que bendice y parte los panes, con el fin de satisfacer a todas esas personas, pero los cinco panes y los dos peces fueron aportados por los discípulos, y Jesús quería precisamente esto: que, en lugar de despedir a la multitud, ofrecieran lo poco que tenían.
Hay además otro gesto: los trozos de pan, partidos por las manos sagradas y venerables del Señor, pasan a las pobres manos de los discípulos para que los distribuyan a la gente. También esto es «hacer» con Jesús, es «dar de comer» con él. Es evidente que este milagro no va destinado sólo a saciar el hambre de un día, sino que es un signo de lo que Cristo está dispuesto a hacer para la salvación de toda la humanidad ofreciendo su carne y su sangre (cf. Jn 6,48-58). Y, sin embargo, hay que pasar siempre a través de esos dos pequeños gestos: ofrecer los pocos panes y peces que tenemos; recibir de manos de Jesús el pan partido y distribuirlo a todos.
Partir: esta es la otra palabra que explica el significado del «haced esto en memoria mía». Jesús se ha dejado «partir», se parte por nosotros. Y pide que nos demos, que nos dejemos partir por los demás. Precisamente este «partir el pan» se ha convertido en el icono, en el signo de identidad de Cristo y de los cristianos. Recordemos Emaús: lo reconocieron «al partir el pan» (Lc 24,35). Recordemos la primera comunidad de Jerusalén: «Perseveraban […] en la fracción del pan» (Hch 2,42). Se trata de la Eucaristía, que desde el comienzo ha sido el centro y la forma de la vida de la Iglesia.
Pero recordemos también a todos los santos y santas –famosos o anónimos–, que se han dejado «partir» a sí mismos, sus propias vidas, para «alimentar a los hermanos». Cuántas madres, cuántos papás, junto con el pan de cada día, cortado en la mesa de casa, se parten el pecho para criar a sus hijos, y criarlos bien. Cuántos cristianos, en cuanto ciudadanos responsables, se han desvivido para defender la dignidad de todos, especialmente de los más pobres, marginados y discriminados. ¿Dónde encuentran la fuerza para hacer todo esto? Precisamente en la Eucaristía: en el poder del amor del Señor resucitado, que también hoy parte el pan para nosotros y repite: «Haced esto en memoria mía».
Que el gesto de la procesión eucarística, que dentro de poco vamos a hacer, responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para «partir» nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero”.
23 de mayo 2016. El papa Francisco ha recordado que
no puede haber un cristiano sin alegría.
Lo ha hecho durante la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. De este modo, ha indicado que también en los sufrimientos de la vida, el cristiano sabe encomendarse a Jesús y vivir con esperanza. Además ha invitado a no dejarse dominar por la riqueza.
El cristiano vive en la alegría y en el estupor gracias a la Resurrección de Jesucristo.
El Pontífice, comentando la Primera Carta de San Pedro Apóstol, ha observado que también si estamos afligidos por las pruebas, no nos quitarán nunca la alegría “de lo que Dios ha hecho en nosotros”, “nos ha regenerado y nos ha dado esperanza”. Así, ha precisado que nosotros “podemos ir” hacia “esa esperanza” que “los primeros cristianos pintaban como un ancla en el cielo”. Nosotros –ha indicado– tomamos la cuerda y vamos allí, hacia esa esperanza que nos da alegría.
En esta línea ha asegurado que “un cristiano es un hombre y una mujer de alegría, un hombre y una mujer con alegría en el corazón”. Por eso ha exclamado que “no existe un cristiano sin alegría”. El carnet de identidad del cristiano es la alegría, la alegría del Evangelio, la alegría de haber sido elegidos por Jesús, salvados por Jesús, regenerados por Jesús; la alegría de esa esperanza que Jesús nos espera, la alegría que –también en las cruces y en los sufrimientos de esta vida– se expresa de otra forma, que es la paz en la seguridad de que Jesús nos acompaña, está con nosotros.
El cristiano –ha aseverado Francisco– hace crecer esta alegría con la confianza en Dios. Dios se acuerda siempre de su alianza. Y a su vez, “el cristiano sabe que Dios se acuerda, que Dios lo ama, que Dios lo acompaña, que Dios lo espera. Y esta es la alegría”. Por otro lado, haciendo referencia al Evangelio del día, el Santo Padre ha explicado que se habla de un hombre que “no ha sido capaz de abrir el corazón a la alegría y ha elegido la tristeza” porque poseía muchos bienes. Al respecto, el Pontífice ha señalado que las riquezas no son malas en sí mismas. La maldad es “servir a las riquezas”.
Y así, ha asegurado que “cuando en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, en nuestras instituciones, encontramos gente que se dice cristiana y quiere ser cristiana pero está triste, algo sucede ahí que no va bien”. Por eso ha recordado que debemos ayudar a estas personas para que encuentren a Jesús, a quitar esa tristeza, para que pueden alegrarse con el Evangelio, puedan tener esta alegría que es propia del Evangelio.
En este punto ha reflexionado sobre la “alegría y el asombro”. El asombro bueno –ha observado– delante de la revelación, delante del amor de Dios, delante de las emociones del Espíritu Santo. El cristiano es un hombre, una mujer “de asombro”. La alegría cristiana, ha añadido, el asombro de la alegría, el ser salvados de vivir apegados a otras cosas, a las mundanidades, solamente se puede con la fuerza de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo.
Para finalizar la homilía de este lunes, el Santo Padre ha invitado a pedir al Señor que nos dé el asombro delante de Él, delante de tantas riquezas espirituales que nos ha dado y con este estupor, “nos dé la alegría de nuestra vida y de vivir con paz en el corazón las muchas dificultades”. Así como también “nos proteja del buscar la felicidad en tantas cosas que al final nos entristecen”. Cosas que, ha recordado, prometen mucho pero no nos darán nada. Fuente: Zenit. Redacción.
20 de mayo 2016. La verdad no se negocia.
El papa Francisco ha reflexionado este viernes por la mañana, en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta, sobre el Evangelio en el que Jesús habla a los fariseos del adulterio. Cristo, ha afirmado el Papa, supera la visión humana que reduce la visión de Dios a una “ecuación casuística”. Así, ha explicado que el Evangelio está lleno de “trampas”, en las que los fariseos y doctores de la ley tratan de hacer caer a Jesús para sorprenderle desprevenido, hacerle perder la autoridad y el crédito que tiene entre la gente. Y una de tantas es la que el Evangelio del día narra, cuando los fariseos le preguntan si es lícito repudiar a la mujer.
El Santo Padre lo ha definido como la “trampa” de la “casuística”, inventada “por un pequeño grupito de teólogos iluminados”, convencidos “de tener toda la ciencia y la sabiduría del pueblo de Dios”. Una trampa de la que Jesús sale yendo “más allá”, “a la plenitud del matrimonio”, ha explicado el Pontífice. A propósito, el papa Francisco ha explicado que Jesús ya lo hizo en el pasado con los saduceos, sobre la mujer que había tenido siete maridos pero que en la resurrección no estará casada con ninguno porque en el cielo no se toma “ni mujer ni marido”.
En ese caso, tal y como ha recordado el Papa, Jesús se refirió a la “plenitud escatológica” del matrimonio. Con los fariseos, sin embargo, “va a la plenitud de la armonía de la creación”: “Dios los creó hombre y mujer” y los “dos serán una carne sola”. Ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, ha precisado Francisco, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Asimismo, el Pontífice ha indicado que Jesús nunca negocia la verdad. Y este pequeño grupo de teólogos iluminados, negociaban siempre la verdad, reduciéndola a casuística. De este modo, ha insistido en que “Jesús no negocia la verdad. Y esta es la verdad sobre el matrimonio, no hay otra”.
Pero Jesús –ha añadido el Papa– es tan misericordioso, es tan grande, que nunca, nunca, nunca cierra la puerta a los pecadores. Por eso no se limita a enunciar la verdad de Dios sino que pide también a los fariseos lo que Moisés estableció en la ley. Y cuando los fariseos le repiten que contra el adulterio es lícito “un acto de repudio”, Jesús les replica que esa norma fue escrita “por la dureza de vuestro corazón”. Es decir, ha aseverado el Papa, Jesús distingue siempre entre la verdad y la debilidad humana, sin rodeos.
“En este mundo en el que vivimos, con esta cultura de lo provisional, esta realidad de pecado es muy fuerte. Pero Jesús, recordando a Moisés, nos dice: ‘Pero, hay dureza en el corazón, hay pecado, algo se puede hacer: el perdón, la comprensión, el acompañamiento, la integración, el discernimiento de estos casos… Pero siempre… ¡pero la verdad no se vende nunca!’. Y Jesús es capaz de decir esta verdad tan grande y al mismo tiempo ser muy comprensivo con los pecadores, con los débiles”, ha explicado el Santo Padre. Por lo tanto, el Pontífice ha subrayado que estas son las dos cosas que Jesús nos enseña: “la verdad y la comprensión”, lo que los “teólogos iluminados” no consiguen hacer, porque están cerrado en la trampa “de la ecuación matemática” del “¿se puede? ¿no se puede?”. Y así, son “incapaces tanto de horizontes grandes como de amor” por la debilidad humana.
Es suficiente con mirar la “delicadeza” con la que Jesús trata a la adúltera que va a ser lapidada: “Yo tampoco te condeno, ve y de ahora en adelante no peques más”. Para finalizar la homilía, Francisco ha pedido que “Jesús nos enseña a tener con el corazón una gran adhesión a la verdad y también con el corazón una gran comprensión y acompañamiento a todos nuestros hermanos que están en dificultad”. Y esto es un don –ha observado– esto lo enseña el Espíritu Santo, no estos doctores iluminados, que para enseñarnos necesitan reducir la plenitud de Dios a una ecuación casuística. Fuente: Zenit. Vaticano
17 de mayo 2016. “Los cristianos debemos vencer la tentación mundana”.
El papa Francisco ha recordado en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta que el camino que indica Jesús es el del servicio, pero a menudo en la Iglesia se busca poder, dinero y vanidad. Asimismo ha subrayado que los cristianos deben vencer la “tentación mundana” que divide a la Iglesia y ha advertido sobre los “trepadores” que tienen la tentación de destruir al otro “para subir alto”.
De este modo ha recordado, tal y como se lee en el Evangelio del día, que Jesús enseñaba a los discípulos el camino del servicio, pero ellos se preguntaban quién era el más grande entre ellos. Jesús –ha precisado el Santo Padre– habla en un lenguaje de humillación, de muerte, de redención y ellos hablan en un lengua de trepadores: ¿quién subirá más alto al poder? Al respecto, el Papa ha indicado que esta es “una tentación que tenían”, eran “tentados por la forma de pensar del mundo mundano”. Se preguntan quién era el más grande mientras que Jesús les pide ser el último, “servidor de todos”.
En esta misma línea, el Pontífice ha asegurado que “en el camino que Jesús les indica para ir adelante, el servicio es la regla. El más grande es el que sirve, el que está más al servicio de los otros, no el que presume, que busca el poder, el dinero… la vanidad, el orgullo… No, estos nos son grandes”. Y así ha advertido de que en toda comunidad –en las parroquias o en las instituciones– siempre está este deseo de trepar, de tener el poder.
También en la Primera Lectura, de la Carta de Santiago, ha añadido Francisco, advierte sobre las pasiones por el poder, las envidias, los celos que destruyen al otro. Y este es el mensaje también para la Iglesia hoy. Mientras el mundo habla de quién tiene más poder para mandar, Jesús afirma haber venido al mundo “para servir”, no “para ser servido”.
De este modo ha explicado que la envidia y los celos destruyen todo. Por eso ha recordado que esto sucede hoy en cada institución de la Iglesia: parroquias, colegios, episcopados… “Las ganas del espíritu del mundo, que es espíritu de riqueza, vanidad y orgullo”, ha señalado. Jesús –ha aseverado– ha venido al mundo para servir y nos ha enseñado el camino en la vida cristiana: el servicio, la humildad.
Por otro lado, el Pontífice ha precisado que “cuando los grandes santos decían que se sentían muy pecadores es porque habían entendido este espíritu del mundo que estaba dentro de ellos y habían tenido muchas tentaciones mundanas”. Ninguno de nosotros puede decir: ‘No, yo soy una persona santa, limpia’, ha precisado Francisco.
Por esto, ha explicado que todos somos tentados por nuestras cosas, somos tentados de destruir al otro para subir más arriba. “Es una tentación mundana, pero que divide y destruye la Iglesia, no es el Espíritu de Jesús”, ha añadido. A finalizar la homilía, el Santo Padre ha invitado a pensar en las muchas veces que hemos visto esto en la Iglesia y en las muchas veces que nosotros hacemos esto. Y por esta razón, “pedir al Señor que nos ilumine, para entender que el amor por el mundo, es decir por este espíritu mundano, es enemigo de Dios”. Fuente: Zenit. Vaticano.
12 de mayo 2016.“Sembrar la cizaña, divide la comunidad”.
Jesús, antes de la Pasión, rezó por la unidad de los creyentes de las comunidades cristianas, para que sean una sola cosa como Él y el Padre, y así el mundo crea. Lo ha recordado el papa Francisco esta mañana en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta. De este modo, el Santo Padre ha asegurado que “la unidad de las comunidades cristianas, de las familias cristianas, son testimonio: son el testimonio del hecho que el Padre haya enviado a Jesús”. También ha reconocido que quizá, llegar a la unidad –en una comunidad cristiana, en una parroquia, en un episcopado, en una institución cristiana o en una familia cristiana– es una de las cosas más difíciles.
Asimismo ha asegurado que “nuestra historia, la historia de la Iglesia nos hace avergonzar muchas veces: hemos hecho guerras contra nuestros hermanos cristianos”. Y ha puesto como ejemplo la guerra de los treinta años. Por eso, Francisco ha precisado que donde “los cristianos se hacen la guerra entre ellos” no hay testimonio. En esta línea, ha asegurado que debemos pedir perdón al Señor por esta historia. Una historia de muchas divisiones, pero no solo en el pasado, sino también hoy. Al respecto ha contado que una vez, un cristiano católico preguntaba a otro cristiano de Oriente: ‘Mi Cristo resucitado es pasado mañana. ¿El tuyo cuándo?’ Ni siquiera en la Pascua estamos unidos “y el mundo no cree”, ha reconocido.
Por otro lado, el Santo Padre ha observado que ha sido la envidia del diablo la que ha hecho entrar el pecado en el mundo. Así, también en las comunidades cristianas “es casi habitual” que haya egoísmo, celos, envidias, divisiones. Y esto, ha advertido, “lleva a hablar mal el uno del otro”. El Papa ha explicado que en su país “a estas personas les llaman ‘cizañeras’: siembran cizaña, dividen. A ahí las divisiones comienzan con la lengua”. La lengua –ha observado– es capaz de destrozar una familia, una comunidad, una sociedad; sembrar odio y guerras. En vez de buscar una aclaración “es más cómodo hablar mal” y destrozar “la fama del otro”.
Para explicar esto, el Papa cita el conocido episodio de san Felipe Neri que a una mujer que había hablado mal, como penitencia le dice que desplume un pollo, disperse las plumas por el barrio y después las recoja. “¡No es posible!”, exclamó la mujer. “Así es cuando uno habla mal”, fue la respuesta.
“Hablar mal es así: ensuciar al otro. El que habla mal, ensucia, destruye. Destruye la fama del otro, destruye la vida y muchas veces sin motivo, contra la verdad”, ha advertido el papa Francisco. Por eso, ha recordado que Jesús ha rezado por nosotros, por todos nosotros que estamos aquí y por nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestras diócesis: “que sean uno”. Para concluir la homilía, el Pontífice ha invitado a pedir al Señor la gracia y el don de la unidad, es decir, el Espíritu Santo. “Pidamos la gracia de la unidad para todos los cristianos, la gran gracia y la pequeña gracia de cada día para nuestras comunidades, nuestras familias; y la gracia de mordernos la lengua”. Fuente: Zenit. Vaticano.
10 de mayo 2016. El papa Francisco ha reflexionado este martes en la homilía de la misa de Santa Marta sobre la docilidad a la voz del Espíritu Santo,
en esta semana que la Iglesia se prepara para la celebración de Pentecostés. Y así, ha recordado que esta docilidad es la que empuja a “quemar” la vida por el anuncio del Evangelio, también en los lugares más alejados. Esta es –ha precisado– la característica de fondo de cada hombre y mujer que elige servir a la Iglesia yendo a la misión. Una llamada que da “fuerza”, un impulso irresistible a tomar la propia vida y donarla a Cristo, incluso más: a “quemarla” por Él. Esto está en el corazón de cada apóstol. Era el fuego que quemaba el corazón de san Pablo, es el mismo fuego que arde en “tantos jóvenes, chicos y chicas, que han dejado la patria, la familia y han ido lejos, a otros continentes, a anunciar a Jesucristo”, ha asegurado el Santo Padre.
La homilía del Pontífice se ha inspirado en el pasaje de Los Hechos de los Apóstoles que cuenta la despedida de Pablo de la comunidad de Mileto. Creo –ha observado el Papa– que este pasaje nos evoca la vida de nuestros misioneros de todas las épocas. Y lo ha explicado así: “Iban obligados por el Espíritu Santo: ¡una vocación! Y cuando, en esos lugares vamos a los cementerios, vemos sus lápidas: muchos han muerto jóvenes, con menos de 40 años. Porque no estaban preparados para las enfermedades del lugar. Han dado la vida jóvenes: han ‘quemado’ la vida. Yo creo que ellos, en ese último momento, lejos de su patria, de su familia, de sus seres queridos, habrán dicho: ‘Valía la pena lo que he hecho’”.
En esta misma línea, el papa Francisco ha asegurado que “el misionero va sin saber qué le espera”. Y ha recordado la despedida de san Francisco Javier narrada por el poeta y escritor español José María Pemán. “Sé solamente –había dicho el apóstol en sus palabras de despedida– que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas”. El papa Francisco ha precisado que “el misionero sabe que la vida no será fácil, pero va adelante”.
De este modo, ha pensado en “nuestros misioneros”, que son “héroes de la evangelización de nuestro tiempo”. Europa –ha recordado Francisco– ha llenado de misioneros otros continentes… Y estos se iban sin volver… Creo que es justo, ha observado el Santo Padre, que nosotros demos gracias al Señor por su testimonio. Es justo que nos alegremos por tener estos misioneros, que son verdaderos testigos. El Santo Padre ha pensado en cómo pudo haber sido el último momento de estas personas: “¿Cómo puede haber sido su despedida? Como Javier: ‘He dejado todo, pero valía la pena’. “Anónimos, se han ido. Otros como mártires, ofreciendo la vida por el Evangelio. ¡Son nuestra gloria estos misioneros! ¡La gloria de nuestra Iglesia!”
El Santo Padre ha aseverado además que una cualidad del misionero es “la docilidad”. Por eso ha pedido que ante la “insatisfacción” que captura a “nuestros jóvenes de hoy” la voz del Espíritu “les dé fuerza para ir más allá, a ‘quemar’ la vida por causas nobles”.
Finalmente, el Pontífice ha concluido la homilía con un mensaje para los jóvenes que no se sienten bien con esta cultura del consumismo, del narcisismo. “¡Mirar el horizonte! ¡Mirar allí, mirar a estos misioneros!” Y así, ha exhortado a rezar al Espíritu Santo para que les dé fuerza para ir lejos, a ‘quemar’ la vida. Es una palabra un poco dura –ha advertido– pero la vida vale la pena vivirla. Pero para vivirla bien, ‘quemarla’ en el servicio, en el anuncio e ir adelante. Y esta es la alegría del anuncio del Evangelio. Fuente: Zenit. Vaticano.
9 de mayo 2016. El Espíritu Santo mueve la Iglesia,
pero para muchos cristianos hoy es un perfecto desconocido o incluso “un prisionero de lujo”. Esta ha sido la advertencia realizada por el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana del lunes en Santa Marta. De este modo ha precisado que el Espíritu Santo nos hace cristianos “reales” no “virtuales” y ha exhortado a los fieles a dejarse empujar por Él. para que nos enseñe el camino de la libertad. Durante la misa de esta mañana, el Santo Padre ha dedicado un pensamiento especial a las hermanas vicencianas, que trabajan en la Casa Santa Marta, en el día de la fiesta de su fundadora, Santa Luisa de Marillac.
“Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo”. El Pontífice ha hecho referencia a esta frase del diálogo entre los primeros discípulos en Éfeso y san Pablo, de la Primera Lectura del día, para recordar la presencia del Espíritu Santo en la vida de los cristianos. También hoy, ha observado, sucede como a esos discípulos que, aún creyendo en Jesús, no sabían quién era el Espíritu Santo. Muchos, ha señalado Francisco, dicen haber “aprendido en el Catecismo” que el Espíritu Santo está “en la Trinidad”, pero después no saben “más que eso del Espíritu Santo” y se preguntan qué hace.
De este modo, el Pontífice ha afirmado que “el Espíritu Santo es el que mueve la Iglesia, es el que trabaja en el Iglesia, en nuestros corazones, es el que hace de cada cristiano una persona diferente de la otra, pero de todos juntos hace la unidad”. Eso es lo que lleva adelante, abre las puertas y te invita a dar testimonio de Jesús. El Santo Padre ha precisado que el Espíritu Santo es el que nos mueve a alabar a Dios, nos mueve a rezar. “El Espíritu Santo es el que está en nosotros y nos enseña a mirar al Padre y a decirle: ‘Padre’. Nos libera de esta condición de huérfano en la que el espíritu del mundo quiere llevarnos”, ha indicado.
Asimismo, el Pontífice ha subrayado que el Espíritu Santo es “el protagonista de la Iglesia viva: es el que trabaja en el Iglesia”. El peligro –ha advertido– es que cuando no vivimos esto, cuando no estamos a la altura de esta misión del Espíritu, reducidos la fe a una moral, a una ética. Por eso ha explicado que no hay que detenerse al cumplir los mandamientos y “nada más”. “Esto se puede hacer, esto no se puede hacer; hasta aquí sí, hasta aquí no. Y desde allí a la casuística y a una moral fría”, ha observado. La vida cristiana no es una ética, es un encuentro con Jesucristo. Y es el Espíritu Santo que “me lleva a este encuentro con Jesucristo”. Al respecto ha indicado que nosotros, en nuestra vida, tenemos en nuestro corazón al Espíritu Santo como un ‘prisionero de lujo’: no dejamos que nos empuje, no dejamos que nos mueva. Hace todo, sabe todo, sabe recordarnos qué ha dicho Jesús, sabe explicarnos las cosas de Jesús. Solamente –el Espíritu Santo– no sabe hacer una cosa: cristianos de salón. No sabe hacer “cristianos virtuales pero no virtuosos”. El Papa ha asegurado que el Espíritu hace cristianos reales, Él toma la vida real así como es, con la profecía de leer los signos de los tiempos y nos lleva adelante así. Por eso advierte que “es el gran prisionero de nuestro corazón. Decimos: ‘es la tercera personas de la Trinidad’ y terminamos ahí…”.
Finalmente, el Santo Padre ha asegurado que esta semana “nos hará bien reflexionar sobre qué hace el Espíritu Santo en mi vida” y preguntarse si nos “ha enseñado el camino de la libertad”. El Espíritu Santo, que está en mí, “me empuja a ir fuera” y tenemos que preguntarnos ¿tengo miedo?, ¿cómo es mi valentía, la que me da el Espíritu Santo, para salir de mí mismo, para testimoniar a Jesús?, ¿cómo va mi paciencia en las pruebas? Porque también la paciencia –ha indicado– la da el Espíritu Santo.
Para concluir la homilía, el Pontífice ha invitado a reflexionar en esta semana de preparación a la Fiesta de Pentecostés, si realmente creemos en el Espíritu Santo y ha exhortado a hablar con Él y decir: “Yo sé que Tú estás en mi corazón, que Tú estás en el corazón de la Iglesia, que Tú llevas la Iglesia adelante, que Tú haces la unidad entre nosotros, pero diferentes entre nosotros, en nuestra diversidad”. Fuente: Zenit. Vaticano.
6 de mayo 2016. Una alegría sin esperanza es una simple diversión,
una alegría pasajera.
El cristiano no anestesia el dolor, sino que lo vive en la esperanza de que Dios nos donará una alegría que nadie nos podrá quitar. Así lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de este viernes en Santa Marta.
En el Evangelio del día, Jesús, antes de su Pasión advierte a los discípulos de que estarán tristes pero que esta tristeza se cambiará en un grito de alegría. Al respecto, Francisco ha asegurado que “esto lo hacen la alegría y la esperanza juntas en nuestra vida, cuando estamos en las tribulaciones, cuando estamos en problemas, cuando sufrimos”. No es “una anestesia”, ha asegurado. Por eso ha precisado que “el dolor es dolor, pero vivido con alegría y esperanza te abre la puerta a la alegría de un fruto nuevo”. Y así, Francisco ha precisado que esta imagen del Señor nos debe ayudar mucho en las dificultades, “dificultades que también nos hacen dudar de nuestra fe”. Pero con la alegría y la esperanza –ha añadido– vamos adelante, porque después de esta tempestad llega un hombre nuevo. Y esta alegría y esta esperanza “Jesús dice que es duradera, que no pasa”.
A continuación, el Santo Padre ha aseverado que “una alegría sin esperanza es una simple diversión, una alegría pasajera”. Una esperanza sin alegría no es esperanza, no va más allá de un sano optimismo. Por otro lado, ha recordado que el Señor “nos dice que habrá problemas” en la vida y que “esta alegría y esperanza no son un carnaval: son otra cosa”. La alegría –ha subrayado– hace fuerte la esperanza y la esperanza florece en la alegría.
El Papa ha explicado que “la alegría humana la puede quitar cualquier cosa, cualquier dificultad. Jesús, sin embargo, nos quiere donar una alegría que nadie podrá quitarnos. Es duradera, también en los momentos más oscuros. Y así sucede en el momento de la Ascensión. “Los discípulos, cuando el Señor se va y no lo ven más, se quedaron mirando al cielo, con un poco de tristeza. Pero les despiertan los ángeles”, ha recordado. El evangelista indica que volvieron felices, llenos de alegría. Esa alegría de saber –ha afirmado el Papa– que nuestra humanidad ha entrado en el cielo, por primera vez.
Así, para concluir la homilía, el Obispo de Roma ha pedido que “el Señor nos dé esta gracia de una alegría grande que sea expresión de la esperanza, y una esperanza fuerte, que se convierta en alegría en nuestra vida y el Señor custodie esta alegría y esta esperanza, para que nadie puede quitarnos esta alegría y esta esperanza”. Fuente: Zenit. Vaticano.
3 de mayo 2016. Jesús es el “camino justo” de la vida cristiana
y es importante verificar constantemente si lo estamos siguiendo con coherencia o si la experiencia de la fe se ha perdido o bloqueado en el camino. Así lo ha indicado el papa Francisco en la homilía de esta mañana en la misa celebrada en Santa Marta. La vida de la fe “es un camino” y a lo largo del recorrido se encuentran distintos tipos de cristianos”. El papa Francisco ha precisado que están los “cristianos-momias”, “cristianos vagabundos”, “cristianos tercos”, “cristianos a mitad de camino”, los que se asombran delante de una bonita panorámica y permanecen quietos allí. Gente que por un motivo u otro ha olvidado que el único “camino justo” –recuerda el Evangelio del día– es Jesús, el que confirma a Tomás: “Yo soy el camino”, “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”.
El Santo Padre ha aprovechado la homilía de hoy para hablar de estos cristianos que “no caminan” que dan la impresión de estar “embalsamados”. Así, el papa Francisco ha recordado que un cristiano que no camina, que no hace camino, “es un cristiano no cristiano”, “no se sabe qué es”, “es un cristianos un poco ‘paganizado’: está ahí, está quieto, no va adelante en la vida cristiana, no hace florecer las bienaventuranzas en su vida, no hace obras de misericordia… Está quieto”. Es como –ha indicado pidiendo perdón por la palabra– si fuera una “momia”, una “momia espiritual”. Al respecto ha añadido que estas “momias espirituales” están quietas, “no hacen el mal pero tampoco hacen el bien”.
También ha reflexionado sobre “el cristiano obstinado”. Cuando se camina puede suceder que nos equivocamos de camino, pero eso no es lo peor. Para el Santo Padre “la tragedia es ser terco y decir ‘este es el camino’ y no escuchar la voz del Señor cuando nos dice que no lo es y nos indica: ‘vuelve para atrás y toma el verdadero camino’”.
El Pontífice además ha reflexionado sobre la categoría de los cristianos “que caminan, pero no saben dónde van”. Así ha advertido que “son errantes en la vida cristiana, vagabundos”. Su vida –ha precisado– es dar vueltas, por aquí, por allá, y pierden así la belleza de acercarse a Jesús. Y pierden el camino porque dan tantas vueltas que les lleva a una vida sin salida: el dar demasiadas vueltas se transforma en un laberinto y después no se sabe cómo salir. “Esa llamada de Jesús la han perdido. No tienen brújula para salir y dan vueltas y vueltas; buscan”, observa el Santo Padre.
Del mismo modo ha reconocido que hay muchos que en el camino son seducidos por una belleza y se detienen a mitad de camino, fascinados por lo que ven, de esa idea, de esa propuesta, de ese paisaje… Por eso, el Santo Padre ha subrayado que “la vida cristiana no es una fascinación, ¡es una verdad” ¡Es Jesucristo!”.
El Papa ha invitado a preguntarse cómo va el camino cristiano comenzado en el Bautismo. ¿Está parado? ¿Me he equivocado de camino? ¿Estoy continuamente dando vueltas y no sé dónde ir espiritualmente? ¿Me detengo delante de las cosas que me gustan como la mundanidad y la vanidad o voy siempre adelante, haciendo concretas las Bienaventuranzas y las Obras de misericordia?
El camino de Jesús –ha concluido el Papa– está llena de consuelos, de gloria y también de cruces. Pero siempre con paz en el alma. Finalmente ha invitado a pedir al Espíritu Santo que nos enseñe a caminar bien, siempre: “y cuando nos cansemos, un pequeño descanso y adelante. Pidamos esta gracia”. Fuente: Zenit. Vaticano
29 de abril 2016. Que los cristianos no llevemos doble vida.
Un cristiano no recorre “caminos oscuros” porque allí no está “la verdad de Dios”. Pero incluso si cayera, puede contar con el perdón y la dulzura de Dios, que lo restituye a la vida de la “luz”. Así lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de esta mañana en Santa Marta. Limpios, como Dios. Y sin pecado, porque no hay error reconocido que no atraiga ternura y perdón del Padre.
“Esta es la vida cristiana”, ha observado el Santo Padre al comentar el pasaje de la Carta de san Juan, esa en la que el apóstol pone a los creyentes frente a la seria responsabilidad de no tener doble vida –luz de fachada y tinieblas en el corazón– porque Dios es solamente luz.
Asimismo, ha precisado que “si decimos que no tenemos pecado, Dios sería un mentiroso”, subrayando la eterna lucha del hombre contra el pecado y por la gracia. “¡Si tú dices que estás en comunión con el Señor, camina en la luz! ¡Pero no en la doble vida! ¡Esa no!” Esa mentira que estamos tan acostumbrados a ver y también a caer. Decir una cosa y hacer otra ¿no? Siempre la tentación… La mentira sabemos de dónde viene: en la Biblia, Jesús llama al diablo ‘padre de la mentira’, el mentiroso. Y por eso, con tanta dulzura, con tanta mansedumbre, este ‘abuelo’ dice a la Iglesia ‘adolescente’, a la Iglesia joven: ‘¡No seas mentirosa!’ Tú estás en comunión con Dios, camina a la luz. Haz obras de luz, no digas una cosa y hagas otra, no a la doble vida”.
El Santo Padre ha recordado que cuando pecamos no tenemos que desanimarnos. Porque “tenemos un paráclito, una palabra, un abogado, un defensor ante el Padre: es Jesucristo, el Justo. Él nos justifica, Él nos da la gracia”. La misericordia y la grandeza de Dios –ha precisado el Papa– es que Él sabe que “somos nada”, que solamente “de Él” viene la fuerza y por tanto “siempre nos espera”. El Pontífice ha insistido: “caminemos en el luz, porque Dios es Luz. No ir con un pie en la luz y otro en las tinieblas. No ser mentirosos”. Por otro lado, ha recordado que todos hemos pecado y nadie puede decir: “este es un pecador, esta es una pecadora. Yo gracias a Dios, soy justo”. El único Justo –ha aseverado– es Él, que ha pagado por nosotros.
Así, el Papa ha concluido su homilía indicando que si alguien peca “Él nos espera, nos perdona, porque es misericordioso y sabe bien de qué estamos hechos y recuerda que somos polvo”. Que la alegría que nos da esta Lectura –ha exhortado– nos lleve adelante en la sencillez y en la transparencia de la vida cristiana, sobre todo cuando nos dirigimos al Señor. Con la verdad. Fuente: Zenit. Ciudad del vaticano.
28 de abril 2016. También hoy en la Iglesia,
como en el pasado, hay resistencia a las sorpresas
del Espíritu frente a las nuevas situaciones,
pero Él nos ayuda a vencerlas, a ir adelante, seguros, en el camino de Jesús. Así lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. Al comentar el conocido pasaje de los Hechos de los Apóstoles sobre el llamado “Concilio” de Jerusalén, el Papa ha observado que “el protagonista de la Iglesia” es el Espíritu Santo.
Es Él –ha añadido– quien desde el primer momento ha dado la fuerza a los apóstoles para proclamar el Evangelio. “Es el Espíritu el que hace todo, el Espíritu lleva a la Iglesia adelante”, también “con sus problemas”, también “cuando estalla la persecución” es Él “quien da la fuerza a los creyentes para permanecer en la fe”, también en los momentos “de resistencia y de cólera de los doctores de la ley”.
De este modo, el Pontífice ha explicado que en este caso hay una doble resistencia a la acción del Espíritu: la de quien creía que “Jesús había venido solo para el pueblo elegido” y la de quien quería “imponer la ley mosaica, incluida la circuncisión a los paganas convertidos”. Al respecto, el Papa ha observado que “hubo una gran confusión en todo esto”.
Por eso, ha asegurado que “el Espíritu ponía los corazones en un nuevo camino: eran las sorpresas del Espíritu. Y los apóstoles se encontraron en situaciones que nunca hubieran creído, situaciones nuevas”. ¿Y cómo gestionar estas situaciones nuevas?, ha preguntado el Santo Padre. Al respecto ha recordado que los apóstoles, por un lado tenía la fuerza del Espíritu Santo –el protagonista– que empujaba para ir adelante, adelante, adelante… Pero el Espíritu les llevaba a ciertas novedades, ciertas cosas que no se habían hecho nunca.
Y es así como convocan una reunión en Jerusalén donde cada uno puede contar la propia experiencia, de cómo el Espíritu Santo desciende también sobre los paganos. Tal y como ha observado el Papa, finalmente los apóstoles se pusieron de acuerdo. Pero ha querido subrayar que toda la asamblea escuchó a Bernabé y Pablo. “Escuchar, no tener miedo de escuchar. Cuando uno tiene miedo de escuchar, no tiene al Espíritu en su corazón”, ha precisado el Pontífice en la homilía.
El Santo Padre ha aseverado que este es el camino de la Iglesia “delante de las novedades, no las novedades mundanas, como son las modas de la ropa” sino “las novedades, las sorpresas del Espíritu, porque el Espíritu siempre nos sorprende”. Y esto la Iglesia lo resuelve “con la reunión, la escucha, la discusión, la oración y la decisión final”.
En esta línea, el Santo Padre ha recordado las oposiciones que hubo también en su día en el Concilio Vaticano II. El reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir es “la llamada sinodalidad de la Iglesia, en la que se expresa la comunión de la Iglesia”. El Espíritu –ha añadido– a veces nos detiene, como hizo con San Pablo, para hacernos ir por otra parte, no nos deja solos, nos da la valentía, nos da la paciencia, nos hace ir seguros en el camino de Jesús, nos ayuda a vencer las resistencias y a ser fuertes en el martirio.
Para concluir la homilía, el papa Francisco ha invitado a pedir al Señor “la gracia de entender cómo va adelante la Iglesia, de entender cómo desde el primer momento ella ha afrontado las sorpresas del Espíritu y también, pedir para cada uno de nosotros la gracia de la docilidad al Espíritu, para ir sobre el camino que el Señor Jesús quiere para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia. Fuente: Zenit, redacción, Vaticano.
24 de abril 2016. El amor siempre es concreto,
lo que habla de amor y no es concreto
es telenovela, un romance.
Homilía papa Francisco, en el jubileo de los adolescentes. “Queridos muchachos: Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único “documento” válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. Es el único documento válido. Si este documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos de ser testigos del Maestro. Entonces les pregunto: ¿Quieren acoger la invitación de Jesús para ser sus discípulos? ¿Quieren ser sus amigos fieles? El amigo verdadero de Jesús se distingue principalmente por el amor concreto, no el amor en las nubes. El amor siempre es concreto, lo que habla de amor y no es concreto es telenovela, un romance. ¿Quieren vivir este amor que él nos entrega? ¿Quieren o no quieren? Entonces, frecuentemos su escuela, que es una escuela de vida para aprender a amar. Esto es un trabajo de todos los días, aprender a amar.
Ante todo, amar es bello, es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es desafiante, supone esfuerzo. Por ejemplo, pensemos cuando recibimos un regalo: esto nos hace felices, pero para preparar ese regalo las personas generosas han dedicado tiempo y dedicación y, de ese modo regalándonos algo, nos han dado también algo de ellas mismas, algo de lo que han sabido privarse.
Pensemos también al regalo que vuestros padres y animadores les han hecho, al dejarles venir a Roma para este Jubileo dedicado a vosotros. Han programado, organizado, preparado todo para vosotros, y esto les daba alegría, aun cuando hayan renunciado a un viaje para ellos. Esto es lo concreto del amor. En efecto, amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las propias capacidade
Miremos al Señor, que es invencible en generosidad. Recibimos de él muchos dones, y cada día tendríamos que darle gracias. Quisiera preguntarles: ¿Dan gracias al Señor todos los días? Aun cuando nos olvidamos, él no se olvida de hacernos cada día un regalo especial. No es un regalo material para tener entre las manos y usar, sino un don más grande para la vida. Nos regala, ¿qué nos regala?, nos regala su amistad fiel, el Señor es siempre un amigo que no la retirará jamás. Aunque lo decepciones y te alejes de Él, Jesús sigue amándote y estando contigo, creyendo en ti más de lo que tú crees en ti mismo. Y esto es muy importante.
Porque la amenaza principal, que impide crecer bien, es cuando no le importas a nadie. Es triste esto. Cuando te sientes marginado. En cambio, el Señor está siempre junto a ti y está contento de estar contigo. Como hizo con sus discípulos jóvenes, te mira a los ojos y te llama para seguirlo, para «remar mar a dentro» y «echar las redes» confiando en su palabra; es decir, poner en juego tus talentos en la vida, junto a él, sin miedo. Jesús te espera pacientemente, espera una respuesta, aguarda tu ‘sí’.
Queridos chicos y chicas, a la edad vuestra surge de una manera nueva el deseo de afeccionarse y de recibir afecto. Si van a la escuela del Señor, les enseñará a hacer más hermosos también el afecto y la ternura. Les pondrá en el corazón una intención buena, esa de amar sin poseer: amar sin poseer, de amar a las personas sin desearlas como algo propio, sino dejándolas libres. Porque el amor es libre, no existe amor si no es libre.
Esa libertad que el Señor nos deja cuando nos ama. Él está siempre cerca de nosotros. Existe siempre la tentación de contaminar el afecto con la pretensión instintiva de tomar, de poseer aquello que me gusta. Y esto es egoísmo. Y también la cultura consumista refuerza esta tendencia.
Pero cualquier cosa, cuando se exprime demasiado, se desgasta, se estropea; después uno se queda decepcionado y con el vacío adentro. Si escuchas la voz del Señor, te revelará el secreto de la ternura: interesarse por otra persona. Quiere decir respetarla, protegerla, esperarla. Y esto es lo concreto de la ternura y del amor.
En estos años de juventud ustedes perciben también un gran deseo de libertad. Muchos les dirán que ser libres significa hacer lo que se quiera. Pero a esto es necesario saber decir no. Si tu no sabes decir no, no eres libre, libre es quien sabe decir sí y sabe decir no. La libertad no es poder hacer siempre lo que se quiere: esto nos vuelve cerrados, distantes y nos impide ser amigos abiertos y sinceros; no es verdad que cuando estoy bien todo vaya bien. No, no es verdad.
En cambio, la libertad es el don de poder elegir el bien. Esto es libertad, es libre quien elige el bien, quien busca aquello que agrada a Dios, aun cuando sea fatigoso. No es fácil. Pero creo que ustedes no tienen miedo de las fatigas, son valientes, son valientes. Sólo con decisiones valientes y fuertes se realizan los sueños más grandes, esos por los que vale la pena dar la vida. Decisiones valientes y fuertes.
No se acontenten con la mediocridad, con “ir tirando”, estando cómodos y sentados; no confíen en quien les distrae de la verdadera riqueza, que son ustedes, cuando les digan que la vida es bonita sólo si se tienen muchas cosas; desconfíen de quien quiera hacerles creer que son valiosos cuando los hacen pasar por fuertes, como los héroes de las películas, o cuando llevan vestidos a la última moda. Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un “app” que se descarga en el teléfono móvil: ni siquiera la versión más reciente podrá ayudaros a ser libres y grandes en el amor. La libertad es otra cosa.
Porque el amor es el don libre de quien tiene el corazón abierto; el amor es una responsabilidad bella que dura toda la vida; es el compromiso cotidiano de quien sabe realizar grandes sueños. Pobres los jóvenes que no saben, no osan soñar. Si un joven a vuestra edad no sabe soñar ya está jubilado. No sirve. El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón. El amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive; no es una poesía bonita para aprender de memoria, sino una opción de vida que se ha de poner en práctica.
¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor: Jesús se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en la Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro y a difundirlo en el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo que es falso, miren a la cruz del Señor, abrácenla y no se suelten de su mano, que les lleva hacia lo alto y levántense cuando se caen En la vida siempre se cae porque somos pecadores, somos débiles. Pero está la mano de Jesús que nos levanta cuando nos caemos. Jesús nos quiere de pié. Esa palabra hermosa que Jesús le decía a los paralíticos: ‘levántate’. Dios nos creó para estar de pié.
Hay una llinda canción de los alpinos cuando escalan que dice: ‘En el arte de subir lo importante no es no caer, sino no permanecer caídos”. Debemos, tener el coraje de levantarnos, de dejarnos levantar por la mano de Jesús y esta mano viene muchas veces de la mano del amigo, de los papás, de quienes nos acompañan en la vida, el mismo Jesús también está allí. Levántense, Jesús los quiere de pie, siempre de pié. Sé que son capaces de grandes gestos de amistad y bondad. Están llamados a construir así el futuro: junto con los otros y por los otros, pero jamás contra alguien. No se construye contra, esto se llama destrucción. Harán cosas maravillosas si se preparan bien ya desde ahora, viviendo plenamente vuestra edad, tan rica de dones, y no temiendo al cansancio.
Hagan como los campeones del mundo del deporte, que logran llegar a las metas altas entrenándose todos los días con humildad y duramente. Que vuestro programa cotidiano sean las obras de misericordia. Entrénense con entusiasmo en ellas para ser campeones de vida, campeones de amor. Así serán conocidos como discípulos de Jesús. Así tendrán el documento de identificación de los cristianos y les aseguro que vuestra alegría será plena. (Traducido por ZENIT desde el audio)
21 de abril 2016. Recordarse de los modos y circunstancias
en las que Dios se hizo presente en nuestras vidas,
refuerza el camino de la fe.
Es el pensamiento central del papa Francisco en la homilía de este jueves en la Casa Santa Marta. Porque la fe es un camino y a medida que lo transitamos hay que recordarse de lo que sucedió. De las cosas bellas que Dios ha realizado en nuestro camino y también de los obstáculos, los rechazos, porque “Dios camina con nosotros y no se asusta de nuestras maldades”. Y citando la primera lectura, señala que Pablo entra en la sinagoga de Antioquía e inicia a anunciar el Evangelio, partiendo del pueblo elegido, pasando por Abraham y Moisés, Egipto y la Tierra Prometida, hasta llegar a Jesús. Es una predicación histórica la que adoptan los discípulos y es fundamental, porque permite recordar momentos importantes que son signos de la presencia de Dios en la vida del hombre. Por ello el Santo Padre invitó a volver hacia atrás con el corazón y la mente “para ver como Dios nos ha salvado”. Y así como en el jueves y viernes santos, en la Cena Jesús al darnos su cuerpo y sangre nos dice: “hagan esto en memoria de mi”, debemos “hacer memoria de cómo Dios nos ha salvado”.
La Iglesia, explica Francisco, llama “memorial” al sacramento de la eucaristía, y en la biblia el Deuteronomio se llama “el Libro de la memoria de Israel”. Y también nosotros debemos recordar que “cada uno de nosotros ha hecho un camino, acompañado por Dios, cerca de Dios” o “alejándonos del Señor”. “Hacer memoria con frecuencia, de las cosas bellas, para hacer nacer un ‘gracias’ de corazón a Jesús, que no deja nunca de caminar en nuestra historia.
“Cuántas veces –señala Francisco– le hemos cerrado la puerta en la cara, cuántas veces hemos hecho como si no lo veíamos, cuántas veces no hemos creído que Él estaba con nosotros; cuántas veces hemos renegado a su salvación… Pero él estaba allí”. “Y les doy un consejo simple: hagan memoria. ¿Cómo ha sido mi vida, cómo ha sido hoy mi día o este último año? Memoria. ¿Cómo fueron mis relaciones con el Señor? Memoria de las cosas grandes y bellas que el Señor ha hecho en la vida de cada uno de nosotros”. Fuente: Zenit. Redacción vaticano.
19 de abril 2016. “Un cristiano que no se siente atraído
por el Padre es un cristiano que vive como un huérfano.”
Lo aseguró el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada este martes en la capilla de la Casa Santa Marta. Francisco parte de la pregunta que los Judíos le hacen s Jesús: “¿Eres tú el Mesías”. La interrogación que los escribas y fariseos le plantean varias veces nace de un corazón ciego. Una ceguera de la fe que Jesús mismo explicó: “Ustedes no creen
porque no son de mis ovejas” Ser parte del rebaño de Dios es un don, pero es necesario tener un corazón disponible: “Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y ellas nunca se perderán. Y nadie me las arrebatará de mi mano”. Estas ovejas habían estudiado para seguir a Jesús y luego no creyeron. La dureza de corazón de los escribas y fariseos, que ven las obras realizados por Jesús, pero se niegan a reconocer en él al Mesías es “un drama”, dijo Francisco, que “va adelante hasta llegar al Calvario”.
O mejor dicho –precisa el Papa– continúa incluso después de la Resurrección, cuando sugieren a los soldados que custodiaban la tumba decir que estaban dormidos y así acusar a los discípulos de haber robado el cuerpo de Cristo. Ni siquiera el testimonio de quienes asistieron a la Resurrección les hizo cambiar de opinión. “Ellos son huérfanos”, reiteró Francisco, “porque negaron a su Padre”. “Estos doctores de la ley tenían el corazón cerrado, se sentían dueños de sí mismos y de hecho, eran huérfanos porque no tenían una relación con el Padre. Hablaban sí, de sus padres: nuestro padre Abraham, los Patriarcas …, pero como figuras distantes”. O sea que en sus corazones eran huérfanos, que vivían en el estado de orfandad y preferían eso que dejarse atraer por el Padre.
La importancia de ser atraído por Dios –subraya el Papa al recordar la primera lectura– se puede ver en la noticia que llegó a Jerusalén: muchos paganos se abrían a la fe en Cristo gracias a la predicación de los discípulos que llevaron la palabra a Fenicia, Chipre y Antioquía, donde en un primer momento tuvieron miedo. Porque el corazón abierto los guió, un corazón como el de Bernabé, que enviado a Antioquía no se escandaliza por la conversión de los paganos porque –concluye el Papa– “aceptó la novedad” se “dejó atraer por el Padre, por Cristo”.
“Jesús nos invita a ser sus discípulos, pero para serlo, debemos dejarnos atraer por el Padre hacia él. Y la oración humilde del hijo que podemos hacer es: “Padre, atráeme hacia hacia Jesús; Padre, hazme conocer a Jesús. y el Padre enviará el Espíritu que abrirá nuestros corazones y nos llevará a Jesús”.
“Un cristiano –concluye el Santo Padre– que no se siente atraída por el Padre hacia Jesús es un cristiano que vive en condición de orfandad; y nosotros tenemos un Padre, no somos huérfanos”. Fuente: Zenit. Vaticano.
18 de abril 2016. Si escuchamos la voz del Buen Pastor
y lo seguimos, no equivocaremos el camino.
Lo indicó el papa Francisco en la misa matutina de este lunes en la casa Santa Marta, porque dijo, Jesús es la única puerta que nos hace entrar en el recinto de la vida eterna. Partiendo del evangelio del día, el Santo Padre ha señalado que Jesús nos advierte que “quien no entra en el redil por la puerta es un ladrón y un asaltante”; Cristo es la puerta, no hay otra. “Jesús –continuó el
Papa– siempre hablaba a la gente con imágenes simples, porque todas estas personas sabían lo que era la vida de un pastor. Y ellos entendieron que “solo se puede entrar en el redil de las ovejas a través de la puerta”. En cambio aquellos que quieren entrar por otra parte, son delincuentes.
“Así de claro habla el Señor: no se puede entrar a la vida eterna por otra parte que no sea la puerta, es decir, Jesús”. Precisó el Papa que Jesús es la puerta de nuestra vida cotidiana y no sólo de la vida eterna. E invitó a preguntarnos cuando optamos: “¿Esta decisión, por ejemplo la tomo en nombre de Jesús, por la puerta de Jesús, o en palabras simples, la tomo de contrabando?”.
Jesús, por lo tanto explica qué el camino. El pastor conoce a sus ovejas y las conduce afuera. Y el camino, indicó el Papa, es justamente este: “Seguir a Jesús” en “el camino de la vida de todos los días”. –‘Pero padre — diría alguien– las cosas son difíciles, no veo claro qué hacer. Me dijeron que había un vidente, un adivino y fui allí, y la adivina me mostró las cartas’.
Si uno hace esto, aseguró el Papa, no sigue a Jesús. Seguimos a otro que nos indica un camino diverso. Jesús nos advirtió: “Vendrán otros que van a decir que el camino del Mesías es este… ¡No, le hagan caso! ¡Yo soy el camino! dice Jesús, porque él es la puerta y también el camino. Si seguimos a Jesús no nos equivocaremos”. Francisco se detuvo para hablar sobre la voz del Buen Pastor. “Las ovejas le siguen, porque conocen su voz”. ¿Pero cómo sabemos cuál es la voz de Jesús? dijo el Pontífice, para defendernos de la “voz de los que no son de Jesús La receta es simple: la voz de Jesús se encuentra en las bienaventuranzas. ¡Alguien que indica un camino contrario a las bienaventuranzas es una persona que entra por la ventana: no es Jesús!
¿Es posible concer la voz de Jesús? Sí, cuando se habla de las obras de misericordia. Por ejemplo, en el capítulo 25 de Mateo: “Si una persona te dice lo que Jesús dice, es la voz de Jesús. Y “es posible conocer la voz de Jesús cuando nos enseña a decir Padre, es decir, cuando nos enseña a rezar el Padre nuestro”. Reconocemos su voz en las bienaventuranzas, en las obras de misericordia y cuando nos enseña a decir ‘Padre’. Fuente: Zenit. Redacción vaticano.
15 de abril 2016. A un corazón duro que decide abrirse
con docilidad, Dios da siempre la gracia y
la dignidad de levantarse,
llevando a cumplir si necesario, un acto de humildad. Lo explicó el papa Francisco durante la homilía de este viernes en la Domus Santa Marta, al comentar la conversión de San Pablo. El Santo Padre precisó que tener celo por las cosas sagradas no significa necesariamente tener un corazón abierto hacia Dios. Y recordó que Pablo de Tarso era fiel a los principios de su fe, pero con un corazón cerrado, sordo a Cristo, al punto que pidió ir a exterminar y encadenar a los cristianos que vivían en Damasco.
Es la “historia de un hombre que le permite a Dios cambiarle el corazón”, así define el Papa el camino de Pablo a Damasco, cuando él es envuelto por una luz potente y siente una voz que lo llama, cae y permanece momentáneamente ciego. “Saulo el fuerte, el seguro cae al piso” comenta Francisco. Y “entiende que él no era un hombre como quería Dios, porque Dios nos creó a todos para estar de pié con la cabeza levantada”. La voz del cielo no le dice solo “¿Por qué me persigues?”, sino que lo invita a levantarse.
Pero se da cuenta que está ciego, y se deja guiar. Los hombres que estaban con él lo llevan a Damasco y por tres días no ve ni toma alimentos. Saulo entendió que estaba por el piso y que tenía que aceptar esta humillación, porque la humillación es el camino que abre el corazón. “Cuando el Señor nos envía una humillación o permite que lleguen las humillaciones es para que el corazón se abra, sea dócil, se convierta al Señor Jesús”.
El corazón de Pablo se abre. Dios invita a Ananía que le impone las manos y los ojos de Saulo vuelven a ver. El Papa subraya que “el protagonista de esta historia no son ni los doctores de la Ley, ni Esteban, ni Felipe, ni el eunuco, ni Saulo….”. Porque “el Espíritu Santo es el protagonista de la Iglesia que conduce al pueblo de Dios”, y “la dureza del corazón de Saulo, Pablo, se transforma en docilidad al Espíritu Santo”.
¡Es hermoso –concluye Francisco– ver cómo el Señor es capaz de cambiar los corazones”. Todos nosotros tenemos durezas en el corazón, recordó. “Pidamos al Señor –concluyó el Papa– que nos haga ver estas durezas que nos tiran a la tierra. Y nos envíe la gracia y si necesario las humillaciones, para que no nos quedemos en el piso y nos levantemos con la dignidad con la que Dios nos ha creado, o sea la gracia de un corazón abierto y dócil al Espíritu Santo”. Fuente: Zenit. Roma, redacción.
14 de abril 2016. Es necesario ser dócil
al Espíritu Santo y no mostrarle resistencia.
Así lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de la misa matutina en Santa Marta. El Papa ha advertido sobre los que justifican tal resistencia con una “llamada fidelidad a la ley”. Y de este modo, ha invitado a todos los fieles a pedir la gracia de la docilidad al Espíritu Santo. En la primera lectura de la liturgia del día, se narra el pasaje de Felipe que evangeliza al etíope, ministro de la reina
Candace. De este modo, el Santo Padre ha tomado como referencia este episodio para hablar de la docilidad al Espíritu Santo. El protagonista de este encuentro no es tanto Felipe ni el etíope, sino el Espíritu Santo, ha precisado. “Es Él quien hace las cosas. Está el Espíritu que hace nacer y crecer la Iglesia”, ha añadido.
Tal y como ha recordado el Pontífice, en los días pasados la Iglesia nos ha propuesto el drama de la resistencia al Espíritu: los corazones cerrados, duros, tontos, que resisten al Espíritu. “Veíamos las cosas –la sanación del cojo hecha por Pedro y Juan en la Puerta del Templo; las palabras y las cosas grandes que hacía Estaban… — pero se quedaron cerrados a estos signos del Espíritu y han mostrado resistencia al Espíritu. Y buscaban justificar esta resistencia con una llamada fidelidad a la ley, es decir, a la lectura de la ley”.
Hoy –ha observado el Santo Padre– la Iglesia nos propone lo opuesto: no la resistencia al Espíritu, sino la docilidad al Espíritu, que es precisamente la actitud del cristiano. “Ser dócil al Espíritu y esta docilidad hace que el Espíritu pueda actuar e ir adelante para construir la Iglesia”, ha exhortado.
Por otro lado ha aseverado que aquí estaba Felipe, “ocupado como todos los obispos y ese día seguramente tenía sus planes de trabajo”. Pero el Espíritu le dice que deje lo que tenía programado y vaya donde el etíope, “y él obedeció”. Y ha añadido que el Espíritu “trabaja en el corazón del etíope”, le ofrece “el don de la fe y este hombre sintió algo de nuevo en el corazón”. Finalmente pide ser bautizado, es dócil al Espíritu Santo.
Dos hombres –ha explicado el Papa– un evangelizador y uno que no sabía nada de Jesús, pero el Espíritu había sembrado la curiosidad sana y no esa curiosidad de los chismorreos. Al final el etíope sigue su camino con alegría, “la alegría del Espíritu, la docilidad al Espíritu”. Así, ha asegurado que la docilidad al Espíritu es fuente de alegría. “Pero yo quiero hacer algo, esto… Pero siento que el Señor me pide otra cosa. ¡La alegría la encontraré allí, donde está la llamada del Espíritu!”, ha exclamado el Obispo de Roma en su homilía.
A continuación, el Santo Padre ha indicado que un bonita oración para pedir esta docilidad se encuentra en el Primer Libro de Samuel, la oración que el sacerdote Elías sugiere al joven, que por la noche escucha una voz que lo llamaba: “Habla Señor, que tu siervo escucha”. Para concluir ha indicado el Papa que esta es una bonita oración que podemos hacer nosotros, siempre: Habla Señor, porque yo escucho. La oración para pedir esa docilidad al Espíritu Santo y con esta docilidad llevar adelante la Iglesia, ser instrumento del Espíritu para que la Iglesia pueda ir adelante. El Santo Padre ha sugerido hacer esta oración varias veces al día. “Cuando tengamos una duda, cuando no sabemos o cuando simplemente queramos rezar. Y con esta oración pidamos la gracia de la docilidad del Espíritu Santo”, ha indicado. Fuente: Zenit. Redacción, ciudad del vaticano.
12 de abril 2016. “La persecución es el pan de cada día en la Iglesia.
Así lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de la misa matutina celebrada este martes en Santa Marta. Como le sucedió a Esteban, el primer mártir, o a los “pequeños mártires” asesinados por Herodes; también hoy muchos cristianos son asesinados por la fe en Cristo y otros incluso son perseguidos “educadamente” porque quieren manifestar el valor del ser “hijos de Dios”.
Existen persecuciones sanguinarias, ha observado, como ser devorados por fieras para la alegría del público en las gradas o saltar por los aires debido a una bomba a la salida de misa. Del mismo modo, ha hablado de las persecuciones de guante blanco, amamantadas “de cultura”, esas que te envían a una esquina de la sociedad, que llegan a quitarte el trabajo si no te adecuas a leyes que “van contra Dios Creador”. El pasaje del martirio de Esteban, descrito en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles propuesto por la liturgia del día, lleva al Papa a hacer consideraciones conocidas y nuevas sobre una realidad que desde hace dos mil años es una historia dentro de la historia de la fe cristiana, la persecución.
De este modo, el Santo Padre ha considerado que la persecución “es el pan de cada día en la Iglesia”, Jesús lo ha dicho. Así, el Pontífice ha observado que cuando hacemos turismo por Roma y vemos el Coliseo, “pensamos que los mártires eran esos asesinados por los leones”. Pero –ha añadido– los mártires no han sido solo esos o esos otros. “Son hombres y mujeres de todos los días: hoy, el día de Pascua, hace apenas tres semanas… Esos cristianos que celebraban la Pascua en Pakistán fueron martirizados precisamente porque celebraban al Cristo Resucitado. Y así la historia de la Iglesia va adelante con sus mártires”.
En la homilía, Francisco ha explicado que el martirio de Esteban desencadenó una cruel persecución anticristiana en Jerusalén análoga a esas sufridas por quien hoy no es libre de profesar su fe en Jesús. Al respecto, el Santo Padre ha advertido de que hay otra persecución de la que no se habla tanto, una persecución “disfrazada de cultura, disfrazada de modernidad, disfrazada de progreso”. Es una persecución, ha definido el Papa un poco irónicamente como “educada”. Así, ha explicado que este tipo de persecución se da cuando se persigue al hombre no por confesar el nombre de Cristo, sino por querer tener y manifestar los valores del Hijo de Dios. “¡Es una persecución contra Dios Creador en la persona de sus hijos!”, ha exclamado.
Por esta razón, el Santo Padre ha observado que todos los días vemos que las potencias hacen leyes que obligan a ir sobre este camino y una nación que no sigue estas leyes ‘modernas’, ‘cultas’, o al menos que no quiere tenerlas en su legislación, es acusada, perseguida educadamente. “Es la persecución que quita al hombre la libertad, también de la objeción de conciencia”, ha precisado.
En esta misma línea, el Obispo de Roma ha indicado que esta es la persecución del mundo que quita la libertad, mientras que Dios nos ha hecho libres de dar testimonio “del Padre que nos ha creado y de Cristo que nos ha salvado”. Y el jefe de esta persecución educada, ya Jesús indicó quién es: el príncipe de este mundo. “Y cuando las potencias quieren imponer actitudes, leyes contra la dignidad del Hijo de Dios, persiguen a estos y van contra el Dios Creador. Es la gran apostasía. Así la vida de los cristianos va adelante con estas dos persecuciones. También el Señor nos ha prometido no alejarse de nosotros”, ha concluido el Santo Padre. (Texto de Radio Vaticano, traducido y adaptado por ZENIT)
11 de abril 2016. Los doctores de la ‘letra’ juzgan a los demás
usando la Palabra de Dios,
contra la Palabra de Dios, y cierran su corazón a la profecía, porque a ellos no les interesa la vida de las personas pero solamente los esquemas hechos de leyes y de palabras. Lo indicó este lunes el papa Francisco en la homilía de su misa cotidiana en la capilla de la Casa Santa Marta.
El Santo Padre parte de la Primera Lectura, de los Actos de los Apóstoles, donde los doctores de la Ley calumnian a Esteban porque no logran “resistir a la sabiduría y al Espíritu” con la cual él habla. Así instigan a falsos testimonios para que denuncien haberle escuchado decir “palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios”.
Porque “el corazón cerrado a la verdad de Dios, permanece agarrado solamente a la verdad de la ley”, y precisa que “más que de la ley, de la letra”, y no encuentran otra salida que la mentira, el falso testimonio y la muerte”. Jesús ya les había reprendido por esta actitud, porque “sus padres habían asesinado a los profetas” y ellos ahora, construían monumentos a aquellos profetas”, con una respuesta más cínica que hipócrita. Pero el corazón está cerrado a la Palabra de Dios, está cerrado a la verdad, está cerrada a la Palabra de Dios, al mensaje de Dios que lleva a la profecía, para conducir hacia adelante al pueblo de Dios”.
El Pontífice confía, que le duele leer los versículos del Evangelio que narran cuando Judas arrepentido va delante de los sacerdotes y asevera: “He pecado”, y quiere devolver las monedas. Ellos responden que no les importa, y Judas va a colgarse. Y los doctores cuando hablan no se preocupan por el hombre pero por las monedas, porque como son a precio de sangre no pueden entrar en el Templo… “la regla tal, tal, tal… los doctores de la letra”.
No les importa ni la vida de una persona, ni el arrepentimiento de Judas: “solo le importan los esquemas de la Ley y las tantas palabras y cosas que han construido”.
“Esteban –afirma el Santo Padre– termina como todos los profetas, como Jesús. Y esto se repite en la historia de la Iglesia”. “La historia nos habla de mucha gente que fue asesinada, juzgada, aun siendo inocente: juzgada con la Palabra de Dios, contra la Palabra de Dios. Pensemos a la cacería de las brujas, o a santa Juana de Arco, y todos aquellos que fueron quemados, condenados porque no se ajustaron según los jueces, a la Palabra de Dios”. Y Jesús es el modelo que por ser fiel y haber obedecido a la Palabra del Padre, termina en la cruz. Con mucha ternura Jesús dice a los discípulos de Emaus: “Ho insensatos y flojos de corazón”. El Papa concluye proponiendo que hoy pidamos al Señor, que con la misma ternura mire las pequeñas y grandes insensateces de nuestro corazón, nos acaricie y nos diga: ‘oh insensato y lento de corazón’ e “inicie a explicarnos las cosas”. (Texto de Radio Vaticano, adaptado y traducido por ZENIT)
7 de abril 2016. Sin el Espíritu Santo no hay testimonio
cristiano. Los santos de la vida ordinaria y los mártires de hoy son los que llevan adelante la Iglesia al ser coherentes y valientes testigos de Jesús resucitado. Así lo ha asegurado el Santo Padre en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. La primera lectura del día, de los Hechos de los Apóstoles, habla de la valentía de Pedro que, después de la sanación del lisiado, anuncia la Resurrección de Jesús delante de los jefes del
Sanedrín. Y estos, enfadados quieren condenarlo a muerte. Le habían prohibido predicar en nombre de Jesús, pero él continúa proclamando el Evangelio porque “necesita obedecer a Dios en vez de a los hombres”, subrayó el Papa. Este Pedro “valiente” no tiene nada que ver con el “Pedro cobarde” de la noche de Jueves Santo, “cuando lleno de miedo niega al Señor tres veces”, recordó Francisco.
Ahora Pedro se hace fuerte en el testimonio. “El testimonio cristiano sigue el mismo camino que Jesús: dar la vida”. De una forma u otra, el cristiano “se juega la vida cuando da testimonio de la verdad”, explicó el Papa en la homilía. Asimismo, indicó que “la coherencia entre la vida y lo que hemos visto y acogido es precisamente el inicio del testimonio. Pero el testimonio cristiano tiene otra cosa, no es solo del que la da: el testimonio cristiano, siempre, está en dos. ‘Y de estos hechos somos testigos nosotros y el Espíritu Santo’. Sin el Espíritu Santo no hay testimonio cristiano. Porque el testimonio cristiano, la vida cristiana es una gracia, es una gracia que el Señor nos da con el Espíritu Santo”.
De este modo, el Papa subrayó que “sin el Espíritu no logramos ser testigos”. Porque el testigo es “coherente con lo que dice, con lo que hace y lo que ha recibido, es decir el Espíritu Santo”. Esta es la valentía cristiana, este es el testimonio. De este modo, el papa Francisco aseguró que “este es el testimonio de nuestros mártires hoy, muchos, expulsados de su tierra, desplazados, asesinados, perseguidos: tienen la valentía de confesar a Jesús precisamente hasta el momento de la muerte; es el testimonio de esos cristianos que viven su vida seriamente y dicen: ‘Yo no puedo hacer esto, yo no puedo hacer mal a otro; yo debo dar mi testimonio’. Y el testimonio es decir lo que en la fe ha visto y oído, es decir, Jesús Resucitado, con el Espíritu Santo que ha recibido como don”.
En los momentos difíciles de la historia –concluyó el Papa– se escucha que la patria necesita héroes. Y esto “es verdad, esto es justo”. Pero, preguntó el Santo Padre, ¿qué necesita hoy la Iglesia? Francisco aseguró que de testigos, mártires. “Son precisamente los testigos, es decir, los santos, los santos de todos los días, los de la vida ordinaria, pero con la coherencia, y también los testigos hasta el final, hasta la muerte”, precisó el Obispo de Roma. Así, concluyó su homilía recordando que estos son “la sangre viva de la Iglesia; estos son los que llevan la Iglesia adelante, los testigos; quienes dan fe de que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo. Y lo hacen con la coherencia de su vida y con el Espíritu Santo que han recibido como don”. Fuente: Zenit. Ciudad del vaticano.
5 de abril 2016. El dinero es enemigo de la armonía, es egoísta.
No se puede confundir la armonía que reina en una comunidad cristiana, fruto del Espíritu Santo, con la “tranquilidad” negociada que a menudo cubre, de forma hipócrita, contrastes y divisiones internas. Así lo indicó el papa Francisco en la homilía de misa de la mañana celebrada este martes en Santa Marta. Del mismo modo, precisó que una comunidad unida en Cristo es también una comunidad valiente.
Un solo corazón, una sola alma, ningún pobre, bienes distribuidos según la necesidad. Hay una palabra que puede sintetizar los sentimientos y el estilo de vida de la primera comunidad cristiana, según el retrato que hacen de ellos los Hechos de la Apóstoles: armonía. Una palabra –indicó el Pontífice– sobre la que es necesario entender, porque no se trata de una concordia cualquiera sino de un don del cielo para quien, como experimentan los cristianos de la primera época, ha renacido en el Espíritu.
Al respecto, el Santo Padre precisó que “nosotros podemos hacer acuerdos, una cierta paz… pero la armonía es una gracia interior que solamente puede hacerla el Espíritu Santo. Y estas comunidades, viven en armonía. Y los signos de la armonía son dos: nadie pasaba necesidad, es decir, todo era común”. ¿En qué sentido?, se preguntó el Papa en la homilía. “Tenían un solo corazón, una sola alma y nadie consideraba su propiedad lo que les pertenecía, porque entre ellos todo era común. De hecho, entre ellos nadie pasaba necesidad. La verdadera ‘armonía’ del Espíritu Santo tiene una relación muy fuerte con el dinero: el dinero es enemigo de la armonía, el dinero es egoísta. Y por eso, el signo que da es que todos daban lo suyo para que no hubiera necesidades”. En este punto, el Papa subrayó el ejemplo virtuoso ofrecido en el pasaje de los Hechos, el de Bernabé, que vende su campo y los entrega lo recaudado a los apóstoles. Pero, tal y como recordó el Santo Padre, los versículos sucesivos que no aparece en la lectura de hoy, ofrecen también “otro episodio opuesto al primero”. El de Ananías y Safira, una pareja que finge dar lo que ganan de la venta de un campo, pero en realidad se quedan una parte del dinero, elección que tendrá para ellos un precio muy amargo, la muerte.
Dios y el dinero son dos padrones “cuyo servicio es irreconciliable”, recordó el Papa. Del mismo modo que aclaró un error que podría surgir del concepto de “armonía”. No se puede confundir con “tranquilidad”. Al respecto, el Santo Padre observó que “una comunidad puede ser muy tranquila, ir bien: las cosas van bien… Pero no está en armonía”.
Además, contó algo que escuchó decir una vez a un obispo: ‘En la diócesis hay tranquilidad. Pero si tú tocas este problema… o este problema… o este problema, enseguida estalla la guerra’. Una armonía negociada sería esta y esta no es la del Espíritu, advirtió. “Es una armonía hipócrita como la de Ananías y Safira con lo que han hecho”, aseguró el Papa. El Pontífice concluyó invitando a releer los Hechos de los Apóstoles sobre los primeros cristianos y su vida en común. Por eso aseguró que “nos hará bien” para entender cómo testimoniar la novedad en todos los ambientes en lo que se vive. Sabiendo que, como para la armonía, también en el compromiso del anuncio se toma la señal de otro don.
“La armonía del Espíritu Santo nos da esta generosidad de no tener nada como propio, mientras haya un necesitado. La armonía del Espíritu Santo nos da una segunda actitud: ‘Con gran fuerza, los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús, y todos gozaban del gran favor’, es decir la valentía. Cuando hay armonía en la Iglesia, en la comunidad, hay valentía, la valentía de dar testimonio del Señor Resucitado”. Fuuente: Zenit. Ciudad del vaticano.
4 de abril 2016. En el sí de María, está el sí de la historia de la salvación.
El papa Francisco ha invitado a preguntarse si somos hombres de “sí” o si miramos a otro lado para no responder. Lo ha hecho durante la homilía de esta mañana en Santa Marta, que ha retomado tras la pausa por las fiestas pascuales.
Haciendo referencia a la solemnidad de la Anunciación, el Papa subrayó que es precisamente el “sí de María que abre la puerta al sí de Jesús”. Del mismo modo, recordó que Abraham obedeció al Señor, dijo “sí” a su llamada y salió de su tierra sin saber dónde iba. El Santo Padre centró su homilía en la “cadena del sí” que comienza precisamente con Abrahán. Francisco recordó a esa “humanidad de hombres y mujeres” que incluso “ancianos” como Abraham y Moisés “han dicho sí a la esperanza del Señor”. Asimismo invitó a pensar en Isaías, que “cuando el Señor le dice de ir a decir las cosas al pueblo” responde que tiene “los labios impuros”.
En esta línea, el Papa aseguró que el Señor “¡purifica los labios de Isaías e Isaías dice sí!”. Y lo mismo vale para Jeremías que decía que no sabía hablar, pero después dice ‘sí’ al Señor.
Y el Santo Padre lo explicó así: “Hoy el Evangelio nos señala el final de esta cadena de ‘sí’ pero al inicio de otro ‘sí, que comienza a crecer: el sí de María. Y este ‘sí’ hace que Dios no solo mire cómo va el hombre, no solo camina con su pueblo, sino que se hace uno de nosotros y toma nuestra carne. El ‘sí’ de María que abre la puerta al ‘sí’ de Jesús: ‘Yo vengo para hacer Tu voluntad’, este ‘sí’ que va con Jesús durante toda la vida, hasta la Cruz”.
Por tanto, Francisco reflexionó sobre el ‘sí’ de Jesús que pide al Padre alejar de Él ese cáliz pero que se haga su voluntad. En Jesucristo está el sí de Dios: Él es el sí.
El Santo Padre aseguró que hoy es un bonito día “para dar las gracias al Señor por habernos enseñado el camino del ‘sí’, pero también para pensar en nuestra vida”. Una invitación que dirigió en particular a algunos sacerdotes presentes en la eucaristía que celebran el 50 aniversario de su ordenación.
Todos nosotros –precisó el Papa– durante cada día, debemos decir ‘sí’ o ‘no’ y pensar si siempre decimos ‘sí’ o muchas veces nos escondemos, con la cabeza baja, como Adán y Eva, para… no decir ‘no’, sino hacerse un poco el que no entiende… el que no entiende lo que Dios pide. “Hoy es la fiesta del ‘sí’. En el ‘sí’ de María está el ‘sí’ de toda la Historia de la Salvación, y comienza allí el último ‘sí’ del hombre y de Dios”.
Allí –añadió– Dios recrea, como al principio con un ‘sí’ ha hecho al mundo y al hombre, esa bella Creación y ahora con este ‘sí’, más maravillosamente recrea el mundo, nos recrea a todos nosotros. “Es el sí de Dios que nos santifica, que nos hace ir adelante en Jesucristo”, explicó el Santo Padre.
Por otro lado, el Pontífice indicó que “es un día para dar gracias al Señor y para preguntarnos: ‘¿Yo soy un hombre del ‘sí’ o soy un hombre o mujer del ‘no’ o soy un hombre o mujer que mira un po para el otro para para responder?’”. Por ello, pidió que “el Señor nos dé la gracia de entrar en este camino de hombres y mujeres que han sabido decir el ‘sí’”
Al concluir la homilía, las monjas vicentinas que están al servicio en la Casa Santa Marta han renovado sus votos. El Papa explicó que “lo hacen cada año porque San Vicente era inteligente y sabía que la misión que les confiaba era muy difícil y por eso ha querido que cada año renovaran los votos”. Fuente: Zenit. Ciudad del Vaticano.
3 de abril 2016. “El Evangelio de la misericordia,
sigue siendo un libro abierto”.
Homilía papa Francisco en el domingo de la misericordia. «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos» (Juan 20,30). El Evangelio es el libro de la misericordia de Dios, para leer y releer, porque todo lo que Jesús ha dicho y hecho es expresión de la misericordia del Padre. Sin embargo, no todo fue escrito; el Evangelio de la misericordia continúa siendo un libro abierto, donde se siguen escribiendo los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son el mejor testimonio de la misericordia. Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy.
Lo podemos hacer realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano. Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios. Se sigue así aquello que cumplió Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la misericordia del Padre, el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría.
Sin embargo, en el relato que hemos escuchado surge un contraste evidente: por un lado, está el miedo de los discípulos que cierran las puertas de la casa; por otro lado, el mandato misionero de parte de Jesús, que los envía al mundo a llevar el anuncio del perdón. Este contraste puede manifestarse también en nosotros, una lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del amor a abrir las puertas cerradas y a salir, salir de nosotros mismos.
Cristo, que por amor entró a través de las puertas cerradas del pecado, de la muerte y del infierno, desea entrar también en cada uno para abrir de par en par las puertas cerradas del corazón. Él, que con la resurrección venció el miedo y el temor que nos aprisiona, quiere abrir nuestras puertas cerradas y enviarnos. El camino que el Señor resucitado nos indica es de una sola vía, va en una única dirección: salir de nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora del amor que nos ha conquistado.
Vemos ante nosotros una humanidad continuamente herida y temerosa, que tiene las cicatrices del dolor y de la incertidumbre. Ante el sufrido grito de misericordia y de paz, escuchamos hoy la invitación esperanzadora que Jesús dirige a cada uno: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 21). Toda enfermedad puede encontrar en la misericordia de Dios una ayuda eficaz. De hecho, su misericordia no se queda lejos: desea salir al encuentro de todas las pobrezas y liberar de tantas formas de esclavitud que afligen a nuestro mundo. Quiere llegar a las heridas de cada uno, para curarlas.
Ser apóstoles de misericordia significa tocar y acariciar sus llagas, presentes también hoy en el cuerpo y en el alma de muchos hermanos y hermanas suyos. Al curar estas heridas, confesamos a Jesús, lo hacemos presente y vivo; permitimos a otros que toquen su misericordia y que lo reconozcan como «Señor y Dios» (cf. v. 28), como hizo el apóstol Tomás. Esta es la misión que se nos confía. Muchas personas piden ser escuchadas y comprendidas. El Evangelio de la misericordia, para anunciarlo y escribirlo en la vida, busca personas con el corazón paciente y abierto, “buenos samaritanos” que conocen la compasión y el silencio ante el misterio del hermano y de la hermana; pide siervos generosos y alegres que aman gratuitamente sin pretender nada a cambio.
«Paz a vosotros” (v. 21): es el saludo que Cristo trae a sus discípulos; es la misma paz, que esperan los hombres de nuestro tiempo. No es una paz negociada, no es la suspensión de algo malo: es su paz, la paz que procede del corazón del Resucitado, la paz que venció el pecado, la muerte y el miedo. Es la paz que no divide, sino que une; es la paz que no nos deja solos, sino que nos hace sentir acogidos y amados; es la paz que permanece en el dolor y hace florecer la esperanza. Esta paz, como en el día de Pascua, nace y renace siempre desde el perdón de Dios, que disipa la inquietud del corazón. Ser portadores de su paz: esta es la misión confiada a la Iglesia en el día de Pascua. Hemos nacido en Cristo como instrumentos de reconciliación, para llevar a todos el perdón del Padre, para revelar su rostro de amor único en los signos de la misericordia.
En el Salmo responsorial se ha proclamado: «Su amor es para siempre» (117/118,2). Es verdad, la misericordia de Dios es eterna; no termina, no se agota, no se rinde ante la adversidad y no se cansa jamás. En este “para siempre” encontramos consuelo en los momentos de prueba y de debilidad, porque estamos seguros que Dios no nos abandona. Él permanece con nosotros para siempre. Le agradecemos su amor tan inmenso, que no podemos comprender. Pidamos la gracia de no cansarnos nunca de acudir a la misericordia del Padre y de llevarla al mundo; pidamos ser nosotros mismos misericordiosos, para difundir en todas partes la fuerza del Evangelio. Para escribir esas páginas del Evangelio que el apóstol Juan no escribió». Fuente: Zenit.
26 de marzo 2016. “No hay que caer en la terrible trampa
de ser cristianos sin esperanza”.
Homilía papá Francisco, en la Vigilia Pascual. «Pedro fue corriendo al sepulcro» (Lc 24,12). ¿Qué pensamientos bullían en la mente y en el corazón de Pedro mientras corría? El Evangelio nos dice que los Once, y Pedro entre ellos, no creyeron el testimonio de las mujeres, su anuncio pascual. Es más, «lo tomaron por un delirio» (v.11). En el corazón de Pedro había por tanto duda, junto a muchos sentimientos negativos: la tristeza por la muerte del Maestro amado y la desilusión por haberlo negado tres veces durante la Pasión. Hay en cambio un detalle que marca un cambio: Pedro, después de haber escuchado a las mujeres y de no haberlas creído, «sin embargo, se levantó» (v.12). No se quedó sentado a pensar, no se encerró en casa como los demás. No se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro y de la confianza y, tal como estaba, se levantó y corrió hacia el sepulcro, de dónde regresó «admirándose de lo sucedido» (v.12). Este fue el comienzo de la «resurrección» de Pedro, la resurrección de su corazón. Sin ceder a la tristeza o a la oscuridad, se abrió a la voz de la esperanza: dejó que la luz de Dios entrara en su corazón sin apagarla.
También las mujeres, que habían salido muy temprano por la mañana para realizar una obra de misericordia, para llevar los aromas a la tumba, tuvieron la misma experiencia. Estaban «despavoridas y mirando al suelo», pero se impresionaron cuando oyeron las palabras del ángel: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (v.5).
Al igual que Pedro y las mujeres, tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados, cada uno de nosotros los conoce, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida.
Continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que iluminar esos problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que «evangelizarlos». Evangelizar los problemas. No permitamos que la oscuridad y los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón, sino escuchemos las palabras del Ángel: el Señor «no está aquí. Ha resucitado» (v.6); Él es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos defraudará.
Este es el fundamento de la esperanza, que no es simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo. La esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él. Esta esperanza no defrauda porque el Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5). El Paráclito no hace que todo parezca bonito, no elimina el mal con una varita mágica, sino que infunde la auténtica fuerza de la vida, que no consiste en la ausencia de problemas, sino en la seguridad de que Cristo, que por nosotros ha vencido el pecado, la muerte y el temor, siempre nos ama y nos perdona. Hoy es la fiesta de nuestra esperanza, la celebración de esta certeza: nada ni nadie nos podrá apartar nunca de su amor (cf. Rm 8,39). El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida. Hay tanta necesidad de ella hoy. Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo.
¿Cómo podemos alimentar nuestra esperanza? La liturgia de esta noche nos propone un buen consejo. Nos enseña a hacer memoria, hacer memoria de las obras de Dios. Las lecturas, en efecto, nos han narrado su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. La Palabra viva de Dios es capaz de implicarnos en esta historia de amor, alimentando la esperanza y reavivando la alegría. Nos lo recuerda también el Evangelio que hemos escuchado: los ángeles, para infundir la esperanza en las mujeres, dicen: «Recordad cómo [Jesús] os habló» (v.6). Hacer memoria de las palabras de Jesús, hacer memoria de todo lo que ha hecho en nuestra vida. No olvidemos su Palabra y sus acciones, de lo contrario perderemos la esperanza y nos convertiremos en cristianos sin esperanza; hagamos en cambio memoria del Señor, de su bondad y de sus palabras de vida que nos han conmovido; recordémoslas y hagámoslas nuestras, para ser centinelas del alba que saben descubrir los signos del Resucitado.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo ha resucitado! Y nosotros tenemos la posibilidad de abrirnos y recibir su don de esperanza. Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino; que el recuerdo de sus obras y de sus palabras sea la luz resplandeciente que oriente nuestros pasos confiadamente hacia la Pascua que no conocerá ocaso.
24 de marzo 2016. “La misericordia de Dios es infinita e inefable”.
Homilía Papa Francisco en el jueves santo. Después de la lectura del pasaje de Isaías, al escuchar en labios de Jesús las palabras: «Hoy mismo se ha cumplido esto que acaban de oír», bien podría haber estallado un aplauso en la sinagoga de Nazaret. Y luego podrían haber llorado mansamente, con íntima alegría, como lloraba el pueblo cuando Nehemías y el sacerdote
Esdras le leían el libro de la Ley que habían encontrado reconstruyendo el muro. Pero los evangelios nos dicen que hubo sentimientos encontrados en los paisanos de Jesús: le pusieron distancia y le cerraron el corazón. Primero, «todos hablaban bien de él, se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22); pero después, una pregunta insidiosa fue ganando espacio: «¿No es este el hijo de José, el carpintero?». Y al final: «Se llenaron de ira» (Lc 4,28). Lo querían despeñar… Se cumplía así lo que el anciano Simeón le había profetizado a nuestra Señora: «Será bandera discutida» (Lc 2,34). Jesús, con sus palabras y sus gestos, hace que se muestre lo que cada hombre y mujer tiene en su corazón.
Y allí donde el Señor anuncia el evangelio de la misericordia incondicional del Padre para con los más pobres, los más alejados y oprimidos, allí precisamente somos interpelados a optar, a «combatir el buen combate de la Fe» (1 Tm 6,12). La lucha del Señor no es contra los hombres sino contra el demonio (cf. Ef 6,12), enemigo de la humanidad. Pero el Señor «pasa en medio» de los que buscan detenerlo «y sigue su camino» (Lc 4,30). Jesús no confronta para consolidar un espacio de poder. Si rompe cercos y cuestiona seguridades es para abrir una brecha al torrente de la misericordia que, con el Padre y el Espíritu, desea derramar sobre la tierra. Una misericordia que procede de bien en mejor: anuncia y trae algo nuevo: cura, libera y proclama el año de gracia del Señor.
La misericordia de nuestro Dios es infinita e inefable y expresamos el dinamismo de este misterio como una misericordia «siempre más grande», una misericordia en camino, una misericordia que cada día busca el modo de dar un paso adelante, un pasito más allá, avanzando sobre las tierras de nadie, en las que reinaba la indiferencia y la violencia.
Y así fue la dinámica del buen Samaritano que «practicó la misericordia» (Lc 10,37): se conmovió, se acercó al herido, vendó sus heridas, lo llevó a la posada, se quedó esa noche y prometió volver a pagar lo que se gastara de más. Esta es la dinámica de la misericordia, que enlaza un pequeño gesto con otro, y sin maltratar ninguna fragilidad, se extiende un poquito más en la ayuda y el amor. Cada uno de nosotros, mirando su propia vida con la mirada buena de Dios, puede hacer un ejercicio con la memoria y descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia para con nosotros, cómo ha sido mucho más misericordioso de lo que creíamos y, así, animarnos a desear y a pedirle que dé un pasito más, que se muestre mucho más misericordioso en el futuro. «Muéstranos Señor tu misericordia» (Sal 85,8). Esta manera paradójica de rezar a un Dios siempre más misericordioso ayuda a romper esos moldes estrechos en los que tantas veces encasillamos la sobreabundancia de su Corazón. Nos hace bien salir de nuestros encierros, porque lo propio del Corazón de Dios es desbordarse de misericordia, desparramarse, derrochando su ternura, de manera tal que siempre sobre, ya que el Señor prefiere que se pierda algo antes de que falte una gota, que muchas semillas se la coman los pájaros antes de que se deje de sembrar una sola, ya que todas son capaces de portar fruto abundante, el 30, el 60 y hasta el ciento por uno.
Como sacerdotes, somos testigos y ministros de la misericordia siempre más grande de nuestro Padre; tenemos la dulce y confortadora tarea de encarnarla, como hizo Jesús, que «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), de mil maneras, para que llegue a todos. Nosotros podemos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y así la pueda entender y practicar —creativamente— en el modo de ser propio de su pueblo y de su familia.
Hoy, en este Jueves Santo del Año Jubilar de la misericordia, quisiera hablar de dos ámbitos en los que el Señor se excede en su misericordia. Dado que es él quien nos da ejemplo, no tenemos que tener miedo a excedernos nosotros también: un ámbito es el del encuentro; el otro, el de su perdón que nos avergüenza y dignifica.
El primer ámbito en el que vemos que Dios se excede en una misericordia siempre más grande, es en el encuentro. Él se da todo y de manera tal que, en todo encuentro, directamente pasa a celebrar una fiesta. En la parábola del Padre Misericordioso quedamos pasmados ante ese hombre que corre, conmovido, a echarse al cuello de su hijo; cómo lo abraza y lo besa y se preocupa de ponerle el anillo que lo hace sentir como igual, y las sandalias del que es hijo y no empleado; y luego, cómo pone a todos en movimiento y manda organizar una fiesta. Al contemplar siempre maravillados este derroche de alegría del Padre, a quien el regreso de su hijo le permite expresar su amor libremente, sin resistencias ni distancias, nosotros no debemos tener miedo a exagerar en nuestro agradecimiento. La actitud podemos tomarla de aquel pobre leproso, que al sentirse curado, deja a sus nueve compañeros que van a cumplir lo que les mandó Jesús y vuelve a arrodillarse a los pies del Señor, glorificando y dando gracias a Dios a grandes voces.
La misericordia restaura todo y devuelve a las personas a su dignidad original. Por eso, el agradecimiento efusivo es la respuesta adecuada: hay que entrar rápido en la fiesta, ponerse el vestido, sacarse los enojos del hijo mayor, alegrarse y festejar… Porque sólo así, participando plenamente en ese ámbito de celebración, uno puede después pensar bien, uno puede pedir perdón y ver más claramente cómo podrá reparar el mal que hizo.
Puede hacernos bien preguntarnos: Después de confesarme, ¿festejo? O paso rápido a otra cosa, como cuando después de ir al médico, uno ve que los análisis no dieron tan mal y los mete en el sobre y pasa a otra cosa. Y cuando doy una limosna, ¿le doy tiempo al otro a que me exprese su agradecimiento y festejo su sonrisa y esas bendiciones que nos dan los pobres, o sigo apurado con mis cosas después de «dejar caer la moneda»?
El otro ámbito en el que vemos que Dios se excede en una misericordia siempre más grande, es el perdón mismo. No sólo perdona deudas incalculables, como al siervo que le suplica y que luego se mostrará mezquino con su compañero, sino que nos hace pasar directamente de Ia vergüenza más vergonzante a la dignidad más alta sin pasos intermedios. El Señor deja que la pecadora perdonada le lave familiarmente los pies con sus lágrimas. Apenas Simón Pedro le confiesa su pecado y le pide que se aleje, Él lo eleva a la dignidad de pescador de hombres. Nosotros, en cambio, tendemos a separar ambas actitudes: cuando nos avergonzamos del pecado, nos escondemos y andamos con la cabeza gacha, como Adán y Eva, y cuando somos elevados a alguna dignidad tratamos de tapar los pecados y nos gusta hacernos ver, casi pavonearnos.
Nuestra respuesta al perdón excesivo del Señor debería consistir en mantenernos siempre en esa tensión sana entre una digna vergüenza y una avergonzada dignidad: actitud de quien por sí mismo busca humillarse y abajarse, pero es capaz de aceptar que el Señor lo ensalce en bien de la misión, sin creérselo. El modelo que el Evangelio consagra, y que puede servirnos cuando nos confesamos, es el de Pedro, que se deja interrogar prolijamente sobre su amor y, al mismo tiempo, renueva su aceptación del ministerio de pastorear las ovejas que el Señor le confía.
Para entrar más hondo en esta avergonzada dignidad, que nos salva de creernos, más o menos, de lo que somos por gracia, nos puede ayudar ver cómo en el pasaje de Isaías que el Señor lee hoy en su Sinagoga de Nazaret, el Profeta continúa diciendo: «Ustedes serán llamados sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios» (Is 61,6). Es el pueblo pobre, hambreado, prisionero de guerra, sin futuro, sobrante y descartado, a quien el Señor convierte en pueblo sacerdotal.
Como sacerdotes, nos identificamos con ese pueblo descartado, al que el Señor salva y recordamos que hay multitudes incontables de personas pobres, ignorantes, prisioneras, que se encuentran en esa situación porque otros los oprimen. Pero también recordamos que cada uno de nosotros conoce en qué medida, tantas veces estamos ciegos de la luz linda de la fe, no por no tener a mano el evangelio sino por exceso de teologías complicadas. Sentimos que nuestra alma anda sedienta de espiritualidad, pero no por falta de Agua Viva —que bebemos sólo en sorbos—, sino por exceso de espiritualidades «gaseosas», de espiritualidades light. También nos sentimos prisioneros, pero no rodeados como tantos pueblos, por infranqueables muros de piedra o de alambrados de acero, sino por una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click. Estamos oprimidos pero no por amenazas ni empujones, como tanta pobre gente, sino por la fascinación de mil propuestas de consumo que no nos podemos quitar de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor, a Ias ovejitas que esperan la voz de sus pastores.
Y Jesús viene a rescatarnos, a hacernos salir, para convertirnos de pobres y ciegos, de cautivos y oprimidos. en ministros de misericordia y consolación. Y nos dice, con las palabras del profeta Ezequiel al pueblo que se prostituyó y traicionó tanto a su Señor: «Yo me acordaré de la alianza que hice contigo cuando eras joven… Y tú te acordarás de tu conducta y te avergonzarás de ella, cuando recibas a tus hermanas, las mayores y las menores, y yo te las daré como hijas, si bien no en virtud de tu alianza. Yo mismo restableceré mi alianza contigo, y sabrás que yo soy el Señor. Así, cuando te haya perdonado todo lo que has hecho, te acordarás y te avergonzarás, y la vergüenza ya no te dejará volver a abrir la boca —oráculo del Señor—» (Ez 16,60-63).
En este Año Santo Jubilar, celebramos con todo el agradecimiento de que sea capaz nuestro corazón, a nuestro Padre, y le rogamos que “se acuerde siempre de su Misericordia”; recibimos con avergonzada dignidad Ia Misericordia en Ia carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal; y con la gracia del Espíritu Santo nos comprometemos a comunicar la Misericordia de Dios a todos los hombres, practicando las obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel. Fuente: Zenit. Vaticano.
20 de marzo 2016. “para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama.”
Homilía papa Francisco en el domingo de ramos. «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Cf. Lc 19,38), gritaba la muchedumbre de Jerusalén acogiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un simple pollino, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor»: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y ante la protesta de los fariseos para que haga callar a quien lo aclama, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).
Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza. Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8). Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, él que no conoce el pecado. Pero no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo. El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto. Pero esto es solamente el inicio. La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumirse la responsabilidad de su destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible. Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio. Nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él renunció a sí mismo por nosotros; ¡Cuánto nos cuesta a nosotros renunciar a alguna cosa por él y por los otros! Pero si queremos seguir al Maestro, más que alegrarnos porque el viene a salvarnos, estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos aprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, la “catedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Estamos atraídos por las miles vanas ilusiones del aparentar, olvidándonos de que «el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (Gaudium et spes, 35); con su humillación, Jesús nos invita a purificar nuestra vida. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender algo de su anonadación por nosotros; reconozcámoslo Señor de nuestra vida y respondamos a su amor infinito con un poco de amor concreto.
15 de marzo 2016. “Jesús vence a satanás”.
Si queremos conocer “la historia de amor” que Dios tiene con nosotros es necesario mirar el Crucifijo, sobre el cuál está un Dios que se ha “vaciado de la divinidad”, se ha “ensuciado” de pecado para salvar a los hombres. Así lo ha indicado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta.
La historia de salvación contada por la Biblia tiene que ver con un animal, el primero en ser nombrado en el Génesis y el último a serlo en el Apocalipsis: la serpiente. Un animal que, en la Escritura, es símbolo poderoso de condenación y misteriosamente de redención, explicó el Papa.
Para explicar esto, el Santo Padre hizo referencia a la Lectura de los Números y el pasaje del Evangelio de Juan. La primera contiene el célebre pasaje del pueblo de Israel que, cansado de vagar por el desierto con poca comida, jura contra Dios y contra Moisés. También aquí son protagonistas las serpientes, dos veces.
Las primeras enviadas del cielo contra el pueblo fiel, siembran miedo y muerte hasta que la gente no implora a Moisés pedir perdón. Y la segunda vez, recordó el Papa, cuando “Dios dijo a Moisés: ‘Haced una serpiente y ponedla encima de una vara (la serpiente de bronce). Cualquiera a quien muerda y la mire, permanecerá con vida’. Es misterioso: el Señor no mata a la serpiente, la deja. Pero si una de estas hace mal a una persona, ella mira a la serpiente de bronce y sanará. Elevar la serpiente”.
Asimismo, Francisco aseguró que el verbo “elevar” está sin embargo al centro del duro debate entre Cristo y los fariseos descrito en el Evangelio. A un cierto punto, Jesús afirma: “Cuando hayáis elevado al Hijo del hombre, entonces conoceréis quién yo soy”. Sobre todo, observó el Santo Padre, “Yo Soy” es también el nombre que Dios había dado de sí mismo a Moisés para comunicarlo a los israelitas. Y después, añadió el Papa, está esa expresión que vuelve: “Elevad al Hijo del hombre…”
En esta misma línea, el Obispo de Roma subrayó que la serpiente es símbolo del pecado. “La serpiente que mata. Pero una serpiente que salva. Y este es el misterio del Cristo”. Así, recordó que Pablo, hablando del Misterio, dice que Jesús se vació de sí mismo, se humilló a sí mismo, se aniquiló para salvarnos. Y más fuerte incluso: se ha hecho pecado. Por eso explicó que el Hijo del hombre, que como una serpiente, hecho pecado, es elevado para salvarnos.
Esta, observó el Papa, “es la historia de nuestra redención, esta es la historia del amor de Dios. Si nosotros queremos conocer el amor de Dios, miramos el Crucifijo: un hombre torturado”, un Dios, “vaciado de divinidad”, “ensuciado” por el pecado. Pero un Dios que, concluyó, aniquilándose destruye para siempre el verdadero nombre del mal, lo que el Apocalipsis llama “la vieja serpiente”.
Y finalmente aseguró que “el pecado es la obra de satanás y Jesús vence a satanás ‘haciéndose pecado’ y desde allí nos eleva a todos nosotros. El crucifijo no es un ornamento, no es una obra de arte, con muchas piedras preciosas como se ven: el Crucifijo es el misterio del ‘aniquilamiento’ de Dios, por amor. Y esa serpiente que profetiza en el desierto la salvación: elevado y cualquiera que lo mira es sanado. Y eso no se ha hecho con la varita mágica de un Dios que hace las cosas: ¡no! Se ha hecho con el sufrimiento del Hijo del hombre, con el sufrimiento de Jesucristo”.
3 de marzo 2016 El papa Francisco ha asegurado este jueves que
solo el corazón abierto es capaz de acoger la misericordia de Dios.
Lo hizo durante la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. De este modo, reflexionó sobre la infidelidad del pueblo de Dios que solo puede ser vencida en el reconocerse pecadores y así iniciar un camino de conversión. Haciendo referencia a las lecturas del día, Francisco recordó que podemos ver de un lado la fidelidad del Señor y de otro la “fidelidad fallida” de su pueblo. Al comentar la primera lectura, del Libro de Jeremías, el Papa subrayó que “Dios es siempre fiel, porque no puede renegarse a sí mismo” mientras que el pueblo no escucha su Palabra.
Tal y como explicó el Pontífice, Jeremías no cuenta por tanto las “muchas cosas que ha hecho Dios para atraer los corazones de la gente”, pero el pueblo permanece en su infidelidad. Esta infidelidad del pueblo de Dios — afirmó– también la nuestra, nuestra propia infidelidad, nos endurece el corazón: ¡cierra el corazón!
En esta línea, precisó que este corazón “no deja entrar la voz del Señor que, siendo padre amoroso, nos pide siempre abrirnos a su misericordia y a su amor”.
En el salmo hoy se proclama: “Escuchad hoy la voz del Señor. ¡No endurezcáis vuestro corazón! Por eso, el Santo Padre aseveró que el Señor siempre nos habla así, también con ternura de padre nos dice: ‘Volved a mí con todo el corazón, porque soy misericordioso y piadoso’. Pero cuando el corazón está duro esto no se entiende. La misericordia de Dios solamente se entiende si tú eres capaz de abrir tu corazón, para que pueda entrar”.
Al respecto, el Papa advirtió de que “el corazón se endurece y vemos la misma historia” en el pasaje del Evangelio de Lucas, donde Jesús es desafiado por aquellos que habían estudiado las Escrituras, “los doctores de la ley que conocían la teología, pero estaban muy cerrados”. En cambio la multitud “estaba sorprendida”, “¡tenía fe en Jesús. Tenía el corazón abierto, imperfecto, pecador, pero el corazón abierto”. El Papa observó que estos teólogos “tenían una actitud cerrada”, “siempre buscando una explicación para no entender el mensaje de Jesús”, “le pedían un signo del cielo. ¡Siempre cerrados! Era Jesús que justificaba lo que hacía”.
Asimismo, el Santo Padre recordó que “esta es la historia, la historia de esta fidelidad fallida. La historia de los corazones cerrados, de los corazones que no dejan entrar la misericordia de Dios, que han olvidado la palabra ‘perdón’ — ‘perdóname Señor’– simplemente porque no se sienten pecadores: se sienten jueces de los otros”. Y Jesús explica esta fidelidad fallida con dos palabras claras, para poner fin, para terminar este discurso de estos hipócritas: ‘Quien no está conmigo está contra de mí’.
Pero, el Papa también reconoció que hay un posible “camino”, una “salida”. Confesarse. “Si tú dices ‘soy un pecador’, el corazón se abre y entra la misericordia de Dios y comienzas a ser fiel”. Para finalizar la homilía, el Papa invitó a pedir al Señor la gracia de la fidelidad. “Y el primer paso para ir en este camino de la fidelidad es sentirse pecador. Si tú no te sientes pecador, has empezado mal”. Pidamos la gracia –concluyó– de que nuestro corazón no se endurezca, que se abra a la misericordia de Dios, y la gracia de la fidelidad. Fuente: Zenit. Ciudad del vaticano.
1 de marzo 2016. El tiempo de cuaresma “nos prepare el corazón”
al perdón de Dios y debemos perdonar nosotros
como Él lo hace, es decir, “olvidando” las culpas de los demás.
Así lo deseó el papa Francisco al finalizar la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. De este modo, advirtió que la perfección de Dios tiene un punto débil exactamente allí donde la imperfección humana tiende a no hacer descuentos: la capacidad de perdonar.
Reflexionando sobre las lecturas del día, el Santo Padre indicó que el Evangelio presenta la célebre pregunta de Pedro a Jesús: ¿cuántas veces debo perdonar a un hermano que ha cometido una culpa en mi contra? La lectura del profeta Daniel, está centrada en la oración de joven Azarías, condenado a muerte en un horno por haber rechazado adorar a un ídolo de oro, invoca entre las llamas la misericordia de Dios para el pueblo, pidiéndole contemporáneamente perdón para sí. Tal y como precisó el Papa, esta es la forma correcta de rezar. Sabiendo poder contar con un aspecto particular de la bondad de Dios.
Así, precisó en la homilía que “cuando Dios perdona, su perdón es tan grande que es como si olvidase”. Y añadió que es todo lo contrario a lo que hacemos nosotros con los chismorreos: “’pero este ha hecho eso, ha hecho eso, ha hecho eso’…y nosotros tenemos de tantas personas la historia antigua, media, medieval y moderna ¿eh? y no olvidamos”. ¿Por qué? El Pontífice explicó que es porque no tenemos el corazón misericordioso. Las lecturas del joven Azarías es un llamamiento a la misericordia de Dios, para que nos dé el perdón y la salvación y olvidemos nuestros pecados.
Por otro lado, en el pasaje del Evangelio para explicar a Pedro que es necesario perdonar siempre, Jesús cuenta la parábola de los dos criados, el primero que obtiene el perdón de su rey, aún debiéndole una cifra enorme, y él mismo incapaz poco después de ser igualmente misericordioso con otro que le debía una pequeña cifra.
Al respecto, el Santo Padre señaló que “en el Padre Nuestro rezamos: ‘perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Es una ecuación, van juntas. Si tú no eres capaz de perdonar, ¿cómo podrá perdonarte Dios? Él te quiere perdonar, pero no podrá si tú tienes el corazón cerrado y la misericordia no puede entrar. ‘Pero, Padre, yo perdono pero no puedo olvidar esa cosa fea que me han hecho…’. ‘Entonces pide al Señor que te ayude a olvidar’: pero esto es otra cosa. Se puede perdonar, pero olvidar no siempre se consigue. Pero ‘perdonar’ y ‘me la pagarás’: ¡eso no!
El Santo Padre indicó que es necesario perdonar como lo hace Dios, perdonar al máximo. Y añadió que “el perdón que nos da Dios siempre es misericordia”. Finalmente, manifestó su deseo para que la cuaresma “nos prepare el corazón para recibir el perdón de Dios”. Pero recibirlo y después hacer lo mismo con los otros: perdonar de corazón. “Quizá no me saludes nunca, pero en mi corazón yo te he perdonado. Y así nos acercamos a esta cosa tan grande, de Dios, que es la misericordia”, observó.
Al concluir, el Pontífice reconoció que perdonando abrimos nuestro corazón, Porque la misericordia de Dios entra y nos perdona, a nosotros. Porque todos nosotros tenemos motivos para pedir perdón: todos. Perdonemos y seremos perdonados. Tengamos misericordia con los otros y sentiremos esta misericordia de Dios que, cuando perdona ‘olvida’”. Fuente: Zenit.
29 de febrero 2016. El papa Francisco, en la homilía de la misa celebrada este lunes en la mañana en Santa Marta,
recordó que la salvación de Dios no viene de las cosas grandes,
del poder o del dinero, sino de las cosas pequeñas y sencillas. Tal y como señaló el Papa, las lecturas del día nos hablan de la indignación: se indigna un leproso, Naamán el sirio, que pide al profeta Eliseo que lo cure, pero no aprecia la forma sencilla en la que esta sanación debería suceder.
También se indignan los habitantes de Nazaret frente a las palabras de Jesús, su conciudadano. Es la indignación frente al proyecto de salvación de Dios que no sigue nuestros esquemas. Por eso, el Pontífice advirtió que no es “como nosotros pensamos que sea la salvación, esa salvación que todos queremos”.
Jesús siente el “desprecio” de “los doctores de la Ley que buscaban la salvación en la casuística de la moral” y en muchos preceptos, pero el pueblo no tenía confianza en ellos. De este modo indicó que los saduceos buscaban la salvación en los compromisos con los poderes del mundo. Y la gente no les creía. Pero sí creían en Jesús, “porque hablaba con autoridad”.
Y ¿por qué esta indignación? El Papa respondió que se debe a que en nuestra imaginación, “la salvación debe venir de algo grande, de algo majestuoso; solo nos salvan los poderosos, los que tienen fuerza, que tienen dinero, que tienen poder: estos pueden salvarnos”. Pero –recordó– el plan de Dios es otro. “Se indignan porque no pueden entender que la salvación solamente venga de lo pequeño, de la sencillez de las cosas de Dios”.En esta línea, Francisco prosiguió asegurando que cuando Jesús hace la propuesta del camino de salvación nunca habla de cosas grandes sino de cosas pequeñas. Son “dos pilares del Evangelio” que se leen en Mateo, las bienaventuranzas, y en el capítulo 25, el Juicio Final. Asimismo, invitó, como preparación a la Pascua, a leer las bienaventuranzas y Mateo 25 y así “pensar y ver si algo de esto nos indigna, me quita la paz. Porque la indignación es un lujo que solo pueden permitirse los vanidosos, los orgullosos”.
Finalmente, el Santo Padre recordó que nos hará bien tomar un poco de tiempo para leer las bienaventuranzas, leer Mateo 25 y estar atentos a qué sucede en nuestros corazón: “Si hay algo de indignación, pedir la gracia al Señor de entender que el único camino de la salvación es la ‘locura de la Cruz’, es decir la aniquilación del Hijo de Dios, del hacerse pequeño. Representado aquí, en el baño en el Jordán o en el pequeño pueblo de Nazaret”. (Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT)
26 de febrero 2016. Cualquier forma nuestra de amor, de solidaridad,
de compartir es solo un reflejo de la caridad que es Dios.
Él derrama incansablemente su caridad sobre nosotros y nosotros estamos llamados a ser testigos de este amor en el mundo. Así lo ha asegurado el papa Francisco en su encuentro con los participantes del Congreso Internacional promovido por el Pontificio Consejo “Cor Unum” sobre el tema: ‘«La caridad no pasará jamás (1 Co 13,8). Perspectivas a los 10 años de la encíclica Deus caritas est».
Por eso, el Santo Padre ha indicado que “debemos ver la caridad divina como la brújula que orienta nuestra vida, antes de encaminarnos en cualquier actividad: en ella encontramos la dirección, de ella aprendemos cómo mirar a los hermanos y al mundo”. Ha aprovechado la ocasión para expresar su deseo de que en la Iglesia cada fiel, cada institución, cada actividad revele que Dios ama al hombre. “La misión que desempeñan nuestros organismos de caridad es importante, porque acercan a muchas personas pobres a una vida más digna, más humana, y esto es algo muy necesario; es una misión importantísima porque, no con palabras, sino con el amor concreto puede hacer sentir a todo hombre que el Padre le ama, que es hijo suyo, destinado a la vida eterna con Dios”, ha reconocido el Pontífice.
Durante su discurso, el Santo Padre ha observado que la primera encíclica del papa Benedicto XVI, Deus Caritas Est, “trata un tema que permite recorrer toda la historia de la Iglesia que, entre otras cosas, es una historia de caridad”. Es la historia –ha añadido– del amor que hemos recibido de Dios y debemos llevar al mundo: esta caridad recibida y dada es el fundamento de la historia de la Iglesia y de la historia de cada uno de nosotros.
Asimismo, el Papa ha recordado que el acto de caridad no es solo una limosna para limpiar la propia conciencia. La caridad –ha subrayado– está en el centro de la vida de la Iglesia, y es verdaderamente su corazón, como decía santa Teresa del Niño Jesús. Por otro lado, el Pontífice ha recordado que el Año Jubilar que estamos viviendo “nos brinda también la ocasión de volver a este corazón palpitante de nuestra vida y de nuestro testimonio, al centro del anuncio de fe: ‘Dios es amor’”.
En esta línea, ha precisado que “Dios no tiene simplemente el deseo o la capacidad de amar; Dios es caridad: la caridad es su esencia, su naturaleza”. Dios –ha explicado– asocia al hombre a su vida de amor y, aunque el hombre se aleje de él, él no permanece distante sino que le sale al encuentro. Asimismo, el Santo Padre ha asegurado que “caridad y misericordia están tan estrechamente vinculadas porque son el modo de ser y de actuar de Dios: su identidad y su nombre”. Por otro lado, el Pontífice ha indicado a los presentes que esta encíclica “nos recuerda que esta caridad quiere verse reflejada cada vez más en la vida de la Iglesia”.
También ha querido hoy dar las gracias “a todos aquellos que trabajan diariamente en esta misión, que interpela a todo cristiano”. Por esta razón, ha recordado que en este Año Jubilar ha querido resaltar que todos podemos vivir la gracia del Jubileo, precisamente poniendo in práctica las obras de misericordia corporales y espirituales. Vivir las obras de misericordia –ha indicado– significa conjugar el verbo amar como lo hizo Jesús. Fuente: Zenit. Ciudad del Vaticano.
25 de febrero 2016. La fe verdadera es darse cuenta de los pobres
que están a nuestro alrededor. Allí está Jesús que llama a la puerta de nuestro corazón. Así lo ha recordado el papa Francisco en la homilía de este jueves por la mañana en Santa Marta. Aunque el Papa ha celebrado la misa con normalidad, después ha cancelado los encuentros programados para el día de hoy porque tenía unas décimas de fiebre.
En el Evangelio del día, Jesús cuenta la parábola del hombre rico “se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día” y no se daba cuenta que a su puerta había un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas. Por eso, el Pontífice ha invitado a hacerse esta pregunta: “Yo soy un cristiano en el camino de la mentira, solamente del decir, o soy un cristiano en el camino de la vida, es decir de las obras, del hacer”. Al respecto, ha indicado que este hombre rico “conocía los mandamientos, seguramente todos los sábados iba a la sinagoga y una vez al año al templo”. Tenía “una cierta religiosidad”
Pero, ha advertido que era un hombre cerrado, cerrado en su pequeño mundo –el mundo de los banquetes, de los vestidos, de la vanidad, de los amigos– un hombre cerrado, precisamente en una burbuja, allí, de vanidad. No tenía capacidad de mirar más allá, solamente su propio mundo. Y ha proseguido asegurando que “este hombre no se daba cuenta de qué sucedía fuera de su mundo cerrado. No pensaba por ejemplo en las necesidades de mucha gente o en la necesidad de compañía de los enfermos, solamente pensaba en él, en sus riquezas, en su buena vida: se daba a la buena vida”.
De este modo, el Papa ha explicado que era “un religioso aparente”, “no conocía ninguna periferia, estaba cerrado en sí mismo. Precisamente la periferia que estaba cerca de la puerta de su casa, no la conocía”. En esta misma línea, el Pontífice ha subrayado que este hombre recorría “el camino de la mentira” porque “se fiaba solamente de sí mismo, de sus cosas, no se fiaba de Dios”. Un hombre –ha precisado– que no ha dejado herencia, no ha dejado vida, porque solamente estaba cerrado en sí mismo. A propósito, el Santo Padre ha señalado una curiosidad. El Evangelio no dice cómo se llamaba, solo dice que era un hombre rico, “y cuando tu nombre es solamente un adjetivo es porque has perdido, has perdido la sustancia, has perdido la fuerza”, ha asegurado Francisco.
“Este es rico, este es poderoso, este puede hacer todo, este es un sacerdote de carrera, un obispo de carrera… Cuántas veces nosotros… nos viene nombrar a la gente con adjetivos, no con nombres, porque no tienen sustancia”, se ha preguntado el Obispo de Roma durante la homilía.
A este punto, Francisco se ha cuestionado: “Dios que es Padre, ¿no ha tenido misericordia de este hombre? ¿No ha llamado a su corazón para moverlo? De este modo ha explicado que sí: “estaba en la puerta, estaba en la puerta, en la persona de ese Lázaro, que sí tenía nombre. Y ese Lázaro con sus necesidades y sus miserias, sus enfermedades, era precisamente el Señor que llamaba a la puerta, para que este hombre abriera el corazón y la misericordia pudiera entrar”. Pero el hombre rico, “no veía”, solamente estaba cerrado, “para él más allá de la puerta no había nada”.
Concluyendo la homilía, el Santo Padre ha recordado que estamos en cuaresma que nos hará bien preguntarnos qué camino estamos recorriendo. ¿Estoy en el camino de la vida o en el camino de la mentira? ¿Cuántas clausuras tengo en mi corazón todavía? ¿Dónde está mi gloria: en el hacer o en el decir? ¿En el salir de mi mismo para ir al encuentro de los otros, para ayudar? ¿O mi gloria es tener todo arreglado, cerrado en mí mismo?
Finalmente, el Pontífice ha invitado a pedir al Señor, mientras pensamos en todo esto, no por nuestra vida, sino la gracia de ver siempre a los “Lázaros que están en nuestra puerta, los Lázaros que llaman al corazón” y salir de nosotros mismo con generosidad, con actitud de misericordia, para que la “misericordia de Dios pueda entrar en nuestro corazón”. Fuente: Zenit. Ciudad del Vaticano.
23 de febrero 2016.
La religión cristiana es concreta, actúa haciendo el bien.
No es una “religión del decir”, hecha de hipocresía y vanidad. Así lo indicó el papa Francisco esta mañana en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta. Además, el Santo Padre pidió que durante la cuaresma, Dios “nos enseñe el camino del hacer”.
La vida cristiana es concreta, Dios es concreto, pero los cristianos que ‘fingen’ son muchos, los que hacen de la pertenencia a la Iglesia una ocasión de prestigio en vez de una experiencia de servicio hacia los más pobres. El Santo Padre cruza el pasaje litúrgico del día del profeta Isaías con el pasaje del Evangelio de Mateo para explicar “la dialéctica evangélica entre el decir y el hacer”.
El énfasis del Pontífice estuvo en las palabras de Jesús, “que desenmascara la hipocresía de escribas y fariseos invitando a los discípulos y a la multitud a observar lo que ellos enseñan pero a no comportarse cómo ellos actúan”. Prosiguió recordando que “el Señor nos enseña el camino del hacer”. Y advirtió sobre cuánta gente encontramos –también nosotros ¡eh!– muchas veces en la Iglesia: “¡Oh, yo soy muy católico!” “Pero ¿qué haces?” Cuántos padres se dicen católicos, pero nunca tienen tiempo para hablar con los hijos, jugar con los hijos, escuchar a los hijos. Quizá tienen a sus papás en una residencia, pero están siempre ocupados y no puede ir a verlos y los dejan abandonados. Pero dicen que son católicos. “Esta es la religión del decir: yo digo que soy así, pero vivo la mundanidad”, explicó el Papa en la homilía.
Lo del “decir y no hacer”, afirmó, “es un engaño”. Asimismo añadió que las palabras de Isaías indican lo qué Dios prefiere: “Cesad de hacer el mal, aprended a hacer el bien”. “Socorred al oprimido, sed justos con el huérfano, defended la causa de la viuda”. Y demuestran también la infinita misericordia de Dios, que da a la humanidad. “Entonces, venid y litigaremos. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve”. Y prosiguió subrayando que “la misericordia del Señor va al encuentro de los que tienen la valentía de discutir con Él, pero discutir sobre la verdad, sobre las cosas que yo hago o las que no haga, para corregirme. Y esto es el gran amor del Señor, en esta dialéctica entre el decir y el hacer. Ser cristianos significa hacer: hacer la voluntad de Dios”. Y en el último día, recordó el Pontífice, el Señor no nos preguntará qué hemos dicho de él sino qué hemos hecho.
Para concluir la homilía, Francisco subrayó que la vida cristiana es lo que hacemos con el hambriento, el sediento, el preso o el extranjero; en vez de solo ‘el decir’ que nos lleva a la vanidad, a ese fingir ser cristiano. Finalmente, el Obispo de Roma pidió “que el Señor nos dé esta sabiduría de entender bien dónde está la diferencia entre el decir y el hacer y nos enseñe el camino del hacer y nos ayude a ir por este camino, porque el camino del decir nos lleva al lugar donde estaban estos doctores de la ley, estos clérigos, a los que les gustaba vestirse y ser precisamente cómo si fueran una majestad ¿no? ¡Y esta no es la realidad del Evangelio! Que el Señor nos enseñe este camino”. Fuente: Zenit.
9 de febrero 2016. “La mejor es la actitud de la humildad”.
Homilía papa Francisco. A continuación el texto competo de la homilía: “En la liturgia de hoy hay dos actitudes, una actitud de grandeza delante de Dios, que se expresa en la humildad del rey Salomón; y otra actitud, de mezquindad, que es descrita por el mismo Jesús, por cómo hacían los doctores de la ley, hacían todo preciso, pero dejaban aparte la ley para hacer sus pequeñas tradiciones de ellos.
Vuestra tradición de los capuchinos es una tradición de perdón, de dar el perdón. Entre ustedes hay muchos buenos confesores, porque se sienten pecadores, como nuestro fray Cristóbal, saben que son grandes pecadores y delante de la grandeza de Dios continuamente rezan: ‘Escucha Señor y perdona’. Y porque saben rezar, así saben perdonar. En cambio cuando alguien se olvida de la necesidad que tiene de perdonar, lentamente se olvida de Dios, se olvida de pedir perdón y no sabe perdonar.
El humilde, quien se siente pecador es un gran perdonador en el confesionario; el otro, como estos doctores de la ley que se sienten los puros, los maestros, solamente saben condenar. Pero yo les hablo como hermano, y en ustedes querría hablarle a todos los confesores, en este Año de la Misericordia especialmente: el confesionario es para perdonar. Y si uno no puede dar la absolución, por favor no los apaleen. Quien viene, viene a buscar consuelo, perdón, paz en su alma, que encuentre a un padre que lo abraza, que le diga que ‘Dios te quiere mucho’ pero que se lo haga sentir.
Me disgusta decirlo, pero cuánta gente, creo que la mayoría de nosotros lo hemos oído: ‘No voy más a confesarme porque una vez me hicieron estas preguntas, esto…’. Pero ustedes capuchinos tienen este don especial del Señor: perdonar. Y les pido, no se cansen de perdonar. Me acuerdo de uno que conocí en mi otra diócesis, un hombre de gobierno, que acabado su tiempo, de gobierno, guardián, provincial, a los 70 años fue enviado a un santuario a confesar y tenía una cola de gente, todos, curas, fieles, ricos, pobres, todos… era un gran perdonador. Siempre encontraba el modo para perdonar o al menos de dejar esa alma en en paz con un abrazo.
Y una vez lo encontré y me dijo:
— escúchame tú que eres obispo, tú me puedes decir, yo creo que peco porque perdono mucho y me viene este escrúpulo
— ¿Y por qué?
— Porque siempre encuentro cómo perdonar.
— ¿Y qué haces cuando te sientes así?
— Voy a la capilla delante del tabernáculo y le digo al Señor: ‘Discúlpame Señor, perdóname, creo que hoy he perdonado mucho. Pero Señor, has sido tú quien me ha dado el mal ejemplo’.
Sean hombres de perdón, de reconciliación, de paz. Hay muchos lenguajes en la vida, el lenguaje de la palabra, pero también el lenguaje de los gestos. Si una persona se acerca al confesionario es porque siente algo que le pesa, que quiere quitarse. Quizás no sabe cómo decirlo, pero el gesto es este. Si esta persona se acerca es porque quiere cambiar, y lo dice con el gesto de acercarse. No es necesario hacer preguntas: ¿tú?, ¿tú?… Y si una persona viene es porque en su alma no quiere cometerlo más. Pero muchas veces no pueden, porque están condicionados por su psicología, por su vida y su situación. ‘Ad impossibilia nemo tenetur‘.
Corazón amplio. El perdón es una semilla, una caricia de Dios. Tengan confianza en la misericordia de Dios, no caigan en el pelagianismo. ‘Tú tienes que hacer esto, esto, esto….’ Ustedes tienen ese carisma de confesores, hay que retomarlo y renovarlo siempre. Sean grandes perdonadores, porque quien no sabe perdonador termina como estos doctores de la ley, que son grandes condenadores.
¿Y quién es el gran acusador en la Biblia? El diablo. O se hace el oficio de Jesús, que perdona, dando la vida y la oración, tantas horas allí sentado, como estos dos santos aquí, o haces el oficio del diablo que acusa. No logro decirles otra cosa, y en ustedes le digo a todos, a todos los sacerdotes que van a confesar. Si no se sienten capaces, sean humildes, digan ‘no, no, no… yo celebro la misa, limpio el suelo… pero no confieso porque no se hacerlo bien’. Y pidan al Señor la gracia, gracia que pido para cada uno de ustedes, para todos ustedes, para todos los confesores y también para mí”. (Texto traducido desde el audio por ZENIT)
5 de febrero 2016 El “estilo de Dios no es el estilo del hombre”
porque “Dios vence” con humildad,
como demuestra el final del más grande de los profetas, Juan Bautista, que preparó el camino de a Cristo para después apartarse. Así lo ha explicado el papa Francisco esta mañana en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta.
El “más grande” de los hombres, el “justo y santo” que había preparado a la gente para la llegada del Mesías, termina decapitado en la oscuridad de una celda, solo, condenado por el odio vengativo de una reina. Reflexionado sobre esta figura, el Santo Padre ha explicado que es “el hombre más grande nacido de mujer’: así dice la fórmula de canonización de Juan. Pero esta fórmula no la ha dicho un Papa, la ha dicho Jesús. Ese hombre es el hombre más grande nacido de mujer. El santo más grande: así lo ha canonizado Jesús”.
Asimismo, ha recordado que terminó en la cárcel, sacrificado, y “su última frase parece también de resignación: ‘Los discípulos de Juan, cuando se enteraron de los sucedido, fueron, tomaron el cadáver y lo dejaron en un sepulcro’. Así termina ‘el hombre más grande nacido de mujer’. Un gran profeta. El último de los profetas. El único al cual se le ha concedido ver la esperanza de Israel”.
El papa Francisco no se ha detenido en su homilía en la evidencia de los Evangelio, sino que ha intentado entrar en la celda de Juan, a escrutar en el alma de la voz que ha gritado en el desierto y bautizado multitudes en nombre de Aquel que tiene que venir. Y ahora está encadenado no solo a los hierros de su prisión sino probablemente, considera el Papa, también a los de alguna incerteza que lo destruye a pesar de todo.
En esta línea, ha asegurado que “ha sufrido en la cárcel también –digamos la palabra– la tortura interior de la duda: ‘¿Pero quizá me he equivocado?’ Este Mesías no es como yo me imaginaba que tenía que ser el Mesías…’ Y ha enviado a sus discípulos a preguntar a Jesús: ‘Pero, di, di la verdad: ¿eres tú quien debe venir?, perque esa duda le hacía sufrir. ‘¿Me he equivocado yo al anunciar a uno que no es? ¿He engañado al pueblo?’ El sufrimiento, la soledad interior de este hombre…
Para finalizar su homilía, el Santo Padre ha repetido “disminuir, disminuir, disminuir”, así “ha sido la vida de Juan”. Un grande que no buscó la propia gloria, sino la de Dios y que termina de una forma un tanto prosaica, en el anonimato. Pero con esta actitud, ha asegurado el Papa, preparó el camino a Jesús, que de forma similar murió en la angustia, solo y sin discípulos.
Al finalizar la homilía, el Pontífice ha asegurado que nos hará bien leer hoy este paso del Evangelio, el Evangelio de Marcos, capítulo VI. “Leer ese pasaje, ver como Dios vence: el estilo de dios no es el estilo del hombre. Pedir al Señor la gracia de la humildad que tenía Juan y no tomarnos nosotros los méritos y las glorias de otros. Y sobre todo, la gracia que en nuestra vida siempre haya un lugar para que Jesús crezca y nosotros disminuyamos, hasta el final”. Fuente: Zenit.
4 de febrero 2016. La herencia más bella que podemos
dejar a los otros es la fe:
lo dijo hoy jueves el papa Francisco, en la misa cotidiana que celebra en la Casa Santa Marta. En la homilía invitó a no tener miedo de la muerte porque el recorrido de la vida prosigue. El pensamiento de la muerte ilumina la vida. La primera lectura del día habla de la muerte del rey David. Y el Santo Padre recuerda que “en cada vida tiene un final”,
si bien este pensamiento a muchos no les gusta, se oculta, pero “es la realidad de todos los días”. Pensar al “último paso” tiene que ser “una luz que ilumina la vida.
“En la audiencia del miércoles –indicó Francisco– había entre los enfermos una monjita anciana pero con un rostro de paz, una mirada luminosa y con una sonrisa.
– ‘¿Cuántos años tiene hermana?
– Tengo 83, y estoy terminado el camino de mi vida, para iniciar otro con el Señor, porque estoy con un cáncer al páncreas’. Y así en paz, aquella mujer ha vivido con intensidad su vida consagrada. No tenía miedo de la muerte”. Y el Papa señaló que “estos ejemplos nos hacen bien”.
Recordando que David reinó por 40 años, comentó: “También 40 años pasan”. Y antes de morir David exhorta al hijo Salomón a observar la Ley del Señor, él que en la vida había pecado mucho pero había también aprendido a pedir perdón. Por ello la Iglesia lo llama “el santo rey David. ¡Pecador pero santo!”. Y cuando está por morir deja al hijo “la herencia más grande que un hombre o una mujer pueden dejar a sus hijos: les deja la fe”.
“Cuando se hace un testamento la gente dice: ‘A este le dejo esto, a aquel dejo aquello, a aquel otro dejo tal cosa…’. Está bien, entretanto la más hermosa herencia, la mayor herencia que un hombre o una mujer pueden dejar a sus hijos, es la fe. Y David recuerda a sus hijos las promesas de Dios”. Cuando en la ceremonia del bautismo damos a los papás la vela encendida, la luz de la fe, le estamos diciendo: ‘Consérvala, hazla crecer en tu hijo e hija y déjala como herencia’.
Dejar la fe como herencia nos enseña David, y muere así, simplemente, como todos los hombres. Pero sabe qué debe aconsejar al hijo y cuál es la mejor herencia que le deja: ¡no el reino, sino la fe!”. Y el Santo Padre propone plantearse una pregunta: “¿Cuál es la herencia que yo dejo?”: “¿es la herencia de un hombre, de una mujer de fe?”. E invitó a pedir al Señor dos cosas: no tener miedo de este último trecho, como la hermana del miércoles. Y que todos nosotros podamos dejar de la vida, como mejor herencia, la fe en este Dios fiel, en este Dios que está siempre a nuestro lado, este Dios que es Padre y no desilusiona nunca”. (Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT)
1 de febrero 2016. El papa Francisco, en la homilía de la primera misa
del mes de febrero celebrada en Santa Marta, ha subrayado
que la humildad es el camino de la santidad.
De este modo, el Santo Padre ha reflexionado sobre la historia del rey David que, consciente de su pecado, acepta las humillaciones con espíritu de confianza en el Señor. Asimismo, ha asegurado que Dios perdona el pecado, “pero las heridas de una corrupción difícilmente sanan”. El Pontífice ha explicado que el rey David “está a un paso de entrar en la corrupción”, pero el profeta Natán, enviado por Dios, le hace entender el mal que ha realizado. Así, el Papa ha recordado que David es pecador pero no corrupto porque “un corrupto no se da cuenta”. Por eso, ha precisado que “es necesaria una gracia especial para cambiar el corazón de un corrupto”. Y David, que tenía el corazón noble aún reconoce su culpa. Y Natán le dice: “el Señor perdona tu pecado, pero la corrupción que has sembrado crecerá. Has matado a un inocente para cubrir un adulterio. La espada no se alejará nunca de su casa’.
Por eso, el Santo Padre ha indicado que “Dios perdona el pecado, David se convierte pero las heridas de una corrupción difícilmente sanan. Lo vemos en muchas partes del mundo”. David debe enfrentar al hijo Absalón, ya corrupto, que le hace la guerra. Pero el rey reúne a los suyos y decide dejar la ciudad y deja volver el Arca, no usa a Dios para defenderse. Se va “para salvar a su pueblo”. Y este –ha precisado– es el camino de santidad que David, después de ese momento en el que había entrado en la corrupción, comienza a hacer.
El Pontífice ha proseguido la homilía recordando que David llorando y con la cabeza cubierta deja la ciudad y hay quien le sigue para insultarlo. Entre estos, Simei le llama “sanguinario”, lo maldice. David acepta esto porque, tal y como ha afirmado el Papa, “si maldice es porque el Señor” se lo ha dicho.
El Papa ha proseguido explicando que “David sabe ver los signos: es el momento de la humillación en el cual él está pagando su culpa”. Y ha añadido: “este es el recorrido de David, desde el momento de la corrupción a este confiarse a las manos del Señor. Y esto es santidad. Esto es humildad”.
Yo –ha observado el Francisco– pienso en cada uno de nosotros, si alguno nos dice algo, algo feo”, “enseguida tratamos de decir que no es verdad”. O hacemos como Simei: “damos una respuesta más fea aún”.
Por otro lado, el Santo Padre ha aclarado que “la humildad solamente puede llegar a un corazón a través de las humillaciones. No hay humildad sin humillaciones y si no eres capaz de llevar algunas humillaciones en tu vida, no eres humilde”.
Finalmente, el Pontífice ha resaltado que “el único camino para la humildad es la humillación. El fin de David, que es la santidad, viene a través de la humillación. El fin de la santidad que Dios regala a sus hijos, regala a la Iglesia, viene a través de la humillación de su Hijo, que se deja insultar, que se deja llevar a la Cruz, injustamente”. Y este Hijo de Dios que se humilla –ha concluido– es el camino de la santidad. Y David, con su actitud, profetiza esta humillación de Jesús”.
El Obispo de Roma ha invitado hoy a pedir la gracia, para cada uno de nosotros, para toda la Iglesia, la gracia de la humildad, pero también la gracia de entender que no es posible ser humildes sin humillación. Fuente: Zenit.
29 de enero 2016. Pecadores si, corruptos, no.
El Papa Francisco ha invitado a rezar a Dios para que la debilidad que nos lleva a pecar no se transforme nunca en corrupción. Este ha sido el tema que ha abordado esta mañana durante su homilía en la misa celebrada en Santa Marta. De este modo, reflexionando sobre la lectura del día que cuenta la historia de David y Betsabé, ha subrayado cómo el demonio induce a los corruptos a no sentir, a diferencia de otros pecadores, la necesidad del perdón de Dios. En esta línea, el Pontífice ha explicado que se puede pecar de muchas maneras y por todo se puede pedir sinceramente perdón a Dios y sin ninguna duda saber que ese perdón será obtenido. El problema nace con los corruptos. La cosa pésima de un corrupto es que no necesita pedir perdón porque le basta el poder sobre el que apoya su corrupción, ha advertido.
Y este es el comportamiento que el rey David asume cuando se enamora de Betsabé, mujer de un oficial suyo, Urías, que está combatiendo lejos. Así, el Papa ha relatado que después de seducir a la mujer y saber que estaba embarazada, David crea un plan para cubrir el adulterio. Llama al frente a Urías y le ofrece volver a casa a descansar. Urías, hombre leal, no se siente capaz de volver con su mujer y que sus hombres mueran mientras en la batalla. Entonces David intenta emborracharle, pero ni siquiera esta “idea” le funciona. Y tal como ha explicado Francisco, finalmente David escribe una carta para que pongan a Urías como capitán en el frente de la batalla más dura y que después se retiren para que así sea golpeado y muera. “La condena a muerte. Este hombre, fiel, fiel a la ley, fiel a su pueblo, fiel a su rey, lleva consigo la condena a muerte”, ha advertido.
De esta manera, el Pontífice ha precisado que David es un santo pero también un pecador. Cae en la lujuria y aun así Dios le quería mucho. Incluso “el grande, el noble David” se siente tan “seguro porque el reino era fuerte” que después de haber cometido el adulterio mueve todas las herramientas a su disposición para arreglarlo, aunque sea mintiendo, hasta ordenar el asesinato de un hombre leal, haciéndolo pasar una desgracia de guerra.
“Este es un momento en la vida de David que nos hace ver una situación por la cual todos nosotros podemos pasar en nuestra vida: es el paso del pecado a la corrupción. Aquí David comienza, da el primer paso hacia la corrupción. Tiene el poder, tiene la fuerza, sea poder eclesiástico, como religioso, económico, político… Porque el diablo nos hace sentirnos seguros: ‘Yo puedo’”, ha subrayado el Papa.
A propósito, el Santo Padre ha explicado que la corrupción –de la que después por gracia de Dios David saldrá– ha tocado el corazón de ese ‘chico valiente’ que había enfrentado al filisteo con la honda y cinco piedras. Así, ha precisado que hay “un momento donde la costumbre del pecado o un momento donde nuestra situación es tan segura y estamos bien vistos y tenemos tanto poder” que el pecado deja de “ser pecado” y se convierte en “corrupción”. Finalmente, ha recordado que el Señor siempre perdona “pero una de las cosas más feas que tiene la corrupción es que el corrupto no necesita pedir perdón, no siente la necesidad”. Por ello, el Santo Padre ha invitado a hacer una oración por la Iglesia, comenzando por nosotros, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los consagrados, por los fieles, por los laicos: ‘Señor, sálvanos, sálvanos de la corrupción. ¡Pecadores sí. Señor, todos lo somos, pero corruptos nunca!’ Fuente: Zenit.
28 de enero de 2016. El corazón del cristiano es magnánimo
porque es hijo de un Padre de alma grande
y abre los brazos para acoger a todos con generosidad. Así lo ha indicado el papa Francisco esta mañana en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta, en el día en el que la Iglesia celebra la memoria litúrgica de santo Tomás de Aquino. Han participado en la eucaristía algunos sacerdotes que han celebrado con el Papa el 50º aniversario de su ordenación.
“El misterio de Dios es luz”, ha asegurado el Santo Padre comentado el Evangelio del día en el que Jesús nos dice que la luz no llega “para ponerse bajo el celemín o bajo la cama, sino para ponerse en el candelabro, para iluminar”.
El Pontífice ha explicado que esta es una de las características del cristiano, que ha recibido la luz en el Bautismo y debe darla. “Un cristianismo que lleva esta luz, debe hacerla ver porque él es un testigo”. Cuando un cristiano –ha asegurado– prefiere no mostrar la luz de Dios sino que prefiere las propias tinieblas, estas le entran en su corazón porque tiene miedo de la luz. Y de los ídolos, que son tinieblas, le gustan más, entonces le falta algo y no es un verdadero cristiano. El Santo Padre ha subrayado “el testimonio: un cristiano es un testigo. De Jesucristo, Luz de Dios. Y debe poner esa luz en el candelabro de su vida”.
Otra característica del cristiano –ha añadido– es la magnanimidad, porque es hijo de un padre magnánimo, de alma grande. “El corazón cristiano es magnánimo. Es abierto, siempre. No es un corazón que se cierre en el propio egoísmo. O al menos cuenta: hasta aquí, hasta acá. Cuando tú entras en esta luz de Jesús, cuando tú entras en la amistad de Jesús, cuando te dejas guiar por el Espíritu Santo, el corazón se hace abierto, magnánimo…”
Y ha proseguido: “El cristiano, a ese punto, no gana: pierde. Pero pierde para ganar otra cosa, y con esta ‘derrota’ de intereses, gana a Jesús, gana haciéndose testigo de Jesús”.
Por otro lado, el papa Francisco se ha dirigido a los que, entre los presentes, celebran el 50 aniversario de sacerdocio. “Para mí es una alegría celebrar hoy entre vosotros, que cumplís el 50º aniversario de vuestro sacerdocio: 50 años en el camino de la luz y del testimonio, 50 años buscando ser mejores, buscando llevar la luz en el candelabro: a veces se cae, pero vamos una vez más, siempre con esa voluntad de dar luz, generosamente, es decir con el corazón magnánimo”. Solamente Dios y vuestra memoria –ha indicado– saben cuánta gente habéis recibido con magnanimidad, con bondad de padres, de hermanos… A cuánta gente que tenía el corazón un poco oscuro habéis dado luz, la luz de Jesús. De este modo, el Santo Padre les ha dado las gracias, “gracias por lo que habéis hecho en la Iglesia, por la Iglesia y por Jesús”. Para finalizar su homilía, Francisco ha pedido que “el Señor os dé la alegría, esta alegría grande de haber sembrado bien, de haber iluminado bien y de haber abierto los brazos para recibir a todos con magnanimidad”.
22 de enero 2016. El papa Francisco ha asegurado que
la tarea del obispo es rezar y anunciar la Resurrección de Jesús;
si el obispo no reza y no anuncia el Evangelio sino que se ocupa de otras cosas, el pueblo de Dios lo sufre. Así lo ha indicado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. Haciendo referencia al Evangelio del día, que cuenta la elección de los doce apóstoles por parte de Jesús, el Santo Padre ha explicado que les elige “para que estén con Él y para mandarlos a predicar con el poder de expulsar demonios”. Los Doce — ha afirmado– son los primeros obispos. Y después de la muerte de Judas fue elegido Matías y esta es la “primera ordenación episcopal de la Iglesia. Así, Francisco ha recordado que “los obispos son columnas de la Iglesia” llamados a ser testigos de la Resurrección de Jesús.
Al respecto, el Santo Padre ha precisado que los obispos tienen la responsabilidad de ser testigos: testigos de que el Señor Jesús está vivo, que el Señor Jesús ha resucitado, que el Señor Jesús camina con nosotros, que el Señor Jesús nos salva, que el Señor Jesús ha dado su vida por nosotros, que el Señor Jesús es nuestra esperanza, que el Señor Jesús nos acoge siempre y nos perdona. “Nuestra vida debe ser esto: un testimonio. Un verdadero testimonio de la Resurrección de Cristo”, ha asegurado.
En la homilía, el Santo Padre ha explicado que los obispos tienen dos tareas. “La primera tarea del obispo es estar con Jesús en la oración. La primera tarea del obispos no es hacer planes pastorales…¡no, no! Rezar: esta es la primera tarea”, ha indicado. La segunda tarea es “ser testigo, es decir, predicar”. Predicar –ha añadido- la salvación que el Señor Jesús no ha traído.
A continuación, el Pontífice ha explicado que estas dos tareas no son fáciles, pero que son precisamente las que hacen fuertes las columnas de la Iglesia. Si estas columnas se debilitan porque el obispo no reza o reza poco, se olvida de rezar; o porque el obispo no anuncia el Evangelio, se ocupa de otras cosas, la Iglesia también se debilita; sufre. El pueblo de Dios sufre. Porque las columnas son débiles.
Por otro lado, el Papa ha asegurado que “la Iglesia sin obispo no puede caminar” por eso “nuestra oración por nuestros obispos es una obligación, pero una obligación de amor, una obligación de hijos en lo relacionado con el Padre, una obligación de hermanos, para que la familia permanezca unida en la confesión de Jesucristo, vivo y resucitado”.
Finalmente, el Santo Padre ha invitado a todos a rezar por los obispos “porque también nosotros somos pecadores, también nosotros tenemos debilidades, también nosotros tenemos el peligro de Judas: porque también él había sido elegido como columna”. También nosotros –ha advertido– corremos el riesgo de no rezar, de hacer algo que no sea anunciar el Evangelio y expulsar los demonios. Así, ha proseguido su petición: “rezar, para que los obispos sean lo que Jesús quería, que todos nosotros demos testimonio de la Resurrección de Jesús”.
Recordando que en todas las misas se reza por Pedro y por el obispo del lugar, Francisco ha exhortado a rezar por el obispo con el corazón. Y pedir al Señor: “Señor, cuida de mi obispo, cuida de todos los obispos, y mándanos obispos que sean verdaderos testigos, obispos que recen, y obispos que nos ayuden, con su predicación, a entender el Evangelio, a estar seguro que Tú, Señor, estás vivo, estás entre nosotros”. Fuente: Zenit.
21 de enero 2016. El papa Francisco ha reflexionado en la homilía de la misa este jueves en la casa Santa Marta, esta mañana sobre los celos y la envidia.
Por eso ha pedido que el Señor nos preserve de estos pecados que existen también en nuestras comunidades cristianas y usan la lengua para matar a los otros.
La Primera Lectura del día habla de los celos de Saúl, rey de Israel, hacia David. Tal y como ha recordado el Santo Padre, después de la victoria contra los filisteos, las mujeres cantaron con alegría diciendo: “Saúl mató a mil, David a diez mil”. Así, desde ese día, “Saúl mira con sospecha a David, pensando que puede traicionarlo y decide matarlo. Después sigue el consejo del hijo y se lo piensa. Pero después vuelve sobre sus malos pensamientos”, ha precisado el Papa. Por eso, ha señalado que los celos son “una enfermedad” que vuelve y lleva a la envidia.
De este modo, el Pontífice ha asegurado que la envidia es algo feo, y es un pecado feo. “Y en el corazón, los celos o la envidia crecen como la mala hierba: crece, pero no deja crecer la hierba buena. Todo lo que parece hacerle sombra, le hace mal”, ha explicado. Asimismo, ha indicado que también el corazón envidioso lleva a matar, a la muerte. Y la Escritura lo dice claramente: por la envidia del diablo ha entrado la muerte en el mundo.
Prosiguiendo en esta misma línea, el Santo Padre ha asegurado que la envidia “mata” y “no tolera que otro tenga algo que yo no”. Y siempre sufre “porque el corazón del envidioso o del celoso sufre. Es un corazón que sufre”. Y un sufrimiento que desea “la muerte de los otros”. Por esto, ha advertido cuántas veces, en nuestras comunidades, no tenemos que ir muy lejos para ver estos, por celos se mata con la lengua. El Santo Padre ha señalado que cuando uno tiene envidia de otro comienzan los chismes, y ¡los chismes matan!
A continuación, el Obispo de Roma ha dicho en su homilía: “Y yo, pensando y reflexionando sobre este pasaje de la Escritura, me invito a mí mismo y a todos a buscar si hay celos en mi corazón, hay algo de envidia, que siempre lleva a la muerte y no me hace feliz; porque esta enfermedad siempre lleva a mirar lo bueno que tiene el otro como si fuera contra ti. ¡Y este es un pecado feo! Es el comienzo de muchos, muchos crímenes”. Así, ha invitado a pedir al Señor “que nos dé la gracia de no abrir el corazón a los celos, de no abrir el corazón a las envidias, porque estas cosas siempre llevan a la muerte”.
El Santo Padre ha observado que Pilato era inteligente y Marcos en el Evangelio dice que Pilato se había dado cuenta de que los jefes de los escribas le habían entregado a Jesús por envidia. Al respecto, el Papa ha concluido asegurando que la envidia –según la interpretación de Pilato, que era muy inteligente pero cobarde– es la que ha llevado a Jesús a la muerte. Para finalizar su homilía, ha exhortado a pedir al Señor la gracia de no entregar nunca, por envidia, a la muerte a un hermano, a una hermana de la parroquia, de la comunidad, ni tampoco a un vecino del barrio. “Cada uno tiene sus pecados, cada uno tiene sus virtudes. Son propias de cada uno. Mirar el bien y no matar con los chismes por envidia o por celos”, ha concluido el Santo Padre. Fuente: Zenit.
19 de enero 2016. El papa Francisco ha recordado que
Dios se no detiene en las apariencias, sino que ve el corazón.
Así, en la homilía de este martes porla mañana celebrada en Santa Marta, el Santo Padre ha subrayado que también en la vida de los santos hay tentaciones y pecados, pero “nunca hay que utilizar a Dios para ganar una causa propia”.
Haciendo referencia a la primera lectura del día, el Papa ha observado que el Señor rechaza a Saúl “porque tenía el corazón cerrado”, no le había obedecido y piensa en elegir otro rey. De este modo, ha reflexionado sobre el pasaje del Libro de Samuel donde se narra la elección de David. Una elección –ha precisado– lejos de los criterios humanos, ya que David era el más pequeño de los hijos de Jesé. Pero el Señor hace entender al profeta Samuel que para él no cuenta la apariencia, el Señor ve el corazón.
A propósito, el Santo Padre ha explicado que “nosotros muchas veces somos esclavos de las apariencias y nos dejamos llevar por estas cosas”. Pero el Señor, ha asegurado, sabe la verdad. De este modo, ha recordado que en esta historia pasan los siete hijos de Jesé y el Señor no elige a ninguno, les deja pasar. Y llega David, que a los ojos de los hombres no contaba, pero el Señor lo elige y manda a Samuel ungirle y el Espíritu del Señor “irrumpe en David”, y desde ese día en adelante “toda la vida de David ha sido una vida de un hombre ungido por el Señor, elegido por el Señor”. Entonces –se ha preguntado Francisco– ¿el Señor lo ha hecho Santo? No, “el rey David es el santo rey David, esto es verdad, pero Santo después de una vida larga”, también una vida con pecados.
En esta línea, el Pontífice ha afirmado: “Santo y pecador. Un hombre que ha sabido unir al Reino, ha sabido llevar adelante al pueblo de Israel. Pero tenía sus tentaciones… tenía sus pecados: fue también un asesino. Para cubrir su lujuria, el pecado de adulterio… mandó matar. ¡Él!”
Pero, ¿el santo rey David ha matado?, ha preguntado el Papa. Así, ha explicado que cuando Dios envió al profeta Natan para hacerle ver esta realidad, porque él no se había dado cuenta de la barbarie que había ordenado, reconoció ‘he pecado’ y pidió perdón. El Pontífice ha observado que la vida de David fue adelante. “Ha sufrido en su carne la traición del hijo, pero nunca ha usado a Dios para vencer una causa propia”. Por eso, ha recordado que cuando David debe huir de Jerusalén envía de vuelta el Arca y declara que no usará al Señor en su defensa. Y cuando era insultado, David en su corazón pensaba: “Me lo merezco”. Después llega la magnanimidad: podía matar a Saúl pero no lo ha hecho. Este es el santo rey David, gran pecador, pero arrepentido. El Papa ha confesado que a él le conmueve la vida de este hombre, que nos hace pensar también en nuestra vida.
Para finalizar su homilía, el Santo Padre ha asegurado que “a todos nosotros nos ha elegido el Señor por el Bautismo, para estar en su Pueblo, para ser Santos; hemos sido consagrados por el Señor, en este camino de su santidad”. Y así, ha indicado que leyendo la vida de David, que ha hecho muchas cosas buenas y otras no tan buenas, “me hace pensar que en el camino cristiano, en el camino que el Señor nos invita a hacer, creo que no hay ningún santo sin pecado, ni tampoco ningún pecador sin futuro”. Fuente: Zenit.
18 de enero 2016. Los cristianos que se quedan en el
“siempre se ha hecho así” tienen un corazón cerrado
a las sorpresas del Espíritu Santo
y no llegarán nunca a la plenitud de la verdad, porque son idólatras y rebeldes. Lo indicó este lunes el papa Francisco, en su homilía en la misa cotidiana que celebra en la residencia Santa Marta. El Santo Padre citó la primera Lectura, cuando Saúl es rechazado por Dios como rey de Israel porque prefiere escuchar al pueblo más que la voluntad del Señor. El pueblo después de una victoria quiere sacrificar a Dios el mejor ganado porque, dicen: “siempre se ha hecho así”. Y Dios no lo quería. El profeta Samuel entonces reprende a Saúl preguntándole: ‘¿El Señor quiere los holocaustos y sacrificios más que la obediencia a su voz?’.
“Lo mismo –observa el papa Francisco– nos enseña Jesús en el Evangelio”, cuando los doctores de la ley reprenden a los discípulos de Jesús porque no ayunan, ‘como se siempre se había hecho’. Y Jesús responde: Nadie remienda con una tela nueva un vestido viejo, porque se rompe más. Y nadie pone vino nuevo en odres viejos, porque los rompe. “¿Ésto significa que cambia la ley? ¡No!, sino que la ley está al servicio del hombre, que está al servicio de Dios”.
El decir, “siempre se ha hecho así”, viene del corazón cerrado y por ello Jesús dijo: ‘Les enviaré el Espíritu Santo y Él les conducirá a la plena verdad’. Si uno tiene el corazón cerrado a la novedad del Espíritu Santo, nunca llegará a la verdad. Y la vida cristiana será una vida mitad y mitad, una vida remendada, de cosas nuevas sobre una estructura que no está abierta a la voz del Señor.
Esto ha sido, añade el Papa, el pecado del rey Saúl, debido al cual fue rechazado, el pecado de un corazón cerrado, que no escucha la voz del Señor y que no está abierto a la novedad del Espíritu, que siempre nos sorprende. La rebelión de Samuel es el pecado de adivinación, la obstinación y la idolatría.
Los cristianos que se obstinan en el ‘siempre se hizo así’, pecan de adivinación. Hacen como si fueran a lo de la adivinadora: es más importante lo que le fue dicho o que ha escuchado su corazón cerrado, que la Palabra del Señor. “¿Cuál es el camino? Abrir el corazón al Espíritu Santo, discernir cuál es la voluntad de Dios” indicó. Y el Papa concluyó su homilía pidiendo que “el Señor nos dé la gracia de un corazón abierto a la voz del Espíritu, que sepa discernir lo que no debe cambiar porque es fundamento, de lo que debe cambiar para poder recibir la novedad del Espíritu”. (Traducido y adaptado por ZENIT de Radio Vaticano)
8 de enero 2016. Dios es amor, él nos amó primero, nos ama siempre.
Esta es la idea que subrayó este viernes el papa Francisco en su homilía de la misa de la mañana, que celebró en la capilla de la Casa Santa Marta. En su primera carta --observó el Santo Padre--, el apóstol Juan teje una larga reflexión sobre los dos mandamientos principales de la vida de fe: el amor a Dios y amor al prójimo. El amor “es bello, amar es hermoso”, aseguró el Pontífice, y un amor verdadero “se fortalece y crece en la entrega de la propia vida”.
“Esta palabra ‘amor’ es una palabra que se usa tantas veces y que cuando se usa no se sabe qué significa exactamente. ¿Qué es el amor? A veces pensamos en el amor de las telenovelas. No, ese no parece amor. El amor puede parecer un entusiasmo por una persona y después… se apaga. ¿De dónde viene el amor verdadero? Todo el que ama ha sido generado por Dios, porque Dios es amor. No dice: 'todo amor es Dios', sino Dios es amor”, explicó el Papa
Juan subraya una característica del amor de Dios: es el primero en amar. Así, Francisco reflexionó sobre la compasión de Jesús, recordada en la liturgia del día, en la multiplicación de los panes. “Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció”, que no quiere decir que tuvo pena, advirtió el Santo Padre, para luego reiterar que no es lo mismo compadecer y tener pena. Porque el amor que Jesús siente hacia quienes lo rodean “lo lleva a padecer con ellos, a implicarse en la vida de la gente”. Entre los numerosos ejemplos del amor de Dios, que es el primero en amarnos, el Pontífice destacó el del hijo pródigo.
“Cuando tenemos algo en el corazón y queremos pedir perdón al Señor, es Él el que nos espera para darnos su perdón. Este Año de la Misericordia es también esto: que recordemos que el Señor nos está esperando, a cada uno de nosotros. ¿Para qué? Para abrazarnos. Nada más. Para decir: hijo, hija, te amo. He dejado que crucificaran a mi Hijo por ti; éste es el precio de mi amor; éste es mi regalo de amor”, dijo el Papa
“El Señor me espera, el Señor quiere que yo abra la puerta de mi corazón”, esta certeza se debe tener siempre, prosiguió. Y si surgiese el escrúpulo de no sentirnos dignos del amor de Dios, “es mejor, porque Él te espera como eres, no como te dicen 'que hay que ser'”, enfatizó.
“Ir ante el Señor y decir: ‘tú sabes Señor que te amo’. O si no: ‘tú sabes Señor que quisiera amarte, pero soy tan pecador, tan pecadora’. Y Él hará lo mismo que hizo con el hijo pródigo que se gastó todo el dinero en vicios: no dejará que termines tus palabras y con un abrazo te hará callar. El abrazo del amor de Dios”, concluyó el Obispo de Roma. Fuente: Zenit.
27 de diciembre 2015. Toda familia cristiana sea un lugar
privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón.
Homilía Papa Francisco. Las Lecturas bíblicas que hemos escuchado nos presentan la imagen de dos familias que hacen su peregrinación hacia la casa de Dios. Elcaná y Ana llevan a su hijo Samuel al templo de Siló y lo consagran al Señor (cf. 1 S 1,20- 22,24-28). Del mismo modo, José y María, junto con Jesús, se ponen en marcha hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua (cf. Lc 2,41-52).
Podemos ver a menudo a los peregrinos que acuden a los santuarios y lugares entrañables para la piedad popular. En estos días, muchos han puesto en camino para llegar a la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios es que la peregrinación la hace toda la familia. Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras familias. Es más, podemos decir que la vida de la familia es un conjunto de pequeñas y grandes peregrinaciones.
Por ejemplo, cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones, y esta es una peregrinación, la peregrinación de la educación a la oración. Y también nos hace bien saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente han rezado cantando con las palabras del Salmo: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (122,1-2).
Qué importante es para nuestras familias peregrinar juntos, caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, --como hicieron Elcaná y Ana, José y María-- para que sea él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día. Qué importante es para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña en la peregrinación de todos los días.
Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su «aventura», probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. También forman parte de la peregrinación de la familia estos momentos que, con el Señor, se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo, de demostrar el amor y la obediencia.
Que en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado de esta peregrinación en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. Pobres de nosotros, si Dios no nos perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se puedan cometer.
No perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Os encomiendo a vosotras, queridas familias, esta peregrinación doméstica de todos los días, esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca. Fuente: Zenit.
25 de diciembre 2015. “Donde nace Dios, nace la esperanza”.
Homilía Papa Francisco. Mensaje navideño. Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad. Cristo nos ha nacido, exultemos en el día de nuestra salvación. Abramos nuestros corazones para recibir la gracia de este día, que es Él mismo: Jesús es el «día» luminoso que surgió en el horizonte de la humanidad. El día de la misericordia, en el cual Dios Padre ha revelado a la humanidad su inmensa ternura.
Día de luz que disipa las tinieblas del miedo y de la angustia. Día de paz, en el que es posible encontrarse, dialogar, sobre todo, reconciliarse. Día de alegría: una «gran alegría» para los pequeños y los humildes, para todo el pueblo (cf. Lc 2,10).
En este día, ha nacido de la Virgen María Jesús, el Salvador. El pesebre nos muestra la «señal» que Dios nos ha dado: «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Como los pastores de Belén, también nosotros vamos a ver esta señal, este acontecimiento que cada año se renueva en la Iglesia. La Navidad es un acontecimiento que se renueva en cada familia, en cada parroquia, en cada comunidad que acoge el amor de Dios encarnado en Jesucristo. Como María, la Iglesia muestra a todos la «señal» de Dios: el niño que ella ha llevado en su seno y ha dado a luz, pero que es el Hijo del Altísimo, porque «proviene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Por eso es el Salvador, porque es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo (cf. Jn 1,29). Junto a los pastores, postrémonos ante el Cordero, adoremos la Bondad de Dios hecha carne, y dejemos que las lágrimas del arrepentimiento llenen nuestros ojos y laven nuestro corazón.
Sólo él, sólo él nos puede salvar. Sólo la misericordia de Dios puede liberar a la humanidad de tantas formas de mal, a veces monstruosas, que el egoísmo genera en ella. La gracia de Dios puede convertir los corazones y abrir nuevas perspectivas para realidades humanamente insuperables.
Donde nace Dios, nace la esperanza. Él trae la esperanza. Donde nace Dios, nace la paz. Y donde nace la paz, no hay lugar para el odio ni para la guerra. Sin embargo, precisamente allí donde el Hijo de Dios vino al mundo, continúan las tensiones y las violencias y la paz queda como un don que se debe pedir y construir. Que los israelíes y palestinos puedan retomar el diálogo directo y alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en armonía, superando un conflicto que les enfrenta desde hace tanto tiempo, con graves consecuencias para toda la región.
Pidamos al Señor que el acuerdo alcanzado en el seno de las Naciones Unidas logre cuanto antes acallar el fragor de las armas en Siria y remediar la gravísima situación humanitaria de la población extenuada. Es igualmente urgente que el acuerdo sobre Libia encuentre el apoyo de todos, para que se superen las graves divisiones y violencias que afligen el país. Que toda la Comunidad internacional ponga su atención de manera unánime en que cesen las atrocidades que, tanto en estos países como también en Irak, Yemen y en el África subsahariana, causan todavía numerosas víctimas, provocan enormes sufrimientos y no respetan ni siquiera el patrimonio histórico y cultural de pueblos enteros. Quiero recordar también a cuantos han sido golpeados por los atroces actos terroristas, particularmente en las recientes masacres sucedidas en los cielos de Egipto, en Beirut, París, Bamako y Túnez. Que el Niño Jesús les dé consuelo y fuerza a nuestros hermanos, perseguidos por causa de su fe en distintas partes del mundo. Son nuestros mártires de hoy.
Pidamos Paz y concordia para las queridas poblaciones de la República Democrática del Congo, de Burundi y del Sudán del Sur para que, mediante el diálogo, se refuerce el compromiso común en vista de la edificación de sociedades civiles animadas por un sincero espíritu de reconciliación y de comprensión recíproca.
Que la Navidad lleve la verdadera paz también a Ucrania, ofrezca alivio a quienes padecen las consecuencias del conflicto e inspire la voluntad de llevar a término los acuerdos tomados, para restablecer la concordia en todo el país.
Que la alegría de este día ilumine los esfuerzos del pueblo colombiano para que, animado por la esperanza, continúe buscando con tesón la anhelada paz.
Donde nace Dios, nace la esperanza ̧ y donde nace la esperanza, las personas encuentran la dignidad. Sin embargo, todavía hoy muchos hombres y mujeres son privados de su dignidad humana y, como el Niño Jesús, sufren el frío, la pobreza y el rechazo de los hombres. Que hoy llegue nuestra cercanía a los más indefensos, sobre todo a los niños soldado, a las mujeres que padecen violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico.
Que no falte nuestro consuelo a cuantos huyen de la miseria y de la guerra, viajando en condiciones muchas veces inhumanas y con serio peligro de su vida. Que sean recompensados con abundantes bendiciones todos aquellos, personas privadas o Estados, que trabajan con generosidad para socorrer y acoger a los numerosos emigrantes y refugiados, ayudándoles a construir un futuro digno para ellos y para sus seres queridos, y a integrarse dentro de las sociedades que los reciben.
Que en este día de fiesta, el Señor vuelva a dar esperanza a cuantos no tienen trabajo, que son muchos, y sostenga el compromiso de quienes tienen responsabilidad públicas en el campo político y económico para que se empeñen en buscar el bien común y tutelar la dignidad toda vida humana.
Donde nace Dios, florece la misericordia. Este es el don más precioso que Dios nos da, particularmente en este año jubilar, en el que estamos llamados a descubrir la ternura que nuestro Padre celestial tiene con cada uno de nosotros. Que el Señor conceda, especialmente a los presos, la experiencia de su amor misericordioso que sana las heridas y vence el mal.
Y de este modo, hoy todos juntos exultemos en el día de nuestra salvación. Contemplando el portal de Belén, fijemos la mirada en los brazos de Jesús que nos muestran el abrazo misericordioso de Dios, mientras escuchamos el gemido del Niño que nos susurra: «Por mis hermanos y compañeros voy a decir: “La paz contigo”» (Sal 121 [122], 8). Fuente: Zenit.
24 de diciembre 2015. Homilía Papa Francisco en la nochebuena del 2015.
“El niño Jesús nos llama a tener un comportamiento sobrio”.
En esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); sobre nosotros resplandece la luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,2). Nuestro corazón estaba ya lleno de alegría mientras esperaba, este momento; ahora, ese sentimiento se ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido, por fin se ha realizado. El gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón.
Hoy ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia. El Salvador del mundo viene a compartir nuestra naturaleza humana, no estamos ya solos ni abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo como principio de vida nueva. La luz verdadera viene a iluminar nuestra existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy descubrimos nuevamente quiénes somos. En esta noche se nos muestra claro el camino a seguir para alcanzar la meta. Ahora tiene que cesar el miedo y el temor, porque la luz nos señala el camino hacia Belén. No podemos quedarnos inermes. No es justo que estemos parados. Tenemos que ir y ver a nuestro Salvador recostado en el pesebre. Este es el motivo del gozo y la alegría: este Niño «ha nacido para nosotros», «se nos ha dado», como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo que desde hace dos mil años recorre todos los caminos del mundo, para que todos los hombres compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a conocer al «Príncipe de la paz» y ser entre las naciones su instrumento eficaz.
Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera liberación y del rescate perpetuo. De este Niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el apóstol Pablo, el compromiso de «renunciar a la impiedad» y a las riquezas del mundo, para vivir una vida «sobria, justa y piadosa» (Tt 2,12).
En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.
Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8). Fuente: Zenit.
15 de diciembre de 2015. El papa Francisco ha pedido este martes
que la Iglesia sea humilde, pobre y confiada en el Señor.
En la homilía de la misa matutina, que ha celebrado en la capilla la Casa Santa Marta, el Santo Padre ha destacado que la pobreza es la primera de las Bienaventuranzas y ha añadido que la verdadera riqueza de la Iglesia son los pobres, no el dinero ni el poder mundano.
En el Evangelio leído hoy, Jesús reprende con fuerza a los jefes de los sacerdotes y les advierte que incluso las prostitutas los precederán en el Reino de los Cielos. El Pontífice ha citado este pasaje para alertar contra las tentaciones que incluso hoy pueden corromper el testimonio de la Iglesia. También en la Primera Lectura, tomada del Libro de Sofonías, se ven las consecuencias de un pueblo que se convierte en impuro y rebelde por no haber escuchado al Señor, ha advertido el Papa.
¿Cómo debe ser una Iglesia fiel al Señor?, se ha preguntado Francisco, y ha respondido: Una Iglesia que se confía a Dios debe “tener estas tres características”: humilde, pobre, con confianza en el Señor.
“Una Iglesia humilde, que no se pavonee de los poderes, de las grandezas. Humildad no significa una persona lánguida, floja, que pone los ojos en blanco… ¡Esto no es humildad, es teatro! Esto es fingir humildad. La humildad tiene un primer paso: ‘Yo soy pecador’. Si tú no eres capaz de decirte esto a ti mismo: que eres pecador y que los demás son mejores que tú, no eres humilde. El primer paso de una Iglesia humilde es sentirnos pecadores, el primer paso de todos nosotros es el mismo. Si alguno de nosotros tiene la costumbre de mirar los defectos de los demás y murmurar sobre ellos, se cree juez de los demás”, ha explicado el Santo Padre.
Nosotros --ha señalado-- debemos “pedir esta gracia: que la Iglesia sea humilde, que yo sea humilde, que cada uno de nosotros” sea humilde. El segundo paso --ha proseguido-- es la pobreza que “es la primera de las Bienaventuranzas”. Pobre en el espíritu quiere decir estar “solo apegado a las riquezas de Dios”, ha precisado. Por tanto, no a “una Iglesia que vive apegada al dinero, que piensa en el dinero, que piensa cómo ganar dinero”. “Como se sabe --ha afirmado el Pontífice-- hace un tiempo, para pasar la Puerta Santa se le decía ingenuamente a la gente que se debía hacer una ofrenda: esta no es la Iglesia de Jesús, esta es la Iglesia de los jefes de los sacerdotes, apegada al dinero”.
“Nuestro diácono, el diácono de esta diócesis, Lorenzo, cuando el emperador --él era el ecónomo de la diócesis-- le dice que le lleve las riquezas de la diócesis, para así pagarle algo y evitar su asesinato, vuelve con los pobres. Los pobres son las riquezas de la Iglesia. Si tienes un banco, eres el director de un banco, pero tu corazón es pobre, no estás apegado al dinero, eso es estar al servicio. La pobreza es esta distancia, para servir a los necesitados, para servir a los demás”, ha reiterado.
Hagámonos esta pregunta, ha indicado el Papa: si somos “una Iglesia, un pueblo humilde, pobre, ‘¿Yo soy o no soy pobre?’”. Finalmente, el tercer punto: la Iglesia debe confiar en el nombre del Señor. “¿Dónde está mi confianza? ¿En el poder, en los amigos, en el dinero? ¡En el Señor! Esta es la herencia que nos promete el Señor: ‘Dejaré en medio de ti a un pueblo humilde y pobre que confiará siempre en el Señor’. Humilde porque se siente pecador; pobre porque su corazón está apegado a las riquezas de Dios y si tiene es para administrarlas; confiado en el Señor porque sabe que solo el Señor puede garantizarle lo que hace bien. Y verdaderamente estos jefes de los sacerdotes a los que se dirigía Jesús, no entendían estas cosas y Jesús tuvo que decirles que una prostituta entraría en el cielo antes que ellos”, ha subrayado Francisco.
“En esta espera del Señor, de la Navidad --ha concluido-- pidamos que nos dé un corazón humilde, un corazón pobre y sobre todo un corazón confiado en el Señor, porque el Señor no decepciona nunca”. Fuente: Zenit.
14 de diciembre 2015.La esperanza en la misericordia de Dios
abre los horizontes y nos hace libres,
mientras que la rigidez clerical cierra los corazones y hace mucho mal. Así lo ha advertido el santo padre Francisco, durante la homilía de la misa celebrada en Santa Marta este lunes por la mañana.
Haciendo referencia a la primera lectura del día, el Pontífice ha señalado que Balaam “tenía sus defectos, incluso pecados. Porque todos tenemos pecados, todos. Todos somos pecadores”. Pero no os asustéis --ha pedido--, Dios es más grande que nuestros pecados. Asimismo, ha indicado que “en su camino, Balaam encuentra al ángel del Señor y cambia el corazón”. No cambia de partido sino que “cambia del error a la verdad y dice lo que ve”. El Pueblo de Dios mora en tiendas de campaña en el desierto y él “más allá del desierto ve la fecundidad, la belleza, la victoria”. Ha abierto el corazón, “se convierte” y “ve lejos, ve la verdad” porque “con buena voluntad siempre se ve la verdad”. Es una verdad --ha asegurado el Papa-- que da esperanza.
De este modo, Francisco ha explicado que “la esperanza es esta virtud cristiana que nosotros tenemos como un gran don del Señor y que nos hace ver lejos, más allá de los problemas, los dolores, las dificultades, más allá de nuestros pecados”. Nos hace ver la belleza de Dios, ha indicado.
Y así, ha contando que cuando él se encuentra con una persona que tiene esta virtud esperanza y es un momento difícil de su vida --sea una enfermedad sea una preocupación por un hijo o una hija o alguno de la familia o cualquier cosa-- pero tiene esta de la virtud, en medio del dolor tiene el ojo penetrante, tiene la libertad de ver más allá, siempre más allá. Y esta es la esperanza. Y esta es la profecía que hoy la Iglesia nos dona: se necesitan mujeres y hombres de esperanza, también en medio de los problemas. La esperanza abre horizontes, la esperanza es libre, no es esclava, siempre encuentra un lugar para arreglar una situación”.
Por otro lado, el Pontífice ha subrayado que en el Evangelio, están los jefes de los sacerdotes que preguntan a Jesús con qué autoridad actúa: “No tienen horizontes”, son “hombres cerrados en sus cálculos”, “esclavos de la propia rigidez” y los cálculos humanos “cierran el corazón, cierran la libertad” mientras que “la esperanza nos hace ligeros”.
A propósito, el Santo Padre ha observado cuánto es bella la libertad, la magnanimidad, la esperanza de un hombre y una mujer de Iglesia. Sin embargo, “qué feo es y cuánto mal hace la rigidez de una mujer y de un hombre de Iglesia, la rigidez eclesial, que no tiene esperanza”.
El papa Francisco ha explicado que en este Año de la Misericordia, hay estos dos caminos: quien tiene esperanza en la misericordia de Dios y sabe que Dios es padre; Dios perdona siempre, pero todo; más allá del desierto del abrazo del Padre, el perdón. Y también, están esos que se refugian en la propia esclavitud, en la propia rigidez, y no saben nada de la misericordia de Dios. “Estos eran doctores, habían estudiado, pero su ciencia no les ha salvado”, ha advertido el Santo Padre.
Para finalizar la homilía, ha contado un hecho sucedido en 1992 en Buenos Aires, durante una misa por los enfermos. Llevaba varias horas confesando, cuando llegó una mujer muy anciana, de más de ochenta años, “con los ojos que veían más allá, con los ojos llenos de esperanza”.
Y el Papa le dijo: ‘Abuela, ¿usted viene a confesarse?’, porque él se estaba ya levantando. Y ella le respondió ‘sí’. ‘Pero usted no tiene pecados’. Y ella le dijo: ‘Padre, todos los tenemos’. ‘Pero, ¿quizá el Señor no los perdona?’ ‘Dios perdona todo’. Francisco le preguntó cómo lo sabía, y ella respondió ‘porque si Dios no perdonara todo, el mundo no existiría’.
Delante de estas dos personas --el libre, la esperanza, lo que te lleva a la misericordia de Dios y el cerrado, el legalista, el egoísta, el esclavo de la propia rigidez-- el Papa ha pedido recordar esta lección que esta anciana le dio: “Dios perdona todo, solamente espera que tú te acerques”. Fuente: Zenit.
23 de noviembre de 2015. La Iglesia es fiel si su único tesoro
y su único interés es Jesús,
pero es tibia y mediocre si busca su seguridad en las cosas del mundo. Esta ha sido la advertencia del papa Francisco en la homilía de la misa celebrada este mañana, lunes, en Santa Marta.
El Evangelio del día habla de la pobre viuda que deja en el tesoro del templo dos monedas de cobre mientras los ricos muestran sus grandes ofrendas. Por eso, Jesús afirma que “esta viuda tan pobre ha dado más que todos”, porque los otros han donado lo superfluo, mientras que ella, en su miseria, ha entregado todo lo que tenía para vivir”. El papa Francisco ha explicado que en la Biblia “la viuda es la mujer sola, que no tiene marido que la cuide; la mujer que debe salir adelante como pueda, que vive de la caridad pública”. Y la viuda de este pasaje del Evangelio era “una viuda que tenía su esperanza solamente en el Señor”. Al respecto, el Santo Padre ha confesado que le gusta ver en las viudas del Evangelio “la imagen de la ‘viudez’ de la Iglesia que espera la vuelta de Jesús”.
De este modo, ha explicado que “la Iglesia es esposa de Jesús, pero su Señor se ha ido y su único tesoro es su Señor. Y la Iglesia, cuando es fiel, lo deja todo esperando a su Señor. Sin embargo, cuando la Iglesia no es fiel o no es tan fiel, o no tiene tanta fe en el amor de su Señor, trata de salir adelante también con otras cosas, con otras seguridades, más del mundo que de Dios”.
Al respecto, el Papa ha asegurado que “las viudas del Evangelio nos dan un bonito mensaje de Jesús sobre la Iglesia”.
Y lo ha explicado recordando como la viuda "que salía de Naín, con el ataúd de su hijo: lloraba, sola. ¡Sí, la gente, muy buena la acompañaba, pero su corazón estaba solo! La Iglesia viuda llora cuando sus hijos mueren de la vida de Jesús. Hay alguna otra que, para defender a sus hijos, va al juez injusto: le hace la vida imposible, llamándole a la puerta todos los días diciendo ‘¡hazme justicia!’ Al final hace justicia. Es la Iglesia viuda que reza, intercede por sus hijos. Pero el corazón de la Iglesia está siempre con su Esposo, con Jesús. Está ahí arriba. También nuestra alma --según los padres del desierto-- se parece mucho a la Iglesia. Y cuando nuestra alma, nuestra vida, está más cerca de Jesús, se aleja de muchas cosas mundanas, cosa que no sirven, que no ayudan y que alejan de Jesús”.
La “viudez” de la Iglesia se refiere al hecho de que la Iglesia está esperando a Jesús. Puede ser --ha explicado-- una Iglesia fiel a esta espera, esperando con confianza la vuelta del marido o una Iglesia no fiel a esta ‘viudez’, buscando seguridad en otras cosas… la Iglesia tibia, la Iglesia mediocre, la Iglesia mundana”. Para finalizar ha preguntado: “¿Nuestras almas buscan seguridad solamente en el Señor o buscan otras seguridades que no le gustan al Señor?”
En estos últimos días del Año Litúrgico --ha precisado Francisco-- nos hará bien preguntarnos sobre nuestra alma: si es como la de esta Iglesia que quiere a Jesús; si nuestra alma se dirige a su esposo y dice: "¡ven señor Jesús. Ven!"
Y nos hará bien "dejar de lado todas estas cosas que no sirven y no ayudan a la fidelidad”. (Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT)
20 de noviembre 2015. El papa Francisco ha pedido que la Iglesia
no se apegue al dinero y al poder y
no adore el “santo soborno”,
sino que su fuerza y su alegría sea la palabra de Jesús. Haciendo referencia a la primera lectura del Libro de los Macabeos, que cuenta la alegría del pueblo por la consagración del Templo profanado por los paganos y el espíritu mundano, el Santo Padre ha reflexionado sobre la victoria de los que son perseguidos por parte del “pensamiento único”.
El pueblo de Dios hace fiesta, se regocija, porque encuentra de nuevo la “propia identidad”. De este modo, ha explicado que la fiesta “es algo que la mundanidad no sabe hacer, no puede hacer”. El espíritu mundano --ha añadido-- nos lleva como mucho a tener un poco de diversión, un poco de ruido, pero la alegría solamente viene de la fidelidad a la Alianza.
Asimismo, ha recordado que en el Evangelio Jesús expulsa a los mercaderes del Templo, diciendo: “Está escrito: ‘Mi casa es casa de oración’, pero vosotros la habéis convertido en una ‘cueva de bandidos’” . De este modo, ha señalado que durante la época de los Macabeos, el espíritu mundano “había suplantado el lugar de la adoración al Dios Viviente”. También ahora --ha añadido-- esto sucede, aunque “de otra forma”.
Y el Pontífice lo ha explicado así: “los jefes del Templo, los jefes de los sacerdotes --dice el Evangelio-- y los escribas había cambiado las cosas un poco. Habían entrado en un proceso de degradación y había ‘ensuciado’ el Templo. ¡Habían ensuciado el Templo! El Templo es un símbolo de la Iglesia. La Iglesia siempre --¡siempre!-- sufrirá la tentación de la mundanidad y la tentación de un poder que no es el poder que Jesucristo quiere para ella. Jesús no dice: ‘no, esto no se hace. Hacedlo fuera’. Dice: ‘¡Habéis hecho una cueva de ladrones aquí!’ Y cuando la Iglesia entra en este proceso de degradación el final es muy feo. ¡Muy feo!”.
A continuación, el Santo Padre ha advertido del peligro de la corrupción. “Siempre está en la Iglesia la tentación de la corrupción. Es cuando la Iglesia, en vez de estar unido a la fidelidad al Señor Jesús, al Señor de la paz, de la alegría, de la salvación, se apega al dinero y al poder. Esto sucede aquí, en este Evangelio. Estos jefes de los sacerdotes, estos escribas estaban apegados al dinero, al poder, y habían olvidado el espíritu”. Y para justificarse y decir que eran justos, que eran buenos --ha indicado-- habían cambiado el espíritu de libertad del Señor por la rigidez.
El Santo Padre ha observado que Jesús, en el capítulo 23 de Mateo, habla de esta rigidez. “La gente había perdido el sentido de Dios, también la capacidad de alegría, también la capacidad de alabanza: no sabían alabar a Dios porque estaban apegados al dinero y al poder, a una forma de mundanidad, como el otro en el Antiguo Testamento”, ha explicado.
Tal y como ha recordado el Papa, Jesús expulsa del Templo a los sacerdotes, a los escribas, a los que hacían negocios allí. “Y los jefes de los sacerdotes y los escribas estaban unidos entre ellos: ¡estaba el ‘santo soborno’ allí! Y lo recibían, estaban apegados al dinero y veneraban esta santa”, ha advertido. De este modo, el Santo Padre ha asegurado que el Evangelio es muy fuerte. Dice: “los jefes de los sacerdotes y los escribas trataban de destruir a Jesús y así también a los jefes del pueblo”. Era lo mismo que había sucedido en el templo de Judas Macabeo. ¿Y por qué? Por este motivo con Jesús “no sabían qué hacer porque todo el pueblo le escuchaba”.
El Pontífice ha explicado que la fuerza de Jesús era su palabra, su testimonio, su amor. “Y donde está Jesús no hay sitio para la mundanidad, no hay sitio para la corrupción”, ha asegurado.
Del mismo modo, Francisco ha observado que “esta es la lucha de cada uno de nosotros, esta es la lucha cotidiana de la Iglesia: siempre Jesús, siempre con Jesús, siempre escuchando sus palabras; y nunca buscar seguridad donde están las cosas de otro dueño. Jesús nos había dicho que no se puede servir a dos señores: o Dios o las riquezas, o Dios o el poder”.
Para finalizar la homilía, el Obispo de Roma ha asegurado que nos hará bien rezar por la Iglesia. “Pensar en tantos mártires de hoy que, por no entrar en este espíritu de mundanidad, del pensamiento único, de la apostasía, sufren y mueren. ¡Hoy!”. Hoy --ha concluido-- hay más mártires en la Iglesia que en los primeros tiempos. Pensemos. Nos hará bien pensar en ellos. Y también pedir la gracia para no entrar nunca, nunca en este proceso de degradación hacia la mundanidad que nos lleva a apegarnos al dinero y al poder. Fuente: Zenit.
19 de noviembre de 2015. Dios llora ante la guerra del mundo”.
Todo el mundo está hoy en guerra, y esto no tiene justificación. Más aún, rechazar el “camino de la paz” hace que Dios mismo llore. Lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana del jueves en Santa Marta.
Haciendo referencia al Evangelio del día, el Santo Padre ha explicado que Jesús se acerca a Jerusalén y la observa y llora, dirigiendo a la ciudad estas palabras: “¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos”. Y ha añadido que “Jesús también hoy llora. Porque hemos preferido el camino de las guerras, el camino del odio, el camino de las enemistades”.
El Santo Padre ha recordado que estamos cerca de la Navidad y habrá luces, fiestas, árboles luminosos, pesebres… “todo maquillado: el mundo continúa haciendo la guerra, haciendo las guerras. El mundo no ha comprendido el camino de la paz”.
También ha querido recordar las recientes conmemoraciones de la segunda Guerra Mundial, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, su visita a Redipuglia el año pasado por el aniversario de la Primera Guerra. “Matanzas inútiles”, ha precisado repitiendo las palabras del papa Benedicto XV. Así, ha advertido que “hay guerra por todas partes, hoy, hay odio”. Por eso ha planteado una pregunta: “¿qué queda de una guerra, de ésta, que estamos viviendo ahora?”
El Papa ha respondido que deja: “ruinas, miles de niños sin educación, tantos muertos inocentes, muchos, y mucho dinero en los bolsillos de los traficantes de armas”.
A propósito, el Pontífice ha precisado que la guerra es precisamente decidir de las riquezas: “hagamos armas, así la economía se equilibra un poco, y vamos adelante con nuestros interés”. Y ha recordado que hay una palabra fea del Señor: “¡Malditos!”. Porque Él ha dicho: “bienaventurados los que trabajan por la paz”. Por eso, Francisco ha indicado que los que trabajan por la guerra, los que hacen guerra, son malditos, son delincuentes.
A continuación, el Santo Padre ha observado que una guerra se puede justificar --entre comillas-- con muchas, muchas razones. “Pero cuando todo el mundo, como hoy, está en guerra, ¡todo el mundo! es una guerra mundial por partes: aquí, allí, allí, por todas partes …, no hay justificación. Y Dios llora. Jesús llora”, ha precisado.
Por otro lado, el Santo Padre ha advertido que mientras los traficantes de armas hacen su trabajo “están los pobres trabajadores de paz que solamente por ayudar a una persona, a otra, a otra, a otra, dan la vida”.
A este punto, ha puesto como ejemplo a “un símbolo de nuestro tiempo: Teresa de Calcuta”. Contra la cual se podría decir, con el cinismo de los poderosos, “¿pero qué ha hecho esa mujer? ¿Ha perdido su vida ayudando a la gente a morir?” Por eso el Papa ha reconocido que “no se entiende el camino de la paz”.
Para finalizar la homilía, el Pontífice ha asegurado que nos hará bien pedir la gracia del llanto, “para este mundo que no reconoce el camino de la paz. Que vive para hacer la guerra, con el cinismo de decir que no quiere no hacerla”. Por eso, ha invitado a “pedir la conversión del corazón. Precisamente a la puerta del Jubileo de la Misericordia, que nuestro júbilo, nuestra alegría, sea la gracia que el mundo encuentre de nuevo la capacidad de llorar por sus crímenes, por lo que hace con las guerras”. Fuente: Zenit.
17 de noviembre de 2015. El papa Francisco ha advertido que
la mundanidad nos “lleva a la doble vida”.
Lo ha hecho durante la homilía de la misa matutina en Santa Marta. De este modo, el Santo Padre ha subrayado que es necesario cuidar la identidad cristiana y para ello hay que ser coherentes y evitar las tentaciones de una vida mundana.
Haciendo referencia a la Primera Lectura del día, ha señalado que el viejo Eleazar “no se deja debilitar por el espíritu de la mundanidad” y prefiere morir en vez que rendirse a la apostasía del “pensamiento único”. El anciano Eleazar no aceptó comer carne de cerdo como le pedían sus “amigos mundanos” preocupados por salvarle la vida. Sin embargo, él mantiene su dignidad “con esa nobleza” que “tenía de una vida coherente, va al martirio, da testimonio”
Asimismo ha advertido que la mundanidad espiritual nos aleja de la coherencia de vida y nos hace incoherentes. Así la persona “finge ser de un modo” pero vive “de otra manera”. Y la mundanidad, ha observado el Santo Padre, “es difícil reconocerla desde el primer momento porque es como la carcoma que destruye lentamente, estropea el tejido y después ese tejido” se hace inutilizable y así, "ese hombre que se deja llevar por la mundanidad pierde la identidad cristiana”.
El Papa ha asegurado que “la carcoma de la mundanidad arruina la identidad cristiana, es incapaz de ser coherente. ‘Oh, yo soy muy católico padre, yo voy a misa todos los domingos, pero muy católico’. Y después cuando va a trabajar alguien le dice: ‘Si me compras ésto, te doy este dinero, y él toma el soborno’. Ésto no es coherencia de vida, esto es mundanidad. Doy este ejemplo. La mundanidad lleva a tener una doble vida, la que aparece y la verdadera. Aleja de Dios y destruye la identidad cristiana”.
Por esto, Jesús es “muy fuerte” cuando pide al Padre que salve a sus discípulos del espíritu mundando “que destruye la identidad cristiana”. De este modo, ha indicado que Eleazar es un ejemplo de este baluarte contra este espíritu.
A propósito, el Pontífice ha subrayado que “el espíritu cristiano, la identidad cristiana, nunca es egoísta, siempre trata de cuidar la propia coherencia, cuidar, evitar el escándalo, cuidar a los otros, dar el buen ejemplo. ‘Pero no es fácil padre, vivir de esta forma, donde las tentaciones son muchas, y el truco de la doble vida nos tienta todos los días, no es fácil’. El Papa reconoció que "para nosotros no solos no es fácil, es imposible. Solamente Él es capaz de hacerlo”
Igualmente, el Papa ha precisado que el Señor es nuestro apoyo contra la mundanidad que destruye nuestra identidad cristiana, que nos lleva a la doble vida. Y es Él el único que puede salvarnos. Por eso, Francisco ha invitado a hacer esta oración: “Señor, soy pecador, realmente, todos lo somos, pero te pido tu apoyo, dame tu apoyo, para que por una lado no finja ser cristiano y por otro viva una vida como un pagano, como un mundano”.
Para concluir la homilía, el Santo Padre ha invitado a los presentes a que si hoy tienen un poco de tiempo, tomen la Biblia, el segundo libro de los Macabeos, capítulo sexto, y lean la historia de Eleazar. “hace bien, da valentía para ser ejemplo para todos y también dará fuerza y apoyo para llevar adelante la identidad cristiana, sin compromisos, sin doble vida”. Fuente: Zenit.
16 de noviembre de 2015. La mundanidad te lleva al
pensamiento único y a la apostasía.
El pensamiento único, el humanismo que toma el lugar de Jesús, hombre verdadero destruye la identidad cristiana. Es la advertencia del papa Francisco durante la homilía de este lunes en la misa celebrada en Santa Marta.
Haciendo referencia a la Primera Lectura del día, del Libro de los Macabeos, el Pontífice ha comentado “la imagen de la raíz que está bajo tierra”. La fenomenología de la raíz es esta: “no se ve, parece que no hace mal, pero después crece y muestra, hace ver, la propia realidad”, ha precisado. “Era una raíz razonable” que empujaba a los israelitas a aliarse con las naciones vecinas para estar protegidos. “¿Por qué tantas diferencias? Porque desde que nos hemos separado nos han sucedido muchos males. Vamos donde ellos, somos iguales”, ha precisado comentado la Lectura. Y así ha explicado esta situación con tres palabras: “mundanidad, apostasía, persecución”.
De este modo, ha asegurado que la mundanidad es hacer lo que hace el mundo. Es decir: “ponemos a subasta nuestro carné de identidad, todos somos iguales”. Así, muchos israelitas “reniegan de la fe y se alejan de la Santa Alianza”, ha proseguido. Y lo “que parece muy razonable -’somos como todos, somos normales’- se convirtió en destrucción”, ha advertido el Papa.
Asimismo, ha explicado que “después el rey ordenó que en su reino todos formaran un solo pueblo --el único pensamiento, la mundanidad-- y cada uno abandonara las propias costumbres. Todos los pueblos se adecuaron a la órdenes del rey; también muchos israelitas aceptaron su culto: sacrificaron a los ídolos y profanaron el sábado. La apostasía. Es decir, la mundanidad te lleva al pensamiento único y a la apostasía. No se permiten, no se permiten las diferencias: todos iguales. Y en la historia de la Iglesia lo hemos visto, pienso en un caso, que la fiestas religiosas se les ha cambiado el nombre --el Nacimiento del Señor tiene otro nombre-- para cancelar la identidad”
Por otro lado, el Pontífice ha recordado que en Israel se quemaron los libros de la ley “y si alguno obedecía a la ley, la sentencia del rey lo condenaba a muerte”. Esta es la persecución --ha observado-- iniciando con una “raíz venenosa”
A continuación, el Santo Padre ha afirmado que siempre le ha conmovido que el Señor, en la Última Cena, en esa larga oración, rezase por la unidad de los suyos y pidiera al Padre que le liberase de cualquier espíritu mundano, de toda mundanidad, porque la mundanidad destruye la identidad, la mundanidad lleva al pensamiento único.
“Comienza por una raíz, pero es pequeña, y termina en la abominación de la desolación, en la persecución. Este es el engaño de la mundanidad, y por esto Jesús pedía al Padre, en esa cena: ‘Padre, no te pido que los elimines del mundo, sino que los cuides del mundo’. De esta mentalidad, de este humanismo, que viene a tomar el lugar del hombres verdadero, Jesucristo, que viene a quitarnos la identidad cristiana y nos lleva al pensamiento único: ‘todos hacen así, ¿por qué yo no?’”, ha explicado Francisco.
De este modo, ha invitado a pensar cómo es la identidad de cada uno, cristiana o mundana. ¿O me llamo cristiano porque fui bautizado de niño y he nacido en un país cristiano, donde todos son cristianos?, ha preguntado.
Por eso ha advertido que “la mundanidad entra lentamente, crece, se justifica y contagia: crece como esa raíz, se justifica --'pero, hagamos como toda la gente, no somos tan diferentes’-- busca siempre una justificación, y al final contagia, y muchos males vienen de ahí”.
Para concluir la homilía, el Pontífice ha exhortado a pedir al Señor “por la Iglesia, para que el Señor la custodie de todo tipo de mundanidad”, “que siempre tenga la identidad dispuesta por Jesucristo”, “que todos nosotros tengamos la identidad que hemos recibido en el bautismo, y que esta identidad de querer ser como todos, por motivos de ‘normalidad’, no surja”
Finalmente ha pedido que el Señor “nos dé la gracia de mantener y cuidar nuestra identidad cristiana contra el espíritu de mundanidad que siempre crece, se justifica y contagia”. Fuente: Zenit.
3 de noviembre de 2015. “Quien sirve y dona, parece un perdedor
a los ojos del mundo”.
Pero, en realidad, “precisamente perdiendo la vida, la encuentra”. Porque “una vida que se desprende de sí, perdiéndose en el amor, imita a Cristo: vence la muerte y da la vida al mundo. Quien sirve salva”. Al contrario “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Así lo ha recordado el papa Francisco en la misa celebrada esta mañana en la basílica vaticana, por los cardenales y obispos fallecidos durante este año. Ha invitado a pensar con gratitud también “en la vocación de estos sagrados ministros: como indica la palabra, es sobre todo lo de ministrare, es decir, servir”. Por eso mismo, ha indicado que mientras pedimos por el premio prometido a los “siervos buenos y fieles”, “estamos llamados a renovar la elección de servir en la Iglesia”. A propósito, el Santo Padre ha recordado que Jesús vino “para servir y no para ser servido” y no puede “ser otra cosa que un pastor preparado para dar la vida por sus ovejas”.
Por otro lado, ha subrayado que el Evangelio nos recuerda que “Dios amó tanto al mundo”. Francisco ha explicado que “se trata realmente de un amor tan concreto, tan concreto que ha tomado sobre sí nuestra muerte”. Para salvarnos --ha proseguido-- nos ha alcanzado allá donde habíamos acabado, alejándonos de Dios dador de vida: en la muerte, en el sepulcro sin salida
Del mismo modo, el Pontífice ha recordado que el abajamiento que el Hijo ha cumplido, arrodillándose como un siervo hacia nosotros para asumir todo lo que es nuestro, hasta abrirnos las puertas de la vida. Haciendo referencia al Evangelio en el que se compara a Cristo con la “serpiente levantada”, el Santo Padre ha indicado que esta imagen lleva al episodio de las serpientes venenosas que en el desierto atacaban al pueblo en camino. De este modo, ha recordado que los israelitas que habían sido mordidos por las serpientes, no morían sino que vivían si miraban a la serpiente de bronce que Moisés, por orden de Dios, había levantado en un hasta. Una serpiente que salva de las serpientes. “La misma lógica está presente en la cruz, a la que Cristo se refiere hablando con Nicodemo. Su muerte nos salva de nuestra muerte”, ha precisado Francisco.
Además, el Santo Padre ha asegurado que a nuestros ojos la muerte aparece oscura y angustiante. Pero Jesús no ha huído de ella, “sino que la ha tomado plenamente sobre sí con todas sus contradicciones”. Al respecto, ha observado que este estilo de Dios, que nos salva sirviéndonos y aniquilándose, nos enseña mucho. “Nosotros nos esperaremos una victoria divina triunfante; Jesús sin embargo nos muestra una victoria muy humilde”, ha añadido.
Levantado en la cruz -- ha indicado-- deja que el mal y la muerte se ensaña contra Él mientras continúa amando. Y para nosotros “es difícil aceptar esta realidad”. El Papa ha asegurado que es un misterio, “pero el secreto de este misterio, de esta humildad extraordinaria está en la fuerza del amor”.
El Santo Padre ha explicado que en la Pascua de Jesús vemos juntos a la muerte y al remedio de la muerte y esto es posible “por el gran amor con el que Dios nos ha amado, por el amor humilde que se abaja, por el servicio que sabe asumir la condición de siervo”. Así, Jesús no ha quitado el mal, sino que lo ha transformado en bien. “No ha cambiado las cosas con palabras, sino con hechos; no en apariencia, sino en sustancia; no en superficie, sino a la raíz” ha explicado. El Papa ha asegurado que Jesús “ha hecho de la cruz un puente hacia la vida”. Y también nosotros -- ha indicado-- podemos vencer con Él, si elegimos el amor solícito y humilde, que permanece victorioso para la eternida
Finalmente, el Pontífice ha advertido que “nosotros somos llevados a amar lo que necesitamos y deseamos. Dios, sin embargo, ama hasta el final al mundo, es decir, a nosotros, tal y como somos”. Y así, ha invitado a los presentes a no inquietarse por lo que “nos falta aquí abajo, sino por el tesoro de allí arriba; no por lo que nos sirve, si no por que verdaderamente sirve”. Y así ha concluido deseando “que sea suficiente para nuestra vida la Pascua del Señor, para quedar libres de los afanes de las cosas efímeras, que pasan y desvanecen en la nada”, ser “siervos según su corazón: no funcionarios que prestan un servicio, sino hijos amados que donan la vida por el mundo”. Fuente: Zenit.
1 de noviembre de 2015. "Las bienaventuranzas, son el camino de santidad".
En la solemnidad de Todos los Santos, el papa Francisco presidió este domingo por la tarde la Santa Misa en la calle central del Cementerio Monumental del Verano de Roma, con varios panteones y tumbas a su alrededor. Durante la procesión de entrada el Santo Padre llevaba una rosa blanca en la mano, pero se detuvo en pleno trayecto y la dejó sobre una de las lápidas. A la celebración eucarística asistieron miles de fieles de la Ciudad Eterna. Ya que, como es tradición, en estos días el principal camposanto romano registra una gran afluencia de visitas.
En su homilía, el Pontífice afirmó que “en el Evangelio hemos escuchado a Jesús que enseñaba a sus discípulos y a la gente reunida sobre la colina del lago de Galilea. La palabra del Señor resucitado y vivo indica también a nosotros, hoy, el camino para alcanzar la verdadera felicidad, el camino que conduce al Cielo”. “Es un camino difícil de comprender porque va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por este camino es feliz, tarde o temprano alcanza la felicidad”, añadió.
Así, el Obispo de Roma destacó que las bienaventuranzas son “el camino de la santidad”. Se trata del camino “que ha recorrido Jesús, es más, es Él mismo este camino: quien camina con Él y pasa a través de Él entra en la vida, en la vida eterna”, explicó.
“Pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes, la gracia de saber llorar, la gracia de ser humildes, la gracia de trabajar por la justicia y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia”, dijo el Santo Padre. “Si sabemos dar a los demás el perdón que pedimos para nosotros, somos bienaventurados”, enfatizó.
“Así han hecho los santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos acompañan en nuestra peregrinación terrena, nos animan a ir adelante. Su intercesión nos ayude a caminar en la vía de Jesús, y obtenga la felicidad eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, por los que ofrecemos esta Misa”, concluyó el Pontífice.
Junto al Papa concelebraron el vicario general para la diócesis de Roma, cardenal Agostino Vallini, el arzobispo Filippo Iannone, vicegerente de la misma; y el padre Armando Ambrosi, párroco de la basílica de San Lorenzo Extra Muros. Tras la ceremonia religiosa, que tuvo lugar en la víspera de la conmemoración de los Fieles Difuntos, Francisco rezó un responso e impartió la bendición apostólica. Fuente: Zenit.
30 de octubre de 2015. En la homilía de este viernes,
el Santo Padre recuerda que tener compasión 'es
ponerse en el problema, en la situación del otro,
con el corazón de Padre'
El santo padre Francisco ha asegurado esta mañana en la homilía de Santa Marta que un buen sacerdote sabe “conmoverse” e “implicarse en la vida de la gente”. Y es que Dios “nos perdona como padre, no con un empleado de un tribunal” De este modo ha recordado que “Dios tiene compasión para cada uno de nosotros, tiene compasión de la humanidad y mandó a su Hijo para sanarla, para regenerarla”, para “renovarla”.
Además, ha indicado que “es interesante que en la parábola que todos conocemos del hijo pródigo, se dice que cuando el padre --que es una figura de Dios que perdona-- ve llegar a su hijo tuvo compasión. La compasión de Dios no es tener piedad: no tiene nada que ver una cosa con la otra”.
El Pontífice ha explicado que uno puede “tener piedad de un perro que se está muriendo”, pero la compasión es otra cosa”. Es, ha indicado, “ponerse en el problema, ponerse en la situación del otro, con el corazón de Padre”. Y por eso “ha mandado a su Hijo”.
Por otro lado, el Santo Padre ha explicado que Jesús curaba a la gente pero no era un curandero. “Curaba a la gente como signo, como signo de la compasión de Dios, para salvarla para poner en su sitio del recinto a la oveja perdida, el dinero perdido de esa señora en la cartera”, ha añadido. Y así, Francisco ha observado que cuando Dios perdona, perdona como Padre y no como un empleado del tribunal, que lee una sentencia y dice ‘absuelto por insuficiencia de pruebas’. “Nos perdona desde dentro. Perdona porque se ha puesto en el corazón de esta persona”, ha afirmado.
Tal y como ha explicado en su homilía, Jesús fue enviado para “llevar la buena noticia, para liberar a quien se siente oprimido”. Jesús “fue enviado por el Padre para meterse en cada uno de nosotros, liberándonos de nuestros pecados, de nuestros males y para llevarlos”. El Papa ha asegurado que esto es lo que hace un sacerdote: “conmoverse, comprometerse en la vida de la gente, porque un cura es un sacerdote, como Jesús es sacerdote”. A propósito ha advertido cuántas veces “criticamos a esos sacerdotes, a los que no les interesa lo que sucede en su congregación, que no se preocupan. No, ¡no es un buen sacerdote! Un buen sacerdote es el que se implica”. Un buen sacerdote, ha añadido, es el que se implica en “todos los problemas humanos”.
Finalmente, ha dedicado unas palabras por el servicio ofrecido a la Iglesia por el cardenal Javier Lozano Barragán, presente en la misa, con ocasión de la celebración de sus 60 años de sacerdocio. El papa Francisco ha recordado con gratitud su compromiso en el dicasterio de los Trabajadores Sanitarios, “en el servicio de la Iglesia que presta a los enfermos”. Y así, ha invitado a los presentes a dar gracias a Dios "por estos 60 años de sacerdocio”. (Traducido y adaptado por ZENIT)
29 de octubre de 2015. “Dios llora cuando nos alejamos de él”.
El papa Francisco, ha recordado hoy en la homilía de Santa Marta que Dios solo puede amar, no condena y su amor es nuestra victoria. Citando las palabras de san Pablo en la primer lectura, “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”, “si Dios nos salva, ¿quién nos condenará?”, el Santo Padre ha indicado que parece “la fuerza de esta seguridad de vencedor”, este don, el cristiano “lo tiene en las propias manos, como una propiedad”. El Papa ha asegurado que los cristianos podrían decir casi triunfantes: “¡Ahora nosotros somos los campeones!”
Pero --ha advertido-- el sentido es otro. Somos vencedores “no porque tenemos este don en la mano, sino por otra cosa”. De este modo, el Papa ha precisado que es otra cosa la que “nos hace vencer o al menos si queremos rechazar la victoria siempre podremos vencer”. Es el hecho de que nada “podrá separarnos del amor de Dios, que es Jesucristo nuestro Señor”, ha explicado
Y ha añadido: “no es que seamos vencedores sobre nuestros enemigos, sobre el pecado. ¡No! Estamos muy unidos al amor de Dios, que ninguna persona, ningún poder, nos podrá separar de este amor”. Asimismo, el Santo Padre ha subrayado que Pablo vio en el don algo más, lo que da el don: “es el don de la recreación, es el don de la regeneración en Cristo Jesús. Ha visto el amor de Dios. Un amor que no se puede explicar”.
Durante la homilía, el Pontífice ha subrayado que “cada hombre, cada mujer, puede rechazar el don”, preferir su vanidad, su orgullo y su pecado, pero “el don está”.
Por ello, ha asegurado que “el don es el amor de Dios, un Dios que no puede separarse de nosotros. Esa es la impotencia de Dios. Nosotros decimos: ‘Dios es poderoso, ¡puede hacer todo! Menos una cosa: ¡cansarse de nosotros!”
Igualmente ha indicado que en el Evangelio, esa imagen de Jesús que lloran en Jerusalén, nos hace entender este amor. “¡Jesús ha llorado! Lloró sobre Jerusalén y en ese llanto está toda la impotencia de Dios: su incapacidad de no amar, de nos cansarse de nosotros”, ha añadido.
Tal y como ha recordado, Jesús lloró sobre Jerusalén que mató a sus profetas, los que anunciaban la salvación. Y Dios dice a Jerusalén y a todos nosotros: “¡cuántas veces he querido recoger a tus hijos como una gallina con sus polluelos bajos sus alas y vosotros no habéis querido!” Así, el Papa ha observado que esta es “una imagen de ternura”.
Dios no puede no amar y esta es nuestra seguridad, ha indicado. “Yo puedo rechazar ese amor, puedo rechazarlo como lo hizo el buen ladrón, hasta el final de su vida. Pero allí lo esperaba ese amor. El más malo, el más blasfemador es amado por Dios con una ternura de padre, de papá”, ha asegurado el Pontífice.
Finalmente, ha concluido asegurando que Dios el Poderoso, el Creador, puede hacer todo, incluso llorar. “En este llando de Jesús sobre Jerusalén, en esas lágrimas, está todo el amor de Dios. Dios llora por mí, cuando me alejo; Dios llora por cada uno de nosotros; Dios llora por esos malvados, que hacen muchas cosas feas, tanto mal a la humanidad… Espero, no condena, llora. ¿Por qué? Porque ama”. Fuente: Zenit.
25 de octubre de 2015. “Los discípulos de Jesús están llamados
hoy a poner al hombre en contacto con la
misericordia compasiva que salva.”
Las tres lecturas de este domingo nos presentan la compasión de Dios, su paternidad, lo que se revela definitivamente en Jesús. El profeta Jeremías, en pleno desastre nacional, cuando el pueblo es deportadas por el enemigo, anuncia que "el Señor salvó a su pueblo, el resto de Israel" (31: 7). ¿Y por qué lo ha hecho? Él es el Padre (cf. 31: 9); y como el Padre cuida de sus hijos, los acompañar en el camino, apoya "a los ciegos y los cojos, la mujer embarazada y la que da a luz" (31: 8).
Su paternidad les abre un camino accesible, una un camino de consuelo después de tantas lágrimas y tantas amarguras. Si el pueblo permanecen fieles en la búsqueda de Dios, incluso en un país extranjero, Dios cambiará su cautiverio en libertad, su soledad en comunión y lo que el pueblo hoy siembra con lágrimas, mañana lo recogerá con alegría ( Salmo 125: 6).
Con el Salmo, también nosotros hemos expresado la alegría que es el fruto de la salvación del Señor: "Nuestra boca se llenó de sonrisas y nuestra lengua de canciones" (125, 2). El creyente es una persona que ha experimentado la acción salvadora de Dios en su propia vida.
Y nosotros los pastores, experimentamos lo que significa sembrar con fatiga, a veces llorando, y alegrarnos por la gracia de un cultivo que siempre supera nuestras fuerzas y nuestras capacidades. El pasaje de la Carta a los Hebreos nos mostró la compasión de Jesús. También Él "se ha recubierto de debilidad" (5: 2), para sentir compasión por aquellos que están en la ignorancia y el error.
Jesús es sumo sacerdote, grande, santo, inocente, pero al mismo tiempo es el sumo sacerdote que participó de nuestra debilidad y ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado (cf. 4: 15). Por ésto es el mediador de la alianza nueva y definitiva que nos da la salvación.
El evangelio de hoy se conecta directamente a la primera lectura: así como el pueblo de Israel fue liberado gracias a la paternidad de Dios, así Bartimeo fue liberado gracias a la compasión de Jesús.
Jesús acaba de salir de Jericó. Y a pesar de haber apenas empezado el camino más importante, el camino a Jerusalén, se detiene para responder al clamor de Bartimeo.
Se deja tocar movido por su solicitud, se involucra en su situación. No se contenta con darle una limosna, sino que quiere encontrarlo personalmente. No le da ni indicaciones ni respuestas, pero le plantea una pregunta: "¿Qué quieres que yo haga por ti" (Mc 10, 51).
Podría parecer una pregunta inútil: ¿qué podría desear un ciego sino la vista? Y, sin embargo, con esta pregunta realizada "cara a cara", directa, pero respetuosa, Jesús nos muestra que quiere escuchar nuestras necesidades.Desea con cada uno de nosotros un diálogo hecho de vida, de situaciones reales, que no excluya nada ante Dios.
Después de curarlo, el Señor le dice al hombre: "Tu fe te ha salvado" (10, 52). Es hermoso ver cómo Cristo admira la fe de Bartimeo, confiando en él. Él cree en nosotros más de lo que creemos en nosotros mismos.
Hay un detalle interesante. Jesús pide a sus discípulos que vayan y llamen a Bartimeo. Éstos se dirigen a los ciegos utilizando dos expresiones que sólo Jesús usa en el resto del Evangelio.
En primer lugar, le dicen: "Coraje", una palabra que significa literalmente "ten confianza, anímate". De hecho, sólo el encuentro con Jesús le da al hombre la fuerza para afrontar las situaciones más graves.
La segunda palabra es "Levántate!", como Jesús le había dicho tantas personas enfermas, tomándolas de la mano y curándalos. Los suyos se limitan a repetir las palabras de aliento y liberadoras de Jesús, que conduce directamente a él sin prédicas.
A ésto están llamados los discípulos de Jesús, también hoy, sobre todo hoy: poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva.
Cuando el grito de la humanidad se convierte, como Bartimeo, aún más fuerte, no hay otra respuesta que hacer nuestras las palabras de Jesús, y sobre todo imitar su corazón. Las situaciones de miseria y los conflictos son para Dios ocasiones de misericordia. Hoy es tiempo de la misericordia!
Pero hay algunas tentaciones para los que siguen a Jesús. El Evangelio destaca al menos dos. Ninguno de los discípulos se detiene, como hace Jesús. Siguen caminando, avanzando como si nada. Si Bartimeo es ciego, ellos son sordos: su problema no es problema de ellos.
Corremos ese riesgo: frente a los continuos problemas, lo mejor es seguir adelante, sin dejarnos molestar. Así al igual que aquellos discípulos, estamos con Jesús, pero no pensamos como Jesús. Estamos en su grupo, pero perdemos la apertura del corazón, perdemos la admiración, la gratitud y entusiasmo y corremos el riesgo de convertirnos en "habituados a la gracia". Podemos hablar de Él y trabajar para Él, pero vivir lejos de su corazón, que se inclina hacia quien está herido.
Esta es la tentación de una "espiritualidad del espejismo": podemos caminar a través de los desiertos de la humanidad no ver lo que realmente existe, sino lo que nos gustaría ver; somos capaces de construir visiones del mundo, pero no aceptamos lo que el Señor pone delante de los ojos. Una fe que no hecha raíces en la vida de las personas permanece estéril y en lugar de oasis, crea otros desierto
Hay una segunda tentación, caen en una "fe que sigue un programa". Podemos caminar con el pueblo de Dios, pero tenemos nuestra planilla de marcha, donde se planeó todo: sabemos a dónde ir y cuánto tiempo debe pasar; todos deben respetar nuestros ritmos y cualquier inconveniente nos perturba
Corremos el riesgo de llegar a ser como "muchos" del Evangelio que pierden la paciencia y reprenden a Bartimeo. Poco antes habían reprendido a los niños, ahora al mendigo ciego: molesta o no está a la altura debe ser excluido.
Jesús, por el contrario, desea incluir sobretodo a quien está relegado al margen y le se dirige a Él gritándole. Estos, como Bartimeo, tienen fe, porque saber que uno necesita la salvación es la mejor manera de encontrar a Cristo. Y al final, Bartimeo comienza a seguir a Jesús por el camino (cf. 10, 52). No sólo recupera la vista, pero se une a la comunidad de quienes caminan con Jesús.
Queridos hermanos sinodales, caminamos juntos. Les agradezco por el camino que hemos compartido con la mirada fija en el Señor y los hermanos, en la búsqueda de senderos que el Evangelio indica a nuestro tiempo para anunciar el misterio de amor de la familia
Continuamos por el camino que el Señor desea. Pidámos a Él una mirada sana y salvada, que sepa difundir luz, porque recuerda el esplendor que lo ha iluminado. Sin dejar nunca ofuscarnos por el pesimismo y por el pecado, buscamos y vemos la gloria de Dios que brilla en el hombre vivo. (Traducción al español realizada por ZENIT)
23 de octubre de 2015. La Iglesia debe obrar siguiendo
los signos de los tiempos sin caer en la comodidad
del conformismo,
sino dejándose inspirar por la oración. Y es que los tiempos cambian y nosotros los cristianos debemos cambiar continuamente con libertad en la verdad de la fe. Así lo ha asegurado el Santo Padre esta mañana durante su homilía de la misa celebrada en Santa Marta
Los tiempos hacen lo que deben: cambian. Por eso, el papa Francisco ha recordado que los cristianos tienen que hacer lo que quiere Cristo: valorar los tiempos y cambiar con ellos, permaneciendo “fieles en la verdad del Evangelio”. Lo que no está permitido es “el tranquilo conformismo que, de hecho, hace permanecer inmóviles”.
Haciendo referencia a la lectura del día de la Carta a los Romanos de San Pablo, el Pontífice ha subrayado que el apóstol predica con “mucha fuerza la libertad que nos ha salvado del pecado”. Y está la página del Evangelio en la cual Jesús habla de “los signos de los tiempos” llamando hipócritas a aquellos que saben comprenderlos pero que no hacen lo mismo con el tiempo del Hijo del Hombre. A propósito, el Papa ha asegurado que Dios nos ha creado libres y “para tener esta libertad” debemos “abrirnos a la fuerza del Espíritu y entender bien qué sucede dentro y fuera de nosotros” usando “el discernimiento”.
De este modo, el Santo Padre ha comentado que “tenemos esta libertad de juzgar lo que sucede fuera de nosotros. Pero, para juzgar debemos conocer bien lo que sucede fuera de nosotros”. Por eso se ha preguntado “¿cómo se puede hacer esto? ¿Cómo se puede hacer esto, que la Iglesia llama ‘conocer los signos de los tiempos’?”
A continuación, el Santo Padre ha asegurado que “los tiempos cambian y es propio de la sabiduría cristiana conocer estos cambios, conocer los diversos tiempos y conocer los signos de los tiempos. Qué significa una cosa y otra. Y hacer esto sin miedo, con libertad”.
Francisco ha reconocido que no es algo fácil, porque son demasiados los condicionantes externos que presionan también a los cristianos induciendo a muchos a un ‘no hacer’.
Y lo ha explicado así: “Esto es un trabajo que de costumbre no hacemos: nos conformamos, nos tranquilizamos con un ‘me ha dicho, he escuchado, la gente dice, he leído…’ Y así estamos tranquilos… ¿Pero cuál es la verdad? ¿Cuál es el mensaje que el Señor quiere darme con el signo de los tiempos? Para entender los signos de los tiempos, antes que nada es necesario el silencio: hacer silencio y observar. Y después reflexionar dentro de nosotros”. Al respecto ha preguntado: “¿por qué hay tantas guerras ahora? ¿Por qué ha sucedido algo? Y rezar… silencio, reflexión y oración. Solamente así --ha asegurado-- podremos entender los signos de los tiempos, lo que Jesús quiere decirnos.
Del mismo modo, ha precisado que entender los signos de los tiempos no es un trabajo exclusivo de una élite cultural. Jesús no dice “mirad cómo hacen los universitarios, mirado cómo hacen los doctores, mirad cómo hacen los intelectuales…”. El Papa ha subrayado que Jesús habla a los campesinos que “en su sencillez” saben “distinguir el grano de la cizaña”.
Para finalizar, el Pontífice ha indicado que “los tiempos cambian y nosotros cristianos debemos cambiar continuamente. Debemos cambiar firmes en la fe en Jesucristo, firmes en la verdad del Evangelio, pero nuestra actitud debe moverse continuamente según los signos de los tiempos. Somos libres. Somos libres por el don de la libertad que nos ha dado Jesucristo. Pero nuestro trabajo es mirar qué sucede dentro de nosotros, discernir nuestros sentimientos, nuestros pensamientos; y qué sucede fuera de nosotros y discernir los signos de los tiempos. Con silencio, con la reflexión y con la oración”. Fuente: Zenit.
22 de octubre de 2015. Nuestra conversión es un trabajo de todos los días.
El esfuerzo del cristiano tiene como objetivo abrir la puerta del corazón al Espíritu Santo. Esta es la idea central de la homilía del papa Francisco en la misa de este jueves por la mañana, celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta. En su reflexión, el Pontífice ha destacado que la conversión, para el cristiano, “es una tarea, es un trabajo diario” que nos lleva al encuentro con Jesús. Así, el Santo Padre ha puesto el ejemplo de una madre con cáncer que ha hecho todo lo posible para derrotar a la enfermedad.
El Papa se ha inspirado en la Carta de san Pablo a los Romanos y ha señalado que, para pasar del servicio de la iniquidad a la santificación, debemos esforzarnos todos los días. San Pablo, ha observado, utiliza “la imagen del deportista”, el hombre que “se entrena para prepararse para el partido y hace un gran esfuerzo”. Y dice: “Pero si este, para ganar un partido hace este esfuerzo, entonces nosotros, que tenemos que llegar a esa gran victoria del Cielo, ¿cómo lo haremos?”. San Pablo, ha proseguido, nos “exhorta mucho a avanzar en este esfuerzo”.
“'Ah, Padre, ¿podemos pensar que la santificación llega a través del esfuerzo que hago, como la victoria llega a través del entrenamiento para el que hace deporte?'. No. El esfuerzo que hacemos, este trabajo diario de servir al Señor con nuestra alma, con nuestro corazón, con nuestro cuerpo, con toda nuestra vida solo abre la puerta al Espíritu Santo. ¡Él es el que entra en nosotros y nos salva! ¡Él es el don en Jesucristo! Al contrario, nos pareceremos a los faquires: no, no somos faquires. Nosotros, con nuestro esfuerzo, abrimos la puerta”.
Una tarea difícil, ha reconocido Francisco, “porque nuestra debilidad, el pecado original, el diablo siempre nos acobardan”. El autor de la Carta a los Hebreos, ha añadido, “nos advierte contra esta tentación de retroceder”, nos invita a “no retroceder, no ceder”. Debemos “ir hacia adelante --ha instado-- siempre: un poco cada día”, incluso “cuando hay una gran dificultad”.
“Hace unos meses, me encontré con una mujer. Joven, madre de una familia --una hermosa familia-- que tenía cáncer. Un cáncer malo. Pero ella se movía con felicidad, hacía como si estuviera sana. Y hablando de esa actitud, me ha dicho: 'Padre, ¡hago todo lo posible para vencer al cáncer!'. Así el cristiano. Nosotros, los que hemos recibido este don en Jesucristo y hemos pasado del pecado, de la vida de la iniquidad a la vida del don en Cristo, en el Espíritu Santo, debemos hacer lo mismo. Cada día un paso. Cada día un paso” Fuente: Zenit.
20 de octubre de 2015. “no es fácil, con nuestros criterios humanos”,
pequeños y limitados, “entender el amor de Dios”
Dios siempre da con abundancia su gracia a los hombres, que en cambio tienen “la costumbre de medir las situaciones”: comprender la abundancia del amor divino es siempre fruto de una gracia. Ésta es la idea central de la homilía que el papa Francisco ha pronunciado durante la misa de hoy martes por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
Abundante. El amor de Dios por el hombre es así. Una generosidad que al hombre en cambio se le escapa, demasiado acostumbrado a con gotero algo que él posee. El Santo Padre lee el pasaje de san Pablo en esta clave. La salvación traída por Jesús, que supera la caída de Adán, es una demostración de este darse con abundancia. Y la salvación, explica, “es la amistad entre nosotros y Él”.
“¿Cómo da Dios su amistad para nuestra salvación? Nos dará con una buena medida, apretada, colma, rebosante... Pero esto sugiere la abundancia y esta palabra 'abundancia', en este pasaje se repite tres veces. Dios da en abundancia hasta el punto de decir, Pablo, como resumen final: 'Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia'. Sobreabunda, todo. Y este es el amor de Dios: sin medida. Todo de sí mismo”.
Sin medida como el padre de la parábola del Evangelio, que todos los días mira hacia el horizonte para ver si su hijo decide regresar donde él. “El corazón de Dios --afirma el Pontífice-- no está cerrado: siempre está abierto. Y cuando llegamos, como aquel hijo, nos abraza, nos besa: un Dios que hace fiesta”.
“Dios no es un Dios mezquino: Él no conoce la mezquindad. Él da todo. Dios no es un Dios quieto que se queda mirando y esperando que nosotros nos convirtamos. Dios es un Dios que sale: sale a buscar, a buscar a cada uno de nosotros. ¿Pero esto es verdad? Todos los días Él nos busca, nos está buscando. Como ya lo ha hecho, como he dicho, en la parábola de la oveja perdida o de la moneda perdida: busca. Siempre es así”.
En el cielo, insiste el Papa, se hace “más fiesta” por un solo pecador que se convierte, que por cien que permanecen fieles. Y sin embargo --reconoce-- “no es fácil, con nuestros criterios humanos”, pequeños y limitados, “entender el amor de Dios”. Se entiende por una “gracia”, como lo había entendido --recuerda Francisco-- la monja de 84 años, conocida en su diócesis, que todavía recorría constantemente las salas del hospital para hablar con una sonrisa del amor de Dios a los enfermos. Ella, concluye el Santo Padre, tenía “el don de comprender este misterio, esta sobreabundancia” del amor de Dios, que a la mayoría se les escapa.
“Es cierto, siempre tenemos la costumbre de medir las situaciones, las cosas con las medidas que tenemos: y nuestras medidas son pequeñas. Por ello, haremos bien en pedir la gracia del Espíritu Santo, orar al Espíritu Santo, la gracia de acercarnos al menos un poco para entender este amor y tener el deseo de ser abrazados, besados con esa medida sin límites”. Fuente: Zenit.
19 de octubre de 2015. El apego al dinero, destruye las familias.
(Homilía). El santo padre Francisco ha recordado que Jesús no condena la riqueza sino el apego a la riqueza, porque divide a las familias y provoca las guerras. Lo ha hecho durante la homilía de la misa celebrada este lunes temprano en Santa Marta, antes del inicio de la asamblea sinodal De este modo, ha asegurado que no se puede “servir a dos amos”, o se sirve a Dios o a las riquezas. Jesús --ha explicado-- “no está contra las riquezas en sí mismas” pero advierte sobre poner la propia seguridad en el dinero que puede hacer de la “religión una agencia de seguros”. Además, ha indicado, el apego al dinero divide, como dice el Evangelio que habla de los “dos hermanos que se pelean por su herencia”.
Y lo ha explicado así: “Pero pensemos en cuántas familias conocen que han peleado, pelan, no se saludan, se odian por una herencia. Y este es uno de los casos. Ya no es más importante el amor de la familia, el amor de los hijos, de los hermanos, de los padres. No, es el dinero. Y esto destruye”. Del mismo modo, el Santo Padre ha asegurado que “también las guerras que hoy vemos. Pero sí, hay un ideal, pero detrás está el dinero: el dinero de los traficantes de armas, el dinero de los que se aprovechan de la guerra”.
El Pontífice ha subrayado que “Jesús es claro: ‘guardaos de toda clase de codicia’. La codicia. Porque nos da esta seguridad que no es verdadera y te lleva sí, a rezar --tú puedes rezar, ir a la iglesia-- pero también a tener el corazón apegado, y al final terminar mal”.
Jesús cuenta la parábola de un hombre rico, “un empresario bueno”, cuya “cosecha había sido buena” y “estaba lleno de riquezas”. Y en vez de pensar “compartiré esto con mis trabajadores, para que ellos tengan algo para sus familias”, razona de otra manera: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes". Por esto, el Santo Padre ha subrayado que “la sed del apego a las riquezas no termina nunca. Si tú tienes el corazón apegado a las riquezas --cuando tienes muchas-- quieres más. Y este es el dios de la persona que está atacada a las riquezas”.
Asimismo, ha explicado que el camino de la salvación son las bienaventuranzas: “la primera es la pobreza de espíritu”, es decir no apegarse a las riquezas que si se poseen son “para el servicio de los otros, para compartir, para ayudar a la gente”. Y ha añadido que el signo de que no estamos en “este pecado de idolatría” es dar limosna, es dar “a los que lo necesitan” y no dar lo superfluo sino lo que me cuesta, “privarse de algo” porque quizá “es necesario para mí”. El Santo Padre ha señalado que esta es una buena señal, eso significa que es más grande el amor hacia Dios que el apego a las riquezas.
Para concluir, Francisco ha indicado que podemos hacernos tres preguntas. La primera: ¿doy? La segunda: ¿cuánto doy? La tercera: ¿Cómo doy? ¿cómo da Jesús, con la caricia del amor o como quien paga una tasa? Así, ha seguido preguntado: “cuando ayudas a una persona, ¿la miras a los ojos? ¿Le tocas la mano? Es la carne de Cristo, es tu hermano, tu hermana. Y tú en ese momento eres como el Padre que no deja que les falte la comida a los pájaros del cielo. Con cuánto amor el Padre da”.
Finalmente, ha invitado a pedir al Señor la gracia de ser libres de esta idolatría, el apego a las riquezas: la gracia de mirarle a Él, tan rico en su amor y tan rico en su generosidad, en su misericordia; es la gracia de ayudar a los otros con el ejercicio de la limosna, pero como lo hace Él. Fuente: Zenit.
18 de octubre de 2015. En la homilía de la canonización
de este domingo en San Pedro, el Santo Padre
ha reflexionado sobre el servicio y la vía de la humildad
y de la cruz para seguir a Jesús
El santo padre Francisco ha canonizado este domingo a la española María de la Purísima, superiora general de la Congregación de las Hermanas de la Cruz; Luis Martin y María Azelia Guérin, padres de Santa Teresita y Vincenzo Grossi, sacerdote diocesano, fundador del Instituto de las Hijas del Oratorio. Por ello, en su homilía en la misa celebrada en la plaza de San Pedro, el Papa ha asegurado que “los santos proclamados hoy sirvieron siempre a los hermanos con humildad y caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro”. Asimismo ha indicado que “el testimonio luminoso de estos nuevos santos nos estimulan a perseverar en el camino del servicio alegre a los hermanos, confiando en la ayuda de Dios y en la protección materna de María”.
De santa María de la Purísima ha explicado que “vivió personalmente con gran humildad el servicio a los últimos, con una dedicación particular hacia los hijos de los pobres y enfermos”. De los santos esposos Luis Martin y María Azelia Guérin ha indicado que “vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño Jesús”. Y de san Vicente Grossi ha dicho que fue un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su gente, especialmente por la fragilidad de los jóvenes. Distribuyó a todos con ardor el pan de la Palabra y fue buen samaritano para los más necesitados.
Reflexionando sobre las lecturas bíblicas del día, el Santo Padre ha explicado que nos hablan del servicio y nos llaman a seguir a Jesús a través de la vía de la humildad y de la cruz.
“Jesús es el Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del servicio, son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios”, ha subrayado. Asimismo, el Pontífice ha mencionado que el planteamiento en el que se mueven Santiago y Juan reclamando puestos de honor a Jesús, “estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena”. Y es aquí donde Jesús --ha explicado-- produce una primera ‘convulsión’ en esas convicciones de los discípulos haciendo referencia a su camino en esta tierra: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis ... pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado”. Con la imagen del cáliz, “les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban”, ha recordado el Santo Padre. Su respuesta --ha observado-- es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás.
El Papa ha recordado que Jesús, dicendo “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” señala que “en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio”. De este modo, ha asegurado que “el que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia”. Jesús nos invita --ha proseguido-- a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad. “Y después de haber presentado un ejemplo de lo que hay que evitar, se ofrece a sí mismo como ideal de referencia”, ha añadido.
En su homilía, el Pontífice ha explicado que “Jesús da un nuevo sentido a esta imagen y señala que él tiene el poder en cuanto siervo, el honor en cuanto que se abaja, la autoridad real en cuanto que está disponible al don total de la vida”. En efecto, con su pasión y muerte él conquista el último puesto, alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia
Al respecto el Papa ha insistido en que “hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús”. Incompatibilidad --ha agregado--- entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica de Cristo crucificado. En cambio, “sí que hay compatibilidad entre Jesús acostumbrado a sufrir y nuestro sufrimiento”.
El Obispo de Roma ha explicado que “Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y de compasión”. Ha experimentado directamente --ha indicado-- nuestras dificultades, conoce desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide entender a los pecadores. Por ello, ha recordado que “su gloria no está en la ambición o la sed de dominio, sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su debilidad y ofrecerles la gracia que restaura, en acompañar con ternura infinita su atormentado camino”. Fuente: Zenit.
16 de octubre de 2015. “La hipocresía juega con las medias tintas”.
En la homilía de este viernes, el Santo Padre advierte sobre la actitud farisea que nunca llegará a la luz de Dios. Es necesario rezar mucho para no dejarse contagiar por el “virus” de la hipocresía, esa actitud farisea que seduce con las mentiras estando en la sombra. Es la solicitud de Jesús que el papa Francisco ha invitado a acoger, al comentar el Evangelio del día en la homilía de la misa celebrada este viernes por la mañana en Santa Marta.
El Santo Padre ha advertido que la hipocresía no tiene un color porque juega con las medias tintas. Se insinúa y seduce en “claroscuro”, con “la fascinación de la mentira”. De este modo, el Pontífice ha reflexionado sobre la escena del evangelio del día destacando la advertencia de Cristo a los suyos: “Cuidado con la levadura de los fariseos”. La levadura es una cosa pequeñísima, ha observado, pero por como habla Jesús es como si quisiera decir “virus”. Como “un médico” que diga “a sus colaboradores” poner atención a los riesgos de un “contagio”.
Y Francisco lo ha explicado así: “la hipocresía es esa forma de vivir, de actuar, de hablar, que no es claro. Quizá sonríe, quizá está serio… No es luz, no es tiniebla… Se mueve de una forma que parece no amenazar a nadie, como la serpiente, pero tiene el encanto del claroscuro. Tiene ese encanto de no tener las cosas claras, de no decir las cosas claramente; la fascinación de la mentira, de las apariencias”. El Papa ha recordado que Jesús decía a los fariseos hipócritas que “estaban llenos de sí mismos, de vanidad, que a ellos les gustaba pasear en las plazas haciendo ver que eran importantes, gente culta…”
Tal y como ha explicado el Santo Padre, Jesús aseguró a la multitud “no tengáis miedo” porque “no hay nada cubierto que no sea desvelado, ni secreto que no sea revelado”. Y ha precisado que esconderse “no ayuda” aun si “la levadura de los fariseos” llevaba y lleva a “la gente a amar más las tinieblas que la luz”.
Asimismo, el Pontífice ha recordado: “esta levadura es un virus que enferma y te hace morir. ¡Cuidado! Esta levadura te lleva a las tinieblas. ¡Cuidado! Pero hay uno que es más grande que esto: es el Padre que está en el Cielo. ‘¿No se venden cinco gorriones quizá por dos monedas?’ Y ni siquiera uno de ellos es olvidado delante de Dios. También los cabellos de vuestra cabeza son contados’. Y después, la exhortación final: ‘¡No tengáis miedo! ¡Valéis más que muchos gorriones! Delante de todos estos miedos que nos ponen aquí o allá, y que nos pone el virus, la levadura de la hipocresía farisea, Jesús nos dice: ‘Hay un Padre. Hay un Padre que os ama. Hay un Padre que cuida de vosotros’”.
Y hay solo un modo para evitar el contagio, ha advertido el Papa. Es el camino indicado por Jesús: rezar. Así, ha concluido afirmando que para no caer en esa “actitud farisea que no es ni luz ni tinieblas” sino que está “a mitad” de camino que “nunca llegará a la luz de Dios”.
A propósito, Francisco ha concluido invitando a rezar, “rezar mucho”. “Señor, cuida a tu Iglesia, que somos todos nosotros: cuida a tu pueblo, el que se había reunido y se pisoteaban entre ellos, unos a otros. Cuida a tu pueblo, para que ame la luz, la luz que viene del Padre, que viene de Tu Padre, que ha enviado para salvarnos. Cuida tu pueblo para que no se haga hipócrita, para que no caiga en el calor de la vida. Cuida a tu pueblo para que tenga la alegría de saber que hay un padre que nos ama mucho”. Fuente: Zenit
15 de octubre de 2015. El santo padre Francisco ha pedido tener cuidado
con los doctores de la ley que acortan los horizontes
de Dios y hacen pequeño su amor.
Lo ha hecho durante su homilía en la misa celebrada este jueves en Santa Marta, en la que se ha centrado en el mandamiento del amor y la tentación de querer ser controladores de la salvación.
Así, ha asegurado que “una de las cosas más difíciles de entender, para todos nosotros cristianos, es la gratuidad de la salvación en Jesucristo”. De este modo, el Papa ha explicado que ya San Pablo encontró dificultad para hacer comprender a los hombres de su tiempo que esta es la verdadera doctrina: ‘la gratuidad de la salvación’”. Por eso ha indicado que “nosotros estamos acostumbrados a escuchar que Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido por amor, para salvarnos y que ha muerto por nosotros. Pero lo hemos escuchado tantas veces que estamos acostumbrados”. Cuando entramos en el misterio de Dios de este amor sin límites --ha precisado-- nos quedamos maravillados y quizá, preferimos no entenderlo.
Hacer lo que “Jesús nos dice es bueno y se debe hacer” pero esta es “mi respuesta a la salvación que es gratuita, viene del amor gratuito de Dios”.
El Pontífice ha señalado que “también Jesús está un poco enfadado con estos doctores de la ley, porque les dice cosas fuertes. Les dice cosas fuertes y muy duras. ‘Os habéis llevado la llave del conocimiento, no habéis entrado, y a los que querían entrar se lo habéis impedido, porque os habéis llevado la llave’ es decir, la llave de la gratuidad de la salvación, de ese conocimiento”.
Y estos doctores de la ley “solamente pensaban que respetando todos los mandamientos se podían salvar, y quien no hacía eso se condenaba”, ha explicado el Papa.
Y ha proseguido: “acortaban los horizontes de Dios y hacían pequeño el amor de Dios” a la “medida de cada uno de nosotros”. Esta “es la lucha que tanto Jesús como Pablo hacen para defender la doctrina”.
El Santo Padre ha asegurado que ciertamente están los mandamientos, pero la síntesis de todo es “amar a Dios y amar al prójimo”. Y con esta “actitud de amor”, ha precisado, “estamos a la altura de la gratuidad de la salvación, porque el amor es gratuito”. De este modo, ha advertido que si yo digo “te amo” pero hay un interés detrás, eso no es amor, eso es “interés”.
A propósito, el Papa ha indicado que “por eso Jesús dice: ‘el amor más grande es este: amar a Dios con toda la vida, con con todo el corazón, con toda la fuerza, y al prójimo como a uno mismo’. Porque es el único mandamiento que está a la altura de la gratuidad de la salvación de Dios. Y después añade Jesús: ‘en este mandamiento están todos los otros, porque ese llama --hace todo el bien-- a todos los otros’. Pero la fuente es el amor; el horizonte es el amor. Si tú has cerrado la puerta y has echado la llave del amor, no estarás a la altura de la gratuidad de la salvación que has recibido. Esta lucha por el control de la salvación --solamente se salvan estos, estos que hacen cosas-- no ha terminado con Jesús y con Pablo”.
El Pontífice también ha querido subrayar en su homilía que este año se cumplen 500 años del nacimiento de santa Teresa de Ávila, que festejamos hoy. Un mística, una mujer a quien “el Señor ha dado la gracia de entender los horizontes del amor” y “también ella fue juzgada por los doctores de su tiempo”. Estos santos --ha precisado Francisco-- han sido perseguidos por defender el amor, la gratuidad de la salvación, la doctrina. Todos santos. Pensemos en Juana de Arco.
Por otro lado, ha asegurado que esta lucha “no termina, también es una lucha que nosotros llevamos dentro. Y nos hará bien hoy preguntarnos: ¿me creo que el Señor me ha salvado gratuitamente? ¿Creo que me merezco la salvación? ¿Y si merezco algo es por medio de Jesucristo y de lo que Él ha hecho por mí?”
Para finalizar su homilía, el Santo Padre ha invitado a hacerse estas preguntas, “solamente así seremos fieles a este amor tan misericordioso: amor de padre y de madre, porque también Dios dice que Él es como una madre con nosotros; amor, horizontes grandes, sin límites, sin limitaciones. Y no nos dejemos engañar por los doctores que limitan este amor”. Fuente: Zenit
9 de octubre de 2015.
“El demonio con el relativismo anestesia la conciencia”.
El santo padre Francisco invitó al discernimiento y a la vigilancia, para no “interpretar mal a quien hace el bien, calumniar por envidia, tender trampas para hacer caer”, porque todo esto no viene de Dios sino del demonio. Así lo hizo durante su homilía de este viernes, en la misa que ha celebrado en Santa Marta. Tal y como recordó, en el Evangelio de hoy Jesús expulsa un demonio, hace el bien, está entre la gente que lo escucha y reconoce su autoridad, pero hay quien no lo escucha. Francisco explicó que “había un grupo de personas que no le querían y trataban siempre de interpretar las palabras de Jesús y también sus comportamientos, de forma distinta, contra Jesús”.
Y precisó: “Algunos por envidia, otros por rigidez doctrinal, otros porque tenían miedo que vinieran los romanos y les masacraran; por muchos motivos trataban de alejar la autoridad de Jesús del pueblo y también con la calumnia”. La calumnia como se ve en el Evangelio de hoy: "Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios". El Papa recordó que le ponían a prueba continuamente, “le ponían delante de una trampa para ver si caía”.
Por ello, el Pontífice invitó al discernimiento y a la vigilancia. “Saber discernir las situaciones”: es decir, lo que viene de Dios y lo que viene del maligno que siempre trata "de engañar”, “de hacernos elegir un camino equivocado”. El cristiano --aseguró-- no puede estar tranquilo con que todo va bien, debe discernir las cosas y mirar bien de dónde vienen, y cuál es su raíz.
A propósito de la vigilancia, el Santo Padre advirtió que en un camino de fe “las tentaciones vuelven siempre, el mal espíritu no se cansa nunca”. Cuando el demonio “ha sido expulsado” tiene “paciencia, espera para volver” y si lo dejas entrar se cae en una situación peor. De hecho, antes se sabía que era “el demonio que atormentaba”. Después, “el Maligno se ha escondido, viene con sus amigos muy educados, llama a la puerta, pide permiso, entra y convive con el hombre, su vida cotidiana y, juega y juega, da las instrucciones”. De este modo, Francisco recordó que con “esta modalidad educada” el diablo convence para “hacer las cosas con relativismo”, tranquilizando la conciencia.
Y lo explicó: “tranquilizar la conciencia. Anestesiar la conciencia. Y esto es un gran mal. Cuando el mal espíritu consigue anestesiar la conciencia, se puede hablar de una verdadera victoria suya, se convierte en propietario de esa conciencia". El Papa advirtió que esto sucede por todas partes. “Sí, pero todos, todos tenemos problemas, todos somos pecadores, todos… Y en el ‘todos’ está el ‘ninguno’. Todos, pero yo no. Y así se vive esta mundanidad que es hija del mal espíritu”.
De este modo, y para concluir la homilía, el Obispo de Roma reiteró las dos palabras: vigilancia y discernimiento. “Vigilancia. La Iglesia nos aconseja siempre el ejercicio del examen de conciencia: ¿qué ha sucedido hoy en mi corazón, hoy, por esto? ¿Ha venido este demonio educado con sus amigos conmigo? Discernimiento. ¿De dónde vienen los comentarios, las palabras, las enseñanzas, quién dice esto?” Discernir y vigilar --finalizó el Papa-- para no dejar entrar a quien engaña, seduce, encanta. Pidamos al Señor esta gracia, la gracia del discernimiento y la gracia de la vigilancia. Fuente: Zenit.
6 de octubre de 2015. “La terquedad desafía la misericordia de Dios.”
En la homilía de este martes, el Santo Padre advierte que hay ministros que creen que son más importantes sus pensamientos o una lista de mandamientos que deben observarse
Cuidémonos de tener un corazón duro que no deje entrar a la misericordia de Dios. Esta es la idea que subrayó el papa Francisco en la misa de la mañana, que celebró en la capilla de la Casa Santa Marta, antes de ir al Aula Nueva del Sínodo. El Santo Padre instó a los presentes a no resistirse a la misericordia del Señor, creyendo que son más importantes los propios pensamientos o una lista de mandamientos que deben ser observados.
El profeta Jonás se resiste a la voluntad de Dios, pero al final aprende que deben obedecer al Señor. El Pontífice desarrolló su homilía de este martes a partir de la primera lectura, tomada del Libro de Jonás, y señaló que la gran ciudad de Nínive se convierte gracias a su predicación.
“Realmente hace un milagro, porque en este caso él ha dejado de lado su terquedad y ha obedecido a la voluntad de Dios, y ha hecho lo que el Señor le había mandado”. Nínive, por lo tanto, se convierte y ante esta conversión, Jonás, que es el hombre que “no es dócil al Espíritu de Dios, se enfada”: “Jonás – dijo el Papa – sintió una gran tristeza y se desdeñó”. E, incluso, “reprende al Señor”.
La historia de Jonás y Nínive, señaló Francisco, se articula en tres capítulos: el primero “es la resistencia a la misión que el Señor le confía”; el segundo “es la obediencia, y cuando se obedece se hacen milagros. La obediencia a la voluntad de Dios y Nínive se convierte”. En el tercer capítulo, “hay una resistencia a la misericordia de Dios”.
“Esas palabras: ‘Señor, ¿no era esto quizás lo que yo decía cuando estaba en mi pueblo? Porque Tú eres un Dios misericordioso y clemente’, y yo he hecho todo el trabajo de predicar, he hecho mi trabajo bien hecho, ¿y Tú les perdonas? Y el corazón con esa dureza que no deja entrar la misericordia de Dios. Es más importante mi sermón, son más importantes mis pensamientos, es más importante toda esa lista de mandamientos que debo observar, todo, todo, todo que la misericordia de Dios”.
“Y este drama – recordó Francisco – también Jesús lo ha vivido con los doctores de la Ley, que no entendía por qué Él no dejó que lapidaran a aquella mujer adúltera, cuando Él iba a cenar con los publicanos y pecadores: no lo entendían. No entendían la misericordia. ‘Tú eres misericordioso y clemente’”. En el Salmo que hoy hemos rezado, prosiguió el Santo Padre, nos sugiere “esperar en el Señor, porque en el Señor hay misericordia, y en Él hay abundante redención”.
“Donde está el Señor – insistió el Pontífice – hay misericordia. Y san Ambrosio añadía: ‘Y donde hay rigidez están sus ministros’. La terquedad que desafía a la misión, que desafía a la misericordia”. “Cercanos al inicio del Año de la Misericordia, roguemos al Señor que nos ayude a entender cómo es su corazón, lo que significa ‘misericordia’, qué quiere decir cuando Él dice: ‘¡Misericordia quiero, y no sacrificio!’ Y por eso, en la oración Colecta de la Misa hemos rezado mucho con esa frase tan hermosa: ‘Derrama sobre nosotros tu misericordia’, porque solo se comprende la misericordia de Dios cuando se ha vertido sobre nosotros, sobre nuestros pecados, sobre nuestro miserias… Fuente: Zenit.
4 de octubre de 2015 El santo padre en su Homilía del sínodo por la familia, invitó a animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vínculo conyugal.
Y a desafiar las modas pasajeras, y el mezquino egoísmo, para aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios. Sin levantar el dedo para señalar, y ayudando a quien se encuentra en dificultad. "«Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1 Jn 4,12). Las lecturas bíblicas de este domingo parecen elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo, es decir, la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema de la familia que se inaugura con esta celebración eucarística. Dichas lecturas se centran en tres aspectos: el drama de la soledad, el amor entre el hombre y la mujer, y la familia.
La soledad
Adán, como leemos en la primera lectura, vivía en el Paraíso, ponía los nombres a las demás creaturas, ejerciendo un dominio que demuestra su indiscutible e incomparable superioridad, pero aun así se sentía solo, porque «no encontraba ninguno como él que lo ayudase» (Gn 2,20) y experimentaba la soledad.
La soledad, el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres. Pienso en los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte.
Hoy se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía... Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero.
Hoy vivimos en cierto sentido la misma experiencia de Adán: tanto poder acompañado de tanta soledad y vulnerabilidad; y la familia es su imagen. Cada vez menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social.
El amor entre el hombre y la mujer
Leemos en la primera lectura que el corazón de Dios se entristeció al ver la soledad de Adán y dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (Gn 2,18). Estas palabras muestran que nada hace más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse solo. Muestran también que Dios no ha creado el ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos, como dice el salmo de hoy (cf. Sal 128).
Este es el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación reciproca. Es el mismo designio que Jesús resume en el Evangelio de hoy con estas palabras: «Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne» (Mc 10,6-8; cf. Gn 1,27; 2,24).
Jesús, ante la pregunta retórica que le habían dirigido – probablemente como una trampa, para hacerlo quedar mal ante la multitud que lo seguía y que practicaba el divorcio, como realidad consolidada e intangible-, responde de forma sencilla e inesperada: restituye todo al origen de la creación, para enseñarnos que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden original y originante.
La familia
«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,9). Es una exhortación a los creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios.
De hecho, sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem. Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad. En efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón humano.
Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total.
En efecto «ahora que hemos probado plenamente las promesas de la libertad ilimitada, empezamos a entender de nuevo la expresión “la tristeza de este mundo”. Los placeres prohibidos perdieron su atractivo cuando han dejado de ser prohibidos. Aunque tiendan a lo extremo y se renueven al infinito, resultan insípidos porque son cosas finitas, y nosotros, en cambio, tenemos sed de infinito» (Joseph Ratzinger, Auf Christus schauen. Einübung in Glaube, Hoffnung, Liebe, Freiburg 1989, p. 73).
En este contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad. Vive su misión en la fidelidad a su Maestro como voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vinculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio.
Vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de autoreferencialidad y de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo temporal. «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad» (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 3).
Vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que -fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser «hospital de campo», con las puertas abiertas para acoge a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de la salvación.
Una Iglesia que enseña y defiende los valores fundamentales, sin olvidar que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27); y que Jesús también dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores» (Mc 2,17). Una Iglesia que educa al amor autentico, capaz de alejar de la soledad, sin olvidar su misión de buen samaritano de la humanidad herida.
Recuerdo a san Juan Pablo II cuando decía: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado [...] Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo.» (Discurso a la Acción Católica italiana, 30 de diciembre de 1978, 2 c: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 21 enero 1979, p.9). Y la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera: «El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Hb 2,11). Con este espíritu, le pedimos al Señor que nos acompañe en el Sínodo y que guíe a su Iglesia a través de la intercesión de la Santísima Virgen María y de San José, su castísimo esposo". Fuente: Zenit.
2 de octubre 2015. En la fiesta de los ángeles de la guarda,
el santo padre Francisco ha recordado que
Dios ha dado a cada persona la “compañía” de un ángel
para aconsejarla y protegerla, un ángel al que debemos escuchar con docilidad. Lo dijo en la homilía de la misa celebrada este viernes en la capilla de la Casa Santa Marta. Te protege De este modo, recordó que la prueba de una paternidad que todo ama y cubre se encuentra en las primeras páginas de la Biblia. Cuando Dios hecha a Adán del paraíso no le deja solo, no le dice “arréglatelas como puedas”.
Y así, citó oraciones y salmos para recordar cómo la figura del ángel de la guarda está siempre presente en cada situación de la relación entre el hombre y el Cielo. “Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado”, afirma el pasaje del Libro de Éxodo propuesto por la liturgia. Una liturgia dedicada a esas particulares presencias divinas que “el Señor nos ha dado a todos”, indicó el Papa. Por eso, recordó que “cada uno de nosotros tiene uno” que “nos acompaña”.
Y lo ha explicado así: “¡Está siempre con nosotros! Y esto es una realidad. Es como un embajador de Dios que está con nosotros. Y el Señor nos aconseja: ‘¡Ten respeto por su presencia!’ Y cuando nosotros --por ejemplo-- hacemos una cosa mala y pensamos que estamos solo nosotros: no, está él. Ten respeto por su presencia. Escucha su voz, porque él te aconseja. Cuando escuchamos esa inspiración: ‘Pero haz esto… esto es mejor.. esto no se debe hacer…’ ¡Escucha! No te rebeles”
Tal y como subrayó el Santo Padre, el ángel de la guarda nos defiende siempre y sobre todo del mal. A veces, aseguró, “pensamos que nosotros podemos esconder muchas cosas”, “cosas feas”, que al final acabarán viendo la luz. Y el ángel está ahí “para aconsejarnos”, para “cubrirnos”, exactamente como haría “un amigo”. Un amigo -- explicó-- que no vemos, sino que sentimos. Un amigo que un día “estará con nosotros en el Cielo, en la alegría eterna”.
Prosiguió el Pontífice, asegurando que “solamente pide escucharlo, respetarlo. Solamente esto: respeto y escucha. Y este respeto y escucha a este compañero de camino se llama docilidad. El cristiano debe ser dócil al Espíritu Santo. La docilidad al Espíritu Santo comienza con esta docilidad a los consejos de este compañero de camino”.
Y para ser dóciles, el Santo Padre aseguró que es necesario ser pequeños, como niños, o como aquellos que Jesús dijo que son los más grandes en el Reino de su Padre.
Así, finalmente, explicó que el ángel de la guarda es un compañero de camino que enseña la humildad y se les escucha como a un niño: “Pidamos hoy al Señor la gracia de esta docilidad, de escuchar la voz de este compañero, de este embajador de Dios y que está junto a nosotros en su nombre, que somos sostenidos por su ayuda. Siempre en camino… Y también en esta misa, con la que alabamos al Señor, recordamos lo bueno que es el Señor que justo después de haber perdido la amistad, no nos ha dejado solos, no nos ha abandonado”. Fuente: Zenit.
1 de octubre de 2015. Un cristiano nunca debe dejar de sentir
la nostalgia de Dios,
sino, nuestro corazón no puede hacer fiesta. Así lo aseguró el santo padre Francisco en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta este jueves, en la que también recordó que la alegría del Señor es nuestra fuerza, en Él encontramos nuestra identidad,
El pueblo de Israel, tras largos años de deportación, vuelve a Jerusalén. El papa Francisco tomó como referencia la primera lectura, del libro de Nehemías, para ofrecer una reflexión sobre la sustancia de la identidad de un cristiano.
Así, señaló que, también en los años de Babilonia, el pueblo siempre recordaba la patria. Y después de muchos años, llegó finalmente el día del regreso, de la reconstrucción de Jerusalén y pide al escriba Esdras leer delante del pueblo el Libro de la Ley. El pueblo estaba feliz: “estaba alegre pero lloraba, y escuchaba la Palabra de Dios; tenía alegría, pero también llanto, todo junto”.
¿Cómo se explica esto?, se preguntó el Papa durante la homilía. Simplemente, “este pueblo no solo había encontrado su ciudad, la ciudad donde había nacido, la ciudad de Dios, este pueblo al escuchar la Ley, encontró su identidad, y por esto estaba feliz y lloraba”, explicó.
De este modo, Francisco prosiguió: “pero lloraba de alegría, alegría porque había encontrado su identidad, había reencontrado esa identidad que con los años de deportación se había perdido un poco. Un largo camino este. ‘No estéis tristes --dice Nehemías-- pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza’. Es la alegría que da el Señor cuando encontramos nuestra identidad. Y nuestra identidad se pierde en el camino, se pierde en tantas deportaciones o auto-deportaciones nuestras, cuando hacemos un nido aquí, un nido allí, un nido... y no en la casa del Señor. Encontrar la propia identidad”.
A propósito, el Papa se preguntó de qué forma se puede encontrar la propia identidad. “Cuando has perdido lo que era tuyo, tu casa, lo que era propio tuyo, te viene la nostalgia y esa nostalgia se lleva de nuevo a tu casa”, indicó Francisco. Y este pueblo --añadió-- con esta nostalgia, ha sentido que era feliz y lloraba de felicidad por esto, porque la nostalgia de la propia identidad le había llevado a encontrarla. Una gracia de Dios.
El Pontífice dio un ejemplo: “si nosotros estamos lleno de comida, no tenemos hambre. Si estamos cómodos, tranquilos donde estamos, no necesitamos ir a otro sitio. Y yo me pregunto, y estaría bien que todos nosotros nos preguntáramos hoy: ‘¿estoy tranquilo, contento, no necesito nada --hablo espiritualmente-- en mi corazón? ¿Se me ha apagado la nostalgia?’”
De este modo, invitó a mirar a este pueblo feliz, que lloraba y estaba alegre. “Un corazón que no tiene nostalgia, no conoce la alegría. Y la alegría, precisamente, es nuestra fuerza: la alegría de Dios. Un corazón que no sabe qué es la nostalgia, no puede hacer fiesta. Y todo este camino que comenzó desde hace años termina en una fiesta”
Finalmente, el Obispo de Roma observó que el pueblo exultó con gran alegría porque había “entendido las palabras que habían sido proclamadas. Habían encontrado lo que la nostalgia les hacía sentir e ir adelante”. Por ello, invitó al concluir la homilía a preguntarnos cómo es nuestra nostalgia de Dios: “¿estamos contentos, estamos felices así, o todos los días tenemos este deseo de ir adelante?” Que el Señor --dijo Francisco-- nos dé la gracia. Que nunca, nunca, nunca, se apague en nuestro corazón la nostalgia de Dios.
27 de septiembre de 2015. El Santo Padre invita a que 'nuestros hijos
encuentren en nosotros hombres y mujeres
capaces de unirse a los demás para hacer
germinar todo lo bueno que el Padre sembró.
Que nuestros hijos encuentren en nosotros referentes de comunión, no de división. Homilía del Santo Padre en la misa de clausura del Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia. USA. Hoy la Palabra de Dios nos sorprende con un lenguaje alegórico fuerte que nos hace pensar. Un lenguaje alegórico que nos desafía pero también estimula nuestro entusiasmo. En la primera lectura, Josué dice a Moisés que dos miembros del pueblo están profetizando, proclamando la Palabra de Dios sin un mandato. En el Evangelio, Juan dice a Jesús que los discípulos le han impedido a un hombre sacar espíritus inmundos en su nombre. Y aquí viene la sorpresa: Moisés y Jesús reprenden a estos colaboradores por ser tan estrechos de mente. ¡Ojalá fueran todos profetas de la Palabra de Dios! ¡Ojalá que cada uno pudiera obrar milagros en el nombre del Señor.
Jesús encuentra, en cambio, hostilidad en la gente que no había aceptado cuanto dijo e hizo. Para ellos, la apertura de Jesús a la fe honesta y sincera de muchas personas que no formaban parte del pueblo elegido de Dios, les parecía intolerable. Los discípulos, por su parte, actuaron de buena fe, pero la tentación de ser escandalizados por la libertad de Dios que hace llover sobre «justos e injustos» (Mt 5,45), saltándose la burocracia, el oficialismo y los círculos íntimos, amenaza la autenticidad de la fe y, por tanto, tiene que ser vigorosamente rechazada.
Cuando nos damos cuenta de esto, podemos entender por qué las palabras de Jesús sobre el escándalo son tan duras. Para Jesús, el escándalo intolerable es todo lo que destruye y corrompe nuestra confianza en este modo de actuar del Espíritu. Nuestro Padre no se deja ganar en generosidad y siembra. Siembra su presencia en nuestro mundo, ya que «el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero» (1Jn 4,10). Amor que nos da una certeza honda: somos buscados por Él, somos esperados por Él. Esa confianza es la que lleva al discípulo a estimular, acompañar y hacer crecer todas las buenas iniciativas que existen a su alrededor. Dios quiere que todos sus hijos participen de la fiesta del Evangelio. No impidan todo lo bueno, dice Jesús, por el contrario, ayúdenlo a crecer. Poner en duda la obra del Espíritu, dar la impresión que la misma no tiene nada que ver con aquellos que «no son parte de nuestro grupo», que no son «como nosotros», es una tentación peligrosa. No bloquea solamente la conversión a la fe, sino constituye una perversión de la fe.
La fe abre la «ventana» a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos. «El que les dé a beber un vaso de agua en mi nombre –dice Jesús– no se quedará sin recompensa» (Mc 9,41). Son gestos mínimos que uno aprende en el hogar; gestos de familia que se pierden en el anonimato de la cotidianidad pero que hacen diferente cada jornada. Son gestos de madre, de abuela, de padre, de abuelo, de hijo, de hermanos. Son gestos de ternura, de cariño, de compasión. Son gestos del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo. El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida tenga siempre sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe.
Jesús nos invita a no impedir esos pequeños gestos milagrosos, por el contrario, quiere que los provoquemos, que los hagamos crecer, que acompañemos la vida como se nos presenta, ayudando a despertar todos los pequeños gestos de amor, signos de su presencia viva y actuante en nuestro mundo.
Esta actitud a la que somos invitados nos lleva a preguntarnos hoy aquí, en el final de esta fiesta: ¿Cómo estamos trabajando para vivir esta lógica en nuestros hogares, en nuestras sociedades? ¿Qué tipo de mundo queremos dejarle a nuestros hijos? (cf. Laudato si’, 160). Pregunta que no podemos responder sólo nosotros. Es el Espíritu el que nos invita y desafía a responderla con la gran familia humana. Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles. El desafío urgente de proteger nuestra casa incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, porque sabemos que las cosas pueden cambiar (cf. ibid., 13). Que nuestros hijos encuentren en nosotros referentes de comunión, no de división. Que nuestros hijos encuentren en nosotros hombres y mujeres capaces de unirse a los demás para hacer germinar todo lo bueno que el Padre sembró.
De manera directa, pero con afecto, Jesús dice: «Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13) Cuánta sabiduría hay en estas palabras. Es verdad que en cuanto a bondad y pureza de corazón nosotros, seres humanos, no tenemos mucho de qué vanagloriarnos. Pero Jesús sabe que, en lo que se refiere a los niños, somos capaces de una generosidad infinita. Por eso nos alienta: si tenemos fe, el Padre nos dará su Espíritu.
Nosotros los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias del mundo que nos ayuden. Somos muchos los que participamos en esta celebración y esto es ya en sí mismo algo profético, una especie de milagro en el mundo de hoy que está cansado de inventar nuevas divisiones, nuevos quebrantos, nuestros desastres. Ojalá todos fuéramos profetas. Ojalá cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de su propria familia todas las familias del mundo, y estoy hablando de milagro de amor y poder así superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás.
Les dejo como pregunta para que cada uno responsa, porque dije la palabra impaciente. En mi casa ¿se grita? ¿o se habla con amor y ternura? Es una buena manera de medir nuestro amor.
Qué bonito sería si en todas partes, y también más allá de nuestras fronteras, pudiéramos alentar y valorar esta profecía y este milagro. Renovemos nuestra fe en la palabra del Señor que invita a nuestras familias a esa apertura; que invita a todos a participar de la profecía de la alianza entre un hombre y una mujer, que genera vida y revela a Dios que nos ayude a participar de la profecía de la paz, de la ternura y del cariño familiar. Que nos ayude a participar del gesto profético de cuidar con ternura, con paciencia y con amor a nuestros niños y a nuestros abuelos.
Todo el que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer al mal –una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante– encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo, la región o la religión a la que pertenezca. Que Dios nos conceda a todos ser profetas del gozo del Evangelio, del Evangelio de la familia, del amor de la familia. Ser profetas como discípulos del Señor y nos conceda la gracia de ser dignos de esta pureza de corazón que no se escandaliza del Evangelio. Que así sea. Fuente: Zenit.
26 de septiembre de 2015. En una multitudinaria misa en Nueva York, Francisco invita a ver en medio del «smog» la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad.
El papa Francisco ofició este viernes por la tarde la Santa Misa ante miles de personas en el Madison Square Garden de Nueva York. Estamos en el Madison Square Garden, lugar emblemático de esta ciudad, sede de importantes encuentros deportivos, artísticos, musicales, que logra congregar a personas provenientes de distintas partes, y no solo de esta ciudad, sino del mundo entero. En este lugar que representa las distintas facetas de la vida de los ciudadanos que se congregan por intereses comunes, hemos escuchado: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» (Is 9,1). El pueblo que caminaba, el pueblo en medio de sus actividades, de sus rutinas; el pueblo que caminaba cargando sobre sí sus aciertos y sus equivocaciones, sus miedos y sus oportunidades, ese pueblo ha visto una gran luz. El pueblo que caminaba con sus alegrías y esperanzas, con sus desilusiones y amarguras, ese pueblo ha visto una gran lu
El Pueblo de Dios es invitado en cada época histórica a contemplar esta luz. Luz que quiere iluminar a las naciones. Así, lleno de júbilo, lo expresaba el anciano Simeón. Luz que quiere llegar a cada rincón de esta ciudad, a nuestros conciudadanos, a cada espacio de nuestra vida.
«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver, de contemplar en medio de sus «oscuridades» la luz que Cristo viene a traer. Ese pueblo creyente que sabe mirar, que saber discernir, que sabe contemplar la presencia viva de Dios en medio de su vida, en medio de su ciudad. Con el profeta hoy podemos decir: el pueblo que camina, respira, vive entre el «smog», ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida.
Vivir en una ciudad es algo bastante complejo: contexto pluricultural con grandes desafíos no fáciles de resolver. Las grandes ciudades son recuerdo de la riqueza que esconde nuestro mundo: la diversidad de culturas, de tradiciones e de historias. La variedad de lenguas, de vestidos, de alimentos. Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos. A su vez, las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría. En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo «el ritmo del cambio», quedan silenciados tantos rostros por no tener «derecho» a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad –los extranjeros, sus hijos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos–, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor. Y se convierten en parte de un paisaje urbano que lentamente se va naturalizando ante nuestros ojos y especialmente en nuestro corazón.
Saber que Jesús sigue caminando en nuestras calles, mezclándose vitalmente con su pueblo, implicándose e implicando a las personas en una única historia de salvación, nos llena de esperanza, una esperanza que nos libera de esa fuerza que nos empuja a aislarnos, a desentendernos de la vida de los demás, de la vida de nuestra ciudad. Una esperanza que nos libra de «conexiones» vacías, de los análisis abstractos o de las rutinas sensacionalistas. Una esperanza que no tiene miedo a involucrarse actuando como fermento en los rincones donde nos toque vivir y actuar. Una esperanza que nos invita a ver en medio del «smog» la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad, porque Dios está en la ciudad.
¿Cómo es esta luz que transita nuestras calles? ¿Cómo encontrar a Dios que vive con nosotros en medio del «smog» de nuestras ciudades? ¿Cómo encontrarnos con Jesús vivo y actuante en el hoy de nuestras ciudades pluriculturales? El profeta Isaías nos hará de guía en este «aprender a mirar». Habló de la luz que es Jesús y ahora nos presenta a Jesús como «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz» (9,5-6). De esta manera, nos introduce en la vida del Hijo para que también esa sea nuestra vida
«Consejero maravilloso». Los Evangelios nos narran cómo muchos van a preguntarle: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». El primer movimiento que Jesús genera con su respuesta es proponer, incitar, motivar. Propone siempre a sus discípulos ir, salir. Los empuja a ir al encuentro de los otros, donde realmente están y no donde nos gustarían que estuviesen. Vayan, una y otra vez, vayan sin miedo, vayan sin asco, vayan y anuncien esta alegría que es para todo el pueblo
«Dios fuerte». En Jesús Dios se hizo el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios que camina a nuestro lado, que se ha mezclado en nuestras cosas, en nuestras casas, en nuestras «ollas», como le gustaba decir a santa Teresa de Jesús. «Padre para siempre». Nada ni nadie podrá apartarnos de su Amor. Vayan y anuncien, vayan y vivan que Dios está en medio de ustedes como un Padre misericordioso que sale todas las mañanas y todas las tardes para ver si su hijo vuelve a casa, y apenas lo ve venir corre a abrazarlo. Esto es lindo. Un abrazo que busca asumir, busca purificar y elevar la dignidad de sus hijos. Padre que, en su abrazo, es «buena noticia a los pobres, alivio de los afligidos, libertad a los oprimidos, consuelo para los tristes» (Is 61,1)
«Príncipe de la paz». El andar hacia los otros para compartir la buena nueva que Dios es nuestro Padre, que camina a nuestro lado, nos libera del anonimato, de una vida sin rostros, una vida vacía y nos introduce en la escuela del encuentro. Nos libera de la guerra de la competencia, de la autorreferencialidad, para abrirnos al camino de la paz. Esa paz que nace del reconocimiento del otro, esa paz que surge en el corazón al mirar especialmente al más necesitado como a un hermano.
Dios vive en nuestras ciudades, la Iglesia vive en nuestras ciudades y Dios y la Iglesia que viven en nuestras ciudades quieren ser fermento en la masa, quieren mezclarse con todos, acompañando a todos, anunciando las maravillas de Aquel que es Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz. «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» y nosotros, cristianos, somos testigos. (Texto transcrito del audio por ZENIT)
21 de septiembre 2015. El encuentro con Jesús,
cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá,
a no quedarnos en las apariencias.
Homilía Papa Francisco en Holguín (Cuba). Celebramos la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Celebramos la historia de una conversión. Él mismo, en su evangelio, nos cuenta cómo fue el encuentro que marcó su vida, él nos introduce en un «juego de miradas» que es capaz de transformar la historia.
Un día, como otro cualquiera, mientras estaba sentado a la mesa de la recaudación de los impuestos, Jesús pasaba y lo vio, se acercó y le dijo: «“Sígueme”. Y él, levantándose, lo siguió» Jesús lo miró. Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo. Sabemos que Mateo era un publicano, es decir, recaudaba impuestos de los judíos para dárselos a los romanos. Los publicanos eran mal vistos e incluso considerados pecadores, y por eso vivían apartados y despreciados por los demás. Con ellos no se podía comer, ni hablar, ni orar. Eran traidores para el pueblo: le sacaban a su gente para dárselo a otros. Los publicanos pertenecían a esta categoría social.
Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esta mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevamos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Lo invito que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando están tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida.
Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Más allá de todo eso, Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijos. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida.
Después de mirarlo con misericordia, el Señor le dijo a Mateo: «Sígueme». Y Mateo se levantó y lo siguió. Después de la mirada, la palabra. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo transformó. Y allá atrás quedó el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. Antes, él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a otros, ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio. Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos a los que «se vive», se usa y se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a quien él sirve. Su amor cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo políticamente correcto.
Jesús va delante, nos precede, abre el camino y nos invita a seguirlo. Nos invita a ir lentamente superando nuestros preconceptos, nuestras resistencias al cambio de los demás e incluso de nosotros mismos. Nos desafía día a día con la pregunta: ¿Crees? ¿Crees que es posible que un recaudador se transforme en servidor? ¿Crees que es posible que un traidor se vuelva un amigo? ¿Crees que es posible que el hijo de un carpintero sea el Hijo de Dios? Su mirada transforma nuestras miradas, su corazón transforma nuestro corazón. Dios es Padre que busca la salvación de todos sus hijos.
Dejémonos mirar por el Señor en la oración, en la Eucaristía, en la Confesión, en nuestros hermanos, especialmente en los que se sienten dejados, más solos. Y aprendamos a mirar como Él nos mira. Compartamos su ternura y su misericordia con los enfermos, los presos, los ancianos o las familias en dificultad. Una y otra vez somos llamados a aprender de Jesús que mira siempre lo más auténtico que vive en cada persona, que es precisamente la imagen de su Padre.
Sé con qué esfuerzo y sacrificio la Iglesia en Cuba trabaja para llevar a todos, aun en los sitios más apartados, la palabra y la presencia de Cristo. Una mención especial merecen las llamadas «casas de misión» que, ante la escasez de templos y de sacerdotes, permiten a tantas personas poder tener un espacio de oración, de escucha de la Palabra, de catequesis y vida de comunidad. Son pequeños signos de la presencia de Dios en nuestros barrios y una ayuda cotidiana para hacer vivas las palabras del apóstol Pablo: «Les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados. Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos, sobrellevándose mutuamente con amor; esfuércense en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Efesios 4,2).
Deseo dirigir ahora la mirada a la Virgen María, Virgen de la Caridad del Cobre, a quien Cuba acogió en sus brazos y le abrió sus puertas para siempre, y a Ella le pido que mantenga sobre todos y cada uno de los hijos de esta noble nación su mirada maternal y que esos «sus ojos misericordiosos» estén siempre atentos a cada uno de ustedes, sus hogares, familias, a las personas que puedan estar sintiendo que para ellos no hay lugar. Que Ella nos guarde a todos como cuidó a Jesús en su amor. Y que Ella nos enseñe a mirar a los demás como Jesús nos miró a cada uno de nosotros.
20 de septiembre de 2015. La importancia de un pueblo
o de una persona siempre se basa en
cómo sirve la fragilidad de sus hermanos.
Quien no vive para servir, no sirve para vivir En la misa celebrada este domingo 20 de septiembre en la Plaza de la Revolución, el papa Francisco dirigió la siguiente homilía a las aproximadamente 500 mil personas presentes. El Evangelio nos presenta a Jesús haciéndole una pregunta aparentemente indiscreta a sus discípulos: «¿De qué discutían por el camino?». Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones? «Ellos –dice el Evangelio– no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante». Los discípulos tenían vergüenza de decirle a Jesús de lo que hablaban. En los discípulos de ayer, como en nosotros hoy, nos puede acompañar la misma discusión: ¿Quién es el más importante?
Jesús no insiste con la pregunta, no los obliga a responderle de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece no solo en la mente, sino en el corazón de los discípulos. ¿Quién es el más importante? Una pregunta que nos acompañará toda la vida y en las distintas etapas seremos desafiados a responderla. No podemos escapar a esta pregunta, está grabada en el corazón. Recuerdo más de una vez en reuniones familiares preguntar a los hijos: ¿A quién querés más, a papá o a mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más importante para vos? ¿Es tan solo un simple juego de niños esta pregunta? La historia de la humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esta pregunta.
Jesús no le teme a las preguntas de los hombres; no le teme a la humanidad ni a las distintas búsquedas que ésta realiza. Al contrario, Él conoce los «recovecos» del corazón humano, y como buen pedagogo está dispuesto a acompañarnos siempre. Fiel a su estilo, asume nuestras búsquedas, aspiraciones y les da un nuevo horizonte. Fiel a su estilo, logra dar una respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las respuestas esperadas» o lo aparentemente establecido. Fiel a su estilo, Jesús siempre plantea la lógica del amor. Una lógica capaz de ser vivida por todos, porque es para todos
Lejos de todo tipo de elitismo, el horizonte de Jesús no es para unos pocos privilegiados capaces de llegar al «conocimiento deseado» o a distintos niveles de espiritualidad. El horizonte de Jesús, siempre es una oferta para la vida cotidiana también aquí en «nuestra isla»; una oferta que siempre hace que el día a día tenga sabor a eternidad.
¿Quién es el más importante? Jesús es simple en su respuesta: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás
He ahí la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el privilegiado, quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas. Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo.
La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Las personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta a los más frágiles
Hay un «servicio» que sirve; pero debemos cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera, generando una dinámica de exclusión
Todos estamos llamados por vocación cristiana al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del «servicio que se sirve». Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y esto sin mirar al costado para ver lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús nos dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». No dice, si tu vecino quiere ser el primero que sirva. Debemos cuidarnos de la mirada enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que nos invita Jesús.
Este hacernos cargo por amor no apunta a una actitud de servilismo, por el contrario, pone en el centro de la cuestión al hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca su promoción. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas.
El santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza. Hoy los invito a que cuiden esa vocación, a que cuiden estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus hermanos. No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado. Nosotros conocemos, somos testigos de la «fuerza imparable» de la resurrección, que «provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo» (cf. Evangelii gaudium, 276.278).
No nos olvidemos de la Buena Nueva de hoy: la importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad. «Quien no vive para servir, no sirve para vivir». Fuente: Zenit.
15 de septiembre 2015. La Iglesia es madre,
no es una asociación rígida
que al final se queda huérfana. Así lo ha recordado el papa Francisco en la misa de Santa Marta este mañana, en la que han participado también los miembros del Consejo de Cardenales, reunidos esta semana en el Vaticano. De este modo, el Santo Padre ha subrayado que, como la Virgen, la Iglesia debe tener esa “maternidad” que se expresa en las actitudes de humildad, bondad, perdón y ternura.
El Papa ha centrado su homilía en las palabras que dirige Jesús en la Cruz al discípulo y a María: “Hijo, aquí tienes a tu Madre”. De este modo, comentando también el Evangelio del día, Francisco ha indicado que “no se puede pensar en María sin pensarla como madre”. Pero, al mismo tiempo, “su maternidad se amplía en la figura de ese nuevo hijo, se amplía a toda la Iglesia y a toda la humanidad”, ha recordado.
Del mismo modo, el Pontífice ha subrayado que “en este tiempo donde no sé si es el principal sentido pero hay un gran sentido en el mundo de orfandad, es un mundo huérfano, esta Palabra tiene gran importancia, la importancia de Jesús nos dice: ‘No os dejo huérfanos, os doy una madre’”. Así, Francisco ha asegurado que este es nuestro orgullo: “tenemos una madre, una madre que está con nosotros, nos protege, que nos acompaña, que nos ayuda, también en los tiempo difíciles, en los momentos feos”.
El Papa ha hecho referencia a un dicho de los monjes rusos que dice que “en los momentos de las turbulencias espirituales debemos ir bajo el manto de la Santa Madre de Dios” y así la madre “nos acoge y nos protege y cuida de nosotros”. Pero --ha añadido-- esta maternidad de María podemos decir que va más allá de Ella, es contagiosa”. Y de la maternidad de María, viene una segunda maternidad, “la maternidad de la Iglesia”.
Al respecto, el Santo Padre ha señalado que la Iglesia es madre, es “nuestra santa madre Iglesia” que “nos genera en el Bautismo, nos hace crecer en su comunidad y tiene esas actitudes de maternidad, mansedumbre, bondad: la Madre María y la Madre Iglesia saben acariciar a sus hijos, dan ternura. Pensar la Iglesia sin esta maternidad es pensar a una asociación rígida, una asociación sin calor humano, huérfana”.
Asimismo, ha proseguido Francisco, la Iglesia “es madre y nos recibe a todos como madre: María madre, la Iglesia madre”, una maternidad que “se expresa en las actitudes de humildad, de acogida, de comprensión, de bondad, de perdón y de ternura”.
Y ha añadido: “donde hay maternidad y vida hay vida, alegría, paz, se crece en paz. Cuando falta esta maternidad solamente queda la rigidez, esa disciplina, y no se sabe sonreir. Una de las cosas más bonitas y humanas es sonreír a un niño y hacerle sonreír”. Finalmente, el Pontífice ha pedido que el Señor nos haga sentir también hoy cuando Él otra vez se ofrece al Padre por nosotros: ‘Hijo, aquí tienes a tu madre’”. Fuente: Zenit.
14 de septiembre de 2015. En la homilía de este lunes,
el Santo Padre recuerda que el diablo
te promete muchas cosas
pero a la hora de pagar es un mal pagador
y advierte que tiene la capacidad de seducir El papa Francisco ha recordado que para ir adelante en el camino de la vida cristiana es necesario abajarse como lo hizo Jesús en la Cruz. Así lo ha afirmado en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta, en la que han participado también los cardenales del C9 que se reúnen desde hoy hasta el día 16 de septiembre. Esta mañana, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Pontífice ha advertido sobre el diablo que nos engaña y después nos lleva a la ruina. Haciendo referencia a las lecturas del día, el Santo Padre ha observado que en el Génesis la serpiente es la más astuta, “es una encantadora, tiene la capacidad del encanto”.
La Biblia nos dice que “es un mentiroso, un envidioso, porque por la envidia del diablo, de la serpiente, ha entrado el pecado en el mundo”. De este modo, Francisco ha recordado que “te promete muchas cosas pero a la hora de pagar, paga mal, es un mal pagador. Pero tiene esta capacidad de seducir, de encantar”.
Asimismo, ha observado que Pablo se enfada con los cristianos de Galacia que le han dado tanto qué hacer y les dice: ‘Pero, gálatas insensatos, ¿quién os ha encantado? Vosotros que habéis sido llamados a la libertad, ¿quién os ha encantado?’ A estos --ha añadido el Santo Padre-- les ha corrompido la serpiente. “Y esto no es algo nuevo, estaba en la conciencia del pueblo de Israel”, ha indicado.
A continuación, el Papa ha precisado que el Señor le pide a Moisés “hacer una serpiente de bronce” y quien la mirara se salvaría. A propósito, el Santo Padre ha explicado que esta es un figura pero también “una profecía, es una promesa, una promesa que no es fácil de entender” porque el mismo Jesús explica a Nicodemo que “como Moisés ensalzó a la serpiente en el desierto, así es necesario que sea ensalzado el Hijo del hombre, para que quien crea en Él tenga vida eterna” El Señor eligió esta figura “fea y mala” sencillamente porque Él ha venido para tomar sobre sí nuestros pecados y se ha convertido en el más grande pecador sin haber cometido ninguno, ha precisado.
Y así, ha indicado que “Dios se ha hecho hombre y se ha adosado el pecado”. Y Pablo dijo a los Filipenses que “aún teniendo la condición de Dios, Jesús no considera un privilegio ser como Dios sino que se despojó de sí mismo, asumiendo una condición de siervo, convirtiéndose en igual que los hombres; se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y la muerte de Cruz”.
Cuando miramos a Jesús en la Cruz --ha explicado Francisco-- hay cuadros bonitos pero la realidad es otra: estaba sobre todo, ensangrentado por nuestros pecados. Esta es la realidad que Él ha tomado para vencer a la serpiente en su campo. Mirar la Cruz de Jesús, no las cruces artísticas, bien pintadas: mirar la realidad, que era la cruz en ese tiempo. Y mirar su recorrido y a Dios, que se despojó a sí mismo, se abajó para salvarnos.
Asimismo, el Pontífice ha recordado que este es el camino del cristiano. “Si un cristiano quiere ir adelante en el camino de la vida cristiana debe abajarse, como se abajó Jesús. Es el camino de la humildad, sí, pero también de llevar sobre sí las humillaciones como las ha llevado Jesús”, ha indicado el Santo Padre. Finalmente, en esta fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, el Papa ha pedido a María la gracia de “llorar de amor, llorar de gratitud porque nuestro Dios nos ha amado tanto que ha enviado a su Hijo” para “abajarse y despojarse para salvarnos”. Fuente: Zenit
11 de septiembre de 2015. “Saber acusarse es el primer paso
para no ser hipócrita”.
Podremos ser misericordiosos hacia los otros solamente si tenemos el coraje de acusarnos nosotros mismos. Lo indicó esta mañana el santo padre Francisco durante la homilía que pronunció en la capilla de la residencia Santa Marta. Esto requiere que aprendamos a no juzgar a los otros, contrariamente nos volveremos hipócritas. Un riesgo del que tenemos que cuidarnos, “desde el Papa hacia abajo”, dijo. El Santo Padre recordó que en estos días la liturgia nos hizo reflexionar sobre el estilo de vida cristiano revestido de sentimientos de ternura, bondad, mansedumbre, y nos exhorta a soportarnos mutuamente.
El Señor nos habla de la recompensa; “no juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados”. Ante esto cada uno puede decir: 'padre es lindo, ¿pero cómo se se hace? ¿Cuál es el primer paso para ir por este camino?'
El primer paso nos lo indica hoy la lectura del evangelio: es acusarse a sí mismo, tener el coraje de acusarse a sí mismo antes de acusar a los demás. Y Pablo alaba al Señor porque lo ha elegido, y da gracias porque 'me ha dado confianza poniéndome a su servicio', “porque yo era un blasfemo, un perseguidor, un violento, pero hubo misericordia”.
San Pablo, añade el Papa, “nos enseña a acusarnos a nosotros mismos. Y el Señor con aquella imagen de la paja en el ojo del hermano y de la viga en el propio nos enseña ésto”. Y a no sentirnos “el juez que quita la paja del ojo ajeno”.
Jesús usa aquella palabra destinada a quienes tienen una doble cara, una doble alma: 'hipócritas'. Y todos, iniciando desde el Papa hacia abajo: todos. Si uno de nosotros no tiene la capacidad de acusarse a sí mismo “no es cristiano, no entra en esta obra de reconciliación, de pacificación, de la ternura, de la bondad, del perdón, de la magnanimidad, de la misericordia que nos ha traído Jesucristo”.
Entonces el primer paso es “pedir al Señor la gracia de una conversión” y “cuando me viene en mente pensar a los defectos de los otros, pararme” y tener el coraje que tuvo san Pablo cuando dijo: 'Yo era un blasfemo, un perseguidor, un violento...'.
¿Y cuántas cosas podemos decir sobre nosotros mismos? Ahorremos los comentarios sobre los demás y comentémonos nosotros mismos. Éste es el primer paso de la magnanimidad, contrariamente al mirar a los defectos de los otros terminamos “en la mezquindad”, con un alma llena de habladurías.
Pidamos al Señor, dijo, la gracia de “seguir el consejo de Jesús: ser generosos en el perdón y en la misericordia”. Para canonizar a una persona existe todo un proceso, que necesita un milagro, y después la Iglesia la proclama santa. Y si se encontrase a una persona que nunca, nunca habló mal del otro, “se la podría canonizar enseguida”. (Fuente: Radio Vaticano. Traducido y adaptado por ZENIT).
10 de septiembre 2015. “El estilo cristiano debe ser la misericordia.”
El papa Francisco celebró este jueves la misa matutina en la residencia Santa Marta, abordando el tema paz y reconciliación. Condenó sin medias tintas a quienes producen armas y puso en guardia de los conflictos internos en la comunidad cristiana. Y exhortó a los sacerdotes a ser misericordiosos en el confesionario.
Jesús es el príncipe de la paz, aseguró, porque genera la paz en nuestros corazones. Partiendo de las lecturas, se preguntó si agradecemos lo suficiente “por este don de la paz que hemos recibido en Jesús”. El Santo padre constató que todos los días vemos en los medios “que hay guerras, con destrucción, odio y ememistad”. Y también “hombres y mujeres que trabajan --y trabajan mucho-- para fabricar armas que asesinan, que están mojadas en la sangre de tantos inocentes”. Además de lo que significa “la maldad de preparar una guerra, de producir armas contra el otro, para asesinar”.
Existe también otra guerra, añadió el Papa, en nuestras comunidades y entre nosotros. Y la palabra clave en la liturgia de hoy es: “hacer la paz” y “así como el Señor nos ha perdonado, hagámoslo con los otros”.
El Santo Padre indicó que uno podrá ser un buen hombre o una buena mujer “pero si no sabe perdonar no es cristiano” y “si uno no perdona no puede recibir la paz del Señor”. En el Padre Nuestro rezamos “perdónanos como nosotros perdonamos”, como un condicional. Tratemos de convencer a Dios que sea bueno con nosotros, así como nosotros somos buenos para perdonar.
Francisco recordó que había una canción: 'Creo que Mina la cantase: Palabras, palabras, palabras. Perdónense como el Señor les ha perdonado, así hay que hacer”. Es necesario tener paciencia cristiana, porque hay muchos hombres y mujeres entre nosotros, que soportan por el bien de la familia, de los hijos, brutalidades y tantas injusticias, Que se levantan temprano para ir al trabajo a veces injusto y mal pagado para mantener a la familia, “estos son los justos”. Pero, advirtió, están en cambio “aquellos que hacen trabajar la lengua y hacen la guerra, porque “la lengua destruye y hace la guerra”.
El Papa recordó que hay también otra palabra clave en el evangelio: 'misericordia'. Por ello es importante entender a los otros y no condenarlos. “El Señor, el Padre es misericordioso, y siempre nos perdona, siempre quiere hacer la paz con nosotros”. Y si uno no es misericordioso corre el riesgo que el Señor no sea misericordioso con uno, porque seremos juzgados con la misma medida con la que juzgamos a los demás”.
Y a los sacerdotes le invitó a ser misericordiosos: “Si no te sientes capaz de ser misericordioso pídele a tu obispo que te dé un trabajo administrativo, ¡pero por favor no entres en el confesionario”. Porque “un cura que no es misericordioso hace mucho mal en el confesionario, apalea a la gente”.
Y si está un poco nervioso “antes de ir a confesar vaya a lo del médico para que le dé una pastilla contra nos nervios, pero sea misericordioso”. ¿Quién puede decir --aseveró el Pontífice-- que el otro sea más pecador que yo?.
Porque como ha evidenciado san Pablo, es necesario tener “sentimientos de ternura, bondad, humildad, mansedumbre y magnanimidad”. Y añadió que “éste es el estilo cristiano”. No la soberbia, la condena, ni hablar mal de los otros. Y concluyó pidiéndole al Señor “que nos dé a todos nosotros la gracia de soportarnos mutuamente, de perdonarnos y de ser misericordiosos como el Señor es misericordioso con nosotros”. Fuente: Zenit.
1 de septiembre de 2015. Las habladurías no consuelan ni dan coraje.
La esperanza en el encuentro final con Cristo se refuerza entre los cristianos gracias al confortarse mutuo hecho con “buenas palabras y buenas obras” y no de “chismorreos” inútiles. Lo ha afirmado el papa Francisco en la homilía de este martes en la capilla de la residencia Santa Marta, la primera misa pública después de la pausa del verano europeo.
Una fe segura en el encuentro final con Cristo que sea más fuerte que la duda y tan firme que cada día nos dé alegría, no se apoya en palabreríos y superficialidades, sino en el consolarse y animarse mutuamente en Jesús.
El Santo Padre evalúa el comportamiento de la antigua comunidad de Tesalónica que emerge del versículo de san Pablo propuesto en la liturgia de hoy. Explica que era una comunidad 'inquieta', que interrogaba y preguntaba al apóstol el 'cómo' y el 'cuándo' del regreso de Cristo, y qué futuro le esperaba a los muertos. Una comunidad a la cual fue necesario decirle: 'Quien no trabaja ni siquiera coma'.
Las habladurías no consuelan ni dan coraje
San Pablo, indica Francisco, afirma que el 'día del Señor' llegará de repente 'como un ladrón', y añade que Jesús traerá la salvación a quien cree en Él. Y concluye invitando a darse confort mutuamente y ayudarse los unos a los otros. Y es justamente este confortarse, indica el Papa, “que da esperanza”.
A continuación el Pontífice se interrogó: “¿Nosotros hablamos de ésto, que el Señor vendrá y que lo encontraremos? ¿O hablamos de tantas cosas, mismo teológicas, de cosas de la Iglesia, de curas, de monjas, de monseñores y de todo esto? ¿Y esta esperanza nos conforta? 'Darse confort mutuamente', en comunidad, en nuestras parroquias, ¿hablamos recordando que estamos esperando al Señor que viene? ¿O hablamos de eso, de aquello, de aquella, para pasar el tiempo y no aburrirnos?
El Juicio y el abrazo
En el salmo responsorial, añade Francisco, “Hemos repetido: 'Tengo la certeza de contemplar la bondad del Señor en la tierra de los vivientes'. ¿Pero tú tienes esa certeza de contemplar al Señor?”. El ejemplo que debemos imitar es el de Job, que a pesar de sus males afirmaba: 'Yo sé que Dios está vivo y yo lo veré, y lo veré con estos ojos'.
“Es verdad, Él vendrá a juzgarnos y cuando vamos a la Capilla Sixtina y vemos esta bella escena del Juicio Final, sepamos que es verdad. Y pensemos también que Él vendrá a encontrarme para que yo lo vea con estos ojos, lo abrace y esté siempre con Él. Esta es la esperanza que el apóstol Pedro nos indica que debemos explicar con nuestra vida a los otros, dar testimonio de la esperanza. Esto es en verdad confortarse, esta es la verdadera certeza: “estoy seguro de contemplar la bondad del Señor”. (Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT)
9 de julio de 2015. Jesús logra transformar una lógica del descarte,
en una lógica de comunión.
Santa Cruz. El Santo Padre celebra la misa de apertura del V Congreso Eucarístico nacional en la plaza del Cristo Redentor de Santa Cruz, Bolivia Hemos venido desde distintos lugares, regiones, poblados, para celebrar la presencia viva de Dios entre nosotros. Salimos hace horas de nuestras casas y comunidades para poder estar juntos, como Pueblo Santo de Dios. La cruz y la imagen de la misión nos traen el recuerdo de todas las comunidades que han nacido en el nombre de Jesús en estas tierras, de las cuales nosotros somos sus herederos.
En el Evangelio que acabamos de escuchar se nos describía una situación bastante similar a la que estamos viviendo ahora. Al igual que esas cuatro mil personas, estamos nosotros queriendo escuchar la Palabra de Jesús y recibir su vida. Ellos ayer y nosotros hoy junto al Maestro, Pan de vida.
En estos días, pude ver a muchas madres cargando a sus hijos en las espaldas. Como lo hacen aquí tantas de ustedes. Llevando sobre sí la vida, el futuro de su gente. Llevando sus motivos de alegría, sus esperanzas. Llevando la bendición de la tierra en los frutos. Llevando el trabajo realizado por sus manos. Manos que han labrado el presente y tejerán las ilusiones del mañana. Pero también cargando sobre sus hombros, desilusiones, tristezas y amarguras, la injusticia que parece no detenerse y las cicatrices de una justicia no realizada. Cargando sobre sí, el gozo y el dolor de una tierra. Ustedes llevan sobre sí la memoria de su pueblo. Porque los pueblos tienen memoria, una memoria que pasa de generación en generación, los pueblos tienen una memoria en camino.
Y no son pocas las veces que experimentamos el cansancio de este camino. No son pocas las veces que faltan las fuerzas para mantener viva la esperanza. Cuántas veces vivimos situaciones que pretenden anestesiarnos la memoria y así se debilita la esperanza y se van perdiendo los motivos de alegría. Y comienza a ganarnos una tristeza que se vuelve individualista, que nos hace perder la memoria de pueblo amado, de pueblo elegido. Y esa pérdida nos disgrega, hace que nos cerremos a los demás, especialmente a los más pobres.
A nosotros nos puede suceder lo que a los discípulos de ayer, cuando vieron la cantidad de gente que estaba ahí. Le piden a Jesús que los despida, mándalos a la casa, ya que es imposible alimentar a tanta gente. Frente a tantas situaciones de hambre en el mundo podemos decir: «Perdón, No nos dan los números, no nos cierran las cuentas». Es imposible enfrentar estas situaciones, entonces la desesperación termina ganándonos el corazón.
En un corazón desesperado es muy fácil que gane espacio la lógica que pretende imponerse en el mundo, en todo el mundo, de nuestros días. Una lógica que busca transformar todo en objeto de cambio, de consumo, todo negociable. Una lógica que pretende dejar espacio a muy pocos, descartando a todos aquellos que no «producen», que no se los considera aptos o dignos porque aparentemente «no nos dan los números». Jesús una vez más vuelve a hablarnos y nos dice: No es necesario excluirlos, no es necesario que se vayan, denles ustedes de comer.
Es una invitación que resuena con fuerza para nosotros hoy: «No es necesario excluir a nadie, que nadie se vaya, basta de descartes, denles ustedes de comer». Jesús nos lo sigue diciendo en esta plaza. Sí, basta de descartes, denles ustedes de comer. La mirada de Jesús no acepta una lógica, una mirada que siempre «corta el hilo» por el más débil, por el más necesitado. Tomando «la posta» Él mismo nos da el ejemplo, nos muestra el camino. Una actitud en tres palabras, toma un poco de pan y unos peces, los bendice, los parte y entrega para que los discípulos lo compartan con los demás. Ese es el camino del milagro. Ciertamente no es magia o idolatría. Jesús, por medio de estas tres acciones logra transformar una lógica del descarte, en una lógica de comunión, en una lógica de comunidad. Quisiera subrayar brevemente cada una de estas acciones.
Toma. El punto de partida, es tomar muy en serio la vida de los suyos. Los mira a los ojos y en ellos conoce su vivir, su sentir. Ve en esas miradas lo que late y lo que ha dejado de latir en la memoria y en el corazón de su pueblo. Lo considera y lo valora. Valoriza todo lo bueno que pueden aportar, todo lo bueno desde donde se puede construir. Pero no habla de los objetos, o de los bienes culturales, o de las ideas; sino habla de las personas. La riqueza más plena de una sociedad se mide en la vida de su gente, se mide en los ancianos que logran transmitir su sabiduría y la memoria de su pueblo a los más pequeños. Jesús nunca se saltea la dignidad de nadie, por más apariencia de no tener nada para aportar o compartir. Toma todo, como viene.
Bendice. Jesús toma sobre sí, y bendice al Padre que está en los cielos. Sabe que estos dones son un regalo de Dios. Por eso, no los trata como «cualquier cosa» ya que toda esa vida, es fruto del amor misericordioso. Él lo reconoce. Va más allá de la simple apariencia, y en este gesto de bendecir, de alabar, pide a su Padre el don del Espíritu Santo. El bendecir tiene esa doble mirada, por un lado agradecer y por otro el poder transformar. Es reconocer que la vida, siempre es un don, un regalo que puesto en las manos de Dios, adquiere una fuerza de multiplicación. Nuestro Padre no nos quita nada, todo lo multiplica.
Entrega. En Jesús, no existe un tomar que no sea una bendición, y no existe una bendición que no sea entrega. La bendición siempre es misión, tiene un destino, compartir, el condividir de lo que se ha recibido, ya que sólo en la entrega, en el com-partir es cuando las personas encontramos la fuente de la alegría y la experiencia de la salvación. Una entrega que quiere reconstruir la memoria de pueblo Santo, de pueblo invitado, a ser y a llevar la alegría de la salvación. Las manos que Jesús levanta para bendecir al Dios del cielo son las mismas que distribuyen el pan a la multitud que tiene hambre. Podemos imaginarnos, podemos imaginar ahora cómo iban pasando de mano en mano los panes y los peces hasta llegar a los más alejados. Jesús, logra generar una corriente entre los suyos, todos iban compartiendo lo propio, convirtiéndolo en don para los demás y así fue como comieron hasta saciarse, increíblemente sobró: lo recogieron en siete canastas. Una memoria tomada, una memoria bendecida y una memoria entregada siempre sacia a un pueblo.
La Eucaristía es «Pan partido para la vida del mundo», como dice el lema del V Congreso eucarístico que hoy inauguramos y que tendrá lugar en Tarija. Es Sacramento de comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento y nos da la certeza de que lo que tenemos, lo que somos, si es tomado, si es bendecido y si es entregado, con el poder de Dios, con el poder de su amor, se convierte en pan de vida para los demás.
La Iglesia celebra la eucaristía, celebra la memoria del Señor, el sacrificio del Señor porque la Iglesia es comunidad memoriosa. Por eso fiel al mandato del Señor, dice una y otra vez: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19) Actualiza, hace real, generación tras generación, en los distintos rincones de nuestra tierra, el misterio del Pan de Vida. Nos lo hace presente y nos lo entrega. Jesús quiere que participemos de su vida y a través nuestro se vaya multiplicando en nuestra sociedad. No somos personas aisladas, separadas, sino el Pueblo de la memoria actualizada y siempre entregada. Una vida memoriosa necesita de los demás, del intercambio, del encuentro, de una solidaridad real que sea capaz de entrar en la lógica del tomar, bendecir y entregar; en la lógica del amor.
María, que al igual que muchas de ustedes llevó sobre sí la memoria de su pueblo, la vida de su Hijo, y experimentó en sí misma la grandeza de Dios, proclamando con júbilo que Él «colma de bienes a los hambrientos» (Lc 1,53), sea hoy nuestro ejemplo para confiar en la bondad del Señor, que hace obras grandes con poca cosa, con la humildad de sus siervos. Fuente: Zenit.
6 de julio de 2015.El papel fundamental de María en las bodas
de Caná e indica que la familia
constituye la gran riqueza social.
El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» y la referencia a «la hora» se comprenderá, en los relatos de la Pasión. Está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino». Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, fecundos y alegres. Demos un lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista. Hagamos con ella ahora el itinerario de Caná. María está atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios.
No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace «ser hacia» los otros. Tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar la mala preparación de la boda. Y como está atenta con su discreción se da cuenta de la falta de vino. El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no lo hay. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida. Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, enfermedades, situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está, atenta y solícita. Es lindo escuchar esto, María es madre. ¿Se animan a decirlo todos juntos conmigo? María es madre. Otra vez. María es madre. Otra vez. María es madre.
Pero María en ese momento que se percata que falta el vino acude con confianza a Jesús, esto significa que María reza, va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su premura por las necesidades de los demás apresura la «hora» de Jesús. María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz. Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón, nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones son también preocupaciones de Dios.
Rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, nos agita o nos falta a nosotros mismos y ponernos en la piel de los otros, en sus zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: vive bajo el mismo techo, comparte la vida y está necesitado.
Y finalmente María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás. Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos servidores por amor los unos de los otros. En el seno de la familia, nadie es descartado; todos valen lo mismo. Me acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron a cuál de sus cinco hijos, nosotros somos cinco hermanos, a cuál de sus cinco hijos quería más. Ella dijo, como los dedos, si me pinchan este me duele lo mismo que si me pinchan este. Una madre quiere a sus hijos como son. Y en una familia los hermanos se quieren como son. Nadie es descartado. Allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño, cuando nos peleamos, porque en todas las familias hay peleas. El problema es después pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213).
La familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí para que se cure. La primera escuela de los niños, el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a los ciudadanos. En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos, no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y que tanto aporta al bien común de todos.
La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios.
Y en la familia, de esto somos todos testigos, los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano... muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar, el vino nuevo, ese vino tan bueno que dice el mayordomo en las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado, nace de los peorcito, «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). En la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, como el agua de las tinajas, nos escandalice o espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en milagro. La familia hoy necesita de este milagro.
Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, profundo y bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en esperanza, por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir, murmúrenselo cada uno en su corazón. Y susúrrenselo a los desesperados o desamorados. Tened paciencia, tened esperanza. Haced como María, rezar, actuar, abrir el corazón porque el mejor de los vinos va a venir. Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas. Como María nos invita, hagamos «lo que él nos diga» y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de ser familia., el gozo de vivir en familia. Fuente: Zenit. Guayaquil – Ecuador.
29 de junio de 2015. Fiesta de san Pedro y san Pablo. Homilía
Papa Francisco. La lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la primera comunidad cristiana acosada por la persecución. Una comunidad duramente perseguida por Herodes que «hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan» y «decidió detener a Pedro… Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel» (12,2-4).
Sin embargo, no quisiera detenerme en las atroces, inhumanas e inexplicables persecuciones, que desgraciadamente perduran todavía hoy en muchas partes del mundo, a menudo bajo la mirada y el silencio de todos. En cambio, hoy quisiera venerar la valentía de los Apóstoles y de la primera comunidad cristiana, la valentía para llevar adelante la obra de la evangelización, sin miedo a la muerte y al martirio, en el contexto social del imperio pagano; venerar su vida cristiana que para nosotros creyentes de hoy constituye una fuerte llamada a la oración, a la fe y al testimonio.
Una llamada a la fe. En la segunda lectura, San Pablo escribe a Timoteo: «Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje… Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo» (2 Tm 4,17-18). Dios no saca nunca a sus hijos del mundo o del mal, sino que les da fuerza para vencerlos. Solamente quien cree puede decir de verdad: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 23,1).
La comunidad de Pedro y de Pablo nos enseña que una Iglesia en oración es una iglesia en pie, sólida, en camino. Un cristiano que reza es un cristiano protegido, custodiado y sostenido, pero sobre todo no está solo.
Y sigue la primera lectura: «Estaba Pedro durmiendo… Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro… Las cadenas se le cayeron de las manos» (Hch 12,6-7).
¿Pensamos en cuántas veces ha escuchado el Señor nuestra oración enviándonos un Ángel? Ese Ángel que inesperadamente nos sale al encuentro para sacarnos de situaciones complicadas, para arrancarnos del poder de la muerte y del maligno, para indicarnos el camino cuando nos extraviamos, para volver a encender en nosotros la llama de la esperanza, para hacernos una caricia, para consolar nuestro corazón destrozado, para despertarnos del sueño existencial, o simplemente para decirnos: «No estás solo».
¡Cuántos ángeles pone el Señor en nuestro camino! Pero nosotros, por miedo, incredulidad o incluso por euforia, los dejamos fuera, como le sucedió a Pedro cuando llamó a la puerta de una casa y una sirvienta llamada Rosa, al reconocer su voz, se alegró tanto, que no le abrió la puerta (cf. Hch 12,13-14).
Ninguna comunidad cristiana puede ir adelante sin el apoyo de la oración perseverante, la oración que es el encuentro con Dios, con Dios que nunca falla, con Dios fiel a su palabra, con Dios que no abandona a sus hijos. Jesús se preguntaba: «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?» (Lc 18,7). En la oración, el creyente expresa su fe, su confianza, y Dios expresa su cercanía, también mediante el don de los Ángeles, sus mensajeros
Una llamada a la fe. En la segunda lectura, San Pablo escribe a Timoteo: «Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje… Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo» (2 Tm 4,17-18). Dios no saca nunca a sus hijos del mundo o del mal, sino que les da fuerza para vencerlos. Solamente quien cree puede decir de verdad: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 23,1).
Cuántas fuerzas, a lo largo de la historia, han intentado –y siguen intentando– acabar con la Iglesia, desde fuera y desde dentro, pero todas ellas pasan y la Iglesia sigue viva y fecunda, inexplicablemente a salvo para que, como dice san Pablo, pueda aclamar: «A Él la gloria por los siglos de los siglos» (2 Tm 4,18).
Todo pasa, solo Dios permanece. Han pasado reinos, pueblos, culturas, naciones, ideologías, potencias, pero la Iglesia, fundada sobre Cristo, a través de tantas tempestades y a pesar de nuestros muchos pecados, permanece fiel al depósito de la fe en el servicio, porque la Iglesia no es de los Papas, de los obispos, de los sacerdotes y tampoco de los fieles, es exclusivamente de Cristo. Solo quien vive en Cristo promueve y defiende a la Iglesia con la santidad de vida, a ejemplo de Pedro y Pablo.
Los creyentes en el nombre de Cristo han resucitado a muertos, han curado enfermos, han amado a sus perseguidores, han demostrado que no existe fuerza capaz de derrotar a quien tiene la fuerza de la fe. Una llamada al testimonio. Pedro y Pablo, como todos los Apóstoles de Cristo que en su vida terrena han hecho fecunda a la Iglesia con su sangre, han bebido el cáliz del Señor, y se han hecho amigos de Dios.
Pablo, con un tono conmovedor, escribe a Timoteo: « Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida» (2 Tm 4,6-8)
Una Iglesia o un cristiano sin testimonio es estéril, un muerto que cree estar vivo, un árbol seco que no da fruto, un pozo seco que no tiene agua. La Iglesia ha vencido al mal gracias al testimonio valiente, concreto y humilde de sus hijos. Ha vencido al mal gracias a la proclamación convencida de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo», y a la promesa eterna de Jesús (cf. Mt 16,13-18).
Queridos Arzobispos, el palio que hoy reciben es un signo que representa la oveja que el pastor lleva sobre sus hombros como Cristo, Buen Pastor, y por tanto es un símbolo de tarea pastoral de ustedes, es un «signo litúrgico de la comunión que une a la Sede de Pedro y su Sucesor con los metropolitanos y, a través de ellos, con los demás obispos del mundo» (Benedicto XVI, Ángelus, 29 junio 2005).
Hoy, junto con el palio, quisiera confiarles esta llamada a la oración, a la fe y al testimonio.
La Iglesia los quiere hombres de oración, maestros de oración, que enseñen al pueblo que les ha sido confiado por el Señor que la liberación de toda cautividad es solamente obra de Dios y fruto de la oración, que Dios, en el momento oportuno, envía a su ángel para salvarnos de las muchas esclavitudes y de las innumerables cadenas mundanas. También ustedes sean ángeles y mensajeros de caridad para los más necesitados.
La Iglesia los quiere hombres de fe, maestros de fe, que enseñen a los fieles a no tener miedo de los muchos Herodes que los afligen con persecuciones, con cruces de todo tipo. Ningún Herodes es capaz de apagar la luz de la esperanza, de la fe y de la caridad de quien cree en Cristo.
La Iglesia los quiere hombres de testimonio. Decía san Francisco a sus hermanos: Prediquen siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras (cf. Fuentes franciscanas, 43). No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se necesita tanto maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz, ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo, a ejemplo de Pedro y Pablo y de tantos otros testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia, testigos que, aun perteneciendo a diversas confesiones cristianas, han contribuido a manifestar y a hacer crecer el único Cuerpo de Cristo. Y Esto me complace subrayarlo en la presencia – que siempre acogemos con mucho agrado – de la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, enviada por el querido hermano Bartolomé I.
Es muy sencillo: porque el testimonio más eficaz y más auténtico consiste en no contradecir con el comportamiento y con la vida lo que se predica con la palabra y lo que se enseña a los otros. Queridos hermanos, enseñen a rezar rezando, anuncien la fe creyendo, den testimonio con la vida. (Radio Vaticano. Fuente: aciprensa)
26 de junio de 2015. “Sin cercanía no hay comunidad.”
En la homilía de este viernes, el Santo Padre invita a preguntarse si tenemos la valentía de 'tocar' al marginado y al excluido. Los cristianos deben acercarse y tender la mano a aquellos que la sociedad tiende a excluir, como hizo Jesús con los marginados de su tiempo. Esto hace de la Iglesia una verdadera comunidad. Lo ha afirmado el papa Francisco este viernes en la homilía de Santa Marta.
De este modo, el Papa ha recordado que Jesús fue el primero en ensuciarse las manos, acercándose a los excluidos. Se ensució las manos tocando a los leprosos, cuidándolos. Y así enseñó a la Iglesia que “no se puede hacer comunidad sin cercanía”. Esta mañana el Papa ha centrado su homilía sobre un personaje del Evangelio de hoy, el enfermo de lepra que con valentía se postra delante de Jesús y le dice: “Sí, si quieres, puedes sanarme”. Y Jesús lo toca y lo sana.
Y el milagro sucede bajo los ojos de los doctores de la ley para quienes el leproso era “impuro”. La lepra --ha explicado el Papa-- era una condena de por vida” y “sanar a un leproso era tan difícil como resucitar a un muerto. Y por eso eran marginados. Sin embargo, Jesús tiende la mano al excluido y demuestra el valor fundamental de una palabra, “cercanía”.
El Pontífice lo ha explicado así: “No se puede hacer comunidad sin cercanía. No se puede hacer paz sin acercarse, ni se puede hacer el bien sin acercarse”. Jesús podía decirle: ¡sánate! Pero no, se acercó y le tocó. Es más, ha añadido el Papa, “en el momento que Jesús tocó al impuro se convierte en impuro”.
Por ello, ha indicado que este es el misterio de Jesús, “tomar consigo nuestras suciedades, nuestras cosas impuras”. Igualmente, Francisco ha señalado que Pablo lo explica bien: “Siendo iguale a Dios, no estimó esta divinidad un bien irrenunciable, se aniquiló a sí mismo”. Y Pablo da un paso más explicándolo: “Se hace pecado. Jesús se hace pecado. Jesús se excluye, ha tomado consigo la impureza por acercarse a nosotros”.
A continuación, Francisco ha hablado también de la invitación que Jesús hace al leproso sanado: “No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve, preséntate al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés”. De este modo, el Papa ha precisado que esto es porque Jesús además de la proximidad quiere también la inclusión.
El Obispo de Roma lo ha explicado así: “Muchas veces pienso que sea, no digo imposible, pero muy difícil hacer el bien sin mancharse las manos. Y Jesús se manchó. Cercanía. Y después va más allá. Le dijo: ‘Vé donde los sacerdotes y haz lo que se debe hacer cuando un leproso es sanado’. Al que era excluido de la vida social, Jesús lo incluye: lo incluye en la Iglesia, lo incluye en la sociedad… ‘Vé para que todas las cosas sean como deben ser’. Jesús no marginaba nunca a nadie. Se marginaba a sí mismo, para incluir a los marginados, para incluirnos a nosotros, pecadores, marginados, con su vida”. Asimismo, el Papa ha destacado el asombro que Jesús suscita con sus afirmaciones y sus gestos. “Cuánta gente siguió a Jesús en ese momento” y “sigue a Jesús en la historia porque se asombra con su forma de hablar”, ha precisado.
Igualmente, ha mencionada cuánta gente mira de lejos y no entiende, no le interesa… Cuánta gente mira de lejos pero con corazón malo, para poner a Jesús a la prueba, para criticarlo, para condenarlo… ¡Y cuánta gente mira de lejos porque no tiene la valentía que él ha tenido, pero tiene muchas ganas de acercarse!, ha exclamado. Jesús tendió la mano a todos, haciéndose uno de nosotros, como nosotros: pecador como nosotros pero sin pecado, manchado por nuestros pecados. Y esa es la cercanía cristiana.
Para concluir la homilía, el Pontífice ha recordado que "cercanía es una bella palabra” que invita a un examen de conciencia: ¿sé acercarme?, ¿tengo ánimo, fuerza, valentía para tocar a los marginados?”. Esta es una pregunta, ha asegurado, que tiene que ver también con la Iglesia, las parroquias, las comunidades, los consagrados, los obispos, los sacerdotes, todos. Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT
25 de junio de 2015. Es necesario hablar, actuar y escuchar.
En la homilía de este jueves, el Santo Padre advierte sobre los 'pseudoprofetas', los que no ponen su casa sobre la roca. La gente sabe cuando un pastor tiene esa coherencia que le da autoridad. Así lo ha asegurado el Santo Padre esta mañana en la homilía de Santa Marta, en la que ha reflexionado sobre la distinción entre verdaderos predicadores del Evangelio y los “pseudoprofetas”.
Tal y como ha recordado Francisco, el pueblo siguió a Jesús porque Él enseñaba con autoridad y no como los escribas. Durante su homilía ha reflexionado sobre el Evangelio del día asegurando que la gente percibe cuando "un sacerdote, un obispo, un catequista, un cristiano tiene esa coherencia que les da la autoridad”. Asimismo, ha indicado que Jesús “advierte a sus discípulos” sobre los “falsos profetas”. Igualmente ha explicado cómo discernir “dónde están los verdaderos profetas y dónde están los ‘pseudoprofetas’”, “dónde están los verdaderos predicadores del Evangelio y dónde los que predican un Evangelio que no es Evangelio”.
Francisco ha hablado de tres palabras claves para entender esto: hablar, actuar y escuchar. Además, ha recordado las palabras de Jesús: “no todos los que me dicen ‘Señor, Señor’, entrarán en el Reino de los Cielo”.
Y lo ha precisado así: “estos hablan, hacen, pero les falta otra actitud, que es precisamente la base, que es precisamente el fundamento del hablar, del actuar: les falta escuchar. Por eso Jesús continúa: ‘Quien escucha mis palabras y las pone en práctica”. El binomio hablar-actuar no es suficiente… nos engaña, tantas veces nos engaña, ha advertido.
Y Jesús cambia y dice: “el binomio es el otro, escuchar y actuar, poner en práctica: ‘quien escucha mis palabras y las pone en práctica será como el hombre sabio que construye su casa sobre la roca”. Sin embargo, el Santo Padre ha subrayado también que “quien escucha las palabras pero no las hace suyas, las deja pasar, no escucha seriamente y no las pone en práctica, será como el que edifica su casa sobre arena”.
Al respecto ha precisado que “cuando Jesús advierte a la gente sobre los ‘pseudoprofetas’ dice: ‘por sus frutos les conoceréis’. Y de aquí, de su actitud: muchas palabras, hablan, hacen prodigios, hacen cosas grandes pero no tienen el corazón abierto para escuchar la Palabra de Dios, tienen miedo de la Palabra de Dios y estos son ‘pseudocristianos’, los ‘pseudopastores’. Es verdad, hacen cosas buenas, es verdad, pero les falta la roca”.
Por esta razón, el Papa ha advertido que sin esta roca “no pueden profetizar, no pueden construir: fingen porque al final todo cae”.
Y así, Francisco ha insistido en que “uno que habla y actúa, solamente, no es un verdadero profeta, no es un verdadero cristiano, al final caerá todo: no está sobre la roca del amor de Dios, no es seguro como la roca”. Y ha añadido: “uno que sabe escuchar y de la escucha, actúa, con la fuerza de la palabra de otro, no de la propia, ese permanece seguro. A pesar de que sea una persona humilde, que no parece importante, pero ¡cuántos de estos grandes hay en la Iglesia! ¡Cuántos obispos grandes, cuántos sacerdotes grandes, cuántos fieles grandes que saben escuchar y de la escucha actúan!"
Para finalizar la homilía, el Pontífice ha puesto como ejemplo a la madre Teresa de Calcuta que “no hablaba, y en el silencio ha sabido escuchar” y “ha hecho tanto”. No ha caído --ha observado-- ni ella ni su obra. De este modo ha concluido recordando que “los grandes saben escuchar y de la escuchan, actúan, porque su confianza y su fuerza está sobre la roca del amor de Jesucristo”. La debilidad --ha finalizado el Papa-- de Jesús que de fuerte se ha hecho débil para hacernos fuertes a nosotros, nos acompañe en esta celebración y nos enseñe a escuchar y a hacer de la escucha no de nuestras palabras”. Fuente: Zenit.
21 de junio de 2015. El amor de Dios es fiel, recrea y estable.
Homilía Papa Francisco en Turín (Italia). En la Oración Colecta hemos rezado: "Dona a tu pueblo, oh Padre, vivir siempre en la veneración y en el amor a tu santo nombre, porque tú nunca privas de tu gracia a los que has establecido en la roca de tu amor". Y las lecturas que hemos escuchado nos muestran cómo es este amor de Dios hacia nosotros: es un amor fiel, un amor que recrea todo, un amor estable y seguro.
El salmo nos ha invitado a agradecer al Señor "porque su amor es eterno". He aquí el amor fiel, la fidelidad: es un amor que no defrauda, que nunca falla. Jesús encarna este amor, es su testigo. Él nunca se cansa de amarnos, de soportarnos, de perdonarnos, y así nos acompaña en el camino de la vida, según la promesa que hizo a sus discípulos: "Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo". Por amor se hizo hombre, por amor ha muerto y resucitado, y por amor está siempre a nuestro lado, en los momentos bonitos y en los difíciles. Jesús nos ama siempre, hasta el final, sin límites y sin medida. Y nos ama a todos, hasta el punto que cada uno de nosotros puede decir: 'Ha dado la vida por mí. ¡Por mí!' La fidelidad de Jesús no se rinde ni siquiera ante nuestra infidelidad. Nos lo recuerda san Pablo: "Si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede renegar de sí mismo". Jesús permanece fiel, aun cuando nos hemos equivocado, y nos espera para perdonarnos: Él es el rostro del Padre misericordioso. He aquí el amor fiel.
El segundo aspecto: el amor de Dios recrea todo, es decir, hace nuevas todas las cosas, como nos ha recordado la segunda lectura. Reconocer los propios límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor que puede renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos. La salvación puede entrar en el corazón cuando nosotros nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestras equivocaciones, nuestros pecados; entonces hacemos experiencia, esa bella experiencia de Aquel que ha venido, no para los sanos, sino para los enfermos, no para los justos, sino para los pecadores. Experimentamos su paciencia --¡tiene mucha!--, su ternura, su voluntad de salvar a todos. Y ¿cuál es la señal? La señal es que nos hemos vuelto ‘nuevos’ y hemos sido transformados por el amor de Dios. Es el saberse despojar de las vestiduras desgastadas y viejas de los rencores y de las enemistades, para vestir la túnica limpia de la mansedumbre, de la benevolencia, del servicio a los demás, de la paz del corazón, propia de los hijos de Dios. El espíritu del mundo está siempre buscando novedades, pero solo la fidelidad de Jesús es capaz de la verdadera novedad, de hacernos hombres nuevos, de recrearnos.
Finalmente, el amor de Dios es estable y seguro, como los peñascos rocosos que reparan de la violencia de las olas. Jesús lo manifiesta en el milagro narrado por el Evangelio, cuando aplaca la tempestad, mandando al viento y al mar. Los discípulos tienen miedo porque se dan cuenta de que no pueden con todo ello, pero Él les abre el corazón a la valentía de la fe. Ante el hombre que grita: '¡ya no puedo más!', el Señor sale a su encuentro, le ofrece la roca de su amor, a la que cada uno puede agarrarse, seguro de que no se caerá. ¡Cuántas veces sentimos que ya no podemos más! Pero Él está a nuestro lado, con la mano tendida y el corazón abierto.
Queridos hermanos y hermanas turineses y piamonteses, nuestros antepasados sabían bien qué quiere decir ser ‘roca’, qué quiere decir ‘solidez’. De ello da un bonito testimonio un famoso poeta nuestro: "Rectos y sinceros --dice--, aparentan lo que son: cabeza cuadrada, pulso firme e hígado sano, hablan poco, pero saben lo que dicen,
aunque caminan despacio, van lejos. Gente que no ahorra tiempo, ni sudor --raza nuestra libre y testaruda--. Todo el mundo conoce quiénes son y, cuando pasan… todo el mundo los mira".
Podemos preguntarnos, si hoy estamos firmes en esta roca que es el amor de Dios. Cómo vivimos el amor fiel de Dios hacia nosotros. Siempre existe el riesgo de olvidar ese amor grande que el Señor nos ha mostrado. También nosotros, los cristianos, corremos el riesgo de dejarnos paralizar por los miedos del futuro y de buscar seguridades en cosas que pasan, o en un modelo de sociedad cerrada que tiende a excluir, más que a incluir. En esta tierra han crecido tantos santos y beatos que han acogido el amor de Dios y lo han difundido en el mundo, santos libres y testarudos. Sobre las huellas de estos testigos, también nosotros podemos vivir la alegría del Evangelio, practicando la misericordia, podemos compartir las dificultades de mucha gente, de las familias, en especial de las más frágiles y marcadas por la crisis económica. Las familias tienen necesidad de sentir la caricia maternal de la Iglesia para ir adelante en la vida conyugal, en la educación de los hijos, en el cuidado de los ancianos y también en la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones.
¿Creemos que el Señor es fiel? ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos transforma? ¿Cómo vivimos el amor firme del Señor, que se pone como barrera segura contra las olas del orgullo y de las falsas novedades? El Espíritu Santo nos ayude a ser siempre conscientes de este amor ‘rocoso’, que nos vuelve estables y fuertes en los pequeños y grandes sufrimientos, nos hace capaces de no cerrarnos ante las dificultades, de afrontar la vida con valentía y mirar al futuro con esperanza. Como entonces en el lago de Galilea, también hoy en el mar de nuestra existencia, Jesús es aquel que vence las fuerzas del mal y las amenazas de la desesperación. La paz que Él nos dona es para todos; también para tantos hermanos y hermanas que huyen de guerras y persecuciones en busca de paz y libertad.
Queridísimos, ayer han festejado a la Bienaventurada Virgen de la Consolación --La Consola--, que está allí, pequeña y sólida, sin fastuosidades, como una buena madre. Encomendémosle a nuestra Madre el camino eclesial y civil de esta tierra. Ella nos ayude a seguir al Señor, para ser fieles, para dejarnos renovar todos los días y permanecer sólidos en su amor. Así sea. (Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
19 de junio de 2015. ¿Dónde está tu tesoro?.
Los riesgos de la codicia y de acumular riquezas para sí.
Lo que salva el corazón del hombre es usar la riqueza que se tiene “para el bien común”. Las riquezas acumuladas para sí mismo están en el origen de guerras, familias destruidas, pérdida de la dignidad. Así lo ha recordado el santo padre Francisco durante la homilía de la misa celebrada en Santa Marta este viernes por la mañana. Y así, ha añadido que “la lucha de cada día” es sin embargo administrar las riquezas que se poseen y las de la tierra “para el bien común”.
El Pontífice ha advertido que las riquezas no son “como una estatua”, estáticas, que no influyen en la vida de una persona. Las riquezas --ha asegurado-- tienen la tendencia de crecer, moverse, tomar sitio en la vida y en el corazón del hombre.
Y si lo que empuja a ese hombre es el acumular, las riquezas le invadirán el corazón, que terminará “corrupto”, ha advertido Francisco. Sin embargo, lo que salva el corazón del hombre es usar la riqueza que se tiene “para el bien común”
El Santo Padre ha hecho referencia al Evangelio del día, reflexionando sobre el pasaje en el que Jesús enseña a los discípulos esta verdad: “Dónde está tu tesoro, está también tu corazón”. Por lo tanto, les advierte, “no acumulen tesoros sobre la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban; acumulen sin embargo tesoros en el Cielo”. Al respecto, ha asegurado que en “la raíz” del acumular está “la necesidad de seguridad”. Pero, "el riesgo de hacerlo solo para sí mismo y de hacerse esclavo es altísimo”.
El Papa lo ha explicado así: “al final estas riquezas no dan la seguridad para siempre. Es más, te abajan en tu dignidad. Y esto sucede en la familia: muchas familias divididas. También en la raíz de las guerras está esta ambición, que destruye, corrompe. En este mundo, en este momento, hay tantas guerras por avaricia de poder, de riquezas. Se puede pensar en la guerra en nuestro corazón”.
Al respecto ha advertido que la codicia es “un paso, abre la puerta: después viene la vanidad --creerse importante, creerse poderoso-- y al final, el orgullo. Y de allí todos los vicios, todos. Son pasos, pero el primero es este: la codicia, el querer acumular riquezas”.
Del mismo modo ha reconocido que “acumular es precisamente una cualidad del hombre” y que “hacer las cosas y dominar el mundo es también una misión”. Entonces “esta es la lucha de cada día: cómo gestionar bien las riquezas de la tierra, para que están orientadas al Cielo y se conviertan en riquezas del Cielo”, ha añadido.
A continuación, el Santo Padre ha reflexionado sobre las personas a las que el Señor bendice con las riquezas. “Lo hace administrador de esas riquezas por el bien común y por el bien de todos, no para el bien propio. Y no es fácil convertirse en un administrador honesto, porque siempre está la tentación de la codicia, del hacerse importante. El mundo te enseña esto y nos lleva por este camino. Pensar en los otros, pensar que eso que yo tengo está al servicio de los otros y que nada de lo que tengo lo llevaré conmigo. Pero si yo uso lo que el Señor me ha dado para el bien común, como administrador, esto me santifica, me hará santo”, ha explicado.
A propósito, el Papa ha indicado que a menudo se escuchan “muchas excusas” de las personas que pasan la vida acumulando riquezas. Por ello, el Santo Padre ha invitado a preguntarnos cada día: “¿Dónde está tu tesoro? ¿En las riquezas o en esta administración, en este servicio para el bien común?
Finalmente, el Pontífice ha advertido que muchos tranquilizan su conciencia con la limosna y dan lo que les sobra. Administrar la riqueza --ha precisado-- es un despojarse continuamente del propio interés y no pensar que estas riquezas nos darán la salvación. Acumular, sí, está bien. Tesoros sí, está bien: pero los que tienen precio en la ‘bolsa de valores’, la del Cielo. Fuente: Zenit.
18 de junio de 2015. El Santo Padre ha pedido que el cristiano sea
consciente de que sin la ayuda del Señor
no puede caminar en la vida.
Lo ha hecho durante la homilía de la misa matutina celebrada en Santa Marta. De este modo, ha subrayado que solamente podemos rezar bien si somos capaces de perdonar a los hermanos y tener un corazón en paz.
Durante la homilía, Francisco ha reflexionado sobre tres puntos: “debilidad, oración y perdón”. Y así, ha subrayado que "somos débiles, una debilidad que todos llevamos tras la herida del pecado original”. Además ha añadido que somos débiles, que “resbalamos en los pecados y no podemos ir adelante sin la ayuda del Señor”.
Al respecto, el Pontífice ha advertido que “quien se cree fuerte, quien se cree capaz de desenvolverse solo, por lo menos es ingenuo y al final, sigue siendo un hombre derrotado por tantas, tantas debilidades que lleva en sí mismo”. No podemos dar un paso en la vida cristiana --ha añadido-- sin la ayuda del Señor, porque somos débiles. Y aquel que está de pie, esté atento a no caer porque es débil
Por otro lado el Papa ha recordado que también somos débiles en la fe. “Todos nosotros tenemos fe, todos queremos ir adelante en la vida cristiana pero si no somos conscientes de nuestra debilidad terminaremos vencidos”. Por esta razón, ha asegurado el Pontífice, es bella aquella oración que dice: “Señor sé que en mi debilidad nada puedo sin tu ayuda”.
A continuación ha dirigido un pensamiento a la “oración”. El Papa ha explicado que Jesús “enseña a orar”, pero no “como los paganos” que pensaban que eran “escuchados a fuerza de palabras”. Al respecto, Francisco ha recordado que la madre de Samuel pedía al Señor la gracia de tener un hijo y, rezando, apenas movía los labios. El sacerdote que estaba allí, la miraba y creía que ella estaba borracha y la regañó.
De este modo, ha exhortado a comenzar la oración con la fuerza del Espíritu que reza en nosotros, rezar así, simplemente. “Con el corazón abierto en la presencia de Dios que es Padre y sabe, sabe qué necesitamos antes de decírselo”, ha asegurado.
Finalmente, el Obispo de Roma ha hablado del perdón, subrayando cómo Jesús enseña a los discípulos que si ellos no perdonan las culpas de los otros, tampoco el Padre les perdonará.
“Solo podemos rezar bien y decir ‘Padre’ a Dios si nuestro corazón está en paz con los demás, con los hermanos.
- ‘Pero, padre, éste me ha hecho esto; éste me ha hecho esto y me ha hecho aquello...’.
- ‘Perdona. Perdona, como Él te perdonará’.
Y así la debilidad que nosotros tenemos, con la ayuda de Dios en la oración se transforma en una fortaleza porque el perdón es una gran fortaleza. Es necesario ser fuertes para perdonar, pero esta fortaleza es una gracia que nosotros debemos recibir del Señor porque somos débiles”
16 de junio de 2015. En la homilía de este martes, el Santo Padre
ha recordado que ser pobre es dejarse enriquecer
por la pobreza de Cristo y no querer ser rico
con otras riquezas que no sean las de Cristo.
Si se quita la pobreza del Evangelio no se puede entender el mensaje de Jesús. Lo ha afirmado el santo padre Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. El Papa ha recordado que es injusto definir como “comunistas” a los sacerdotes u obispos que hablan de los pobres.
Tal y como ha recordado el Santo Padre, San Pablo organiza la colecta en la Iglesia de Corinto para la Iglesia de Jerusalén que vive momentos difíciles de pobreza. Por eso, Francisco ha desarrollado su homilía sobre la “teología de la pobreza” tomando la Primera Lectura del día y también ha subrayado que hoy como entonces, pobreza es “una palabra que siempre avergüenza”. El Papa ha explicado que muchas veces se escucha decir: “pero este sacerdote habla demasiado de pobreza, este obispo habla de pobreza, este cristiano, esta monja habla de pobreza… ¿Son un poco comunistas no?” Sin embargo, ha recordado, “la pobreza está precisamente en el centro del Evangelio. Si quitamos la pobreza del Evangelio, no se entendería nada del mensaje de Jesús”.
Así, ha proseguido, San Pablo hablando a la Iglesia de Corinto evidencia cuál es su verdadera riqueza: “Sed ricos en cada cosa, en la fe, en la palabra, en la conciencia, en todo celo y en la caridad que os hemos enseñado”. Es la exhortación del apóstol de la gentes, “como sois ricos, sedlo también en esta obra generosa” en “esta colecta”.
De este modo ha añadido: “si tenéis mucha riqueza en el corazón, esta riqueza tan grande --el celo, la caridad, la Palabra de Dios, el conocimiento de Dios-- haced que esta riqueza llegue a los bolsillos. Y esta es una regla de oro. Cuando la fe no llega a los bolsillos, no es una fe genuina. Es una regla de oro que Pablo dice aquí: ‘vosotros sois ricos en muchas cosas, ahora, así, sedlo también en esta obra generosa’”. Y ha proseguido el Papa: “hay esta contraposición entre riqueza y pobreza. La Iglesia de Jerusalén es pobre, está en dificultades económicas, pero es rica, porque tiene el tesoro del anuncio evangélico. Y esta Iglesia de Jerusalén, pobre, ha enriquecido a la Iglesia de Corinto con el anuncio evangélico; le ha dado la riqueza del Evangelio”.
Vosotros, ha proseguido Francisco retomando a San Pablo, que “sois ricos económicamente y que sois ricos con tantas cosas, erais pobres sin el anuncio del Evangelio, pero habéis enriquecido la Iglesia de Jerusalén, extendiendo el pueblo de Dios”. De la pobreza viene la riqueza --ha recordado-- es un intercambio mutuo. Aquí está el fundamento de la pobreza. Jesucristo de rico que era --de la riqueza de Dios-- se ha hecho pobre, se ha abajado por nosotros. Este es el significado de la primera bienaventuranza, “bienaventurados los pobre de espíritu”. El Papa ha afirmado que “ser pobre es dejarse enriquecer por la pobreza de Cristo y no querer ser rico con otras riquezas que no sean las de Cristo”. Por eso, Francisco ha recordado que “cuando nosotros ayudamos a los pobres, no hacemos cristianamente obras de beneficencia. Esto es bueno, es humano --las obras de beneficencia son cosas buenas y humanas-- pero esta no es la pobreza cristiana, que quiere Pablo, que predica Pablo. La pobreza cristiana es que yo doy de lo mío y no de lo superfluo, también de lo necesario, al pobre, porque sé que él me enriquece. ¿Y por qué me enriquece el pobre? Porque Jesús ha dicho que Él mismo está en el pobre”.
Por otro lado, el Pontífice ha señalado que cuando me despojo de algo “pero no solo de lo superfluo, para dar a un pobre, a una comunidad pobre”, esto “me enriquece”. Jesús actúa en mí cuando hago esto y Jesús actúa en él, para enriquecerme cuando hago esto, ha subrayado.
Para finalizar la homilía, Francisco ha indicado que “esta es la teología de la pobreza, por esto es que la pobreza está al centro del Evangelio, no es una ideología”. Es precisamente este misterio, el misterio de Cristo que se ha abajado, se ha humillado, se ha empobrecido para enriquecerse. De este modo el Papa ha explicado que “así se entiende que la primera de las bienaventuranzas sea “bienaventurados los pobres de espíritu”.
Y así, para concluir, el Santo Padre ha reconocido que ser pobre de espíritu es ir sobre este camino del Señor: la pobreza del Señor que, también se abaja tanto que ahora se hace ‘pan’ para nosotros, en este sacrificio. Continúa abajándose en la historia de la Iglesia, en el memorial de su pasión, en el memorial de su humillación, en el memorial de su abajamiento, en el memorial de su pobreza, y de este ‘pan’ Él se enriquece. (Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT)
11 de junio de 2015. "Camino, servicio y gratuidad"
estos son los tres puntos sobre los cuales el papa Francisco desarrolló en la mañana de este jueves, su homilía de la misa cotidiana en la Domus Santa Marta. Camino. Comentando el pasaje del Evangelio en el que Jesús envía a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva, el Papa dijo que Jesús les invita a hacer un camino que no es un paseo, con un mensaje: el anuncio del Evangelio
para llevar la salvación. "Esto --agregó-- es la tarea que Jesús da a sus discípulos. Si un discípulo se queda quieto y no sale, no dará jamás a los demás lo que ha recibido en el bautismo, no es un verdadero discípulo de Jesús: carece de la misionaridad, le falta salir de sí mismo para llevar algo de bien a los demás".
“El recorrido para el discípulo de Jesús es ir más allá, para llevar esta buena noticia. Si bien hay también otro recorrido del discípulo: el recorrido interior que busca al Señor cada día, también con la oración y en la meditación".
El discípulo tiene que realizar este recorrido, "porque si no busca siempre a Dios, al Evangelio que lleva a los otros, tendrá un evangelio débil, aguado, sin fuerza”. Porque “este doble recorrido --señaló el Santo Padre-- es el doble camino que Jesús quiere para sus discípulos”.
Servir. Está después una segunda palabra: servir. Porque “un discípulo que no sirve a los demás no es cristiano. El discípulo tiene que hacer lo que Jesús ha predicado en esas dos columnas de la cristiandad: las bienaventuranzas, que son el protocolo con el cual seremos juzgados. Mateo capítulo 25”.
Si un discípulo no camina para servir, no sirve para caminar. Si su vida no es para servir, no sirve para vivir como cristiano. Y allí se encuentra la tentación del egoísmo: sí, soy cristiano, según yo estoy en paz, me confieso, voy a misa, cumplo los mandamientos. Pero falta el servicio de los demás: el servicio a Jesús, a los enfermos, a los encarcelados, a los hambrientos, a quien está desnudo. "Esto es lo que Jesús nos dijo que debíamos hacer, porque Él está allí, para servir a Cristo en el otro".
Gratuidad: La tercera palabra es "gratuidad". "Gratuitamente recibimos, gratuitamente tenemos que dar", es la advertencia de Jesús.
"El camino del servicio es gratuito --subrayó -- porque hemos recibido la salvación gratuitamente, pura gracia: ninguno de nosotros ha comprado la salvación, ninguno de nosotros se la merecía. Es pura gracia del Padre en Jesucristo, en el sacrificio de Jesucristo".
Es triste cuando encontramos cristianos que se olvidan de estas palabras de Jesús, cuando nos encontramos a comunidades cristianas, a parroquias, congregaciones religiosas, diócesis que se olvidan de la gratuidad, indicó el Santo Padre. "Porque detrás de esto hay un error, presumir que la salvación viene de la riqueza, del poder humano".
Tres palabras, reiteró el Papa: "Camino como una invitación para anunciar. Servicio: la vida cristiana no es para sí mismo, es para los demás, al igual que la vida de Jesús". Y tercero: "La gratuidad. Nuestra esperanza está en Jesucristo, que nos da así una esperanza que no defrauda". Pero, advirtió, "cuando la esperanza se encuentra en la propia comodidad durante el camino, o la esperanza está en el egoísmo que busca cosas para sí mismo, y no para servir a los demás, o cuando la esperanza está en la riqueza o en las pequeñas seguridades mundanas, todo se derrumba. El Señor mismo lo hace desmoronarse". Fuente: Zenit.
9 de junio de 2015. El papa Francisco en la homilía de este martes, invitó
a proteger la identidad cristiana,
permitiendo que el Espíritu Santo
nos lleve adelante en la vida.
Y puso en guardia del querer transformar el cristianismo en una 'linda idea', del vivir de las novedades y mensajes de último momento, y del riesgo del mundanismo espiritual. Recordando las palabras de san Pablo a los Corintios, indicó que “para llegar a esta identidad cristiana” Dios “nos ha hecho hacer un largo camino en la historia” hasta el momento que envió a su Hijo. Así también nosotros, indicó, “tenemos que hacer en la vida un largo camino para que esta identidad sea fuerte”, al punto de “poder dar testimonio”. O sea un camino que va de la ambigüedad a la identidad”.
"Es verdad que está el pecado -prosiguió el Santo Padre- y si nos hace caer tenemos la fuerza del Señor para levantarnos y proseguir con nuestra identidad". Es fundamental, dijo “ser fiel en esta identidad cristiana y dejar que el Espíritu Santo, que es la garantía, el regalo en nuestro corazón, nos lleve adelante en la vida”. Porque no somos personas que van atrás de una filosofía, sino que “estamos unidos y tenemos la garantía del Espíritu Santo”.
Y porque somos pecadores la identidad cristiana “es tentada y las tentaciones vienen siempre” y “la identidad cristiana se puede debilitar”. Iniciando por pasar del testimonio a las ideas, “aguar el testimonio” y hacer del cristianismo una linda idea.
En cambio la identidad cristiana es concreta. Lo leemos en las bienaventuranzas. Si no, pasamos a una religión un poco soft, en el sendero de los agnósticos. Sin olvidar que “la cruz es un escándalo”, y por lo tanto no se puede buscar a Dios “con una espiritualidad un poco etérea”.
Están también “aquellos que siempre tienen necesidad de una novedad en la identidad cristiana” y se han “olvidado que han sido elegidos unidos”, que “tienen la garantía del Espíritu” y buscan. Por ejemplo, “¿dónde están los videntes que nos dirán hoy la carta que la Virgen nos mandará a las 16 horas?”. Y viven de esto.
Otro camino para retroceder en la identidad cristiana, añadió, es el mundanismo. Ampliar tanto la conciencia que allí entra todo. Y la sal pierde el sabor. “Y vemos a comunidades cristianas, también cristianas, que se dicen cristianas, pero no pueden y no saben dar testimonio de Jesucristo”.
“En la historia de la salvación, Dios con su paciencia de Padre, nos ha llevado de la ambigüedad a las certezas, a lo concreto que fue la Encarnación y la muerte redentora de su Hijo. Esta es nuestra identidad”.
San Pablo, añadió el Papa, se afirma en Jesús “hecho hombre y uerto por obediencia”. “Esta es la identidad y allí está el testimonio”. Es una gracia, concluyó, “que debemos pedir al Señor: que siempre nos dé este regalo, este don de una identidad que no intenta adaptarse a las cosas” hasta “perder el sabor de la sal”. (Texto de la Radio Vaticano, traducido y adaptado por ZENIT)
1 de junio de 2015. La victoria del amor de Dios por el hombre
se manifiesta precisamente en el aparente
“fracaso” de la Cruz de su Hijo.
Demasiadas veces hemos dicho a Jesús “vete” al no reconocerle en un fracaso. El Papa ha comentado la parábola de los labradores asesinos del Evangelio del día, durante su homilía celebrada en Santa Marta, hoy lunes. La piedra descartada que se convierte en piedra angular. Un patíbulo escandaloso. que parece el final de una historia llena de esperanza y sin embargo es el inicio de la salvación del mundo. Dios construye en la debilidad, pero si uno lee las páginas de la “historia de amor entre Dios y su pueblo parece ser una historia de fracasos”, ha observado el Papa.
Como sucede --ha precisado-- en la parábola de los labradores asesinos, que aparece como el “fracaso del sueño de Dios”. Tal y como ha explicado el Santo Padre, hay un hombre que construye una viña y están los labradores que matan a todos los que envía el señor. Pero es precisamente de esos muertos que todo toma vida. “Los profetas, los hombres de Dios que han hablado al pueblo, que no fueron escuchados, que fueron descartados, serán su gloria. El Hijo, el último enviado, que fue precisamente descartado por eso, juzgado, no escuchado y asesinado, se convirtió en piedra angular”, ha indicado Francisco. Asimismo ha subrayado que esta historia que comienza con un sueño de amor, y que parece ser una historia de amor, después parece terminar en una historia de fracasos, pero que termina con el gran don de Dios, que del descarte saca la salvación; de su Hijo descartado nos salva a todos”.
Por eso, el Papa ha observado que es aquí donde la lógica del fracaso “se cae”. Y Jesús lo recuerda a los jefes del pueblo, citando la Escritura: “La piedra que descartaron los constructores es ahora piedra angular. Esto lo ha hecho el Señor y es una maravilla a nuestros ojos”.
Así, Francisco ha observado que es bonito leer en la Biblia, también en los lamentos de Dios, el Padre que llora cuando su pueblo no sabe obedecer a Dios, porque se quieren convertir en dios. “El camino de nuestra redención es un camino de muchos fracasos. También el último, el de la cruz, es un escándalo. Pero precisamente ahí vence el amor. Y esa historia que comienza con un sueño de amor y continúa con una historia de fracasos, termina en la victoria del amor: la cruz de Jesús. No debemos olvidar este camino, es un camino difícil”, ha explicado el Pontífice.
De este modo, Francisco ha asegurado que “si cada uno de nosotros hace un examen de conciencia, verá cuántas veces, cuántas veces ha expulsado a los profetas. Cuántas veces ha dicho a Jesús ‘vete’, cuántas veces ha querido salvarse a sí mismo, cuántas veces hemos pensado que nosotros éramos los justos”.
Finalmente, el Obispo de Roma en su homilía de este lunes, ha pedido no olvidar nunca que “el amor de Dios con su pueblo” se manifiesta en la muerte del Hijo en la cruz. Nos hará bien --ha concluido-- hacer memoria de esta historia de amor que parece fracasada, pero al final vence. Es hacer memoria de la historia de nuestra vida, de esa semilla de amor que Dios ha sembrado en nosotros y cómo ha ido, y hacer lo mismo que ha hecho Jesús en nuestro nombre: se humilló. Texto de Radio Vaticano adaptado y traducido por ZENIT
29 de mayo de 2015. La fe auténtica, abierta a los otros y al perdón,
obra milagros. Dios nos ayuda a no caer
en una religiosidad egoísta y empresaria.
Así lo ha recordado el Santo Padre Francisco durante la homilía de esta mañana en Santa Marta. El Evangelio de hoy propone “tres modos de vivir” en las imágenes de la higuera que no da frutos, en los comerciantes del templo y en el hombre de fe. Tal y como ha explicado el Papa, la higuera representa la esterilidad, una vida estéril, incapaz de dar nada.
Una vida que no da fruto, incapaz de hacer el bien. “Vive para sí, tranquilo, egoísta, no quiere problemas. Y Jesús maldice el árbol de la higuera, porque es estéril, porque no ha hecho lo suyo para dar fruto”, ha explicado el Papa. Representa a la persona --ha proseguido-- que no hace nada para ayudar, que vive siempre por sí misma, para que no le falta nada. Al final estos se convierten en neuróticos, ha advertido. Y así, el Santo Padre ha recordado que Jesús “condena la esterilidad espiritual, el egoísmo espiritual".
La otra forma de vivir de la que hablado el Papa es la de los “explotadores, de los comerciantes en el templo. Explotan también el lugar sagrado de Dios para hacer negocios: cambian las monedas, venden los animales para el sacrificio, también entre ellos se vuelven como un sindicato para defender. Esto no solo era tolerado, sino también permitido por los sacerdotes del templo”. Son: --ha precisado Francisco-- los que hacen de la religión un negocio. En la Biblia está la historia de los hijos de un sacerdote que “empujaban a la gente a dar ofrendas y ganaban mucho, también de los pobres”. Y Jesús dice: 'Mi casa será llamada casa de oración. Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en una cueva de ladrones.
De este modo, el papa Francisco ha señalado que la gente que iba en peregrinación allí a pedir la bendición del Señor, a hacer un sacrificio, era explotada. “Los sacerdotes allí no enseñaban a rezar, no les daban catequesis… Era una cueva de ladrones”, ha advertido. Y ha añadido: “No sé si nos hará bien pensar si con nosotros ocurre algo parecido. No lo sé. Es utilizar las cosas de Dios por el propio beneficio”.
Finalmente ha reflexionado sobre la tercera forma de vivir la fe, como Jesús indicaba. “Tened fe en Dios. Si uno dijera a un monte ‘levántate y tírate al mar’, sin dudas en su corazón, creyendo que lo que dice sucede, eso sucederá. Todo lo que pidáis en la oración, tened fe en obtenerlo y sucederá’. Sucederá precisamente lo que pedimos con fe”.
Y esto, el Papa lo ha explicado así: “Es el estilo de vida de la fe.
-‘Padre, ¿qué debo hacer para esto?’
-‘Pues pídelo al Señor, que te ayude a hacer cosas buenas, pero con fe. Solo una condición: cuando uno se pone a rezar pidiendo esto, si tiene algo contra alguien, lo perdone. Es la única condición, para que también vuestro Padre que está en el cielo perdone, nuestros pecados’”. Este es el tercer estilo de vida, según ha explicado el Papa. “La fe, la fe para ayudar a los otros, para acercarse a Dios. Esta fe que hace milagros”, ha indicado. Para concluir, el Pontífice ha invitado a pedir al Señor “que nos enseñe este estilo de vida de fe y que nos ayude a no caer nunca, a nosotros, a cada uno de nosotros, a la Iglesia, en la esterilidad y en el mundo de los negocios”. Texto de Radio Vaticano adaptado y traducido por ZENIT
28 de mayo de 2015. Hay cristianos que alejan a la gente
de Jesús porque piensan solo en su relación con Dios o
porque son empresarios o mundanos o rigoristas.
Y hay cristianos que escuchan realmente el grito de cuantos necesitan al Señor. Así lo ha asegurado el Santo Padre durante la homilía de Santa Marta.
De este modo, al comentar el Evangelio del ciego Bartimeo que grita a Jesús para ser sanado, mientas los discípulos le regañan para que no lo haga, el Papa ha enumerado tres tipos de cristianos. Hay cristianos que se ocupan solo de su relación con Jesús, una relación “cerrada, egoísta”, y no escuchan el grito de los otros. “Ese grupo de gente, también hoy, no escucha el grito de muchos que necesitan a Jesús. Un grupo de indiferentes: no escuchan, creen que la vida sea su grupito; están contentos; están sordos al clamor de tanta gente que necesita salvación, que necesita la ayuda de Jesús, que necesita de la Iglesia. Esta gente es egoísta, vive para sí misma. Son incapaces de escuchar la voz de Jesús”, ha explicado el Papa.
También ha hablado del grupo de los que escuchan este grito que pide ayuda, pero que lo quieren hacer callar. Como cuando los discípulos alejan a los niños para que no incomoden al Maestro. En este grupo están los “empresarios, que están cerca de Jesús”, están en el templo, parecen “religiosos”, pero “Jesús les expulsa, porque hacían negocios allí, en la casa de Dios”. Son esos que --ha proseguido-- no quieren escuchar el grito de ayuda, sino que prefieren hacer sus negocios y usando al pueblo de Dios, usando a la Iglesia. Estos ‘empresarios’ alejan a la gente de Jesús. Y en este grupo están los cristianos que no dan testimonio. El Papa lo ha explicado así: “son cristianos de nombre, cristianos de salón, cristianos de recepciones, pero su vida interior no es cristiana, es mundana. Uno que se dice cristiano y vive como un mundano, aleja a los que piden ayuda a gritos a Jesús”.
Están los rigoristas, a quienes Jesús regaña porque que cargan mucho peso sobre los hombros de la gente. Jesús, ha recordado Francisco, les dedica todo el capítulo 23 de san Mateo. “Hipócritas, explotáis a la gente”, les dice Jesús. Y en vez de responder al grito que pide salvación alejan a la gente, ha subrayado el Santo Padre.
Y finalmente está el tercer grupo de cristianos, “los que ayudan a acercarse a Jesús”. “Está el grupo de cristianos que tienen coherencia entre lo que creen y lo que viven, y ayudan a acercarse a Jesús, a la gente que grita, pidiendo salvación, pidiendo la gracia, pidiendo la salud espiritual por su alma”, ha precisado el Pontífice.
Para concluir, el Santo Padre ha recordado que "nos hará bien hacer un examen de conciencia para entender si somos cristianos que alejan a la gente de Jesús o la acercan, porque escuchamos el grito de muchos que piden ayuda para su salvación".
26 de mayo de 2015. No se puede seguir a Jesús y al mundanismo,
ni se puede tener el cielo y la tierra, es feo un cristianismo a mitad y es necesario tomar una decisión radical. Lo indicó este martes por la mañana el papa Francisco en la homilía en la capilla de la residencia Santa Marta, partiendo de la pregunta de Pedro a Jesús, sobre qué habrían ganado los discípulos en seguirle, una pregunta realizada después de que el Señor le había dicho al joven rico de vender todos sus bienes y darlos a los pobres.
Por ello el Santo Padre observa que Jesús respondió en una dirección diversa de la que se esperaban los discípulos: no habla de riquezas, promete en cambio la herencia del Reino de los cielos, sin excluir “persecución y la cruz”. “Cuando un cristiano -indicó Francisco- está apegado a los bienes, da la mala impresión de una cristiano que quiere tener dos cosas: el cielo y la tierra. Y la piedra de paragón justamente es la que Jesús indica: la cruz y las persecuciones. Esto quiere decir negarse a sí mismo, llevar cada día la cruz...”
Porque “los discípulos al seguir a Jesús tenían esta tentación: ¿Será un buen negocio? Pensemos a la mamá de Santiago y Juan, cuando le pide a Jesús un lugar para sus hijos: 'A este me lo haces primer ministro, a este otro ministro de economía...' porque tiene el interés mundano de seguir a Jesús”. Pero después, indicó Francisco, “el corazón de estos discípulos fue purificado”, hasta que llegó Pentecostés y ellos “entendieron todo”.
“La gratuidad en seguir a Jesús -añadió el Pontífice- es la respuesta a la gratuidad del amor y de la salvación que nos da Jesús”. Y cuando “se quiere ir sea con Jesús que con el mundo, sea con la pobreza que con la riqueza, esto es un cristianismo a mitad, que quiere una ganancia material. Es el espíritu del mundo”. Esos cristianos hacen eco a las palabras del profeta Elías, “cojean con las dos piernas” porque “no saben lo que quieren”.
Por lo tanto evidenció que para entender esto es necesario acordarse de que Jesús nos anuncia que “los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros”, o sea “aquel que se cree o que es el más grande” se tiene que volver “el servidor, el más pequeño”.
“Seguir a Jesús desde el punto de vista humano no es un buen negocio: es servir. Lo ha hecho Él, y si el Señor te da la posibilidad de ser el primero, tú tienes que comportarte como el último, o sea, servir. Y si el Señor te da la posiblidad de tener bienes, tú debes emplearte en servir a los otros. Son tres cosas, tres escalones, los que te alejan de Jesús: las riquezas, la vanidad y el orgullo. Por esto son tan peligrosas las riquezas, porque te llevan en seguida a la vanidad y te crees importante. Y cuando uno se cree importante pierde la cabeza y se pierde”.
El camino indicado por el Señor, es el del 'despojarse como ha hecho Él, indicó el Papa, precisando sus palabras: “Quien es el primero entre ustedes se haga siervo de todos”. Y a Jesús este 'trabajo' con los discípulos le “costó mucho tiempo porque ellos no entendían bien”. Por ello “también nosotros tenemos que pedirle a Él que nos enseñe este camino, esta ciencia de saber servir, esta ciencia que es ser humildes, esta ciencia que es volverse los últimos para servir a los hermanos y hermanas de la Iglesia”.
“Que feo es -indicó el Papa- ver a un cristiano, sea laico, consagrado, sacerdote, obispo, cuando se ve que busca dos cosas: seguir a Jesús y a los bienes, seguir a Jesús y al mundanismo. Esto es un anti-testimonio que aleja a la gente de Jesús. Prosigamos ahora con la celebración eucarística pensando a la pregunta de Pedro: 'Hemos dejado todo, ¿cómo nos pagarás?' Y pensando a la respuesta de Jesús. El pago que nos dará es asemejarnos a Él. Este será el 'sueldo'. ¡Un gran sueldo, asemejarnos a Jesús!” Fuente: Zenit.
25 de mayo de 2015.
El apego a las riquezas nos entristece y nos hace estériles,
Las riquezas deben servir para el bien común. Una abundancia de bienes vivida de forma egoísta y triste quita esperanza y está en el origen de cualquier tipo de corrupción, grande o pequeña. Así lo afirma el Santo Padre durante la homilía de la misa celebrada en santa Marta este lunes. De este modo, ha comentado el pasaje del joven rico que quiere seguir a Jesús.
El joven se queda triste cuando Jesús le pide que venda sus riquezas. De golpe, “la alegría y la esperanza” en ese joven rico desaparecen, porque no quiere renunciar a su riqueza. Por eso, el Santo Padre ha señalado que “el apego a las riquezas está en el inicio de todo tipo de corrupción, por todas partes: corrupción personal, corrupción en los negocios, también en la pequeña corrupción comercial, de esa que quita 50 gramos al peso exacto, corrupción política, corrupción de la educación…”. Y ¿por qué?, se ha preguntado. “Porque los que viven apegados a los propios poderes, a las propias riquezas, se creen en el paraíso. Están cerrados, no tienen horizonte, no tienen esperanza. Al final tendrán que dejar todo”.
Asimismo, ha explicado que “hay un misterio en la posesión de las riquezas”. “Las riquezas tienen la capacidad de seducir, de llevarnos a una seducción y hacernos creer que estamos en un paraíso terrestre”, ha observado. Sin embargo, ese paraíso terrestre es un lugar sin horizonte, ha indicado el Papa. “Vivir sin horizonte es una vida estéril, vivir sin esperanza es una vida triste. El apego a las riquezas nos entristece y nos hace estériles”, ha precisado. Y ha explicado que utiliza el término “apego” y no “administrar bien las riquezas”, porque las riquezas son para el bien común, para todos. Y si el Señor se lo da a una persona es para que esa persona lo haga para el bien de todos, no para sí mismo, no para que lo cierre en su corazón, que después con esto se hace corrupto y triste, ha advertido Francisco.
Y así ha proseguido señalando que las riquezas sin generosidad “nos hacen creer que somos poderosos, como Dios. Y al final nos quitan lo mejor, la esperanza”.
Para finalizar, el Pontífice ha recordado que Jesús indica en el Evangelio cuál es la forma justa para vivir una abundancia de bienes: “la primera bienaventuranza: ‘bienaventurados los pobres de espíritu’, es decir, desprenderse de este apego y hacer que las riquezas que el Señor le ha dado sean para el bien común. La única manera. Abrir la mano, abrir el corazón, abrir el horizonte. Pero si tienes la mano cerrada, tienes el corazón cerrado como ese hombre que hacía banquetes y llevaba vestidos lujosos, no tienes horizontes, no ves a los que tienen necesidades y terminarás como ese hombre: lejos de Dios”. (Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT)
24 de mayo de 2015. El mundo necesita hombres y mujeres
llenos del Espíritu Santo.
Homilía Santo padre Francisco, pentecostés. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo... recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 21.22). Así nos dice Jesús. La efusión que se dio en la tarde de la resurrección se repite en el día de Pentecostés, reforzada por extraordinarias manifestaciones exteriores. La tarde de Pascua Jesús se aparece a sus discípulos y sopla sobre ellos su Espíritu. (cf. Jn 20, 22); en la mañana de Pentecostés la efusión se produce de manera fragorosa, como un viento que se abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las mentes y en los corazones de los Apóstoles. En consecuencia reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo: «Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas» (Hch 2, 4). Junto a ellos estaba María, la Madre de Jesús, primera discípula, Madre de la Iglesia naciente. Con su paz, con su sonrisa, acompañaba el gozo de la joven Esposa, la Iglesia de Jesús.
La Palabra de Dios, hoy de modo especial, nos dice que el Espíritu actúa, en las personas y en las comunidades que están colmadas de él: guía hasta la verdad plena (Jn 16, 13), renueva la tierra (Sal 103) y da sus frutos (Ga 5, 22-23). Guía, renueva y fructifica.
En el Evangelio, Jesús promete a sus discípulos que, cuando él haya regresado al Padre, vendrá el Espíritu Santo que los «guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 13). Lo llama precisamente «Espíritu de la verdad» y les explica que su acción será la de introducirles cada vez más en la comprensión de aquello que él, el Mesías, ha dicho y hecho, de modo particular de su muerte y de su resurrección. A los Apóstoles, incapaces de soportar el escándalo de la pasión de su Maestro, el Espíritu les dará una nueva clave de lectura para introducirles en la verdad y en la belleza del evento de la salvación. Estos hombres, antes asustados y paralizados, encerrados en el cenáculo para evitar las consecuencias del viernes santo, ya no se avergonzarán de ser discípulos de Cristo, ya no temblarán ante los tribunales humanos. Gracias al Espíritu Santo del cual están llenos, ellos comprenden «toda la verdad», esto es: que la muerte de Jesús no es su derrota, sino la expresión extrema del amor de Dios. Amor que en la Resurrección vence a la muerte y exalta a Jesús como el Viviente, el Señor, el Redentor del hombre, el Redentor y e Señor de la historia y del mundo. Y esta realidad, de la cual ellos son testigos, se convierte en Buena Noticia que se debe anunciar a todos. Hoy, el Espíritu santo, renueva, guía.
El don del Espíritu Santo renueva la tierra. El Salmo que hoy hemos recado en el Oficio de las lectuas dice: «Envías tu espíritu... y repueblas la faz tierra» (Sal 103, 30). El relato de los Hechos de los Apóstoles sobre el nacimiento de la Iglesia encuentra una correspondencia significativa en este salmo, que es una gran alabanza a Dios Creador. El Espíritu Santo que Cristo ha mandado de junto al Padre, y el Espíritu Creador que ha dado vida a cada cosa, son uno y el mismo. Por eso, el respeto de la creación es una exigencia de nuestra fe: el “jardín” en el cual vivimos no se nos ha confiado para que abusemos de él, sino para que lo cultivemos y lo custodiemos con respeto (cf. Gn 2, 15). Pero esto es posible solamente si Adán – el hombre formado con tierra – se deja a su vez renovar por el Espíritu Santo, si se deja reformar por el Padre según el modelo de Cristo, nuevo Adán. Entonces sí, renovados por el Espíritu de Dios, podemos vivir la libertad de los hijos en armonía con toda la creación y en cada criatura podemos reconocer un reflejo de la gloria del Creador, como afirma otro salmo: «¡Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8, 2.10). Guía, renueva y dona. Da fruto.
En la carta a los Gálatas, san Pablo vuelve a mostrar cual es el “fruto” que se manifiesta en la vida de aquellos que caminan según el Espíritu (Cf. 5, 22). Por un lado está la «carne», acompañada por sus vicios que el Apóstol nombra, y que son las obras del hombre egoísta, cerrado a la acción de la gracia de Dios. En cambio, en el hombre que con fe deja que el Espíritu de Dios irrumpa en él, florecen los dones divinos, resumidos en las nueve virtudes gozosas que Pablo llama «fruto del Espíritu». De aquí la llamada, repetida al inicio y en la conclusión, como un programa de vida: «Caminad según el Espíritu» (Ga 5, 16.25).
El mundo tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo. El estar cerrados al Espíritu Santo no es solamente falta de libertad, sino también pecado. Existen muchos modos de cerrarse al Espíritu Santo. En el egoísmo del propio interés, en el legalismo rígido – como la actitud de los doctores de la ley que Jesús llama hipócritas -, en la falta de memoria de todo aquello que Jesús ha enseñado, en el vivir la vida cristiana no como servicio sino como interés personal, entre otras cosas. El mundo tiene necesidad del valor, de la esperanza, de la fe y de la perseverancia de los discípulos de Cristo. El mundo necesita los frutos, los dones, del Espíritu Santo, como enumera Pablo en la lectura: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22). El don del Espíritu Santo ha sido dado en abundancia a la Iglesia y a cada uno de nosotros, para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante, para que podamos difundir la semilla de la reconciliación y de la paz. Reforzados por el Espíritu Santo que nos guía toda la tierra, nos da frutos, reforzados en el y por sus múltiples dones, llegamos a ser capaces de luchar, sin concesión alguna, contra el pecado y de luchar sin concesión contra la corrupción, que se alarga en el mundo cada día más, y de dedicarnos con paciente perseverancia a las obras de la justicia y de la paz.
22 de mayo de 2015. El santo padre Francisco ha reflexionado esta mañana
sobre el diálogo entre Jesús y Pedro
narrado en el Evangelio del día
. ¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí?,
ha preguntado. Jesús resucitado prepara la comida para sus discípulos y después de haber comido inicia un intenso diálogo con Pedro. Y desde esta imagen el Papa ha reflexionado sobre tres miradas del Señor al apóstol: la mirada de la elección, la del arrepentimiento y la de la misión. Tal y como ha recordado el Pontífice, al inicio del Evangelio de Juan, cuando Andrés va donde su hermano Pedro y le dice: “¡hemos encontrado el Mesías!”, hay una mirada de entusiasmo. Jesús fija su mirada sobre él y dice: “Tú eres Simón, hijo de Jonás. Serás llamado Pedro”. Así ha explicado el Santo Padre que esta es “la primera mirada: la vocación y un primer anuncio de la misión”. Y ha preguntado: ¿y cómo está el alma de Pedro en esa primera mirada? “Entusiasmada. El primer ímpetu es ir con el Señor”, ha respondido.
A continuación, Francisco ha hablado de la noche dramática del Jueves Santo, cuando Pedro niega a Jesús tres veces: “Ha perdido todo. Ha perdido su amor y cuando el Señor cruza su mirada llora”. Así, el Santo Padre ha subrayado que “el Evangelio de Lucas dice que Pedro lloró amargamente. Ese entusiasmo de seguir a Jesús se ha convertido en llanto, porque él ha pecado: él ha negado a Jesús. Esa mirada cambia el corazón de Pedro, más que antes. El primer cambio es el cambio de nombre y también de vocación”. Esta segunda mirada --ha precisado-- es una mirada que cambia el corazón y es un cambio de conversión al amor.
En tercer lugar Francisco ha hablado de la mirada del encuentro después de la Resurrección. “Sabemos que Jesús ha encontrado a Pedro, dice el Evangelio, pero no sabemos qué se dijeron”, ha recordado. Es una tercera mirada, ha observado, “la mirada es la confirmación de la misión", pero también la mirada en la cual Jesús pide confirmación sobre el amor de Pedro. Y en tres ocasiones el Señor pide a Pedro la “manifestación de su amor” y lo exhorta a apacentar sus ovejas. Tal y como ha indicado el Papa, en la tercera pregunta Pedro “se entristeció, casi llora”. De este modo el Pontífice explica que “se entristeció porque le preguntó por tercera vez ‘¿Me amas?’ Y él dice: ‘Pero, Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’. Y Jesús responde: ‘apacienta mis ovejas’”. El Santo Padre ha subrayado que esta tercera mirada es la mirada de la misión.
Así, ha resumido: “la primera, la mirada de la elección con el entusiasmo de seguir a Jesús; la segunda, la mirada del arrepentimiento en el momento del pecado tan grave de haber negado a Jesús; la tercera mirada es la mirada de la misión: ‘apacienta mis corderos’, ‘alimenta mis ovejas’, ‘alimenta mis ovejas’”.
Pero el Pontífice ha recordado que “no termina ahí”, “Jesús va adelante” y dice a Pedro: “Tú haces todo esto por amor, ¿y después? ¿serás coronado rey? No”. Jesús predice a Pedro que también él tendrá que seguirle en el camino de la cruz.
Y para concluir, Francisco ha lanzado varias preguntas: “¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión?”. Y ha finalizado la homilía recordando que sobre el camino que Él ha hecho estamos todos nosotros, bajo la mirada de Jesús. Él mira siempre con amor. Nos pide algo y nos da una misión.
Por eso ha invitado a pensar en el momento en el que Jesús viene al altar en la eucaristía: “Señor, Tú estás aquí, entre nosotros. Fija tu mirada sobre mí y dime qué debo hacer, cómo debo llorar mis errores, mis pecados; con qué valentía debo ir adelante en el camino que Tú has hecho primero”. Así, ha precisado el Papa que en este día nos hará bien releer este diálogo con el Señor y pensar “en la mirada de Jesús sobre mí”. Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT
21 de mayo de 2015. “La Iglesia no une con pegamento,
sino con la Gracia de Dios.”
El precio que Jesús ha pagado para que la Iglesia estuviera siempre unida a Él y a Dios son su llagas. Los cristianos de hoy están llamados a pedir la gracia de la unidad y a luchar para que entre ellos no se insinúe el espíritu de división, de guerra, de celos. Así lo ha indicado el papa Francisco durante la homilía de la misa celebrada en Santa Marta esta mañana. “La gran oración de Jesús” es que la Iglesia esté unida, que los cristianos “sean una sola cosa” como Jesús lo es con su Padre. Y al lado está la “gran tentación”: no ceder al otro “padre”, el de la “mentira” y de la “división”. Así, el Papa se ha sumergido en la atmósfera del Cenáculo y en la densidad de las palabras que Cristo pronuncia y confía a los apóstoles antes de entregarse a la Pasión, pasaje propuesto por la liturgia.
De este modo, Francisco observa que es consolador escuchar a Jesús decir al Padre que no quiere rezar solo por sus discípulos sino también por los que creerán en Él “mediante su palabra”. Una frase escuchada muchas veces y para la que el Papa ha pedido un poco de atención. Quizá --ha indicado-- no estamos lo bastante atentos a estas palabras: ¡Jesús ha rezado por mí! Esto es precisamente fuente de confianza: Él reza por mí, ha rezado por mí…
Así, el Pontífice ha contado que él se imagina a Jesús delante del Padre, en el Cielo. “Y así: reza por nosotros, reza por mí. ¿Y qué ve el Padre? Las llagas, el precio. El precio que ha pagado por nosotros. Jesús reza por mí con sus llagas, con su corazón herido y continuará haciéndolo”, ha indicado.
A continuación, el Pontífice ha señalado que Jesús reza “por la unidad de su pueblo y por la Iglesia”. Pero Jesús “sabe que el espíritu del mundo” es “un espíritu de división, de guerra, de envidias, de celos, también en las familias, en las familias religiosas, también en las diócesis, también en toda la Iglesia: es la gran tentación”. Una tentación --ha reconocido el Papa-- que lleva a los chismorreos, a etiquetar, a estigmatizar a la gente.
Por eso ha explicado que son actitudes que esta oración pide desterrar. Y lo ha explicado así: “Debemos ser uno, una sola cosa, como Jesús y el Padre son una sola cosa. Este es precisamente el desafío de todos los cristianos: no dejar sitio a la división entre nosotros, no dejar que el espíritu de la división, el padre de la mentira entre en nosotros”. Por eso ha pedido buscar siempre la unidad. “Cada uno es como es, pero trata de vivir la unidad. ¿Jesús te ha perdonado? Perdona a todos. Jesús reza para que nosotros seamos uno, una sola cosa. Y la Iglesia necesita mucho de esta oración de unidad”, ha asegurado el Pontífice.
El Papa ha bromeado diciendo que no existe una Iglesia unida con “pegamento” porque la unidad que pide Jesús “es una gracia de Dios” y “una lucha” en la tierra. De este modo, ha concluido señalando que “debemos hacer sitio al Espíritu para que nos transforme como el Padre está en el Hijo, una sola cosa”. Finalmente, Francisco ha recordado que “otro consejo que Jesús nos ha dado en estos días de despedida es permanecer en Él: ‘Permaneced en mí’. Y solicita al Padre esta gracia, que todos nosotros permanezcamos en Él. Y aquí nos indica por qué, lo dice claramente: ‘Padre, quiero que los que me has dado, también ellos estén conmigo donde estoy yo’. Es decir, que estos permanezcan allí, conmigo. El permanecer en Jesús, en este mundo, termina en el permanecer con Él, ‘para que contemplen mi gloria’”. Texto de Radio Vaticano adaptado y traducido por ZENIT
19 de mayo de 2015. Un hasta luego se convierte en un adiós.
El papa Francisco ha invitado a encomendarse al Padre en el momento de nuestra despedida en nuestro mundo. Lo ha hecho durante la homilía de la misa celebrada esta mañana, martes, en Santa Marta, centrada en el discurso de Jesús antes de la Pasión y la despedida de Pablo y Mileto antes de dirigirse a Jerusalén. De este modo, el Papa ha recordado a las víctimas de las persecuciones que se ven obligadas a huir como los rohinyá de Myanmar o los cristianos y yazidíes en Irak. Tal y como ha recordado el Santo Padre, Jesús se despide para ir al Padre y mandarnos el Espíritu Santo, San Pablo se despide antes de ir a Jerusalén y llora junto a los ancianos venidos de Éfeso a saludarle. Así, ha hecho referencia a las lecturas del día para desarrollar su homilía sobre qué significa “decir adiós” para un cristiano. “Jesús se despide, Pablo se despide --ha indicado-- y esto nos ayudará a reflexionar sobre nuestras despedidas”. En nuestra vida “hay muchas despedidas”, pequeñas y grandes y hay “también mucho sufrimiento, muchas lágrimas en algunas de ellas”.
De este modo, el Papa ha invitado a pensar en “esos pobres Rohingya del Myanmar. En el momento de dejar su tierra para huir de las persecuciones no sabían qué les sucedería. Y desde hace meses están en barcas, allí… Llegan en una ciudad, donde les dan agua, comida y les dice: ‘marchaos’. Es una despedida”. Mientras tanto, hoy tiene lugar esta despedida existencial grande, ha explicado. “Pensad en la despedida de los cristianos y de los yazidíes, que piensan que no volverán a su tierra, porque han sido expulsados de sus casas, hoy”, ha indicado Francisco.
Así, Francisco ha recordado que hay pequeñas y grandes despedidas en la vida, como la “despedida de la madre, que saluda, da un último abrazo al hijo que va a la guerra; y todos los días se levanta con miedo”, de que venga alguno y le diga: ‘le agradecemos la generosidad de su hijo que ha dado la vida por la patria’”. Y está también “la última despedida que todos debemos hacer, cuando el Señor nos llama a su orilla. Yo pienso en esto”.
El Pontífice ha proseguido reconociendo que estas grandes despedidas de la vida, también la última, “no son un ‘hasta pronto’, ‘hasta la vista’, ‘nos vemos’, despedidas después de las cuales uno sabe que vuelve, enseguida o después de una semana, sino que son despedidas que no se sabe cuándo y cómo volveré”. A propósito, el Santo Padre ha observado que el tema de las despedidas está también presente en el arte y en las canciones. De este modo, le ha venido a la mente “esa canción alpina, cuando ese capitán se despide de sus soldados: el testamento del capitán". De este modo, el Pontífice se ha preguntado ¿Pienso en la gran despedida, mi gran despedida, no cuando tengo que decir ‘hasta luego’, ‘nos vemos’, ‘hasta pronto’, sino ‘adiós’? Nuevamente haciendo referencia a las lecturas, Francisco ha recordado que ambos textos usan la palabra ‘adiós’. Pablo encomienda a Dios a los suyos, y Jesús encomienda al Padre a sus discípulos, que quedan en el mundo. Así, ha explicado que encomendar al Padre, encomendar a Dios, es el origen de la palabra ‘adios’.
El Papa ha observado que con estos dos iconos --el de Pablo que llora de rodillas en la playa y Jesús triste porque se iba a la Pasión llorando en su corazón-- podemos pensar en nuestra despedida y nos hará bien. ¿Quién será la persona que cerrará mis ojos? ¿qué dejo?, ha preguntado.
En estos pasajes, tanto Jesús como Pablo hacen una especie de examen de conciencia. Por eso, el Papa ha explicado que nos hará bien imaginar ese momento. “Cuando será, no se sabe, pero será el momento en el que ‘hasta pronto’, ‘hasta luego’, ‘nos vemos’, ‘hasta la vista’ se convertirá en ‘adiós’. Y Francisco se ha hecho más preguntas: ¿Estoy preparado para encomendar a Dios a todos los míos?, ¿para encomendarme a mí mismo a Dios?, ¿para decir esa palabra que es la palabra del encomendarse del hijo al Padre?
Finalmente, el Papa ha concluido su homilía aconsejando a todos meditar precisamente en las lecturas de hoy sobre la despedida de Jesús y la de Pablo y “pensar que un día” también nos tendremos que decir la palabra “adiós”. “A Dios encomiendo mi alma, a Dios encomiendo mi historia, a Dios encomiendo los míos, a Dios encomiendo todo”. “Que Jesús muerto y resucitado nos envía el Espíritu Santo para que nosotros aprendamos esa palabra, aprendamos a decirla, pero existencialmente con toda la fuerza, la última palabra: adiós”. Texto de Radio Vaticano adaptado y traducido por ZENIT
17 de mayo de 2015. Ser testigos del resucitado.
"Los Hechos de los Apóstoles nos presentaron la Iglesia naciente en el momento en el que elige a quien Dios ha llamado a tomar el lugar de Judas en el Colegio Apostólico. No se trata de tomar un cargo sino un servicio. De hecho Matías, sobre quien la elección recayó, recibe una misión que Pedro define así: "Es necesario que alguien [...] se vuelva junto con nosotros, testigo de su resurrección" - la resurrección de Cristo (Hechos 1: 21-22).
Con estas palabras él resume lo que significa ser parte de los Doce: significa ser testigo de la resurrección de Jesús. El hecho de que diga "con nosotros" hace entender que la misión de proclamar a Cristo resucitado no es una tarea individual: sino que es vivir como una comunidad, con el colegio apostólico y con la comunidad. Los Apóstoles tuvieron la experiencia directa y maravillosa resurrección; son testigos oculares de este evento. Gracias a su testimonio creíble muchos creyeron; y de la fe en Cristo resucitado nacieron y nacen continuamente comunidades cristianas.
También nosotros, hoy basamos nuestra fe en el Señor Resucitado en el testimonio de los Apóstoles, que nos llegó por la misión de la Iglesia. Nuestra fe está sólidamente ligada a su testimonio como a una cadena ininterrumpida que se ha ampliado durante los siglos, no sólo por los sucesores de los Apóstoles, sino por generaciones y generaciones de cristianos. A imitación de los Apóstoles, de hecho, todo discípulo de Cristo está llamado a ser testigo de su resurrección, especialmente en los ambientes humanos donde es más fuerte el olvido de Dios y la confusión humana.
Para que esto suceda, debemos permanecer en Cristo resucitado y en su amor, como hemos recordado la primera carta de Juan: "El que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, , 16). Jesús lo repitió en diversas ocasiones a sus seguidores: "Permaneced en mí ... Permaneced en mi amor" (Jn 15: 4,9).
Este es el secreto de los santos: permanecer en Cristo, unidos a Él como el sarmiento a la vid, para dar mucho fruto (cf. Jn 15, 1-8). Y este fruto no es otro que el amor. Este amor brilla en el testimonio de la hermana Jeanne Emilie de Villeneuve, quien dedicó su vida a Dios ya los pobres, los enfermos, los presos, explotados, convirtiéndose para ellos y para todos signo concreto del amor misericordioso del Señor. La relación con Jesús resucitado es la "atmósfera" en la cual vive el cristiano y en la que se encuentra la fuerza para permanecer fiel al Evangelio, incluso en medio de obstáculos e incomprensiones.
"Permanecer en el amor": Sor María Cristina Brando también lo hizo. Ella fue completamente conquistada por el amor ardiente del Señor; y de la oración, del encuentro corazón a corazón con Jesús resucitado, presente en la Eucaristía, de allí recibió la fuerza para soportar el sufrimiento y donarse como pan partido a muchas personas lejanas de Dios y hambrientas del amor verdadero . Un aspecto esencial del testimonio del Señor Resucitado es la unidad entre nosotros, sus discípulos, como la que existe entre Él y el Padre. Y la oración de Jesús en la víspera de su pasión ha resonado hoy en el Evangelio: "Que sean una sola cosa como nosotros" (Jn 17, 11).
De este eterno amor entre el Padre y el Hijo, que se extiende en nosotros por el Espíritu Santo (cf. Rm 5, 5), toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna; de allí nace siempre nuevamente la alegría de seguir al Señor en el camino de su pobreza, de su virginidad y obediencia; y ese mismo amor llama a cultivar la oración contemplativa.
Sor Marie Baouardy lo ha experimentado de manera eminente, que aunque humilde y analfabeta, sabía cómo dar consejos y explicaciones teológicas con gran claridad, fruto del diálogo continuo con el Espíritu Santo. La docilidad al Espíritu Santo la ha hecho instrumento de encuentro y comunión con el mundo musulmán. Así también Sor María Alphonsine Danil Ghattas ha entendido bien lo que significa irradiar el amor de Dios en el apostolado, convirtiéndose en testigo de mansedumbre y unidad. Ella nos ofrece un claro ejemplo de la importancia de volvernos responsables los unos de los otros, de vivir uno al servicio de los otros.
Permanecer en Dios y en su amor, para anunciar con la palabra y con la vida la resurrección de Jesús, siendo testigos de unidad entre nosotros y de caridad hacia todos. Esto hicieron las cuatro santas hoy proclamadas.
Su brillante ejemplo también nos interroga sobre la vida cristiana: ¿Cómo soy testigo del Cristo resucitado?, es una pregunta que debemos hacernos. ¿Cómo permanezcoen él, ¿cómo vivo en su amor?, ¿soy capaz de "sembrar" en la familia, en el trabajo, en mi comunidad, la semilla de esta unidad que él nos dio, haciéndonos participar en la vida trinitaria?
Al regresar a casa, llevemos con nosotros la alegría de este encuentro con el Señor resucitado; cultivemos en el corazón el compromiso de permanecer en el amor de Dios, permaneciendo unidos a Él y entre nosotros, y siguiendo los pasos de estas cuatro mujeres, modelos de santidad, que la Iglesia nos invita a imitar. (Traducido por ZENIT)
8 de mayo de 2015.“Donde se traiciona a los demás,
no está el Espíritu Santo.
Francisco ha dedicado la misa celebrada esta mañana en Santa Marta a su “patria”, en el día en que se celebra Nuestra Señora de Luján. Durante la homilía, el Papa ha recordado que el Espíritu Santo crea “movimiento” en la Iglesia, que aparentemente puede parecer “confusión” y sin embargo, si es acogido en oración y con espíritu de diálogo, genera siempre unidad entre los cristianos. Así, ha recordado que es el Dios desconocido quien mueve las aguas de la Iglesia y todas las veces que los cristianos, desde los apóstoles, se han enfrentado con franqueza y en el diálogo, no fomentando traiciones y “acuerdos” internos, siempre han entendido qué es lo más adecuado para hacer, gracias a la inspiración del Espíritu Santo. El Pontífice ha explicado esto con la situación de debate y enfrentamiento que le tocó vivir a la primera comunidad cristiana.
El pasaje del día narra la conclusión del primer Concilio de Jerusalén, que estableció, después de no pocas fricciones, las pocas y sencillas reglas que los nuevos convertidos al Evangelio debían cumplir. El problema, ha señalado el Papa, es que antes se había encendido una lucha entre los “cerrados” --grupo de cristianos “muy apegados a la ley” que querían "imponer las condiciones del judaísmo a los nuevos cristianos”-- y Pablo de Tarso, el apóstol de los paganos, era decididamente contrario a esta constricción.
A este punto, el Santo Padre se ha preguntado cómo resuelve el problema. Y responde: “Se reúnen y cada uno da su parecer, da su opinión. Discuten pero como hermanos y no como enemigos. No hacen acuerdos fuera para ganar, no van a los poderes públicos para ganar, no matan para ganar. Buscan el camino de la oración y del diálogo. Estos que estaban precisamente en posiciones opuestas, dialogan y se ponen de acuerdo. Esto es obra del Espíritu Santo”.
Asimismo, el Pontífice ha asegurado que la decisión final se tomó en la concordia. Y es en esta base que se escribe al final del Concilio la carta para enviarla a los “hermanos” que “provienen de los paganos”, en la cual lo que se comunica es fruto de un compartir muy diferente de las maniobras y escaramuzas desplegadas por los que siembran "cizaña".
De este modo, el Santo Padre ha afirmado que “en una Iglesia donde nunca hay problemas de este tipo, nos hace pensar que el Espíritu no está muy presente. Y en una Iglesia donde siempre se discute y hay acuerdos y se traicionan los hermanos los unos a los otros, ¡allí no está el Espíritu!”. "El Espíritu --ha proseguido-- es el que hace la novedad, que mueve la situación para ir adelantes, que crea nuevos espacios, que crea la sabiduría que Jesús ha prometido: ‘Él enseñará’. Esto mueve, pero está también lo que al final crea la unidad armoniosa entre todos”.
Para concluir la homilía, el Obispo de Roma ha realizado una última observación sobre la frase elegida para concluir la carta. Palabras que revelan el alma de la concordia cristiana, no un sencillo acto de buena voluntad sino un fruto del Espíritu Santo.
De este modo, ha finalizado Francisco su homilía: “Esto es lo que nos enseña hoy esta Carta, lo que nos enseña el primer Concilio ecuménico. ‘Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros’: esta es la fórmula, cuando el Espíritu nos pone a todos de acuerdo”. Y así ha invitado a pedir al Señor Jesús que “se haga presente entre nosotros, que nos envíe siempre el Espíritu Santo, a nosotros, a cada uno. Que lo envíe a la Iglesia y que la Iglesia sepa siempre ser fiel al movimiento que hace el Espíritu Santo”. Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT
7 de mayo de 2015. “El amor no es el de la telenovela.”
El verdadero amor debe ser concreto y comunicarse, incluso los monjes y monjas de clausura en realidad no se aislan, sino que comunican y mucho. Así lo ha indicado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. En el Evangelio de hoy Jesús “nos pide permanecer en su amor”. Al respecto, el Santo Padre ha explicado que hay dos criterios que ayudan a distinguir el verdadero amor del que no lo es.
El primer criterio es: el amor está “más en los hechos que en las palabras”, “no es un amor de telenovela”, “una fantasía”, historia que “nos hacen latir el corazón pero nada más”, “está en los hechos concretos”. Así, el Papa ha recordado que Jesús avisaba a los suyos: “No los que dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que han hecho la voluntad de mi Padre, que cumplen mis mandamientos”.
A continuación, el Pontífice ha especificado: “El verdadero amor es concreto, está en las obras, es un amor constante. No es un sencillo entusiasmo. También, muchas veces es un amor doloroso: pensemos en el amor de Jesús llevando la cruz. Pero las obras de amor son las que Jesús nos enseña en el pasaje del capítulo 25 de san Mateo”. Y así, ha añadido que “quien ama hace esto: el protocolo del juicio. Estaba hambriento y me han dado de comer, etc. Concreción. También las bienaventuranzas, que son el ‘programa pastoral’ de Jesús, son concretas”.
El segundo criterio del amor del que ha hablado el Papa es que “se comunica, no permanece aislado. El amor da de sí mismo y recibe, se da esa comunicación que existe entre el Padre y el Hijo, una comunicación que la hace el Espíritu Santo”.
Al respecto, el Obispo de Roma ha recordado que “no hay amor sin comunicarse, no hay amor aislado. Pero alguien puede preguntarme: ‘Pero padre, los monjes y las monjas de clausura están aislados...’ Pero comunican … y mucho: con el Señor, también con esos que van a buscar una Palabra de Dios… El verdadero amor no puede aislarse. Si está aislado, no es amor. Es una forma espiritualista de egoísmo, de permanecer cerrado en sí mismo, buscando el propio beneficio… Es egoísmo”.
Algo sencillo pero que no es fácil, ha advertido Francisco. Porque “el egoísmo, el propio interés nos atrae, y nos atrae para no hacer y nos atrae para que no comuniquemos”. Además el Pontífice ha preguntado: “¿Qué dice el Señor a los que permanecerán en su amor? ‘He dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena”. Al concluir la homilía, el Papa ha invitado a pedir la gracia de la alegría, esa alegría que el mundo no puede dar. Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT
5 de mayo de 2015. “No hay que afrontar las tribulaciones por masoquismo.
El santo padre Francisco ha desarrollado su homilía de esta mañana en Santa Marta en torno a tres ideas: tribulación, confianza y paz. Así, el Papa ha subrayado que el cristiano no tiene una actitud masoquista frente a las dificultades de la vida, pero se entrega al Señor con confianza y esperanza. Y ha recordado que san Pablo fue perseguido, pero a pesar de las miles de tribulaciones permaneció firme en la fe y animó a los hermanos a esperar en el Señor. Además, el Papa ha hecho referencia a los Hechos de los Apóstoles, en la Primera Lectura, para detenerse en estas tres ideas. Recordando también que para entrar en el Reino de Dios es necesario “pasar por momentos oscuros, momentos difíciles”.
Esta actitud, ha recordado el Pontífice, no es una actitud masoquista sino la lucha cristiana contra el príncipe de este mundo que trata de separarnos “de la Palabra de Jesús, de la fe, de la esperanza”. A propósito, ha recordado que el apóstol Pablo usa mucho la frase “soportar las tribulaciones”.
“Soportar”: es más que tener paciencia, es llevar sobre los hombros el peso de las tribulaciones. La vida del cristiano tiene estos momentos. Por eso, Francisco ha señalado que “Jesús nos dice: ‘Hay que ser valientes en ese momento. Yo he vencido, también vosotros seréis vencedores’. Esta primera palabra nos ilumina para caminar en los momentos más difíciles de la vida, esos momentos que también nos hacen sufrir”. Y después de dar este consejo Pablo “organiza esa Iglesia”, “reza por los presbíteros imponiéndose las manos y les confía al Señor”
La segunda palabra sobre la que el Papa ha reflexionado es el “confiar”. Un cristiano --ha dicho Francisco-- puede llevar adelante las tribulaciones y también las persecuciones confiándose al Señor. “solamente él es capaz de darnos la fuerza, de darnos la perseverancia en la fe, de darnos esperanza”, ha precisado el Pontífice.
A continuación, ha añadido: “Confiar al Señor algo, confiar al Señor este momento difícil, confiar a mí mismo al Señor, confiar al Señor a nuestros fieles, nosotros sacerdotes, obispos, confiar al Señor nuestras familias, nuestros amigos y decirle al Señor: ‘Cuida a estos que son tuyos’”. Al respecto, Francisco ha advertido que esta es una oración que no hacemos siempre, la oración en la que confiamos algo o alguien: ‘Señor te confío esto, llévalo Tú adelante’, es una bella oración cristiana. Es la actitud de la confianza en el poder del Señor, también en la ternura del Señor que es Padre”.
Asimismo, en la homilía ha observado que cuando una persona hace esta oración desde el corazón siente que es confiada al Señor, es segura: “Él no decepciona nunca”. La tribulación nos hace sufrir pero el confiarse al Señor da la esperanza y de ahí surge la tercera palabra: paz.
El Obispo de Roma ha recordado lo que Jesús llama “despedida” de sus discípulos. “La paz os dejo, mi paz os doy”. Pero, ha advertido, “no una paz, una tranquilidad” sino una paz que “va dentro, también una paz que nos da fuerza, que refuerza lo que hoy hemos pedido al Señor: nuestra fe y nuestra esperanza”.
Para concluir, el Santo Padre ha insistido en que “en la vida debemos ir sobre caminos de tribulación pero esta es la ley de vida. Pero en estos momentos debemos confiar en el Señor y Él nos responde con la paz. Este Señor que es Padre nos ama mucho y nunca decepciona”. De este modo, ha invitado a pedir al Señor que refuerce nuestra fe y nuestra esperanza, y que nos dé confianza para vencer las tribulaciones porque Él ha vencido al mundo. Texto traducido y adaptado de Radio Vaticano
30 de abril de 2015“Sirvo o dejo que me sirvan”.
El cristiano está dentro de una historia de pecado y de gracia, siempre delante de la alternativa: servir o servirse de los hermanos. Así lo ha recordado el santo padre Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. El Papa se ha detenido sobre dos rasgos de la identidad cristiana: la historia y el servicio. Así, Francisco ha recordado que san Pablo, san Pedro y los primeros discípulos “no anunciaban un Jesús sin historia: ellos anunciaban a Jesús en la historia del pueblo, un pueblo que Dios ha hecho caminar durante siglos para llegar” a la madurez, “a la plenitud de los tiempos”. El Papa ha indicado que Dios entra en la historia y camina con su pueblo.
A propósito, el Santo Padre ha explicado que “el cristiano es un hombre y una mujer de historia, porque no pertenece a sí mismo, está dentro de un pueblo, un pueblo que camina. No se puede pensar en un egoísmo cristiano, no, esto no es así. El cristiano no es un hombre, una mujer espiritual de laboratorio, es un hombre, es una mujer espiritual dentro de un pueblo, que tiene una historia larga y continúa caminando hasta que el Señor vuelva”. Es una historia de gracia --ha asegurado-- pero también historia de pecado.
De este modo, ha exclamado el Papa: “¡cuántos pecadores, cuántos crímenes! También hoy Pablo menciona al rey David, santo, pero antes de hacerse santo fue un gran pecador. Un gran pecador. Nuestra historia debe asumir santos y pecadores. Y mi historia personal, de cada uno, debe asumir nuestro pecado, nuestro pecado y la gracia del Señor que está con nosotros, acompañándonos en el pecado para perdonar y acompañándonos en la gracia. No hay identidad cristiana sin historia”.
El segundo rasgo de la identidad cristiana del que ha hablado Francisco es el servicio: “Jesús lava los pies a los discípulos invitándonos a hacer como él: servir”.
De este modo, el Papa ha recordado que la identidad cristiana es el servicio, no el egoísmo. ‘Pero padre, todos somos egoístas. ¿Ah, sí? Es un pecado, es una costumbre de la cual debemos separarnos. Pedir perdón, que el Señor nos convierta. Somos llamados al servicio. Ser cristianos no es una pertenencia o una conducta social, no es maquillarse un poco el alma, para que sea más bonita”. Para finalizar, el Pontífice ha planteado esta pregunta: “En mi corazón ¿qué hago más? Hago que me sirvan los otros, o me sirvo de los otros, de la comunidad, de la parroquia, de mi familia, de mis amigos. Sirvo, estoy al servicio de?” Fuente: Zenit.
28 de abril 2015. El santo padre Francisco ha recordado que es necesario
tener “valentía apostólica”
para no hacer de “la vida cristiana, un museo de recuerdos”.
Lo ha hecho durante la homilía de este martes en la misa celebrada en Santa Marta. Los discípulos de Jesús llegaron a Antioquía e iniciaron a predicar no solo a los judíos, sino también a los griegos, a los paganos y un gran número de ellos creyeron y se convirtieron al Señor. De este modo, el papa Francisco ha hecho referencia al pasaje de los Hechos de los Apóstoles, en la Primera Lectura del día, para subrayar lo fundamental de abrirse a las novedades del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Así, ha señalado que muchos estaban inquietos en la época al escuchar que el Evangelio fuera predicado también a los no judíos, pero cuando Bernabé llegó a Antioquía estuvo feliz porque vio que estas conversiones de los paganos eran obra de Dios.
El Santo Padre ha explicado que muchos no entendían que el Señor había venido a salvar a todos los pueblos. “No entendían. No entendían que Dios es el Dios de las novedades: ‘yo hago nuevas todas las cosas’, nos dice. Que el Espíritu Santo ha venido precisamente para esto, para renovarnos y hace este trabajo de renovarnos continuamente. Esto causa un poco de miedo. En la historia de la Iglesia podemos ver desde este momento hasta ahora cuantos miedos hacia las sorpresas del Espíritu Santo. Es el Dios de las sorpresas".
Pero --ha exclamado-- ¡hay novedades y novedades! A propósito, el Papa ha especificado que algunas novedades “se ven que son de Dios”, otras “no”.
¿Y cómo se pueden distinguir? Francisco ha observado que tanto Bernabé como Pedro se dice que son hombres llenos de Espíritu Santo. “En los dos está el Espíritu Santo que hace ver la verdad. Nosotros solos no podemos. Con nuestra inteligencia no podemos”, ha indicado. Y ha añadido que “podemos estudiar toda la Historia de la Salvación, podemos estudiar toda la Teología pero sin el Espíritu no podemos entender. Es precisamente el Espíritu quien nos hace entender o --usando las palabras de Jesús-- es el Espíritu que nos hace conocer la voz de Jesús”.
Por otro lado, el Pontífice ha recordado en la homilía que “el ir adelante de la Iglesia es obra del Espíritu Santo”, que nos hace escuchar la voz del Señor. Por eso ha preguntado: “¿y cómo puedo estar seguro de que esa voz que escucho es la voz de Jesús, que cuanto escuchado sobre lo que debo hacer está inspirado por el Espíritu Santo?”. Y la respuesta es sencilla: rezar.
“Sin oración, no hay sitio para el Espíritu. Pedir a Dios que nos mande este don: ‘Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en cada momento qué debemos hacer’, que no es siempre lo mismo. El mensaje es el mismo: la Iglesia va adelante, la Iglesia va adelante con estas sorpresas, con estas novedades del Espíritu Santo”. Del mismo modo, Francisco ha recordado que “es necesario discernirlas, y para discernirlas es necesario rezar, pedir esta gracia”.
El Pontífice ha señalado que "Bernabé estaba lleno del Espíritu Santo y entendió enseguida; Pedro vio y dijo: ‘¿Pero quién soy yo para negar aquí el Bautismo?’ Es él quien hace que no nos equivoquemos. ‘Pero, padre, ¿por qué meterse en tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, que estamos más seguros…"
Al respecto, Francisco ha advertido que hacer las cosas como se han hecho siempre es una alternativa “de muerte”. Por eso ha exhortado a “correr el riesgo, con la oración, también con la humildad, de aceptar lo que el Espíritu Santo”, nos pide “cambiar”. Este es el camino. Finalmente, el Santo Padre ha invitado a pedir “la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me pide dar un paso adelante”, así como “tener la valentía apostólica de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos”. Fuente: Zenit.
26 de abril de 2015. El buen pastor: “El perfume de vuestra vida
será el testimonio porque el ejemplo edifica,
pero las palabras sin ejemplo son palabras vacías”
Queridos hermanos, Estos nuestros hijos han sido llamados al orden presbiteral. Nos hará bien reflexionar un poco en el ministerio al que serán elevados en la Iglesia. Como sabéis bien, el Señor Jesús es el único Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento. Pero es Él, y también todo el pueblo santo de Dios, ha sido constituido pueblo sacerdotal, todos nosotros.
Sin embargo, entre todos sus discípulos, el Señor Jesús quiso elegir algunos en particular, para que ejercitando públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal a favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de maestro, sacerdote y pastor. Como Él había sido enviado por el Padre, Él envió a su vez en el mundo primero a los apóstoles, luego a los obispos sus sucesores, a los cuales finalmente se les dio como colaboradores, los presbíteros que unidos al ministerio sacerdotal son llamados al servicio del pueblo de Dios. Ellos han reflexionado sobre esta vocación ya, y ahora vienen para recibir el orden de los presbíteros. El obispo corre el riesgo de elegirles, como el Padre ha corrido el riesgo por cada uno de nosotros.
Serán configurados en Cristo sumo y eterno sacerdote, o sea serán consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, y con este título, que les une en el sacerdocio al Obispo, serán predicadores del Evangelio, pastores del pueblo de Dios, y presidirán las acciones de culto, especialmente en las celebraciones del Sacrificio del Señor.
A vosotros, que vais a ser promovidos al orden del presbiterado, considerad que ejercitando el ministerio de la sagrada doctrina seréis partícipes de la misión de Cristo, único maestro. Dad a todos esa Palabra de Dios, que vosotros mismos habéis recibido con alegría. Leed y meditad asiduamente la palabra del Señor para creer lo que habéis leído, enseñad lo que habéis aprendido de la fe, vivir lo que habéis enseñado.
Esto sea el alimento para el pueblo de Dios. Que vuestras homilías no sean aburridas, que vuestras homilías lleguen al corazón de la gente porque salen de vuestro corazón. Porque lo que vosotros decís a ellos es lo que tenéis en el corazón. Así se da la Palabra de Dios. Y así vuestra doctrina será alegría y apoyo a los fieles de Cristo. El perfume de vuestra vida será el testimonio porque el ejemplo edifica, pero las palabras sin ejemplo son palabras vacías, son ideas, no llegan nunca al corazón. Incluso hacen mal, no hacen bien.
Vosotros continuaréis la obra santificadora de Cristo. Mediante vuestro ministerio el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto, porque junto al Sacrificio de Cristo, que por vuestras manos en nombre de toda la Iglesia viene ofrecido de forma incruenta en el altar en la celebración de los santos misterios. Cuando vosotros celebréis la misa, reconoced por tanto lo que hacéis. No hacerlo deprisa. Imitad lo que celebráis, no es un rito artificial, un ritual artificial. Porque así, participando en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, lleváis la muerte de Cristo en vuestros miembros y caminad con Él en novedad de vida.
Con el bautismo agregaréis nuevos fieles al pueblo de Dios. No rechacéis nunca el bautismo a quien lo pide. Con el sacramento de la penitencia perdonáis los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia. Y yo, en nombre de Jesucristo el Señor y de su esposa la Santa Iglesia, os pido que no os canséis de ser misericordiosos. En el confesionario, vosotros estaréis para perdonar, no para condenar. Imitad al Padre. Nunca se cansa de perdonar. Con el óleo santo daréis alivio a los enfermos. Celebrando los sagrados ritos, elevando a las distintas horas del día la oración de alabanza y súplica, os haréis voz del pueblo de Dios y de la humanidad entera.
Conscientes de haber sido elegidos entre los hombres y constituidos a su favor para atender las cosas de Dios, ejercitad con alegría y en sincera caridad la obra sacerdotal de Cristo, únicamente con la intención de agradar a Dios, no a vosotros mismos. Es feo un sacerdote que vive para gustarse a sí mismo, parece un pavo real.
Finalmente, participando en la misión de Cristo, cabeza y pastor, en comunión filial con vuestro obispo, comprometeos a unir a los fieles en una única familia, sed ministros de la unidad en la Iglesia, la familia, para conducirlos a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Tened siempre delante de los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido para ser servido, sino para servir, no para quedarse en sus comodidades sino para salir y buscar y salvar lo que estaba perdido. Fuente: Zenit.
24 de abril 2015. El papa Francisco ha invitado a pedir la “gracia de la memoria”
para recordar siempre el día en el que nos encontramos por primera vez con Jesús, día del que Él nunca se olvida. Así lo ha deseado en la homilía de la misa celebrada este viernes en Santa Marta. La forma que Jesús elige para cambiar la vida de los otros es el encuentro, ha recordado el Papa. Como el episodio de Pablo de Tarso, perseguidor de cristianos que al llegar a Damasco se convierte en apóstol. De este modo, Francisco se ha detenido en el célebre episodio propuesto por la liturgia de hoy y ha ampliado la mirada a la gran cantidad de encuentros que hay en las narraciones del Evangelio.
El Pontífice ha hablado del “primer encuentro” con Jesús, el que “cambia la vida” de quien está frente a Él. Juan y Andrés que pasan con el Maestro toda la noche, Simón que se hace “piedra” de la nueva comunidad, la Samaritana, el leproso que vuelve para dar las gracias por haber sido sanado, la mujer enferma que se cura al tocar su manto. Así, Francisco ha asegurado que estos encuentros decisivos deben llevar a un cristiano a no olvidar nunca su primer encuentro con Jesús.
“Él nunca olvida, pero nosotros olvidamos el encuentro con Jesús. Y esto sería una bonita tarea para hacer en casa, pensar: ‘¿Cuándo he escuchado realmente al Señor cerca de mí? ¿Cuándo he escuchado que tenía que cambiar mi vida y ser mejor o perdonar a una persona? ¿Cuándo he escuchado al Señor que me pedía algo? ¿Cuándo he encontrado al Señor?’ Porque nuestra fe es un encuentro con Jesús. Este es el fundamento de la fe: he encontrado a Jesús como Saulo hoy”, ha explicado el Papa.
Por otro lado, el Santo Padre ha invitado a preguntarse con sinceridad “¿cuándo me has dicho algo que ha cambiado mi vida o me has invitado a dar ese paso adelante en mi vida?”
Por esto, el Pontífice ha asegurado que esta es una bonita oración y ha aconsejado hacerla cada día. “Y cuando te acuerdes, alégrate en ello, en ese recuerdo que es un recuerdo de amor. Otra tarea bonita sería tomar el Evangelio y mirar tantas historias ahí y ver como Jesús encuentra a la gente, como elige a los apóstoles, como… tantos encuentros que están allí con Jesús. Quizá alguno de esos se parece al mío. Cada uno tiene el suyo propio”, ha añadido el Santo Padre.
Para concluir la homilía, Francisco ha pedido no olvidar que Cristo entiende la “relación con nosotros” en el sentido de una predilección, una relación de amor “de tú a tú”. Y así, ha finalizado: “rezar y pedir la gracia de la memoria. ‘Cuando, Señor, fue ese encuentro, ese primer amor?’ Para no escuchar ese reproche que el Señor hace en el apocalipsis: ‘Tengo esto contra ti, que te has olvidado del primer amor”.
21 de abril de 2015. Nuestra Iglesia es una Iglesia de mártires.
“¡En estos días, cuántos Esteban hay en el mundo! Pensemos en nuestros hermanos degollados en una playa de Libia. Pensemos en ese chiquillo quemado vivo por sus compañeros, por ser cristiano. Pensemos en esos migrantes que, en alta mar, fueron tirados al mar, por ser cristianos. Pensemos, en esos etíopes asesinados, antes de ayer, por ser cristianos y en tantos otros… Tantos otros que no sabemos, que sufren en cárceles, por ser cristianos… Hoy la Iglesia es Iglesia de mártires: ellos sufren, dan su vida y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio”. Lo indicó el papa Francisco en la homilía de este martes en Santa Marta, recordando que la verdadera historia de la Iglesia es la de los santos y los mártires. Durante la celebración reflexionó sobre la lapidación de san Esteban y con palabras emocionadas, recordó a cuantos hoy son perseguidos y asesinados por ser cristianos.
Partiendo de la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles, que hace referencia al juicio del Sanedrín contra Esteban y su lapidación, el Santo Padre hizo hincapié en que, al igual que el primer mártir de la Iglesia, también los que padecen hoy el martirio no buscan ‘otro pan’ que no sea Jesús, su ‘único pan’.
Como Jesús, también Esteban debe afrontar falsos testimonios y la sublevación del pueblo que lo lleva a juicio. Esteban les recuerda cuántos profetas han sido matados por haber sido fieles a la Palabra de Dios y cuando ‘confiesa su visión de Jesús’, entonces sus perseguidores se escandalizan, se tapan los oídos para no escucharlo y lo arrastran fuera de la ciudad para apedrearlo.
“La Palabra de Dios disgusta siempre a ciertos corazones. La Palabra de Dios fastidia cuando tienes un corazón duro, cuando tienes un corazón de pagano. Porque la Palabra de Dios te interpela a ir adelante, buscándote y quitándote el hambre con ese pan del que hablaba Jesús. En la historia de la Revelación, tantos mártires han sido asesinados por fidelidad a la Palabra de Dios, a la Verdad de Dios”.
El martirio de Esteban se asemeja al de Jesús, muere ‘con esa magnanimidad cristiana del perdón, de la oración por los enemigos’, que perseguían a los profetas, así como a Esteban, ‘creyendo que daban gloria a Dios, creyendo que de esta forma eran fieles a la Doctrina de Dios’, apuntó el Santo Padre, añadiendo que ‘hoy’ quería recordar que la historia de la Iglesia, la verdadera historia de la Iglesia, es la historia de los santos y de los mártires: los mártires perseguidos, muchos asesinados, por aquellos que creían que daban gloria a Dios, por aquellos que creían que tenían la ‘verdad’: corazón corrupto, pero la verdad.
“¡En estos días, cuántos Esteban hay en el mundo! Pensemos en nuestros hermanos degollados en una playa de Libia. Pensemos en ese chiquillo quemado vivo por sus compañeros, por ser cristiano. Pensemos en esos migrantes que, en alta mar, fueron tirados al mar, por ser cristianos. Pensemos, en esos etíopes asesinados, antes de ayer, por ser cristianos y en tantos otros… Tantos otros que no sabemos, que sufren en cárceles, por ser cristianos… Hoy la Iglesia es Iglesia de mártires: ellos sufren, dan su vida y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio”.
También hay ‘mártires escondidos, aquellos hombres y aquellas mujeres fieles’ a la ‘voz del Espíritu, que buscan caminos nuevos para ayudar a los hermanos y para amar mejor a Dios, a los que se mira con sospecha, son calumniados, perseguidos por tantos sanedrines modernos que se creen dueños de la verdad: tantos mártires desconocidos’.
“Y también tantos mártires escondidos que, por ser fieles en su familia, sufren tanto por fidelidad. Nuestra Iglesia es una Iglesia de mártires. Y ahora, en nuestra celebración, vendrá a nosotros el primer mártir, el primero que dio su testimonio y, aún más, la salvación a todos nosotros. Unámonos a Jesús en la Eucaristía y unámonos a tantos hermanos y hermanas que sufren el martirio de la persecución, de la calumnia y de la muerte por ser fieles al único pan que sacia, es decir a Jesús”. Fuente Zenit.
20 de abril de 2015. “No hay que transformar la fe en poder."
El Papa Francisco celebró este lunes la santa misa en la capilla de la Casa Santa Marta y comentó el evangelio donde Jesús mira a multitud después de la multiplicación de los panes y los peces y ve que le siguen no “por el estupor religioso que lleva a adorar a Dios”, sino “por el interés material”. El papa Francisco señaló que en la fe, existe el riesgo de no entender la verdadera misión del Señor: esto sucede cuando se aprovecha de Jesús, pensando en 'el poder'. "Esta actitud se repite en los evangelios. Muchos siguen a Jesús por interés. Incluso entre sus apóstoles: los hijos de Zebedeo querían ser, uno, primer ministro y el otro, ministro de economía, querían el poder.
Esa gracia de llevar la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia, se vuelve oscura, se pierde y se convierte en querer algo del poder". El Papa señaló que "siempre existió esa tentación del poder y de la hipocresía”, de pasar del estupor religioso que Jesús nos da cuando nos encuentra, a querer sacar una ventaja personal".
"Esta fue también la propuesta del diablo a Jesús en las tentaciones. Una la del pan, la otra la del espectáculo: "Vamos a hacer un gran espectáculo, así todas las personas van a creer en ti". Y la tercera, la apostasía, es decir, la adoración de los ídolos. Y esta es una tentación diaria de los cristianos, nuestra, de todos los que son de la Iglesia: la tentación no del poder, de la potencia del Espíritu, sino la tentación del poder mundano".
Así se cae en letargo religioso que lleva a lo mundano, el torpor que termina creciendo, crece, crece, esa actitud que Jesús llama hipocresía". Por ello Dios nos despierta con el testimonio de los santos y de los mártires. Como dijo Jesús: "En verdad en verdad os digo: me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque habéis comido aquellos panes y os habéis saciado". Es la tentación de "caer en el mundanismo, hacia los poderes" y así "la fe se debilita", así como la misión y la Iglesia”. "El Señor nos despierta con el testimonio de los santos, de los mártires, que cada día nos anuncian que la misión es recorrer el camino de Jesús: anunciar el año de gracia.
La gente entiende la advertencia de Jesús y le preguntan: '¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?'. Jesús le respondió: 'La obra de Dios es que creáis en el que él ha enviado', es decir, la fe en Él, solo en Él, confiar en Él y no en otras cosas que nos alejan de Él. Esta es la obra de Dios, creer que él le ha enviado ".
El Papa concluyó su homilía con esta oración al Señor: "Que Dios nos dé esta gracia del estupor del encuentro y también nos ayude a no caer en el espíritu de mundanidad, es decir, el espíritu que en detrás o debajo de un barniz de cristianos nos lleva a vivir como los paganos". Fuente: Zenit.
17 de abril de 2015. La humillación por sí misma es masoquismo,
mientras que se sufre y soporta en nombre del Evangelio nos hace parecidos a Jesús. Lo afirmó el Papa Francisco en la homilía de la misa matutina celebrada este viernes en la capilla de la Casa Santa Marta, invitando a los cristianos a nunca cultivar sentimientos de odio, sino tomarse un poco de tiempo para descubrir dentro de sí los sentimientos y las actitudes que le gustan a Dios: el amor y el diálogo.
¿Es posible para el hombre reaccionar ante una situación difícil con las maneras de Dios? Lo es, apuntó el Santo Padre, y es toda una cuestión de tiempos. El tiempo de dejarse imbuir por los sentimientos de Jesús. Lo explicó el Pontífice analizando el episodio contenido en la lectura de los Hechos de los Apóstoles. Estos últimos son juzgados ante el sanedrín, acusados de predicar ese evangelio que los doctores de la ley no quieren escuchar.
Sin embargo, un fariseo del sanedrín, Gamaliel, de modo franco sugiere dejarles hacer, porque --sostuvo, citando casos análogos del pasado-- si la doctrina de los Apóstoles “fuese de origen humano será destruida”, mientras que no sucedería si viene de Dios. El sanedrín acepta la sugerencia, es decir --subrayó el Papa-- elige tomarse “tiempo”. No reacciona siguiendo el instintivo sentimiento de odio.
Y esto, prosiguió el Santo Padre, es un remedio correcto para todo ser humano.
“Dar tiempo al tiempo. Esto nos sirve a nosotros, cuando tenemos malos pensamientos contra los demás, malos sentimientos, cuando tenemos antipatía, odio, no dejarlos crecer. Hay que pararse y darle tiempo al tiempo. El tiempo pone las cosas en armonía y nos hace ver lo correcto de las cosas. Pero si uno reacciona en el momento de la furia, seguro que será injusto. Y también se hará daño a sí mismo. Este es un consejo: dar tiempo al tiempo en el momento de la tentación”.
Cuando alimentamos un resentimiento, señaló el Pontífice, es inevitable que estalle. “Estalla en el insulto, en la guerra”, observó, y “con estos sentimientos malos contra los demás, luchamos contra Dios”, mientras que “Dios ama a los demás, ama la armonía, ama el amor, ama el dialogo, ama caminar juntos”. También “me pasa a mí”, dijo el Papa: “Cuando una cosa no me gusta, el primer sentimiento no es el de Dios, es malo, siempre”. “Detengámonos” en cambio, exhortó, y demos “espacio al Espíritu Santo” para que “nos haga llegar a lo correcto, a la paz”. Como los Apóstoles, que son flagelados y dejan el sanedrín “contentos” de haber sufrido “ultrajes en nombre de Jesús”.
“En este momento, tantos hermanos y hermanas nuestros son martirizados en el nombre de Jesús, están en este estado, tienen en este momento la alegría de haber sufrido ultrajes, incluso la muerte, en el nombre de Jesús”. “Para huir del orgullo de los primeros, solo está el camino de abrir el corazón a la humildad, y a la humildad no se llega sin la humillación. Esta es una cosa que no se entiende naturalmente. Es una gracia que debemos pedir”.
La gracia, concluyó Francisco, de la “imitación de Jesús”. Una imitación testimoniada no sólo por los mártires de hoy, sino también por esos “muchos hombres y mujeres que sufren humillaciones cada día por el bien de su familia” y “cierran la boca, no hablan, soportan por amor de Jesús”.
“Y esta es la santidad de la Iglesia, esta es alegría que da la humillación, no porque la humillación sea bonita, no, eso sería masoquismo, no: porque con esa humillación se imita a Jesús. Dos actitudes: la de la cerrazón que te lleva al odio, a la ira, a querer matar a los demás, y la de la apertura a Dios en el camino de Jesús, que te hace aceptar las humillaciones, incluso las fuertes, con esta alegría interior porque estás seguro de estar en el camino de Jesús”.
16 de abril de 2015. Obedecer es cambiar.
El Papa Francisco celebró la misa de este jueves pidiendo por su predecesor, Benedicto XVI, que hoy cumple 88 años. En su homilía, el Papa se refirió a la liturgia del día, que habla de la obediencia. La obediencia - observó el Papa - "a menudo nos lleva a un camino diverso del que pensábamos”. Obedecer es "tener el valor de cambiar de rumbo cuando el Señor nos pide", dijo y añadió que "los que obedecen tiene la vida eterna", mientras que "quien no obedece tiene la ira de Dios sobre él."
En la primera lectura de los Actos de los Apóstoles, los sacerdotes y los jefes le prohiben a todos los discípulos de Jesús predicar el Evangelio a la gente. Están furiosos, celoso, porque en su presencia ocurren los milagros y la gente los sigue. Los discípulos son encarcelados, pero por la noche, el ángel de Dios los libera y vuelven a anunciar el Evangelio. Detenidos e interrogados de nuevo, Pedro responde ante las amenazas del sumo sacerdote: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Los sacerdotes no comprenden: son testarudos.
"Entre tanto --precisa el Papa-- estos eran los doctores, había estudiado la historia del pueblo, habían estudiado las profecías, la ley, conocían toda la teología del pueblo de Israel, la revelación de Dios, lo sabían todo, eran doctores, y no fueron capaces de reconocer la salvación de Dios. Pero, ¿cómo se entiende esta dureza de corazón? No eran cabeza dura, no sólo era "terquedad" Porque "la historia de esta terquedad --dijo el Papa-- es cerrarse en sí mismo, es no hablar, es la falta de diálogo”.
"Ellos no sabían dialogar, no sabían dialogar con Dios, porque no sabían orar y escuchar la voz del Señor, y no sabían el diálogo con los demás. Solamente interpretaban como era la ley para hacerla más precisa, y estaban cerrados a los signos de Dios en la historia, se cerraron a su pueblo. Estaban cerrados y la falta de diálogo, y el cierre del corazón, les llevó a no obedecer a Dios. Este es el drama de estos doctores de Israel, de estos teólogos del pueblo de Dios: no sabían a escuchar, que no sabían el diálogo. El diálogo se hace con Dios y con los demás”.
"Ellos son los mismos --recuerda Franciso- que le pagaron a los guardianes del sepulcro para decir que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús. Hacen de todo para no abrirse a la voz de Dios”. Al concluir la homilía el Papa indicó que "en esta misa rezaremos por los profesores de los profesores, de los que le enseñan al pueblo sobre Dios. Para que no se cierren, para que dialoguen y así se salven de la ira de Dios que, si no cambian de actitud permanecerá sobre ellos
14 de abril de 2015. Una comunidad renacida en el Espíritu
Santo busca la armonía y es paciente ante los sufrimientos.
Estas son las palabras del papa Francisco durante la celebración matutina de la Santa Misa en la capilla de la Casa Santa Marta. El Santo Padre también advirtió de que los cristianos no deben acumular riquezas, sino ponerlas al servicio de los necesitados, como lo hizo la primera comunidad guiada por los Apóstoles.
¿Qué frutos trae el Espíritu Santo en una comunidad? El Pontífice se centró en su homilía de este martes en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que describe la vida de la primera comunidad de cristianos. Hay, subrayó, dos signos de “renacimiento de una comunidad”. El primer signo es la armonía.
“La comunidad renacida o de los que renacen en el Espíritu tiene esta gracia de la unidad, la armonía. El único que nos puede dar la armonía es el Espíritu Santo, porque él también es la armonía entre el Padre y el Hijo, es el don que hace la armonía. El segundo signo es el bien común, es decir: 'No había entre ellos ningún necesitado, nadie consideraba propiedad suya lo que le pertenecía', estaba al servicio de la comunidad. Sí, algunos eran ricos, pero para servir. Estos son dos signos de una comunidad que vive en el Espíritu”. Esto, señaló el Papa, es un paso “curioso”, porque “poco después empiezan” algunos problemas en la comunidad, por ejemplo, la entrada de Ananías y Safira que tratan de “engañar a la comunidad”.
“Estos son los dueños de los benefactores que se acercan a la Iglesia, entran para ayudarla y usar a la Iglesia para sus propios negocios, ¿no? Luego están las persecuciones que fueron anunciadas por Jesús. La última de las Bienaventuranzas de Mateo: 'Bienaventurados cuando los insulten, los perseguirán por mi causa... Alégrense'. Y así se leen tantas persecuciones de esta comunidad. Jesús promete esto, promete muchas cosas hermosas, la paz, la abundancia: 'Tendrán cien veces más con las persecuciones'”.
En la “primera comunidad renacida por el Espíritu Santo -- recordó Francisco-- hay esto: la pobreza, el bien común, pero también los problemas, dentro y fuera”. Problemas dentro, como “esa pareja de negociantes, y fuera, las persecuciones”. Pero Pedro dice a la comunidad que no se sorprenda por estas persecuciones, porque es “el fuego que purifica el oro”. Y la comunidad renacida por el Espíritu Santo se purifica precisamente “en medio de las dificultades, de las persecuciones”. Existe, pues, un tercer signo de un renacer de la comunidad: “la paciencia al soportar: soportar los problemas, soportar las dificultades, soportar las maledicencias, las calumnias, soportar las enfermedades, soportar el dolor” de la pérdida de un ser querido.
La comunidad cristiana, prosiguió, “demuestra que renació en el Espíritu Santo, cuando es una comunidad que busca la armonía”, no la división interna; “cuando busca la pobreza”, “no la acumulación de riquezas para sí, porque las riquezas son para servir”. Y cuando “no se enfada inmediatamente ante las dificultades y se siente ofendida”, sino que es paciente como Jesús.
“En esta segunda semana de Pascua, durante la cual celebramos los misterios pascuales, nos hará bien pensar en nuestras comunidades, ya sean diocesanas, parroquiales, familiares o muchas otras, y pedir la gracia de la armonía que es más unidad --la unidad armoniosa, la armonía, que es el don del Espíritu-- pedir la gracia de la pobreza --no de la miseria, de la pobreza: ¿qué significa? Que tengo lo que tengo y tengo que gestionarlo bien por el bien común y con generosidad-- y pedir la gracia de la paciencia, de la paciencia”. El Señor, concluyó, “nos haga entender a todos que no sólo cada uno de nosotros recibió esta gracia de renacer en el Espíritu en el Bautismo, sino también nuestras comunidades”. (IDV) (HSM) Zenit.
13 de abril de 2015.El camino de la Iglesia es el de la “franqueza”,
“decir las cosas, con libertad”.
Estas son las palabras del papa Francisco durante la celebración matutina de la Santa Misa en la capilla de la Casa Santa Marta. El Santo Padre mencionó además que, como lo experimentaron los apóstoles después de la resurrección de Jesús, solo el Espíritu Santo es capaz de cambiar nuestra actitud, la historia de nuestra vida y darnos valor.
“No podemos callar lo que hemos visto y oído”. El Pontífice desarrolló su homilía de este lunes, a partir de esta afirmación de Pedro y Juan, tomada de los Hechos de los Apóstoles, en la Primera Lectura.
El papa Francisco recordó que Pedro y Juan, después de haber realizado un milagro, habían sido encarcelados y amenazados por los sacerdotes para que no hablasen más en el nombre de Jesús, pero ellos siguen adelante y cuando vuelven donde los hermanos les animan a proclamar la Palabra de Dios “con franqueza”. Y, piden al Señor para que dirija “la mirada a sus amenazas” y conceda “a sus siervos” que “no huyan”, “para proclamar con toda franqueza” su Palabra.
“También hoy el mensaje de la Iglesia es el mensaje del camino de la franqueza, del camino del valor cristiano. Estos dos, sencillos --como dice la Biblia-- sin formación, tuvieron el valor. Una palabra que puede traducirse como 'valor', 'franqueza', 'libertad para hablar', 'no tener miedo de decir las cosas'... Es una palabra que tiene muchos significados, en el original. La parresía, aquella franqueza... Y del temor pasaron a la 'franqueza', a decir las cosas con libertad”.
A continuación, el Santo Padre reflexionó sobre el pasaje del Evangelio de hoy que narra el diálogo “un poco misterioso entre Jesús y Nicodemo”, sobre el “segundo nacimiento”, sobre “tener una vida nueva, diferente de la primera”.
El Pontífice subrayó que también en esta historia, “en este itinerario de la franqueza”, el “verdadero protagonista” es “precisamente el Espíritu Santo”, "porque Él es el único capaz de darnos esta gracia de la valentía de anunciar a Jesucristo”.
"Y esta valentía del anuncio es lo que nos distingue del simple proselitismo. Nosotros no hacemos publicidad para tener más 'socios' en nuestra 'sociedad espiritual', ¿no? Esto no sirve. No sirve, no es cristiano. Lo que el cristiano hace es anunciar con valentía y el anuncio de Jesucristo provoca, a través del Espíritu Santo, el asombro que nos hace avanzar”.
El verdadero protagonista de todo esto, insistió, es el Espíritu Santo. Cuando Jesús habla de “nacer de nuevo”, dijo, nos hace entender que es “el Espíritu el que nos cambia, el que viene de cualquier parte, como el viento: escuchemos su voz”. Y, prosiguió, “solo el Espíritu es capaz de cambiar nuestra actitud”, de “cambiar la historia de nuestra vida, cambiar nuestra pertenencia”.
Es el Espíritu, recordó, el que “da esta fuerza a estos hombres sencillos y sin formación”, como Pedro y Juan, “esta fuerza para anunciar a Jesucristo hasta el testimonio último: el martirio”.
“El camino del valor cristiano es una gracia que da el Espíritu Santo. Hay tantos caminos que podemos tomar, que también nos dan una cierta valentía. '¡Pero mira que valiente, la decisión que tomó! Y mira este, mira como hizo bien este plan, como organizó las cosas, ¡qué bueno!': Esto ayuda, pero es un instrumento de otra cosa más grande: el Espíritu. Si no hay el Espíritu, podemos hacer tantas cosas, tanto trabajo, pero no sirve de nada”.
La Iglesia, añadió el papa Francisco, después de Pascua “nos prepara para recibir al Espíritu Santo”. Para ello, fue su exhortación final, ahora, “en la celebración del misterio de la muerte y resurrección de Jesús, podemos recordar toda la historia de la salvación” y “pedir la gracia para recibir el Espíritu para que nos dé la verdadera valentía de anunciar a Jesucristo”. Fuente: Zenit.
4 de abril de 2015. No se puede vivir la pascua sin entrar en el misterio.
Homilía Papa Francisco, Vigilia pascual. Esta noche es noche de vigilia. El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad. El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.
Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.
«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar. «Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.
No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más. «Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes... Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.
Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida. Fuente: Zenit.
3 de abril de 2015. Viacrucis santo Padre Francisco.
Miles de luces de las velas que sujetaban en sus manos los fieles alrededor del Coliseo de Roma iluminaban el Vía Crucis, que el santo padre Francisco ha presidido en esta noche de Viernes Santo. El Papa ha escuchado en silencio durante las meditaciones de cada estación, que han sido escritas por monseñor Renato Corti, obispo emérito de Navora. El tema sobre el que ha versado el Vía Crucis ha sido “La Cruz, cima luminosa del amor de Dios que nos protege. Llamados, también nosotros, a proteger por amor”.
La persecución religiosa o a causa de la injusticia, la familia, el sufrimiento o la explotación infantil, serán algunos de los temas meditados durante este acto. Para cargar la cruz a lo largo de las 14 estaciones ha habido personas procedentes de Irak, Siria, Nigeria, Egipto, China, así como familias, enfermos, religiosas latinoamericanas de las Hijas de Nuestra Señora de la Piedad y del Instituto secular Virgen de la Anunciación. La cruz ha sido portada, estación por estación, desde dentro del histórico monumento romano hasta el Palatino, donde estaba el Santo Padre.
En el Vía Crucis, tal y como se ha dicho en la introducción, ha habido “una referencia constante al don de estar protegidos por el amor de Dios, sobre todo por Jesús crucificado, y a la tarea de cuidar, también nosotros, por amor, de toda la creación, de todos los hombres, especialmente de los más pobres, de nosotros mismos y nuestras familias, para hacer brillar la estrella de la esperanza”.
En la primera estación, se ha pedido: “Señor Jesús, nosotros somos todavía más frágiles en la fe que los primeros discípulos. También nosotros corremos el riesgo de traicionarte, cuando tu amor debería alentarnos a amarte cada vez más. Nos hace falta oración, vigilancia, sinceridad y verdad. Así, la fe crecerá. Y será fuerte y gozosa”.
A continuación, en la segunda estación se ha recordado que también en nuestros días “hay hombres y mujeres que son encarcelados, condenados e incluso asesinados simplemente por ser creyentes o por su compromiso en favor de la justicia y la paz. Ellos no se avergüenzan de tu cruz. Son ejemplos admirables para que los imitemos”. A este punto se ha hecho referencia al paquistaní Shahbaz Bhatti, Ministro de las Minorías, fue asesinado por un grupo de hombres armados el 2 de marzo de 2011. Y a la luz de este testimonio, se ha rezado para que Jesús conforte interiormente a los perseguidos.
Y llega la tercera estación, Jesús cae bajo el peso de la cruz. En la resonancia se ha pedido “en este día no podemos parecernos al fariseo que se ensalza a sí mismo, sino al publicano que no se atreve siquiera a levantar la cabeza. Como él, te pedimos con confianza, a ti que eres el Cordero de Dios, perdón por nuestros pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión”.
Jesús se encuentra con su Madre en la cuarta estación. En este momento se ha recordado el drama que Jesús afrontas junto a tu Madre “por una callejuela de Jerusalén, nos hace pensar en tantas tragedias familiares de nuestro mundo. Hay para todos: madres, padres, hijos, abuelos y abuelas. Es fácil juzgar a los demás, pero lo más importante es saber ponerse en su lugar y ayudarles en la medida de lo posible. Lo intentaremos”.
En la quinta estación se recuerda el encuentro con el Cirineo. Y así se ha indicado en la meditación que “quizás también para algunos de nosotros el encuentro contigo sucedió de modo fortuito. Pero luego se ha hecho más profundo. Consideramos un gran don de tu gracia que no falten entre nosotros cirineos, que lleven la cruz de los otros. Lo hacen con perseverancia. Los motiva el amor. Su presencia es fuente de esperanza”.
Sexta estación, encuentro con la Verónica. Palabras de la resonancia dedicadas a las mujeres. “Esta tarde, entre nosotros, la presencia femenina es significativa. En los Evangelios, las mujeres tienen un lugar destacado. Os ayudaron a ti y a los apóstoles. Algunas de ellas estuvieron presentes en tu pasión. Y fueron las primeras en anunciar tu resurrección. El genio femenino nos lleva a vivir la fe con afecto hacia ti. Nos lo enseñan todos los santos. Queremos seguir sus huellas”.
Jesús cae por segunda vez en la séptima estación. En este momento se ha evocado “el dolor de cuantos sufren la crueldad de la violencia, el odio de palabras falaces o se encuentran con corazones de piedra que hacen llorar y llevan a la desesperación”. “El corazón del hombre –el corazón de cada uno de nosotros– espera otra cosa: el cuidado del amor. Tú, Jesús, nos lo enseñas a todos los hombres de buena voluntad”, se ha indicado.
Las mujeres de Jerusalén se encuentran con Jesús en la octava estación. “También hoy, viendo nuestras ciudades, tendrías motivos para llorar. Quizás también nosotros estamos ciegos y no comprendemos el camino de paz que tú nos indicas”, se ha recitado. Pero ahora, “sentimos como una llamada tuya lo que dijiste en el Sermón de la Montaña”: dichosos los limpios de corazón, dichosos los que trabajan por la paz
En la novena estación Jesús cae de nuevo, por tercera vez. Y así, “ante tu amor y el amor del Padre, nos preguntamos si no nos estaremos dejando contagiar por el mundo, que considera tu pasión y muerte ‘necedad y escándalo’, siendo así que es ‘fuerza y sabiduría de Dios’. “¿No estaremos siendo cristianos tibios, cuando tu amor es un misterio de fuego?”, se ha preguntado.
Jesús es despojado de sus vestiduras en la décima estación. La túnica de Jesús lleva a meditar “en un momento de gracia y también en todas las veces que se viola la dignidad del hombre”. Por eso, “Tú nos haces pedir humildemente perdón a cuantos sufren estos ultrajes y rezar para que finalmente se despierte la conciencia de los que oscurecen el cielo en la vida de los demás. Ante ti, Señor Jesús, renovamos nuestro propósito de ‘vencer el mal con el bien’”.
En la siguiente estación, undécima estación, Jesús es clavado en la Cruz. Una estación que ha invitado a preguntarse, “¿Cuándo quedará abolida la pena de muerte, vigente aún hoy en numerosos Estados? ¿Cuándo desaparecerá todo tipo de tortura y la muerte violenta de personas inocentes?”.
Duodécima estación: Jesús muere en la Cruz. “En la cruz, Jesús, rezaste. Así viviste el momento culminante de tu vocación y misión.2Te dirigiste a tu Madre y al discípulo Juan. A través de ellos, nos hablabas también a nosotros. Nos confiaste a tu Madre. Nos pediste que la acogiéramos en nuestra vida, para que nos cuidase a nosotros igual que cuidó de ti”, se ha observado.
Siguiente estación, decimotercera, Jesús es bajado de la cruz. En este punto se ha meditado: “Contemplando tu rostro, el nuestro no podrá ser distinto del tuyo. Nuestra debilidad será fuerza y victoria si manifiesta la humildad y de la mansedumbre de nuestro Dios”.
Y finalmente, decimocuarta y última estación, Jesús es puesto en el sepulcro. En la última reflexión, las palabras en boca de María: “Juan ha permanecido junto a mí. Al pie de la cruz, mi fe ha sufrido una dura prueba. Como en Belén y después en Nazaret, también ahora medito todas estas cosas en silencio. Confío en Dios. No he perdido mi esperanza de madre. Confiad también vosotros. Para todos vosotros pido la gracia de una fe fuerte. Para aquellos que atraviesan días de oscuridad, el consuelo”.
2 de abril de 2015. El amor de Jesús por nosotros no tiene límites.
Homilía Papa Francisco Jueves Santo, In Cena Domini. Este jueves, Jesús estaba a la mesa con los discípulos celebrando la fiesta de la Pascua. El pasaje del Evangelio que hemos escuchado dice una frase que es precisamente el centro de lo que Jesús ha hecho por todos nosotros. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les amó hasta el extremo”. Jesús nos amó. Jesús nos ama. Pero sin límites, siempre, hasta el final.
El amor de Jesús por nosotros no tiene límites. Siempre más, siempre más. No se cansa de amar. A ninguno. Nos ama a todos nosotros. Hasta el punto de dar la vida por nosotros. Sí, dar la vida por nosotros, dar la vida por todos nosotros, dar la vida por cada uno de nosotros. Y cada uno de nosotros puede decir ‘da la vida por mí, cada uno. Ha dado la vida por tí, por tí, por tí, por vosotros, por mí… Por cada uno, con nombre y apellido. Su amor es así, personal. El amor de Jesús no decepciona nunca por Él no se cansa de amar como no se cansa de perdonar, no se cansa de abrazarnos. Esta es la primera cosa que quería deciros, Jesús nos amó a cada uno de nosotros hasta el final.
Y después hace esto que los discípulos no entendían. Lavar los pies. En aquel tiempo era habitual esto porque la gente cuando llegaba a una casa tenía los pies sucios del polvo del camino. No había ‘sanpietrini’ en aquella época, el polvo del camino. Y a la entrada de la casa, se lavaban los pies. Pero esto no lo hacía el dueño de la casa, lo hacían los esclavos. Era trabajo de esclavos. Y Jesús lava como esclavo nuestros pies, los pies de los discípulos. Por eso dice a Pedro ‘esto que hago yo, tú ahora no lo entendéis’. ‘Lo entenderás después’. Jesús, es tanto el amor, que se ha hecho esclavo para servirnos, para sanarnos, para limpiarnos. Y hoy, en esta misa, la Iglesia quiere que el sacerdote lave los pies a doce personas, en memoria de los doce apóstoles. Pero en nuestro corazón debemos tener la certeza, debemos estar seguros que el Señor cuando nos lava los pies, nos lava todo, nos purifica, nos hace sentir otra vez su amor. En la Biblia hay una frase del profeta Isaías muy bonita, ‘¿pero puede una madre olvidarse de su hijo? Si una madre se olvidara de su hijo, yo nunca me olvidaré de ti’. Así es el amor de Dios por nosotros.
Yo lavaré hoy los pies de doce de vosotros. Pero, en estos hermanos y hermanas, estáis todos vosotros, todos, todos, todos los que viven aquí. Vosotros les representáis. Pero yo también necesito ser lavado por el Señor. Por esto, rezad durante esta misa, para que el Señor también lave mis suciedades, para que yo me convierta en más esclavo vuestro, más esclavo en el servicio de la gente, como ha sido Jesús. Ahora comenzaremos esta parte de la ceremonia. Texto transcrito por ZENIT
2 de abril de 2015. El cansancio de los sacerdotes.
Homilía Papa Francisco Jueves Santo. «Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).
Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio.
El cansancio de los sacerdotes... ¿Sabéis cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajáis en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.
Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».
Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).
Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.
¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias — que son suaves y ligeras —, en sus complacencias — a ellos les agrada estar en mi compañía —, en sus intereses y referencias — a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios —? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado»(2 Tm 1,12)?
Repasemos un momento las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.
No son tareas fáciles, exteriores, como por ejemplo el manejo de cosas — construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... —; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones, si hablamos con el corazón abierto, tanto afecto, fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido y hasta parece comido por la gente: «Tomad, comed». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomad y comed, tomad y bebed...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre cansa.
Quisiera ahora compartir con vosotros algunos cansancios en los que he meditado.
Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador —lo dice el evangelio—, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium, 11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). Qué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Venid a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).
También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallada o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium, 83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No temáis, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
Y por último — para que esta homilía no os canse — está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium, 277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a pelear (somos los que cuidamos). Este cansancio, en cambio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga, cansa mal.
La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.
Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Eso es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.
El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,21). Y por favor pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero bien cansados!
26 de marzo de 2015. En la homilía de este jueves,
el Santo Padre recuerda que es triste ser creyente
sin alegría y no hay alegría cuando no hay fe
La alegría no viene de la doctrina fría, sino de la fe y la esperanza de encontrar a Jesús. Un creyente que no sabe ser feliz es triste: así lo ha asegurado el santo padre Francisco en la homilía de esta mañana de la misa celebrada de Santa Marta. La alegría de Abraham que exulta en la esperanza de convertirse en padre, tal y como promete Dios, ha guiado la reflexión del Papa al comentar las lecturas del día. Así, ha recordado que Abraham era viejo, al igual que su mujer Sara, pero él cree, “abre el corazón a la esperanza” y está “lleno de consolación”. Jesús recuerda a los doctores de la ley, que Abrahán “exultó en la esperanza” al ver su día y “se llenó de alegría”.
De este modo, el Papa ha afirmado que “esto es lo que no entendían los doctores de la ley. No entendían la alegría de la promesa; no entendían la alegría de la esperanza; no entendían la alegría de la alianza. ¡No entendían!” Y es que, "no sabían ser felices, porque habían perdido el sentido de la felicidad, que solamente viene de la fe", ha observado el Pontífice. Por eso, Francisco ha recordado que “nuestro padre Abraham ha sido capaz de ser feliz porque tenía fe: se ha hecho justo en la fe. Estos habían perdido la fe. ¡Eran doctores de la ley, pero sin fe! Y aún más: ¡habían perdido la ley! Porque el centro de la ley es el amor, el amor por Dios y por el prójimo”.
A continuación, el Santo Padre ha explicado que “solamente tenían un sistema de doctrinas precisas y que precisaban cada día más que nadie las tocara. Hombres sin fe, sin ley, sin ley, unidos a doctrinas que también se convertían en una actitud casuística: ¿se puede pagar la tasa al César, no se puede? Esta mujer, que se ha casado siete veces, ¿cuándo vaya al cielo será mujer de esos siete? Esta casuística…. Este era su mundo, un mundo abstracto, un mundo sin amor, un mundo sin fe, un mundo sin esperanza, un mundo sin confianza, un mundo sin Dios. ¡Y por esto no podían ser felices!”
Por otro lado, el Obispo de Roma ha observado en la homilía que los doctores de la ley podían también divertirse, “pero sin alegría”, es más, “con miedo”.
“Esta es la vida sin fe en Dios, sin confianza en Dios, sin esperanza en Dios. Y su corazón estaba petrificado”, ha advertido. De este modo, ha reconocido que es triste ser creyente sin alegría y no hay alegría cuando no hay fe, cuando no hay esperanza, cuando no hay ley, sino solamente las prescripciones, la doctrina fría.
Y así, finalmente el Papa ha señalado que “la alegría de la fe, la alegría del Evangelio es el criterio de la fe de una persona. Sin alegría esta persona no es un verdadero creyente”. Para concluir el Papa ha invitado a retomar las palabras de Jesús: “Abraham, vuestro padre, exultó en la esperanza de ver mi día. Lo vio y se llenó de alegría”. De este modo, el Santo Padre ha exhortado a pedir al Señor la gracia de ser exultantes en la esperanza, la gracia de poder ver el día de Jesús cuando nos encontremos con Él y la gracia de la alegría”. (RL) (SM) Fuente: Zenit.
23 de marzo de 2015. “Sin misericordia no hay justicia”.
Comentando las lecturas del día y refiriéndose también a otro pasaje evangélico, el papa Francisco habló en su homilía de este lunes en Santa Marta, de tres mujeres y tres jueces: una mujer inocente, Susana; una pecadora, la adúltera; y una pobre viuda necesitada; Las tres, indicó el Papa, según algunos padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: “la Iglesia santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada”.
Los tres jueces son malos y corruptos, observó el Papa: está antes de todo el juicio de los escribas y de los fariseos que llevan la adultera a Jesús. “Tenían adentro el corazón la corrupción de la rigidez”. Se sentían puros porque observaban la “la letra de la ley” y porque decían: “La ley dice esto y se debe hacer esto”. Pero “no eran santos, eran corruptos, porque una rigidez de este género solamente puede ir adelante en una doble vida y estos que condenaban a estas mujeres después iban a buscarlas de manera escondida, para divertirse un poco. Los rígidos son, uso el adjetivo que Jesús les daba a ellos, hipócritas. Tienen una doble vida. “Con la rigidez no se puede ni siquiera respirar”.
Después estaban los dos jueces ancianos que extorsionan a una mujer, Susana, para que se conceda, pero ella resiste: “eran jueces viciosos --subraya el Papa-- tenían la corrupción del vicio, en este caso la lujuria. Y se dice que este vicio con los años se vuelve más feroz y malo”.
Otro es el caso del juez interpelado por la viuda pobre. Este juez “no le temía a Dios y no le importaba nadie ni nada, solamente de sí mismo”. Era “un negociante, un juez que con su oficio de juzgar hacía negocios”. Era “un corrupto de dinero, de prestigio”. Estos jueces, negociantes, viciosos y rígidos, “no conocían lo que era la misericordia”.
La corrupción no les permitía entender la misericordia, ser misericordiosos. Y la biblia dice que en la misericordia está justamente el justo juicio. Y las tres mujeres --la santa, la pecadora y la necesitada-- figuras alegóricas de la Iglesia, sufren de esta falta de misericordia.
También hoy, el pueblo de Dios cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio si misericordia, sea en el lado civil que en el eclesiástico. Y donde no hay misericordia no hay justicia. Cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuantas veces, cuantas veces, encuentra a uno de estos”.
Encuentra a los viciosos que “son capaces de intentar explotarlos” y esto “es uno de los pecados más graves”; encuentra a “los negociantes” que “no le dan oxígeno a esa alma ni esperanza”; y encuentra a “los rígidos que castigan al penitente lo que ellos esconden en su alma”. Y esto, dice el Papa, “se llama falta de misericordia”.
“Querría solamente decir --concluye el Papa-- una de las palabras más bonitas del evangelio que a mí me conmueve tanto: '-¿Nadie te ha condenado? -No, nadie Señor. -Tampoco yo te condeno'. El Tampoco yo te condeno es una de las palabras más hermosas, porque llenas de misericordia. (Texto de la Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT)
17 de marzo de 2015. En la homilía de este martes, el Santo Padre
ha advertido que lo que hace el Espíritu Santo
en el corazón de las personas, lo destruyen los cristianos
con psicología de doctores de la ley. La Iglesia es la casa de Jesús, una casa de misericordia que acoge a todos, y por tanto no un lugar del cual los cristianos puedan cerrar las puertas. Esta ha sido la advertencia que el santo padre Francisco ha hecho esta mañana en la homilía de Santa Marta.
La reflexión del Papa ha comenzado por el agua, protagonista de las lecturas litúrgicas del día. “El agua que sana”, la ha llamado Francisco, que comenta la descripción que el profeta Ezequiel hace del goteo que surge en el umbral del templo, que se convierte en el exterior en un torrente impetuoso y en cuyas aguas ricas de peces cualquiera podrá ser sanado. Y el agua descrita de la piscina de Betzatà, descrita en el Evangelio, cerca de la cual hay un paralítico desde hace 38 años entristecido --y según Francisco también un poco “perezoso”-- que no ha encontrado nunca la forma de hacerse sumergir cuando las aguas se mueven y por tanto buscar la sanación. Así, el Papa ha explicado que Jesús sin embargo lo sana, y lo anima a “ir adelante”, pero esto desencadena la crítica de los doctores de la ley porque la sanación tuvo lugar un sábado. Una historia que sucede muchas veces también hoy.
De este modo, el Pontífice ha indicado que “un hombre, una mujer, que se siente enfermo en el alma, triste, que ha cometido muchos errores en su vida, y en un cierto momento siente que las aguas no se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo, o escucha una palabra o… ‘Ah, ¡yo quisiera ir!’... Y tiene coraje y va”. Y cuántas veces hoy --ha advertido-- en las comunidades cristianas se encuentran las puertas cerradas. ‘Pero tú no puedes, no, tú no puedes. Tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a misa el domingo, pero quédate ahí, no hagas más’. Por eso, el Santo Padre ha observado que lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, lo destruyen los cristianos con psicología de doctores de la ley.
Nuevamente, ha recordado que la Iglesia tiene siempre las puertas abiertas. “Es la casa de Jesús y Jesús acoge. Pero no solo acoge, va a encontrar a la gente como fue a buscar a este. Y si la gente está herida, ¿qué hace Jesús? ¿Le regaña por estar herida? No, va y lo carga sobre los hombros. Y esto se llama misericordia. Y cuando Dios regaña a su pueblo --’Misericordia quiero, no sacrificios’-- habla de esto”, ha explicado el Papa.
A continuación, ha preguntado: “¿quién eres tú para cerrar la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer que quiere mejorar, volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha tocado su corazón?”. Así, Francisco ha pedido que la Cuaresma ayude a no cometer el error de quien desafió el amor de Jesús hacia el paralítico solo porque era contrario a la ley.
Al concluir la homilía, el Papa ha invitado a pedir al Señor en la misa “por nosotros y por toda la Iglesia”, o sea “una conversión hacia Jesús, una conversión a Jesús, una conversión a la misericordia de Jesús. Y así la ley será plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos”.
16 de marzo de 2015. Dios está enamorado de nosotros
y somos su sueño de amor
y esto no lo puede explicar ningún teólogo. Así lo ha afirmado el Santo Padres en la homilía de esta mañana en Santa Marta.
En la primera lectura de hoy, del profeta Isaías, el Señor dice que creará “cielo nuevo y tierra nueva”. Por eso, el papa Francisco afirma que la segunda creación de Dios es aún más “maravillosa” que la primera, porque “cuando el Señor ‘rehace’ el mundo estropeado por el pecado” lo ‘rehace’ en Jesucristo. Y en este renovar todo, Dios manifiesta su gloria inmensa.
El Pontífice lo ha explicado así. “Vemos que el Señor tiene mucho entusiasmo: habla de alegría y dice una palabra: ‘gozaré de mi pueblo’. El Señor piensa en eso que hará, piensa que Él, Él mismo estará en la alegría de su pueblo. Es como si fuera un ensueño del Señor: el Señor sueña. Tiene sus sueños. Sus sueños sobre nosotros. ‘Ah, qué bonito será cuando nos encontremos todos juntos, cuando nos encontremos allí o cuando esa persona, esta otra... aquella otra caminará conmigo. ¡Yo disfrutaré en ese momento!” De este modo, el Santo Padre ha dado un ejemplo que puede ayudar: como si una chica con su novio o el chico con su novia pensara ‘cuando estemos juntos, cuando nos casemos...’ Es el ‘sueño’ de Dios.
Además, ha querido recordar en la homilía que “Dios piensa en cada uno de nosotros” y “piensa bien, nos quiere, ‘sueña’ con nosotros. Sueña con la alegría con la que gozará con nosotros. Por esto el Señor quiere ‘re-crearnos’ hacer nuevo nuestro corazón, ‘re-crear’ nuestro corazón para hacer triunfar la alegría”.
“¿Lo habéis pensado?”, se pregunta Francisco, y responde: ‘¡El Señor sueña conmigo! ¡Estoy en la mente, en el corazón del Señor! ¡El Señor es capaz de cambiar mi vida!” Y hace muchos planes, explica Francisco. “Fabricaremos casas, plantaremos viñas, comeremos juntos”... estas son ilusiones que hace solamente un enamorado. Y aquí el Señor se muestra enamorado de su pueblo, ha proseguido el Papa. Al respecto, el Santo Padre ha indicado que cuando el Señor dice a su pueblo: “Yo te he elegido no porque seas el más fuerte, el más grande, o el más poderoso. Sino que te he elegido porque eres el más pequeño de todos. También puede decir: el más miserable de todos. Yo te he elegido así”. Y esto --ha observado el Papa-- es amor.
El Papa ha insistido en que “Dios está enamorado de nosotros” al comentar el pasaje del Evangelio sobre la sanación del hijo del funcionario real. “Creo que no haya ningún teólogo que pueda explicar esto: no se puede explicar. Sobre esto solo se puede pensar, escuchar y llorar de alegría. El Señor nos puede cambiar”.
¿Y qué debemos hacer?, se ha preguntado el Papa. La respuesta: Creer. “Creer que el Señor puede cambiarme, que el Señor es poderoso: como ha hecho con ese hombre que tenía el hijo enfermo, en el Evangelio”. Así, Francisco ha explicado que ese hombre creyó en la palabra que Jesús le había dado y se puso en camino”. Creyó que Jesús tenía el poder de cambiar a su hijo, la salud del niño. Y venció.
Finalmente, el Pontífice ha recordado que “la fe es dar espacio a este amor de Dios, es hacer espacio al poder, al poder de Dios, pero de que uno que es poderoso, al poder de uno que me ama, que está enamorado de mí y que quiere la alegría conmigo. Esto es la fe. Esto es creer: es hacer espacio al Señor para que venga y me cambie”. Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT
12 de marzo de 2015. Si el cristiano no se deja tocar
por la misericordia de Dios y a su vez ama
al prójimo, como hacen los santos,
termina siendo un hipócrita.
Así lo ha advertido el santo padre Francisco en la homilía de esta mañana en la misa celebrada en Santa Marta.
De este modo, Francisco ha explicado que al principio fueron los profetas y después le tocó a los santos. Con ellos Dios ha construido en el tiempo la historia de su relación con los hombres. Y, a pesar de la excelencia de estos preelegidos --a pesar de sus enseñanzas y sus acciones-- la historia de la salvación se ha visto accidentada, atravesada por muchas hipocresías e infidelidades.
El Papa Francisco ha reflexionado ampliamente desde Abel hasta nuestros días. En la voz de Jeremías, propuesto por la Lectura del día, está la voz de Dios mismo, que constata con amargura como el pueblo elegido, aun habiendo recibido muchos beneficios, no le había escuchado. Así, el Papa ha recordado que Dios ha dado todo, pero ha recibido de vuelta solamente “cosas feas”. “La fidelidad ha desaparecido, no sois un pueblo fiel”, recuerda.
De este modo, ha proseguido indicando que “esta es la historia de Dios. Parece que Dios llorase, aquí. Te ha amado tanto, te he dado tanto y tú… Todo contra mí. También Jesús mirando a Jerusalén lloró. Porque en el corazón de Jesús había toda esta historia donde la fidelidad había desaparecido. Nosotros hacemos nuestra voluntad, pero haciendo esto en el camino de la vida seguimos un camino de endurecimientos: el corazón se endurece, se petrifica. Y la Palabra del Señor no entra. Y el pueblo se aleja. También nuestra historia personal se puede convertir en esto. Y hoy, en este día cuaresmal, podemos preguntarnos: ‘Yo, escucho la voz del Señor, o hago lo que quiero, lo que me gusta?’”
El episodio del Evangelio de hoy muestra un ejemplo de “corazón endurecido”, sordo a la voz de Dios. El Papa ha recordado que Jesús sana a un endemoniado y a cambio recibe una acusación. Es la típica excusa de los legalistas que creen que la vida está regulada por las leyes que hacen ellos, ha advertido Francisco.
A propósito, el Pontífice ha explicado que también esto ha sucedido en la historia de la Iglesia. “Pensada en la pobre Juana de Arco: ¡hoy es santa! Pobrecita: estos doctores la quemaron viva, porque decían que era una hereje, acusada de herejía... Pero eran los doctores, los que sabían la doctrina segura, estos fariseos: alejados del amor de Dios”. Así, ha puesto también el ejemplo del beato Rosmini, cuyos libros era pecado leer y ahora es beato. “En la historia de Dios con su pueblo, el Señor mandaba, para decirles que amaba a su pueblo, a los profetas. En la Iglesia, el Señor manda a los santos. Son santos que llevan adelante la vida de la Iglesia: son los santos. No son los poderosos, no son los hipócritas: no. Los santos”.
Los santos “son los que no tienen miedo a dejarse acariciar por la misericordia de Dios. Y por esto los santos son hombres y mujeres que entienden muchas miserias, muchas miserias humanas, y acompañan al pueblo de cerca. No desprecian al pueblo”, ha asegurado el Obispo de Roma en la homilía.
En la conclusión, el Papa ha recordado que Jesús dice “quien no está conmigo está contra mí”. Pero --se ha preguntado-- ¿no habrá un camino en medio, un poco de aquí un poco de allá? A lo que ha respondido: “No. O tú estás en el camino del amor, o en el de la hipocresía. O tú te dejas amar por la misericordia de Dios, o haces lo que quieres, según tu corazón, que se endurece más, cada vez, en este camino”. Finalmente, ha asegurado que o eres santo o vas por el otro camino. “Quien no recoge conmigo, deja las cosas… No, es peor: dispersa, arruina. Es un corruptor. Es un corrupto que corrompe”.
10 de marzo de 2015. Pedir perdón a Dios, siguiendo
la enseñanza del Padre Nuestro. O sea, arrepentirse
con sinceridad de los propios pecados,
sabiendo que Dios perdona siempre, y que nos pide perdonar a los otros con la misma generosidad de corazón. Lo indicó el papa Francisco durante la homilía de este martes en la misa que ha celebrado en la capilla de la residencia Santa Marta, precisando que Dios omnipotente de alguna manera se detiene cuando un corazón le cierra la puerta, o sea un corazón que no quiere perdonar a quien lo ha herido.
El Santo Padre se inspira en el pasaje evangélico de hoy, en el cual Jesús le explica a Pedro que tiene que perdonar 'setenta veces siete', lo que significa 'siempre', para reafirmar que el perdón de Dios y nuestro perdón a los demás está íntimamente relacionado.
Y todo depende de cómo nos presentamos a Dios para pedir ser perdonados. El Papa indica la lectura que muestra al profeta Azaría invocar clemencia por el pecado de su pueblo, que está sufriendo, si bien es culpable de haber 'abandonado la ley del Señor'. Azaría, indica Francisco, no protesta, no se lamenta delante de Dios, reconoce los errores del pueblo y se arrepiente.
“Pedir perdón es una cosa, y otra cosa es pedir disculpas. ¿O me equivoco? No tiene nada que ver una cosa con la otra. El pecado no es una simple equivocación. El pecado es idolatría, es adorar a un ídolo, el del orgullo, el de la vanidad, el de dinero, el de sí mismo. Y por ello es que Azaría no pide disculpa, sino que pide perdón”.
Por ello, señala el Pontífice que el perdón se pide sinceramente, con el corazón, y tiene que ser donado con el corazón a quien cometió el mal. Como el patrón de la parábola evangélica contada por Jesús, que perdona una deuda enorme a un siervo, movido por la compasión de sus súplicas. Y no como el otro siervo hace con su igual, tratándolo sin piedad y haciéndolo llevar a la cárcel aunque fuera deudor de una suma irrisoria. La dinámica del perdón, es la que enseñó Jesús en el Padre Nuestro. “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Si no soy capaz de perdonar, no son capaz de pedir perdón.
- "Pero padre yo me confieso
- ¿Y qué haces antes de confesarte?
- Bueno, pienso a las cosas que hice mal...
- Está bien.
- Después pido perdón al Señor y prometo no volverlo a hacer...
- Bien. ¿Y después vas al sacerdote? Antes te falta una cosa: ¿has perdonado quienes que te han hecho mal?", porque “el perdón que Dios te dará” supone “el perdón que tu das a los otros”.
Lo que Jesús nos enseña es:
“primero, pedir perdón y no simplemente pedir disculpas es tener consciencia del propio pecado, de la idolatría cometida, de las diversas idolatrías;
Segundo. Dios siempre perdona, siempre. Pero pide que yo perdone. Si yo no perdono, en cierto sentido cierro la puerta al perdón de Dios. (Traducido y adaptado por ZENIT del texto de Radio Vaticano)
9 de marzo de 2015. Dios actúa en la humildad y
en el silencio, su estilo no es el espectáculo.
Lo ha señalado este lunes el papa Francisco en la misa matutina que celebró en la capilla de la Casa Santa Marta. En el evangelio de hoy, Jesús recrimina a los habitantes de Nazaret por su falta de fe: al principio --ha afirmado el Santo Padre durante la homilía-- es escuchado con admiración, pero después explota “la ira, la indignación”.
“Esta gente escuchaba con gusto lo que decía Jesús, pero no a uno, dos o tres no le ha gustado lo que decía, y quizás algún murmurador se levantó y dijo: ‘¿Pero éste de qué viene a hablarnos? ¿Dónde ha estudiado para decirnos estas cosas? ¡Que nos enseñe la licenciatura! ¿En qué Universidad ha estudiado? Este es el hijo del carpintero y le conocemos bien’. Y estalló la furia, también la violencia. “Y le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron al borde del monte”. Querían despeñarlo”.
La primera lectura habla de Naamán, comandante del ejército sirio, leproso. El profeta Eliseo le dice que se bañe siete veces en el río Jordán para curarse, y también él se indigna porque pensaba en un gesto más grande. Después escucha el consejo de los siervos, hace lo que le dice el profeta, y la lepra desaparece. Tanto los habitantes de Nazaret como Naamán --ha observado el Pontífice-- “querían el espectáculo”, pero “el estilo del buen Dios no es hacer un espectáculo: Dios actúa en la humildad, en el silencio, en las cosas pequeñas”. Esto --ha subrayado-- desde la Creación, donde el Señor no toma “la varita mágica”, sino que crea al hombre “con barro”. Es un estilo que atraviesa “toda la historia de la salvación”:
“Cuando ha querido liberar a su pueblo, lo ha liberado por la fe y la confianza de un hombre: Moisés. Cuando ha querido hacer caer la poderosa ciudad de Jericó, lo ha hecho a través de una prostituta. También para la conversión de los samaritanos ha pedido el trabajo de otra pecadora. Cuando Él ha enviado a David a luchar contra Goliat, parecía una locura: el pequeño David ante ese gigante, que tenía una espada, tenía tantas cosas, y David sólo la honda y las piedras. Cuando ha dicho a los Magos que había nacido el Rey, el Gran Rey, ¿qué se han encontrado? Un niño, un pesebre. Las cosas sencillas, la humildad de Dios, este es el estilo divino, nunca el espectáculo”.
El Papa ha recordado “también una de las tres tentaciones de Jesús en el desierto: el espectáculo”. Satanás lo invita a tirarse del pináculo del Templo para que, viendo el milagro, la gente pueda creer en él. “El Señor --en cambio-- se revela en la sencillez, en la humildad”. “Nos hará bien en esta Cuaresma --ha concluido Francisco-- pensar en nuestra vida en cómo el Señor nos ha ayudado, en cómo nos ha hecho seguir adelante, y encontraremos que siempre lo ha hecho con cosas sencillas”:
“Así actúa el Señor: hace las cosas con sencillez. Te habla silenciosamente al corazón. Recordemos en nuestra vida las muchas veces que hemos oído estas cosas: la humildad de Dios es su estilo; la sencillez de Dios es su estilo. Y también en la celebración litúrgica, en los sacramentos, lo bonito es que se manifieste la humildad de Dios y no el espectáculo mundano. Nos hará bien recorrer nuestra vida y pensar en las muchas veces que el Señor nos ha visitado con su gracia, y siempre con este estilo humilde, el estilo que también Él nos pide que tengamos: la humildad”.
5 de marzo de 2015. La mundanidad oscurece el alma,
haciéndonos incapaces de ver a los pobres
que viven junto a nosotros con todas sus llagas.
Lo ha señalado este jueves el papa Francisco en la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta. Durante la homilía, el Santo Padre ha comentado la parábola del rico epulón, un hombre vestido "de púrpura y lino finísimo" que "cada día se daba lujosos banquetes".
El Pontífice ha observado que no se dice de él que fuera malvado: al contrario, "tal vez era un hombre religioso, a su manera. Rezaba, quizás, alguna oración y dos o tres veces al año seguramente iba al Templo a hacer sacrificios y daba grandes ofrendas a los sacerdotes, y ellos con aquella pusilanimidad clerical se lo agradecían y le hacían sentarse en el lugar de honor". Pero no se daba cuenta de que a su puerta estaba un pobre mendigo, Lázaro, hambriento, lleno de llagas, "símbolo de tanta necesidad que tenía". El Papa ha explicado la situación del hombre rico:
"Cuando salía de casa, eh no... tal vez el vehículo con el que salía tenía los cristales polarizados para no ver fuera... tal vez, pero no sé... Pero seguramente, sí, su alma, los ojos de su alma estaban oscurecidos para no ver. Solo veía dentro de su vida, y no se daba cuenta de lo que había sucedido a este hombre, que no era malo: estaba enfermo. Enfermo de mundanidad. Y la mundanidad transforma las almas, hace perder la conciencia de la realidad: viven en un mundo artificial, hecho por ellos... La mundanidad anestesia el alma. Y por eso, este hombre mundano no era capaz de ver la realidad".
Y la realidad es la de muchas personas pobres que viven junto a nosotros:
"Muchas personas que llevan la vida de manera difícil, de modo difícil; pero si tengo el corazón mundano, nunca entenderé eso. Con el corazón mundano no se puede entender la necesidad y lo que hace falta a los demás. Con el corazón mundano se puede ir a la iglesia, se puede rezar, se pueden hacer tantas cosas. Pero Jesús, en la Última Cena, en la oración al Padre, ¿qué ha rezado? 'Pero, por favor, Padre, custodia a estos discípulos para que no caigan en el mundo, que no caigan en la mundanidad'. Es un pecado sutil, es más que un pecado: es un estado pecador del alma".
En estas dos historias --ha afirmado el Santo Padre-- hay dos sentencias: una maldición para el hombre que confía en el mundo y una bendición para el que confía en el Señor. El hombre rico aleja su corazón de Dios: "su alma está desierta", una "tierra salobre donde ninguno puede vivir", "porque los mundanos, a decir verdad, están solos con su egoísmo". Tiene "el corazón enfermo, tan apegado a este modo de vivir mundano que difícilmente podía sanar". Además --ha añadido el Pontífice--, mientras que el pobre tenía un nombre, Lázaro, el rico no lo tiene: "no tenía nombre, porque los mundanos pierden el nombre. Son solo uno más de la masa acomodada, que no necesita nada. Los mundanos pierden el nombre".
En la parábola, el hombre rico, cuando muere se encuentra atormentado en el infierno, y le pide a Abraham que envíe a alguien de entre los muertos para advertir a los familiares que aún viven. Pero Abraham le contesta que si no oyen a Moisés y a los Profetas tampoco se persuadirán aunque uno resucitase de entre los muertos. El Papa ha señalado que los mundanos quieren manifestaciones extraordinarias, sin embargo, "en la Iglesia todo está claro, Jesús ha hablado con claridad: ese es el camino. Pero al final hay una palabra de consuelo":
"Cuando aquel pobre hombre mundano, atormentado, le pide que envíe a Lázaro con un poco de agua para ayudarlo, ¿cómo responde a Abraham? Abraham es la figura de Dios, el Padre. ¿Cómo responde? 'Hijo, recuerda...'. Los mundanos han perdido el nombre; también nosotros, si tenemos el corazón mundano, hemos perdido el nombre. Pero no somos huérfanos. Hasta el final, hasta el último momento existe la seguridad de que tenemos un Padre que nos espera. Confiemonos a Él. 'Hijo'. Nos dice 'hijo', en medio de esa mundanidad: 'hijo'. No somos huérfanos".
3 de marzo de 2015. Si aprendemos a hacer el bien,
Dios perdona generosamente todo pecado.
Lo que no perdona es la hipocresía, la santidad fingida. Lo ha explicado esta mañana el santo padre Francisco en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta. Los falsos santos, que también delante del cielo se preocupan de parecer más que de ser, y los pecadores santificados, que más allá del mal hecho han aprendido a hacer un bien más grande.
El Papa ha asegurado que no duda sobre a quién prefiere Dios de estas dos categorías.
De este modo, ha explicado que las palabras de la lectura de Isaías, son un imperativo y paralelamente una “invitación” que viene directamente de Dios: “Parad de hacer el mal, aprended a hacer el bien” defendiendo huérfanos y viudas, es decir, “aquellos de los que nadie se acuerda”, entre los que están también --recuerda el Papa-- “los ancianos abandonados, “los niños que no van a la escuela” y los que “no saben hacerse el signo de la Cruz”. De este modo, el Pontífice ha observado que detrás del imperativo y la invitación está como siempre la invitación a la conversión.
Y lo ha explicado así: “¿Pero cómo puedo convertirme? ‘¡Aprended a hacer el bien!’ La conversión. La suciedad del corazón no se quita como se quita una mancha: vamos a la tintorería y salimos limpios… Se quita con el ‘hacer’: hacer un camino distinto, otro camino que no es el del mal. ‘¡Aprended a hacer el bien!’, es decir, el camino de hacer el bien. ¿Y cómo hago el bien? ¡Es sencillo! ‘Buscad la justicia, socorred al oprimido, sed justos con el huérfano, defended la causa de la viuda’”. El Pontífice ha señalado que “recordamos que en Israel los más pobres y los más necesitados eran los huérfanos y las viudas: haced justicia con ellos, id donde están las llagas de la humanidad, donde hay mucho dolor… Y así, haciendo el bien, lavarás tu corazón”
Y la promesa de un corazón lavado, es decir, perdonado, viene del mismo Dios, que no lleva la contabilidad de los pecados frente a quien ama concretamente al prójimo, ha explicado el Pontífice. Nuevamente, el Santo Padre ha explicado esto con un ejemplo: “Si tú haces esto, vas por ese camino, al que yo te invito --nos dice el Señor-- aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve”. Es una exageración, el Señor exagera: ¡pero es la verdad! El Señor nos da el don de su perdón. El Señor perdona generosamente. ‘Pero yo perdono hasta aquí, después veremos el otro...’ ¡No, no! ¡El Señor perdona todo! ¡Todo! Pero si tú quieres ser perdonado, tú debes comenzar el camino del hacer el bien. ¡Esto es un don!”
El Evangelio del día presenta sin embargo al grupo de los astutos, los que dicen las cosas justas pero hacen lo contrario, advierte el Papa. “Todos somos pícaros y siempre encontramos en el camino que no es correcto, para parecer más justos de lo que somos: es el camino de la hipocresía”.
A propósito, Francisco ha indicado que “estos fingen convertirse, pero su corazón es una mentira: ¡son mentirosos! Es una mentira… Su corazón no pertenece al Señor, pertenece al padre de todas las mentiras, a satanás. Y esto es fingir la santidad. Jesús prefiere mil veces a los pecadores que a estos. ¿Por qué? Los pecadores decían la verdad sobre sí mismos. ‘¡Aléjate de mí Señor que soy un pecador!’: lo dijo Pedro una vez. ¡Uno de estos nunca dice esto! ‘Te doy gracias Señor, porque no soy pecador, porque soy justo...’ En la segunda semana de la cuaresma tenemos estas tres palabras para pensar y meditar: la invitación a la conversión, el don que nos dará el Señor y eso es un perdón grande, un perdón grande; y la trampa, es decir, fingir convertirse, tomar el camino de la hipocresía”.
2 de marzo de 2015. Es fácil juzgar a los otros, pero para ir adelante
en el camino cristiano es necesario
saber acusarse a sí mismo.
Lo ha recordado el santo padre Francisco durante la homilía en la misa celebrada esta mañana en Santa Marta, que ha retomado tras la semana fuera del Vaticano para los ejercicios espirituales. Las lecturas del día están centradas en el tema de la misericordia, por ello el Papa ha recordado que “todos somos pecadores”, no “en teoría” sino en realidad, y que “una virtud cristiana, incluso más que una virtud” es “la capacidad de acusarse a sí mismo”. Este es el primer paso de quien quiere ser cristiano.
El Papa ha advertido que todos somos maestros en justificarnos a nosotros mismos: “Pero, si yo no he sido, no, no es culpa mía, pero sí, pero no era tanto, eh... Las cosas no son así”. Todos tenemos --ha precisado el Santo Padre-- una excusa para explicar nuestras faltas, nuestros pecados, y muchas veces somos capaces de poner esa cara de ‘pero, yo no sé’ cara de ‘pero yo no fui, quizá será otro’, ser el inocente. Y así no se va adelante en la vida cristiana”.
Por eso, el Pontífice ha reconocido que “es más fácil acusar a los otros” e incluso “sucede algo un poco extraño” si intentamos comportarnos de una forma distinta: “cuando comenzamos a ver de qué somos capaces” al inicio “nos sentimos mal, sentimos repulsión” después de esto “nos da paz y salud”. A propósito, Francisco ha dado un ejemplo: “cuando encuentro en mi corazón envidia y sé que esta envidia es capaz de hablar mal del otro y matarlo moralmente” en cambio ésta es “la sabiduría de acusarme a mí mismo”. Por eso el Obispo de Roma ha afirmado en su homilía que “si no aprendemos este primer paso de la vida, nunca, nunca daremos pasos en el camino de la vida cristiana, de la vida espiritual”.
Asimismo, Francisco ha añadido: “Acusarse a sí mismo es el primer paso. Sin decirlo ¿no? Yo y mi conciencia. Voy por la calle, paso delante de la cárcel: ‘Eh, estos se lo merecen’, ‘Pero ¿sabes que si no fuera por la gracia de Dios tú estarías allí? ¿Has pensado que tú eres capaz de hacer las cosas que ellos han hecho, y aún peores todavía?’ Esto es acusarse a sí mismo, no esconderse a sí mismo las raíces del pecado que están en nosotros, las muchas cosas que somos capaces de hacer, también si no se ven”.
El Papa ha subrayado otra virtud: avergonzarse delante de Dios, en una especie de diálogo en el que reconocemos la vergüenza de nuestro pecado y la grandeza de la misericordia de Dios. “A ti, Señor, nuestro Dios, la misericordia y el perdón. La vergüenza a mí, y a ti la misericordia y el perdón”. Este diálogo con el Señor --ha aconsejado el Papa-- nos hará bien hacerlo durante esta Cuaresma. Además, ha recordado que cuando uno aprende a acusarse a sí mismo es misericordioso con los otros. El Santo Padre invita a preguntarse: “¿Pero quién soy yo para juzgarlo si soy capaz de hacer cosas peores?”.
Por eso ha indicado que la frase “¿quién soy yo para juzgar al otro?” obedece a la exhortación de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados”. Para concluir la homilía, el Papa ha pedido que “el Señor, en esta Cuaresma, nos dé la gracia de aprender a acusarnos”, sabiendo de que somos capaces “de las cosas más malvadas” y decir: “Ten piedad de mí, Señor, ayúdame a avergonzarme y dame misericordia, así yo podré ser misericordioso con los otros”.
20 de febrero de 2015. Los cristianos, especialmente en Cuaresma,
están llamados a vivir coherentemente
el amor a Dios y el amor al prójimo.
Así lo ha recordado el santo padre Francisco durante la homilía de esta mañana en Santa Marta. Por otro lado, el Papa ha advertido sobre los que envían un cheque a la Iglesia y luego son injustos con sus trabajadores.
“El pueblo se lamenta delante del Señor porque no escucha sus ayunos”. De este modo, el Papa ha hablado durante su homilía del pasaje de Isaías en la primera Lectura. Y así ha subrayado que es necesario distinguir entre “el formal y el real”. Para el Señor “no es ayuno no comer carne” y después “pelear y explotar a los trabajadores”. Por esto Jesús condenó a los fariseos porque hacían “muchas observancias externas, pero sin la verdad del corazón”.
Sin embargo, el ayuno que quiere Jesús es el que rompe las cadenas injustas, libera a los oprimidos, viste a los desnudos, hace justicia. “Este es el verdadero ayuno, el ayuno que no es solamente externo, una observancia externa, sino que es un ayuno que viene del corazón”, ha explicado
Además, Francisco ha indicado que “en las tablas de la ley está la ley hacia Dios y la ley hacia el prójimo y las dos van juntas. Yo no puedo decir: ‘Pero, no, yo cumplo los tres primeros mandamientos… y los otros más o menos’. No, si tú no haces estos, esos no puedes hacerlos y si tú haces eso, debes hacer esto. Están unidos: el amor a Dios y el amor al prójimo son una unidad y si tú quieres hacer penitencia, real no formal, debes hacerla delante de Dios y también con tu hermano, con el prójimo”
Y como dice el apóstol Santiago, puedes tener mucha fe pero si no haces obras, no sirve de nada. Por eso el Papa ha advertido que uno puede ir a misa todos los domingos y comulgar, y se puede preguntar: “¿cómo es tu relación con tus trabajadores? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el salario justo? ¿También pagas la contribución para la pensión? ¿Para asegurar la salud?”
Al respecto, el Santo Padre ha advertido sobre esos hombres y mujeres de fe que dividen las tablas de la ley: ‘sí, sí, yo hago esto’ - ‘¿pero tú das limosna?’ - ‘sí, sí, siempre envío el cheque a la Iglesia’ - ‘Ah, muy bien. Pero a tu Iglesia, en tu casa, con los que dependen de ti --ya sean hijos, abuelos, trabajadores-- ¿eres generoso, eres justo?’ “Tú no puedes hacer ofrendas a la Iglesia sobre los hombros de la injusticia que haces con tus trabajadores. Esto es un pecado gravísimo: es usar a Dios para cubrir la injusticia”, ha advertido.
De este modo, el Pontífice ha indicado que esto es lo que el profeta Isaías en nombre del Señor hoy nos hace entender: “No es buen cristiano el que no es justo con las personas que dependen de él”. Y no es buen cristiano, ha añadido, “el que no se despoja de lo necesario para él para dar al que lo necesita”.
Asimismo, Francisco ha afirmado en la homilía que el camino de la Cuaresma “es esto, es doble, a Dios y al prójimo, es decir, es real, no es meramente formal. No es no comer carne solamente el viernes, hacer algo, y después hacer crecer el egoísmo, la explotación del prójimo, la ignorancia de los pobres”.
Al respecto, el Papa ha querido poner un ejemplo: hay quien si necesita curarse va al hospital y como es socio de una mutua es atendido enseguida. “Es algo bueno, da gracias al Señor. Pero dime, ¿has pensado en aquellos que no tiene esta relación con el hospital y cuando llegan deben esperar 6, 7, 8 horas? también por una cosa urgente”, se ha preguntado.
Y así, el Papa ha reconocido que hay gente aquí, en Roma, que vive así y la Cuaresma sirve para pensar en ellos: “¿qué puedo hacer por los niños, por los ancianos, que no tienen la posibilidad de ser visitados por un médico?”, que quizá esperan “ocho horas y después te dan turno para una semana después”. “¿Qué haces por esa gente?” “¿cómo será tu Cuaresma?”
Por otro lado, ha preguntado si en esta Cuaresma hay sitio en el corazón “para aquellos que no han cumplido los mandamientos”, “que se han equivocado y están en la cárcel”. Si tú no estás en la cárcel --ha advertido el Papa-- es porque el Señor te ha ayudado a no caer. Finalmente, el Pontífice ha pedido al Señor que nos acompañe en nuestro camino cuaresmal para que la observancia exterior corresponda con una profunda renovación del Espíritu. Fuente: Zenit.
19 de febrero de 2015.“Elegir a Dios para no ser un fracasado”.
En cada circunstancia de la vida, el cristiano debe elegir a Dios y no dejarse engañar por costumbres y situaciones que llevan lejos de Él. Esta ha sido la recomendación del papa Francisco al comentar las lecturas del día durante la homilía de la misa celebrada en Santa Marta.
Elegir a Dios, elegir el bien, para no ser un ‘fracasado de éxito’. Aclamado, sí, por la masa pero al final nada más que un adorador de “pequeñas cositas que pasan”. Así, el Santo Padre ha hecho referencia al pasaje de la Biblia en el que Dios dice a Moisés: “Ves, yo pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Hoy, por tanto, yo te ordeno amar el Señor, tu Dios, caminar por sus vías”
De este modo, Francisco ha afirmado que cada cristiano debe elegir cada día como lo hizo Moisés. Una elección difícil. “Es más facil vivir dejándose llevar por la inercia de la vida, de la situación, de las costumbres”, ha advertido. Y ha añadido que es más fácil, en el fondo, convertirse en servidor de otros dioses.
Elegir --ha proseguido el Santo Padre-- entre Dios y los otros dioses, esos que no tienen el poder de darnos nada, solamente pequeñas cosas que pasan. Y no es fácil elegir, nosotros tenemos siempre esta costumbre de ir un poco donde la gente va, un poco como todos. Como todos. Todos y ninguno. Francisco ha señalado que hoy la Iglesia nos dice: ‘Pero, ¡párate! ¡Párate y elige!’ “Es un buen consejo. Y hoy nos hará bien pararnos y durante el día pensar un poco cómo es mi estilo de vida, por donde camino.
Y profundizando un poco más, Francisco ha propuesto otra pregunta, cuál es mi relación con Dios, con Jesús; la relación con los padres, hermanos, mujer o marido, hijos..
A continuación, el Santo Padre ha explicado que “un camino erróneo es el de buscar siempre el propio éxito, los propios bienes, sin pensar en el Señor, sin pensar en la familia”. Uno puede ganar todo --ha advertido el Pontífice-- pero al final convertirse en un fracasado. Un fracasado. Ese camino es un fracaso. Y así ha comentado: “‘pero le han hecho un monumento, le han pintado un cuadro…’ Pero has fracasado: no has sabido elegir bien entre la vida y la muerte”
Asimismo ha invitado a preguntarse cuál es la velocidad de la vida, y si alumbro sobre las cosas que hago. Además, ha invitado a pedir la gracia de tener ese “pequeño valor” necesario para elegirlo cada vez.
Para finalizar la homilía, el Papa ha propuesto el “consejo tan bonito” del Salmo 1: Beato el hombre que se fía del Señor. “Cuando el Señor nos da este consejo --‘¡párate!, elige hoy, elige’-- porque no nos deja solos. Está con nosotros y quiere ayudarnos. Nosotros solamente debemos confiar, tener confianza en Él. ‘Bienaventurado el hombre que confía en el Señor’. Hoy, cuando nosotros nos detendremos a pensar en estas cosas, para tomar decisiones, sepamos que el Señor está con nosotros, está junto a nosotros, para ayudarnos. Nunca nos deja solos, nunca. Está siempre con nosotros. También en el momento de la decisión está con nosotros”. (Texto de la Radio Vaticano, traducido y adaptado por ZENIT)
17 de febrero de 2015.Todos nosotros somos capaces
de hacer el bien, pero también de
destruir lo que Dios ha hecho.
Esta ha sido la advertencia del santo padre Francisco durante su homilía de esta mañana de la misa celebrada en Santa Marta. Misa que ha querido ofrecer por los cristianos coptos egipcios asesinados ayer por el Estado Islámico. “Ofrecemos esta misa por nuestros 21 hermanos coptos, sacrificados por el sólo hecho de ser cristianos”, ha indicado el Papa. “Rezamos por ellos, para que el Señor les acoja como mártires, por sus familias, por mi hermano Tawadros, que sufre tanto”.
Tomando la primera Lectura del día que narra el diluvio universal, el Papa ha advertido que el hombre es incluso capaz de destruir la fraternidad y de aquí nacen las guerras y las divisiones. Por eso, ha condenado a los “emprendedores de la muerte” que venden armas a países en conflicto para que la guerra pueda continuar. “El hombre es capaz de destruir todo lo que Dios ha hecho”, ha indicado.
De este modo, hablando de este pasaje del Génesis que muestra la ira de Dios por la maldad del hombre, el Pontífice ha observado que el hombre "parece ser más poderoso que Dios”, es capaz de destruir las cosas buenas que Él ha hecho. Y así, ha recordado que en los primeros capítulos de la Biblia encontramos muchos ejemplos --Sodoma y Gomorra, la Torre de Babel-- en los que el hombre muestra su maldad. Un mal, ha advertido, que se anida en lo profundo del corazón.
“Pero padre, ¡no sea tan negativo!” dirán algunos. “Pero esta es la verdad. Somos capaces de destruir también la fraternidad: Caín y Abel en las primeras páginas de la Biblia. Destruyen la fraternidad. Es el inicio de las guerras, no. Los celos, las envidias, tanta codicia por el poder, por tener más poder. Sí, esto parece negativo, pero es realista. Tomad un periódico, cualquiera --de izquierda, de centro, de derecha-- cualquiera. Y veréis que más del 90 por ciento de las noticias son noticias de destrucción. Más del 90 por ciento. Y esto lo vemos todos los días”.
“¿Pero qué sucede en el corazón del hombre?” se ha preguntado Francisco. De este modo, ha indicado que Jesús nos recuerda que “del corazón del hombre salen todas las maldades”. Nuestro “corazón débil”, ha añadido, “está herido”. A propósito ha advertido que hay siempre un “deseo de autonomía”: “yo hago lo que quiero y si quiero esto, ¡lo hago! Y si para esto quiero hacer una guerra, ¡la hago!”
De nuevo se ha preguntado el Santo Padre: “¿Pero por qué somos así?” Y lo ha explicado con estas palabras: “Porque tenemos esta posibilidad de destrucción, este es el problema. Después, en las guerras, en el tráfico de armas… ‘Pero, ¡somos emprendedores! Sí, ¿de qué? ¿De muerte? Y hay países que venden las armas para esto, para que así continúe la guerra. Capacidad de destrucción. Y esto no viene del vecino: ¡de nosotros! ‘Cada intento íntimo del corazón no era otro que el mal’. Nosotros tenemos esta semilla dentro, esta posibilidad. Pero tenemos también al Espíritu Santo que nos salva, ¿eh? Pero debemos elegir, en las pequeñas cosas”.
A continuación, el Santo Padre ha advertido también sobre los chismorreos, sobre quien habla mal del vecino: “también en la parroquia, en las asociaciones”, cuando hay “celos” y “envidias” y quizá se va donde el párroco a hablar mal de otro. Por eso, ha reconocido que “esta es la maldad, esta es la capacidad de destruir que todos nosotros tenemos”. Y sobre esto “la Iglesia nos hace reflexionar en las puerta de la Cuaresma”.
A este punto, el Santo Padre ha hecho referencia al Evangelio de hoy, en el que Jesús regaña a los discípulos que pelean entre ellos porque se habían olvidado de tomar el pan. El Señor les dice que pongan “atención”, que tengan cuidado “con la levadura de los fariseos, con la levadura de Herodes”. A propósito de esto, el Santo Padre ha dado el ejemplo de dos personas. Herodes que “es malo, asesino” y los fariseos “hipócritas”.
Por tanto, Jesús les recuerda cuando partió los cinco panes y les exhorta a pensar en la Salvación, en lo que Dios ha hecho por todos nosotros. Pero ellos, ha proseguido el Papa, “no entendían, porque el corazón estaba endurecido por esta pasión, por esta maldad de discutir entre ellos y mirar quién era el culpable de haberse olvidado el pan”.
Asimismo, el Santo Padre ha indicado que tenemos que tomarnos en serio el mensaje del Señor, “estas no son cosas raras, este no es el discurso de un marciano”, “el hombre es capaz de haber mucho bien”. Y así, ha puesto como ejemplo a la Madre Teresa, “una mujer de nuestro tiempo”.
De este modo, el Obispo de Roma ha recordado que todos “somos capaces de hacer mucho bien, pero todos nosotros somos capaces también de destruir; destruir en lo grande y en lo pequeño, en la misma familia; destruir a los hijos”, "no dejándoles crecer con libertad", "no ayudándoles a crecer bien, anular a los hijos”.
Tenemos esta capacidad y por eso “es necesaria la meditación cotidiana, la oración, el debate entre nosotros, para no caer en esta maldad que destruye todo”, ha advertido el Pontífice.
Finalmente, el Santo Padre ha querido subrayar que “tenemos la fuerza, Jesús nos lo recuerda. Recordad. Y hoy nos dice: ‘Recordad. Acordaos de mí, que he derramado mi sangre por vosotros, acordaos de mí que os he salvado, os he salvado a todos. Acordaos de mí, que tengo la fuerza para acompañaros en el camino de la vida, no por el camino de la maldad, sino por el camino de la bondad, de hacer el bien por los otros; no por el camino de la destrucción, sino por el camino del construir: construir una familia, construir una ciudad, construir una cultura, construir una patria, cada vez más”.
Para concluir, el papa Francisco ha invitado a rezar durante la cuaresma para no dejarnos engañar por las seducciones. “Pidamos al Señor, hoy, antes de comenzar la cuaresma esta gracia: elegir siempre bien el camino con su ayuda y no dejarnos engañar por las seducciones que nos llevan por el camino equivocado”. Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT
10 de febrero de 2015.
“No hay que conformarse con una caricatura de Dios”.
Para encontrar a Dios hay que arriesgar y ponerse en camino, porque un cristiano “quieto” no podrá “conocer nunca” el rostro del Padre. Esta es la reflexión que el papa Francisco ha desarrollado durante la homilía de la Misa de la mañana, celebrada este martes en la capilla de la Casa Santa Marta.
Si un cristiano quiere conocer su identidad no puede quedarse cómodo en el sofá leyendo un libro, porque en el mundo “no hay un catálogo” que contenga “la imagen de Dios”. Y tampoco puede dibujarse un Dios de conveniencia que obedezca a reglas que no tienen nada que ver con Dios.
La lectura del Génesis que habla de la creación del hombre “a imagen de Dios” sugiere al Santo Padre una meditación sobre el camino correcto y los muchos equivocados que se abren ante un cristiano que quiera conocer su origen. La imagen de Dios, ha afirmado el Pontífice, no la encuentro “ciertamente en el computer o en las enciclopedias”. Para encontrarla, y entender entonces “mi identidad”, sólo se puede hacer de una manera, “sólo poniéndose en camino”. De lo contrario, ha señalado, “nunca podremos conocer el rostro de Dios”:
“Quien no se pone en camino, nunca conocerá la imagen de Dios, nunca encontrará el rostro de Dios. Los cristianos sentados, los cristianos quietos no conocerán el rostro de Dios: no lo conocen. Dicen: ‘Dios es así, así…’, pero no lo conocen. Los quietos. Para caminar es necesaria esa inquietud que el mismo Dios ha puesto en el corazón y que te anima a buscarlo”.
Cierto, ha considerado Francisco, “ponerse en camino es dejar que Dios o la vida nos pongan a prueba, ponerse en camino es arriesgar”. Y así han hecho, desafiando los peligros y sintiéndose abatir por el cansancio y la desconfianza, también gigantes como el profeta Elías, o Jeremías, o Job. Pero hay también otra manera de estar quietos y, por lo tanto, de falsear la búsqueda de Dios, que el Papa ha indicado en el episodio del Evangelio en el que los escribas y fariseos recriminan a Jesús, porque sus discípulos comen sin haber realizado las abluciones rituales:
“En el Evangelio, Jesús encuentra gente que tiene miedo de ponerse en camino y que se conforma con una caricatura de Dios. Es un documento de identidad falso. Estos no-inquietos han hecho callar la inquietud del corazón, pintan a Dios con mandamientos y se olvidan de Dios: ‘Vosotros, descuidando el mandamiento de Dios, observáis las tradiciones de los hombres’, y así se alejan de Dios, no caminan hacia Dios, y cuando tienen una inseguridad, inventan o hacen otro mandamiento”.
Quien se comporta de esta manera, ha concluido el Santo Padre, toma un “camino entre comillas”, un “camino que no camina, un camino quieto”:
“Hoy la liturgia nos hace reflexionar sobre estos dos textos: dos documentos de identidad. La que todos nosotros tenemos, porque el Señor nos ha hecho así, y la que nos dice: ‘Ponte en camino y tendrás conocimiento de tu identidad, porque tú eres imagen de Dios, estás hecho a semejanza de Dios. Ponte en camino y busca a Dios’. Y la otra: ‘No, no te preocupes: cumple todos estos mandamientos y este es Dios. Este es el rostro de Dios’. Que el Señor nos dé a todos la gracia de la valentía de ponernos siempre en camino, para buscar el rostro del Señor, ese rostro que un día veremos pero que aquí, en la Tierra, debemos buscar”. (Traducido y adaptado por ZENIT del artículo en italiano de Radio Vaticano)
9 de febrero de 2015 "Somos señores de la creación, no dueños.
El Papa Francisco ha recordado que los cristianos están llamados a cuidar la Creación. Lo ha hecho durante la homilía de la misa de santa Marta, celebrada este lunes por la mañana. Además, el Papa ha hablado de la “segunda creación”, la realizada por Jesús que ha “re-creado” lo que estaba estropeado por el pecado. Asimismo, el Santo Padre ha explicado que Dios creó el universo pero la creación no termina,
“Él continuamente sostiene lo que ha creado”. Tomando la Primera Lectura, que narra la creación del universo, el Papa ha indicado que en el Evangelio vemos “la otra creación de Dios”, “la de Jesús, que viene a re-crear lo que ha sido estropeado por el pecado”.
Se ve a Jesús entre la gente, “cuando le tocaban eran salvados”, es “la re-creación”. Esta segunda creación de la que ha hablado Francisco es, “más maravillosa que la primera, este segundo trabajo es más maravilloso”. Además, hay otro trabajo, el de la “perseverancia en la fe” que lo hace el Espíritu Santo.
De este modo, el Papa ha indicado que “Dios trabaja, continúa trabajando, y nosotros podemos preguntarnos cómo debemos responder a esta creación de Dios, que ha nacido del amor, porque Él trabaja por amor. A la ‘primera creación’ debemos responder con la responsabilidad que el Señor nos da: ‘la Tierra es vuestra, llevadla adelante, sometedla, hacedla crecer’. También para nosotros está la responsabilidad de hacer crecer la Tierra, de hacer crecer la creación, de cuidarla y hacerla crecer según sus leyes. Nosotros somos señores de la creación, no dueños”.
Al respecto, el Papa ha advertido que debemos tener “cuidado de nos adueñarnos de la creación, sino de hacerla ir adelante, fieles a sus leyes”. Por tanto, ha añadido, “esta es la primera respuesta al trabajo de Dios: trabajar para cuidar la creación”.
Y lo ha explicado así: “Cuando escuchamos que la gente hace reuniones para pensar en cómo cuidar la Creación, podemos decir: ‘Pero no, ¡son los verdes! ¡No, no son los verdes! ¡Esto es cristiano! Es nuestra respuesta a la ‘primera creación’ de Dios. Es nuestra responsabilidad. Un cristiano que no cuida la creación, que no la hace crecer, es un cristiano al que no le importan el trabajo de Dios, ese trabajo del amor de Dios para nosotros. Y esta es la primera respuesta a la primera creación: cuidar la creación, hacerlo crecer”.
A continuación, el Pontífice ha preguntado cómo respondemos “a la segunda creación”. Tal y como indica el Papa, San Pablo nos dice dejarnos “reconciliar con Dios”, o sea “ir por el camino de la reconciliación interior, de la reconciliación comunitaria, porque la reconciliación es el trabajo de Cristo”. De nuevo, retomando las palabras del apóstol, Francisco ha recordado que no debemos afligir al Espíritu Santo que está en nosotros, que está dentro de nosotros y trabaja dentro de nosotros. Además, el Papa ha recordado que “creemos en un Dios personal”: “es persona Padre, persona Hijo y persona Espíritu Santo”.
Y los tres --ha observado el Papa-- están implicados en esta creación, en esta re-creación, en esta perseverancia en la re-creación. “Y a los tres respondemos: “cuidar y hacer crecer la creación, dejarnos reconciliar con Jesús, con Dios en Jesús, en Cristo, cada día, y no afligir al Espíritu Santo, no expulsarlo: es el huésped de nuestro corazón, el que nos acompaña, nos hace crecer”, ha afirmado. Finalmente, ha pedido que “el Señor nos dé la gracia de entender que Él” trabaja “y nos dé la gracia de responder justamente a este trabajo de amor”. Fuente: Zenit
6 de febrero de 2015.
El martirio de los cristianos no es algo del pasado,
también hoy hay muchas víctimas de gente que odia a Jesucristo. Así lo ha recordado esta mañana el papa Francisco durante su homilía en la misa celebrada en Santa Marta. Hoy, el Santo Padre ha reflexionado sobre la vida y la muerte de Juan Bautista.
De este modo, Francisco ha recordado que Juan, que “nunca ha traicionado su vocación”, “consciente de que su deber era solamente anunciar” la “llegada del Mesías”, consciente de ser “solo la voz” porque “la palabra era Otro”, terminó su vida como el Señor, “con el martirio”.
Asimismo, ha explicado que sobre todo, cuando termina en la cárcel “el hombre más grande nacido de mujer” se convierte en “pequeño, pequeño, pequeño”. Primero golpeado por la prueba de la “oscuridad del alma” --cuando dudaba que Jesús fuera aquel al que había preparado el camino-- después cuando llega su final, ordenado por un rey fascinado y a la vez perplejo por Juan. Un final que el Papa ha analizado.
“Al final, después de esta purificación, después de este descenso continuo en la aniquilación, haciendo camino en la aniquilación de Jesús, termina su vida. Ese rey perplejo se hace capaz de una decisión, pero no porque su corazón se haya convertido, sino porque el vino le dio valentía. Y así Juan termina su vida bajo la autoridad de una rey mediocre, borracho y corrupto, por el capricho de una bailarina y por el odio vengativo de una adúltera. Así termina el Grande, el hombre más grande nacido de mujer”.
Al respecto, el Santo Padre ha confesado que cuando lee este pasaje se conmueve y piensa en dos cosas.
“Primero, pienso en nuestro mártires, los mártires de nuestros días, esos hombre, mujeres, niños que son perseguidos, odiados, expulsados de las casas, torturados, masacrados. Y esto no es algo del pasado: hoy sucede esto. Nuestros mártires, que terminan su vida bajo la autoridad corrupta de gente que odia a Jesucristo. Nos hará bien pensar en nuestros mártires”, ha observado el Papa.
En segundo lugar el Papa ha hablado de este disminuir de Juan el Grande “continuamente hasta la nada”. A Francisco esto le hace pensar en que “estamos sobre este camino y vamos hacia la tierra donde todos terminaremos”.
De este modo, el Pontífice ha concluido indicando que “también yo terminaré. Todos terminaremos. Ninguno tiene la vida ‘comprada’. También nosotros, queriendo y no queriendo, vamos sobre el camino de la aniquilación existencial de la vida, y esto, al menos a mí, me hace rezar que este aniquilamiento se parezca lo más posible a Jesucristo, a su aniquilación”. Fuente: Zenit.
3 de febrero de 2015. El santo padre Francisco ha señalado
este martes en la misa celebrada en Santa Marta que
“la contemplación cotidiana del Evangelio
nos ayuda a tener la verdadera esperanza”.
De este modo, el Papa en su homilía ha invitado a los fieles a tomar cada día el Evangelio, aunque sea sólo 10 minutos, para dialogar con el Señor, en vez de perder tiempo viendo un telenovela o escuchando los chismorreos del vecino.
¿Cuál es el núcleo de la esperanza? Tener “fija la mirada en Jesús”. Lo ha explicado así en Santo Padre, reflexionando sobre la Carta a los Hebreos que habla precisamente de la esperanza.
El Papa ha subrayado que sin escuchar al Señor podemos quizás “tener optimismo, ser positivos”, pero la esperanza “se aprende mirando a Jesús”. Así, Francisco ha hablado sobre la “oración de contemplación”. Es bueno “rezar el rosario todos los días”, hablar “con el Señor, cuando tengo una dificultad, o con la Virgen o con los Santos…”. Pero, el Pontífice ha añadido que es importante hacer la “oración de contemplación” y esta puede hacerse sólo con el Evangelio en la mano.
Y ha lanzado una pregunta: “¿Cómo hago la contemplación con el Evangelio de hoy?” Francisco ha proseguido: “Veo que Jesús estaba en medio de la multitud, a su alrededor había mucha gente. El pasaje dice cinco veces la palabra ‘multitud’. ¿Pero Jeús no descansaba? Puedo pensar: ‘siempre con la multitud...’ Pero la mayor parte de su vida, Jesús la ha pasado en la calle, con la multitud. ¿Pero no descansaba? Sí, una vez, dice el Evangelio, que dormía en la barca y vino la tempestad y los discípulos lo despertaron. Jesús estaba continuamente entre la gente. Y miro a Jesús así, contemplo así a Jesús, me imagino a Jesús así. Y digo a Jesús lo que me viene a la mente decirle”.
Haciendo referencia al Evangelio de hoy, el Santo Padre ha explicado que Jesús se da cuenta de una mujer enferma que en medio de la multitud lo ha tocado. Por eso, el Papa ha indicado que Jesús “no solo entiende a la multitud" sino que "siente a la multitud”, como “siente el latir del corazón de cada uno de nosotros. ¡Nos cuida a todos y cada uno, siempre!”. Lo mismo sucedió cuando el jefe de la sinagoga le dice que hay una joven gravemente enferma y Él dejó todo para ocuparse de esto", ha recordado el Papa. Y ha narrado lo que podía suceder en esos momentos: “Jesús llega a la casa, las mujeres lloran porque la niña está muerta, pero el Señor les dice que estén tranquilos y la gente se burla de él”. Aquí, ha señalado, se ve la paciencia de Jesús. Y tras la resurrección de la niña Jesús les dice: “por favor, dadle de comer”. Francisco ha afirmado que “Jesús siempre está pendiente de los pequeños detalles”.
Al respecto, el Obispo de Roma ha precisado que lo que él acaba de hacer con este Evangelio es la oración de contemplación: “Tomar el Evangelio, leer e imaginarme la escena, imaginarme qué sucede y hablar con Jesús, lo que me viene al corazón. Y con esto hacemos crecer la esperanza, porque hemos fijado, fijamos la mirada en Jesús". E invitó a hacer esta oración de contemplación, aunque tengamos mucho que hacer, “en tu casa, 15 minutos, toma el Evangelio, un fragmento pequeño, imagina qué ha sucedido y habla con Jesús de eso. Así tu mirada estará fija en Jesús y no tanto en la telenovela, por ejemplo. Y tu oído estará fijo en las palabras de Jesús y no en los chismorreos del vecino, de la vecina…”
Y es que, la oración de contemplación nos ayuda en la esperanza. De este modo, el Santo Padre ha invitado a “rezar las oraciones, rezar el Rosario, hablar con el Señor, pero también hacer esta oración de contemplación de tener nuestra mirada fija en Jesús”. De esta oración --ha asegurado-- viene la esperanza. Así, “nuestra vida cristiana se mueve en ese marco, entre memoria y esperanza”.
Para finalizar la homilía de este martes, el Santo Padre ha señalado: “Memoria de todo el camino pasado, memoria de tantas gracias recibidas por el Señor. Y esperanza, mirando al Señor, que es el único que puede darme la esperanza. Y para mirar al Señor, para conocer al Señor, tomamos el Evangelio y hacemos esta oración de contemplación”. De este modo ha invitado a buscar hoy 10 ó 15 minutos para leer el Evangelio, imaginar y decirle algo a Jesús. Fuente. Zenit
30 de enero de 2015. Un cristiano tiene que custodiar
la "memoria" de su primer encuentro con Cristo
y la "esperanza” en Él. Esto lo llevará a actuar en la vida con el "coraje" de la fe. Este fue el pensamiento central del Papa Francisco en su homilía de este viernes en la misa que celebró en la capilla de la residencia Santa Marta.
El Papa toma la idea de la frase inicial de la carta a los Hebreos, en el que el autor invita a todos a evocar "la memoria de aquellos primeros días," cuando recibieron "la luz de Cristo."
En particular, "el día del encuentro con Jesús" no tiene que ser nunca olvidado, porque es el día de "una gran alegría". Y además de la memoria, tampoco hay que perder "el coraje de los primeros tiempos" y "entusiasmo", la "franqueza" que nacen del recuerdo del primer amor:
"La memoria es muy importante para recordar la gracia recibida, porque si expulsamos este entusiasmo que viene del recuerdo del primer amor, los cristianos nos exponemos a un peligro muy grande: la tibieza”.
“Los cristianos "tibios", están ahí, sí, son cristianos, pero perdieron la memoria del primer amor. Y sí, perdieron el entusiasmo. También perdieron la paciencia para "tolerar" las dificultades de la vida con el espíritu de amor de Jesús".
Los dos imágenes de los cristianos tibios, indica Francisco, son la evocada por Pedro: "Perro que vuelve a su vómito"; y otra de Jesús: las personas que deciden seguir el Evangelio, expulsaron al demonio, pero cuando éste regresa le abren puerta. Así el diablo "toma posesión de la casa" inicialmente limpia y hermosa”.
"El cristiano -prosiguió el Papa- tiene estos dos parámetros: la memoria y la esperanza. La memoria para no perder la experiencia del primer amor tan hermoso, y que da esperanza”.
Y si bien, recuerda el Santo Padre, “muchas veces la esperanza no queda clara, va adelante porque sabe que la esperanza en Jesús no desilusiona”.
Estos dos parámetros justamente son el marco "para que la pequeña semilla de mostaza crezca y de su fruto". Y concluyó pidiendo oraciones por estos cristianos que “fracasaron en este camino hacia Jesús”, porque “perdieron la memoria del primer amor y no tienen esperanza”. Y rezar “para cuidar este regalo, el don de la salvación”. (Texto de la Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT).
29 de enero 2015. Los que privatizan la fe cerrándose
en élites que desprecian a los otros
no siguen el camino de Jesús.
Así lo ha asegurado el Santo Padre durante la homilía en la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. Al comentar la Carta a los Hebreos, el papa Francisco ha afirmado que Jesús es “el camino nuevo y vivo” que debemos seguir “según la forma que Él quiere”. Porque “existen formas equivocadas de vida cristiana”. Por eso, ha explicado que Jesús “da el criterio para no seguir los modelos erróneos. Y uno de estos modelos equivocados es privatizar la salvación”.
De esta forma, el Papa ha afirmado que “es verdad, Jesús nos salva a todos, pero no genéricamente. Todos, pero cada uno, con nombre y apellidos. Y esta salvación es personal”. Realmente --ha añadido-- yo soy salvado, el Señor me ha mirado, ha dado su vida por mí, ha abierto esta puerta, esta vía nueva para mí, y cada uno de nosotros puede decir ‘Por mí’”. Pero existe el peligro de olvidar que Él nos ha salvado de forma individual, pero en un pueblo, ha advertido el Pontífice. “El Señor siempre salva en el pueblo. Desde el momento en el que llama a Abraham, les promete hacer un pueblo. Y el Señor nos salva en un pueblo”, ha recordado.
Por eso el autor de esta Carta nos dice: “Prestemos atención los unos de los otros”. A propósito, el papa Francisco ha indicado que “no hay salvación solamente para mí. Si yo entiendo la salvación así, me equivoco; me equivoco de camino. La privatización de la salvación es un camino equivocado”.
Para no privatizar la salvación hay tres criterios que el Papa ha explicado en la homilía: La fe en Jesús que nos purifica, la esperanza que nos hace mirar las promesas e ir adelante y la caridad -- es decir, prestamos atención los unos a los otros, para estimularnos en la caridad y en las buenas obras.
Y Francisco lo ha explicado así: “Y cuando yo estoy en una parroquia, en una comunidad -la que sea- yo estoy allí, yo puedo privatizar la salvación y estar allí un poco socialmente solamente. Pero para no privatizarla debo preguntarme a mí mismo si yo hablo, comunico la fe; hablo, comunico la esperanza; hablo, practico y comunico la caridad”, ha observado. Asimismo, ha indicado que si en una comunidad no se habla, no se anima el uno al otro en estas tres virtudes, los componentes de esta comunidad han privatizado la fe. Cada uno busca su propia salvación, no la salvación de todos, la salvación del pueblo. Y Jesús ha salvado a cada uno, pero en un pueblo, en una Iglesia”.
Por otro lado el Santo Padre ha recordado que el autor de la Carta a los Hebreos da un consejo “práctico” muy importante: “no desertemos de nuestras reuniones, como algunos tienen costumbre de hacer”. Esto sucede --ha precisado el Papa-- cuando estamos en una reunión en la parroquia, en el grupo, y juzgamos a los otros, “hay una especie de desprecio hacia los otros. Y esta no es la puerta, el camino nuevo y viviente que el Señor ha abierto, ha inaugurado”.
Por esta razón, el Obispo de Roma ha indicado que “despreciando a los otros, desertando de la comunidad total, desertando del pueblo de Dios, han privatizado la salvación: la salvación es para mí y mi grupito, pero no para todo el pueblo de Dios. Y esto es un error muy grande”. Francisco ha definido este como “las élites eclesiales”. Por eso, el Pontífice ha advertido que “en el pueblo de Dios se crean estos grupitos, piensan que son buenos cristianos, también -quizá- tienen buena voluntad, pero son grupitos que han privatizado la salvación”.
Finalmente, el Papa ha recordado que “Dios nos salva en un pueblo, no en las élites, que nosotros con nuestras filosofías o nuestra forma de entender la fe hemos hecho. Y estas no son las gracias de Dios”. A este punto, el Santo Padre ha invitado a preguntarse: “¿Tengo la tendencia de privatizar la salvación para mí, para mi grupito, para mi élite?". Y añade: "¿Me alejo del pueblo de Dios o siempre estoy en comunidad, en familia, con el lenguaje de la fe, de la esperanza y el lengua de las obras de caridad?” Al concluir, Francisco ha pedido “que el Señor nos dé la gracia de sentirnos siempre pueblo de Dios, salvados personalmente. Eso es verdad: Él nos salva con nombre y apellidos, pero salvados en un pueblo, no en el grupito que hago para mí”. Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT
27 de enero de 2015. “Rezar para querer seguir la voluntad de Dios,
rezar para conocer la voluntad de Dios
y rezar --una vez conocida-- para ir adelante
con la voluntad de Dios”.
Es la invitación que ha hecho el santo padre Francisco, durante su homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. Y así, ha recordado que había una vez una la ley hecha de prescripciones y prohibiciones, de sangre de toros y cabras, ‘sacrificios antiguos’ que no tenían ni la ‘fuerza’ de ‘perdonar los pecados’, ni de dar ‘justicia’.
Después en el mundo viene Cristo y con su subir a la Cruz, “el acto que una vez para siempre nos ha justificado”, Jesús ha demostrado cuál era el ‘sacrificio’ más agradable a Dios: no el holocausto de un animal, sino la ofrenda de la propia voluntad para hacer la voluntad del Padre.
Siguiendo las lecturas y el salmo del día, el Papa ha hablado de “la obediencia a la voluntad de Dios”. “Este es el camino de la santidad, del cristiano, es decir, que se realice el plan de Dios, que la salvación se cumpla”, ha señalado Francisco.
Además, el Pontífice ha recordado que “lo contrario comenzó en el Paraíso, con la no obediencia de Adán. Y esa desobediencia ha llevado el mal a toda la humanidad. Y también los pecados son actos de no obedecer a Dios, de no hacer la voluntad de Dios. Sin embargo, el Señor nos enseña que este es el camino, no hay otro. Y comienza con Jesús, sí, en el Cielo, en la voluntad de obedecer al Padre. Pero en la tierra comienza con la Virgen: ella ¿qué dijo al ángel? ‘Que se haga lo que tú dices’, es decir, que se haga la voluntad de Dios. Y con el sí al Señor, el Señor ha comenzado su recorrido entre nosotros”.
Pero cumplir la voluntad de Dios “no es fácil”, ha advertido el Papa en la homilía. No fue fácil para Jesús que fue tentado en el desierto y en el huerto de los olivos. Tampoco lo fue para algunos discípulos, que lo dejaron porque no entendieron que quería decir “hacer la voluntad del Padre”.
Por eso, Francisco ha indicado que no lo es para nosotros desde el momento que “cada día nos presentan en una bandeja muchas opciones”. Y así, se pregunta, ¿cómo hago para hacer la voluntad de Dios? Y responde: pidiendo la gracia de querer hacerlo.
El Santo Padre ha preguntado: “¿yo rezo para que el Señor me dé las ganas de hacer su voluntad, o busco compromisos porque tengo miedo de la voluntad de Dios? Se ha detenido sobre otro aspecto: "rezar para conocer la voluntad de Dios sobre mí y sobre mi vida, sobre la decisión que debo tomar ahora… muchas cosas. Sobre la forma de gestionar las cosas… La oración para querer hacer la voluntad de Dios, y oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando conozco la voluntad de Dios, también la oración, por tercera vez: para hacerla. Para cumplir esa voluntad, que no es la mía, es la suya. Y no es fácil”.
Para finalizar, el Papa ha pedido que “el Señor nos dé la gracia, a todos, que un día pueda decir de nosotros lo que ha dicho de aquel grupo, de aquella multitud que lo seguía, los que estaban sentado en torno a Él, como hemos escuchado en el Evangelio”. Y así, el Santo Padre ha subrayado que “hacer la voluntad de Dios nos hace ser parte de la familia de Jesús, nos hace madre, padre, hermana, hermano”. Texto de Radio Vaticano, traducido y adaptado por ZENIT
26 de enero de 2015. Las mujeres son principalmente
las que transmiten la fe.
Así lo ha afirmado el santo padre Francisco durante la homilía de la misa celebrada este lunes en Santa Marta. Haciendo referencia a la Carta de san Pablo a Timoteo, Francisco ha explicado que el apóstol le recuerda de dónde viene su “fe sincera”: la ha recibido del Espíritu Santo, “a través de la madre y la abuela”. Por eso, el Papa ha indicado que “son las madres, las abuelas, las que transmiten la fe”.
Y ha añadido: “Una cosa es transmitir la fe y otra cosa es enseñar las cosas de la fe. La fe es un don. La fe no se puede estudiar. Se estudian las cosas de la fe, sí, para entenderla mejor, pero con el estudio nunca llegas a la fe. La fe es un don del Espíritu Santo, es un regalo, que va más allá de cualquier preparación”.
De este modo, ha especificado que es un regalo que pasa a través del “buen trabajo de las madres y de las abuelas, el buen trabajo de esas mujeres” en una familia, “puede ser también una empleada del hogar, puede ser una tía”, que transmiten la fe.
A este punto, el Santo Padre se ha preguntado, ¿por qué son principalmente las mujeres las que transmiten la fe? Y ha respondido: “Sencillamente porque quien nos ha traído a Jesús es una mujer. Es el camino elegido por Jesús. Él ha querido tener una madre: también el don de la fe pasa por las mujeres, como Jesús por María”.
Por otro lado, ha subrayado que “todos nosotros hemos recibido el don de la fe. Debemos cuidarlo, para que al menos no se debilite, para que continúe siendo fuerte con el poder del Espíritu Santo que nos la ha regalado”. De este modo, el Santo Padre ha señalado que “si no tenemos este cuidado, cada día, de reavivar este regalo de Dios que es la fe, la fe de debilita, se agua, termina por ser cultura”.
En contraste con esta “fe vida” san Pablo advierte sobre dos cosas: “el espíritu de timidez y vergüenza”. A propósito, el Pontífice ha asegurado que “Dios no nos ha dado un espíritu de timidez. El espíritu de timidez va contra el don de la fe, no deja que crezca, que vaya adelante, que sea grande”. Y la vergüenza --ha añadido-- es ese pecado: “Sí, tengo la fe, pero la cubro, que no se vea mucho…”
Asimismo, el papa Francisco ha explicado que el espíritu de prudencia es “saber que nosotros no podemos hacer todo lo que queremos”, significa buscar “los caminos, el camino, las maneras” para llevar adelante la fe, pero con prudencia.
Finalmente, el Santo Padre ha invitado en su homilía a “pedir al Señor la gracia de tener una fe sincera, una fe que no se negocia según las oportunidades que vienen. Una fe que cada día trato de reavivarla o al menos pido al Espíritu Santo que la reavive y así dé un fruto grande”. Texto de Radio Vaticano, traducido y adaptado por ZENIT
16 de enero de 2015. 'la Iglesia está llamada a reconocer
y combatir las causas de la desigualdad y la injusticia'
El Papa Francisco ha presidido este viernes --a las 11,15, hora local-- la celebración eucarística en la Catedral de la Inmaculada Concepción de Manila. Han participado en la Misa los obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas de Filipinas.
Después de la proclamación del Santo Evangelio, el Pontífice ha pronunciado la homilía que publicamos a continuación: «¿Me amas? ... Apacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). Las palabras de Jesús a Pedro en el Evangelio de hoy son las primeras que os dirijo, queridos hermanos obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y jóvenes. Estas palabras nos recuerdan algo esencial. Todo ministerio pastoral nace del amor. Toda vida consagrada es un signo del amor reconciliador de Cristo. Al igual que santa Teresa de Lisieux, cada uno de nosotros, en la diversidad de nuestras vocaciones, está llamado de alguna manera a ser el amor en el corazón de la Iglesia.
Os saludo a todos con gran afecto. Y os pido que hagáis llegar mi afecto a todos vuestros hermanos y hermanas ancianos y enfermos, y a todos aquellos que no han podido unirse a nosotros hoy. Ahora que la Iglesia en Filipinas mira hacia el quinto centenario de su evangelización, sentimos gratitud por el legado dejado por tantos obispos, sacerdotes y religiosos de generaciones pasadas. Ellos trabajaron, no sólo para predicar el Evangelio y edificar la Iglesia en este país, sino también para forjar una sociedad animada por el mensaje del Evangelio de la caridad, el perdón y la solidaridad al servicio del bien común. Hoy vosotros continuáis esa obra de amor. Como ellos, estáis llamados a construir puentes, a apacentar las ovejas de Cristo, y preparar caminos nuevos para el Evangelio en Asia, en los albores de una nueva era.
«El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14). En la primera lectura de hoy san Pablo nos dice que el amor que estamos llamados a proclamar es un amor reconciliador, que brota del corazón del Salvador crucificado. Estamos llamados a ser «embajadores de Cristo» (2 Co 5,20). El nuestro es un ministerio de la reconciliación. Proclamamos la Buena Nueva del amor infinito, de la misericordia y de la compasión de Dios. Proclamamos la alegría del Evangelio. Pues el Evangelio es la promesa de la gracia de Dios, la única que puede traer la plenitud y la salvación a nuestro mundo quebrantado. Es capaz de inspirar la construcción de un orden social verdaderamente justo y redimido.
Ser un embajador de Cristo significa, en primer lugar, invitar a todos a un renovado encuentro personal con el Señor Jesús (Evangelii Gaudium, 3). Esta invitación debe estar en el centro de vuestra conmemoración de la evangelización de Filipinas. Pero el Evangelio es también una llamada a la conversión, a examinar nuestra conciencia, como individuos y como pueblo. Como los obispos de Filipinas han enseñado justamente, la Iglesia está llamada a reconocer y combatir las causas de la desigualdad y la injusticia profundamente arraigada, que deforman el rostro de la sociedad filipina, contradiciendo claramente las enseñanzas de Cristo. El Evangelio llama a cada cristiano a vivir una vida de honestidad, integridad e interés por el bien común. Pero también llama a las comunidades cristianas a crear «círculos de integridad», redes de solidaridad que se expandan hasta abrazar y transformar la sociedad mediante su testimonio profético.
Como embajadores de Cristo, nosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, debemos ser los primeros en acoger en nuestros corazones su gracia reconciliadora. San Pablo explica con claridad lo que esto significa: rechazar perspectivas mundanas y ver todas las cosas de nuevo a la luz de Cristo; ser los primeros en examinar nuestras conciencias, reconocer nuestras faltas y pecados, y recorrer el camino de una conversión constante. ¿Cómo podemos proclamar a los demás la novedad y el poder liberador de la Cruz, si nosotros mismos no dejamos que la Palabra de Dios sacuda nuestra complacencia, nuestro miedo al cambio, nuestros pequeños compromisos con los modos de este mundo, nuestra «mundanidad espiritual» (cf. Evangelii Gaudium, 93)?
Para nosotros, sacerdotes y personas consagradas, la conversión a la novedad del Evangelio implica un encuentro diario con el Señor en la oración. Los santos nos enseñan que ésta es la fuente de todo el celo apostólico. Para los religiosos, vivir la novedad del Evangelio significa también encontrar siempre de nuevo en la vida comunitaria y en los apostolados de la comunidad el incentivo de una unión cada vez más estrecha con el Señor en la caridad perfecta. Para todos nosotros, significa vivir de modo que se refleje en nuestras vidas la pobreza de Cristo, cuya existencia entera se centró en hacer la voluntad del Padre y en servir a los demás. El gran peligro, por supuesto, es el materialismo que puede deslizarse en nuestras vidas y comprometer el testimonio que ofrecemos. Sólo si llegamos a ser pobres, y eliminamos nuestra complacencia, seremos capaces de identificarnos con los últimos de nuestros hermanos y hermanas. Veremos las cosas desde una perspectiva nueva y así responderemos con con honestidad e integridad al desafío de anunciar la radicalidad del Evangelio en una sociedad acostumbrada a la exclusión social, a la polarización y a la inequidad escandalosa.
Quisiera dirigir unas palabras especialmente a los jóvenes sacerdotes, religiosos y seminaristas, aquí presentes. Os pido que compartáis con todos la alegría y el entusiasmo de vuestro amor a Cristo y a la Iglesia, pero sobre todo con vuestros coetáneos. Que estéis cerca de los jóvenes que pueden estar confundidos y desanimados, pero siguen viendo a la Iglesia como compañera en el camino y una fuente de esperanza. Estar cerca de aquellos que, viviendo en medio de una sociedad abrumada por la pobreza y la corrupción, están abatidos, tentados de darse por vencidos, de abandonar los estudios y vivir en las calles. Proclamar la belleza y la verdad del mensaje cristiano a una sociedad que está tentada por una visión confusa de la sexualidad, el matrimonio y la familia. Como sabéis, estas realidades sufren cada vez más el ataque de fuerzas poderosas que amenazan con desfigurar el plan de Dios sobre la creación y traicionan los verdaderos valores que han inspirado y plasmado todo lo mejor de vuestra cultura.
La cultura filipina, de hecho, ha sido modelada por la creatividad de la fe. Los filipinos son conocidos en todas partes por su amor a Dios, su ferviente piedad y su cálida devoción a Nuestra Señora y su rosario. Este gran patrimonio contiene un poderoso potencial misionero. Es la forma en la que vuestro pueblo ha inculturado el Evangelio y sigue viviendo su mensaje (cf. Evangelii Gaudium, 122). En vuestros trabajos para preparar el quinto centenario, construid sobre esta sólida base.
Cristo murió por todos para que, muertos en él, ya no vivamos para nosotros mismos, sino para él (cf. 2 Co 5,15). Queridos hermanos obispos, sacerdotes y religiosos: pido a María, Madre de la Iglesia, que os conceda un celo desbordante que os lleve a gastaros con generosidad en el servicio de nuestros hermanos y hermanas. Que de esta manera, el amor reconciliador de Cristo penetre cada vez más profundamente en el tejido de la sociedad filipina y, a través de él, hasta los confines de la tierra. Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano © Copyright - Libreria Editrice Vaticana
14 de enero de 2015. Estamos llamados a salir con el mismo celo,
el mismo ardor, pero también con su sensibilidad,
su respeto por los demás'.
El santo padre Francisco ha canonización en Sri Lanka a José Vaz, primer santo de este país, que fue beatificado por Juan Pablo II en 1995. Estas son las palabras del Papa durante la homilía: «Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios» (Is 52,10). Ésta es la extraordinaria profecía que hemos escuchado en la primera lectura de hoy. Isaías anuncia la predicación del Evangelio de Jesucristo a todos los confines de la tierra. Esta profecía tiene un significado especial para nosotros al celebrar la canonización de un gran misionero del Evangelio, san José Vaz. Al igual que muchos misioneros en la historia de la Iglesia, él respondió al mandato del Señor resucitado de hacer discípulos de todas las naciones (cf. Mc 16,15). Con sus palabras, pero más aún, con el ejemplo de su vida, ha llevado al pueblo de este país a la fe que nos hace partícipes de «la herencia de los santos» (Hch 20,32).
En san José Vaz vemos un signo espléndido de la bondad y el amor de Dios para con el pueblo de Sri Lanka. Pero vemos también en él un estímulo para perseverar en el camino del Evangelio, para crecer en santidad, y para dar testimonio del mensaje evangélico de la reconciliación al que dedicó su vida.
Sacerdote del Oratorio en su Goa natal, san José Vaz llegó a este país animado por el celo misionero y un gran amor por sus gentes. Debido a la persecución religiosa, vestía como un mendigo y ejercía sus funciones sacerdotales en los encuentros secretos de los fieles, a menudo por la noche. Sus desvelos dieron fuerza espiritual y moral a la atribulada población católica. Se entregó especialmente al servicio de los enfermos y cuantos sufren. Su atención a los enfermos, durante una epidemia de viruela en Kandy, fue tan apreciada por el rey que se le permitió una mayor libertad de actuación. Desde Kandy pudo llegar a otras partes de la isla. Se desgastó en el trabajo misionero y murió, extenuado, a la edad de cincuenta y nueve años, venerado por su santidad.
San José Vaz sigue siendo un modelo y un maestro por muchas razones, pero me gustaría centrarme en tres. En primer lugar, fue un sacerdote ejemplar. Hoy aquí, hay muchos sacerdotes y religiosos, hombres y mujeres que, al igual que José Vaz, están consagrados al servicio de Dios y del prójimo. Os animo a encontrar en san José Vaz una guía segura. Él nos enseña a salir a las periferias, para que Jesucristo sea conocido y amado en todas partes. Él es también un ejemplo de sufrimiento paciente a causa del Evangelio, de obediencia a los superiores, de solicitud amorosa para la Iglesia de Dios (cf. Hch 20,28). Como nosotros, vivió en un período de transformación rápida y profunda; los católicos eran una minoría, y a menudo divididos entre sí; externamente sufrían hostilidad ocasional, incluso persecución. Sin embargo, y debido a que estaba constantemente unido al Señor crucificado en la oración, llegó a ser para todas las personas un icono viviente del amor misericordioso y reconciliador de Dios.
En segundo lugar, san José Vaz nos muestra la importancia de ir más allá de las divisiones religiosas en el servicio de la paz. Su amor indiviso a Dios lo abrió al amor del prójimo; sirvió a los necesitados, quienquiera que fueran y dondequiera que estuvieran. Su ejemplo sigue siendo hoy una fuente de inspiración para la Iglesia en Sri Lanka, que sirve con agrado y generosidad a todos los miembros de la sociedad. No hace distinción de raza, credo, tribu, condición social o religión, en el servicio que ofrece a través de sus escuelas, hospitales, clínicas, y muchas otras obras de caridad. Lo único que pide a cambio es libertad para llevar a cabo su misión. La libertad religiosa es un derecho humano fundamental. Toda persona debe ser libre, individualmente o en unión con otros, para buscar la verdad, y para expresar abiertamente sus convicciones religiosas, libre de intimidaciones y coacciones externas. Como la vida de san José Vaz nos enseña, el verdadero culto a Dios no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos.
Por último, san José Vaz nos da un ejemplo de celo misionero. A pesar de que llegó a Ceilán para ayudar y apoyar a la comunidad católica, en su caridad evangélica llegó a todos. Dejando atrás su hogar, su familia, la comodidad de su entorno familiar, respondió a la llamada a salir, a hablar de Cristo dondequiera que fuera. San José Vaz sabía cómo presentar la verdad y la belleza del Evangelio en un contexto multireligioso, con respeto, dedicación, perseverancia y humildad. Éste es también hoy el camino para los que siguen a Jesús. Estamos llamados a salir con el mismo celo, el mismo ardor, de san José Vaz, pero también con su sensibilidad, su respeto por los demás, su deseo de compartir con ellos esa palabra de gracia (cf. Hch 20,32), que tiene el poder de edificarles. Estamos llamados a ser discípulos misioneros.
Queridos hermanos y hermanas, pido al Señor que los cristianos de este país, siguiendo el ejemplo de san José Vaz, se mantengan firmes en la fe y contribuyan cada vez más a la paz, la justicia y la reconciliación en la sociedad de Sri Lanka. Esto es lo que el Señor quiere de vosotros. Esto es lo que san José Vaz os enseña. Esto es lo que la Iglesia necesita de vosotros. Os encomiendo a todos a la intercesión del nuevo santo, para que, en unión con la Iglesia extendida por todo el mundo, podáis cantar un canto nuevo al Señor y proclamar su gloria a todos los confines de la tierra. Porque grande es el Señor, y muy digno de alabanza (cf. Sal 96,1- 4). Amén. Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano
9 de enero de 2015. El Santo Padre explica en la homilía
de este viernes que sólo el Espíritu Santo
hace que el corazón del hombre sea dócil al Señor.
Sólo el Espíritu Santo hace que el corazón sea dócil a Dios y a la libertad. Es lo que ha afirmado el papa Francisco en la misa de esta mañana en la capilla de la Casa Santa Marta. Los dolores de la vida, ha recordado el Santo Padre, pueden cerrar a una persona, mientras que el amor la libera.
Una sesión de yoga no podrá enseñar a un corazón a "sentir" la paternidad de Dios, ni un curso de espiritualidad zen lo hará más libre para amar. Este poder lo tiene sólo el Espíritu Santo. El Pontífice ha retomado el pasaje del día del Evangelio de Marcos --el siguiente al de la multiplicación de los panes, y en el que los discípulos se asustan al ver a Jesús caminando hacia ellos sobre el agua-- que termina con una consideración sobre el porqué de ese miedo: los Apóstoles no habían entendido el milagro de los panes, porque "su corazón se había endurecido".
Un corazón puede ser de piedra por muchas razones, ha proseguido el Papa. Por ejemplo, a causa de "experiencias dolorosas". Les pasa a los discípulos de Emaús, temerosos de ilusionarse "de nuevo". Le sucede a Tomás, que se niega a creer en la resurrección de Jesús. Y "otro de los motivos que endurecen el corazón --ha indicado Francisco-- es el cierre en sí mismo":
"Hacer un mundo en sí mismo, cerrado. En sí mismo, en su comunidad o en su parroquia, pero siempre cerrado. Y el cierre puede tener que ver con muchas cosas: pero pensemos en el orgullo, en la suficiencia, pensar que soy mejor que los demás, incluso en la vanidad, ¿no? Existen el hombre y la mujer-espejo, que se cierran en sí mismos para mirarse a sí mismos constantemente, ¿no? Pero, tienen el corazón duro, porque están cerrados, no están abiertos. Y tratan de defenderse con estos muros que hacen a su alrededor".
También está el que se atrinchera detrás de la ley, aferrándose a la "letra" de lo que establecen los mandamientos. Aquí, ha señalado el Santo Padre, lo que endurece el corazón es un problema de "inseguridad". Y el que busca solidez en el texto de la ley está seguro --ha apuntado el Pontífice con un toque de ironía-- como "un hombre o una mujer en una celda de la prisión tras las rejas: es una seguridad sin libertad". Es decir, todo lo contrario, ha añadido, de lo "que Jesús ha venido a traernos", la libertad:
"El corazón, cuando se endurece, no es libre y si no es libre es porque no ama: así terminaba el apóstol Juan en la primera lectura. El perfecto amor echa fuera el temor: en el amor no hay temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no es perfecto en el amor. No es libre. Siempre tiene el temor de que suceda algo doloroso, triste, que me haga ir mal en la vida o arriesgar la salvación eterna... Pero tantas imaginaciones, porque no ama. Quien no ama no es libre. Y sus corazones se endurecieron, porque todavía no habían aprendido a amar".
Entonces, "¿quién nos enseña a amar? ¿Quién nos libera de esta dureza? ", se ha preguntado el Papa. "Sólo el Espíritu Santo", ha sido su respuesta:
"Puedes hacer mil cursos de catequesis, mil cursos de espiritualidad, mil cursos de yoga, zen, y todas estas cosas. Pero todo esto nunca será capaz de darte la libertad de hijo. Sólo el Espíritu Santo es el que mueve tu corazón para decir 'Padre'. ¿Sólo el Espíritu Santo es capaz de ahuyentar, para romper esta dureza de corazón y hacer un corazón... blando?... No sé, no me gusta la palabra... "Dócil". Dócil al Señor. Dócil a la libertad del amor". (Traducido y adaptado por ZENIT del artículo en italiano de Radio Vaticano)
8 de enero de 2015. El Santo Padre explica que a través del amor al prójimo llegamos a conocer a Dios.
En su homilía de este jueves, afirma también que para el encuentro con el Señor no basta la razón Dios nos precede siempre en el amor. Se trata de uno de los pasajes de la homilía del papa Francisco en la misa matutina, que ha celebrado este jueves en la capilla de la Casa Santa Marta con un grupo de fieles, la primera del año 2015. El Pontífice argentino ha subrayado que el amor cristiano está hecho de obras concretas, no de palabras. Y ha reafirmado que para conocer a Dios no basta el intelecto, es necesario el amor.
En estos días después de Navidad, ha señalado el Santo Padre, la palabra clave en la liturgia es "manifestación". Jesús se manifiesta: en la fiesta de la Epifanía, en el Bautismo y de nuevo en las Bodas de Caná. Pero, se ha preguntado el Papa, "¿cómo podemos conocer a Dios?". Es precisamente este, ha apuntado, el tema del que habla el apóstol Juan en la primera lectura, subrayando que para conocer a Dios nuestro "intelecto", "la razón" es "insuficiente". Dios, ha añadido, "se conoce totalmente en el encuentro con Él, y para el encuentro la razón no basta". Hace falta algo más:
"¡Dios es amor! Y sólo por el camino del amor puedes conocer a Dios. Amor razonable, acompañado de la razón. ¡Pero amor! '¿Pero cómo puedo amar lo que no conozco?'; 'Ama a los que tienes cerca'. Y esta es la doctrina de los dos mandamientos: El más importante es amar a Dios, porque Él es amor; Pero el segundo es amar al prójimo, pero para llegar al primero debemos subir los escalones del segundo: es decir, a través del amor al prójimo llegamos a conocer a Dios, que es amor. Sólo amando razonablemente, pero amando, podemos llegar a este amor".
Es por eso, ha exhortado, que debemos amarnos "los unos a los otros", porque "el amor es de Dios" y "quien ama ha sido engendrado por Dios". Y también, ha proseguido, para conocer a Dios hay que amar:
"El que ama conoce a Dios; el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Pero no amor de telenovela. ¡No, no! Amor sólido, fuerte; amor eterno, amor que se manifiesta --la palabra de estos días, manifestación-- en su Hijo, que ha venido para salvarnos. Amor concreto; amor de obras y no de palabras. Para conocer a Dios hace falta toda una vida; un camino, un camino de amor, de conocimiento, de amor al prójimo, de amor a los que nos odian, de amor por todos".
Francisco ha observado así que no hemos sido nosotros en dar el amor a Dios, sino que ha sido "Él quien nos ha amado y nos ha mandado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados". En la persona de Jesús, ha sido su reflexión, "podemos contemplar el amor de Dios" y siguiendo su ejemplo "llegamos --escalón a escalón-- al amor de Dios, al conocimiento de Dios que es amor". Recordando después al profeta Jeremías, el Pontífice ha afirmado que el amor de Dios nos "precede", nos ama antes incluso de que lo busquemos. El amor de Dios, ha destacado, es como "la flor del almendro", que es "la primera que florece en primavera". El Señor "nos ama primero", "siempre tendremos esta sorpresa". Y ha observado que "cuando nos acercamos a Dios a través de las obras de caridad, la oración, la Comunión, la Palabra de Dios", "encontramos que Él está allí, el primero, esperándonos, así nos ama".
El Papa ha recordado después el Evangelio de hoy, que narra la multiplicación de los panes y los peces por parte de Jesús. El Señor, ha indicado, "tuvo compasión" de la cantidad de gente que había ido a escucharlo, porque "eran ovejas sin pastor, desorientadas". Y ha asegurado que también hoy mucha gente está "desorientada" en "nuestras ciudades, en nuestros países". Por eso, Jesús les enseña la doctrina y la gente le escucha. Cuando luego se hace tarde y pide que les den de comer, sin embargo, los discípulos responden "un poco nerviosos". Una vez más, ha comentado el Santo Padre, Dios ha llegado "primero, los discípulos no habían entendido nada":
"Así es el amor de Dios: siempre nos espera, siempre nos sorprende. Es el Padre, es nuestro Padre que nos ama tanto, que siempre está dispuesto a perdonarnos. ¡Siempre! No una vez, 70 veces 7. ¡Siempre! Como un padre lleno de amor y para conocer a este Dios que es amor debemos subir por el escalón del amor al prójimo, por las obras de caridad, por las obras de misericordia, que el Señor nos ha enseñado. Que el Señor, en estos días en que la Iglesia nos hace pensar en la manifestación de Dios, nos dé la gracia de conocerle por el camino del amor". (Traducido y adaptado por ZENIT del artículo en italiano de Radio Vaticano)
6 de enero de 2015. En la solemnidad de la Epifanía, la fiesta de Reyes, el papa Francisco recordó como los Reyes Magos son símbolo de las personas que buscan a Dios,
que no le encuentran el palacio real y no se dejan engañar por la apariencia de fragilidad del Niño. Y guiados por el Espíritu, reconocen que Dios no se manifiesta en la potencia de este mundo, sino que nos habla en la humildad de su amor. E interrogó: ¿Cuál es el misterio en el que Dios se esconde? ¿Dónde puedo encontrarlo? "Vemos a nuestro alrededor guerras, explotación de los niños, torturas, tráfico de armas, trata de personas... Jesús está en todas estas realidades, en todos estos hermanos y hermanas más pequeños que sufren tales situaciones", dijo. E invitó a "vivir el mismo camino de conversión que vivieron los Magos, a rechazar las tentaciones que oscurecen la estrella".
A continuación, el texto completo de la homilía del Papa.
"Ese Niño, nacido de la Virgen María en Belén, vino no sólo para el pueblo de Israel, representado en los pastores de Belén, sino también para toda la humanidad, representada hoy por los Magos de Oriente. Y precisamente hoy, la Iglesia nos invita a meditar y a rezar sobre los Magos y su camino en busca del Mesías.
Estos Magos que vienen de Oriente son los primeros de esa gran procesión de la que habla el profeta Isaías en la primera lectura (cf. 60,1-6). Una procesión que desde entonces no se ha interrumpido jamás, y que en todas las épocas reconoce el mensaje de la estrella y encuentra el Niño que nos muestra la ternura de Dios. Siempre hay nuevas personas que son iluminadas por la luz de su estrella, que encuentran el camino y llegan hasta él.
Según la tradición, los Magos eran hombres sabios, estudiosos de los astros, escrutadores del cielo, en un contexto cultural y de creencias que atribuía a las estrellas un significado y un influjo sobre las vicisitudes humanas. Los Magos representan a los hombres y a las mujeres en busca de Dios en las religiones y filosofías del mundo entero, una búsqueda que no acaba nunca.
Los Magos nos indican el camino que debemos recorrer en nuestra vida. Ellos buscaban la Luz verdadera: «Lumen requirunt lumine», dice un himno litúrgico de la Epifanía, refiriéndose precisamente a la experiencia de los Magos; siguiendo una luz ellos buscan la luz. Iban en busca de Dios. Cuando vieron el signo de la estrella, lo interpretaron y se pusieron en camino, hicieron un largo viaje.
El Espíritu Santo es el que los llamó e impulsó a ponerse en camino, y en este camino tendrá lugar también su encuentro personal con el Dios verdadero.
En su camino, los Magos encuentran muchas dificultades. Cuando llegan a Jerusalén ellos van al palacio del rey, porque consideran algo natural que el nuevo rey hubiera nacido en el palacio real. Allí pierden de vista la estrella, cuantas veces se pierde la vista de la estrella, y se encuentran una tentación, puesta ahí por el diablo, es el engaño de Herodes. El rey Herodes muestra interés por el niño, pero no para adorarlo, sino par eliminarlo.
Herodes es un hombre de poder, que sólo consigue ver en el otro a un rival. Y en el fondo, también considera a Dios como un rival, más aún, como el rival más peligroso. En el palacio de Herodes los Magos atraviesan un momento de oscuridad, de desolación, que consiguen superar gracias a la moción del Espíritu Santo, que les habla mediante las profecías de la Sagrada Escritura. Éstas indican que el Mesías nacerá en Belén, la ciudad de David.
En este momento, retoman el camino y vuelven a ver la estrella. El evangelista apunta que experimentaron una «inmensa alegría» (Mt 2,10), una verdadera consolación. Llegados a Belén, encontraron «al niño con María, su madre» (Mt 2,11).
Después de lo ocurrido en Jerusalén, ésta será para ellos la segunda gran tentación: rechazar esta pequeñez. Y sin embargo: «cayendo de rodillas lo adoraron», ofreciéndole sus dones preciosos y simbólicos. La gracia del Espíritu Santo es la que siempre los ayuda. Esta gracia que, mediante la estrella, los había llamado y guiado por el camino, ahora los introduce en el misterio. Esa misma estrella que les ha acompañado en el camino les hace entrar en el misterio.
Guiados por el Espíritu, reconocen que los criterios de Dios son muy distintos a los de los hombres, que Dios no se manifiesta en la potencia de este mundo, sino que nos habla en la humildad de su amor. El amor de Dios es grande, sí; el amor del Dios es potente, sí; pero el amor de Dios es humilde, tan humilde. De ese modo, los Magos son modelos de conversión a la verdadera fe porque han dado más crédito a la bondad de Dios que al aparente esplendor del poder.
Y ahora nos preguntamos: ¿Cuál es el misterio en el que Dios se esconde? ¿Dónde puedo encontrarlo? Vemos a nuestro alrededor guerras, explotación de los niños, torturas, tráfico de armas, trata de personas... Jesús está en todas estas realidades, en todos estos hermanos y hermanas más pequeños que sufren tales situaciones (cf. Mt 25, 40.45). El pesebre nos presenta un camino distinto al que anhela la mentalidad mundana. Es el camino del anonadamiento de Dios, de su gloria escondida en el pesebre de Belén, en la cruz del Calvario, en el hermano y en la hermana que sufren
Los Magos han entrado en el misterio. Han pasado de los cálculos humanos al misterio, y éste es el camino de su conversión. ¿Y la nuestra? Pidamos al Señor que nos conceda vivir el mismo camino de conversión que vivieron los Magos. Que nos defienda y nos libre de las tentaciones que oscurecen la estrella. Que tengamos siempre la inquietud de preguntarnos, ¿dónde está la estrella?, cuando, en medio de los engaños mundanos, la hayamos perdido de vista. Que aprendamos a conocer siempre de nuevo el misterio de Dios, que no nos escandalicemos de la “señal”, de la indicación: «un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12), y que tengamos la humildad de pedir a la Madre, a nuestra Madre, que nos lo muestre. Que encontremos el valor de liberarnos de nuestras ilusiones, de nuestras presunciones, de nuestras “luces”, y que busquemos este valor en la humildad de la fe y así encontremos la Luz, Lumen, como han hecho los santos Magos. Amén". Texto completo de la Sala de Prensa del Vaticano, con los añadidos del Papa que fueron tomados del audio por ZENIT
1 de enero de 2015. "No se puede entender a Jesús
sin su Madre santísima.
El Papa Francisco ha comenzado el año 2015 en la Basílica de San Pedro, pronunciando la siguiente homilía: "Vuelven hoy a la mente las palabras con las que Isabel pronunció su bendición sobre la Virgen Santa: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,42-43).
Esta bendición está en continuidad con la bendición sacerdotal que Dios había sugerido a Moisés para que la transmitiese a Aarón y a todo el pueblo: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). Con la celebración de la solemnidad de María, Madre de Dios, la Iglesia nos recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición. Se cumple en ella, pues ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María, que dio un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan contemplar.
Además de contemplar el rostro de Dios, también podemos alabarlo y glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén con un canto de acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre (cf. Lc 2,16). Ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario, porque Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre. La carne de Cristo, que es el eje de la salvación (Tertuliano), se ha tejido en el vientre de María (cf. Sal 139,13). Esa inseparabilidad encuentra también su expresión en el hecho de que María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido íntimamente toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el final, en el Calvario.
María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo. La Santísima Virgen es la mujer de fe que dejó entrar a Dios en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de percibir en el don del Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos» (Ga 4,4), en el que Dios, eligiendo la vía humilde de la existencia humana, entró personalmente en el surco de la historia de la salvación. Por eso no se puede entender a Jesús sin su Madre.
Cristo y la Iglesia son igualmente inseparables, porque la Iglesia y María van siempre juntas, y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia. Separar a Jesús de la Iglesia sería introducir una «dicotomía absurda», como escribió el beato Pablo VI (cf. Exhort. ap. N. Evangelii nuntiandi, 16). No se puede «amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia» (ibíd.). En efecto, la Iglesia, la gran familia de Dios, es la que nos lleva a Cristo. Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros. ¿Dónde lo podemos encontrar? Lo encontramos en la Iglesia, en nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. Es la Iglesia la que dice hoy: «Este es el Cordero de Dios»; es la Iglesia quien lo anuncia; es en la Iglesia donde Jesús sigue haciendo sus gestos de gracia que son los sacramentos.
Esta acción y la misión de la Iglesia expresa su maternidad. Ella es como una madre que custodia a Jesús con ternura y lo da a todos con alegría y generosidad. Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo.
Queridos hermanos y hermanas, Jesucristo es la bendición para todo hombre y para toda la humanidad. La Iglesia, al darnos a Jesús, nos da la plenitud de la bendición del Señor. Esta es precisamente la misión del Pueblo de Dios: irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo. Y María, la primera y perfecta discípula de Jesús, la primera y perfecta creyente, modelo de la Iglesia en camino, es la que abre esta vía de la maternidad de la Iglesia y sostiene siempre su misión materna dirigida a todos los hombres. Su testimonio materno y discreto camina con la Iglesia desde el principio. Ella, la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y, a través de la Iglesia, es Madre de todos los hombres y de todos los pueblos.
Que esta madre dulce y premurosa nos obtenga la bendición del Señor para toda la familia humana. De manera especial hoy, Jornada Mundial de la Paz, invocamos su intercesión para que el Señor nos de la paz en nuestros días: paz en nuestros corazones, paz en las familias, paz entre las naciones. Este año, en concreto, el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz lleva por título: «No más esclavos, sino hermanos». Todos estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud. Desde todo pueblo, cultura y religión, unamos nuestras fuerzas. Que nos guíe y sostenga Aquel que para hacernos a todos hermanos se hizo nuestro servidor
Miramos a María, contemplamos a la Santa Madre de Dios. Quisiera proponeos que la saludemos juntos. Lo ha hecho el valiente pueblo de Éfeso, que gritaba a sus pastores cuando entraban en la iglesia: 'Santa Madre de Dios'. Que hermoso saludo para Nuestra Madre.
Cuenta una historia, no sé si es verdadera, que algunas de estas personas tenían bastones en las manos. Quizás para hacer entender a los obispos lo que les sucedería si no tuviesen la valentía de proclamarla Madre de Dios. Os invito a todos, sin bastones, a levantaos y saludarla por tres veces, de pie, con este saludo de la primera Iglesia: Santa Madre de Dios. (Todos dicen con el Santo Padre: 'Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios')".
emos una segunda, una tercera, una cuarta, del capítulo sexto de San Lucas: hagámoslo; y pidamos al Señor la gracia de entender qué es ser cristiano, y también la gracia que Él nos haga, a nosotros, cristianos. Porque nosotros no podemos hacerlo solos". Fuente: Zenit.