6 October 2024
 

 

 

 

 

ADVIENTO: ESTE ES EL TIEMPO DE LA ESPERANZA

I Domingo de Adviento: Un discípulo siempre está en “vigilia” Mateo 24, 37-44

 

“¿De qué aprovecha saber cuándo vendrá el Señor, si Él no viene primero a mi alma y vuelve a mi espíritu, si Cristo no vive en mí y me habla?” (San Pascasio).

 

Introducción al Adviento

Comenzamos una nueva etapa en nuestro caminar: el Tiempo del ADVIENTO (o de la “venida” del Señor). Nuestra mirada se hunde en el futuro, explorando como centinelas la venida del amoroso Señor que viene a nuestro encuentro. ¡Este es el tiempo de la esperanza! ¡Despertemos! “¡Velad!”, “¡Estad despiertos!” (Mt 24,42)

 

Pero hay otra “vigilancia” que es sustancialmente diferente, que no es a la defensiva porque no parte del “terror”, del “miedo” o de la “amenaza”, sino de la dulce expectativa de quien espera la llegada imprevista del ser amado, aquél que llega para colmar nuestros deseos más profundos, aquél de quien nuestra vida necesita.

 

Con razón el escritor francés Péguy se atrevía a hacer un elogio del sueño. El mal es el insomnio. Éste puede suceder por disturbios físicos, por preocupaciones o por condiciones ambientales adversas. Pero detrás del insomnio, como decía Péguy, está la inquietud, la ansiedad, la falta de confianza en Dios, el malestar con otros o con la propia vida. Cuánto daño puede producir el negarse el descanso.

 

Pero la “vigilancia” cristiana, que en principio significa “no dormir”, va paradójicamente en la dirección del verdadero reposo del corazón. Por eso la insistencia de la Palabra de Dios, en diversos textos del Nuevo Testamento, en acentuar los términos que acompañan el imperativo “Velad”: “Velad, estad atentos”, “Velad, estad preparados”, “Velad y orad”, “Velad y sed sobrios”.

 

Vayamos entonces más a fondo. La “vigilancia” es una manera diferente de posicionarse frente a la vida. Implica discernir lo que estamos viviendo, entrar en ese estado de reflexión lúcida procurando detectar aquello que nos quita la paz; es un retomar sobriamente los sueños dorados que nos hacen felices por poco tiempo pero que al final no descansan el corazón. Se logra entrando en diálogo limpio y honesto consigo mismo y con Dios.

Sólo así no nos cogerán de sorpresa los acontecimientos fundamentales en los que se juega el rumbo de nuestra historia personal, tendremos prontitud espiritual para reaccionar y decidir correctamente un proyecto de vida que sí da crecimiento pleno.

 

Un nuevo giro toma la vida cuando, mediante este ejercicio, logramos despertar de los incómodos sueños del pecado. Como nos dice san Pablo: “Es hora de levantarnos del sueño... Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias” (Romanos 13,11.13). Entonces estaremos en capacidad de “acoger”, se afinará nuestra receptividad, porque despojados interiormente de nuestro yo egoísta –del hacer girar todo en torno nuestro-

seremos libres para “salir al encuentro” de Dios que viene a nosotros en sus muchas formas de presencia y darle espacio en nuestro corazón.

 

En cambio quien no tiene la vida en orden es como quien viaja en un autobús sin haber comprado el ticket. El que lo compra puede dormir tranquilo durante el viaje y sólo se despierta para exhibir con calma su ticket en el momento en que se hace el control. Pero quien no lo ha hecho, viaja en permanente zozobra, no puede dormir aguardando la hora de la vergüenza pública.

 

Por eso la “vigilancia” está estrechamente conectada con el “estar preparados”. Quien está preparado vive en paz con Dios, con todos y consigo mismo, con la lámpara de la fe encendida durante la noche.

 

¿Cuál es el acontecimiento para el cual hay que prepararse?

El acontecimiento que no nos debe encontrar impreparados es el retorno de Cristo. Este es precisamente el tema del evangelio de hoy.

1. El retorno de Cristo anunciado

En su discurso sobre el futuro del Reino de los Cielos (ver Mateo 24-25), Jesús había anunciado: “Aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (24,30).

Desde el comienzo del evangelio, Jesús había anunciado la cercanía del Reino, es decir, la decisión definitiva de Dios de hacer valer su señorío real (ver 4,17). Ya no serán los hombres ni las fuerzas de la naturaleza las que determinen el curso de la historia humana.

Esto sucederá por medio de la venida del Hijo del hombre con la potencia y la gloria de Dios. Cuando el Reino se revele definitiva y universalmente con todo su poder ante todo el mundo, toda existencia humana se manifestará ante el Hijo del hombre –Jesús en su gloria- con su verdadero sentido y valor. Con la venida definitiva de Jesús toda persona saldrá a la luz en su más íntima esencia.

Puesto que todo hombre está profundamente conectado a la venida del Señor, cada uno debería conducir su proyecto de vida en esa dirección. Ante Jesús tendremos que responder por todo lo que buscamos, trabajamos y logramos. En este sentido, toda nuestra vida debe prepararse para ese momento.

 

2. El retorno de Cristo preparado

Con la misma fuerza con que Jesús anuncia su venida, también dice que nadie conoce ni el día ni la hora:

·      “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (24,36).

·      “Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (24,42).
“Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del
hombre” (24,44).
Nótese cómo la invitación a la preparación del acontecimiento cuyo momento desconocemos, va atravesando el pasaje de hoy. 

Ponerse a hacer cálculos sobre el día y la hora del fin es tiempo perdido porque éste es indeterminado y desconocido. Lo que importa es que estemos preparados en todo momento. Como una vez que le preguntó san Juan Bosco a un muchacho: “¿Y si te murieras esta noche?”. 

Por eso hay que evitar cualquier comportamiento irresponsable. No es razonable vivir al impulso de los inmediatismos, sin ningún proyecto ni horizonte de vida. Para hacernos entender esto, Jesús pasa al mundo de las comparaciones. Nos presenta tres, todas ellas desenvolviéndose como en cascada: 

2.1. Un ejemplo de vida distraída 

Primero Jesús nos pone el ejemplo de los días de Noé: “Como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos” (24,37-39). 

La moraleja salta a la vista: no es razonable vivir de manera distraída, despreocupada.
La escena descrita en tiempos de Noé nos presenta gente absorbida por la vida terrena: comer, beber, casarse. Eran personas que se dejaban llevar tranquilamente por el ciclo biológico de la vida, atentos a lo presente, sin pensar en nada más allá; el asunto era gozar la vida.
En aquel entonces el diluvio había sido anunciado, pero aún no pasaba nada. A ellos les parecía lejano y casi irreal, por eso prefirieron concentrar sus energías en aquello que consideraban más concreto y práctico.


De la misma manera, ahora la venida del Señor solamente ha sido anunciada. El hecho de que no suceda nada aún puede llevar a pensar que hay mucho tiempo en la vida y descuidarse en la atención a su venida, concentrándose más bien en otros asuntos. Pero, como insiste Jesús, imprevista y sorprendente será su venida: “Así será también la venida del Hijo del hombre” (24,39b; leer esta frase junto con el versículo anterior). 

2.2. Un ejemplo sobre el engaño de las apariencias 

Dando un paso adelante ahora Jesús enseña que no hay que quedarse con la apariencia externa de las situaciones terrenas: “Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada” (24,40-41). Jesús parte de escenas de la vida cotidiana: la vida laboral en una sociedad agrícola. Describe las ocupaciones más importantes del hombre y de la mujer: los varones siembran y cosechan el trigo en el campo, luego las mujeres mueven la rueda de molino para obtener la harina y el pan de cada día. 

Todos trabajan, todos se mueven por igual en las rutinas de la vida. Esto puede llevar a una falsa deducción.
Del hecho de que todos pasemos por situaciones semejantes –trabajo y fatiga, felicidad e infelicidad, sufrimientos y alegrías, vida y muerte- puede nacer la ilusión de que la obediencia o la desobediencia, la rectitud o la injusticia no tengan importancia alguna; que sea indiferente la forma en que se viva, porque –al fin y al cabo- todos terminaremos igual. Pues aquí está el punto: no terminaremos igual. Con la venida del Señor habrá una 

separación radical: “uno es tomado y el otro dejado”, es decir, quienes estén preparados serán recibidos en la comunión con Dios y los otros serán excluidos. 

2.3. Un ejemplo de llegada imprevista 

En consecuencia uno tiene que auto-regularse y conducir la vida con base en la vigilancia: “Si el dueño de la casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa” (24,43). 

Es probable que si conociéramos el día y la hora de la venida del Señor, a lo mejor –con reloj en mano- dejaríamos para última hora la preparación, como es habitual en tantas otras situaciones de la vida. Pero el Señor viene como un ladrón nocturno: inesperado, sorpresivo, impredecible. 

Por eso hay que estar preparado en todo momento. No debemos nunca bajar la alerta. Hay que vivir responsablemente según la voluntad del Señor, de manera que podamos responder en cualquier momento por ella y con la frente en alto. 

3. El retorno de Cristo deseado 

Jesús no pronuncia todas estas enseñanzas para obligarnos a una conversión a fuerza de miedo, sino para abrirnos los ojos. La venida del Señor no debe ser motivo de miedo sino de movilización para la preparación. Obviamente tendremos miedo de la venida del Señor si tenemos deudas con la historia y no tenemos a punto la vida; en este caso: ¡A poner en orden la casa! ¡A preparar la venida del Señor! Entonces nuestra vida tendrá reposo, tendremos fuerza interior, soñaremos y construiremos los sueños de Dios, para los cuales tanto nos animan los profetas. 

En cualquier caso debemos decir: “¡Qué bueno que vienes, Señor! Tú “vienes” a darle plenitud a nuestra vida, a elevarla a un plano superior compartiéndonos la tuya, como nos lo diste a entender desde el momento de la encarnación”. Un día el Señor nos invitará a quedarnos definitivamente con él. Ese día el fin marcado por la muerte será en realidad el comienzo: naceremos definitivamente para la vida después de este lento proceso de gestación terrenal formando a Jesús en nosotros. Mientras tanto aguardamos vigilantes el momento del encuentro. 

Tengamos presente que la “vigilancia” que nos pide el evangelio no sólo se refiere al encuentro final con Dios (al final de mi mundo, de mi vida). Cada día Dios está viniendo a nuestro encuentro y no podemos dejarlo pasar de largo. Viene en la Palabra, en la Eucaristía, en la comunidad, en la presencia escondida en las personas más necesitadas, en las diversas formas en que nos regala su gracia. 

La “vigilancia” entonces es ése saber tener la casa pronta y a punto para recibir la visita, para abrir los brazos de par en par al Dios que es por definición: “El que viene” (Apocalipsis 1,8). San Bernardo hablaba de las tres venidas de Cristo: Su venida en la carne. La cual celebraremos en la próxima navidad. 

Su venida futura en la parusía (su segunda venida), en la cual hemos reflexionado hoy. Su venida en el presente. ¿No es verdad, por ejemplo, que cada vez que celebramos la Eucaristía Jesús está viniendo a nuestro encuentro? 

En conclusión... 

El evangelio del “Velad, estad preparados”, con el cual hoy le damos apertura al ADVIENTO, nos da la ocasión para que, frente a esta triple venida del Señor, nos tomemos una pausa de reflexión y nos preguntemos qué estamos haciendo con nuestra vida.
La conciencia de nuestra fragilidad nos llevará a abrirle el corazón a Aquel que vino al mundo, asumiendo la carne humana, por nuestra salvación; Aquel a quien el evangelio de Mateo nos presenta diciendo: “Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (1,21). 

Entonces viviendo con alegría nuestro proyecto de vida en su discipulado levantaremos límpida nuestra mirada hacia la meta y oraremos confiados: ¡Ven, Señor Jesús! ¡Marana- tha! 

4. Entremos en el Adviento con los Padres de la Iglesia 

Siguiendo la clásica presentación del Adviento como celebración de la “triple venida” del Señor (ayer en la carne, mañana en gloria, hoy en los signos de su presencia), San Pascasio nos presenta una vehemente exhortación que tiene originalidad y gran intuición espiritual. Luego, con san Agustín, vemos cómo el Salmo responsorial de este día posee ricos sentidos –especialmente el sentido “eclesial”- que nos debemos apropiar. 

4.1. San Pascasio Radberto: “La doble venida del Señor”. “Debemos tener presente en el pensamiento la doble venida de Cristo: una cuando aparezca y le demos cuenta de todas nuestras acciones; la otra cada día, cuando él continuamente visita nuestras conciencias y viene hasta nosotros a fin de encontrarnos preparados para su llegada.
¿De qué me sirve saber cuándo será el día del juicio, si tengo la conciencia pesada por tantos pecados? ¿De qué aprovecha saber cuándo vendrá el Señor, si Él no viene primero a mi alma y vuelve a mi espíritu, si Cristo no vive en mí y me habla? Su venida es para mí un bien, si Cristo ya vive en mí, y yo en Él. Y para mí ya casi llegó la hora de su segundo adviento cuando los valores de este mundo se eclipsan a mis ojos y yo, de alguna manera, puedo decir: „El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo‟ (Gálatas 6,14)”.
(San Pascasio Radberto, Comentario al Evangelio de Mateo) 

4.2. San Agustín: “Corramos, pues, corramos, ¡Vamos a la casa del Señor!”
“Este Salmo... desea la propia Jerusalén. O mejor, el que sube en este Salmo suspira por ella. Se trata, en efecto, de un cántico gradual y, como ya os lo dijimos muchas veces, estas gradas no son las de quien desciende sino de quien sube. Por tanto, se quiere subir. ¿Y para dónde sino para el cielo? (...) 

En el cielo hay una Jerusalén eterna, donde los ángeles son nuestros conciudadanos. Lejos de ellos, peregrinamos en la tierra: en la peregrinación suspiramos, en la ciudad gozaremos. 

En esta peregrinación, con todo, encontramos compañeros que vieron la ciudad y nos invitan a correr hacia ella. Por ellos se regocija el salmista que dice: „¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!‟.
Corramos, pues, corramos, porque vamos para la casa del Señor. Corramos y no nos cansemos, porque llegaremos donde nunca más habrá fatiga. 

Corramos para la casa del Señor, que nuestra alma exulte con quien nos dijo tales cosas. Los que esto nos dicen vieron primero la patria y de lejos clamaron a los que venían atrás: „¡Vamos a la casa del Señor! Andad, corred‟. La vieron los apóstoles y nos dijeron: „¡Corred, caminad, seguidnos, vamos a la casa del Señor!‟. 

Y, ¿qué dice cada uno de nosotros? „Me alegré con quienes me dijeron: Vamos a la casa del Señor‟. Me alegré con los Profetas, me alegré con los Apóstoles”.
(San Agustín, Enarr. in Ps. 121,2) 

5. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida: 

5.1. Hoy comenzamos el tiempo del “Adviento”. ¿Qué significa esta palabra? Cuando se habla de “venida” del Señor, ¿de qué se está hablando? ¿Qué se espera que hagamos en este tiempo?

5.2. La “vigilancia cristiana” está referida al encuentro con el Señor. ¿En qué consiste el ejercicio de la “vigilancia cristiana”? 

5.3. ¿Qué consecuencia tiene el hecho de que no se conozca la hora de la venida del Señor? 5.4. Adviento se nos abre como el tiempo de la vigilancia, del estar preparados. Concretamente, ¿cómo pienso prepararme durante este tiempo para la llegada de Jesús? Sería muy bueno dedicar un espacio de tiempo para pensar en el aspecto de mi vida que debo cambiar. ¿Qué pasos seguiré para lograr ese cambio? 

5.5. ¿Mi vida está absorbida por mis tareas diarias, por salir lo mejor librada/o de las preocupaciones diarias? ¿En qué forma concreta me estoy preparando para el encuentro definitivo con el Dios de la vida? ¿Pienso que todavía me queda mucho tiempo?
5.6. ¿Participar cada semana en la Eucaristía dominical es para mi un momento aislado, algo que hay que hacer y basta, o lo preparo con mi vida honesta, amable, generosa y de buena relación con los demás? 

Fuente: P. Fidel Oñoro.